Anarquía a pie de calle III
El tercer movimiento
“¡A ellos, a ellos mientras el fuego arda! […]. ¡A ellos, mientras haya luz del día!” (Carta de Thomas Müntzer a sus seguidores, 1525).
En los dos artículos anteriores hablé de los dos tipos de anarquismos que identificaba y también del potencial y los límites de la lucha social; ahora voy a hablar de la necesidad de que el anarquismo combativo, comprometido en esa lucha social, transcienda de su punto de partida y llegue hasta un objetivo revolucionario superior gracias a una estrategia sólida y bien diseñada.
Analizando la situación del activismo, los movimientos sociales, incluido el anarquista, llevan años a la defensiva. Sólo salimos a la calle y nos movilizamos para no perder terreno; nunca para ganarlo. No sabemos atacar. Lo único que queremos es no perder conquistas pasadas, pero no realizar conquistas nuevas. Luchas como la sindical, la de la vivienda, la de la educación o la sanidad, se articulan hoy en esa clave. Son respetables movimientos de autodefensa, no estructuras de ataque. Sinceramente creo que ya es hora de pasar a la ofensiva.
Hay que superar esta eterna condición de fajadores y hay que aprender a contra atacar, a devolver los golpes, a hacer daño. Este último lustro de luchas, y especialmente la experiencia en vivienda, me ha enseñado que cuando uno concentra su militancia en la gestión de un “pequeño asunto”, en la preservación de lo que tiene, se arriesga a perder la ambición de ir más lejos y puede acabar haciendo de una simple etapa, de un mero medio, un todo y un fin.
Sé que hablo de no limitarse en un mal momento. Vivimos una situación de repliegue de las luchas, como anarquistas y como activistas sociales. Unos pocos, resignados pero prácticos, intentan salvar los muebles del naufragio, y tratan de articular algo de cara al futuro. Una mayoría sigue impermeable a la oportunidad perdida y absortos en su liturgia de banderas e himnos no quieren darse cuenta de que hasta los colectivos más reformistas y pro sistema los han adelantado por la izquierda, gracias principalmente a su actividad. Otra parte no menos considerable abandona el barco, y seducidos por los cantos de sirena del establishment coquetea con el electoralismo, los partidos de nuevo cuño y la aporía: votar es la novedad transformadora; abstenerse, rebelarse y crear al margen, es la ortodoxia.
Nosotros levantamos la voz desde el barro, en el corazón mismo de la pobreza. No pienso hablaros con la cara limpia, ni sacudirme el polvo en vuestra presencia ni ofreceros una mano lavada; aquí abajo, a pie de obra, no huele bien, no hay debates estériles ni sirve la retórica. Trabajando en la miseria, buscamos la manera de organizarla. ¡Empecemos!
No nos interesan las guerras de siglas, las trifulcas de banderines, las peleas familiares internas, de sectas, de tendencias, de clanes. Es como ver a dos insectos famélicos peleándose por un despojo. Todo lo que trate de arrastrarnos a eso nos sobra. No queremos tampoco oír a intelectuales balbuceando o peleándose entre ellos, hablándonos de un pasado que no se puede repetir o invitándonos a avanzar mientras ellos mismos no mueven el culo del escritorio. Hay un anarquismo nuevo, activo, práctico, que quiere hacerse adulto pero no envejecer, y no está dispuesto a enredarse en las batallas ideológicas de sus mayores. Nuestra propuesta es hacer un llamamiento a todas y todos los anarquistas combativos para trabajar juntos. Ese verbo es la clave: trabajar. Coordinar esfuerzos en base a propuestas prácticas de trabajo, dejando a un lado cuestiones sesudas sobre el futuro de una sociedad que aún no tenemos fuerza para prefigurar. Tardamos horas en discutir qué tipo de combustibles usará la sociedad post-revolucionaria, cómo se gestionarán los medios de producción, qué recursos usará y cuáles no, etc., y aún no hemos hecho la revolución que nos permita tener ese problema encima de la mesa. Sin capacidad alguna, por incompetencia, de decidir sobre nuestro presente, tratamos de decidir sobre algo que, sin incidencia real, pertenece al futuro y se escapa de nuestras manos. Trabajemos para que algún día podamos dilucidar esos problemas en una asamblea de vecinos o de trabajadores, pero hasta entonces no perdamos el tiempo.
Una vez aglutinados, dispuestos a trabajar juntos pero no a pensar lo mismo, a sumar esfuerzos pero no necesariamente sensibilidades, podemos seleccionar el objetivo. La FAGC eligió la vivienda y ya los interesados conocen los resultados. Sí, somos responsables de la okupación más grande del Estado, pero ya dije en mi anterior artículo que eso no lo es todo, que hace falta un tercer movimiento. Lo hecho ha aliviado la situación de mucha gente, ha permitido prolongar la vida de algunos en los casos más urgentes, y eso de por sí ya es más que importante. También hemos medido nuestra propia capacidad, sondeado los margenes de la militancia, la naturaleza de la miseria y la opresión. Pero no basta con quedarse ahí. Sería como organizar un ejército y negarse a declarar batalla. Todo lo vivido, bueno y malo, debe servir para sacar conclusiones, reflexionar, y llevar la lucha a un nuevo estadio.
¿Y esa alargada y fantasmagórica sombra del asistencialismo? Hemos aprendido la lección y dado con la forma de conculcarla. La lucha social, ofreciendo soluciones reales a problemas reales, nos permite entablar contacto con el pueblo, pero para que la relación avance es imprescindible que el afectado deje de ser receptor/observador y pase a ser actor. Y eso se consigue estableciendo como condición sine qua non que el realojado tome parte protagónica de su propio realojo. ¿Quieres recibir ayuda? Aquí nos tienes, pero demuestra primero que eres capaz de ayudarte a ti mismo y también a otros. ¿Te niegas? Muy bien, no daremos más solidaridad de la que se nos ofrece, he ahí todo. Quien necesite de verdad una vivienda se verá obligado a cuestionar lo aprendido, lo enseñado por el Sistema, su misma forma de comportarse con los demás, antes de tomar una decisión. Puede que no se produzca ningún cambio, pero lo habremos enfrentado, directamente, cara a cara, contra una dura contradicción. Y lo dicho en realojos es aplicable al resto. En nuestras últimas ocupaciones estamos aplicando ese principio y ha arrojado resultados muy positivos. Participamos ciertamente en menos realojos, pero las experiencias son mejores y los intervinientes más necesitados, más comprometidos y más activos. También hemos aprendido que detrás de la crítica de “asistencialismo” se encuentran muchas veces voces poco autorizadas que, contrarías a abandonar sus torres de marfil y mezclarse con la sucia y cruda realidad, muestran su alergia a la actividad buscando pretextos en vez de ofreciendo alternativas. Los riesgos del asistencialismo no se despejan desde la inmaculada distancia de un club de convencidos.
Una vez organizados, fijado un protocolo que evite convertirse en una ONG o en una inmobiliaria, falta esa vuelta de tuerca que mencionaba en “Anarquía a pie de calle II”, ese tercer movimiento: la vía del conflicto.
El tercer movimiento es el que marca la diferencia entre una okupación convencional (un acto que cierra su ciclo sobre sí mismo, revolucionariamente inocuo) y una expropiación programada de viviendas abandonadas por los bancos, con el fin de establecer una gestión comunitaria de un bien colectivo (un acto que supone un desafío político, social y económico directo).
No basta con ocupar casas; lo cual no suele repercutir más que en un número limitado de personas. No basta siquiera con ponerlas a disposición pública y usarlas para realojo; al final podemos acabar reforzando el Sistema subsanando uno de sus déficits e inhibir a la gente de la protesta ayudándolas a volver a subirse al tren capitalista. Hay que ocupar y realojar, pero como parte de una estrategia política de socialización masiva que aspire a que sean los propios vecinos quienes gestionen de forma asamblearia los bienes de consumo, tal y como esperamos que hagan los obreros con los medios de producción.
La estrategia es simple: uníos a esos otros anarquistas combativos, convocad una asamblea popular sobre el tema más urgente que acucie a vuestro barrio (pongo como ejemplo la vivienda porque es nuestro terreno más trabajado), ofreced herramientas útiles a los vecinos y entablad contacto con ellos. ¿Cuántas casas vacías en manos de los bancos hay en el barrio? Pues ocupadlas todas y estableced por la vía de los hechos consumados que sean los propios vecinos quienes gestionen directamente el bien público de la vivienda. Hay que dar el paso, cruzar la frontera, y conseguir que la okupación se convierta en expropiación colectiva.
¿Cuántos de vuestros vecinos pagan alquileres a la misma inmobiliaria, banco, gestora privada de vivienda o directamente a un fondo buitre? ¿Cuántos ya no pueden pagar o están a punto de encontrarse en esa situación? Nuevamente, convocad una asamblea de vecinos y dadle a ese fatalismo una dimensión consciente. En breve van a perder su casa por impago, pues dotad al impago de un carácter reivindicativo: proponed declarar una huelga de alquileres. Que nadie pague, bien hasta que haya una rebaja generalizada del alquiler (si los ánimos no invitan a la osadía); bien porque reclamáis, vosotros y los vecinos, que la gestión de los inmuebles pasen sin intermediarios a vuestras manos.
¿Militáis en un sindicato libertario? Proponed entonces implementar la lucha laboral con la lucha social (la cual no pasa por tener buenas intenciones, redactar comunicados y secundar campañas de apoyo, sino por iniciar una vía de intervención y confrontación propia, directamente revolucionaria). Competir con los sindicatos amarillos con sus armas es o perder el tiempo o un suicidio. La naturaleza del sindicalismo libertario siempre fue poliédrica, y extendía sus ramas más allá del plano netamente laboral. Por pura supervivencia, el anarcosindicalismo debe estar dispuesto a dotarse de integralidad y a ofrecer herramientas que no se limiten a las fábricas, o incluso a las cooperativas de consumo, sino que entren directamente en la problemática de los barrios más deprimidos. Recuperad los sindicatos de inquilinos que el anarcosindicalismo impulsaba en los años 30 y llevad las demandas vecinales a otro plano.
¿Y las plataformas que ya trabajan en el tema de la vivienda? Primero, hay que distinguir entre las que realizan una labor comprometida y desinteresada, con raíz revolucionaria, y entre las que son ineficaces, están absorbidas por partidos políticos y se mueven por intereses espurios. Segundo, nadie tiene el monopolio de la lucha social. Si crees que una lucha tiene carencias, que está siendo usada como trampolín para estrategias electorales, y piensas que eres capaz de ofrecer y estructurar cosas mejores, más resolutivas, más radicales, no hay ningún motivo por el que cederle el terreno a nadie, ninguno que nos haga considerar que deben haber exclusividades e intrusismos en el frente de la vivienda. Tercero, hemos de ser conscientes, como anarquistas, de la necesidad de articular nuestras propias respuestas, nuestros propios programas, nuestras propias estrategias. Sí, las luchas deben ser necesariamente populares y colectivas, abiertas a todas y a todos; las alianzas tácticas son igualmente deseables, mientras se limiten al trabajo y no exijan claudicaciones; pero nosotras y nosotros hemos de ser capaces de estructurar una hoja de ruta diferenciada con nuestros propios objetivos, hemos de transmitirle al pueblo que ofrecemos soluciones solventes a los problemas sociales, y saber proyectar, en definitiva, que tenemos nuestra propia revolución en marcha.
La situación, gracias a las llamadas “candidaturas ciudadanas”, puede ser más propicia de lo que parece. Desarrollad esta estrategia en todos lados, pero aprovechad para incidir allá donde los “abanderados de la vivienda y las políticas sociales” haya tocado poder. Ocupad a discreción, con el apoyo de los vecinos, y empezad a establecer las bases, el soporte teórico, para mostrar las contradicciones de estos “partidos ciudadanos”, bien porque su insensibilidad e incompetencia es la que os obliga a ocupar, bien porque desaten o consientan una reacción represiva.
Esta propuesta general, la de intervenir en una lucha que tiene como fondo un bien (o un medio de producción o un servicio), para radicalizarla, llevarla hasta sus últimas consecuencias, y conseguir que el órgano popular (la asamblea de barrio, de vecinos, de inquilinos) que inicia y entabla dicha batalla sea simultáneamente el que consigue gestionar dicho bien, es una forma simplificada de iniciar una revolución. Los consejos o soviets no eran otra cosa en sus orígenes. En esto consiste el tercer movimiento.
Nos encontramos en un momento de inflexión. Absorvidos por la fiebre electoralista, desmovilizados por el partidismo de nueva generación, nos olvidamos que a los de abajo la mierda nos sigue llegando al cuello. Los enfermos y las hambrientas, los indigentes y las inmigrantes no pueden soportar más vuestro recuento de votos ni vuestras insufribles teorías. Podemos rehuir nuestra responsabilidad todo lo que queramos, pero no hay dónde escondernos. Yo mismo traté de abordar el asunto creando una comunidad idílica de realojados, creyendo que la respuesta revolucionaria vendría más tarde. Preocupado por garantizar la estabilidad de los vecinos, y sobre todo de sus hijos, tardé dos años en comprender que la vía del conflicto debe ir de la mano de la labor creadora. Puede que haga la vida más incierta, pero si la construcción de lo nuevo no se simultanea con la destrucción de lo viejo (como nos recomendaron los clásicos desde Proudhon a Bakunin), crearás una bonita ciudad amurallada, pero dejarás intacto lo que hay más allá de sus muros; y al final el exterior penetrará en la fortaleza y hará lo mismo que hace la humedad con la piedra.
En este punto el anarquismo, los movimientos sociales al completo, se encuentran en una encrucijada. Hay un nudo gordiano que parece irresoluble, y tanto los teóricos puros como los institucionalizados pretenden cortarlo con un cortaplumas; desde la FAGC afirmamos que es hora de meterle cizalla. Meteos en los barrios, no tengáis miedo a la hostilidad, la desconfianza, las rencillas y las bajas pasiones que os aseguro vais a encontrar. Aprovechad antes de que la virtualidad de la recuperación penetre hasta en los que tienen el estómago vacío. Buscad al que no tiene casa, ni salario, ni sanidad, ni ayudas, ni esperanza. Convocad a un barrio entero y enfrentadlo a la idea de que está en sus propias manos cambiar su situación. Id creciendo poco a poco, con asambleas eficaces y libres de discursos pomposos. Ofreced realidad, desnuda y áspera realidad. Y empezad a tomar, tomar, y tomar, hasta que no quede nada que no gestionéis por vosotros mismos. Puede asustar, pero es el vértigo ante una revolución que comienza. Sólo falta que te sumes. ¿Qué no lo consigues? Al menos, maldita sea, lo habrás intentado.
Lo he repetido alguna vez, pero no quiero dejar de decirlo: si ellos explotan la miseria, a nosotros nos toca organizarla.
Ruymán Rodríguez