(Cuento aparecido en Con A mayúscula, libro editado por @AnarquismoenPDF)Hoy, si todo ocurre según lo previsto, saldrá a la calle E. J. S. Llevaba en prisión desde hace más de 25 años. Es un agresor sexual múltiple y reconocido. Su inminente puesta en libertad ha generado mucha controversia y una gran alarma social.
La televisión ha entrevistado hoy a razón de este asunto a F. Z. R., uno de los laureados agentes del Cuerpo Nacional de Policía que lo detuvo. Lo que los medios no han querido mencionar es que el agente F. se ha hecho tristemente popular en la ciudad por su «actitud inapropiada» con las detenidas. Nadie parece saber, salvo las víctimas y sus compañeros agentes, que en el territorio hermético de las comisarías el policía F. se dedica a abusar de las mujeres que tiene bajo su custodia y que ya son varias las que han sido maniatadas y agredidas. Le gusta especialmente insultarlas mientras las manosea.
Quizás algunas de ellas podrían plantearse recurrir al ilustre juez P. G. G., el mismo que precisamente condenó a E., el violador en serie del que hablábamos al principio de esta nota. Lo que quizás no llegarían a saber es que cada una de sus denuncias serían probablemente archivadas. Y es que el juez P., socio reconocido de asociaciones progresistas de la judicatura y autoproclamado defensor de los derechos de las mujeres, no es sólo gran amigo de F., además se considera bastante tolerante con lo que él denomina «debilidades morales». Cada viernes y sábado por la noche deposita en el bolsillo de su hijo mayor, que acaba de cumplir 18 años, un billete de 100€. Nunca se cansa de decirle, con una sonrisa cómplice: «para que emborraches a alguna». No es la primera vez que una chica se levanta aturdida y amoratada, entre lágrimas y vómitos, de la caseta de invitados, y que el servicio la invita a recoger sus cosas y marcharse.
Precisamente el magistrado P. ha quedado para almorzar este fin de semana con el reconocido político conservador J. A. M., partidario de que el violador E. cumpla íntegra su pena. Varias asociaciones sociales y vecinales han reconocido la valiente labor de este político, que ha jurado hacer todo lo que esté en su mano para impedir la cada vez más próxima puesta en libertad del que ha denominado como «un depredador sexual» y «una amenaza real para todas las mujeres». Mientras J. prepara una rueda de prensa donde piensa darle más bombo a este asunto, ojea despreocupado un informe militar que tiene sobre su mesa. El informe en realidad le atañe directamente, pues no hace mucho era Ministro de Defensa. Aunque no está preocupado en absoluto, le ha mandado una copia a su amigo el juez P. para que opine sobre sus implicaciones legales. Según el informe, la situación en un determinado país de Oriente Medio ya se ha normalizado gracias a la participación de «las fuerzas armadas patrias». Sin embargo, la población civil no para de quejarse por la cantidad de niños y niñas no reconocidos que han nacido desde la ocupación del país por las tropas occidentales y por la cantidad de madres desesperadas que no consiguen adaptarse a la nueva situación. Al parecer la orden de imponer un «estado de terror sistemático», incluyendo «acciones punitivas de todo tipo», ha dado como resultado que el ejército enviado en «misión humanitaria» se haya dedicado compulsivamente a violar a las mujeres y niñas originarias del lugar, ocasionando sangrientas escenas y terribles secuelas. Aumentan los nacimientos no deseados y también los suicidios femeninos. El señor J. sabe bien que él permitió que se cursara la orden que ha provocado todas esas violaciones, que someter a la población local a través del «terror sexual» era parte de la estrategia militar de sus generales, pero no piensa en eso. Piensa únicamente en cómo usar la polémica del «depredador» E. para que todo el asunto de Oriente Medio ni siquiera llegue a transcender.
[Sin firma, inédito]