Lo que despertó la mayor furia en algunos manifestantes en la “marcha por el cambio global” del pasado 15 de Octubre no fue ni la presencia de los bancos que los esquilman y embargan, ni la del Gobierno Militar que exuda despilfarro y guerra, ni la del Gobierno de Canarias desde donde se les torea y ningunea; contra lo que más gritaron algunos no fue contra los recortes sociales, el desempleo, la miseria, la corrupción o la represión; el objeto de sus iras fue una simple bandera, y no precisamente esa cuya manutención nos cuesta 30.000 euros.
Podríamos explicar la sucesión de hechos desde nuestro punto de vista, pero ¿acaso a alguien le importa una versión ajena a la “oficial”?… ¿Para qué explicar que los anarquistas no teníamos ninguna intención de sabotear la manifestación? ¿Por qué incidir en que, para más inri, la presencia de la bandera fue fortuita y no planeada? ¿Qué necesidad hay de recurrir a la lógica para demostrar que de habernos planteado el boicot lo hubiéramos realizado en bloque? Muchos ya han dictado sentencia, antes incluso de que asomara bandera alguna. Por lo demás, no está en nuestro ánimo justificar un acto gracias al cual ha conseguido descubrirse bastante más de los “acusadores” que de los “acusados”.
¿Fue realmente una bandera, en puridad un simple trapo, lo que molestó? La misma bandera (junto a otras muchas) hizo todo el recorrido desde el teatro Pérez Galdós sin recibir imprecación alguna. Lo que molestó no fue exclusivamente que hubiera banderas –mientras se quedaran “en su sitio”, claro está–; lo que molestó fue lo que representaba y donde atrevió a ubicarse. ¿Acaso una bandera blanca con el símbolo de la paz u otra con la palabra “Democracia” hubiera molestado a alguien? ¿No había acaso sobre el escenario cartelería y una gran pancarta clamando por una “Democracia Real”? Aquellos que dicen abjurar de las ideologías (cosa que celebramos) se olvidan de que el Pacifismo y la Democracia –además de un sistema– nunca han dejado de serlo. Las ideologías, para que no molesten, tienen que ser, como las banderas, “las oficiales” (difícil cuadratura del círculo en un movimiento que se quiere popular y heterogéneo). Lo arbitrario del asunto se vislumbra cuando se piensa en la diferenciación que se establece entre “pancartas” y “banderas”: ¿acaso un trapo en horizontal es menos ideológico que uno en vertical? Parece ser que las “banderas” tienen limitada su circulación. Pueden recorrer varios kilómetros, pero que no se les ocurra pisar un simple metro del espacio que está “reservado” a la “organización”. Es kafkiano el razonamiento que considera que una persona y una bandera trataron de “copar” un escenario, sin apercibirse de que dicho escenario parecía ser el “coto privado” de un selecto grupo de personas, cuando debería haber sido un espacio al que todos, libremente, deberíamos de haber tenido acceso.
Por otra parte ¿qué es eso de la “organización”? La “organización” deberían ser esos que pegaron carteles, se movieron y trabajaron para posibilitar que el pueblo hiciera suya una manifestación global que sólo al pueblo pertenecía. La “organización” no pueden ser esos que excluyeron a muchos manifestantes haciéndoles sentir que ésa era “una fiesta privada”. No pueden ser los que se dicen “representantes de las Asambleas” sin que ninguna Asamblea los haya designado. No pueden ser los que hablan de consenso, democracia y asamblearismo y leen documentos que ninguna Asamblea ha aprobado –en nombre de esas mismas Asambleas–, y sin más consenso que el que haya podido darse dentro de una élite. No pueden ser los que jaleaban e incitaban al linchamiento de una muchacha.
Las egregias “cabezas visibles” del Movimiento, la llamada “organización” (sin que esto incluya a todos los que, bajo esa u otra denominación, trabajaron para que la Marcha saliera adelante), y muchos de quienes tomaron la palabra, se llenaron la boca hablando de “consenso de mínimos”, de “democracia”, de que “ninguna bandera les representaba”… Pido a quienes me leen que no sean ingenuos, ¿o es que acaso se creen que la bandera anarquista era la única que estaba sobre el escenario? Encima del escenario, sólo basta con escuchar los discursos, habían incluso más banderas de las que se veían abajo; la “nuestra” sólo tuvo la honestidad de mostrarse tal cual era. Es curioso el mundo en el que se considera que una bandera tiene mayor carga ideológica que un discurso…, y más cuando en ese discurso (hablemos por ejemplo de una de las muchas “perlas” del inaugural) se hace una apología de los partidos pequeños afirmando que si los grandes partidos les temen es porque tienen la capacidad de quitarles cuotas de poder. ¿Acaso el movimiento no era “apartidista”? ¿O es que este soniquete se usa sólo contra los anarquistas, los mismos que por cierto jamás han sido representados por ningún partido? El pasado sábado, el apartidismo se fue por el mismo desagüe por el que se escurrió la cacareada “democracia interna” y el asamblearismo. ¿Cómo pueden leerse una serie de comunicados, en nombre de diversas Asambleas, sin que éstas si quiera hubieran llegado a celebrarse? La respuesta que han dado algunos “organizadores” es que no les daba tiempo y había que “leer algo” (“darle la papilla” a la concurrencia). ¿Por qué no celebrar entonces una Asamblea Popular Masiva? Ah claro, y dejar que hable todo el mundo como si la voz de todos valiera lo mismo (no exagero al afirmar que eso es lo que algunos han objetado)…
Sin embargo, todos estos detalles pasarán desapercibidos, porque algunos ya tienen a su monstruo. Gracias a “nuestra” bandera éste será el único “suceso antidemocrático” del acto y las soflamas criptopartidarias, el elitismo descarado o encubierto, el seguir tratando a la población como un sujeto pasivo serán meras anécdotas en el prefabricado “día de la bandera”.
Sin embargo aún queda un suceso más sangrante. Se habla de que la bandera vulneró el “consenso de mínimos” (“consenso unilateral” especialmente cuando determinados colectivos jamás se quitan sus siglas de la boca), sin embargo la violencia física y verbal que la compañera que portaba la bandera recibió no vulnera el consenso de mínimos que establece que el Movimiento 15-M es un Movimiento pacífico y no violento. No hablaremos de cosas tan “irrisorias” como que nos llamaran de “hijos de puta” para arriba, de que nos amenazaran con ahorcarnos de las farolas (las viejas tradiciones nunca se pierden), o de que, a falta de piedras, alguna voz caritativa empezara a solicitar si alguien tenía huevos; hablaremos de que una compañera fue zarandeada y empujada para tratar de tirarla del escenario abajo; hablaremos de que fuimos señalados y denunciados (frustradamente) ante la policía (convencionales, secretas y hasta la perpleja guardia civil) y de que si no fuimos detenidos es porque todavía las banderas no son consideradas artefactos explosivos; hablaremos de que a la compañera intentó linchársela, en una oleada de empujones, insultos y salivazos una vez pudo descender del escenario; y hablaremos de que todo esto se incentivó (salvo escasas excepciones) desde la tribuna. ¿A qué ha quedado reducido el “estas son nuestras armas”? A “estas son nuestras armas, porque no tenemos otras”. He aquí el “tour de force” que ha tratado de dársele a su paradójico “pacifismo”: violencia cero contra las instituciones y los objetos inertes; toda la posible contra los que porten una A circulada.
Si todo es tal y como lo estamos contando, ¿Por qué uno de nosotros se volvió a subir al escenario?, ¿sólo por reivindicar una bandera? Quien se haya preocupado un poco en conocer algo del Anarquismo sabrá que a los anarquistas nos causan aversión las banderas en general (de hecho la negra representa, entre otras cosas, la negación de todas), de que si tenemos que usarlas los hacemos como simple medio de visualización (nunca por chovinismo) y de que no nos importaría en absoluto reducir a cenizas “nuestra propia bandera” (las comillas son por el exabrupto) si de ello resultara algo positivo. Cuando el compañero se subió no reivindicaba la bandera; reivindicaba la integridad y dignidad de no verse silenciados por la censura, de no dejarse amordazar por la violencia sufrida, de no amilanarse ante la amenaza policial. La intención era demostrar que la fuerza bruta no todo lo puede; que no sólo por apabullar y coaccionar a alguien se va a conseguir de él lo que se quiere; que ese escenario nos pertenecía a todos y no sólo a unos pocos; que no hay gritos, ni insultos, ni abucheos que tengan la suficiente fuerza como para que una persona deje de hacer lo que tiene por correcto. A todo acto de represión debe sucederle un acto de Rebeldía, y eso, sencillamente, fue lo que ocurrió.
Sin embargo, es posible que esta argumentación sirva para bien poco. Muchos, como ya he dicho, ya tenéis a vuestro monstruo, ya tenéis vuestra excusa. Que hayáis acabado justificando la violencia no importa. Que el borregismo os haya cegado os resulta indiferente. Haber dejado de ser individuos autónomos para convertiros en turba es algo sobre lo que no queréis reflexionar. Lo que importa es que los anarquistas han vuelto a reventar un acto. Qué importa que éste, a diferencia de otros, lo apoyáramos desde el principio; qué importa que la compañera se subiera sin más intención que oír y sin más propósito que buscar, desde la perspectiva del escenario, un sitio adecuado para situar nuestra pancarta; qué importa que se haya encontrado de frente y de improvisto con una oleada de rencor, que se haya visto envuelta en una trifulca de forma meramente accidental; qué importa que nadie pudiera imaginarse, que ninguna cabeza sana diera cabida a la posibilidad de que “pasearse” con un trozo de tela por un escenario podría conllevar a una “caza de brujas” de corte medieval; qué importa que para bajarla de allí se haya elegido la presión, la violencia física y verbal, en vez de la persuasión y la conversación. Pero ¿y por qué habríais de creer nada de esto? Seguid alimentando el cliché del “anarquista dinamitero”, haced más grande al monstruo. Así, si el movimiento pierde fuelle por la falta de trabajo en asuntos cruciales (el estómago, y no una batería de inútiles leyes para refundar el sistema), porque el reformismo ahoga a una sociedad que pide un cambio integral, porque pudiera cundir la sospecha de la instrumentalización político-electoral o por la pura represión policial, muchos ya podéis quitaros la culpa de encima (y también a los cuerpos de seguridad del Estado) y afirmar con la boca bien grande que la gente se ha desencantado del Movimiento por culpa de los anarquistas.
Es sintómatico que mientras en el resto del Estado español las Asambleas multitudinarias decidían ocupar edificios (por cierto, decorados en gran parte con banderas y símbolos anarquistas, pero también feministas, ecologistas, del orgulo gay, etc.) para alojar a familias desahuciadas, aquí nos dedicábamos a escuchar soporíferos discursos y a concentrar toda nuestra rabia en un trapo. Es sintomático de cómo se desperdician las oportunidades y de cómo se buscan chivos expiatorios para impedir que una Manifestación transcienda de un simple paseo y se convierta en un nuevo paso para iniciar la Revolución Social.
Por nuestra parte, nos quedamos con las conciencias críticas, con las decenas de personas que, sin ser anarquistas ni simpatizar con nuestras ideas, nos defendieron, sin más interés que el de alzar la voz contra la censura, y que al terminar los “mítines” nos estrecharon la mano y nos felicitaron por desenmascarar el verticalismo y el dirigismo de tan “pacíficos demócratas”.
Seguiremos luchando, más cuanto más pese. Nos vemos en las calles y en las plazas.
Salud y Viva la Anarquía.