Últimamente cunde la tendencia entre muchos sectores, y también entre algunos libertarios (organizados o no) de cuestionar la validez y honestidad de las luchas mineras. Se puede coincidir en muchas cosas con los críticos, y podríamos concederles sin pena muchos de los puntos que señalan.
Bien que los mineros pueden estar siendo instrumentalizados por los patronos para no perder las ayudas estatales; bien que los sindicatos los utilizan arteramente; bien que cuando el gobierno se siente a negociar con ellos todo esto se acaba; bien que el carbón contamina; y un largo etcétera.
A todo esto podríamos preguntar, sin miedo a pasar por blasfemos: “¿y qué?”, y nos quedaríamos tan anchos.
Cientos de movimientos y acontecimientos innegablemente revolucionarios se crean con una intencionalidad tibia o pacata y finalmente acaban sobrepasando a sus convocantes y fundadores. Quien piense que eso es imposible que tire a la basura a la I Internacional (en un principio simple reunión de confraternización entre los pazguatos sindicalistas ingleses y los apocados proudhonianos franceses [enviados por Napoleón III]), a la Comuna de París (resultado de los ánimos belicistas y patrióticos producidos precisamente por los desastres de una Guerra patriotera expansionista), y también a la tendencia libertaria que en muchas partes adquirió el 15-M (producto “ciudadanista” que pretendía cambiar la ley electoral para beneficiar a los partidos pequeños, y que acabó rebasando –para horror de DRY– las mojigatas y reformistas intenciones de sus convocantes).
Si en los “despachos” se ha decidido que los mineros hagan esto o aquello, a mí me da igual; lo que sé es que en la calle están haciendo –por primera vez en mucho tiempo de forma continua, generalizada y constante– Acción Directa.
La lucha, si es obrera y usa la acción directa, es Lucha, con independencia de las intenciones del invento. Lo que los “vendeobreros” de corbata o chaqueta de pana decidan; lo que los alquimistas de las explosiones sociales controladas fabriquen, es algo que no condiciona la lucha si esta lucha sobrepasa las intenciones de quienes la idearon.
Habitualmente, muchas movilizaciones se crean con programas “revolucionarios” y acaban en meros paseos regulados; ahora se ha conseguido lo más difícil, que la movilización sea revolucionaria en sus actos, por mucho que en sus planteamientos iniciales no lo fuera. La primera incoherencia es difícil de invertir; a la segunda la invierten los propios actos.
El papel de los anarquistas, sobre todo la de quienes hayan detectado esos problemas, es el de introducirse en la lucha, tratar de radicalizar la situación también en lo tocante a las expectativas y dedicarse a ayudar y a luchar codo a codo con los mineros.
Basta ya de largos y soporíferos textos explicando que los que luchan son los malos y que los que se limitan a escribir son los buenos. El análisis y la reflexión hacen falta –más que nunca y más que siempre–, pero eso no significa que ambos deban de sustituir a la Acción. Muchos anarquistas, dedicados a los menesteres de la contemplación han acabado por ser, puramente, contemplativos. En vez de dedicarse a batallar y a intentar contrarrestar con trabajo las alternativas que les parecen reprobables, se dedican exclusivamente a detectar que hay de “malo” en las luchas de los otros. La costumbre de escribir como herramienta combativa, la práctica del escrito como material de barricada y de la letra como bala, se está perdiendo. Hoy la escritura pontificadora es, para muchos militantes de tecla y escritorio, todo.
Cuando una piedra vuela, cuando una barricada se enciende, cuando una lucha con la policía se entabla, cuando se elije matar el miedo a golpes, y es la mano de los obreros y oprimidos la que acomete esto, el lugar de los anarquistas está a su lado. Para conocer y ampliar juntos miras, para invitar a ir más lejos, para auto ayudarse a volar más alto. La táctica a emplear es sencilla. Cuando los reformistas ven que una iniciativa revolucionaria empieza a perder fuelle y vira hacia el reformismo, le cierran la puerta a sus espaldas para que no pueda volverse a casa; no tenemos más que hacer lo mismo pero en sentido contrario: si una iniciativa de origen reformista empieza a radicalizarse, los revolucionario no tenemos más que intentar cerrar igualmente la puerta para que le sea imposible volverse a atrás.
Todo lo demás es palabrería vaga; buenos datos desperdiciados si no se usan para incidir y modificar la lucha.
Si son los patronos los que los sacan a la calle, que todas las energías se inviertan en que contra ellos vaya el odio. Si los sindicatos los venden, intentemos por todos los medios señalar sus traiciones, sus desplantes públicos y desvinculaciones mediáticas, sus acuerdos soterrados, su pesebrero interés “engullecuotas”. Si existe el problema de la negociación “apagafuegos”, que los libertarios que luchan a su lado propaguen, con los hechos, con su resistencia numantina, que este es sólo el comienzo de un largo camino y que a la solidaridad que con ellos se ha tenido desde fuera, sólo puede correspondérsele con más solidaridad por parte de ellos. Si el carbón contamina, no pensemos ya en las luchas por la reconversión del sector, si no en la patada en el culo que, siguiendo el mismo criterio, nos tocaría darle a muchos de los trabajadores fabriles que trabajan en industrias contaminantes, y a los ganaderos, agricultores y pescadores –que tanto impacto causan al medio– si alguna vez se les ocurriera “levantarse en armas”.
Compañeros, nuestro lugar está con los que luchan y sufren. Eso abarca muchos frentes, y uno de ellos, el más paradigmáticamente combativo, es hoy el de los mineros. Ni toda la manipulación verticalista del mundo puede borrar que están abriendo brecha y mostrando con eficacia una dinámica concreta de abordar la lucha callejera, la autodefensa y la capacidad de pasar a la ofensiva; una dinámica muy distinta a la que el movimiento “ciudadanista” y los profesionales del “inactivismo” nos tienen acostumbrados.
Hoy los mineros son los referentes de un modo de hacer continuo (tal y como los manifestantes barceloneses lo han sido de un modo de hacer esporádico). Los anarquistas somos mero referente de los que disparan contra los que dirigen, porque quieren que los dirigidos empiecen a disparar con sus propias armas. Centrémonos en eso y no erremos disparos ni equivoquemos dianas.
Fdo.: Ruymán