Entre las múltiples distracciones que me ofrece internet a través del youtube, una ha sido disfrutar del visionado de la entrevista que se le hace a Ada Colau cuando se emociona y se le saltan las lágrimas. Le preguntan si no pensó en dejar la política y llora un poquitín. La he visto primero a alta velocidad que queda muy gracioso. Y luego a cámara lenta es aún más divertido, porque parece que Satán habla por su boca.
No tengo nada en contra de la alcaldesa Colau, de verdad. Manda en Barcelona y yo vivo a tomar por saco de ella. Simplemente quiero comentar eso de «dejar la política», a través de su sano ejemplo.
Cuando empezó la señora Colau a aparecer en los medios, en la crisis de desahucios, pues me dio por lo que me da siempre: leer el currículum. Y gracias a internet, y lo cuento de memoria, vi que era vocal de una cosa llamada Observatori, que era una especie de agrupación de ONGs. Total, que era una activista profesional, trabajadora de una ONG. Nada que objetar. ¿Cuándo decidió entrar en la política? Pues supongo que ella y sus amistades lo verían venir hacia 2012, cuando Ada se hizo mediática, y salía por doquier en fotos que me parecían pactadas de antemano. A ver, no lo sé seguro, lo que ocurre es que he visto más amaños de esos en la vida sindical. Llega la policía, llama a los dirigentes, hablan de cómo va a ir la cosa, y se pacta el desalojo, la disolución o lo que sea, buscando una buena y espectacular foto. Es que un buen dirigente es que no se pierde una foto, porque quien sale en la foto se hace conocido. En fin, que no veía ni bien ni mal la pose de actriz, porque al fin y al cabo soy positivo, y la PAH estaba poniendo sobre la mesa el problema habitacional, y haciendo el trabajo que no eran capaces de hacer los sindicatos. Pasa el tiempo bla, bla, bla.
Y luego entró en política, fue candidata (con las rentas de activista), y ganó la alcaldía. Menudo premio. Y no me diréis ni que sí, ni que no, pero yo diría que en esos meses de delirio electoral, la PAH perdió muchísimo lustre, y dejó de aparecer en la tele al perder a su portavoz…, y a toda la gente que cuidaba de su imagen y que se dedicaron a continuación a la política.
Total, que ahora llora, y se emociona, porque los hiperventilados que esperaban meter al señor Maragall y su cara de mala hostia en la alcaldía, se sienten muy frustrados, y la insultan a ella y a su equipo.
Y ahí está ella. Llora, piensa en dejarlo…, y no lo deja. No la quitan del sillón ni con alicates. Una persona que apunta maneras políticas, y que prueba el poder, se vuelve su alimento fundamental. Joder, hay un buen sueldo, presencia institucional, contactos y redes, funcionarios a sus órdenes, asesores, agenda repleta, un interfono o algo parecido, presupuesto, miles de seguidores y un montón de gente que la odia. Como para dejarlo después de haber entrado en política.
En cambio ¿qué pasa con los que nunca entraron en la política institucional? Pues tenemos, por ejemplo, el caso del Sindicato de Inquilinas de Gran Canaria. Frenan al año miles de desahucios, realojan a cientos de familias, fomentan la ayuda mutua entre los vecinos, y lleva a cabo una obra colectiva, inmensa, sin tener un duro, sin que nadie cobre ni un céntimo. Tampoco salen en la wikipedia. ¿Qué es lo que consiguen los activistas (a nivel personal) con esa actitud noble y desinteresada en el plano material? Hasta ahora, el anonimato, juicios, multas, secuestros policiales, palizas, perder la salud, y no tener un duro. Y no. No piensan en entrar en la política.
A mí me parece que esas personas y muchísimas más, valen mucho, arriman el hombro en la batalla, y abren un camino que no necesita políticos de chichinabo que hoy dicen esto, y luego hacen lo otro. Y me da a mí, no sé por qué, que las lágrimas de la señora Colau, y las de los políticos en general, cuando las vierten, son lágrimas de cocodrilo. Cocodrilo político, claro que sí.