El sábado 12 fue un día intenso, y para los más allegados, también complicado. La esperada Asamblea de Inquilinos y Desahuciados (expulsada de la Plazoleta Upsala por monstruosas maquinarias de obra) se celebraba a latidos de compromiso y abnegación, pues quienes la organizaban se sentían obligados a no dejarse arrastrar por su preocupación y a tragarse el nudo formado en sus gargantas por la ausencia de dos compañeros que pocas horas antes habían sido detenidos (Dos miembros de la FAGC son detenidos por liberar inmuebles para familias desahuciadas).
A dicha Asamblea se acercaron personas de toda edad y condición, gente que, participando en grupos interesados por la temática de la vivienda, estaban hambrientos de una vía más “directa”; vecinos del barrio con inquietudes; compañeros y compañeras (relacionados con la Federación por el vínculo de la necesidad y la solidaridad) que participando ya en la liberación de tierras querían trasladar la experiencia a los inmuebles urbanos; y, sobre todo, personas con problemas de vivienda reales que exigían soluciones reales.
Las compañeras y compañeros explicaron las medidas tácticas propuestas por el Grupo de Respuesta Inmediata Contra los Desahucios, el proyecto suplementario de ocupación de tierras abandonadas “Libera la Tierra”, el futuro establecimiento de un Punto de Encuentro Solidario (donde dar y tomar alimentos, ropas y enseres) y se hizo público un listado de casas embargadas y vacías, propiedad, todas ellas, de entidades financieras y bancarias. Sin embargo, la urgencia vital de una familia en concreto (progenitores parados de larga duración y con 6 niños) convirtió el tema de la okupación en punto cardinal de la Asamblea. La Familia iba a ser desalojada al día siguiente y necesitaban una respuesta inmediata. La Asamblea de Inquilinos y Desahuciados tomó entonces la decisión, de forma tácita, sin necesidad de votar nada, de proporcionarle a dicha familia una solución a la mayor brevedad posible: y nada les pareció más breve que ponerse manos a la obra a la mañana siguiente (los compañeros del Grupo de Respuesta contaban ya con un trabajo previo sobre el particular); y nada les pareció más necesario y justo que la de proporcionarles un techo. La Asamblea de Inquilinos había decidido: se ocuparía un inmueble abandonado propiedad de un banco.
Fue esa mañana cuando se produjo un suceso prácticamente inédito en la infructuosa historia de las asambleas públicas y populares que se han sucedido con el tiempo en esta isla: la resolución de una Asamblea dejaba de ser un brindis al sol y se llevaba a la práctica. No eran las 12 del mediodía cuando se congregó y constituyó algo que tampoco tenía antecedentes en la historia de la lucha social de la isla: una improvisada “caravana de ocupación”. El espectáculo de 5 vehículos cargados de personas, tan comprometidas y tan distintas, dispuestas a liberar un inmueble, era algo difícil de explicar. La propia familia afectada, militantes anarquistas de la FAGC, antiguos miembros del 15-M, el sector más comprometido de “Stop Desahucios”, díscoloscristianos de base y gente sin otra ideología que el trabajo y la solidaridad, todos juntos con el objetivo de ejecutar un acto de Acción Directa y tomar un techo sin más prerrogativa que la de carecer de él.
El “convoy” se dirigió hacia el lugar seleccionado. Allí, tal y como previamente se había acordado, se rompería con la dinámica (en ocasiones imprescindible) de la okupación oculta y “a la muda”; se realizaría una ocupación masiva y pública, informando antes al barrio de lo que se iba a hacer y haciéndoles partícipes de la situación. Tocando a los telefonillos y entablando conversación con los vecinos que se asomaban, con los que se encontraban en la calle o con los que bajaban a nuestro encuentro, pudimos constatar el entusiasmo del barrio ante la idea de liberar casas abandonadas para familias condenadas a la intemperie.
Informado el barrio, una masa de gente se agolpa tras una puerta mientras un compañero se encarga de la cerradura. La emoción se mastica. El ambiente está electrificado y los ojos parecen vidriosos. La cerradura cede y la calle entera rompe en un aplauso. Es el momento: se suceden los abrazos, las felicitaciones y alguna lágrima. Cerradura nueva, agua y luz son el siguiente paso (a día de hoy sólo resta la luz, y es cosa de horas). El objetivo se ha cumplido. La Asamblea de Inquilinos, convocada por el Grupo de Respuesta Inmediata, acaba, y no exageramos, de establecer un hito histórico en lo tocante a la realidad canaria; un hito de cuya importancia no son todavía conscientes.
De lo sucedido pueden extraerse muchas lecturas (alertamos de que no queremos dar lecciones a nadie, sólo mover al auto examen y compartir una experiencia que para los participantes ha sido enriquecedora):
En primer lugar, se puede hacer una reflexión en profundidad sobre el nuevo valor práctico que ha adquirido la herramienta asamblearia.
El 15-M fue positivo en muchos aspectos (puso en contacto a gente que de otro modo difícilmente se hubiera encontrado) pero en muchos sitios, y especialmente en Gran Canaria, consiguió algo totalmente negativo: desencantar a la gente de la dinámica asamblearia. Ante la experiencia vivida de interminables asambleas en las que sólo se teorizaba y discutía sobre “el sexo de los ángeles “, hemos contrapuesto el ejemplo de una Asamblea no sólo deliberativa o autoexpresiva, sino inminentemente práctica. La Asamblea es un medio para tomar decisiones colectivas en la que los asambleados se comprometen a realizar lo que han acordado. A razón de esto, la Asamblea de Inquilinos ha roto el nudo gordiano del inmovilismo y ha demostrado que el tiempo de los discursos ha pasado: es hora de pasar de las palabras a los hechos, de las consignas a los actos.
En segundo lugar dicha Asamblea ha roto las estructuras en las que se había encorsetado la actuación contra los desahucios. Cuando las plataformas implicadas en la temática de la vivienda (cuya labor es por lo general encomiable) dejan de empatizar con el sufrimiento ajeno y empiezan a volcarse en la estructura de la propia organización dejan de ser efectivas. Cuando ante una oleada de muerte y dolor, como la que suponen los desahucios, se empieza a hablar de fiestas y celebraciones, y a desviar la atención de los objetivos más urgentes, hay que pararse en redondo y considerar que algo se ha perdido por el camino. Es entonces cuando hace falta ofrecer otra alternativa. Ningún acto lúdico festivo conseguirá promocionar más a una organización de lo que lo haría el propio trabajo. La gente que va a ser desahuciada no se acerca a quien le ofrece un chiringuito para que se tome una cerveza, sino a quien le ofrece soluciones de urgencia. Nada atrae más la atención sobre una organización que la labor práctica, pues, como decimos los anarquistas: “la propaganda se hace por los hechos”.
Por otro lado, hay que abrir necesariamente el marco de intervención, y no sólo en lo referente al tema de la actuación “legal” e “ilegal”, sino en lo tocante a nuestra mirada social. Considerar que la única problemática la ofrece actualmente la hipoteca, es olvidar las duras condiciones en la que vive la clase inquilina sin recursos. Desde una óptica de clase media solvente, podemos imaginar la atrocidad que supone empezar pagando una hipoteca de 600 euros, hasta no poder hacerle frente cuando llega a los 1.000; pero no podemos ser conscientes de la situación de los que ni siquiera disponen de 300 euros para pagar el alquiler. La situación de la vivienda, en su factor humano, exige adoptar una vía más integral.
En tercer lugar se ha roto también una dinámica perversa que durante años, de forma invariable, ha absorbido el tema de la okupación en Gran Canaria. La mayoría de okupas de la isla se han dedicado, con predilección, a “liberar” espacios sólo para volver a privatizarlos. La Asamblea de Inquilinos se introduce en la temática de la okupación con la intención de poner a disposición popular, del barrio y de las familias desahuciadas, los inmuebles liberados. Entiende que es antitético expropiar un espacio sólo para después volver a transformarlo en propiedad privada. Quiere romper con esa inercia que convierte a las casas okupasen circuitos cerrados de autosatisfacción, dedicadas en exclusiva al esparcimiento y disipación de sus ocupantes, mientras se vive de espaldas al dolor del barrio en el que se ubica. No es posible que se libere un espacio con la prioridad de acoger a quienes quieren jugar a “okupar”, manteniendo siempre seguro el camino de regreso al hogar paterno/materno, cuando hay otras personas que no tienen ningún puente a sus espaldas y a los que sólo les queda la calle y la muerte. No tiene sentido hablar de “okupación social”, de “alojar a familias desahuciadas”, cuando un inmueble se destina en exclusiva al solaz de “turistas revolucionarios” y “erasmus alternativos”. No tiene nombre, más allá de los adjetivos de hipocresía y crueldad, usar la cortada de las familias sin techo, para granjearse el favor social, y después mirar con desprecio a quien toca a tu puerta para buscar cobijo. Socializar quiere decir poner en común, a disposición social, y es eso lo que en la Asamblea de Inquilinos del día 12 se decidió hacer con los inmuebles liberados, y es eso lo que el día 13 se llevó a la práctica.
Más allá de lo aprendido, del “músculo” revolucionario que colectivamente hemos ejercitado, creemos que se podría decir, sin equivocarnos, que para todos los que tuvimos la suerte de participar en los hechos referidos, la posibilidad de realizar una okupación masiva y pública, con el apoyo del barrio, ha sido una experiencia vital imborrable y, aunque ahora no seamos conscientes, un punto de inflexión en la lucha social desarrollada en este pequeño punto del Atlántico.
“La ley es fuerte, pero más fuerte es la necesidad” (Goethe).