Hay una equivocación de raíz en las proclamaciones y reclamaciones de Paz y “Paz entre los hombres de buena voluntad”, que una vez y otra domina y asimila las buenas intenciones y los deseos más fervientes de los que esos clamores de Paz surgían.
Pues, ¿a quién se elevan esas reclamaciones? ¿A qué Dios se pide la Paz? Basta dejarse latir un poco para sentir que se le pide al Señor de los Ejércitos, al Dios para quien la guerra es una necesidad constitutiva.
O, si no, echemos una mirada alrededor: aquí, en el estado del Bienestar, perfección de la Historia entera, gozamos de paz desde hace medio siglo; esta Paz se alimenta, primero, por una serie de guerritas en el cinturón de los alrededores (Vietnam y Corea para empezar); después, peleas de árabes y judíos en Oriente Próximo; después, remociones en Centroamérica o riñas de tribus en África; luego, a falta de mejor pasto, la guerra televisiva del Irak; al fin, tras el derrumbe de la división entre las dos Democracias con que nos habían tenido entretenidos 40 años, la resurrección, en los arrabales más cercanos, de las brasas de guerra arcaica de los Balcanes), y, segundo, en el seno del propio Estado del Bienestar, por el mantenimiento, también constante, de luchas de bandas terroristas, mafiosas, neofascistas, o sencillamente de siervos de la violencia, matones y policías, esto es buenos y malos, de cuyos modelos las películas televisivas no han dejado de nutrir a las sucesivas generaciones.
Y en medio de esto, las almas inocentes reclaman a lo Alto paz, paz, por ejemplo, para el año 2000, harmonía de los estados y de las personas. Pues bien, quien no vea que la Paz es esta guerra, que la harmonía es esta discordia organizada desde arriba, no hará más que contribuir a la misma con su clamor de Paz, pues que en este clamor mismo está conformándose con la falsa Paz que los Medios del Poder le venden.
El verbo encarnado ha dicho “no creáis que he venido a meter paz en la tierra: no he venido a meter paz, sino espada”. La sola paz de veras que nos cabe es la guerra contra la guerra, es decir contra el Dinero y el Estado, que necesita la guerra (y la Fe en la Paz) para sostener su Poder, que es el poder de administrar la muerte, en paz y en guerra.
Agustín García Calvo (Abril de 1996).