Quien ignora al fascismo lo siembra; quien lo teme, lo cosecha


El Fascismo es el último refugio del Capitalismo cuando el pueblo empieza a descifrar la decadencia de este último. Es la panoplia defensiva tras las que resguardarse y atacar cuando se ejecutan recortes y se lanzan medidas contra la clase más pobre y más numerosa. ¿Por qué? Porque cuando no se puede engañar, cuando no se puede explicar ni excusar algo, se hace bajo el sello del “Ordeno y Mando”.
El fascismo es la mítica que intenta inocularse en el llamado “imaginario colectivo” para que el pueblo empiece a rogar, a las mismas esferas que lo oprimen, la irrupción de un “hombre fuerte”, la aplicación de “mano dura”, la búsqueda de un “dogma redentor”. Históricamente, y lo hemos advertido ya muchas veces, a cada momento subversivo y de corte revolucionario le ha sucedido una contra-revolución reaccionaria (de ahí viene el término “Reacción”, de la contraofensiva de Fernando VII a las sectores más radicales en tiempos de las Cortes de Cádiz). Sucedió después de la Comuna de París en 1871; después de la ocupación de fábricas en Italia (1920) con la aparición del Fascismo; con las secuelas de los consejos de Baviera (1918) y la gestación del Nazismo; con la Revolución social de 1939 y la instauración del Franquismo en España. Nos sucede ahora, cuando después del auge de los movimientos sociales y libertarios en Grecia se produce, curiosamente, un despegue de la extrema derecha. Y es lo que se pretende que suceda, después del 15-M en el Estado español. Es lo que ahora que empieza a consolidarse un Movimiento anti capitalista, revolucionario y anarquista, pretende hacerse también en Canarias. Y esto es así porque el fascismo también es otra cosa.

El fascismo es la herramienta desestabilizadora de violencia callejera que usa el Estado cuando quiere iniciar la guerra sucia contra las organizaciones contestarias. Los fascistas son la jauría de perros rabiosos a los que el Estado les suelta la correa cuando quiere, mediante la táctica del terror y la provocación, hostigar a los que empiezan a cuestionarse la “sacra unidad de España” o a los que transcienden de esto y se cuestionan la propia existencia y conveniencia del sistema jerárquico. El fascismo es la bala; el Estado la pistola.
Cuando el fascismo arriba a un lugar, trata de instalarse de forma invasiva, a golpe de coacciones, reproduciendo la táctica de la “conquista”. Es necesario por tanto, que le aplastemos la cabeza a esta hidra antes de que salga del nido. Hay que arrancarla de raíz, asfixiarla en la cuna, antes de que crezca y se reproduzca. Si pisamos las larvas no tendremos que preocuparnos de los gusanos
Sin embargo, alertamos del peligro de cifrar toda nuestra actividad en conjurar esta amenaza. Pues también es una de la tácticas del Poder darles rienda suelta a esta gentuza para que se conviertan en la principal obsesión de los movimientos revolucionarios (hasta tal punto de que si no existe “el contrario”, acaban por fabricarlo). Somos Antifascistas, pero también somos algo más que Antifascistas: somos Anarquistas porque nuestra negación es más agresiva y más profunda. Negamos el fundamento mismo del principio de autoridad, negamos las bases de respeto a la legalidad, de obediencia a la fuerza, de seguridad en la mayoría, de subordinación a las normas que hacen que el “perfecto ciudadano” pueda albergar en su interior al “perfecto fascista”.