Fuentes: Revista Maxín y Kaos en la Red
Por Fran Pérez
El último número de la recién estrenada y gallega Revista Maxín se centra en gran medida en el tratamiento de la represión. Una entrevista muy interesante es la realizada a Ruymán, miembro de la FAGC torturado por la Guardia Civil y promotor de la Comunidad La Esperanza, una experiencia anarquista.
El último número de la recién estrenada y gallega Revista Maxín se centra en gran medida en el tratamiento de la represión. Una entrevista muy interesante es la realizada a Ruymán, miembro de la FAGC torturado por la Guardia Civil y promotor de la Comunidad La Esperanza, una experiencia anarquista.
Háblanos un poco de tu trayectoria como activista
Desde la adolescencia he estado implicado en la militancia y siempre desde la barricada anarquista. Desde el primer grupo de afinidad allá por los 14 años hasta la militancia sindical a principios del 2000. Me he implicado en la lucha social en distintos frentes, desde las reivindicaciones de la población migrante (tema prioritario en las islas) hasta las movilizaciones contra la guerra de Irak. Participé activamente en el 15M y estuve en uno de los colectivos que fundó la FAGC. Actualmente me implicó, desde esta misma federación, en el tema de la vivienda desde hace 5 años.
¿Qué actividades realiza la FAGC en el tema de la vivienda?
La FAGC desarrolla en el tema de la vivienda una actividad integral. En primer lugar ha abierto el abanico de las plataformas tradicionales: no sólo se encarga de asuntos de hipotecas, sino que aborda la situación de los inquilinos y de los indigentes. Los más afectados en el tema de la vivienda y, paradójicamente, los más olvidados. Participamos en parar desahucios, pero no sólo contemplamos la asesoría legal, la negociación, y los piquetes anti desahucios convencionales. Usamos lo que yo llamo: métodos mecánicos (apuntalar puertas, clavarlas al marco, usar cuñas, inutilizar escaleras, levantar barricadas), que permiten que grupos poco numerosos puedan hacer frente a un desahucio. Además, por si el desahucio no pudiera detenerse (aún no nos ha pasado) o los afectados no contemplaran la vía de la resistencia, también trabajamos en el “plan B” (ocupación y realojo). Con este procedimiento hemos expropiado centenares de inmuebles realojando a más de un millar de personas. Actualmente hemos puesto en funcionamiento la Oficina de Expropiación Popular para dotar a este trabajo de una estrategia revolucionaria de socialización vecinal de recursos. Hemos iniciado la ocupación más grande del Estado (la Comunidad “La Esperanza”), una Huelga de Alquileres inédita en el Estado en el siglo XXI (táctica que queremos seguir implementando) y nos implicamos en general en cualquier abuso habitacional (como el intento de desalojo de 80 familias por parte del Ayuntamiento en el municipio de santa Lucía de Tirajana).
¿Cómo funciona la Comunidad La Esperanza?
Su modelo era asambleario, autogestionario, horizontal, autónomo y acéfalo. Todos los asuntos que afectaban al común se resolvían en asamblea. Esta designaba a su vez comisiones para afrontar el trabajo (Realojo, Mantenimiento, Talleres, Solidaridad, Huerto, Tesorería). Los vecinos que podían pagaban 25 euros mensuales para costear las cubas de agua, los que no tenían recursos aportaban lo que podían o trabajo. La idea era aportar según las posibilidades y recibir según las necesidades. Los problemas vecinales debían resolverse de forma directa, entre los interesados, y de no ser posible se acababan llevando a asamblea. Esa era la teoría, que llevada a la práctica demostró que el modelo libertario (lejos de las utopías) era, a niveles de gestión y economía, funcional y muy práctico. Sin embargo, sólo significaba mejorar la vida material de la gente; el proceso individual de desarrollo es más complejo y no se solventa con pan y techo. Fue una experiencia, aún inconclusa, de las que marcan una vida. Viví allí 2 años. Actualmente nos hemos desvinculado para dejar que los vecinos exploren sin influencias externas sus propios caminos. Algún compañero de la FAGC sigue viviendo en la Comunidad y colabora a título individual.
La Comunidad Esperanza funciona de un modo que podemos denominar ya anarquista. ¿Cómo responde la gente a esto desde un punto de vista ideológico? Un prejuicio falso es que el anarquismo no es posible de llevarse a cabo. ¿Se aprende teoría de la praxis? ¿Se ha conseguido que gente que iba a ser desahuciada por el banco se conciencie y posicione activamente contra el capitalismo?
La anarquía sí puede llevarse a cabo, pero para esto hace falta que se cumpla una premisa básica: que quienes la lleven a cabo sean los no anarquistas (y muchas veces no tienen necesidad siquiera de darle ese nombre). La anarquía se lleva a la práctica cuando se libera de los dominios de los anarquistas, cuando estos le sueltan la correa y la dejan correr libre por la calle. La gente no asume ni lo bonito, ni lo hermoso, ni lo romántico, y a veces ni siquiera lo correcto; asumen lo práctico y eficiente. La forma de llevar la anarquía a la gente es necesariamente la práctica. De discursos, panfletos y discursos nadie aprende nada; sólo la propaganda por el hecho mete prácticas anarquistas en la cabeza de la gente. Ideológicamente para muchos es un choque llegar a un enclave donde ya no hay que competir, sino colaborar; donde hace falta la opinión de todos para tomar una medida o llegar a un acuerdo; donde no se potencia el racismo, el machismo o el maltrato animal; donde para resolver un conflicto no se delega en denuncias, jueces o policía, sino donde las dos partes en conflicto deben abordarlo preferiblemente sin intermediarios y sólo en casos extremos con colaboración colectiva; donde no prima el dinero o la ganancia sino el actuar con altruismo. Pero con eso y todo (y no lo digo por la Esperanza sino por otras experiencias comunitarias que he vivido en estos años de lucha por la vivienda), no hay que ser ingenuo: la anarquía rodeada de capitalismo es un proyecto bonito, pero si no se irradia hacia fuera y crece tiene la misma duración que un espejismo. Por otra parte, la gente puede vivir de forma libertaria, incluso comportarse así llevada por la inercia inicial, por el entusiasmo de los primeros meses, pero seguir pensando de forma capitalista. Muchos pueden aprovechar un modelo que da todo y exige muy poco (esfuerzo y compromiso a lo sumo) para medrar y para explotar la solidaridad ajena. Una forma de vida que tiende a la gratuidad, garantizando techo, suministros básicos y alimentos, puede servir, sino se ha producido simultáneamente un cambio personal, para que alguien que con unos ingresos mínimos era un paria en la sociedad capitalista, pueda acumular e ir haciéndose con un capital en un enclave libertario. Al final la anarquía, si se mantiene alejada del conflicto y sólo tiende a la estabilidad, puede servir para que una persona atesore unos recursos que le permitan volver a su tren de vida capitalista y consumista y hasta que incluso le posibilite explotar a los que no han iniciado este proceso porque no han podido o querido. Esa es una gran lección de futuro.
Hablas de que para conseguir que triunfe hay que expandir estas prácticas. ¿Qué líneas estáis siguiendo para conseguirlo, o por dónde crees que se podría tirar?
Hemos descubierto que sin generar un conflicto abierto con las instituciones y el sistema capitalista, la estabilidad mata cualquier proyecto por resolutivo que parezca. Nuestra idea es arrebatarle estos inmuebles a las entidades bancarias y a la administración como un acto de expropiación colectiva, como una forma de quitarles recursos públicos y empezar a gestionarlos nosotros, los vecinos. Hasta que lleguemos a gestionar los recursos (vivienda, suministro acuífero y eléctrico, tierras cultivables), de barrios o pueblos enteros. Parece un acto de guerra, pero no son más que los cimientos de una revolución basada en la autogestión de recursos públicos que debemos empezar a controlar de forma directa.
La Comunidad La Esperanza, y si tienes otro punto de vista corrígeme, ha sabido aprovechar una demanda obrera que es necesario cubrir como es la lucha contra los desahucios, para transformar la sociedad e ir más allá haciendo un pequeño frente al capitalismo. A la luz de estos resultados, ¿qué opinión te merece la forma en que se organiza frecuentemente la lucha contra los desahucios (como el ejemplo de la PAH)?
No tengo muchos datos de cómo funciona la PAH en el resto del Estado porque sólo conozco en profundidad a la de la isla, pero sí puedo hablarte de algunas apreciaciones personales. Me parece que es una suerte que se mantenga la autonomía en cada localidad, lo cual ha permitido que muchas PAH’s y sus Obras Sociales desarrollen una actividad meritoria recuperando inmuebles y desarrollando una práctica muchas veces trufada de tics libertarios (no en vano muchos libertarios participan en dichas plataformas). Reconociendo eso, también he de señalar otras cosas. Me parece que en muchas partes se ha establecido como un intento de recuperar el estatus de las llamadas “clases medias”, las víctimas de la “pobreza sobrevenida” (usando la jerga de Podemos), ignorando completamente a las personas que ya vivían en precario antes de la crisis y que en toda su vida no han conocido nada más que pobreza. Se implican con la gente que ha perdido poder adquisitivo, pero no detecto la misma implicación con los que llevan décadas sin techo o ni siquiera son capaces de pagar los alquileres más bajos. Su batería de medidas tiende a eso. Su ILP y la Dación en Pago van en esa dirección. Una preocupación desmedida porque los hipotecados se liberen de sus deudas aunque eso suponga perder voluntariamente sus viviendas: eso es sólo una opción para quien no tiene la casa que entrega como única salida habitacional; para el resto, dormir en el banco de un parque pero sintiéndose libre de deudas no parece una opción. Esa mentalidad desconoce la realidad de los barrios, donde la mayoría de la población vive sobre endeudada, incluida en listas de morosos y lleva años sobreviviendo de la economía en B y sin interés ni esperanzas de acceder al crédito. Personas que mueren con deudas que saben que no van a poder o querer pagar porque llevan décadas en la insolvencia, en barrios dónde el 70% de los vecinos están en paro (como pasa en muchos sitios de Gran Canaria) y que necesitan otras alternativas que no pasan por volverlos a integrar a una legalidad que ya los estafó y que sólo les puede ofrecer perder lo poco que tienen. Pasa por una organización popular que tienda a recuperar recursos al margen de tratar de saldar deudas que sólo pueden pagarse a costa de una indigencia integral. Reivindicar una amnistía hipotecaria o arrendataria (como los ricos se dieron una fiscal) sería más interesante que cualquier medida que tienda a dejar a la gente sin hogar pero fiduciariamente saneados. La miopía de no ver más allá del alquiler social, sin ver sus contraprestaciones, parte de la misma mentalidad. La FAGC ha redactado documentos en esa línea cuando se lo han reclamado los vecinos, pero no ha sido nunca parte de su estrategia ideal ni objetivos finales. Cuando reclamamos un alquiler social al 30% de los ingresos hemos de meter en nuestros cálculos a las personas con ingresos 0. Además los alquileres sociales rondan por sistema (al menos el archipiélago) los 350 euros. El precio de un alquiler convencional prácticamente. La gente celebra el alquiler social como una victoria y no se dan cuenta de las consecuencias. El ayuntamiento suele dar una ayuda a ese alquiler social de 300 euros, permitiendo al inquilino pagar sólo 50 euros mensuales (sin el agua y luz incluida). Esto es asumible mientras dura la ayuda al alquiler, pero cuando la ayuda se acaba a los meses las familias se encuentran con un alquiler de 350 euros que son incapaces de pagar, siendo expulsadas de sus casas al primer mes de impago. No en vano nadie desahucia más en la isla que los gestores privados del parque de vivienda pública. Un alto porcentaje de los casos de desahucios que atendemos son desahuciados por impago de alquiler social.
Eso en cuanto a diferencias tácticas. A otros niveles, la instrumentalización política que se ha hecho en muchos sitios de dichas plataformas, bien utilizándolas como trampolín político (como el caso de Barcelona o de las islas), bien usándolas como marcas blancas de partidos políticos (de IU a Podemos, o aquí Nueva Canarias) es otro elemento a considerar. Cuando existe un problema social acuciante como es el tema de la vivienda, un tema en el que alternativas radicales como el anarquismo han estado implicadas desde siempre (aunque haciendo autocrítica, cada vez más en los últimos años con aspiración autocomplaciente y sin desarrollar una actividad que revertiera en la gente de a pie), y surge una organización que donde hay un polvorín social a punto de estallar pone toallas húmedas y enfría los ánimos, redirigiendo la actividad combativa hacia el camino de la concertación y la resolución legalista, se hace difícil no encontrar analogías con la institucionalización de los movimientos sociales.
Conste que digo todo esto con el máximo respeto a los activistas individuales y a su labor para luchar contra los abusos financieros, pero también con la máxima desconfianza hacia las organizaciones que se juntan con los partidos y se dejan arrastrar por la política parlamentaria.
Es notorio también que estáis consiguiendo llevar a la práctica experiencias anarquistas de un modo no armado. ¿Crees que es posible llevar a cabo el anarquismo a gran escala sin recurrir a la lucha armada, o que incluso esta es perjudicial? ¿Y no ha habido represión policial al propio funcionamiento de la comuna, independientemente de tu caso? [Entrevista realizada dos días antes de la orden de desalojo a la Comunidad La Esperanza]
Se me hace difícil hablar de violencia cuando veo desahucios a golpes de ariete y porrazos, suicidios por desesperación, niños caquéxicos con enfermedades del s. XIX, cuando condenan a la gente a 40 años de cárcel sin pestañearse o cuando a mí mismo me han estrangulado y golpeado en comisaría. La gente señala al que tira una piedra y mira con tranquilidad a personas que pasean por nuestras calles con pistolas y porras al cinto. Cuando las personas insensibles ante tanta fuerza bruta y sangre derramada me hablan de violencia no puedo evitar una sonrisa irónica. ¿La lucha armada? Mis armas son los taladros, las cizallas, las palancas, los pelacables y los puntales. Herramientas de obrero. Sólo oigo lo de la lucha armada en las fanfarronadas cibernéticas; verla la veo todos los días por la tele en Siria, Irak, o dónde el primer mundo haya decidido ahora ir a aliviarse el vientre. Decía Louise Michel que “la revolución se hará cuando quiera el pueblo y no cuando le convenga a la policía”. Me suscribo a sus palabras. Ni condeno la desesperación y la rabia confundiendo la piedra con el misil, ni tampoco veo nada práctico en caer en la demonización fácil o en el martirologio voluntario del que tiene prisa por ahogarse en su propia sangre. Nunca me ha gustado la violencia y menos aún su mitificación; pero eso me parece precisamente un motivo para enfrentarse al Estado y a sus lacayos armados y no uno para condenar a los que acaban siendo víctimas de su propia angustia.
Sobre la represión a la Comunidad, sí. Han denunciado a varios vecinos y cursados varías denuncias falsas que se han saldado con multas por vía administrativa (la Guardia Civil irrumpió en la Comunidad a identificar a varios vecinos, entre ellos a mí, la gente les afeó la entrada y ellos se inventaron que casi los linchan). Pero su mentalidad jerárquica no les permite concebir una estructura sin líder, así que casi toda su represión se ha centrado en el que acabo saliendo en los medios cumpliendo lo encomendado por los propios vecinos: un servidor.
Dices que la policía te tortura. Háblanos de eso. ¿Cómo es que te detienen, en qué situación y con qué pretexto? ¿Qué ocurre después de la detención?
Me detienen con la excusa de identificarme, pero su verdadera intención era intimidarme para que abandonara la lucha social. Me encontraba en una parada de guagua cercana a la Comunidad para ir a trabajar cuando un coche común se detiene delante mía. De él se bajan 2 personas que afirman ser guardias civiles y me piden el DNI. Aducen que mi cara no se corresponde con la foto del documento (una estupidez) y me empujan dentro del coche. Un autentico secuestro. Me llevan al cuartelillo donde empiezan los insultos y las descalificaciones (el más significativo que estaba “llenando el municipio de gentuza”). Al ver que no me afectan sus tácticas y que respondo a ese tipo de exabruptos diciendo que gentuza son los poderosos a los que ellos defienden, empiezan los golpes y las estrangulaciones. El verme escupiendo sangre y el oírme pedir el habeas corpus fue lo único que les hizo desistir. Estoy convencido de que fue la necesidad de justificar mi detención y mis lesiones lo que les motivó a denunciarme por atentado a la autoridad (un delito posterior a mi detención). Aunque en un primer momento el juez instructor consideró que debía tramitarse como una falta de desobediencia y no como un delito de atentado, la Guardia Civil recurrió obsesionada con que me cayeran penas de cárcel.
Por ello actualmente me encuentro a espera de varias resoluciones judiciales y expuesto a una petición por parte de la acusación particular (la propia Guardia Civil) de varios años de cárcel por el citado delito de atentado a la autoridad. Lo único positivo es que los tribunales han acusado de oficio al guardia civil que me torturó atendiendo a lo declarado por mí. No tengo mucha confianza en esto, y creo que no tendrá mucho recorrido dicha imputación de oficio, pero espero que al menos se les quiten las ganas de seguir recurriendo y yo pueda tener algo más de margen para seguir trabajando.
Estás lejos de ser el único caso de tortura policial. ¿Has percibido en tu experiencia de abuso policial que se trata de algo generalizado? Es decir, ¿has percibido complicidad de la Guardia Civil como tal?
Por supuesto. Hablamos de cuerpos militarizados, castrenses, con una estructura que, aunque no se trate de un cuerpo específicamente militar como la Guardia Civil, se basan principalmente en la jerarquía, el mando único, la uniformidad conductual, la obediencia y la falta de criterio personal. Ninguna atrocidad se comete sin consentimiento de un mando superior, sin su permisividad o sin la complicidad de la estructura y el cuerpo entero. Sí, en todos esos organismos, por mucho espíritu corporativo que haya, es posible que pueda haber cabida para la individualidad; pero si la hay será para distanciarse de la mayoría y no seguir su línea brutal y no para reproducir lo que gregariamente se establece como norma (y si hay consecuencia se debería abandonar el cuerpo, porque siempre está la opción de mendigar, robar o estudiar antes de ejercer de policía). Es gente armada y basan su poder en infundir miedo a la población, y a su vez obedecen porque experimentan el mismo miedo hacia sus superiores. Su misión, para ser buenos policías, es no pensar por si mismos, no cuestionar y no discutir ordenes. Cualquier rasgo de sadismo, falta de empatía, carencia de escrúpulos, será bienvenido porque es imprescindible para realizar su trabajo. ¿Qué clase de persona es la que arroja de su casa a un bebé en brazos de su madre? Justamente la que acabo de describir, personas sin problemas de conciencia ante el cumplimiento de una orden. Disfrutar de su trabajo es sólo un plus de efectividad. Lo que decía Hugo Bäll de los soldados es aplicable a los policías: “un soldado que comienza a pensar casi a dejado de serlo”.
En base a lo dicho, es más que improbable que un ataque represivo contra un anarquista concreto sea un rapto de exceso de celo individual y no el acatamiento de una orden bien definida, medida por organismos que transcienden de los simples agentes.
La lucha es dura y desgasta mucho, tanto en tiempo como en esfuerzo. ¿Cómo se siente alguien que lleva luchando años por construir un mundo de convivencia y justo, es torturado por la policía, y aún por encima se le piden años de cárcel, señalado a menudo, si bien hay gente que muestra solidaridad, por el dedo social y los medios como terrorista y un peligro para la sociedad?
Mentiría si no dijera que he mordido el barro, que he estado agotado física y emocionalmente. Han sido años muy duros y no exagero si digo que a veces creía que no iba a salir entero. La gente que me conoce y me quiere sabe de lo que hablo. Han sido años en los que he estado militando 24 horas al día, porque vivía en el mismo sitio donde desarrollaba mi actividad social. A veces pensé que no lo conseguiría. Pero todo lo vivido, incluso lo más duro, las decepciones, las delaciones de la misma gente a los que uno ha ayudado, las espantadas ante la represión de muchos compañeros y cosas similares, han servido para medir mi capacidad, los límites de mis propias fuerzas y también los de mis referentes teóricos, los de mis propias ideas. La anarquía no es un juego, es un duro aprendizaje que exige una gran capacidad de resiliencia y que desgraciadamente se construye con muchas derrotas personales y, si hay suerte, con alguna victoria colectiva. Ahora tengo la idea de que hay que ser como el metal y templarse con los golpes. Es como atravesar un río y darse cuenta a mitad de camino de que no se hace pie y de que hay mucha corriente. Seguir nadando es peligroso, pero ya estás demasiado lejos de la orilla de la que saliste como para volverte atrás. Recuerdo mucho una anécdota de Durruti que representa mi actual estado de ánimo. Después de haberse librado de la pena de muerte en Francia por intentar atentar contra Alfonso XIII le preguntaron los periodistas, cuando aún estaba en prisión, que qué haría al recobrar la libertad y él dijo: “seguir dónde lo dejé”. Pues en ese estamos. Pase lo que pase, más tarde o más temprano, seguiré donde lo dejé.
Y sobre esto, hay gente que está siendo condenada tras años luchando y se va sola a la cárcel. Existe una falta importante de empatía. ¿Qué importancia crees que tiene la solidaridad?
Creo que hemos de derribar todas las capillitas que dividen y subdividen al movimiento; no en tendencias, o corrientes de pensamiento, lo cual es sano, sino en verdaderos monasterios de clausura de los que sólo se sale excomulgado y no se puede entrar sin permisos de los padres y madres superioras. Hay líneas rojas que nos deberían de obligar a ignorar todas y cada una de nuestras cuitas y diferencias y nos deberían de forzar a hacer un frente común: la principal es la represión. Cuando un compañero cae la gente debería de olvidarse de si pertenece a tal grupo, de si no es de mi cuerda, de si me criticó en aquel artículo, y poner cuestiones superiores, como la libertad ajena y el apoyo mutuo, en primer orden. No puede ser que una persona omnívora o partidaria de experimentar con drogas no apoye a un activista vegano y militante anti drogas porque sus ideas no concuerden. No expido carnets para saber si esa insolidaridad es o no compatible con las “sagradas esencias anarquistas”, pero si puedo opinar que quien eso hace es ruin, mezquino y miserable, y no es más mi compañero que la persona que con ideas autoritarias al menos difunde la causa del represaliado y se solidariza con él. He visto como puede apoyarse mediáticamente a compañeros cuya reivindicación es cómoda y agradable, implicándose al 100% en su puesta en libertad, y como compañeros que se exponen a 40 años de prisión son casi defendidos con la nariz tapada, de puntillas, porque su retórica ha podido resultar inadecuada o porque han podido opinar sobre cuestiones represivas de forma desafortunada. Sinceramente me dan igual las excusas que se esgriman para no apoyar a alguien. Creo que es imposible pedir la empatía de la sociedad si antes no somos capaces de empatizar nosotros mismos con nuestros propios compañeros. En ese sentido creo que en la represión todas deberíamos asumir esta máxima de Albert Libertad: “todas las leyes son malvadas, todos los juicios son inicuos, todos los jueces son malos, todos los condenados son inocentes”.
Entrevista realizada para la Revista Maxín, disponible en gallego en revistamaxin.net/maxin2