Un día en “La Esperanza”

Son las 7 de la mañana, me desperezo y me dispongo a lavarme la cara. Abro el grifo y hay agua. Hoy la cuba tuvo que llegar puntual y Blas, miembro de la Comisión de Mantenimiento, pudo abrir el abastecimiento a las 7 según nuestro horario de racionamiento de agua. El bueno de Blas, y quienes le ayudan en Mantenimiento, se encargan del agua y de detectar y arreglar desperfectos para que la Comunidad funcione. No cobran nada por ello. ¿Por qué lo hacen? Por solidaridad y compromiso con “el proyecto”, no hay más.
Me visto y bajo al patio. Ahí están Judith y Azu barriéndolo y baldeándolo. Hoy no es lunes (nuestro día de limpieza general), pero quieren mantener las zonas comunes limpias, saben que a nosotros por ser “okupas” se nos mira con lupa. Cuando hay zafarrancho de limpieza se suman algunos hombres, pero desgraciadamente las mujeres siguen siendo mayoría en esta labor. Sin embargo, no se respira un aire machista; las mujeres son mayoría en casi todo. Las que vienen a solicitar vivienda son casi siempre mujeres; son mayoría en la asamblea y son las más participativas; las comisiones están llevadas casi todas por mujeres; cuando hay algún conflicto son las primeras en mediar e intervenir. El concepto de fuerza ha perdido en la Comunidad su estereotípico cariz masculino.

Un grupo de vecinos debate en los bancos del patio. Me sumo a la charla. Les preocupa el aumento del gasto de agua debido a los calores del verano. “A ver si los del ayuntamiento se deciden de una vez y nos ponen el agua, que no somos animales, joder”. Hablan de convocar una asamblea cuanto antes. “Hay que seguir presionando, seguir insistiendo con los medios, y si no manifestaciones o lo que haga falta”, repiten. Alguno es miembro de la Comisión Anti-desahucio, que se encarga de hablar con los medios y tratar de iniciar las negociaciones con la administración. Idahira, la tesorera (este mes le toca a ella), ataja enérgica: “mientras eso pasa lo que hay que hacer es ahorrar”. A ella se le entrega la “contribución comunitaria voluntaria” de 25 euros mensuales. Gracias a esos 25 euros podemos pagar las cubas de 10.000 litros diarios con los que nos abastecemos.
Les dejo con su conversación y me acerco al Asambleatorio (así llamamos al lugar dónde se celebran las asambleas y los talleres y eventos) porque veo algo que me gusta. Los niños están ensayando una obrita de teatro que hizo un vecino. Están entusiasmados, gritando y reproduciendo ruidos de animales. Algunas madres de la Comisión de Talleres les ayudan a ensayar. Miro a los niños y pienso que son lo mejor de la Comunidad. A pesar de la situación económica en la que se encontraban sus padres antes de venir aquí, a su manera estos niños son afortunados. No sólo por la oferta de ocio que hay en la Comunidad con los talleres y demás; estos niños están viviendo una experiencia que les dará una gran ventaja sobre el resto de miembros de su generación. Están aprendiendo y viviendo desde chiquititos lo que es el apoyo mutuo, la empatía, la diversidad, la tolerancia. Pienso en cuando sean grandes y recuerden este periodo de sus vidas. Estos niños serán hombres y mujeres el día de mañana que serán sensibles al dolor ajeno y sabrán que la colaboración es la única forma de resistir y que la justicia no es un ente abstracto.
Me avisan de Mantenimiento: se ha roto una tubería en el garaje. Bajo corriendo a ayudar. Nos pasamos horas arreglándola. Unos van a comprar el repuesto mientras otros serruchan el tramo para ponerle un acople. Aquí, ante mí, tenemos obreros cualificados (como Moisés, Carmelo, Iche y un largo etcétera) que cuando pasa algo de esto saben en cada momento qué hacer. Admiro sus conocimientos y pericia. No pierden nunca la calma en estas circunstancias. La arreglamos al fin.
Con la avería se nos ha hecho tarde, algunos no hemos tenido tiempo de prepararnos la comida. Rocío invita a comer a parte de la cuadrilla de Mantenimiento en su casa y Francisco a otra parte en la suya. Los que van a casa de Francisco disfrutaran de un menú de comida típica colombiana, y los que va a casa de Rocío aprovecharán para llevarse la ropa que amablemente les lavó el otro día. Esas redes espontáneas de apoyo mutuo se tejen día a día en “La Esperanza”. Olla común improvisada , unos vecinos le lavan la ropa a los que no tienen lavadora, otros ayudan a fabricar mobiliario para las casas con maderas recicladas, y así sucesivamente.
Entre los comensales distingo dos caras desconocidas con un niño al que tampoco identifico. Le pregunto a Rocío y me aclara que son “nuevos realojados”. Entraron porque otro vecino encontró trabajo y decidió entregar la llave a la Comisión de Realojo y darle a otra familia la misma oportunidad que le dieron a él. Los nuevos llevan en lista de espera algunos meses, han entregado toda la documentación necesaria para demostrar su situación de necesidad, ya han pasado varias entrevistas con los de Realojo y finalmente se les ha explicado bien “el proyecto” y han aceptado sus condiciones. Hablo con ellos. Que les llamaran de Realojo ha sido lo mejor que les podría pasar: 3 meses de impago de alquiler, agotada la paciencia del casero, les daba una semana para irse o iniciaba los trámites de desahucio. Sus ingresos de 300 euros les impedían pagar el alquiler y comer. Están emocionados y aún no han asimilado su nueva situación. Los vecinos recién llegados suelen venir sin nada. Directamente de la calle, de centros o de traumáticos desalojos. Como en este caso, es difícil que los primeros días los vecinos mas cercanos no le pongan un plato sobre la mesa y les ayuden a instalarse. La solidaridad en “La Esperanza” no es sólo cuestión de sensibilidad, sino de supervivencia.
Después de comer me doy un salto al huerto de la Comunidad. Allí están Javi y Julio, trabajando como siempre. El invierno se ha portado bien con el huerto, pero ahora empiezan los rigores del verano y les urge terminar de colocar las mangueras para el riego por goteo. La idea de Javi, el más implicado en la Comisión del Huerto, es que este se abastezca con cubas independientes. Teniendo en cuenta los problemas acuíferos de la Comunidad, es la única opción. Cerca del huerto corretean gallinas y cabritas. Todos son animales que ya no eran “útiles” para la explotación ganadera y que han sido salvados de ser sacrificados. Para algunos niños de la Comunidad este es el primer contacto que tienen con este tipo de animales. Enseñarles las sinergias que se dan entre los seres vivos y a empatizar con ellos es una experiencia bonita. Javi y Julio se despiden de mí, van a irse a buscar unas plantas forrajeras especiales para las cabras. Ya me contaran a la vuelta.
Cae la tarde, ahora mismo tengo que coger la guagua para irme a trabajar (soy de los pocos en la Comunidad que tiene un trabajo remunerado, aunque la gente se mata a hacer chapuzas, sacar chatarra, limpiar escaleras, para poner un plato en la mesa). Justo cuando estoy saliendo me vuelvo a encontrar con Azu y Rocío. Alguien ha visto nuestra petición de ayuda en la red y viene a traernos ropas, muebles y algunas garrafas de aceite. Rocío y Azu, junto con Ylenia y Lola, forman parte de la recién creada Comisión de Solidaridad (desde que salimos en los medios de comunicación decidimos crearla para gestionar la ayuda que pudiéramos recibir), se han puesto en contacto con ellas y están esperando para recibir tan generosa aportación. Salgo del portón con una sonrisa que crece aún más cuando me cruzo con un vecinito de apenas 8 años que me recuerda: “compa, no te olvides de que esta noche hay cine en el Asambleatorio”. Asiento con la cabeza y pienso que hoy tengo que intentar salir pronto del trabajo.
Mientras camino hacía la parada me vuelvo una última vez y miro hacia la entrada: “Comunidad Esperanza, lo último que se pierde”. Y pienso que aunque parezca increíble esto está ocurriendo en un pequeño y recóndito punto del Atlántico: la gente se ha organizado, ha cogido las riendas de su vida en sus manos y, pase lo que pase, no está dispuesta a renunciar a la esperanza.

Comunicado Comisión Anti-desahucio

Después de que en mayo de 2015 diéramos a conocer el proyecto de la «Comunidad Esperanza» a los medios de comunicación, y de que hiciéramos públicas nuestras demandas, sobre todo en relación al abastecimiento de agua, NADIE DEL AYUNTAMIENTO NI NINGÚN RESPONSABLE POLÍTICO SE HA PUESTO EN CONTACTO CON NOSOTROS. Se han escrito artículos denunciando la situación, radios y televisiones se han hecho eco incluso en el ambito estatal, se ha enviado documentación al Ayuntamiento de Santa María de Guía con jurisprudencia suficiente para demostrar que son ellos, y su alcalde Pedro Rodríguez, los responsables directos de garantizar el suministro de agua a los vecinos del municipio, y aún así han hecho oídos sordos. En vista de que sólo hemos recibido silencio administrativo, en breve convocaremos nuevamente a los medios de comunicación para anunciarles nuestra intención de denunciar esta dejación de funciones y negación de asistencia ante el Diputado del Común y si hiciera falta ante la justicia ordinaria. Ya tenemos preparada toda la documentación necesaria para ello. Y si los órganos políticos y de justicia se desentienden, iniciaremos un calendario de movilizaciones y concentraciones que no pensanos deponer hasta que consigamos nuestro objetivo: un suministro regular de agua como cualquier vecino, como todo ser humano. La «Esperanza» ni se resigna ni se calla.

 Fdo: Comisión Anti-desahucio

Anarquía a pie de calle II

Anarquía a pie de calle II
¿Lucha social?
Mañana para los jóvenes estallarán como bombas los poetas; mañana las caminatas por el lago, las semanas de perfecta comunión; mañana los paseos en bicicleta en las tardes de verano. Pero hoy la lucha” (W.H. Auden, España, 1937).
Vaya por delante que quien les habla de lucha social se tiene por individualista. Soy individualista porque soy celoso de mi independencia y criterio personal, pero también por razones pragmáticas. Para implicarse en la lucha social es imprescindible conservar grandes dosis de individualismo: para no corromperse, para no dejarse arrastrar por impulsos gregarios y apetitos mayoritarios, para saber por qué haces lo que haces.
Pero me repugna el aristocratismo; soy individualista porque quiero, para todos y cada uno, una personalidad única y fuerte, y que cada uno desarrolle su “yo” sin límites ni cortapisas ambientales. Pero, ¿cómo domar el ambiente para que sean los individuos los que le den forma a este y no este el que de forma a los individuos? Implicándose en la lucha social, no hay otra.

Nuestro desprecio por la sociedad actual puede llevarnos a la resignación. Tanto a un nihilismo satisfecho (“nada se puede cambiar y es mejor vegetar y vomitar esporádicamente a través de las redes sociales o un artículo bien escrito”) como a la actitud del náufrago (“aunque no queramos este es nuestro hábitat, adaptémonos y salvemos los pocos muebles que llegan a la orilla”). Pedir que todo arda sin mover un dedo o enzarzarse en pedir reformas electorales o iniciativas legislativas populares son muestras de ambas actitudes. Resignación más o menos activa, pero renuncia al fin.
Resignarse es rendirse, y eso es morirse por dentro. Hay que implicarse en la lucha social porque sólo así conseguiremos cambiar algo, aunque sólo sea una parte de la porción de mundo que nos ha tocado en suerte. Pero hay que implicarse con grandes dosis de realismo; tanto realismo que duele a veces.
Hay que saber antes que nada que puedes implicarte, tener éxito, conseguir cambiar la vida de la gente, sin que en nada hayan cambiado sus mentes. Una persona mezquina hambrienta no es diferente de una persona mezquina satisfecha salvo en su capacidad material para hacer daño. Tendrá más o menos posibilidades, distintas prioridades, pero en lo sustancial es igual. Idealizar a las “clases sociales” (categoría que si no se limita a fijar la línea entre oprimidos y opresores sirve de poco) es absurdo. Ni el obrero es el personaje de los carteles soviéticos ni la obrera es la de los carteles americanos de la II Guerra Mundial. Los excluidos y los marginados, los “sin-clase”, entre los que me encuentro por nacimiento y vocación, no responden tampoco a una visión romántica prefijada de nómadas y espíritus libres. Somos seres de carne y hueso que no pueden ser observados desde fuera, sino vividos desde dentro.
Poner defectos o cualidades donde no los hay de forma ingénita es una fuente de injusticias o expectativas frustradas. Los que trabajamos por la revolución tenemos que tener una cosa clara: ésta no se hará con superhombres nietzscheanos; se hará con personas con prejuicios, cargadas de tabúes, lastradas por ideas machistas, racistas y xenófobas. Ese es el material humano de las revoluciones porque la gente no cambia de un día para otro por mucho que se intenten cambiar los acontecimientos. El entusiasmo inicial tamiza esas actitudes, pero sin una pedagogía previa no podemos pretender que las personas tiren su equipaje mental de forma instantánea.
¿Seguro que cambiando las condiciones materiales no conseguimos cambiar las condiciones mentales? No necesariamente. Kropotkin es uno de mis pensadores de referencia, y después de haberlo estudiado y tratar de llevar a la práctica algunas de sus propuestas –las que me parecían más urgentemente realistas– puedo confirmar que al menos en algunos presupuestos de La Conquista del Pan (1892) se equivocaba. O más bien, para ser justos con Kropotkin, el error no consiste en la tesis principal de esta obra (capital, por otro lado), según la cual la primera cuestión a solucionar de la revolución es la del pan; los que nos equivocamos somos nosotros si creemos que por ser la primera debe ser la única. La primera misión del fenómeno revolucionario debe ser, ciertamente, saciar las necesidades básicas, pero seremos muy ingenuos si creemos que este sólo hecho derrumburá toda forma de jerarquía. Si como ya nos recordaba Tolstói no se le puede hablar de cosas no comestibles a alguien con el estómago vacío1, tampoco podemos esperar que llenando ese estómago obtengamos un cambio conductual en esa persona. Podemos dar abrigo, techo y pan como nos recomienda Kropotkin, pero si las estructuras mentales capitalistas no se han tambaleado, las mejoras de las condiciones materiales no habrán modificado en los sustancial la naturaleza ni las aspiraciones de los afectados. Podemos crear una sociedad de necesidades satisfechas e igualitarismo económico que no por ello, si no se hace un trabajo de fondo, quedará erradicado el poder y la sumisión. Kropotkin decía que si la gente tenía los medios de producción ya no necesitaría arrastrarse ante un Rothschild; no se arrastraran por pan, pero pueden someterse igualmente por el influjo de la fuerza bruta, el miedo o el engaño. La igualdad económica no erradica el autoritarismo ni los vicios jerárquicos, ni borra de un plumazo los tics capitalistas.
Esto puede comprobarse con el ejemplo de las comunas y comunidades de resistencia. Una microsociedad que se organice con un modelo anarquista, y en la que este modelo se demuestre eficiente y eficaz, puede ser una muestra de que la anarquía funciona “demasiado bien”, porque consigue mejorar las condiciones de vida de los afectados, saciar sus necesidades, pero con muy poco esfuerzo por parte de estos. No se puede crear una oasis de anarquía rodeado de un desierto de capitalismo, porque tarde o temprano la arena te entra por la puerta2.
La mayoría de comunidades libertarias de finales del siglo XIX y principio del XX, y aún las comunas hippies de la segunda mitad del pasado siglo, fracasaban por una cuestión muy clara: se constituían en comunidades cerradas, aisladas, sin ser conscientes de que la gente no deja su “vieja mentalidad” en la entrada. Esto ya lo explicaba Reclús en su texto Las Colonias Anarquistas (1902). La sociedad no tiene vida propia ajena a la de sus miembros, sin embargo la existencia de cierta psicología colectiva, de grupo, la hace comportarse como un organismo vivo. Como tal, muere si permanece encerrado y sin aire, y vive cuando se ventila, cuando respira y se nutre del exterior.
Esas cualidades centrífugas y centrípetas de las que que hablaba en el artículo anterior, no son sólo aplicables a distintos tipos de anarquismo, sino también de comunidad y de militancia. En mi experiencia comunitaria he podido comprobar que los periodos de aislamiento y endogamia forzada mueven a la depresión y la desmovilización, pero cuando se interactúa con el entorno en el que se está inserto y se reciben estímulos del exterior el organismo que es la comunidad se renueva y se revitaliza. Lo mismo pasa con la militancia. La actividad centrada en el propio grupo, en el propio movimiento, que no se abre y se expande ni quiere relacionarse con el exterior, es inútil y tiende a la esclerosis. Es imprescindible moverse hacía afuera, irradiar. La sangre que no circula se tromba y produce gangrena; el movimiento es la base de la vida, la base del cambio.
Pero se me preguntará: ¿por qué enredarse en la lucha social si el cambio material no tiene las repercusiones inmediatas que se pretende? Y en caso de que fuera deseable, ¿qué estrategia seguir?
La gran aspiración anarquista revolucionaria, y la de mayoría de movimientos sociales, es llegar a la gente. Puede que a través de la lucha social, de ayudarles y promover vías de autogestión, su mentalidad no cambie, pero es esa la única forma real de llegar a ellos, de entablar contacto. Entiendo las buenas intenciones, pero a una familia que busca alimentos en la basura, que está discriminando entre lo podrido y lo descompuesto, no se le puede hablar de las virtudes del veganismo o de los malos efectos de los transgénicos; suena a insulto, a broma macabra. Esas cosas, que realmente son una muestra de consciencia, interesan cuando uno tiene sus necesidades básicas satisfechas y un estatus estable; al desnutrido lo que le interesa es no morirse de hambre. Cuando se hablan de cosas ajenas a la realidad inmediata de la gente y tratamos de arrastrarlos a nuestro terreno, en vez de evaluar que tiene nuestra forma de concebir el mundo que ofrecerles a ellos, estamos estableciendo una línea entre la gente sin ideología y el anarquista que, mentalmente, no dista mucho de la que hay entre el desposeído y el propietario: intereses distintos cuando no contrapuestos.
Hay que analizar qué interés legítimo y coincidente con nuestras ideas y praxis tiene la gente y tratar de meterle mano. La FAGC se dio cuenta en 2011 de la alarmante necesidad de vivienda que había en la Isla de Gran Canaria: entre 25 y 30 desahucios diarios con 143.000 casas vacías en el archipiélago. La gente necesitaba techo; pues eso había que ofrecerles, porque nuestras herramientas son ideales para ello y porque históricamente, desde la Comuna de París al Movimiento Okupa, ha sido parte de nuestro acerbo.
Ya he dicho que con la política del pan, siendo lo prioritario, no basta. Hay que usar grandes dosis de pedagogía (alejándose radicalmente del adoctrinamiento y el proselitismo), socializar herramientas formativas, fortalecer la independencia de la gente y crear círculos de compromiso dispuestos a no perder las conquistas conseguidas. Sí, el pan no lo es todo; pero es la única forma de que esa entelequia informe e indefinible a la que llamamos “pueblo” te tenga en cuenta y te distinga de los vendedores de humo. Sí, la propaganda por el hecho tiene sus límites, y mostrar el camino correcto y recorrerlo no es suficiente para que otros lo hagan; pero es la forma más honesta y coherente de difundir una idea y de intentar que la gente la adopte. La vía vivencial, de hacer lo que se predica, es lo único que te legitima a poner una propuesta encima de la mesa. Si no lo has vivido antes no me lo vendas. Darle a las necesidades básicas la prioridad que les corresponde, y no ofrecerle poesía, liturgia o escolástica al que necesita proteínas es la única forma de empezar a hablar en serio, la única forma de no demostrarse enajenado de la realidad.
Ciertamente los pruritos capitalistas y los raptos de burguesismo pueden permanecer en la mente del que gracias a tu ayuda ha dejado de ser un paria. Alejado de la miseria quizás se incremente más esa mentalidad consumista. Pero si se ha conseguido cambiar su situación vital a través de procedimientos libertarios, con tácticas de acción directa al margen de la legalidad, aunque esto no altere la psique del afectado, la realidad es que el hecho, el ejemplo, queda y subsiste, y es lo que sirve de referente para demostrar que si el material humano falla, las ideas y las prácticas no. De todas maneras, basta con que en uno de cada diez individuos germine la semilla de tu ejemplo de apoyo mutuo o autogestión para que la lucha social iniciada haya valido la pena.
Wilde nos hablaba en su El Alma del Hombre bajo el Socialismo(1890) de lo aburridos que eran los “pobres virtuosos”. Exigir que los pobres sean virtuosos, además de pobres, no es una cuestión de “aburrimiento”, si no de brutal e injusta insensibilidad. En la lucha social podrás descubrir personas que llevan años sin socializarse con nadie, que han sido excluidas de las más mínimas comodidades, que llevan décadas viviendo en estado de guerra permanente, que sienten que cuánto les rodea es hostil. Lo raro no es que desconfíen o incluso traten de aprovecharse de quien le tienda una mano; lo raro es que no se le tiren a la yugular. En vez de eso, muchas personas que han sido tratados como fieras peligrosas desde la infancia, constantemente hostigadas por su entorno, se embeben de una solidaridad dada a cambio de nada, salvo de compromiso, y de una forma de actuar que no acepta liderazgos ni servilismos. Se embeben tanto que la reproducen. Aprenden a ayudar a los demás, abren casas para familias sin hogar tal y como se les abrió a ellos; llegan a darse cuenta de que el siguiente paso está en defenderse por sí mismos, en la autonomía; la ilegalidad a la que antes recurrían por necesidad ahora tiene una finalidad más profunda. Puede que empiecen a interesarse por las ideas que les han llevado hasta ahí y empiecen a hablar de anarquismo; y si no, al menos ya no desconocen ese término ni lo temen. Se produce en ellos un cambio de paradigma.
Sin embargo, deberíamos de tener una cosa muy clara: el modelo anarquista que proponemos no necesita convertir a la gente en anarquistas para funcionar; sería aberrante. El anarquismo destinado a los anarquistas es chovinismo. El anarquismo es útil cuando se dirige a los que no son ni serán anarquistas. Es ahí cuando se demuestra que un proyecto y un modelo funcionan.
Nuestro objetivo es llegar a los que nada tienen, no para hacerlos anarquistas conscientes, sino porque sólo ellos, los que más sufren y padecen, tienen motivos objetivos para querer cambiar de vida y la razón para romper convulsamente con todo. El mensaje anarquista de libertad y autonomía acoge a toda la humanidad; el de tres comidas diarias y un techo sobre la cabeza sólo puede ir destinado a los que carecen de ello. La anarquía para los satisfechos, para los aburridos intelectualmente, es un artefacto inútil. Los principios libertarios son asumibles por todos, pueden cambiar la vida interior de quién los asuma, sin importar su ascendencia; pero su programa económico y social va dirigido a cambiar la vida de los que hoy comen barro. Por eso es imprescindible intervenir en esa lucha; no hay otra forma de cambiar lo que nos rodea.
¿Cómo hacerlo? Desde dentro, sin partenalismos ni dirigismos. La táctica del “paracaidista” que salta sobre un conflicto, venido de quién sabe dónde, para arrojar luz, es la táctica del fracaso. Sólo cuando se te ha visto mancharte, sudar y sangrar estás legitimado para intervenir, y ni siquiera eso vence todos los recelos. Se debe crear un proyecto en el que las diferencias entre los anarquistas que lo inician y las personas generalmente no ideologizadas que lo vayan integrando se difuminen, sin rangos, ni vanguardismos ni primacías.
Participando en las inquietudes reales del pueblo, en las que se han generado en ellos, y no en la que nosotros queremos introducirles desde fuera. Una vez hemos tomado parte de sus intereses, de su lucha, de su reivindicación, nuestra misión como anarquistas es tratar de llevarlos un poco más lejos, un pasito más allá. Malatesta lo entendió con lucidez:
Hagamos comprender a todos aquellos que mueren de hambre y de frío, que todas las mercancías que llenan los almacenes les pertenecen a ellos, porque ellos fueron los únicos constructores, e incitémosles y ayudémosles para que las tomen. Cuando suceda alguna rebelión espontánea, como varias veces ha acontecido, corramos a mezclarnos y busquemos de hacer consistente el movimiento exponiéndonos a los peligros y luchando juntos con el pueblo. Luego, en la práctica, surgen las ideas, se presentan las ocasiones. Organicemos, por ejemplo, un movimiento para no pagar los alquileres; persuadamos a los trabajadores del campo de que se lleven las cosechas para sus casas, y si podemos, ayudémoslos a llevárselas y a luchar contra dueños y guardias que no quieran permitirlo. Organicemos movimientos para obligar a los municipios a que hagan aquellas cosas grandes o chicas que el pueblo desee urgentemente, como, por ejemplo, quitar los impuestos que gravan todos los artículos de primera necesidad. Quedémonos siempre en medio de la masa popular y acostumbrémosla a tomarse aquellas libertades que con las buenas formas legales nunca le serían concedidas. En resumen: cada cual haga lo que pueda según el lugar y el ambiente en que se encuentra, tomando como punto de partida los deseos prácticos del pueblo, y excitándole siempre nuevos deseos”3.
Lo que intentó la FAGC con el Grupo de Respuesta Inmediata contra los desahucios y la Asamblea de Inquilinos y Desahuciados fue intervenir en una aspiración real de la población (la vivienda) y lejos de las propuestas moderadas y legalistas de las plataformas y colectivos locales, llevar la lucha por el derecho al techo a otros presupuestos, más profundos y más radicales. Esa es la primera etapa de nuestra lucha. Parando desahucios de forma combativa y realojando familias sin techo en casas unifamiliares expropiadas a los bancos, iniciamos el contacto con la gente y demostramos que se podía actuar de otro modo, más comprometido y más eficiente.
Inmersos en las aspiraciones habitacionales populares iniciamos la etapa de la Comunidad “La Esperanza”, porque hacía falta una demostración de fuerza, un proyecto lo suficientemente grande y llamativo cómo para que no pudiera ser ocultado a la opinión pública por mucho que se quisiera. Ante el victimismo de que hagamos lo que hagamos se nos silencia, hemos intentado mostrar que a despecho de las manipulaciones y tergiversaciones mediáticas, si se hace algo de gran magnitud es imposible que pueda quedar solapado y barrerse bajo la alfombra (a esto obviamente hay que sumarle una gran capacidad de trabajo y saber diseñar una buena “guerra de tinta”). Llega después una tercera etapa que ya explicaré en el último artículo de esta serie.
Lo hecho en esta segunda etapa tiene su importancia y significado, no sólo evidentemente por su dimensión social, por dar techo a un número tan ingente de adultos y menores, sino también en otros aspectos. En nuestro movimiento parece que ciertos think tankse disputan una ridícula hegemonía. Invalidan lo que dice su competidor con palabras, siempre con palabras. Si una propuesta se les antoja muy radical o muy reformista no tratan de contraponerle un ejemplo práctico que la desbarate; le contraponen otra idea. Cuando se criticaba por ejemplo la ILP de la PAH por inservible y legalista, la crítica podía ser muy certera (de hecho lo es), pero si no se le contrapone otra alternativa a la gente no le quedará más remedio que aferrarse a la única alternativa que hay puesta sobe la mesa. Nosotros criticábamos la ILP y como aval a nuestra crítica dimos vida, por ejemplo, a “La Esperanza”. Lo que hace falta es un action tank, grupos de acción que realicen actos que secunden nuestras teorías, un respaldo activista con resultados reales y cuantificables. Eso es lo que válida tu propuesta; lo demás es retórica, verborrea y papel, y eso tiene el mismo peso que un puñetazo sobre la mesa de un bar.
Empero, hay que ser realistas: si la línea vivencial debe quedar borrada entre los anarquistas y los realojados (pues esta es la única manera no sólo de evitar vanguardismos sino de propiciar la autoemancipación y sumar a los afectados a la lucha por su propia causa), hemos de saber detectar las diferencias y semejanzas de nuestras aspiraciones; ahí se hallan lo límites de la lucha social. Personalmente, como anarquista, y en relación a la Comunidad “La Esperanza”, podría preferir una ocupación sine die, un desafío constante al Estado y las entidades financieras, sobreviviendo en situación constante de emergencia. Pero precisamente, como anarquista, no me gusta disparar con pólvora ajena. No puedo lanzar a la gente, cargados de hijos menores, a luchar con molinos de viento espoleados por mis ideas. Debo conocer y comprender cuales son sus aspiraciones reales y hasta dónde están dispuestos a llegar y si ya han llegado lo más lejos que les era posible no tratar de forzarles a iniciar formas de lucha que aún no han nacido en ellos. La necesidad crea al órgano, y esas formas se darán de forma natural cuando sea el momento. Hay que entender que si para mí la ilegalidad es una opción y un recurso a defender, para ellos es una obligación nacida de la necesidad. Después de la guerra la gente quiere paz y eso no es criticable. En base a eso redacto documentos legales que me repugnan porque la comunidad de la que formo parte los necesita y confía en mi capacidad para darles cuerpo. “La Esperanza” ha decidido regularizar su situación, lanzar un órdago: si sale mal seguirá al margen de la legalidad y no abandonará las viviendas; si sale bien habrá conseguido vencer en su desafío al Sistema y haberle arrancado sus demandas.
¿Conseguir esas exigencias será el final de todo? Como Comunidad puede que sí, pero a nivel de estrategia global de la FAGC evidentemente no. Conseguir esta victoria sería un ejemplo de lo que se puede lograr mediante la ocupación, sometiendo a los bancos y los poderes públicos a una política de hechos consumados. Debe y puede reproducirse en más sitios. Pero si a esta estrategia no se le da una vuelta de tuerca final su resultado práctico, de tener éxito y propagarse de forma viral, será llenar el Estado de viviendas de protección oficial y aumentar el parque de vivienda pública, y ese no es nuestro objetivo. Nuestro objetivo es darle techo a las familias, pero cambiando completamente el paradigma social.
Cuando se interviene por ejemplo en la lucha sindical y se intenta una mejora en los horarios o en los salarios, lo que conseguimos, si triunfamos, es una victoria parcial y una demostración de fuerza. Esa necesidad de práctica, de hacer músculo, es lo importante. Pero si nos quedamos en la disminución de horarios o en el aumento de salario en sí, no haremos más que reforzar el modelo capitalista laboral. Si decimos que nuestras aspiraciones son otras, habrá que demostrarlo con hechos y no sólo con una declaración de intenciones. Lo mismo ocurre con el tema de la vivienda. La idea es que nadie se muera en la calle, esa es la prioridad; pero entendiendo que lo que propicia que eso pase es el modelo actual, y que por tanto no sólo hay que poner remedio a sus consecuencias sino también a sus causas. Dando techo y consiguiendo que no se eche al realojado de su casa demostramos fuerza y respondemos a una atrocidad, atajándola; pero si detrás de eso no hay un tercer movimiento esa demostración se quedará ahí, como un fin en sí misma.
La lucha no es un automatismo (luchar por luchar). Se lucha para destrozar barreras y alcanzar objetivos. ¿Cuándo sabes que la lucha es importante? Cuando alcanzado ese objetivo tienes la sensación de que aún no has hecho más que empezar.
¡Venga entonces el tercer movimiento!
Fdo: Ruymán Rodríguez
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1 “Antes de proporcionarle al pueblo sacerdotes, soldados, jueces, doctores y maestros, deberíamos averiguar si por ventura no se está muriendo de hambre” (El trabajo y la teoría de Bondarev, 1888).
2 Aunque en honor a la verdad, a no ser que se produzca una dificultosa revolución global, cualquier forma de anarquía se dará siempre inicialmente rodeada de capitalismo, se dé en un pequeño pueblo, en una gran ciudad o en toda una región. Cambian los recursos, las competencias y la escala, pero en su imperfección es una manifestación de anarquía. Por eso tal vez yo pueda decir que he vivido en anarquía, y que es hermosa y es dura.
3 En Tiempo de Elecciones, 1890.

La comunidad La Esperanza, un ejemplo de autogestión viva

 
                                                    Publicado por Todo por Hacer (30/6/15)

El idealismo es necesario, pero no basado en irrealidades ni quimeras, sino en la capacidad real de aplicar las ideas pertinentes para transformar el entorno. Hay que descifrar los límites de los propios mitos, sean ideológicos, teóricos o de cualquier clase; descubrir la falsabilidad de los pensadores de referencia y tratar de aplicar las propias ideas teniendo en cuenta que por muchos antecedentes que tenga lo que te propones, y por más jugo que le saques a experiencias pasadas (la historia debe entenderse como pista, no como remanencia), la realidad es que esta experiencia, esta concreta, nadie la ha intentado antes; sólo tú y los que te acompañan. El discurso exclusivamente autorreferencial se diluye y queda la dura realidad. Es dura, pero es tuya.
– Extracto del texto “Anarquía a pie de calle (I)”, publicado en la web www.regeneracionlibertaria.org por un miembro de la Federación de Anarquistas de Gran Canaria.

Hace ya más de dos años que el proyecto de comunidad La Esperanza echó a andar. Dos años desde que, a principios de 2013 y en el seno de las luchas contra los desahucios que cobraron fuerza con el 15M, la Federación de Anarquistas de Gran Canarias (FAGC) contactara con la propietaria de una serie de bloques de viviendas deshabitados en el municipio canario de Santa María de Guía. Por aquella época, la FAGC se encontraba desarrollando varias iniciativas en este campo, destacando el Grupo de Respuesta Inmediata contra los desahucios y la Asamblea de Inquilinos y Desahuciados. Los pisos de Santa María de Guía se encontraban en proceso de ser embargados por una deuda hipotecaria con Bankia. Esta situación, unida a los varios robos de material que habían sufrido las viviendas, hizo que consiguieran llegar a un acuerdo con la propietaria para que cediera temporalmente los pisos al proyecto que pretendía iniciar la FAGC. Una iniciativa de viviendas para familias sin recursos y en situaciones altamente complicadas.

A día de hoy, en medio del pantanoso mundo de los procesos judiciales, la propiedad de estos bloques ha seguido un tortuoso camino hasta llegar a manos del SAREB (el famoso “banco malo”), que en el momento que se diriman todos los recursos abiertos, podrá iniciar el proceso de desalojo de La Esperanza. A pesar de ello, desde 2013 el proyecto ha seguido creciendo a grandes zancadas, y actualmente la totalidad de las 71 viviendas con que contaban los bloques están ocupadas, dando cabida a alrededor de 250 personas, de las cuales 150 son menores de edad. Más allá de ser un espacio habitacional, La Esperanza nació con la intención de crear un proyecto social más amplio, una verdadera comunidad. En este sentido, se plantea una forma distinta de afrontar la convivencia y la gestión y construcción del vecindario. Como ellos/as mismos/as comentan, las viviendas están socializadas, con lo que la propiedad se encuentra en régimen comunitario. Ello supone, por tanto, que los trabajos de mantenimiento recaen sobre el conjunto de los habitantes de La Esperanza, que los autogestionan en base a sus propias capacidades. Y también implica que cuando alguna familia deja la vivienda, al encontrarse en una situación laboral y económica más holgada, el piso vuelve a la comunidad y esta lo pone a disposición de una nueva familia con necesidades. Puesto que la iniciativa surge para tratar de dar solución estable a casos extremos de pobreza (familias sin recursos ni ingresos, normalmente con hijos/as y en situaciones jodidas como largos periodos de desempleo o casos de violencia de género), no se cobra un alquiler por las viviendas, sino que únicamente se aporta una cuota de 25 euros al mes (voluntaria, en la que cada uno/a aporta más o menos en función de sus posibilidades) para poder afrontar la compra de las grandes cubas de agua con las que se abastece La Esperanza. Estos problemas en el abastecimiento de agua, que se unen a los de la luz, hacen que el ahorro y la economización de estos recursos sea algo imprescindible en su día a día.
Todas la decisiones que afectan al conjunto de la comunidad se toman en las asambleas, que se realizan una vez al mes (excepto en casos de urgencia) y de las que parten las comisiones que se encargan del trabajo práctico cotidiano. Como ya hemos señalado, la idea de este proyecto es que suponga un cambio en el conjunto de las relaciones vivenciales, de modo que trata de potenciar que todos los conflictos entre vecinos/as que surjan, se traten de resolver de forma directa entre los/as afectados/as, o con el apoyo de la asamblea si es necesario, pero sin recurrir  a ninguna forma de violencia, sea personal o institucional”. En este sentido, también existen otros proyectos convivenciales como son un huerto comunitario o el trabajo con los/as numerosos/as niños/as de la comunidad.
Si en estos últimos meses la ocupación se ha convertido en noticia destacada en varios medios de comunicación, noticia que ha ido creciendo como una gran bola de nieve, ha sido en gran medida porque así lo han querido los/as habitantes de La Esperanza. Tras todo este tiempo de camino recorrido, sus problemas se han agudizado en forma de hostigamiento por parte de la Guardia Civil. Los/as vecinos/as de la comunidad denuncian que, de un tiempo a esta parte, están sufriendo constantes grabaciones desde inmuebles cercanos por parte de las fuerzas del orden, así como que varias personas han sufrido identificaciones o incluso detenciones arbitrarias (que acaban derivando en sanciones administrativas, con lo que ello supone para una gente que si vive en La Esperanza es por su falta de medios económicos). Partiendo de este punto, se ha iniciado una campaña de difusión de la comunidad, con la que dar voz a la situación actual del proyecto, sus necesidades y sus próximas metas. Y ante todo, plantear sus logros. Porque si algo nos gustaría destacar de este caso es lo que han conseguido, cómo el trabajo cotidiano de toda esta gente ha generado, desde la nada, una herramienta de transformación social y resolución de problemas reales muy válida. La autogestión y el trabajo de base funcionando en el día a día, acometiendo problemas y tirando para adelante.
Volviendo sobre sus próximos pasos, desde La Esperanza se está tratando de regularizar los suministros básicos de las viviendas, a saber, agua y luz, que como ya hemos dicho, actualmente solventan precariamente. Por otro lado, y ante la nueva situación que se generará cuando el SAREB sea plenamente propietario de las viviendas, desde la asamblea de habitantes de la comunidad ya afirman su intención de luchar contra el posible desahucio planteando la opción de convertir las viviendas en pisos de protección oficial bajo régimen de alquiler social (supeditando este alquiler al 20% de los ingresos familiares). Pero lo que sí dejan claro, es que no van a dejar de lado su funcionamiento interno, su gestión horizontal y autónoma de su vecindario. Pero todo esto es cosa del futuro, y esperamos poder retomar este tema en los próximos meses con buenas noticias.
Para actualizar la información sobre La Esperanza y, si se quiere, ver cómo apoyar esta iniciativa, os recomendamos visitar la página web de la Federación de Anarquistas de Gran Canarias, www.anarquistasgc.net