Sin luz y sin agua… Pero también sin miedo

El pasado jueves 22 de marzo de este 2018 a las más de 70 familias de la Comunidad “La Esperanza” se les arrebató su derecho a acceder a unos bienes tan básicos como el agua corriente y la luz eléctrica. Lo hizo Unelco, la filial de Endesa en Canarias. Lo hizo sin ningún tipo de aviso previo y lo hizo desoyendo nuevamente la reclamación de los vecinos de que se les proporcione un suministro regular que, a pesar de sus escasos ingresos, siempre se han comprometido a costear. Lo hizo por ambición y codicia, porque considera que su derecho a la propiedad privada está por encima de nuestro derecho a la vida.

Detrás de esa frase y esa cifra, “más de 70 familias”, se encuentran nuestras caras y nuestros nombres, nuestras circunstancias, luchas y sufrimientos, y, sobre todo, se encuentran nuestros hijos. Nuestros niños son el núcleo de “La Esperanza”, son la mayoría en esta comunidad y son el principal motivo por el que un día decidimos sumarnos a este proyecto. Estos niños hoy no tienen ni agua ni luz. Y eso, como padres, no pensamos consentirlo.

¿Quieres saber qué es “La Esperanza”? “La Esperanza” son 4 bloques de viviendas socializados donde se encuentra la comunidad autogestionada más grande del Estado español. Sí, uno de los proyectos de realojo de familias sin hogar más numeroso y longevo no se encuentra en un lejano país ni pertenece a pasados tiempos revolucionarios; se encuentra aquí y ahora, en Gran Canaria, en una pequeña isla donde nos quieren hacer creer que nunca pasa nada. A comienzos de 2013 la FAGC (Federación Anarquista de Gran Canaria) llegó a un acuerdo con la promotora del la construcción para habilitar el inmueble a cambio de permitir que entráramos familias sin recursos y con hijos a cargo. Este febrero de 2018 se cumplieron 5 años desde que entramos las primeras 20 familias. Hoy somos más 70. Actualmente somos autogestionarios por completo, tanto en gestión interna como a nivel económico. Nosotros tratamos de solucionar los posibles problemas de convivencia en asamblea. Nosotros decidimos las condiciones de entrada de nuevas familias si alguna vivienda se queda vacía. Nosotros costeamos nuestra agua, pagando caras cubas de 10.000 litros diarios, y nos encargamos, sin ayuda de ninguna institución ni partido, del mantenimiento del edificio. Eso es “La Esperanza”.

¿Y quieres saber quiénes somos los vecinos que componemos este proyecto? Somos trabajadores de la construcción arrojados al desempleo tras la crisis del sector y que de un día para otros nos vimos sin casa a pesar de haber ayudado a construir tantos hogares. Somos madres solteras que sacamos a nuestros hijos adelante con poca o ninguna ayuda de las instituciones. Somos mujeres que hemos escapado de situaciones de maltrato y que hemos encontrado en “La Esperanza” un hogar para nosotras y nuestros hijos. Somos migrantes a los que años de trabajos precarios no nos ha permitido tener lo mínimo ni para pagar un alquiler. Somos enfermos crónicos a los que tener una vivienda en “La Esperanza” nos ha permitido no morir en la calle. Somos ancianos con pensiones ridículas y mil problemas físicos que no tenemos más techo que este. Somos desahuciados a los que la policía arrojó un día a la calle por impago de hipoteca y alquiler y hoy no tenemos otra salida que esta comunidad. Somos indigentes que llevábamos años sin dormir a cubierto hasta que se nos entregó las llaves de esta vivienda que nos ha salvado la vida. Y sobre todo somos niños, niños que vamos al colegio y estudiamos, que jugamos y crecemos en estos edificios, que vemos como nuestros padres se sacrifican diariamente para poner un plato en la mesa y que luchan a diario para que nosotros nunca llevemos una vida tan dura como la suya.

Estas somos algunas de las personas reales que hoy tenemos que afrontar un nuevo día sin agua y sin luz. Cuando Unelco-Endesa nos cortó la luz no sólo dejó a 200 personas sin posibilidad de conservar sus alimentos o de iluminarse para hacer los deberes; dejó a 200 personas sin agua porque para que el agua llegue a las viviendas dependemos un hidro que funciona con energía eléctrica. Nadie nos preguntó si teníamos conectada alguna máquina de soporte vital para algún vecino enfermo. Nadie nos preguntó cómo asearíamos ahora a nuestros hijos para ir al colegio. Nadie nos preguntó como apaciguaríamos los llantos de los niños a los que desde que se pone el sol tenemos que alumbrar con velas.

Esta atrocidad no hubiera podido perpetrarse sin la complicidad y colaboración necesaria de las autoridades municipales. El Ayuntamiento de Santa María de Guía ha autorizado las obras en vía pública que nos han dejado sin luz. El ayuntamiento se ha negado a darnos cualquier explicación o solución. El ayuntamiento no tiene previsto para este caso, en el que 200 de sus vecinos están sin luz y sin agua, ningún plan alternativo. Para ellos siempre hemos sido “extranjeros”, “gente de fuera”, y se nos ha tratado con un desprecio y xenofobia que hiere nuestra dignidad humana. Todo esto a pesar de que la mayoría, según su legislación, somos vecinos de pleno derecho porque estamos empadronados (hasta que en verano de 2016 el propio alcalde, Pedro Rodríguez, dio orden de no dejar empadronarse a nadie más contraviniendo la propia normativa de empadronamiento1). Lo que pretenden con esta maniobra es que abandonemos voluntariamente el inmueble (cosa que ya intentaron vía decreto en marzo de 2016) y para conseguirlo no les importa arrasar con todo, incluso con el bienestar de los niños y la poca salud de los enfermos. Según su normativa municipal2, constitucional3 e internacional4, no podemos carecer de suministros básicos y están obligados a garantizarnoslos. Pero las leyes que estos funcionarios juraron respetar son leyes de papel para unos y de sangre para otros, según quien las aplique o quien las sufra.

El colaborador necesario de este intento de provocar una crisis humanitaria es el alcalde Pedro Rodríguez, parlamentario en el Gobierno de Canarias por Nueva Canarias, partido que no ha dejado de llenarse la boca hablando de “programas de pobreza energética” y “desahucios 0” y firmando acuerdos con plataformas antidesahucio mientras permite que uno de sus parlamentarios condene a 200 personas a sobrevivir en condiciones infrahumanas. Por su parte el Cabildo y el Gobierno de Canarias, con los que ya contactamos en 2016 ante el intento de desalojo municipal, conocen perfectamente nuestra situación, al menos con el agua (pues en su día se les dijo que no disponíamos de agua de abasto), y se han inhibido completamente permitiendo que más 70 familias permanezcan, en ese “Caribe europeo” del que se sienten tan orgullosos, sin agua y sin luz.

Pero si las instituciones no hacen nada nosotros, los vecinos, sí pensamos hacerlo. Ante la voracidad capitalista de Unelco-Endesa y la cruel insensibilidad de los organismos públicos, “La Esperanza” declara que no se quedará quieta. No permitiremos que los servicios sociales, que obedecen al gobierno local que ha permitido que estemos sin luz y sin agua, cometa la retorcida maniobra de poner a nuestros menores en riesgo por carecer de los suministros básicos que ellos mismos han permitido que nos cortaran. No consentiremos que nuestros hijos sigan una semana más aseándose con garrafas de agua helada y teniendo que vivir alumbrados por velas. Empezamos desde ya mismo una semana de ruido y movilización, de rabia y protesta. Hace unos días cortábamos la calle frente a la comunidad, y eso sólo es una pequeña muestra de hasta dónde pensamos llegar para conquistar nuestros derechos. Convocaremos a todos los medios a una próxima rueda de prensa multitudinaria y denunciaremos ante ellos lo ocurrido. Difundiremos por redes cada segundo de esta lucha agónica. Haremos una hoja de ruta de movilizaciones que incluyen concentraciones, manifestaciones, acampadas y protestas en los feudos de los que consideramos responsables de esta emergencia humanitaria. Movilizaremos a la opinión pública, dentro y fuera de la isla, para hacer que la presión a los que intentan quitarnos la vida se haga palpable. Y buscaremos, por nosotras mismas, y con la ayuda de colectivos que no buscan votos ni fotos, la manera de volver a restituir el suministro eléctrico, sea a través de motores o de placas fotovoltaicas. Solicitaremos la solidaridad de todas y todos aquellos que sienten que nuestra causa es la suya y que nuestro dolor no sólo nos duele a nosotros. Unelco-Endesa y la administración han intentado imponer sus intereses a nuestro bienestar, pero les demostraremos que nada puede hacer la propiedad privada ante nuestras ganas de vivir, ante nuestras ganas de seguir vivos. Por ahora estamos sin luz y sin agua… Pero también, recuérdenlo, estamos sin miedo.

¡La “Esperanza” no se pierde!

Comunidad “La Esperanza”

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1Según el Real decreto 1690/1986, de 11 julio, por el cual se aprueba el Reglamento de Población y Demarcación Territorial de las Entidades locales, en su art. 54.1: “Toda persona que viva en España está obligada a inscribirse en el padrón del municipio en el que resida habitualmente”. Y en su art. 58.1: “El Ayuntamiento facilitará a todos los que vivan en su término hojas padronales o formularios para que le notifiquen los datos de inscripción”.

2El Reglamento del Servicio Público de Agua en el término municipal de Santa María Guía en su art. 2 establece que “el servicio de abastecimiento de agua es de carácter público, por lo que tendrán derecho a su utilización cuantas personas lo deseen, sin otra limitación que las condiciones y obligaciones que señala dicho Reglamento y la legislación vigente en la materia”. Lo mismo se constata en el art. 26.1.a) de la Ley de Bases de Régimen Local 7/1985.

3Ver la sentencia del Tribunal Constitucional 185/1995 y la propia Constitución Española en sus artículos 43.1 y 43.2.

4Ver la resolución de las Naciones Unidas 64/292.

Nota de prensa

Convocatoria rueda de prensa

El pasado jueves 22 de marzo (2018) la empresa Unelco-Endesa cortó, sin previo aviso, el suministro eléctrico que abastecía a la Comunidad “La Esperanza” en el municipio de Santa María de Guía (Gran Canaria). La Comunidad “La Esperanza” es la comunidad autogestionada más grande del Estado español y se compone en su mayoría de familias sin recursos con hijos a cargo que a comienzos de 2013 fueron realojados allí a través de la Federación Anarquista de Gran Canaria, contando con el consentimiento de la promotora propietaria del inmueble que aún se encuentra litigando su proceso de embargo a manos de Bankia (siendo adjudicataria de la deuda la SAREB).

La gravedad del acto de Unelco-Endesa es incalificable desde una perspectiva humanitaria si atendemos a que en la Comunidad viven más de 70 familias, unas 200 personas, siendo más de la mitad de ellas menores. El problema no es sólo que la comunidad carece de luz, sino también de agua, pues el hidro que traslada el agua a las viviendas no funciona sin energía eléctrica. Las consecuencias directas para estas familias y sus hijos, obligadas de un día para otro a vivir sin agua y sin luz, pueden ser irremediables si no hallamos una solución urgente.

Unelco-Endesa siempre se ha negado a regularizar el suministro eléctrico, a pesar de la disposición de los vecinos a pagar contadores y cuotas. La negociación con ellos ha sido imposible desde hace 5 años. A su vez ninguna administración pública ha aceptado mediar o intervenir para garantizarnos este derecho a los suministros básicos que la propias normativas municipales establecen.

Es por eso que queremos convocar a todos los medios de comunicación a una rueda de prensa que tendrá lugar el próximo lunes día 2 de abril a las 9:30 en la Comunidad “La Esperanza” (carretera del norte kilómetro 24, Albercón de la Virgen, frente a la ITV) para denunciar esta situación, provocada por Unelco-Endesa con la complicidad de todas las administraciones públicas competentes que se proponen crear una crisis humanitaria en “La Esperanza” de consecuencias irreversibles. Las vecinas y vecinos de la Comunidad no pensamos permitirlo y buscaremos por nosotros mismos las soluciones que ellos no nos dan. Pero para eso necesitamos primero dar a conocer nuestra dramática situación y que los medios comparezcan e informen de un hecho que se prefiere silenciar: que en el democrático Estado español, en esa zona política progresista y avanzada llamada Europa, 200 personas, en su mayoría niños, carecen de los suministros más básicos (agua y luz) por culpa de la codicia de una empresa privada y por culpa de la vergonzosa inhibición de las administraciones públicas.

Precaristas: Crónica de la lucha por la vivienda en Gran Canaria

Documental sobre la emergencia habitacional y la organización de las vecinas del Sindicato de Inquilinas de Gran Canaria.

Playa Puerto Rico. Gran Canaria
Playa Puerto Rico. Gran Canaria

«Gran Canaria es un cuadro que nadie mira en detalle. Un cuadro donde se ven palmeras, sol y playa. Se ve la parte bonita, los 25º de temperatura diarios que parece que se imponen por decreto. Pero cuando te acercas al cuadro se ven trazadas gruesas. Ves que en el óleo quedan grumos. Y en ese grumo hay miseria, hambre, gente que es muy válida y que está viviendo en la calle. En los pequeños fragmentos de ese cuadro se puede ver a una población que ha levantado todo lo que vemos, pero que sin embargo vive en la calle porque no tienen un techo para ellos mismos».

Fragmento de la entrevista a Ruymán Rodriguez, Sindicato de Inquilinos Gran Canaria.

Precaristas es un documental sobre la lucha por el acceso a la vivienda que están llevando acabo las vecinas del Sindicato de Inquilinas de Gran Canaria. Nuestro objetivo es presentar algunos de los proyectos de vivienda autogestionados que existen en la isla como La Comunidad Esperanza, El Refugio y La Ilusión, entre otros.
Proyectos organizados y habitados por personas pobres y en riesgo de exclusión social; familias golpeadas por la «crisis», paradas de larga duración, migrantes sin papeles, madres con menores a cargo que han sido víctimas de violencia machista y así un largo rango de perfiles sociales que ilustran la composición de la miseria canaria.
Las más vulneradas y olvidadas por la administración, las expulsadas del sistema, que sólo cuentan con sus manos y con el apoyo de la Federación de Anarquistas Gran Canaria.
A través de los relatos de su lucha diaria y sus vivencias, nos acercamos a la cara menos atractiva y publicitada del «Caribe europeo».

¿Por qué en Canarias?

Desde su nacimiento, pero desde la distancia, hemos seguido con atención las propuestas de autoorganización y acción en materia de vivienda que planteaba desde hacía años la Federación Anarquista Gran Canaria (FAGC). Quisimos conocer de primera mano alguno de sus proyectos impulsados y referentes en nuestras geografías como la Comunidad Esperanza y el Sindicato de inquilinos de Gran Canaria; proyectos centrados entorno a la vivienda, el realojo y el acompañamiento y apoyo a familias socialmente vulnerables. Hemos decidido explicarlo a través de un documental, con el objetivo de expandir la lucha y los aprendizajes de esas personas que, por su condición económica y orográfica, se encuentran doblemente aisladas en una isla.
Queríamos hacerlo en sintonía con las vecinas afectadas, a través de un lenguaje audiovisual que dignificara sus trayectorias vitales y sus procesos de organización y empoderamiento social.
Por tanto, con un tratamiento sensible y sensibilizado, pero alejado de sensacionalismos, victimizaciones y enfoques en formato “carnaza” con los que generalmente se aborda la cuestión de la precariedad en el acceso a la vivienda.
La idea siempre ha sido hacer un trabajo periodístico, riguroso y de calidad, dando voz a diferentes actores sociales y políticos de la isla como la PAH Canarias, la consejería de vivienda, juristas y académicos. Pese a esto, nos alejamos del concepto-trampa de la «objetividad». Manteniendo en nuestro enfoque la crítica hacia una realidad social (también la canaria) profundamente condicionada por las relaciones estructurales de poder, opresión y legitimidad.

El proyecto tendrá una duración de 40-50 minutos, se ha grabado mayoritariamente a 4K y esperamos poderlo presentar a finales del 2018, coincidiendo con el quinto aniversario de La Comunidad Esperanza. Por el momento compartimos el teaser del documental.

Sobre los proyectos Precaristas

Sindicato de Inquilinos de Gran Canaria

El primer sindicato de inquilinas del Estado, formado por las propias vecinas afectadas; inquilinas, ocupas, indigentes y precaristas. A través de la negociación o mediante la acción directa, el sindicato socializa suministros, para desahucios, realoja a personas sin techo o recurre a huelgas de alquileres en apoyo a familias necesitadas, que no tienen otra alternativa que la indigencia.

En unas islas con 138.000 casas vacías y una media de 15 desahucios diarios, los edificios ocupados por el colectivo son siempre de bancos o entidades públicas, nunca de particulares.
Gracias a que la mayoría de personas realojadas se implican más tarde en las acciones del Sindicato y de la FAGC, el movimiento crece día a día. Ya han conseguido dar cobijo a mas de 1200 personas, paralizar 3 desalojos masivos y ocupar más de 400 inmuebles vacíos.

Vídeo Explicación Sindicato de Inquilinos.

Comisiones del Sindicato de Inquilinas reunidas en el Asambleatorio de la Comunidad Esperanza.
Comisiones del Sindicato de Inquilinas reunidas en el Asambleatorio de la Comunidad Esperanza.

Comisiones del Sindicato de Inquilinas reunidas en el Asambleatorio de la Comunidad Esperanza.
Comisiones del Sindicato de Inquilinas reunidas en el Asambleatorio de la Comunidad Esperanza.

Comunidad La Esperanza

Cuatro bloques de viviendas en Santa María de Guía donde 280 personas -150 menores edad- se autoorganizan en la que probablemente sea la mayor ocupación hecha por familias en todo el Estado. La Esperanza funciona mediante asambleas y comisiones de gestión de las vecinas como: Realojo, mantenimiento, solidaridad y tesorería. El proyecto, nacido hace 5 años y propiedad de la SAREB, ya ha resistido a un intento de desalojo y se ha convertido en una comunidad referente, tanto en el archipiélago como en la península, desde donde reivindicar y ejercer el derecho a la vivienda.

Comunidad La Esperanza. Santa Maria de Guia.
Comunidad La Esperanza. Santa Maria de Guia.
Puerta Comunidad La Esperanza.
Puerta Comunidad La Esperanza.

Comunidad La Esperanza. Santa Maria de Guia.
Comunidad La Esperanza. Santa Maria de Guia.
Thai. Madre realojada. Actualmente afiliada al Sindicato de Inquilinos.
Thai. Madre realojada. Actualmente afiliada al Sindicato de Inquilinos.
Guille. Afiliado al Sindicato de Inquilinos y vecino de La Esperanza.
Guille. Afiliado al Sindicato de Inquilinos y vecino de La Esperanza.

Los Barracones del Conde

El Sindicato ha paralizado el desalojo de los Barracones del Conde, en San Bartolomé de Tirajana. Desde hace más de 50 años, familias de trabajadores del Conde de la Vega Grande viven en cuadras para animales habilitadas como vivienda por ellas mismas a lo largo de estos años.

A día de hoy, el Conde, también desarrollador del sector turístico de la isla, quiere desprenderse de esos terrenos y sus moradores, efectuando un desahucio masivo, incumpliendo los contratos acordados en el pasado con sus inquilinos/as.

+ Info Barracones del Conde

Barracones del Conde de la Vega Grande. San Bartolomé de Tirajana.
Barracones del Conde de la Vega Grande. San Bartolomé de Tirajana.
Doña Ana. Vecina afectada por los deshaucios de los Barracones.
Doña Ana. Vecina afectada por los deshaucios de los Barracones.

La Ilusión

Ubicada en un bloque propiedad de la SAREB y abandonada durante años en estado de degradación, la finca ha sido rehabilitada por 11 familias. (41 personas, 20 menores).
+ Info la Ilusión

El Nido

Una alternativa habitacional a los centros de acogida para mujeres maltratadas por sus parejas. Un espacio de seguridad, refugio, empoderamiento y terapia. Impulsado el 8 de marzo, Día de la Mujer trabajadora, por y para mujeres. Aunque a día de hoy el espacio físico está desalojado, la voluntad y necesidad social de hacerlo renacer sigue intacta.

El Refugio

Municipio de Telde. Cuatro chalets abandonados, que jamás se estrenaron y ni siquiera constan en el registro de la propiedad, han sido ocupados por el Sindicato para alojar a familias sin recursos.

Quiénes somos

InèrciaDocs es el nombre que nos une en nuestro primer documental. Somos Àlex, Marc y Guille; amigos y aborígenes crecidos en Barcelona y Mollet. Tenemos menos de treinta años y venimos de trayectorias ligadas al campo de la realización audiovisual, el periodismo y el activismo social y comunicativo.
Este es nuestro primer proyecto documental; un proyecto totalmente autogestionado y sin ánimo de lucro. Hemos afrontado todos los costes técnicos y logísticos que implica viajar y hacer un documental en Gran Canaria, así como el proceso de creación y producción.
No tenemos subvenciones ni créditos. No venimos de parte de ningún partido político o entidad.
Ya ha pasado un año desde que nos reunimos por primera vez para arrancar el proyecto, un año lleno de anécdotas y mucho aprendizaje. Durante este año y los 18 días de rodaje, nuestra voluntad siempre ha sido y será la de implicar al máximo número de colectivos, personas y espacios en la difusión de este documental para expandir, así, esta digna lucha.
Por eso, contamos con la colaboración de diferentes colectivos sociales, de la comunicación y de la música:

La Directa, un medio de comunicación cooperativo en catalán de actualidad, investigación, debate y análisis con doce años de trayectoria. Un proyecto asambleario, autogestionado y descentralizado, que entiende la comunicación como una herramienta de transformación social, colocando en el centro de su proyecto el relato de los movimientos sociales.
La Directa, que ha seguido y cubierto periodísticamente desde hace años la lucha de la FAGC y el SIGC, colabora con el proyecto apoyando la difusión de las proyecciones del documental.

El Col·lectiu Bauma es un colectivo editorial y de artes gráficas que aporta al proyecto la edición artesanal del libro «Las ideas, los hechos. Federación Anarquista Gran Canaria” que ofrecemos en las recompensas a lxs mecenas.

«Miramos de construir día a día redes de apoyo mutuo y romper con el trabajo asalariado.
Compartimos, de manera cuidada y artesanal, las luchas, sueños y experiencias que envuelven nuestro día a día. Aportamos nuestro grano de
arena en los campos de la edición, el diseño, la encuadernación artesanal, la ilustración, la serigrafía, la corrección y traducción».

Del blog del Col·lectiu Bauma

El grupo Sílvia Tomás, dedicará el tema La Esperanza, compuesto especialmente para musicar el documental. Además, su último trabajo autoproducido en 2017, «Següent Pas», será una de las recompensas que ofrecemos para lxs mecenas.

Desde el año 2012, el trio propone «canciones y letras que se posicionan, que son críticas y que apelan a la responsabilidad de los individuos de hacerse cargo de la propia vida. Lo hacen desde diferentes espacios, muchos de ellos abiertos y autogestionados, así como festivales, bares o centros culturales».

«La música como arma comunicativa ha sido a lo largo de estos años de crecimiento y aprendizaje, y sigue siendo aún, la manera que tengo y utilizo para canalizar las emociones, vivencias y experiencias que me ocurren en la sociedad en la que vivo y en la cultura que se impone.
Actualmente, y después de haber caminado con otros compañeros, me acompañan, en la vida y la música, Guillem Boada en el teclado y Mateo Martínez en la guitarra flamenca. Dos músicos que han escogido vivir despiertos y sensibles a lo que nos rodea, preguntándose y questionándose. Y que han convertido también su instrumento en una arma que hace eco de lo que en el presente nos pasa»

Silvia Tomas "Trio"
Silvia Tomas «Trio»

De la página web de Sílvia Tomàs

Sobre las recompensas

El libro “Las ideas, los hechos. Federación Anarquista Gran Canaria” es una preciosa edición artesanal elaborada por el col·lectiu Bauma en el año 2015. Un trabajo para desgranar la naturaleza de la FAGC, recopilando las reflexiones teóricas y de su experiencia los últimos años en el anarquismo combativo de barrio, así como una recopilación de sus tuits más destacados.

“En este lustro de lucha hemos esquivado bastantes balas, hemos desarrollado un trabajo agotador, extenuante, y la represión se ha cebado con nosotros; hemos parado desahucios, la mayoría de las veces tirando más de las herramientas, el ingenio y la voluntad que del apoyo de las organizaciones políticas; hemos ocupado cientos de inmuebles en los que hemos realojado a un millar de personas, mientras nos reunimos como bandoleros en los campos por la inseguridad de tener una sede fija; hemos iniciado e impulsado la ocupación más grande del Estado y hemos pagado su precio en sudor y experiencia; hemos hecho muchas cosas que aún saben a poco»

Fragmento de “Las ideas, los hechos. Federación Anarquista Gran Canaria”

El disco «Següent pas» es un conjunto de 12 canciones editado de forma autoproducida y publicado bajo licencia Creative Commons por Sílvia Tomás Trio en 2017.

«Un disco dedicado a todas las personas que luchan por dentro lo que quieren ver fuera y que luchan fuera lo que quieren ver dentro. A todas las que ya se han ido y nos han dejado semillas por cuidar, semillas de amor, de empatía y solidaridad. A todos los que nos hemos ido encontrando y nos reconocemos humanos. En este camino de cuestionar el orden establecido y plantear respuestas, de reconciliar y confrontar experiencias, de navegar entre la impotencia y la capacidad de mejorar… es de donde surgen estas canciones que las sentimos más colectivas que propias».

Una de las canciones que integran el disco es «Carta a Kobane», un homenaje a la lucha en el Kurdistan de Siria a través de la interpretación de las palabras de una miliciana kurda a su madre.

CÓMO PARTICIPAR EN EL CROWDFUNDING

1- Si no eres usuario/a de Verkami, primero debes registrarte (en la parte superior derecha, pincha en «Registrarte» y rellena tus datos). Si ya lo eres, inicia sesión.
2- En la columna derecha, selecciona la recompensa/pack que más te guste.
3- Pincha en «Aportar» y sigue las instrucciones de pago con tu tarjeta de crédito.
4- ¡Ya eres mecenas!

A qué destinaremos vuestras aportaciones

Las aportaciones irán destinadas principalmente a cubrir los costes logísticos, técnicos y de post-producción (edición , etalonaje, diseño de sonido, distribución y presentación en Barcelona y Gran Canaria). También para los costes de la grabación del tema La Esperanza y para el envío de las recompensas. (Nota: Para los envíos de recompensas a las Canarias contactaremos más adelante con lxs mecenas de las islas para hacer un envío colectivo a un espacio aún por concretar.)

En caso de conseguir nuestro objetivo y superarlo, nos gustaría hacer una aportación a alguno de los sindicatos de inquilinos o colectivos de vivienda del estado que trabajan desde y con los barrios.

NOTA: Los que queráis hacer alguna aportación y no tengáis tarjeta de crédito nos podéis escribir un correo electrónico: inerciadocs@gmail.com

Calendario previsto

Queremos finalizar el montaje y presentar el documental en mayo del 2018, mediante proyecciones en Barcelona y Gran Canaria, coincidiendo con el quinto aniversario de La Comunidad Esperanza.

Después, si hay interés, el documental puede proyectarse en otros espacios y geografías.

Las mecenas recibirán las recompensas un mes antes del estreno del documental.

+ Info

Sobre el documental:
Facebook: @inerciadocs
Twitter: @InerciaDocs
Mail: inerciadocs@gmail.com
Vimeo: https://vimeo.com/inerciadocs

Sobre la FAGC y el SIGC:
Blog de la Federación de Anarquista de Gran Canaria
Blog del Sindicato de inquilinos

Artículos periodísticos:

Gran Canaria: 55 inmuebles ocupados en 2013
Diagonal 17/04/13

Ruymán Rodríguez: “El proyecto ‘La Esperanza’ es un modelo resolutivo que demuestra que la anarquía es más funcional”
AraInfo 02/04/17

L’anarquisme de barri (re)neix a Gran Canària
La Directa 06/09/17

Quan l’Esperança és l’última opció
La Directa 31/07/15

Entrevista de La Directa a nuestro compañero Ruymán

Entrevista de Guille Larios para La Directa.

(traducida gracias a los compas @Nen_17 y Benjamín Recacha)

Ruyman Rodríguez: “La gente no se hará anarquista escuchando lo que digo, sino viendo lo que hago”

Desde la Federación Anarquista Gran Canaria (FAGC), Rodríguez propugna una acción política de inmediatez, de barrio, plasmada en proyectos como la Comunidad Esperanza, la ocupación más numerosa del Estado español

Autodidacta, incombustible, directo e incendiario, por la cabeza y las manos de Ruyman Rodríguez han nacido y arraigado proyectos de envergadura como la Comunidad Esperanza —considerada la ocupación más grande hecha por familias en el Estado español— o el primer sindicato de inquilinos del estado, experiencias sobre las que actualmente se está preparando el documental Precaristas. A fuerza de teoría y, sobre todo, de mucha práctica, ensayo y error, el portavoz de la Federación Anarquista Gran Canaria (FAGC) nos explica las experiencias y los límites de su acción y pensamiento político tras estos años de (r)evolución en el anarquismo combativo de barrio. Aquel que milita y se embarra en la realidad de las más excluidas y desclasadas, aisladas en una isla atravesada por el paro, la pobreza y los desahucios.

¿Qué es la FAGC?

Podríamos decir que nacimos con el 15-M, en la plaza San Telmo de Las Palmas, aunque ya existíamos desde hacía años operando desde las dimensiones de un anarquismo convencional. Al principio éramos una federación al uso, muy críticos, pero caíamos en dinámicas de autoconsumo y reivindicación que entendíamos que eran propias del folklore libertario. Un día, repartiendo panfletos contra Monsanto, acabamos dándole uno a un hombre que rebuscaba comida en la basura. Fue un shock, porque nos dimos cuenta de que estábamos pidiendo a la gente más pobre que discriminara qué podía comer y qué no, que fuera en bici cuando no dejaban ninguna huella ecológica o que no creyeran en Dios cuando todos los habían abandonado y dormían cada noche en una barca en la arena… Después del deslumbramiento que provoca el choque con la realidad, abrimos los ojos y nos dimos cuenta de que estábamos totalmente alejados de los problemas de la gente, de sus necesidades básicas.

¿Qué diferencias hay entre la FAGC y el anarquismo que llamáis convencional?

El nuestro es un anarquismo de barrio, hecho y dirigido por las mismas pobres. La mayoría de personas que articulan la solución a sus problemas son las propias afectadas. Además, el 90% de las integrantes son mujeres. También se ha de entender porque, a través de lo que hemos hecho, desarrollamos nuestra teoría. No al revés. Y así, exponemos los fracasos de esta práctica y hacemos autocrítica.

¿Por qué os centrasteis en la lucha por la vivienda?

Igual que hizo aquel indigente, los datos sobre problemáticas sociales nos escupieron en la cara. Tenemos entre un 35 y 30% de paro, un 35% de exclusión social, récord de pobreza infantil con un 35% de la infancia, 735 desahucios al trimestre, 138.000 casas vacías y 35.000 demandantes de vivienda.

Hay otro problema grave, y es que la mayoría de viviendas de los barrios populares no se están destinando a la población residencial, sino que se han enfocado a la turistificación masiva que sufrimos. En las islas somos dos millones de habitantes y recibimos cada año más de 13 millones de turistas. La expulsión del vecindario por la gentrificación genera un cinturón de ciudades dormitorio en el extrarradio, a donde va a parar la población canaria de origen trabajador. Por todo esto consideramos la vivienda como el frente más urgente desde donde empezar a trabajar.

¿Y cómo fue?

Empezamos parando desahucios. Pero como solas no podíamos, intentamos hacer un frente de vivienda con la PAH y el movimiento okupa. La PAH nunca quiso implicarse. El movimiento okupa sí que lo hizo, y durante una época estuvo a la altura, pero las dinámicas de autoconsumo lo absorbieron. Priorizaban sus actividades y espacios de meditación o reiki en vez de realojar a familias desahuciadas. Nos aprendimos el Código Penal entero para asesorar a la gente legalmente y seguimos parando desahucios con medios mecánicos. Bunquerizábamos la vivienda, clavábamos puntales, planchas de metal y bombonas con hidrógeno. Hemos parado todos los desahucios a los que hemos ido. Hoy en día, por suerte o por desgracia, nos hemos hecho un nombre, y los propietarios o bancos se acercan a negociar cuando estamos por el medio porque saben que sufrirán las consecuencias en el ámbito mediático y de acción directa. Después de eso, comenzamos a ocupar y realojar familias, primero a través de viviendas unifamiliares, y después en la Comunidad Esperanza.

Explícanos ese proyecto…

Es quizás nuestro buque insignia, el proyecto más importante que hemos impulsado. Contactamos con la propietaria de una promotora con cuatro bloques de viviendas embargados por Bankia y allí realojamos a 210 personas que teníamos en lista de espera. Se creó el Asambleatorio y se fijó una asamblea mensual, que regula la vida de la comunidad. Se crearon comisiones como el huerto, mantenimiento, solidaridad, tesorería y realojo, porque las mismas vecinas se encargan de gestionar cuándo una familia abandona la comunidad y cuándo una nueva cumple los requisitos para acceder a ella.

¿En qué personas o requisitos priorizáis en vuestros programas de realojo?

Uno de los que pedimos es que se ingresen menos de 426 euros mensuales y se tenga familia a cargo. La excepción es para personas con enfermedades crónicas o con situaciones muy graves. Otro núcleo importante son los parados de larga duración. Hay población inmigrante, que a menudo ya no tiene acceso a sanidad. Hay muchas mujeres maltratadas que tiran adelante con sus hijos. También hay indigentes crónicos, gente que prácticamente nunca ha tenido vivienda. La composición de miseria canaria es un cuadro que nadie mira en detalle. Un cuadro donde se vende sol, playa y veinticinco grados de temperatura. Pero si te acercas al cuadro, hay trazos gruesos; miseria, hambre, gente válida que sabe levantar edificios con sus manos y que vive en la calle.

¿Qué conflictos contradictorios os habéis encontrado al tirar adelante estos proyectos?

Nosotros partíamos de la idea anarquista, muy infantil, de Kropotkin, que decía que si solucionábamos la cuestión del pan, todo se solucionaría. Yo creía en eso firmemente y que, cambiando la realidad material, todo cambiaba. Creía que la gente era racista, machista o maltratadora, no sólo por cuestiones culturales heteropatriarcales, sino porque estaban en situaciones de pobreza, sin las necesidades básicas satisfechas, asumiendo el discurso del sistema. Y pensaba que si esa gente mejoraba sus necesidades, se plantearía otras cosas y no serían tan cabrones. Pero me equivoqué.

¿Puedes poner un ejemplo concreto?

Al principio no pedíamos ninguna documentación a la gente necesitada que venía, porque a mí me parecía una cosa reformista, burocrática, antianarquista. Y lo probamos así, a puertas abiertas. Pero comprobamos que mucha gente solicitaba vivienda cuando ya tenían otra, tenían ingresos suficientes que querían ahorrarse o se inventaban algún hijo a cargo. Hoy en día pedimos el certificado de paro y de la seguridad social, el de patrimonio y el libro de familia. También exigimos que la gente se implique en la ocupación de su vivienda, de proveerse de luz y agua, y que ofrezca la misma solidaridad que se le ha ofrecido, parando desahucios o ayudando a realojar.

Y bajo estos aprendizajes habéis desarrollado vuestros realojos…

Me he dado cuenta de que, cuando iniciamos un proyecto de vivienda, la cuestión es llegar al mayor número de personas. Si analizamos un Centro Social Okupado, vemos que sólo un 10% del colectivo se implica en la gestión y el trabajo sucio. El resto va y se toma unas birras. Si eso pasa en ambientes militantes, con gente que se ha leído todo lo que se ha escrito, ¿por qué le exigimos más a la gente de los barrios? Yo parto de que tendremos el mismo porcentaje de implicación en nuestros proyectos socializados. Un 10%. Entonces, he de ser más ambicioso. Si ocupamos para cien familias y sólo diez se implican realmente, quiere decir que he de ocupar para mil familias para tener una militancia de cien familias. Es ampliar, trabajar más. Pero es la solución. Porque el aprendizaje anarquista no es teórico. Cuando más anarquista me he hecho es cuando lo he confrontado con la realidad. La gente no se hará anarquista escuchando lo que digo, sino viendo lo que hago.

¿Cómo se evita caer en el asistencialismo y empoderar a las realojadas, evitando las dependencias?

Es un riesgo que siempre está ahí. Se cae en el asistencialismo cuando solucionas necesidades básicas de la gente y buscas la estabilidad pero no se generan nuevos conflictos. Cuando la Esperanza ha sido más fuerte es cuando se han organizado para luchar, cuando ha tenido la amenaza de desalojo, cuando han ido a parar un desalojo a otro sitio. Y cuando ha sido más débil es cuando ha estado en periodos de estabilidad, cuando todo iba bien. La clave para huir del asistencialismo es generar conflicto, mantener siempre la tensión social. Inducir a la gente que ya tiene satisfechas las necesidades básicas a que ahora lo que necesitan es libertad y autonomía, que necesitan enfrentarse a un sistema que se lo ha quitado todo y les ha obligado a conseguírselo por sí mismos. Esta dinámica de tomar lo que sobra no puede acabarse con unos cuantos recursos básicos. Hemos de seguir tomando. Y si ya has satisfecho tu necesidad de vivienda, colabora con la gente de otros barrios que no la tienen satisfecha. Y entonces nos plantearemos otras fases, como ocupar un medio de producción como la tierra o la fábrica.

¿Qué papel juega el sindicato de inquilinos?

En este tiempo hemos conseguido llegar a mucha gente. La mayoría del sector anarquista convencional se ha quedado por el camino, pero nosotros hemos seguido trabajando con la gente del barrio. Y por eso, la mayoría de gente que ahora colabora con la FAGC nunca ha sido anarquista y quizás ahora no lo son ni lo quieren ser. Así que nos articulamos a través del sindicato, una herramienta mucho más amplia y transversal, con gente de diferentes procedencias ideológicas. Esto no afecta al hecho de que sea totalmente autónomo e independiente de partidos y colectivos. Para mí, lo más interesante es que es una herramienta con un discurso y práctica integral de vivienda. No nos centramos sólo en la hipoteca o el alquiler. Socializamos suministros, realojamos a familias sin techo, recurrimos a huelgas de alquiler… Quiere ser el tipo de herramienta que era en los años 30, pero actualizándose a los tiempos que corren. Creemos que el problema que vendrá de aquí a unos años serán las precaristas; la gente que vive en ocupaciones o en cesiones bajo condiciones precarias. También trabajamos con indigentes, para que tengan voz y puedan defender sus intereses.

¿Cómo se podría replicar este modelo a contextos donde puede parecer que la administración no está tan involucionada o no hay esos indicadores socioeconómicos?

Tenemos que ampliar el espectro. Cuando voy a la península me dicen que allí no hay pobreza, que no es como en Canarias. Quizás aquí la pobreza está más concentrada y es más visible. Pero en la península también existe. Siempre existe, aunque nos han dibujado que no. Sólo hay que salir de la zona de confort y comenzar a trabajar con la gente con la que nunca se ha interactuado, y se darán cuenta. La gente con las necesidades satisfechas no querrá cambiar eso, porque ya viven en un mundo cómodo. Mantienen una distancia prudencial, porque si todo cambiara, su cómodo mundo se acabaría. Y para comprender eso, quizás debamos bajar al barrio, empezar a trabajar y ser parte de la gente más golpeada.

¿Qué os ha supuesto toda esta militancia, en el ámbito personal y político?

Han sido los años más duros de mi vida. He renunciado a todo. De un trabajo estable y una nómina a final de mes, a vivir con 400 euros al mes. Duermo poco gestionando cosas, es una militancia a tiempo completo. Ahogado por multas y persecución policial. Le he alargado la mano a mucha gente y mucha de esa gente me ha partido la cara o me ha apuñalado por la espalda, y no simbólicamente. Pero la evolución ha sido aprender que la idea fanática que yo tenía de la militancia, exponiendo mi propia vida, era un intento estúpido de darle un mártir al movimiento libertario. Para seguir haciendo este trabajo me he de mantener vivo. En el ámbito político, para mí el resultado global ha sido muy positivo. La gente más necesitada ha demostrado que se puede organizar con solidaridad y gestionando los conflictos por sí misma. Que pueden vivir en los márgenes del capitalismo con prácticamente nada. Porque si aquí se inunda una alcantarilla o se rompen las cañerías, no viene el Ayuntamiento ni nadie a ayudarles. Y darse cuenta de que estás sola y que no dependes del Estado te hace ver tu utilidad. Que por ti misma vales. Y que cuando el sistema no te ayuda, quizás es que estás mejor sin ese sistema.

Habéis hecho pública parte de vuestra actividad. Habéis ocupado cerca de 400 casas y habéis realojado a unas mil personas. ¿Habéis calculado la dimensión represiva que eso podría tener?

Los palos han llegado. Intentaron reventarnos golpeándome a mí. La Guardia Civil me torturó, me imputaron una agresión a la autoridad y me piden cinco años. Por eso ahora tenemos diferentes portavoces. No lo consiguieron entonces y tienen muy crudo imputarnos nada en el ámbito penal ahora, más allá de inventarse acusaciones. ¿Qué dirán? ¿Que ayudamos y asesoramos a familias sin techo a conseguir su hogar? Eso lo reconozco mañana mismo en sede judicial. Será muy legal que la gente duerma en la playa, pero para mí no es justo. Estoy orgulloso de ayudar a la gente a conseguir casa. Y si eso es imputable, escupo en su legalidad. Hemos sufrido la represión policial y judicial porque como anarquistas encabezamos esta lucha. Si fuéramos un colectivo más neutral, lo que pasa aquí abriría todas las portadas. Pero estamos aisladas. Iniciativas como la Esperanza o el Sindicato no han tenido la trascendencia que merecen.

¿Por qué?

Porque detrás no hay un grupo legalista, que pacta con políticos, ni tenemos un concejal moderno que se mueve en Twitter. Lo que tenemos son anarquistas, indigentes, mujeres maltratadas, madres con dieciocho años y tres hijos a cargo, toxicómanos, niños con desnutrición. Gente muy jodida. Un perfil que no le gusta a nadie; ni a los anarquistas cool, ni a la izquierda moderna, ni por descontado a la derecha reaccionaria. Y por eso no interesa que seamos noticia.

¿Te han intentado cooptar políticamente?

El sistema lleva con rigor la táctica del palo y la zanahoria. Y ha asumido que lo que no puede comprar lo rompe. Y lo que no puede romper lo compra. Después de las torturas y de que siguiéramos adelante, nos han ofrecido consejerías de vivienda en ayuntamientos, puestos de trabajo, subvenciones, fama, tertulias fijas en canales de televisión. Pero no tienen dinero suficiente para pararnos y hacernos callar. No seremos la marca blanca de ningún partido. No aplacaremos el problema al ayuntamiento de turno, sean los del cambio o los viejos partidos, porque interpretamos que la situación real de la gente de abajo no ha cambiado en absoluto con ninguno de los dos.

En vuestros comunicados tenéis un discurso muy duro y crítico, sobre todo con el movimiento libertario…

No queremos parecer muy cáusticos en nuestro discurso. Hablamos así porque lo hacemos desde el dolor. Y no es un recurso literario; estamos con gente que lucha día a día para sobrevivir. Y que ha aceptado esta lucha por la vida con medios anarquistas porque nadie les ofrecía una herramienta. Y me preocupa, porque esa gente puede caer perfectamente en el discurso de la extrema derecha. Hay tanta miseria que están predispuestas a creer en cualquier cosa. Es una carrera y tenemos que ver quién llega primero. En Canarias ha sido el anarquismo, pero en algunos sitios de la península lo ha hecho el fascismo.

La identidad anarquista

Por Ruymán Rodríguez. Aparecido originalmente en Alasbarricadas.org

Nunca he entendido lo de considerarse anarquista como una identidad. Para mí las identidades colectivas tienden siempre a constreñirnos en compartimentos estancos, en categorías cerradas, cuantificables, cómodamente identificables y asimilables. Respeto todas ellas, siempre y cuando no se configuren en oposición a otras identidades que tengan por inferiores, pero en mi opinión la identidad que verdaderamente nos pertenece y define es la individual, la que desarrollamos aunque nos hubiéramos criado a oscuras y en una isla desierta. Cierto que la identidad se configura con el entorno, a veces absorbiéndolo y otras repeliéndolo (y muchas veces un poco de cada), pero me interesa conocer cuánto de lo que somos sobrevive al contacto con el medio. Siempre he considerado, seguro que erróneamente en opinión de los filósofos y sociólogos, que lo que somos realmente es lo que queda después de ese contacto con el entorno. Lo que el medio pone en nosotros es nuestra identidad social; lo que el medio no puede cambiar, lo que resiste a su contacto, eso es lo que somos. Seguro que para muchas es romanticismo individualista, pero no es mi intención filosofar. Baste con decir que para mí lo que define a una persona es su identidad individual, por encima de la identidad cultural, étnica, genérica, etc., que le hayan impuesto o que haya tenido que escoger entre un número limitado de opciones. A veces esas identidades, como son las políticas, no son neutras, y marcan bastante cómo es la persona en sí (por ejemplo, una identidad política autoritaria), otras están cargadas de unos privilegios de serie (como es la identidad genérica masculina) y hay que declararse en contra o a favor de los mismos, y eso también nos define como individuos. Pero en general, cuando simplemente nos limitan a ser algo circunstancial, que no hemos escogido, que otros eligieron en nuestra cuna por nosotros (identidades nacionales o religiosas), pues todas pueden ser igual de apercollantes. Lo he dicho alguna vez y siempre suena igual de duro, pero me gusta insistir: todas las culturas son iguales, porque todas pueden ser igual de malas. En definitiva, las identidades grupales no me sirven para definir a las personas, su identidad individual sí, del resto hago como hacía Jesús Lizano y sólo “veo mamíferos”.1

Para mí ser anarquista es una sensibilidad, una forma de entender la vida y las relaciones sociales que conlleva una práctica real y una propuesta de vida alternativa a lo existente. Es una sensibilidad que existía antes de que se le diera ese nombre y que existirá después de que éste se haya olvidado. Las manifestaciones anarquistas preceden a la etiqueta, son anteriores a que los griegos acuñaran la palabra2 y a que un francés se autodenominara así como gesto provocativo3. Se asume el nombre de anarquista porque recoge todo lo que conlleva esa sensibilidad, pero a lo largo de la historia han sido muchos y variados los sustantivos que han intentado definir lo mismo. El que corresponde a la edad contemporánea es ese, no hay más. Es posible que ahora, al no vincularlo con un concepto ideológico o científico, alguien entre por la puerta y me exija el carné de anarquista para rompérmelo en la cara. Pero lo que digo no es nada nuevo ni original y son muchas antes que yo las que han entendido así la anarquía y el anarquismo. Para Malatesta: “El anarquismo es un modo de vida individual y social a realizar para el mayor bien de todos, y no un sistema, ni una ciencia, ni una filosofía”4. Rocker se explayaba más todavía:

“Soy anarquista, no porque crea en un futuro milenio en donde las condiciones sociales, materiales y culturales serán absolutamente perfectas y no necesitarán ningún mejoramiento más. Esto es imposible, ya que el ser humano mismo no es perfecto y por tanto no puede engendrar nada absolutamente perfecto. Pero creo en un proceso constante de perfeccionamiento, que no termina nunca y sólo puede prosperar de la mejor manera bajo las posibilidades de vida social más libres imaginables. La lucha contra toda tutela, contra todo dogma, lo mismo si se trata de una tutela de instituciones o de ideas, es para mí el contenido esencial del socialismo libertario. También la idea más libre está expuesta a este peligro, cuando se convierte en dogma y no es accesible ya a ninguna capacidad de desenvolvimiento interior. […] El anarquismo no es un sistema cerrado de ideas, sino una interpretación del pensamiento que se encuentra en constante circulación, que no se puede oprimir en un marco firme si no se quiere renunciar a él”5.

El anarquismo ha sido para muchas, que lo han sabido explicar mejor que yo, un anti-absoluto, una sensibilidad especial y concreta ante los problemas reales que ha exigido a su vez una forma específica de confrontarlos: el antiautoritarismo práctico. Es lógico que si eso es el anarquismo a eso, más que a identidades prediseñadas y uniformadas, deba corresponder el anarquista.

Es cierto que el anarquismo sí surge como problema identitario en muchas ocasiones. Ya lo he comentado en varios textos. Hay quien necesita asumir una identidad prefabricada que cree que le proporcionará prestigio entre un grupo más o menos amplio de afines. Así se producen fenotipos verdaderamente ridículos: el anti autoritario que defiende con fanatismo la autoridad intelectual de tal o cual santón; el iconoclasta que guarda su reliquia libertaria, en forma de bandera o símbolo, junto al corazón; el herético que encabeza la “congregación de la doctrina para la fe” en pos del dogma libertario. Aberraciones de ese tipo las ahí en todos lados: anticapitalistas especuladores, aliados feministas misóginos, ateos creyentes e intelectuales ignorantes. También hay anarquistas que lo son de forma identitaria, pero para mí, con todos los respetos, esa es una forma muy pobre de ser anarquista. Como considerarse identitariamente ario es una forma muy pobre de ser un humano.

Lejos del terreno de las aporías, considero que la sensibilidad anarquista es de vital importancia a la hora de gestionar nuestra propia vida y los conflictos y desigualdades sociales. Una vida sin jerarquías y dónde nuestra supervivencia se vea garantizada por relaciones de ayuda mutua es hoy más necesaria que nunca. Aunque la mayoría de anarquistas podamos coincidir en esto, algunas compañeras han planteado un debate que se podría sintetizar así: ¿debe esta sensibilidad seguir recibiendo el nombre de “anarquista”? Aunque la cuestión parezca meramente formal y no de fondo, la realidad es que las implicaciones, por sus motivaciones y consecuencias, van más allá de una cuestión nominal.

Empecemos aclarando que este debate no es nuevo. Ya Ricardo Flores Magón proponía hace más de un siglo: “Solamente los anarquistas sabrán que somos anarquistas y les aconsejaremos que no se llamen así para no asustar a los imbéciles”6. Varias voces a principios del siglo XX en el Estado español proponían la utilización del término “socialismo libertario” en lugar de “anarquismo” para evitar las connotaciones negativas de este7Y el las últimas décadas el término mismo de “libertario” se ha convertido en un eufemismo de anarquista, cuando no en una forma de aclarar que se es anarquista pero de forma light, descafeinada, no inflamable. En realidad el origen de la palabra no tiene nada que ver con la búsqueda de un sustantivo amable y edulcorado para definir al antiautoritarismo. La palabra fue acuñada por el anarcocomunista francés Joseph Déjacque que tituló así a su periódico (Le Libertaire, 1858-1861) y que ya la había usado en 1857 en una carta abierta dirigida contra Proudhon en la que le acusaba de ser “liberal y no libertario” por su machismo8. El término fue rescatado por Sébastien Faure ante las leyes antianarquistas (conocidas como “leyes perversas”) aprobadas en Francia a partir de 1893 que prohibían expresamente la propaganda anarquista y la inclusión del vocablo en cualquier texto apologético. Así dio vida en 1895 a su periódico Le Libertaire y volvió a popularizar una palabra que había sido olvidada hacía 30 años. El término se usaba como sinónimo de anarquista cuando éste no podía usarse si se querían evitar las consecuencias legales, pero no era necesariamente una graduación de compromiso o autoafirmación. Es con el paso de los años cuando a las manifestaciones y personajes con cariz social que no se declaraban anarquistas pero que se oponían al autoritarismo se les empieza a definir así. Y es con el paso de los años cuando los que no están cómodos con un nombre que toman por agresivo o poco estético empiezan a usar lo de “libertario”.

Esta actitud se ha tratado de justificar en la mala prensa que tiene la palabra anarquista, sobre todo atribuida a la oleada de atentados de los años 90 del s. XIX. Es cierto que la palabreja se ha teñido de connotaciones negativas, pero esto surgió mucho antes de que los “propagandistas por el hecho” irrumpieran abruptamente en el tablao de la historia. Durante la Revolución Francesa se usaba el término anarchiste de forma peyorativa para acusar a los opositores políticos radicales, a los partidarios de la “igualación de fortunas” y a los sans-culottes más agitadores9. Sería exhaustivo e innecesario reproducir todos los fragmentos de la historia de la filosofía en la que el término anarquía o anarquista, de Platón10 a Bentham11, ha sido anatemizado. Incluso los primeros clásicos anarquistas, de Godwin12 al propio Proudhon13 (que la utilizaba indistintamente), se contagiaban y usaban el término de forma negativa. En conclusión, el nombre no fue maldecido originalmente por lo que hicieran o dejaran de hacer los anarquistas que lo portaban; desde siempre ha existido miedo al término y no tiene más recorrido, en un mundo organizado bajo el ordeno y mando, que su sentido etimológico: ausencia de jefes. No necesito abundar en ello porque los anarquistas llevan siglos explicando la paradoja de vincular anarquía y caos, autoridad y orden. El miedo al horizontalismo, a la autonomía, a la desregularización de la vida cotidiana, a la abolición de la propiedad privada sin subterfugios, es connatural a un mundo cuyo funcionamiento se basa en que unos estén arriba y otros abajo. Lo lógico es que cualquier intento de alterar eso se considere una amenaza. De hecho, en todos lo ejemplos que acabo de mencionar, de Platón a Bentham y de este a las facciones más conservadoras de la Revolución Francesa, la crítica a la anarquía y sus supuestos propagadores no se fundamenta tanto en el miedo a la libertad absoluta como en el miedo al igualitarismo que conlleva la ausencia de autoridad formal. Para los citados la anarquía supondría un inadmisible seísmo igualador que socavaría la jerarquía social, acabaría con la superioridad “natural” de unos individuos sobre otros y nos llevaría al caos. El anarquista, obviamente, no podía caerles más antipático.

La palabra anarquista, por tanto, debe ser lógica e impepinablemente negativa en una sociedad donde los poderosos tienen el monopolio del discurso, donde el tabú de la autoridad apenas se cuestiona de forma pública, donde todo sigue girando gracias a que no se alteran ni los privilegios de unos ni los deberes de otros. Lo que las anarquistas hayan hecho con ese nombre puede ayudar más o menos a dar munición al enemigo, pero en modo alguno condiciona las connotaciones del vocablo. Partiendo de esto, hemos de entender que cuando surgen las primeras personas que conscientemente se dotan de este nombre saben perfectamente lo que están haciendo. No están cogiendo una palabra nívea que se manchará con el uso; están cogiendo un insulto, un epíteto peyorativo, un descalificativo político, y lo están reivindicando. Es un acto de provocación, de prestigiar lo mancillado, de revolverse contra lo establecido. Y la provocación, consciente y estratégica, sigue siendo necesaria. Es lo que han hecho la mayoría de colectivos y personas reprimidas y marginadas cuando han vuelto contra sus acusadores sus propias injurias: negro, puta, maricón, paria, han sido dardos que las oprimidas han recogido del suelo para devolvérselos a sus acusadores. Y no son pocas las veces que han dado en la diana del orgullo herido.

Dejando atrás esta digresión histórica, que espero haya sido de alguna utilidad, vamos a adentrarnos en lo que más me interesa de la mayoría de asuntos: su dimensión práctica. Ser anarquista, como identidad fetichista, sectaria, como actividad masturbatoria, sí es un estorbo. El anarquismo de esos anarquistas es el que siempre he criticado: el que sermonea a las supuestas masas analfabetas, en el que cree que la verdad absoluta le fue revelada por algún libro polvoriento, el que imagina que puede dar lecciones de superioridad moral, el que piensa que no puede aprender nada de la gente de a pie y sin ideología definida, el que no da un palo al agua porque moverse mancha y la realidad empuja a la contradicción. Pero la sensibilidad anarquista, la forma de definirse anarquista por lo que se siente, se vive, se propone y, sobre todo, se hace, ¿debe dejar de recibir ese nombre? El argumento a favor viene a decir que es un nombre muy impopular, que crea una distinción entre la anarquista y el resto de la gente, que es más fácil introducir nuestras prácticas en las luchas sociales si nos dejamos el nombre en el bolsillo y que es de por sí una marca gastada, obsoleta. Yo no coincido, nunca lo he hecho, con ninguno de esos argumentos.

En primer lugar ya he aclarado que la impopularidad de dicho término proviene de su propio significado y de la capacidad que tienen los poderosos de imponer la hegemonía semántica sobre una palabra que supone para ellos un desafío per se, sobre todo si llegara a materializarse como opción mayoritaria. Pero con independencia de esto, hemos de partir de algo que es tan terrible como cierto: no todo lo popular es correcto. Una cosa es enfocar el mensaje de forma que cale en la gente, buscar la mejor manera de expresarse y presentarlo, dejar de creer que todo lo que proponemos es infalible, que es la gente la que tiene que convertirse a nuestro credo, y empezar de una vez a ser conscientes de que es nuestra propuesta la que tiene que dar una respuesta eficaz a las necesidades más inmediatas de la gente. Y otra cosa muy distinta es pensar que nuestro discurso debe seguir la estrategia de la demagogia y adaptarse a lo generalmente aceptado. Nuestro discurso debe ser realista, contrastable en los hechos, pero eso no implica que no sea provocativo, que tenga que ser necesariamente cómodo y que deba ser aceptado sin romper alguna resistencia inicial. Pensar lo contrario es abrir la puerta al maquiavelismo, a la falta de integridad, a decir lo que la gente quiere oír aunque no sea lo que necesita escuchar. Dejarnos llevar por eso plantea un antecedente peligroso: ¿por qué no asumir un discurso racista para poder introducirnos en aquellos barrios obreros donde ha calado la propaganda contra la inmigración? ¿Por qué no aceptar un argumentario machista si queremos meter basa sindical en un curro donde se respira testosterona? ¿Por qué no apoyar el maltrato animal a cambio de compadrear con pibes a los que les gustan las peleas de perros? ¿Por qué no olvidarnos de cuestionar la propiedad privada y el capitalismo para llegar a la peña que inunda los centros comerciales y que tiene como ocio el consumo? Son preguntas retóricas, pero que ejemplifican muy bien el peligro de rebajar la intensidad del discurso en pos del marketing. El fin nunca justifica los medios. Dejarnos arrastrar por lo contrario nos convertirá en unas estupendas publicitas expertas en mercadotecnia, pero seremos nulas como transformadoras sociales. Cuando el humo se disipe no tendremos nada que ofrecer porque ya habremos renunciado a todo para ser populares.

Hay una frase de Luther King que lo define muy bien:

“La cobardía hace la pregunta: ¿es seguro? La conveniencia hace la pregunta: ¿es políticamente correcto? La vanidad hace la pregunta: ¿es popular? Pero la consciencia hace la pregunta: ¿es correcto? Y llega un momento en que uno debe tomar una posición que no es ni segura, ni políticamente correcta, ni popular. Pero uno debe tomarla porque es la correcta”14.

Hay veces en que se impone hacer lo correcto aunque inicialmente no sea popular. El feminismo, por ejemplo, ha sido durante muchos años un movimiento, una lucha y una reivindicación muy impopular. De hecho lo sigue siendo en muchos y significativos ambientes a pesar de los esfuerzos de las mujeres por no ceder espacio ni conquistas. ¿Deben las feministas darse otro nombre más popular, mejor aceptado, para que los hombres no sientan amenazados sus privilegios o para no lastimar su orgullo masculino? No. Lo que hacen es todo lo contrario: cuanto más incómoda el nombre con más fuerza lo reivindican, disputan la hegemonía de los significados a quienes controlan la lengua y no permiten que sean otros los que decidan cómo deben llamarse. Gracias a esa vindicación son muchas las mujeres que se acercan a un nombre que no necesita adaptarse a las sensibilidades susceptibles y que no renuncia a ser lo que es. Todavía se repite sin cesar que es tan malo ser feminista como machista, que son extremos que se tocan, que no hay que ser ni lo uno ni lo otro. Si las feministas renunciaran al nombre estarían perdiendo una batalla que va más allá de lo formal, estarían dando la razón a quienes las denigran y entregándole la exclusividad de la narrativa a sus adversarios. Lo mismo se aplica en el caso de las anarquistas o de cualquier otra reivindicación demonizada.

Por otra parte está el tema de la honestidad. Recuerdo los comienzo del 15M en Las Palmas de Gran Canaria. Inicialmente éramos cuatro anarquistas que irrumpimos en una tranquila acampada con folios que bramaban contra las elecciones o la posibilidad de que los partidos desmovilizaran el movimiento. Los pobres universitarios que entonces llevaban la voz cantante no tenían mucha idea de que era eso del anarquismo, y los que lo sabían no tenían los mejores referentes. El primer día se hizo una asamblea para echarnos. Hoy lo recuerdo con una gran sonrisa. De aquella experiencia surgió que se removiera bastante el ambiente, que la gente con más formación política o con más empatía hacia los perseguidos nos defendieran, que los adversarios se replantearan su supuesto pluralismo y sus convicciones democráticas y que la mayoría se preguntara “¿qué carajo es eso de la anarquía?”. Al final los resultados fueron sorprendentes: mucha gente dejó de juzgarnos por sus ideas preconcebidas y empezaron a juzgarnos por nuestros actos; a los pocos días empezaron a surgir anarquistas de debajo de las piedras, todo el mundo era o había sido anarquista pero nadie se atrevía a decirlo hasta que montamos el revuelo; la gente sin politizar empezó a interesarse por nuestras ideas, a debatir y a formarse; muchas se declararon anarquistas sin serlo previamente (un grupo de 4 anarquistas aisladas se convirtió en un grupo de 20, sin contar simpatizantes, con capacidad para convocar manifestaciones por sí mismo); se hablaba en una plaza pública de anarquismo como quizás no se había hecho en Gran Canaria desde los años 30 del pasado siglo; las banderas negras empezaron a ser un símbolo identificable para la gente (de pensar la mayoría que significaban “luto por la democracia” [esto es totalmente verídico] a aparecer en carteles y proclamas como reclamo para atraerse a las libertarias); las anarquistas daban talleres o se implicaban en las comisiones y en la resolución de conflictos; había asambleas bastante nutridas en las que, sin proponerlo y para mi sorpresa, las libertarias eran mayoría; y así, en pocos meses, nació la FAGC. Había otro factor importante: las anarquistas nunca ocultamos que lo éramos y de forma más errónea o acertada (yo sigo pensando que fue un acierto) decidimos no interferir en las decisiones asamblearias de forma colectiva (no concertar previamente ningún postura común en las votaciones) para preservar la autonomía del movimiento. Otros grupos, por el contrario, sobre todo pescadores políticos, trataban de manipular las asambleas de forma bastante evidente, vetando propuestas y votaciones o generando votos en cascada con estratégicos aplausos compulsivos. Al final la gente podía identificar perfectamente si el Partido Humanista, DRY, o el que fuera, estaba detrás de una propuesta. Lo más curioso es que muchos de los miembros de los distintos colectivos o partidos políticos no se identificaban abiertamente como tal, enredaban siguiendo consignas colectivas pero sin explicitar sus vínculos ni filiaciones. Esto generaba cierta suspicacia y animadversión entre muchos de los asambleados. ¿Es esa la táctica que debe seguir el anarquismo, la del paracaidismo y la infiltración? Siempre he pensado que no. No hay que ser ingenuas, cuando nos declaramos anarquistas la gente de los partidos, los que estaban ahí para sacar tajada personal, los aspirantes a periodistas, los que estaban relacionados con las instituciones o los que aspiraban a convertir al propio 15M en un partido, no pararon de atacarnos y de intentar bloquear o incluso sabotear cualquiera iniciativa lanzada por las anarquistas. La gente puede ser permeable y manipulable, pero no todos y no todo el tiempo. Si el boicot de los partidistas podía funcionar cuando se pedían manifestaciones sin banderas y abuchear o incluso linchar al que las llevara, la misma gente que hacía de turba en una situación era la que nos pedía consejo para saber qué hacer en caso de detención y la que celebraba que hiciéramos muro humano ante los desahucios, que solucionáramos los problemas internos de convivencia en la acampada sin recurrir a la policía o que expusiéramos el cuerpo ante el desalojo de la Plaza de San Telmo. Finalmente esa gente, con independencia del miedo que les metieran los políticos contra nosotras, aprobó por mayoría, sin más brújula que el sentido común, la propuesta de organización para el 15M que se basaba en los principios libertarios expuestos por un libertario15. Descubrir que las anarquistas no sólo podíamos agitar, sino también construir, proponer y razonar abrió los ojos a mucha gente, sin importar el peso de las leyendas negras y las décadas de telediarios, que formaron sus juicios en función del contacto cercano con nosotras y que dejaron de valorarnos por lo que habían oído y empezaron a valorarnos por nuestra actividad.

¿Es mejor ahorrarse todo esto y no tener que derribar prejuicios iniciales? Considero que no. Cuanto más ocultemos que somos anarquistas más se enconaran esos prejuicios. La gente no es tonta y en cuanto empiecen a vincular nuestras propuestas con determinadas corrientes ideológicas empezarán a definirnos y puede que a sentirse engañadas. El contacto ya habrá derribado el prejuicio, pero no necesariamente la suspicacia ante un grupo de gente que necesita velar, como si se avergonzaran de ello, lo que subyace tras propuestas que hablan de apoyo mutuo, de actuar sin intermediarios, de carecer de líderes, de mantenerse independientes de partidos e instituciones. Por otra parte, esa tensión que he descrito en el anterior párrafo es necesaria. Es importante remover el avispero, que la gente se enfrente a sus miedos e ideas preconcebidas, que tengan que cuestionarse lo enseñado y deconstruir lo aprendido. No toda provocación es gratuita y descerebrada, la hay bien razonada y con fines estratégicos. De todas formas nos nos engañemos: lo importante es lo que hagamos, eso es lo que condicionara la opinión que la gente tenga sobre nosotras, sobre nuestras ideas y sobre cómo nos definimos.

Lo esencial es que las prácticas anarquistas abandonen sus espacios afines y que su discurso de la espalda a la hiperretórica. El apoyo mutuo debe verse en el tajo y en los desahucios; el ilegalismo debe dejar de ser una fantasía y debe practicarse en los piquetes y en la socialización de inmuebles; la acción directa debe usarse a la hora de organizarse con las vecinas, las obreras, las desempleadas, las indigentes y las perseguidas. Y para esto no es necesario dejar de definirse como anarquistas; todo lo contrario. Se subestima a la gente cuando damos por sentado su rechazo. Muchas vecinas pasan del término, o no lo conocen o no les importa. Las que a priori están en contra ofrecen una magnífica oportunidad de debatir, de confrontar sus creencias con la realidad de la práctica, de demostrar que tenemos que aprender a olvidar lo que nos han enseñado. Y quizás nos llevemos una sorpresa y nos encontremos con una o dos voces felices de reencontrarse con nosotras, que nos recuerden lo leído sobre 1936 o lo vivido en 1968 y nos presionen para estar a la altura. La experiencia que he descrito con el 15M demuestra que ahorrarnos un nombre no sirve para reducir la distancia con la gente sin ideología concreta, todo lo contrario. Definir la propia sensibilidad sirve para galvanizar resistencias y para imantar a las que están buscando justo lo que estamos ofreciendo. Repito que serán nuestros actos los que nos definan a nosotras y a nuestras ideas anarquistas. Si somos eficaces, resolutivas y prácticas nuestro anarquismo será útil y la gente adoptará la herramienta sin necesidad de proselitismos. Si somos charlatanas, incapaces y abstractas nuestro anarquismo será inútil y la gente lo despreciará sin importarle lo que le diga Tele 5.

En nuestra actividad militante en vivienda definirnos como anarquistas nunca nos ha supuesto un problema. Como he dicho antes, la mayoría de la gente desconoce el término y también sus connotaciones (al menos en Canarias, y más hace algunos años). Las personas quieren soluciones a los problemas que les están ahogando, y cuando esas soluciones se logran a través de las armas anarquistas son esas armas las que se ponen en la cintura o entre los dientes sin importarles otras consideraciones. Cuando tu curro social es eficiente y ofrece resultados positivos la gente asocia tu anarquismo a inmediatez y a realismo. Esa es la base de todo. Cuando sigues trabajando en esa línea presentarte como anarquista puede hasta llegar a ser una ventaja. La gente que acude a tus asambleas o que contacta contigo busca primero información en Internet o le pregunta a sus vecinas. Cuando tu discurso y tus logros hablan por sí mismos, y cuando en cada barrio obrero hay alguien que a su vez conoce a alguien cuya prima, hermana o cuñada recibió ayuda de tu colectivo para parar su desahucio o para conseguir vivienda, el término anarquista empieza a abrirte puertas. Hemos llegado a comunidades que iban a ser víctimas de un lanzamiento masivo donde nos han recibido peor cuando creían que veníamos de algún partido o plataforma que cuando se han enterado de que éramos anarquistas. Vecinas que nos miraban con desconfianza cuando pensaban que éramos de Podemos, nos han abierto las puertas de sus casas cuando han descubierto que éramos esas pibas de la FAGC que levantábamos comunidades okupadas, que parábamos desahucios de edificios enteros y que habíamos sido detenidas y torturadas por ello. Al final el término anarquista puede prestigiarse y ser una bonita carta de presentación, sólo hace falta que tus actos estén a la altura.

Después está la excusa del desgaste del término. ¿Qué palabras han sido más manoseadas que la igualdad o la libertad, cuáles más manipuladas y dirigidas contra sus propios defensores? ¿Renunciamos a ellas? ¿Las damos definitivamente por perdidas y se las entregamos al poder? Socialismo, autogestión, autonomía y un largo etcétera son términos que también pueden ser acusados de anacrónicos y desfasados. ¿Debemos reactualizarlos con prácticas nuevas o debemos dejar que nuestros enemigos se los apropien para reinventarlos de formas retorcidas o para deshacerse de ellos en el sumidero de la historia? Por otra parte, el anarquismo difícilmente está agotado cuando sus prácticas son más necesarias que nunca en los barrios y cuando éstas revisten formas vivas cada vez que una comunidad humana decide rebelarse y escoge el modelo libertario para organizarse de forma oficiosa. Quizás esto sea lo más alarmante: después de una última década de desprestigio político, de descreimiento de los partidos, nos planteamos ahora si dejar en el cajón de la mesilla de noche el término anarquista, cuando quizás ha sido el mejor momento para explotarlo. Permitimos que se rearme la confianza en las instituciones con los partidos reciclados, dejamos que el patriotismo, especialmente el españolista, vuelva a identificar al pueblo con el Estado y todo ello mientras renunciamos a nuestros discurso comenzando por el nombre. Renunciar al término significa cederlo para que sean otros los que digan qué es y qué no, sin ninguna resistencia por nuestra parte. Si tú no reivindicas tu anarquismo ni lo defines, por miedo a ser impopular o incomprendido, serán otros los que lo definan, y te definan, a su conveniencia. Y ese espacio vacío lo ocupara el poder, siempre dispuesto a meter sus tentáculos en espacios vacantes. Y si no lo hace el poder lo harán los oportunistas. En Gran Canaria volvimos a ratificar la necesidad de definirnos como anarquistas, sin subterfugios ni eufemismos, justamente cuando comenzamos a intervenir en el frente de la vivienda. En un principio, por pudor al protagonismo más que por otra cuestión, no reivindicábamos los desahucios que parábamos o las viviendas que expropiábamos. Hablábamos de asambleas y del pueblo en movimiento, lo cual era cierto y muy honesto por nuestra parte, pero de la actividad de las anarquistas, que habían preparado y organizado la acción, no decíamos nada. Fue así, por nuestra dejación e inhibición, cómo plataformas que ni habían acudido a los piquetes reivindicaban en los medios de comunicación la paralización de desahucios de gente que desconocían o que se habían negado a ayudar (por ser casos de alquiler, precaristas o motivos personales). Fue así cómo se nos llegó a proponer realizar okupaciones siguiendo el modelo de las subcontratas, haciendo nosotras el trabajo sucio y corriendo con todos los riesgos, mientras otros colectivos reivindicaban públicamente la acción y se ponían las medallas. Así llegamos a la conclusión de que si nosotras no reivindicábamos públicamente nuestro trabajo como anarquistas serían otras las que lo harían por nosotras. Y no era una cuestión de ego o primogenitura, de nombre y etiquetas; era una cuestión de fondo. Si nosotras callábamos, el mismo trabajo que se había hecho movilizando a las vecinas del barrio, organizado a través de asambleas en las que participaban migrantes, indigentes y okupas, al margen de cualquier órgano de poder, sin subvenciones, sin ningún tipo de ayuda institucional, en oposición a la ley y a la propiedad privada, fundamentado en relaciones de apoyo mutuo y solidaridad desde abajo, iba a ser reclamado por gente que se estaba convirtiendo en la marca blanca de determinados partidos políticos, que trataban a los desahuciados como “usuarios” a los que se les podía cobrar la ayuda prestada, que defendían las leyes y el Estado de derecho, que confraternizaban con la policía y compadreaban con las instituciones y que no pretendían cuestionar los fundamentos del mundo capitalista. El mismo acto, parar un desahucio o ayudar en un realojo, podía ser reivindicado bajo unas premisas y valores muy distintos, denunciando o defendiendo intereses totalmente contrapuestos, bien suponiendo un desafío para el Sistema, bien intentado simplemente arreglar sus excesos. Tras el nombre había mucho más que el nombre.

En conclusión, cada vez que renunciamos a ser lo que somos, a afirmarlo abiertamente, para no escandalizar, para no asustar, para no generar alarma, vamos limitándonos un poquito, replegándonos en el lecho de Procusto de lo conveniencia, rebajando el discurso, moderando las exigencias, edulcorando el contenido, suavizando el programa. Cada vez vamos cediendo más y más terreno, entregando más y más espacio, hasta que ya no nos queda nada. Así ocurre, hasta que un día miras atrás y descubres el mar a tu espalda. Lo que importan son los hechos, esos son los cimientos de la más humilde chabola revolucionaria. Pero los hechos necesitan ser representados y reivindicados, porque de lo contrario, como ya he explicado, serán absorbidos por el enemigo. Y para representarlos no bastan nombres huecos o letras de paja, necesitamos conceptos claros, ideas-fuerza, términos afilados que tajen como hachas. Toca pensarlo bien, o al final, por miedos, complejos y un mal sentido de la estrategia, habremos entregado la narrativa, la semántica, el verbo y la palabra… Y no somos tan fuertes como para permitirnos el lujo de renunciar a nada.

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  • 1. “Yo veo mamíferos.
    Mamíferos con nombres extrañísimos.
    Han olvidado que son mamíferos
    y se creen obispos, fontaneros,
    lecheros, diputados. ¿Diputados?
    Yo veo mamíferos” (Jesús Lizano, Novios, mamíferos y caballitos, 2005).
  • 2. Una de las primeras constancias escritas del término nos la ofrece Esquilo en Los siete contra Tebas (467 a. C.) donde pone en boca de Antígona: “No estoy avergonzada de actuar desafiante en oposición a los gobernadores de la ciudad” (“ekhous apiston tênd anarkhian polei”).
  • 3. Pierre-Joseph Proudhon parece ser el primero en definirse así en su obra ¿Qué es la propiedad? (1840).
  • 4. Citado por Carlos Díaz en el prólogo de La Moral Anarquista de Kropotkin, edición de 1978.
  • 5. R. Rocker, “¿Por qué soy anarquista?” (El Pensamiento de Rudolf Rocker, antología compilada por Diego Abad de Santillán), 1982.
  • 6. Citado por L.L. Blaisdell, The Desert Revolution, 1962. En la misma obra se recogen otras recomendaciones de Magón que insisten en el mismo planteamiento: “Todo se reduce a una mera cuestión de táctica. Si desde el principio nos llamamos anarquistas muy pocos nos escucharán. […] Para no tener a todos contra nosotros, continuaremos la misma táctica que nos ha dado tan buenos resultados; continuaremos llamándonos liberales durante la revolución pero en realidad continuaremos propagando la anarquía y ejecutando actos anárquicos”.
  • 7. “Tarrida, hablando en francés conmigo, empleaba los términos: la anarquía sans phrase y la anarquía pura y simple; en 1908, en la reimpresión de su ensayo del certamen propuso, siguiendo a Ferrer (en 1906 o 1907) renunciar a la palabra anarquía, que el público interpreta demasiado mal, y decir socialismo libertario” (M. Nettlau, La anarquía a través de los tiempos, 1933).
  • 8. “Anarquista a medias, liberal y no LIBERTARIO, exige usted el libre cambio para el algodón y otras naderías y preconiza sistemas de protección del hombre contra la mujer en la circulación de las pasiones humanas; clama contra las altos barones del capital y quiere reedificar la alta baronía del hombre sobre la mujer vasallo; filósofo con anteojos, ve al hombre por el cristal de aumento y a la mujer por el reductor; pensador afectado de miopía, no sabe distinguir más que lo que deja tuerto en el presente o en el pasado, y no puede descubrir nada de lo que está arriba o a lo lejos, la perspectiva del porvenir: ¡es usted un lisiado!” (J. Déjacque, De l’être-humain mâle et femelle, carta de mayo de 1857).
  • 9. Ver P. Kropotkin, La Gran Revolución (1789-1793), 1909.
  • 10. En la República (390-370 a. C.) Platón pone en boca de Sócrates: “[Entre los defectos de un joven se encuentran] la soberbia, la anarquía, el desenfreno y la desvergüenza […]. ¡Ah!, querido en tales condiciones la anarquía se adentrará en las familias y terminará incluso por infundirse en las bestias. Nace en el padre la costumbre de que sus hijos sean sus semejantes, y a temer a los hijos, y los hijos adquieren el hábito de ser semejantes al padre, hasta el punto de que ni respetan ni temen a sus progenitores para dar fe de su condición de hombres libres. Así se igualan también el meteco y el ciudadano, y el ciudadano y el meteco; y otro tanto ocurre con el esclavo”.
  • 11. J. Bentham, Falacias anárquicas, 1796. Es un libelo contra la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano aprobados durante la Revolución Francesa. El título lo dice todo.
  • 12. “No se ha comprendido suficientemente la naturaleza de la anarquía. Constituye ciertamente una gran calamidad, pero es menos horrible que el despotismo” (W. Godwin, Investigación sobre la justicia política, 1793).
  • 13. “En el estado actual de la sociedad, el comercio, entregado a la más completa anarquía, sin dirección, sin datos, sin punto de mira y sin principio, es esencialmente agiotista” (Proudhon, De la capacidad política de la clase obrera, 1865).
  • 14. M.L. King, A proper sense of priorities, discurso pronunciado el 6 de febrero de 1968.
  • 15. El modelo aún sigue en la red: https://laspalmas.tomalaplaza.net/2011/08/08/propuesta-para-la-organizacion-de-las-asambleas-en-gran-canaria/

Los riesgos de la militancia

Por Ruymán Rodríguez. Aparecido originalmente en Solidaridad Obrera

Pequeña advertencia: si se quiere leer el artículo conservando su unidad narrativa recomiendo leer las notas al pie una vez concluida la lectura. Puede que parezca que un texto de estas características no requiere tal cantidad de notas, pero más allá de dar a conocer algunos nombres y circunstancias que muchas podemos ignorar, considero que si hablamos de los “riesgos de la militancia” es necesario trazar una línea temporal y demostrar que la militancia, desgraciadamente, siempre ha conllevado una importante porción de peligro: para la salud física y mental y para la propia vida. Averiguar qué porción de peligro es tolerable es algo que requiere una respuesta honesta por parte de todas. Y debemos dilucidarlo más temprano que tarde.

 

“Ofreced flores a los rebeldes caídos
con la mirada puesta hacia la aurora,
y al valiente que lucha y labora,
y a los proféticos poetas que mueren”
(Pietro Gori, Himno del 1º de Mayo, finales del s.XIX).

Cuando hablamos de los riesgos de la militancia todas entendemos que hablamos de represión, multas, juicios y encarcelamiento, pues este, desde luego, es su aspecto más conocido y evidente. Hasta hace bien poco también hemos incluido en el paquete las consecuencias psicológicas y anímicas: la depresión, el aislamiento, la carencia de cuidados. Pero yo mismo, hasta hace pocos meses, había ignorado por completo las consecuencias de la militancia en la salud física.

Desde muy joven había leído cómo Tomás González Morago1 había muerto en la cárcel después de haber contraído cólera y cómo el cuerpo de Bakunin2, aquejado de escorbuto, se había deformado a causa de sus años de encarcelamiento. Conocía igualmente el terrible estado en el que quedaron la mayoría de detenidos en el proceso de Montjuïc3, los problemas de salud que desarrolló Fermín Salvochea4 también a causa del encierro y la ceguera que terminó padeciendo Ricardo Flores Magón5 por la misma causa. Pero todo estaba relacionado con el encarcelamiento y la tortura. Partiendo de las heridas de guerra que sufrían los ilegalistas en sus escaramuzas con la policía y también de las secuelas que provocaban los atentados del terrorismo empresarial y parapolicial (el cenetista Ángel Pestaña las arrastró hasta su muerte6), uno siempre piensa que nos jugamos la salud sólo en acontecimientos espectaculares. No se nos escapa que si nuestra actividad molesta a organismos demasiado poderosos nos pueden “desaparecer”, como ha pasado desde la época de Camillo Berneri7 o la de Giuseppe Pinelli8 hasta la trágica muerte de Santiago Maldonado9. Sabemos que en determinadas manifestaciones también se puede poner en riesgo nuestra integridad por culpa de la violencia policial o incluso militar, como lo demostraban las manifestaciones de 1º de Mayo a finales de siglo XIX y principios de siglo XX10, como ocurrió en la contracumbre de 2001 en Génova donde los carabineros asesinaron a Carlo Giuliani11 o cómo ha pasado con las heridas y mutilaciones sufridas por algunos manifestantes en las protestas surgidas en los últimos 10 años en el Estado español, sobre todo a raíz del 15M12. Pero todo en general está relacionado con la capacidad que tiene la maquinaria del Estado para aplastarnos. Son agresiones evidentes, en acontecimientos visibles y que desgraciadamente se han asimilado como una consecuencia posible de la protesta pública.

Lo que nunca pensé es que la actividad militante cotidiana, lejos de acontecimientos y eventos llamativos, dedicada a una labor rutinaria, discreta, pudiera poner en riesgo la salud del militante. No estaba preparado para ello y es tristemente una lección que he aprendido, como casi todo lo que he aprendido en esta vida, demasiado tarde.

Abrimos la primera vivienda abandonada cuando éramos adolescentes. Siempre que he participado en una expropiación de inmuebles ha sido respondiendo a lo que se conoce como “okupación famélica”. Cada vez que el inmueble que hemos socializado no se ha destinado posteriormente –por decisión de los habitantes– a servir de vivienda para cubrir necesidades reales, o a actividades sociales en el barrio, me he sentido decepcionado. Respeto a quienes prefieren okupar por otras motivaciones, pero esa, con una coyuntura laboral y social como la canaria, no es mi guerra. La urgencia de estas “okupaciones famélicas”, realizadas primero de forma esporádica e informal y más adelante de forma organizada y sistemática, nos obligaba a veces a meternos en los peores sitios posibles. Aunque luego fueran descartados, inicialmente no podíamos rechazar ningún inmueble que reuniera los requisitos mínimos: propiedad bancaria o estatal, abandono y posibilidad de rehabilitación. Eso nos llevó a algunas de nosotras a meter la nariz en inmuebles muy poco recomendables.

En Canarias una tendencia de la “okupación lúdica” es tomar posesión de aquellos inmuebles que están cerca de la playa o el centro. Nosotros, con una motivación muy distinta, okupabamos en barrios obreros del interior, en el campo, en zonas deprimidas donde suele ser obligatorio tejer complicidades con los vecinos (no siempre fue posible). Las precauciones tomadas a la hora de abrir una puerta se han ido incrementando según la hemos ido cagando, pero inicialmente entrabamos a tumba abierta. Aspirábamos mohos y polvo acumulado de décadas sin pensar en colocarnos siquiera una barata mascarilla de papel. Retirábamos planchas de uralita con una sonrisa estúpida en la cara. Cargábamos toneladas de escombros y chatarra pensando que éramos jóvenes y eternos. Llegábamos a casa, nos duchábamos y no nos alarmaba que durante tres días los clínex salieran negros después de sonarnos. Así durante casi 20 años. Cuando surgió la primera tos con sangre fue cuando entendimos todos los irreparables errores que habíamos cometido.

La mayoría entró y salió de la militancia durante períodos más o menos largos. Eso les salvó de no experimentar consecuencias más graves. Pero los inconscientes que no supimos parar, tomar aire, recuperarnos, hoy nos damos cuenta de algo que entonces se nos escapaba completamente: la militancia cotidiana, lejos de la represión y la violencia, también puede poner en riesgo nuestra vida.

Un día te das cuenta de que te asfixias hasta con los esfuerzos más leves. Te cuesta horrores levantarte de la cama. Cada esfuerzo en el trabajo te produce mareos y accesos de tos. La tensión arterial se descompensa. Una mañana meas sangre y entonces decides ir al médico. Cuando el doctor te pregunta si eres fumador habitual, si has trabajado en la minería, fábricas con agentes tóxicos o similares y tú le contestas que nunca has fumado pero que llevas unos 20 años habilitando casas abandonadas, la cara del galeno te basta como explicación. Después llegan los neumólogos y demás especialistas, mil pruebas y dudas. Y entonces la enfermedad te saca a la fuerza de la vida activa, de la militancia, del trabajo, y ya no vuelves a sentirte joven.

Se lo niegas a los demás, pero estás tan metido en la militancia que en ese momento, en el que tu salud se está rompiendo como un cascarón, lo que más te preocupa es fallarle a esas personas cuyo desahucio estabas intentando parar, a aquella comunidad ocupada a la que ayudabas en sus primeros pasos por la autogestión, a aquella otra familia que había solicitado realojo. Después, porque ser pobre no implica ser bondadoso, hay quien te reprocha no estar al pie del cañón aunque te estés deshaciendo, no estar sacando más escombros aunque se te vayan los pulmones por la boca, no morir en la trinchera. Cuando notas esa falta de sensibilidad y empatía se te pasa la obsesión por la militancia. Lo cual es muy sano.

Pero hasta llegar a esa conclusión pasas por una etapa en la que asumes las demandas de las demás y las conviertes en autoexigencia. Todas conocemos los peligros de ser la cara visible de un colectivo o movimiento: liderazgos, estrellismos, culto a la personalidad, endiosamiento… Pero casi nada sabemos de lo que pasa cuando detrás de los rostros que hilvanan el discurso colectivo se esconde también la obligación no deseada de soportar el mayor peso de la actividad militante. Cuando la persona que creemos “líder” es en realidad una explotada, por otras y por sí misma, el personaje que nos hemos inventado sepulta a la persona. Es un nombre y un bagaje; su cuerpo y su sensibilidad poco nos importan. Él o ella podrán con todo, como siempre. Romperse no es una opción. ¿Y si nos equivocamos? No importa porque hemos deshumanizado al militante y eso allana mucho el camino. Es un objeto, una máquina, un medio y no un fin en sí mismo. Se buscan repuestos en el taller, o se mandan a pedir a Alemania, como con los coches, y el engranaje sigue girando. A eso hemos llegado en determinados ambientes militantes.

Veteranos y recién llegados se contagian de la misma dinámica. Pero hay excepciones. Si bien la gente que recurre a los colectivos sociales como si se trataran de los Servicios Sociales de un ayuntamiento no admiten la enfermedad del militante, al que tienen por un funcionario no remunerado, hay personas que poco o muy poco se han vinculado con los movimientos políticos y que sin embargo están dispuestas a sangrar contigo. Quizás sólo las has asesorado una vez puntual y ese consejo ya les vale para preocuparse por ti y tus costuras. Quizás sólo han colaborado contigo en detener un único desahucio, pero aún ven la vida con lentes limpias y creen que eso del apoyo mutuo es mucho más que marketing anarquista. Otros, insensibilizados por el tiempo, ideologizados y perfectamente formados, se han acostumbrado a mirar tus cicatrices y ya no se sobresaltan si aparecen otras nuevas, por graves que sean.

Pero la falta de gratitud, sensibilidad, compasión o compañerismo es algo a lo que tristemente te acostumbras. De pequeño me impresionaba la normalidad con la que muchos ancianos normalizaban la muerte. Pero cuando crecí lo entendí. El proceso tan doloroso de perder a alguien les afectó mucho en su momento, seguro. Pero con 80 ó 90 años han visto desaparecer a tantos y tan cercanos que muchos de ellos ya no pueden seguir experimentando con tanta intensidad algo natural a lo que se han acostumbrado y que cada vez ven con más proximidad. La decepción militante es parecida, al menor para mí. Duele al principio, pero después te acostumbras de tal manera que ya ni la sientes. No sé si es un síntoma de madurez o si es bueno o malo acostumbrarse a la falta de empatía colectiva. Lo que sé es que no quiero ser yo el que deje de sentir empatía hacia las demás. A eso no quiero acostumbrarme. El día que no sentimos nada ante el dolor del otro debemos entender que la lucha social no es nuestro espacio.

Pero descubrir que estás enferma conlleva más cosas. Te das cuenta que durante mucho tiempo vas a estar parada, atada a un escritorio si quieres hacer algo similar a militar. Y cuando nunca has considerado el trabajo teórico como una verdadera actividad militante esta perspectiva se vuelve dolorosa. Habrá quien se considere así mismo un pensador y eso no le afecte. Pero cuando eres una militante, una persona de acción, limitarte a divagar es una triste restricción que se afronta con dificultad. Cuando no es la policía, ni un juez, ni siquiera el desánimo, el que te saca de la militancia, si no que son tus propias irresponsabilidades, la imperfecta estructura de tu pobre cuerpo, no sabes cómo reaccionar más allá de culparte a ti misma. Y hay muy pocos referentes, públicamente expresados al menos, como para no sentirte una excepción aislada.

Parece que no nos gusta afrontar el dolor, las consecuencias de nuestros actos. Todo lo que suena a eso lo relacionamos con la estúpida retórica de autoayuda o terapias grupales. Nos gusta repetir que “lo personal es político”, pero cuando la política rompe a la persona nos limitamos a mirar para otro lado. Nunca he entendido cómo nos puede importar tanto el mundo en abstracto cuando despreciamos el bienestar de lo individuos concretos que lo componen. Y nadie habla de caer en un yoísmo inmovilizador, de imitar a esos grupos New Age que cantaban el Cumbayá mientras se daban un abrazo colectivo. Hablo de dejar de lado la jodida pose del artificial militante terminator, con naranjero y cuchillo entre los dientes, y hablar en alto de los propios límites, de los propios fracasos, lejos del culto a la derrota y la mítica del perdedor, pero también de asquerosos triunfalismos que nos hacen sentirnos inútiles cuando nos reconocemos rompibles.

He leído pequeños fragmentos de Emma Goldman13, Alexander Berkman14, Anselmo Lorenzo15, y muchos otros, dónde hablan de sus sufrimientos y decepciones. Pero nunca se ha popularizado ni digerido como una reacción sana y de la que se puede aprender. Casi todo lo que sabemos de los clásicos nos llega filtrado por una verdadera mistificación mitómana que prácticamente nos los presenta como dioses laicos y no como humanos vulnerables. Podemos saber que Louise Michel16 y Errico Malatesta17 sobrevivieron a respectivos atentados y fantasear con que lo hicieron como si nada, pero difícilmente conoceremos que William Godwin18 moderó sus opiniones por miedo a la represión gubernamental o que Sante Caserio19 lloraba al pensar en su familia. Sabemos que Durruti20 atracaba bancos y fregaba los platos, que participó en las jornadas del 19 de julio recién operado de una hernia, pero no que Gaspar Sentiñón21 no quiso saber más del anarquismo después de haber pasado por la cárcel. Conocemos al Néstor Makhno22 que impulsó un movimiento revolucionario de masas en Ucrania, pero mucho menos al eterno convaleciente de mil heridas de guerra que malvivía en París y que se fue plegando ante el alcoholismo. Seguro que conocemos al Alexander Berkman del ABC del Comunismo Libertario (1929) y quizás al que disparó al empresario Frick, pero no al que vagabundeaba por las calles de París, sin conseguir vender su guión sobre la makhnovschina, y que acabaría descerrajándose un tiro en la cabeza para no suponer una carga a sus amigos. Conocemos al Ravachol23 altivo y dinamitero, no al que proclamaba que lamentaba cada víctima inocente que pudiera haber provocado. Esta mitología, que representa casi un santoral ácrata, solo genera complejo y frustración entre la gente que sólo ve la heroicidad que le muestran y no los humores, el llanto y las tripas. Hay literatura de derrota para derrotados, hay literatura heroica para groupies de la fuerza, pero no hay literatura honesta para gente imperfecta.

Por ejemplo, siempre me impactó –lejos de las tonterías lombrosianas– la relación entre militancia y enfermedades mentales o tendencias suicidas. No conozco ningún estudio histórico completo sobre ello, pero sí conozco los casos concretos de mi principal campo de estudio: el anarquismo. Por ejemplo, el emblemático caso de Carlo Cafiero24, muerto en un psiquiátrico mientras luchaba por no acaparar el aire o la luz solar que pensaba arrebatarle “egoístamente” al resto del mundo. También podríamos recordar a Luigi Lucheni25, Jeane Morand26, Germaine Berton27 o Torres Escartín28 como otros ejemplos. Sobre suicidios podríamos hablar de actos desesperados y provocados por la miseria o el encierro como el ya mencionado de Alexander Berkman o el de Martí Borràs29 y de otros fríamente razonados como el de Zo d’Axa30 o Marius Jacob31. Imagino que los casos relacionados con enfermedades físicas deberían como mínimo igualar estas cifras, pero no parece posible hacer una semblanza similar. Ambos fenómenos carecen de una reconocida bibliografía específica, pero la curiosidad me ha permitido al menos desarrollar un relato bastante particular en relación a la enfermedad mental; con las secuelas físicas, excluyendo la represión o los tiroteos, no me ha sido posible hacer lo mismo. Parece que la actividad militante, como posible generadora de patologías físicas, es algo que se ignora, o que se asume y normaliza como parte de la propia vida.

Esto me ha llevado a reflexionar. Entendemos la enfermedad mental como una “anomalía” digna de reseñar (aunque desgraciadamente muchas veces se hace con fines morbosos). No nos paramos a pensar en lo alarmante de esta relación entre militancia y trastornos psíquicos, ni qué clase de espacios estamos desarrollando para que una cosa y otra converjan con tanta frecuencia. Cierto que muchas de estas dolencias referenciadas están relacionadas con situaciones represivas de encierro o con elementos ambientales y sociales que parecen ajenos a la militancia, pero muchas otras se han originado previamente, ante la falta de comprensión y apoyo del entorno más cercano. Y no podemos obviar que el hábitat militante forma parte, guste o no, del ambiente inmediato. Es tanto el estrés, el enjuiciamiento colectivo, la falta de seguridad y calor, que es raro pasar por la militancia sin acarrear aunque sea con una pequeña dosis de depresión. La supuesta “anomalía” es en realidad algo bastante común y cotidiano, aunque se silencie o se oculte en el armario. Nos hemos acostumbrado a sufrir y a provocar sufrimiento, y no es raro que esto lo sintomatice nuestra mente.

En el plano físico nos nos paramos a pensar en lo frágil que es este conjunto de músculos, huesos, órganos y tendones que nos componen. Enfermar y morir es connatural. Preocuparnos es inútil, y se debe de asumir siguiendo la máxima epicúrea que podemos parafrasear así: mientras la muerte es, nosotros no somos y mientras nosotros somos, la muerte no es. Pero nada de eso cambia la gravedad, por lo innecesario, de que sea la militancia la que socave nuestra salud y que permanezcamos insensibles a ello. Que militar sea algo seguro es un imposible, pero que a los riesgos de la represión y la violencia sistémica se le sume el desgaste físico de una actividad agotadora, sin amparo, sin red de apoyo y cuidados, sin un mínimo de soporte cuando ya no podemos más, sí es y debe ser responsabilidad nuestra. Podemos jugarnos la vida en enfrentamiento singular con el Estado, pero jugárnosla por la autosobreexplotación, por la falta de sensibilidad colectiva, por la extenuación crónica, por la destrucción de nuestro propio físico, no debería entrar en nuestros planes. En el primer caso, aunque sea un acontecimiento indeseable, el enemigo está claro; en el segundo es tan difuso que nosotros mismos podemos convertirnos en nuestro propio enemigo y también podemos hacer lo propio con quienes nos rodean.

¿Qué hacer entonces? Para empezar espero que nadie entienda este texto como una forma de apoyar esa tendencia que intenta que la militancia se convierta en una actividad económicamente remunerada. Con todos los respetos, creo que esta concepción nace de quienes entienden la militancia como una actividad contemplativa, pasiva, abstracta, reducida a generar teoría, a escribir y a charlar. Pienso, por el contrario, que lo que yo mismo estoy haciendo escribiendo estas letras no es militar para nada. Como mucho estoy reflexionando sobre la militancia, pero no militando. Cuando la militancia se limita a escribir un libro o dar conferencias quizás una puede pensar que debe ser retribuida por ello. Allá cada cual si tiene suerte y encuentra a quien le pague por algo así. Pero cuando la militancia consiste en parar desahucios, hacer piquetes o ayudar a realojar a familias sin recursos, ¿se puede pensar seriamente en que eso es retribuible sin caer en cierto grado de corrupción? ¿Se le puede cobrar a una familia o a un trabajador 10 euros la hora de piquete? ¿Qué tarifa le ponemos a colaborar en un realojo? ¿A cuánto cobramos el pinchazo de luz: como Endesa o como Iberdrola? Militar implica la interactuación real, para transformar las condiciones de vida de seres vivos sensibles reales, en un mundo real y concreto. Cobrar por ello implica la enajenación del propio acto.

Por otra parte, creer que cobrar hace más tolerable el sufrimiento militante es una concepción propia de las sociedades capitalistas donde tanto el trabajo como el dolor pueden ser mercancía. Podemos exigir una indemnización ante la muerte de un ser querido o por haber sufrido una agresión. Lo podemos hacer sabiendo que es un angustioso intento de minimizar el daño, de usar las perversas reglas del juego mercantilista para obtener un escaso beneficio que nunca será equivalente a nuestra pérdida. Es lícito y necesario. Pero sería muy ingenuo considerar que verdaderamente la vida, la integridad física o emocional, pueden ser compensadas, compradas o pagadas si se pierden.

Lo único que se me ocurre que podemos hacer es no renunciar a la honestidad. Con nosotras y con las demás. Debemos aprender a decir en alto, a decirnos a nosotras mismas, que no podemos más. El “no”, el “por aquí no paso”, el “basta”, deben ser reconocidas como palabras legítimas que acaben con una situación antes de que sea irreversible. Debemos aprender a decir públicamente que tenemos miedo, que estamos rozando el punto de quiebre, el límite, la frontera sin retorno. No debemos regodearnos con el dolor y la autocompasión, eso generaría un movimiento de víctimas. Pero sí hemos de afrontar las decepciones y fracasos cotidianos con serena naturalidad, compartiendo lo errores para que sirvan de advertencia a otras. Personalmente, he aprendido más de los autores que nos han contado los problemas que sufrieron en acontecimientos revolucionarios, desde Ucrania en 1918 al Estado español en 1936, que de los que nos han vendido un paraíso sin contradicciones donde las masas marchaban perfectamente organizadas como la maquinaria de un reloj suizo.

Aunque lo empírico también tiene sus límites. Ciertamente, es imprescindible analizar las meteduras de pata y diseñar estrategia en base a ellas, tanto como en relación a los pequeños éxitos. Pero ojalá aprender de los propios errores fuera tan fácil como parece. Después de mi intervención en la primera gran comunidad autogestionada de la isla me dije que jamás iba a volver a repetir una experiencia así: por el volumen de trabajo, por su dureza, porque casi me cuesta la vida. Desde que me prometí eso he ayudado a crear seis comunidades más: algunas han sido un fracaso total, rotundo y brutal, y otras un ejemplo de autonomía en el siglo XXI. La experiencia me ayudó a no repetir muchos errores, pero no me sirvió demasiado ante situaciones nuevas que requerían capacidad de improvisación, ni cuando desconectaba todas mis alarmas en pos de “la causa” y seguía hacia delante intuyendo el batacazo. La voluntad es tozuda, y debemos aprender a que sea nuestro motor pero no nuestra única brújula, porque la voluntad puede ser más fuerte que nuestro cuerpo y seguir intacta mientras la materia se hace añicos. Las voluntaristas hemos de aprender esta lección mientras aún permanezcamos enteras.

Hemos de tomar, por tanto, todas las precauciones posibles cuando abordemos cualquier acción militante. Lo poco que tengamos invertirlo en la infraestructura necesaria para garantizar nuestra seguridad. La ley apesta, pero tened siempre preparada para socorrer a vuestras hermanas la ayuda necesaria para que no se vean desasistidas ante un proceso penal. Aunque no queráis saber nada de abogados (yo nunca quise hasta que la actividad pública hizo imposible la estrategia del anonimato): formaos, aprended todo lo necesario para saber cómo actuar ante una detención y nunca dejéis a una hermana sola cuando está detenida o siendo juzgada. No entréis en una vivienda abandonada sin tener una idea aproximada, lo más fidedigna posible, de lo que os vais a encontrar dentro. Tomad todas las precauciones posibles, en máscaras, en guantes, en todo lo que os proteja y evitad que una imprudencia os pase factura después de veinte años.

Esto no es un ejercicio de derrotismo; es responsabilidad. Hablamos siempre de lo bueno que sería que se reprodujera el ejemplo de la FAGC y su anarquismo de barrio por el resto del Estado, y no puede pensarse eso sin alertar primero a las compañeras de sus riesgos. Trabajar en el barrio, con la gente a la que nadie se acerca, es necesario, imperativo, pero no es gratificante ni seguro. El barrio se cobra su cuota de sangre y tarde o temprano te la hará pagar. Es un trabajo duro donde ves el resultado de toda la ingeniería social desarrollada desde hace años en su más básica y pura expresión. La gente ha sido machacada y condicionada para odiarse y para sacar tajada, y eso no se cambia con techo, luz, agua y comida. La pedagogía es limitada y genera desconfianza cuando no precede de un curro constante, eficaz y muy poco agradecido. La propaganda por el hecho es la base, y consiste en currar mucho para que quizás sólo cale un único mensaje en una única persona. Vale la pena dar el salto, pero primero busca un buen paracaídas.

Puede que esto a gran parte de la militancia le suene a arameo. Recuerdo cuando di una charla en Zaragoza (muy enriquecedora para mí) con el tema de “Cruzar el Rubicón”32 y una compañera, muy inteligentemente, me comentó que lo que yo explicaba era interesante, pero que en el contexto de su zona parecía “ciencia ficción”, porque el problema allí no era de sobreexposición por la militancia sino de quietismo y abulia. Tenía razón. Sin embargo, aunque mi mensaje no sea entendido por la gran mayoría, es necesario elaborarlo aunque sea para la minoría que se plantea por primera vez saltar un muro sin mirar antes qué hay al otro lado. Sé que es necesario porque ojalá alguien me lo hubiera dicho a mí, o mejor dicho, ojalá hubiera escuchado a las pocas personas que trataron de advertirme. Una necesita aprender de sus propios errores y no de los ajenos, pero cuando las advertencias sólo vienen de la inteligencia y el afecto uno tiende a desconfiar de los que hablan sobre lo que no han vivido. Yo no hablo desde la cercanía, porque no te conozco, ni desde una excelencia intelectual que ni busco ni poseo; hablo desde la dura y áspera experiencia. La tuya puede ser distinta y mejor, seguro, pero si empiezas a ver que la cosa se tuerce, que no puedes más, no te recomiendo que te rindas a la primera, pero sí que busques otras alternativas que no impliquen tu inmolación. Y si llega el momento de tirar la toalla, deja atrás los remordimientos, la culpa y los reproches. Para, respira, tómate un tiempo para sanar, para recuperarte, para lamer tus heridas y busca apoyo. Y si no lo encuentras es que quizás la guerra revolucionaria que creías librar era sólo la acción solitaria de un francotirador. Replantéate tus prioridades, tu lugar en la militancia y después, con la cabeza llena de ideas nuevas y los pulmones cargados de aire limpio, vuelve a la carga. Más fuerte, mejor armada, más solidaria, más independiente y más sabía. Vuelve, con una nueva piel más resistente, pero que también, recuérdalo siempre, puede desgarrarse.

 

NOTAS

  1. T.G. Morago (?-1885), obrero grabador, fundador de la Federación Regional Española de la AIT, miembro de la Alianza y uno de los más activos militantes anarquistas de la época. Moriría sólo (la nueva Federación de Trabajadores de la Región Española lo había expulsado por “ilegalista”) y enfermo, encarcelado en Granada, acusado de falsificar moneda con fines sediciosos.
  2. M.A. Bakunin (1814-1876), uno de los principales impulsores de las ideas anarquistas dentro del incipiente Movimiento Obrero y uno de los clásicos libertarios más destacados. Pasó más de 12 años en prisión, primero en Austria (donde fue encadenado a la pared) y después en distintas cárceles rusas (dónde perdería la dentadura a causa del escorbuto), hasta que fue deportado “de por vida” a Siberia de donde logró fugarse.
  3. El Proceso de Montjuïc fue una caza de brujas lanzada contra el movimiento anarquista catalán en 1896 a causa de un sospechoso atentado de origen desconocido producido ese mismo año en la calle Canvis Nous de Barcelona durante una procesión religiosa. Como denunciaría el militante anarquista y antiguo procesado Tarrida del Mármol en La Inquisición Española (1897), los detenidos sufrieron terribles torturas (palizas, ingesta forzada de grandes cantidades de sal, reclusión en espacios reducidos, aparatos de tortura que producían hernias o desprendían los labios de la boca y un espeluznante etcétera).
  4. F. Salvochea (1842-1907), gran referente del anarquismo andaluz. Republicano y cantonalista primero (llegó a ser alcalde de Cádiz), se convertiría después en un activo y apreciado propagandista del socialismo libertario. Sus distintas estancias en prisión (deportado al Peñón de Vélez de la Gomera, trasladado a Burgos y Valladolid) acabarían arruinando su salud (en prisión mantendría huelgas de hambre e incluso llegaría a intentar suicidarse). Murió poco después de caer de un tablón que le hacía las veces de cama.
  5. R.F. Magón (1877-1922), escritor y propagandista anarquista, fue una importante figura de la Revolución Mexicana (1910-1920). Fue el verdadero motor intelectual de muchas de las consignas acogidas por el zapatismo y un insurgente en la Baja California. Fue detenido en EE.UU. donde se le sometió a un terrible régimen carcelario que acabaría costándole la vista y la vida.
  6. A. Pestaña (1886-1937), obrero relojero afiliado a la CNT, se convertiría en uno de sus principales representantes, defendiendo distintas posturas a lo largo de su vida militante (desde el núcleo duro en sus inicios a las posiciones más reformistas y posibilistas de los años 30). En los años de plomo del pistolerismo sufriría un atentado (1922) del que nunca llegó a recuperarse del todo.
  7. C. Berneri (1897-1937), profesor de filosofía y militante anarquista. Para muchos uno de los pensadores libertarios más solventes de la primera mitad del s.XX. Durante la revolución española se trasladaría a Barcelona donde mantendrá una actitud crítica con las decisiones políticas de la CNT, aunque bastante alejado de la intransigencia radical de los anticolaboracionistas. En las jornadas de mayo de 1937 es secuestrado por agentes estalinistas y asesinado junto al también anarquista Francesco Barbieri.
  8. G. Pinelli (1928-1969), obrero ferroviario, activo militante anarquista y antiguo partisano. Después de un atentando con bomba en la Plaza Fontana de Milán (1969), perpetrado por grupos fascistas, Pinelli es detenido y posteriormente arrojado por la ventana de la comisaría a manos de la policía. Su asesinato inspiraría el clásico teatral de Dario Fo Muerte accidental de un anarquista (1970).
  9. S. Maldonado (1989-2017), joven artesano, anarquista y comprometido con la causa del pueblo mapuche. En 2017 la policía argentina irrumpe en la la comunidad de “Pu Lof en Resistencia” de Cushamen disparando contra sus pobladores y dispersándolos. Maldonado, que se encontraba allí, permaneció desaparecido desde entonces, hasta que su cadáver fue encontrado más de dos meses después.
  10. No habría espacio en esta nota para relatar todas las masacres ocurridas durante los distintos Primeros de Mayo a nivel mundial. Destaquemos, por poner un ejemplo emblemático, el llamado “Fusilamiento de Fourmies” (1891), en el norte de Francia. Allí, durante una manifestación obrera, la policía disparó contra la multitud ocasionando 9 muertos, 35 heridos y varios anarquistas detenidos que luego serían torturados en comisaría.
  11. C. Giuliani (1978-2001), joven manifestante antiglobalización que durante las protestas contra el G8 en Italia recibió dos disparos de un carabinero para posteriormente ser atropellado hasta la muerte.
  12. O.S. Altamira y A. Puente, “16 muertos y 28 mutilados por balas de goma: 0 policías condenados” (El Diario, 27/5/16).
  13. E. Goldman (1869-1840), una de las principales propagandistas, agitadoras y pensadoras anarquistas históricas. A lo largo de su vida se comprometió con mil causas, desde las reivindicaciones obreras en EE.UU, la defensa de anarquistas presos, la emancipación de la mujer o la Guerra Civil española. En la serie de cartas que le escribió a Max Nettlau durante los años 30 se queja amargamente en varias de ellas de cómo el movimiento revolucionario utiliza y abandona a los que lo han dado todo por la causa (carta del 14 de enero de 1933) o de cómo ella misma sufre ataques personales por parte de supuestos compañeros (varios artículos aparecidos en L’Adunata dei Refrattari) a raíz de la publicación de sus memorias (Viviendo mi vida) en 1931 (carta del 25 de diciembre de 1932).
  14. A. Berkman (1870-1936), activo divulgador anarquista, infatigable compañero militante de Goldman y “propagandista por el hecho” (nombre que se daban los anarquistas que cometían atentados) frustrado. En 1892 intentaría matar al magnate del metal Henry Clay Frick (después de que éste ordenara a su seguridad privada [los pinkerton] disolver la famosa huelga de Homestead a tiros, causando 9 obreros muertos y 70 heridos). Sería condenado a 22 años de cárcel, aunque finalmente cumpliría 14. En sus Memorias de un anarquista en prisión (1912) relata como la comunidad anarquista alemana de Johann Most, el mismo que había apoyado otros atentados y escrito incluso un manual para cometerlos, censura su acto y le niega su solidaridad. Cuenta también como incluso su mejor amigo (al que llama “el gemelo”) deja poco a poco de comunicarse con él hasta desaparecer completamente de su vida. Narra duros episodios en los que perdería temporalmente la razón y también en los que intentaría suicidarse.
  15. A. Lorenzo (1841-1914), una de los figuras más representativas del anarquismo en el Estado español. Fundador de la FRE, su vida es un retrato del anarquismo ibérico desde su irrupción formal en 1868 hasta la fundación de la CNT en 1910. En Figuras ejemplares que conocí (1966) Manuel Buenacasa relata una conversación con Lorenzo bastante ejemplificante: “Se marchó Miranda y entonces manifesté a Negre mi deseo de conocer también a Salvador Seguí. Negre me interrumpió: —No te lo recomiendo; somos muchos los que sospechamos de él. Esas palabras causaron en mí efectos desastroso. ¿Por qué un compañero por mí admirado me ponía en guardia contra otro compañero a quien yo no conocía aún? […]. Antes de despedirme de Lorenzo le expliqué lo que Negre me había dicho un día respecto de Seguí. El ‘Abuelo’ reflejó una sonrisa triste: —Mira —me dijo—: Estoy algo al corriente de lo que sucede entre algunos compañeros. También yo he sido víctima de ataques injustos. En nuestro mundillo abundan envidiosos. Si llegas a militar con firmeza, como yo en otro tiempo, tampoco faltará quien hable mal de ti”. Por lo demás en ambos tomos de El proletariado militante (1901-1923) hay varios ejemplos de algunas decepciones sufridas o provocadas por Lorenzo.
  16. L. Michel (1830-1905), maestra, comunera y célebre figura anarquista finisecular. En 1888, mientras daba una conferencia, un hombre armado, ebrio y aparentemente trastornado, le disparó dos tiros en la cabeza. Una de las balas quedó alojada en su cráneo, y le acarrearía constantes ataques de migraña.
  17. E. Malatesta (1853-1932), posiblemente uno de los clásicos anarquistas más realista y lúcido en su análisis. Nos cuenta Max Nettlau: “[…] Recuerdo que en ese tiempo Malatesta hallaba siempre una fuerte oposición individualista contra su alto aprecio de la organización […] y que, cuando la reunión se impacientaba, ese estado de ánimo no llevaba a una salida muy agradable. Recuerdo también que en una de esas reuniones alguien disparó un tiro contra el y le hirió en una pierna, donde la bala se aloja aún y le causa a menudo dolores […]” (Errico Malatesta: la vida de un anarquista, 1923).
  18. W. Godwin (1756-1836), el primer pensador que estableció un cuerpo teórico elaborado de ideas anarquistas avant la lettre: Investigación sobre la justicia política (1893). Piort Kropotkin dice en su definición de anarquismo para la Enciclopedia británica (1905) que “no tuvo el valor de mantener sus opiniones” y Nettlau aclara que “él, tenaz en sus ideas, pero no un carácter fuerte y de primer valor, atenuó [sus opiniones] ya en la segunda edición […]. En una palabra, fue intimidado y no recogió más el guante” (La anarquía a través de los tiempos, 1935).
  19. S.G. Caserio (1873-1894), “propagandista por el hecho” que ajustició al presidente de Francia, Sadi Carnot, como venganza por la ejecución del anarquista Auguste Vaillant. El pseudocientífico criminalista Cesare Lombroso reproduce este fragmento de una carta suya: “Mil veces, al echar mi cabeza sobre la almohada para dormir, pienso en los sufrimientos de los míos y me abandono al llanto” (Los anarquistas, 1894). Moriría en la guillotina.
  20. B. Durruti (1896-1936), mecánico ajustador, anarquista, expropiador, comandante de milicias durante los primeros meses de la Guerra Civil española y uno de los grandes símbolos del anarquismo ibérico. La mayoría de estas anécdotas, que han alcanzado gran popularidad en el movimiento libertario peninsular, pueden leerse en El corto verano de la anarquía (1972), de H.M. Enzensberger.
  21. G. Sentiñón (1840-1903), médico, miembro de la FRE y la Alianza y uno de los más íntimos contactos de Bakunin en Catalunya junto con Rafael Farga i Pellicer. En 1871 sería detenido. Según cuenta Max Nettlau en Bakunin, La Internacional y la Alianza en España, 1868-1873 (1923), Sentiñón abandonó la militancia principalmente a causa de dicha detención.
  22. N. Makhno (1889-1934), guerrillero anarquista y figura principal de la guerra revolucionaria ucraniana (1918-1921) que llevaría su nombre: makhnovschina. Sobre su lamentable situación parisina nos cuenta Ugo Fidelli: “No teniendo una profesión se tuvo que dedicar a un trabajo manual, con todo lo que eso significaba para él que, enfermo de los pulmones y atormentado por las heridas, sufría una fatiga casi insoportable. […] No sobrevinieron para él sino años de miseria. Imposibilitado para el trabajo, debatiéndose continuamente en las peores dificultades económicas, no lograba obtener la tranquilidad para seguir con vigor su importante obra […]” (nota biográfica añadida a la Historia del Movimiento Makhnovista [1918-1921], edición de 1973, de Piotr Archinov).
  23. F.C. Ravachol (1859-1892), músico ambulante, pobre de solemnidad y “propagandista por el hecho”. Cuando se enteró de que varios supervivientes al “Fusilamiento de Fourmies”, que habían sido torturados en comisaría, fueron además condenados, colocó sendos artefactos explosivos en las casas de fiscal y del juez del proceso. En su declaración ante la Audiencia del Sena en 1892 dijo: “En cuanto a las víctimas inocentes que haya podido alcanzar, lo siento sinceramente. Lo siento tanto que mi vida se ha llenado de tristeza. Están equivocados quienes nos toman por criminales; nosotros somos los defensores de los oprimidos”. Moriría guillotinado.
  24. C. Cafiero (1846-1892), rico heredero (posteriormente realizaría diversos oficios), sería el encargado por Marx y Engels de contrarrestar la influencia de Bakunin en Italia. Al conocer a este último se convirtió en anarquista y en uno de sus compañeros más allegados. A partir de 1881 empieza a desarrollar manía persecutoria, en lo que se ha interpretado como un primer cuadro de esquizofrenia. Sus estancias en prisión agudizarían su enfermedad. En 1891 en confinado en un centro psiquiátrico donde moriría sólo un año después.
  25. L. Lucheni (1873-1910), célebre por ser el asesino de la famosa Sissí (emperatriz del Imperio austrohúngaro). Aunque muchos anarquistas le negaron la condición de tal (incluso Goldman, que se había destacado en la defensa de otros propagandistas), su atentado se suele enmarcar dentro de la cronología de atentados anarquistas de finales del siglo XIX. Cuando era joven, Lucheni sufrió un traumatismo craneal al caerse del andamio donde trabajaba. Muchas de sus dolencias posteriores pueden provenir de ahí. Enfurecido por la dura represión desatada en 1898 contra el movimiento obrero en Italia por orden del rey Humberto I, se decidió a acabar con un miembro cualquiera de la realeza. Cuando descubrió durante el juicio que había matado a una persona depresiva y melancólica se obsesionó con ella hasta el punto de colgar su cuadro en su celda. “Yo creía haber matado a una persona que vivía en una felicidad insultante”, diría. En 1910 apareció ahorcado de su celda (más detalles en el tomo II [La práctica] del pastiche de I.L. Horowitz Los anarquistas, 1975).
  26. J. Morand (1887-1869), trabajadora doméstica y posteriormente educadora anarcoindividualista y antimilitarista. Una de las principales animadoras del círculo que publicaba L’Anarchie (1905-1914). En 1922 es condenada a 5 años de prisión por hacer campaña contra el servicio militar. En 1932 empieza a desarrollar síntomas de enfermedad mental. Como en casos anteriores es “psiquiatrizada” e internada en distintas instituciones hasta su muerte.
  27. G. Berton (1902-1942), obrera metalúrgica, sindicalista primero y anarcoindividualista después, se convirtió en musa del movimiento surrealista. En 1923 mató al líder de extremaderecha Marius Plateau e intentaría suicidarse sin éxito. Aunque fue absuelta gracias a una intensa campaña popular a su favor, entraría posteriormente varias veces en la cárcel por causas militantes. Según su salud mental fue deteriorándose, empezaría a realizar repetidos intentos de quitarse la vida. Finalmente lo conseguiría en 1942 ingiriendo veronal.
  28. R.T. Escartín (1901-1939), pastelero, militante anarquista de primera hora, fue miembro del famoso grupo “Los Solidarios”. Se le achacaría la muerte, junto a Francisco Ascaso, del cardenal Soldevila. Detenido después del atraco a la sede del Banco de España en Gijón es condenado a muerte. En prisión da las primeras muestras de enfermedad mental y es trasladado a un psiquiátrico. En 1939, cuando los fascistas entran en Barcelona, lo sacan del centro y lo fusilan.
  29. M. Borràs (1845-1894), prolijo editor de periódicos anarquistas, sería uno de los artífices de la introducción en el Estado español (a través del barrio de Gràcia) de las primeras ideas anarcocomunistas y anarcoindividualistas de origen europeo. En 1893 se le imputaría, infundadamente, ser cómplice de Paulí Pallàs en el atentado contra el militar Martínez Campos. Haciéndosele imposible la vida en prisión se suicidaría ingiriendo azufre.
  30. A. Gallaud, conocido como Zo d’Axa (1864-1930), anarcoindividualista, brillante escritor y polemista, editó algunas de las publicaciones libertarias más ingeniosas de la época. Después de haber vivido y viajado mucho en su gabarra, habiendo perdido recientemente a su compañera, llegó a la conclusión de poner fin a su vida cuando él lo decidiera. Eligió hacerlo con una sobredosis de morfina.
  31. A.M. Jacob (1879-1954), famoso expropiador anarquista, su ingenio y sentido del humor a la hora de elaborar su defensa ante los tribunales lo convertirían en un reconocible personaje de la cultura popular francesa. Condenado a trabajos forzados en la Guayana Francesa, permanecería allí 20 años sin que funcionaran ninguno de sus 17 intentos de fuga. En 1936 se trasladaría a la Barcelona revolucionaria, pero el devenir de los acontecimientos que intuye le deprimen. En 1954, muerta su madre y su compañera, satisfecho con la existencia que había llevado, celebra una pequeña fiesta y después de despedir a sus invitados decide poner fin a su vida con una inyección de mórficos.
  32. Inspirada en este artículo: http://lasoli.cnt.cat/26/10/2016/cast-cruzar-rubicon/