A veces para dar la cara, hay que tapársela


Hemos visto ejércitos policiales trepanar cráneos a golpes de porra; levantar cueros cabelludos con sus pelotazos de goma; dar patadas y puñetazos a diestro y siniestro (incluso a quienes, absurdamente, los defendían); humillar, vejar, acorralar y amenazar; hemos visto todo esto y nuestra mirada se ha desviado, no obstante, hacia los que no ejercían más violencia que la de prepararse para la autodefensa.
Todo esto me recuerda a esa gente que, viviendo inmersa en el mayor robo financiero de la historia, en el gran desfalco producido por la bancocracia, asistiendo a casos como el de Bankia y sus adláteres, todavía lanza diatribas contra personas como “El Solitario”. La “inmoralidad” de la “moral propietaria” ha hecho mella en nosotros y preferimos atacar a quien roba un banco que a quien usa un banco para robar. De igual modo, ante un escuadrón armado hasta los dientes, con pistolas de fuego real al cinto, con vehículos que pueden cascar huesos como nueces, preferimos atacar, “por violentos e insensatos”, a quienes van armados con endebles palitos y se cubren con tapas de cubos de basura.  

Estamos tan mediatizados, somos animales tan acostumbrados al hábitat de los mass media, tan domesticados por la televisión, que hacemos propio el discurso de la propaganda gubernamental. Estamos tan inmersos en esta sociedad policial, estamos tan policializados, que la mayor parte del tiempo tenemos al “policía interior” fuera, y no nos falta tiempo para darle la razón a la aseveración de Stirner: “[El] celo moral que domina a la gente es para la policía una protección mucho más segura que la que le podría proporcionar el gobierno”. Sí, estamos “encelados”. También estamos tan absorbidos por el mensaje ciudadanista, hemos sido tan bombardeados por la moral burguesa, por el “decálogo del buen ciudadano”, por las teorías de conciliación del “activismo civil”, que todo lo que se sale del guión es peligroso, pernicioso, inconveniente y debe ser destruido. “Hay que ser violentos con los violentos”, esa es la piedra de toque de los demócratas de extremo-centro (transversales, se dicen ahora).
Lo más doloroso del caso es que muchas de estas críticas han venido de los propios “compañeros libertarios”. Uno creería que la experiencia en conflictos como los de Chile o Grecia nos podía haber servido para algo, pero no. Si en Chile transciende del discurso anarquista empezar a comprender a los encapuchados (El Ciudadano – La capucha no esconde: Muestra), aquí todos son “villanos”, “provocadores”, “que no respetan los acuerdos del soviet supremo”. Se pretende enviar a las multitudes a que sean golpeadas y detenidas en masa, con la ingenuidad de que no hay sitio para todos y todas (¿se les ha olvidado a los anarquistas su pasado, y como durante la República se habilitaron barcos para seguir encerrando anarquistas o como se recurrió a la “deportación”?). En vez de, si están en desacuerdo, reducir el asunto a discusiones internas, se han lanzado a la caza del zorro tal y como han hecho los medios oficiales.
Quieren prohibir “llevar capuchas y taparse la cara”, exigir que “se respeten los acuerdos del grupo convocante”, denunciar públicamente a los que “lleven mástiles sospechosos y escudos”. Absténganse entonces de hacer convocatorias populares y limítense a hacerlas privadas especificando que hay “derecho de admisión”. Cuándo entenderemos que si se convoca al “pueblo” (a la “ciudadanía”, en su jerga), esta convocatoria deja de pertenecerle a quienes la idearon desde el mismo momento en que se hace pública. Ni las manifestaciones ni los conatos revolucionarios pueden depender de los deseos y preferencias del grupo convocante en grado de preponderancia. No existe un comité que decida cómo ir a una manifestación, qué se puede llevar puesto y qué no, y si existe tiene dos nombres: o “comité central del partido bolchevique” o “comisión de fiestas y verbenas de su respectivo pueblo”.
Visto lo visto, la violencia desplegada por los cuerpos represivos, lo anormal no era llevar escudos y taparse la cara, lo anormal es que el resto no hicieran lo mismo y que le añadieran al equipamiento cascos, muchos cascos. Podemos hablar de estrategia si se prefiere, pero me niego a seguir usando esa palabra para no hablar de términos tan molestos como “delación” y tan naturales como “miedo”. Muchos hablan de “estrategia” para no hablar con honestidad y sin ningún tipo de complejo de lo que uno está dispuesto o no hacer en la lucha social, y, como han descubierto sus propios límites, quieren estigmatizar a los otros para desvirtuar la situación. Quieren convencerse de una cosa: “no es que yo me haya quedado atrás, es que ellos y ellas han ido muy lejos”. Y con ese pretexto cargan tintas contra las víctimas y dejan indemnes a los verdugos.
 ¿Que en el grupo de marras encapuchado había infiltrados policiales? Eso es evidente. ¿Que esa parafernalia facilita su trabajo? Más bien les ayuda a saber dónde deben ubicarse, pero eso lo hacen ya las banderas y por eso no prescindimos de ellas. Además, los infiltrados, en infinidad de manifestaciones a “cara descubierta”, siempre se han empotrado entre nosotros. Vistiéndose casualmente se camuflan igual, y si quieren liarla no tienen más que tirar de braga y gafas de sol, como hemos visto en multitud de ocasiones (en el propio 15-M), sin que la vestimenta de ningún sector de la manifestación fuera especialmente llamativa.
Personalmente, nunca me he tapado el rostro, pero los modernos Torquemadas están invitándome a hacerlo.
Creo que podemos disentir de lo que se nos antoje, pero sin la virulencia y el espíritu criminalizador de nuestros enemigos. Es triste contrastar cómo gente que se dice anarquista ha unido su voz a la de Fernández Díaz, Gallardón, Cifuentes, Cosidó, Fornet o Schlichting.  Ya nos advertía Elisée Reclús, pacifista hasta la médula, con respecto a los “propagandistas por el hecho” (cuyos actos desaprobaba): Personalmente, cualesquiera que sean mis juicios sobre tal o cual acto o tal o cual individuo, jamás mezclaré mi voz a los gritos de odio de hombres que ponen en movimiento ejércitos, policías, magistraturas, clero y leyes para el mantenimiento de sus privilegios”.
Hoy muchos “revolucionarios conscientes” mezclan sus voces con lo más vil de la prensa mercenaria y lo más abyecto del alcantarillado gubernamental.
Fdo.: Un encapuchado