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Por un objetivo común: Entente y Estrategia
Sobre la necesidad de coordinarse en el Movimiento Libertario
“Nuestros enemigos organizan sus fuerzas mediante la potencia del dinero y la autoridad del Estado. Nosotros solamente podemos organizar las nuestras mediante la convicción, mediante la pasión” (Mijaíl Bakunin, carta a su hermano Pablo, 1872).
Nota aclaratoria:
Considerando que al Movimiento Anarquista le salen con frecuencia determinados “papás” que le dicen a sus militantes lo que deben o no deben hacer, intentando “reconducirlos” con un tono bastante paternalista, quiero que conste que lo que sigue es un simple análisis personal con la aspiración de agitar inquietudes, generar debates y otros análisis complementarios. Si alguna vez existió en nuestros medios el tiempo de los oráculos, ese tiempo ha pasado.
Presentación
Algo bulle en el ambiente. Se oye el “rumrum” del movimiento, de los proyectos, del encuentro. Por primera vez, desde hacía mucho tiempo, toda una generación de anarquistas es consciente de que su número no es tan despreciable como se creía y de que su fuerza e influencia no habían muerto con la mortaja del pasado. Como observaba (o lamentaba) Lenin: “Las ideas anarquistas revisten hoy formas vivas”*.
Sea cual sea la opinión que nos merezca el 15-M hay que hablar claro y, tanto si nos parece una válvula de escape reformista prefabricada por los poderes fácticos, como si nos parece un genuino movimiento social, heterogéneo, pero de espíritu inconscientemente libertario, hay que reconocerle una utilidad por encima de cualquier otra consideración: ha servido a muchos anarquistas para descubrir que no estaban solos, que no eran los únicos anarquistas de su pueblo o su barrio, que podían coordinarse.
Sin embargo, no es nada que haya inventando el 15-M. Después del 37 al Anarquismo se le dio por muerto como “ideología de masas”. No obstante, después de cada conato revolucionario, de cada movimiento subversivo popular y espontáneo, el Anarquismo volvía a reverdecer. Esto es así porque en cada uno de esos casos –como demuestran el Mayo del 68, la Crisis Argentina del 2000 o nuestra propia actualidad– el pueblo tiende a utilizar de forma “instintiva” (como diría Bakunin), en sus primeros pasos, las herramientas y resortes libertarios para organizarse (el asamblearismo, la horizontalidad, el federalismo, la desconfianza hacia los lideratos, la animadversión hacia los políticos y sus estructuras, el desprecio hacia “los ricos” y el sistema capitalista, etc.); después hacen su aparición los políticos vocacionales o profesionales, las agrupaciones o coordinadoras reformistas, y tratan de tocar las clavijas del miedo (“habéis ido muy lejos, volved a casa antes de que se os cierre la puerta”), y todo se va al traste, pero ése es otro tema.
El “pueblo” (permitidme que use este término tan conflictivo) se dota de tales herramientas porque son las más básicas y sencillas, las más lógicas y acordes con sus reclamaciones (ya lo explicaban César de Paepe** y Giovanna Berneri***). A quien pide igualdad y no se fía de la politiquería le es fácil concebir un movimiento sin líderes y en el que la voz de todos vale lo mismo. Para quien lleva décadas callado, el modelo asambleario representa un altavoz natural al alcance de todos. A la gente que lleva tiempo molesta por lo mal que están las cosas en su entorno, no les cuesta comprender que cada comunidad humana (barrio o pueblo) debe tener autonomía para decidir los asuntos que le afectan directamente. Nada tiene que ver la “ciencia infusa” con que las herramientas libertarias sean las primeras en usarse.
En esta coyuntura de “movilización social” muchos anarquistas (sin generalizar, pues está claro que los resultados y situaciones habrán sido muy dispares) han conseguido que destaque su discurso, han hecho literal “propaganda por el hecho”, gracias a su experiencia asamblearia, a su fijación por la horizontalidad, a un análisis incisivo del funcionamiento social, a un plan más o menos detallado de cómo deberían darse las cosas para que el mundo “fuera mejor”, a su compromiso ante tesituras represivas, a su deseo de resolver los problemas internos sin usar métodos compulsivos, etc.
Sin caer en optimismos desaforados e ingenuos, muchos libertarios se han dado cuenta de su potencial, de la fuerza práctica de sus ideas y de que, siendo una minoría, no son tan pocos como pensaban. Estos libertarios, sin tener motivos para la euforia, contemplan un renovado interés por las ideas anarquistas, ven que su número crece, lenta pero constantemente, y muchos se plantean qué hacer con este nuevo “despertar”. En tal situación es natural que la cuestión gire en torno a determinadas preguntas…
¿Es factible coordinarse a nivel estatal? ¿Es deseable?
En los ambientes libertarios últimamente la discusión sobre la posibilidad y deseabilidad de organizarse ha cobrado nuevos bríos. La gente comenta, duda, especula y también desea. Personalmente, después de interrogar a numerosos compañeros, de aquí y de allá, de tal o cual tendencia, he llegado a una conclusión. Lo único que cohesiona a gente con distintas sensibilidades, modus operandi, parámetros teóricos y formas de entender la lucha es apuntar en la misma dirección, identificar a un enemigo común, elegir un objetivo colectivo y coincidente.
Pero, suponiendo que diéramos con ese objetivo ¿es posible la cohesión?, ¿es necesaria? Considero que una coordinación, “bien entendida”, es posible; siempre y cuando se dé en determinadas condiciones.
Intentar homogeneizar un Movimiento tan heterogéneo como el Anarquista es una labor alquímica cuando no suicida. Petrificar el Anarquismo es matarlo. Esforzarse para que miles de espíritus y cientos de grupos celosos de su independencia aprueben un cuerpo teórico monolítico, unos estatutos universales y una batería táctica idéntica es una pérdida de tiempo –lo es, sobre todo cuando el tiempo apremia–. La personas y colectivos que se coordinan han de saber que van a poder seguir conservando sus dinámicas propias y sus señas de identidad. Que lo que se coordinan son objetivos y determinadas acciones; no teorías y matices. La idea cardinal es que cada uno pueda luchar con su propio fusil, pero en la misma barricada.
Basta un acuerdo tácito a nivel de confluencia: la oposición al Capital, al Estado y al Principio de Autoridad.
Y es que no se trata de coordinar ideas y visiones de futuro, sino de coordinar determinadas estrategias (el “plan” básico con el que aproximar la Revolución, o en primer término la Revuelta), y, cuando la situación lo requiera, determinadas tácticas (los métodos para hacer factible dicho “plan”). El objetivo escogido, en torno al cual desarrollar la estrategia, no puede ser algo vago. Todos estamos de acuerdo en deponer al sistema capitalista y al cuerpo gubernamental, pero coordinar una acción entorno a elementos, tangibles en sus efectos, pero etéreos y abstractos en virtud de su proyección y ramificación, hace difícil alcanzar una confluencia duradera.
Si de algo nos han servido las luchas del pasado, es para saber que un Movimiento se coordina mejor cuando se posiciona ante un enemigo concreto. Desde La Canadiense hasta el Movimiento Insumiso, la alineación de fuerzas se hace más cómoda cuando el adversario tiene rostro (como primer paso, y hablando exclusivamente en clave de praxis, si lo que se pretende es acabar, por ejemplo, con la Religión, siempre será más fácil y aglutinante atacar a la Iglesia que al vago concepto “Dios”). Además, no ha de olvidarse que en la actual situación el sentido de cualquier coordinadora de corte libertario no puede ser aunar a los anarquistas para separarlos de las palpables “aspiraciones populares”. La cuestión no es organizarse en clave endogámica, con aspiración sectaria; sino llegar a entendimientos operativos con los que poder participar conjuntamente en las luchas populares e intentar radicalizarlas. Ha de buscarse por tanto un enemigo con nombre propio y no genérico.
El problema de escoger dichos enemigos es que cuando se les tumba, o el sistema los reforma o quita de en medio, desaparece también el leitmotivde la lucha. El objetivo elegido debe ser, por tanto, uno que sea representación, personificación y símbolo de algo más complejo; uno que, al tumbarlo, haya que ir a por otro de su misma condición, que haga a la gente preguntarse: “¿por qué nos limitamos a éste cuando los demás son iguales?”; uno que toque directamente la raíz del problema social. Cuando el objetivo es concreto, es la propia constitución del enemigo el que te indica dónde golpear, facilitando bastante la coordinación de los ataques y la visión del problema. Si este objetivo son los cuerpos represivos y una campaña en su contra; si es Bankia, el resto de entidades “sacacuartos” y el sistema financiero en su conjunto (objetivo que permite abrir la puerta del problema de la vivienda, de la okupaciónde inmuebles y de la colectivización de terrenos baldíos); si es explotar la situación originada con el “Rescate” y con los presumibles recortes que se producirán como contrapartida; si no es ninguno de los citados, o si lo son todos a la vez; es algo que tocará decidir a los coordinados o federados.
Con esto intento solamente aclarar que cuando el objetivo despierta el mismo sentimiento de rechazo para todos por igual, y cuando su constitución específica permite abordarlo sin que haya contraposiciones insalvables, focalizar y aglutinar los esfuerzos dedicados a dañarlo se hace menos dificultoso.
En definitiva, si de lo que se trata es de articular un Movimiento lo más amplio posible, en el que quepan los más radicales y los más contemporizadores, los societarios y también los individualistas, los sindicalistas junto a los anti-trabajo, los partidarios de la ciencia además de los primitivistas, los espiritualistasy los ateos, los independentistas y los apátridas, los “formales” y los “informales”, no se puede pretender compactar a rodillo tendencias y corrientes, y se ha de buscar un objetivo reconocible (también, obviamente, para el resto de la población).
Hemos de tener en cuenta que ésta es la forma más eficaz de espantar al fantasma de las luchas intestinas. Un Movimiento se autodestruye cuando no consigue comprender la convivencia en su seno de distintas facciones. Un Movimientos expide su certificado de defunción cuando el mayor problema de dicho Movimiento es el propio Movimiento. Hay que huir de dinámicas ombliguistas.
Si se tienen en cuenta dichas apreciaciones, considero que es factible coordinarse, como mínimo, a nivel estatal. Ahora bien, ¿es deseable?
Creo que ante un ambiente de latente inquietud social la pregunta se contesta por sí sola. De hecho, hacerse tal pregunta es un indicio de que se desea. Aun los individualistas más recalcitrantes (entre los que se me puede incluir) comprenden la necesidad de concertar acciones y acuerdos asociativos cuya finalidad es la lucha. La pregunta de hecho puede desfragmentarse en la siguiente: si el descontento llega a su clímax y estallan los disturbios, ¿queremos estar preparados para ofrecer resistencia y levantar barricadas, o preferimos usar el tiempo que debería estar reservado para luchar en organizarnos? Si ahora los tiempos están complicados, si la represión afila los dientes, si estamos saturados de actualidad y no tenemos tiempo para cubrir tantos frentes, pensad que esto es un tiempo de “reposo” en comparación con lo que se nos viene encima. Aprovechemos este momento para preparar los golpes y construir el tejido social con el que responder cuando no toque encajarlos.
Coordinarnos es necesario porque estamos ante un momento histórico, tal vez irrepetible; porque, por esas cosas que tiene la biología, sólo hay una vida, y personalmente no quiero esperar treinta o cuarenta años para tener la ocasión de volver a echarle otro pulso al sistema, con la idea, por ingenua que resulte, de derrotarlo.
Coordinarse me parece factible y deseable. Y bien, si coincidís conmigo tal vez me pregustéis…
¿Cómo empezamos a coordinarnos?
Por mucho que hablemos de coordinación y organización, la propia sucesión de los hechos nos enseñan que no debe infravalorarse la espontaneidad y la capacidad de improvisar. De hecho, sin coordinación previa, los activistas libertarios han empezado a desarrollar proyectos, sin conexión aparente, que de forma independiente acaban por converger en un mismo punto. A lo largo del territorio estatal han surgido Coordinadoras y Federaciones, de norte a sur, que se han desarrollado sin seguir modelos previos y en muchos casos sin tener conocimiento del resto de iniciativas paralelas. Ha sido la necesidad la que les ha marcado la agenda.
La forma más lógica, natural y apropiada de dirigirnos hacia una coordinación estatal, es empezar por coordinarnos a nivel local. Cuando se haya conseguido aglutinar a los distintos colectivos e individualidades libertarios de la zona más próxima, es cuando se produce el salto de intentar coordinarnos a nivel regional. Una vez los anarquistas ubicados en unas mismas coordenadas espaciales tengan claro que hay un proyecto más amplio al que pueden unirse, una vez se conozcan, se vean, se encuentren, y descubran que pueden sumarse a un proyecto que les pondrá en contacto con otras iniciativas de un territorio concreto, es cuando se amplía el marco de acción. Será entonces cuando podamos empezar a barajar la posibilidad de un encuentro en el que articular y poner en marcha una Coordinadora a nivel estatal. Nuestro viejo amigo el Federalismo vuelve a ponernos las cosas fáciles.
Al excluir de la unión cuestiones ideológicas, al tratarse de una coordinación práctica, abocada al campo de la acción y el trabajo, creo que los problemas que surjan de tipo organizativo serán más fáciles de abordar, y en todo caso serán ya responsabilidad de los propios afectados. Creo que ya es tiempo de llegar a las recapitulaciones…
Conclusión
Si los hechos demuestran la tendencia natural popular –libre de supervisiones y tutelajes– de articular su descontento a través de mecanismos ácratas, hemos de estar a la altura y ser capaces también de articular una respuesta, variopinta, multicromática, pero unánime. Unir fuerzas es posible mientras no confundamos unión con uniformidad, cohesión con disciplina de partido, coordinación con “ordeno y mando”. Mientras el objetivo escogido sea, por lo menos en un primer estadio, una meta ambiciosa pero alcanzable, y que abra la puerta a abordar otros asuntos de su misma condición y a profundizar en la problemática que el mismo objetivo, per se, plantea. La forma más fácil es empezar a coordinarnos –no digo nada nuevo con ello– desde lo simple a lo complejo, desde lo pequeño a lo grande. Creemos un tejido fuerte a nivel local, con el que poder responder en caso de tener que coordinar acciones a nivel estatal (continental, global, ¿por qué no? los límites no suelen formar parte de nuestro patrimonio). Y no nos obcequemos con el futuro, siempre incierto, cuando hoy estamos, todavía, en la génesis de la iniciativa.
Sé que ya existen federaciones y agrupaciones libertarias, incluso a nivel internacional, que tienen un trabajo previo, y bienvenida sea su experiencia, pero en esta nueva coyuntura hemos de empezar proyectos en los que las desconfianzas, las cuitas y resquemores del pasado no nos entorpezcan; en los que las siglas puedan coexistir, sin suponer una losa agobiante, porque no necesitan superponerse; en la que los pactos asociativos se reduzcan al mínimo denominador: La Anarquía y el objetivo de turno.
Recordemos las palabras de Pacheco: “La unión es fuerza… si lo que se une es fuerte. Que las ovejas también, cuando las rondan los lobos, se unen, pero unen debilidades y sustos”****. Si nos unimos que sea para unir fuerzas, no guerras de capillas, rencores heredados y animadversiones de escuelas. Parafraseando a Santi Soler, no se puede confundir unidad con mando único, o en otras palabras: la unión sólo hace la fuerza cuando no es la fuerza la que hace la unión. Hagamos de los principios anarquistas carne, y que éstos sirvan como repelente de los enconamientos, los afanes de liderazgo, el verticalismo y el sabotaje orgánico.
Podemos aunar fuerzas porque, aun al mínimo de nuestras capacidades, la dirección de la oleada represiva (los infiltrados, las detenciones, los linchamientos, etc.) demuestra qué es lo que le duele al poder, qué es lo que teme y de dónde prevé que le vendrán los golpes. Como reza la canción de Ferré, golpeamos tan fuerte que todavía podemos volver a golpear. Nuestras ideas básicas (su esencia), nuestras ideas-fuerza, no han perdido verosimilitud a lo largo del tiempo, y hablar hoy en clave antiparlamentaria, contra-capitalista y pro-libertaria es, más que un acierto, una necesidad que nos marca la realidad. Nuestras ideas se clavan en la estructura social, y también nuestras acciones, por limitadas y marginales que parezcan, son las únicas que el sistema no ha podido encauzar por la vía de las subvenciones, las únicas que si se generalizan pueden poner al establishmenty al statu quoen un punto de no retorno.
Tenemos las convicciones, empezamos a ser conscientes de nuestra fuerza, las condiciones objetivas para que se produzca un conato revolucionario está sobre la mesa, ¿qué falta? Las condiciones subjetivas: ésas las pone la voluntad del pueblo y su determinación, y nadie suele mover un dedo si no cree que la cosa “va en serio”. Como integrantes de ese mismo y difuso pueblo, organicemos de tal forma que consigamos trasmitir la sensación real de que el momento es crucial, cismático, de que esto no es una pataleta más. El mundo frisa entre la Dictadura y la Revolución, nos toca, como al resto, mover ficha, e intentar inclinar la balanza.
Coordinémonos porque el momento nos lo exige, porque al hierro hay que golpearlo cuando está caliente, porque no sólo tenemos las herramientas necesarias, la posibilidad real y la oportunidad ambiental, sino porque nuestra condición de Anarquistas nos pone en la tesitura de elegir si en esta guerra social declarada queremos ocupar el lugar de derrotados de antemano, de prisioneros voluntarios, de observadores de retaguardia o, por el contrario, de los que plantan cara. Siempre hemos sido de estos últimos, pero ahora se nos ofrece la oportunidad de no limitarnos a resistir. Tenemos la oportunidad histórica de pasar a la ofensiva, de coordinar nuestras fuerzas y organizar un ataque allí donde sabemos que vamos a hacer daño. Coordinémonos y hagamos daño, porque entre todos podremos pegar más fuerte y apuntar más arriba; porque entre todos nos será más fácil derrumbar el edificio social; porque entre todos nos costará menos recoger los escombros y dar los primeros pasos para iniciar algo nuevo.
“¿Entonces tú mismo no cuentas para nada? […]. ¿Estás dispuesto a permitir que cualquiera te haga lo que quiera? ¡Defiéndete y nadie te tocará! […]. Si hay millones de personas detrás de ti, entonces eres una potencia formidable y ganarás sin dificultad” (Max Stirner, El Único y su Propiedad, 1844).
Fdo.: Ruymán.
Notas:
* Proclama lanzada durante el III Congreso de los Soviets, 1918.
**“Es asombroso que ciertas palabras, capaces de espantar a la gente, pueden corresponder a ideas que circulan por el mundo y son muy bien aceptadas con tal de hallarse disfrazadas con otro nombre.Así ocurre con la palabra an-arquía [sic] […]” (César de Paepe, Acerca de la organización de los servicios públicos en la sociedad futura, 1874).
*** “Las soluciones libertarias de todos los problemas concretos son de una sencillez extrema; tan simple que por lo general coinciden con las que propone el sentido común. Si no se aplican es porque se oponen a ello los intereses establecidos y la inercia de las tradiciones que actúan de mil maneras y con la protección del Estado” (Giovanna Berneri, La Sociedad sin Estado, 1955).
**** Rodolfo González Pacheco, “Los Nuestros” (Carteles, tomo III), 1956.