Cuando un ayuntamiento siembra el pánico
El 14 de marzo mi teléfono no paraba de sonar. Al otro lado, voces de vecinos desesperados. “Nos echan de casa” se podía entender entre el tumulto de gritos ahogados. Trate de informarme y de calmarlos, pero mi cabeza también había recibido una fuerte sacudida con la noticia. Eran los vecinos de la Comunidad “La Esperanza”, mis vecinos durante casi 2 años. Hacía escasos minutos, la policía local acababa de entregarles la notificación que contenía el decreto de Pedro Rodríguez (alcalde de Guía) donde se les comunicaba que tenían que abandonar sus viviendas en el plazo de un mes, y que les serían cortadas el agua y la luz.
Al día siguiente la asamblea fue concurrida y solemne. Intenté tranquilizar a los vecinos, hacerles ver que teníamos opciones de resistir, que aún no habíamos perdido.
Estas semanas han sido duras. Muchos llantos y muchas lágrimas. Desesperación y angustia. Ataques de ansiedad en niños que todavía no saben pronunciar “desahucio”. Personitas de 7 a 10 años preguntando en corrillo si el día del desalojo la policía vendrá con perros, si podrán despedirse de sus amigos, si suspenderán el curso cuando los “desalojen del colegio”. Niños de 15 años que me muestran sus notificaciones (sí, hay varios menores notificados) y que preguntan asustados si ellos también deben presentar recurso.
Los adultos no han estado menos preocupados. Padres y madres de familia que no saben qué será de ellos y de sus hijos, que tienen miedo a que les corten el agua y la luz y a la posterior aparición fantasmasgórica de las asistentas sociales. Los rumores han hecho mucho daño, y la gente se martiriza pensando si el 14 de abril vendrán los antidisturbios de la Guardia Civil desde Tenerife para sacarlos por la fuerza. No tienen a dónde ir y la posibilidad los destroza.
El alcalde juega a la xenofobia y a la culpabilidad del insolvente. Le dice a sus vecinos que los de “La Esperanza” son “de fuera”, que no son “de los nuestros”, tratando de trasmitir que su suerte y su vida vale menos que la de los oriundos del municipio. Alimenta también los prejuicios más clasistas, provocando con su actitud ataques y comentarios contra esa gente de “barios marginados”, contra esos “pobretones”, esa “chusma”, esa “gentuza”. Y quien suscita esto es un político que aún no se ha mirado al espejo, y que si asumiera todas las corruptelas y trapicheos realizados por los de su gremio no se atrevería a mirar a estos vecinos por encima del hombro.
Por suerte sus argucias han dejado de tener efecto. Ya los vecinos no buscan cajas para poder conservar sus pocos enseres en caso de desalojo; ya no buscan maderas y planchas con las que poder improvisarse una chabola si los echan de sus casas; siguen teniendo miedo, pero ahora ese miedo pierde terreno ante el valor.
No tienen a dónde ir, no tienen alternativas, y ante ese acorralamiento sólo les queda sacar fuerzas de flaqueza y tirar para adelante. La necesidad crea al órgano. Luchan no sólo por convicción o arrojo, sino porque no tienen otra salida. Su alternativa es luchar o la calle, y ante ese panorama la opción no puede ser más dura pero tampoco más fácil.
Ahora están bien organizados. Saben ya que legalmente tienen mucho camino que recorrer. Ejercen labores de secretariado ayudándonos a sacar adelante la multitud de recursos que tenemos redactados. Ya no les afectan los ataques clasistas y reaccionarios que se alientan desde las élites económicas locales; giran su cabeza y trabajan sin inmutarse. Han aprendido a desenvolverse ante los medios, y hablan a las cámaras cada vez con mayor soltura, pero conservando toda su verdad. Exprimen sus escuálidos bolsillos para hacer fotocopias y comprar cartuchos de tinta, y pegan y reparten carteles invitando a la población a ayudarles a tomar la calle. Se preparan para lanzarse a la protesta y la reivindicación, porque por sus hijas e hijos están dispuestos a plantar batalla en cualquier frente. Crean sus comisiones (como la de Información) y resucitan las que estaban oxidadas, porque saben que el enemigo los esperaba débiles y asustados y ahora toca convertirse en una maquinaria fuerte y bien engrasada.
Sí, durante unos 15 días ha cundido el pánico en muchos vecinos de la Comunidad. Ha sido duro y desolador. Pero hoy las lágrimas están secas, la angustia ahogada por la determinación y estos vecinos, que leen los apoyos desde Madrid, los abrazos desde Euskal Herria, la avalancha de afecto desde Catalunya, la fuerza en sí del resto del Estado, e incluso desde más lejos, desde el centro de Europa al otro lado del Atlántico, ya no se sienten solos. Saben que su causa es la de mucha gente, un nuevo asalto entre los poderosos y los que han sido desposeídos; y esta vez, con un poco de esperanza, quizás podamos ganar la batalla. Yo he vuelto a “La Esperanza” para recuperarla, ¿pueden, ustedes que me leen, permitirse perderla?
Ruymán Rodríguez