Los momentos históricos se miden por las acciones de las personas a las que les ha tocado vivirlos. Esto es por lo menos lo que pasa cuando se consigue transcender de la historia-propaganda y se llega a la historia real, la historia marginal (en los márgenes). Y hay concretos momentos históricos en los que la historia de los márgenes adquiere tanto peso que aun la historia oficial no puede ocultarla, momentos de confluencia. Pues bien, éste es uno de esos momentos.
Asistimos a la descomposición de un sistema que ya nació siendo decadente. El Sistema, la civilización del peculio, ha muerto; pero aún no está enterrado. Murió en 1929 en Nueva York, en el 2000 en Argentina, y seguimos construyendo nuestras vidas alrededor de dicho cadáver. La muerte no es suficiente; los microorganismos siguen colonizando un cuerpo años y años después de su muerte (aquí existe la salvedad de que es el cadáver el que nos coloniza a nosotros). Es necesario incinerarlo y aventar sus cenizas.
Puede que alguien pregunte: “¿por qué íbamos a tener que hacer eso?”. Muy sencillo: porque el sistema capitalista nos está matando. Posiblemente el capitalismo se haya cobrado actualmente más víctimas silenciosas que ningún otro sistema (ninguno ha durado tanto, ninguno ha conseguido con tanta solvencia hacer al muerto de hambre responsable de su defunción y al esclavo apologista de su esclavitud). Y la mejor forma de reducir este sistema a cenizas es socavando sus bases desde la raíz.
El sistema ha decretado que los parados de larga duración han de ser pastos del hambre o de la caridad. Pues bien, ya se ha iniciado una vía de recuperación social que en estos momentos debería ser una prioridad para toda suerte de activismo porque pasará a ser, si no lo es ya, la prioridad de todo desempleado y de todo excluido: los burgueses le llaman pillaje, nosotros, expropiar donde sobra para repartir donde falta. Hablamos de la redistribución directa de la riqueza, de la toma del pan y la sal, de la expropiación de tierras incultivadas y supermercados.
Las organizaciones libertarias, y especialmente los sindicatos, deben replantearse lo que pasa cuando una organización legalista, también un sindicato, les empieza a adelantar, en aras de la necesidad de sus afiliados, por la izquierda. El SAT se ve obligado a usar, ante las circunstancias, una táctica anarquista: el no respeto a la legalidad o ilegalismo. Nos es lógico que los padres del invento no les imiten. Congratula ver a muchos sindicatos posicionándose a favor del SAT de forma activa y marchando con ellos. Otros aún creen que la vía de la resolución de conflictos laborales (en una coyuntura en la que el trabajo empieza a ser considerada una “mercancía de lujo”; paradójicamente, inaccesible para el que la vende, no para el que la compra), la competencia directa con CCOO y UGT, y el discurso netamente obrerista –en detrimento del social– son el único camino, y, “como organización de masas”, aspiran a que los actos ilegales los realicen otros porque no está bien que los sindicatos se metan en esas cosas. Pues bien, un sindicato que cree en la constitución de leyes, que cuenta en sus filas con legalistas consumados, diputados y ex diputados, les ha demostrado que no. Las circunstancias obligan, y obligarán a todos, a abrazar la ilegalidad. Alcanzar ese sindicalismo integral del que hablaba Luis Andrés Edo empieza a ser cuestión de supervivencia.
El sistema también ha decretado (a través de uno de sus gobiernos títere, poco importa que sea PP o PSOE) que los ancianos sin recursos deben dejar de acceder a medicamentos tan esenciales como los que palian ciertos efectos del alzhéimer. Aquellos a los que supuestamente les importa la incierta vida de un embrión, no les importa cribar ancianos a golpe de guadaña. En la actual coyuntura: Hobbes es ministro de interior y Malthus de economía. Pues bien, yo propongo: si se expropia suelo y supermercados, ¿por qué no expropiar farmacias? Toma lo que necesites allá donde lo encuentres.
También se decreta que a los diez días de impago del alquiler, se ejecuta el “desahucio exprés”. En definitiva: “todo el poder para el propietariado”. Viendo que toda la estructura del sistema está establecida para proteger la propiedad privada, para garantizar su supremacía como “derecho”, por encima del derecho a la vida; viendo que todas las medidas gubernamentales son una pura provocación, un ataque constante e ininterrumpido contra la paciencia de los que menos tienen: ¿qué nos impide organizarnos a este respecto (y no me refiero sólo a organizarnos con la loable intención de parar desahucios)? Los anarquistas hemos defendidos históricamente toda clase de huelgas: evidentemente las laborales, también las políticas (la abstención electoral es eso en definitiva), ¿por qué no recuperamos las huelgas de alquileres que ya se pusieron en práctica a principio del s. XX? Refiriéndonos a un caso cercano (para Canarias) en Tenerife en 1933 se puso en marcha una combativa huelga de inquilinos. Cuando se desahuciaba a un vecino, no sólo se intentaba previamente parar dicho desahucio. Sabiendo que en un enclave de miseria perpetua era cuestión de tiempo que tú mismo no pudieras pagar el próximo alquiler (cosa que también pasa ahora), los vecinos se organizaban y declaraban la Huelga de Alquileres de toda una finca o de todo un barrio. Se negaban a pagar y cuando iban a ejecutarse los desahucios o embargos se constituían grupos de respuesta que rompían los sellos gubernamentales, abrían las puertas y volvían a colocar los enseres de las familias desalojadas. Si había camiones dispuestos a llevarse dicho mobiliario, los conductores de los mismos eran tratados como esquiroles, y se cortaban las carreteras o se saboteaban directamente los automóviles. Es una alternativa que debería empezar a barajarse, junto con implementar la ocupación masiva y concertada de viviendas y edificios abandonados.
Por otra parte, ahora la vida de los inmigrantes pasa a ser, más que nunca, un dígito que se puede borrar si con ello se consigue que figuradamente cuadren las cuentas. Los inmigrantes que ya han pagado su derecho a la sanidad (tener que pagar por un derecho, triste realidad) con su trabajo (de forma directa a través de sus retenciones del IRPF) o con su consumo (de forma indirecta a través de impuestos como el IVA), pierden ahora dicho derecho a la asistencia médica regular porque en época de crisis son, y la historia no me dejará mentir, un chivo expiatorio perfecto. Además de fomentar el racismo y la xenofobia; de obviar con esta caza de brujas que también los mayores de 18 y menores de 26 años (por muy orgullosos que estén de ser “españoles”) que no hayan trabajado nunca (digamos, tal y como están las cosas, que el 90% de la juventud) también pierden el derecho a la sanidad (la cobertura de sus padres); de conseguir que algún ingenuo se crea que le recortan los medicamentos a los ancianos, no por la mala gestión, el despilfarro gubernamental y mantener el poder adquisitivo de los más ricos (incluyendo farmacéuticas), sino porque los extranjeros insisten en seguir viviendo; se consigue, con todo esto, continuar criminalizando a los más oprimidos y con ello lograr que estén dispuestos a que se les oprima todavía más por mucho menos que antes.
En este enclave de ofensiva directa contra los inmigrantes es necesario que se organicen, y no como una asociación legalista que intenta por todos los medios ser un interlocutor válido con el poder. Los hambrientos sólo triunfan si se constituyen en milicia, no en lobby. Puede que esta organización se dé de forma espontánea, como en los arrabales de París y Londres, pero lo ideal es poner unos primeros mimbres que eviten la parcialización de las luchas y su posterior aislamiento (algo como lo que se intenta en Lavapiés).
Y esto no es sólo válido para los inmigrantes; es imprescindible para todos. Muchas veces hemos contemplado en retrospectiva determinados momentos históricos terribles (por ejemplo el auge del Nazismo en Alemania) y nos hemos preguntado “por qué nadie hizo nada”. No es cierto que no se hiciera nada, siempre hubo actos de rebeldía individual y acciones esporádicas; sin embargo, fueron, a todas luces, insuficientes. Ahora nos encontramos en la misma tesitura histórica. Nos encontramos ante el auge de un nuevo Fascismo (sobre todo en el sur de Europa o en el Norte de África), ante una ofensiva sin precedentes contra los más pobres. Se les mata de hambre, se les expulsa de sus casas, se les persigue, se les acorrala y reprime, y aunque se hacen muchas y buenas cosas en contra de este Sistema, por ahora son insuficientes. No podemos permitir que dentro de unos años, cuando alguien mire nuestro tiempo en retrospectiva, diga: “¿por qué nadie hizo nada?”.
Para hacerlo hace falta estar preparados y coordinados. Stirner, el individualista por excelencia, nos advertía de que no hay nada que el Sistema tema más que el establecimiento de relaciones sinceras entre individuos oprimidos, así nos lo explicaba poniendo como ejemplo una prisión:
“La prisión consiente en que hagamos un trabajo en común, nos mira complacida manejar juntos una máquina o tomar parte en cualquier tarea. Pero si Yo olvido que soy un prisionero y anudo relaciones contigo, igualmente olvidado de tu suerte, ved que eso pone la prisión en peligro: no solamente no puede crear ella semejantes relaciones, sino que no puede siquiera tolerarlas. […] La menor tentativa de ese género es punible, como lo es toda rebelión contra una de las sacrosantidades a que el hombre debe entregarse atado de pies y manos. […] Toda asociación entre individuos nacida a la sombra de la prisión, lleva en sí el germen peligroso de un complot, y esta semilla de rebelión puede, si las circunstancias son favorables, germinar y dar sus frutos” (El Único y su Propiedad, 1844).
Actualmente también vivimos en una enorme prisión, y es necesario afianzar lazos, establecer relaciones de cooperación si queremos romper sus muros. En un primer estadio se hace imprescindible coordinarnos entre quienes tenemos el mayor número de cosas en común. Es necesario conocernos, cohesionarnos y que los anarquistas empecemos a desempeñar acciones coordinadas. Después, quien quiera “pegar tiros en la barricada”, quien venga para eso y no para adoctrinarnos, inmovilizarnos o amaestrarnos, bienvenido sea, siempre y cuando estén dispuestos a elegir entre la piedra y el carné a la primera. Nuestro campo de acción revolucionario no es otro que el pueblo, y en este elemento informe e indescifrable habrá de todo, y con ese “todo” (con sus prejuicios, taras y defectos) es con lo que se hará la Revolución; esperar a que seamos individuos perfectos para levantar la primera barricada supone concederle al enemigo toda la ventaja. Nuestra misión no es otra que tratar de radicalizar el mensaje e intentar abrir un horizonte más amplio y profundo a las aspiraciones populares. Tratar de que los anarquistas sean mayoría es un absurdo; no moverse cuando esto se comprende, es rendirse. Encontrémonos primero, evaluemos nuestras fuerzas y nuestra capacidad de incidir socialmente. Aspirar a conseguir un enclave en el que todos pensemos lo mismo, hablando en clave libertaria, sería tan horrible como aspirar a la uniformidad. La validez del planteamiento Ácrata es que es un planteamiento que pueden adoptar aún los que no se consideran ni nunca se han considerado anarquistas. El SAT, las plataformas de oposición a los desahucios, la permanencia de asambleas horizontales y carentes de líderes, o incluso la existencia de mineros “incontrolados” lo están demostrando.
Ahora que nos matan a miles, que golpean a los sectores de la sociedad más indefensos o explotados (ancianos, inmigrantes, niños [según las propias organizaciones oficiales, los niños son una gran parte de los que viven por debajo del umbral de la pobreza. Pero vivan los embriones…]), que se considera a la mujeres meras fabricantes de repuestos humanos (simples “gallinas ponedoras” que deben enajenarse de sus cuerpos y de lo que acontece en sus entrañas), que nos arrebatan la salud, que con su subida de tasas criban aún más la enseñanza superior (¿por qué no? ya en sus granjas humanas, llamadas escuelas, se aprende todo lo necesario, ¿para qué aspirar a más?), ahora que nos dejan sin techo, mientras ellos son cada vez más ricos, es hora de empezar a perder el respeto a la ley con la misma celeridad con la que hemos perdido todo medio de subsistir, es hora de empezar a organizar la contraofensiva, es hora de empezar a prepararnos para La Batalla de Otoño.
Fdo.: El Hombre Guillotina