La bolsa y la vida

Los antiguos asaltantes de caminos al menos daban la opción de entregar “la bolsa o la vida”; el sistema capitalista es inequívocamente más inclemente y exige ambas.

Discúlpenme si hoy la prosa no es la adecuada, pero no me gusta hacer literatura con sangre.

A regañadientes, los medios informan de que en estos últimos días al menos tres personas han intentado suicidarse –consiguiéndolo dos de ellas– cuando iban a ser desahuciadas. Los medios mienten. No se suicidaron; fueron asesinadas. Asesinadas a manos del terrorismo financiero y estatal (en sus tres ramas: judicial, legislativa y gubernamental). Fríamente asesinadas.
¿Exagero? Imagínense que un individuo no parara de mandarles mensajes y cartas indicándoles que va a secuestrar a sus hijos, que su compañera o compañero va a quedar desnudo y a la intemperie tirado en el asfalto, que sus padres enfermos van a morir de frío o de hambre, que puede dirigirse a su casa cuando quiera, darles una paliza de muerte –si osan resistirse– y echarlos a la calle. Imagínense que un día esa persona se presenta con una banda de matones, armados hasta los dientes con porras y pistolas, a la puerta de su casa. Si ante ese acoso constante e ininterrumpido, usted decidiera poner fin a su sufrimiento quitándose la vida, nadie vería extraño emplear la palabra asesinato, pues también es un asesino el que presiona o induce a otro a quitarse la vida (así se ha contrastado, por ejemplo, en los últimos lamentables episodios de acoso vía internet o en numerosos casos protagonizados por clanes homicidas). Pues bien, este y no otro, es el modus operandi de los desahuciadores, e incluyo aquí a entidades financieras, a la estirpe política, a funcionarios judiciales, a propietarios sin escrúpulos y a las fuerzas policiales.

Ningún psicópata aislado sería capaz de idear tamaña tortura, de erigir tal monumento al terror. Mientras, todo un sistema se complace en martirizar metodológicamente a miles de individuos hasta hacerles desear su propia muerte.
No obstante, este fragrante escándalo, siempre denunciado, siempre ignorado, empieza ahora a despertar interés. Para que empezáramos a sentir mordidas en la conciencia ha hecho falta que antes la sangre nos salpicara en la cara. Pero no pasa nada, nos la limpiamos con la manga y volvemos a los paños calientes. Por ejemplo, Dación en Pago que deje a familias enteras agonizando en las calles pero que les permita morir con la tranquilidad de saberse buenos pagadores. Moratorias como en el Corredor de la Muerte, para que los insolventes de hoy puedan ser sin queja los cadáveres de mañana, para que los niños de 2 años sólo se vean obligados a dormir bajo cartones con una edad mucho más razonable como es la de 5. ¿Es que nadie ha pensado en liquidar todas las deudas, todos los alquileres de los grandes rentistas cuyo pago se hace imposible y vergonzante desembolsar? ¿Es que nadie va a defender que todo el mundo tenga derecho a tener un techo sobre su cabeza, cuando aun la más desfavorecida de las bestias tiene posibilidad de una madriguera?
Para eso sería necesario reproducir algo que ya hemos comentado por este mismo medio, reproducir en toda su crudeza las Huelgas de Inquilinos de la primera mitad del s. XX (especialmente la de Tenerife en 1933). Sería necesario no sólo que se parara todo desahucio, sino que, de no poderse, se realojara a todo vecino en su propia casa. Sería necesario que, si esto no es posible, se ocuparan viviendas, y que las viviendas ocupadas fueran preferentemente las de quienes ejecutan los desahucios y las hipotecas. Sería necesario que, si no se puede ocupar las casas de estas sanguijuelas, dichos inmuebles fueran destrozados e inutilizados. Sería necesario acosar a quienes echan a las gentes de sus casas, tal y como ellos acosan a los que tienen por débiles. Sería necesario tomar las vías del sabotaje contra todo cómplice y colaborador necesario, y esto pasa por los propios trabajadores del ayuntamiento que hacen la labor de trasladar muebles y recuerdos. Sería necesario que las movilizaciones contra los desahucios no fueran, en demasiadas ocasiones, hábil y convenientemente capitalizadas por elementos rabiosamente reformistas enemigos de cualquier atentado contra la legalidad o la propiedad privada.
Pero claro, para eso también haría falta que una parte considerable de los lectores no se escandalizaran con lo que acabo de escribir y me acusaran, como si de un insulto se tratara, de “peligroso radical”, y esto lo veo más bien difícil. No obstante, concedámosles algo: sí, soy un radical convencido porque creo que el genocidio que estamos padeciendo a causa del poder financiero, sólo se soluciona atajando el problema de raíz: sacudiéndonos todo prejuicio burgués y destruyendo cualquier ascendente que la bancocracia trate de ejercer sobre nosotros.
Si esto escandaliza a alguien, que el escandalizado se dé con un canto en los dientes. En un mundo normal, en el que la gente que ya no tiene nada que perder no fuera tan bondadosa, se reproducirían a millones los casos de ese ciudadano holandés que, hace algunos años, desahuciado y sin trabajo, trató de empotrar su coche –al estilo kamikaze– contra la familia real holandesa: artículo de opinión sobre el suceso (“Cuando la desesperación se hace muerte”). Aquí y ahora, los desesperados son muchos más civilizados y en vez de llevarse a algunos de los responsables de sus desgracias como compañía en su último viaje, desbordan tanta generosidad que se van solos y sin molestar. Parece que lo de morir matando es algo que sólo hace el sistema capitalista.
Fdo.: El Hombre Guillotina