Agustín García Calvo nos ha dejado. En el siguiente texto, el histórico militante Octavio Alberola nos dibuja la faceta menos conocida –en esta era de intoxicación mediática– de Agustín: nos dibuja al hombre, al iconoclasta, al compañero, al Anarquista.
(Fuente: Alasbarricadas.org)
Agustín García Calvo, el compañero
Como era de esperar, la muerte de Agustín García Calvo ha sido anunciada en los medios de información («medios de formación de masas» los llamaba él) con los calificativos habituales al uso para designar el oficio con el que se cataloga a las personas en esta sociedad: «filósofo», «escritor», «poeta», «pensador» («polémico»), «ensayista», «latinista» («uno de los principales del siglo XX»), «lingüista», «filólogo», «gramático», «dramaturgo», «traductor», «catedrático», «profesor»… Sin olvidar de resaltar sus títulos académicos, «doctor en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca, profesor de Latín en esta universidad y de Filología Latina en la de Sevilla y profesor emérito de Filología Clásica de la Universidad Complutense«, así como sus «Premios Nacionales de Ensayo en 1990, de Literatura Dramática en 1999 y de Traducción al conjunto de su obra en 2006«. Además, claro está, de añadir algunos títulos de su «prolífica obra sobre Gramática y teoría del lenguaje, Lógica, Traducciones y versiones de autores clásicos griegos y romanos, Ensayo y política, Poesía y Teatro, etc. editados la mayoría de ellos en la editorial Lusina, que a trancas y barrancas mantenía en pie su hijo Victor.
El colmo, inclusive la alcaldesa (del PP) de Zamora ha manifestado su «pesar» declarando que «el mundo del pensamiento y la cultura pierden a una de las figuras intelectuales más prolíferas y significativas de nuestro tiempo y la ciudad de Zamora a uno de sus hijos más creativos y reconocidos de los últimos tiempos«. Agregando que «por encima de su, a veces, controvertida personalidad o de diferencias ideológicas, Agustín García Calvo es un ejemplo de sabiduría, de capacidad intelectual y de capacidad de trabajo…» Y, por supuesto, también han recordado que fue «uno de los catedráticos perseguidos por el régimen franquista» y que, por su implicación, «en las revueltas estudiantiles de febrero de 1965, fue apartado de su cátedra y tuvo que exilarse en Francia«.
A sólo eso quieren reducir los «medios de formación de masas» al que siempre fue un rebelde, un infatigable luchador contra la mentira, al que no dejó de advertir que el Capital y el Estado eran dos rostros del Dios de la Realidad y el Poder, al que nunca se adaptó a las normas que dictan los que mandan en este mundo, al opuesto a todo lo oficial (inclusive en el Himno de la Comunidad de Madrid que le encargó el primer presidente de la Autonomía, Joaquín Leguina, por el precio simbólico de una peseta y que sólo se cantó oficialmente una vez), al defensor de la igualdad en este mundo tan ambiguo, al más crítico polemista de la cultura, a la que identificaba con «el opio del pueblo«, al que lanzó las críticas más originales, más contundentes al sistema del mundo desarrollado y al «Estado de bienestar», al que nunca dejó de hacer política, es decir: de despotricar… lo que estuvo haciendo todos los miércoles por la tarde en el Ateneo de Madrid, en una auténtica ágora socrática durante estos últimos doce años.
El compañero
De ahí la necesidad de recordar lo que, además de aquello, fue Agustín: un anarquista que no paró de decir No al Poder, al Estado, al Capital, al Individuo, a la Pareja, a la Familia, al Futuro, al Progreso y muy especialmente al régimen que hoy padecemos en la Democracia desarrollada. Pues es indiscutible que se sirvió de sus excelentes dotes de orador para provocar, con un inigualable estilo coloquial, la reflexión y desenmascarar las mentiras de nuestro tiempo, para desaprender y romper con las ideas vigentes… Comenzando por su peculiar ortografía, que es un ataque frontal a la Academia de la Lengua, por ser la causante de la falsificación de la lengua y arrebatarle a la gente el derecho de escribir como se habla. Recordar pues el Agustín que en sus obras trató de dar voz a un sentir anónimo, popular, que rechaza los manejos del Poder. Efectivamente, para Agustín, el lenguaje es la clave del pensamiento, por ser a través de la lengua que opera el dominio de lo establecido. De ahí que fuese esencial para él la denuncia de la Realidad, esa idea que se presenta como reflejo fiel de «lo que hay«, que sólo es una construcción abstracta en la que las cosas y la gente (un caso más de cosa) organizada en «individuos» (sumables en una Masa numérica) se reducen a ideas, para someterlas a esquemas, planes y manejos para desvivir la vida, tanto en las sociedades más avanzadas como en las más atrasadas de dominio (en las dictaduras comunistas o en los países musulmanes), que sirven para legitimar, por comparación, la Democracia burguesa.
Recordar lo que no se menciona en las biografías que de él se publican ahora o en las que circulaban ya por ahí; pues ni siquiera en Wikipedia se habla de ello, del Agustín compañero. Se dice, de pasada, que fue perseguido por el franquismo y expulsado de la Universidad por «las revueltas estudiantiles de febrero de 1965«; pero no se precisa que fue por apoyar a los estudiantes ácratas, precursores del Mayo antiautoritario del 68, con los que luego, en París, fundó una tertulia (la Horda) en el café La Boule d’or del Barrio latino. Coautor con ellos del opúsculo-panfleto «De los modos de integración del pronunciamiento estudiantil«, que editamos clandestinamente en Bélgica en 1970, y que en 1987 reeditó la editorial Lucina.
Sí, recordar el Agustín solidario con los compañeros necesitados; pero también con los que luchaban activamente contra la dictadura franquista. Lo que le valió ser considerado por las autoridades francesas y europeas como un «subversivo«, como un «terrorista«. Ser objeto de interrogatorios y registros de su domicilio, y, en ocasión de la visita del presidente ruso Leonid Brejnev à París en 1973, ser considerado “anarquista peligroso” y ser asignado en residencia en la isla de Córcega durante una semana. Y haberse librado de poco, en 1976, de serlo nuevamente, cuando el rey Juan Carlos visitó París y las autoridades francesas nos asignaron en residencia, en la isla de Belle Ile en Mer, a un grupo de refugiados españoles anarquistas y a un grupo de vascos independentistas en la isla de Re.
Aunque quizás no valga la pena recordarlo, porque, como diría Agustín, lo que cuenta no es el pasado sino lo que hacemos hoy para ¡nunca pues ir con los tiempos!» Para tener presente que «la evidencia, palpable y actual, es que sigue siempre latiendo, por debajo del Dominio, un corazón que sabe decir NO, sin importarle un rábano ni el Orden del día ni las modas«.