María del Pino Santana y su hijo Moisés han sido instalados en un hotel tras ser desahuciados de su vivienda de alquiler en Casablanca I
Fuente: La Provincia
Ampara R. Montero
Ha sido un día largo y duro, pero aún así María del Pino Santana se muestra calmada. Nada que ver con el pequeño Moisés que no para quieto en la silla. Tiene cinco años y su mirada todavía puede sorprenderse con algo tan simple como ver a alguien escribir. «Yo también sé hacer la o», asegura. Un boli Bic y un trozo de hoja en una libreta bastan para que muestre sus dotes gráficas y, de paso, sacarle una sonrisa de satisfacción ante la perfección de su letra a la que no le falta ni el rabillo. En su mundo infantil todo parece estar en orden, si bien no se le escapa que algo ha cambiado. «Hoy [por ayer] voy a estar tranquilito», promete mientras se agarra a la mano de su mamá y juntos se dirigen hacia la zona del hotel donde van a vivir por ahora después de que ayer tuvieran que dejar la que había sido su hogar en Casablanca I por una orden judicial de desahucio.
Apenas han pasado unas horas desde que madre e hijo se instalaran el un enclave hotelero de la capital, después de que el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria tomase medidas ante el caso de Santana. No obstante, el calvario de esta mujer de 38 años tiene ya recorrido. La falta de apoyo familiar, el maltrato por parte del padre de su pequeño y una agresión sexual de otra persona han marcado el último lustro de María del Pino que no oculta que a veces le faltan las ganas de seguir. «Es muy difícil levantarte cuando te sientes tan mal como mujer, pero lo tengo que hacer por él», comenta mientras mira a Moisés que sigue entretenido con la caligrafía.
Precisamente el niño ha sido la fuerza que ha impulsado la batalla de Santana por no quedarse en la calle, a pesar de no poder hacer frente al alquiler. «¿Cómo lo hacía?», se justifica. Y es que en un principio compartía la vivienda de Casablanca I con otro inquilino que al poco tiempo decidió marcharse dejándola a ella con toda la responsabilidad del pago del arrendamiento. «Yo cobraba una ayuda de 426 euros y tenía que pagar 400 de alquiler. Si lo hacía no podía dar de comer a mi hijo».
Todo esto ocurrió en marzo del año pasado y en junio se le acababa la prestación. «Fui a los servicios sociales, donde me habían ayudado en otra ocasión, pero me dijeron que tenía que buscarme yo un piso y que luego ellos me pagan el alquiler», recuerda. El problema es que al no tener un empleo nadie quiere arrendarle una casa. Y para más inri, hasta diciembre no ha podido recibir la Prestación Canaria de Inserción (PCI) de 540 euros con la que, además, el banco se ha cobrado el dinero que adeudaba por haber tenido que dejar la cuenta al descubierto. Así que los últimos meses han tenido que vivir a base de ayudas de alimentos y del apoyo de vecinos como Carla.
Lo más importante es que a Moisés no le ha faltado nunca un plato de comida aunque Santana tuviera que reducir su alimentación para ello. Pero aún así, sucedió lo inevitable: les llegó una orden desahucio por impago del alquiler que tenía la fecha fijada en el día de ayer. Lejos de tirar la toalla María del Pino Santana contactó con el Sindicato de Inquilinas de Gran Canaria que dio la voz de alarma la pasada semana, cuando apenas quedaban unos días para que madre e hijo se vieran en la calle. De momento, el Consistorio ha evitado esa situación con una habitación de hotel hasta que se encuentre una solución definitiva. «Yo espero que cumplan con su palabra», apunta la afectada sin cantar victoria. Mientras, Moisés garabatea feliz las vocales.