Fuente: http://alasbarricadas.org/noticias/node/45583
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NoticiasALB: ¿Por qué se te juzga el día 24 de marzo? Relátanos el caso.
Ruymán: Sucedió en el contexto del proyecto de la “Comunidad la Esperanza” (municipio de Santa María de Guía, Gran Canaria), el proyecto de autogestión de vivienda más grande del Estado (76 familias, más de 200 personas), iniciado por la FAGC a comienzos de 2013. Habían pasado 2 años y estábamos a punto de realojar a las últimas 5 familias en las últimas 5 viviendas que quedaban vacías. Yo por entonces vivía en la Comunidad, pues prácticamente militaba allí a tiempo completo.
Un día de finales de abril de 2015 me disponía a ir mi puesto de trabajo cuando de un coche sin distintivos se bajaron dos hombres: eran guardias civiles de paisano. Me dijeron que me identificara y, alegando que mi “identificación no era satisfactoria”, me obligaron a acompañarles al cuartelillo. Al entrar se monta una verbena, de gritos y abucheos. Me llevan a la sala de interrogatorios y allí empieza una batería de insultos machistas, homófobos y racistas. El que más me impactó, porque demostraba que íbamos por buen camino, fue el siguiente: “tú eres anarquista, ¿no? Entonces que haces realojando y llenando Guía de gitanos y toda la chusma que no quieren ni en Jinámar ni en La Feria (barrios populares de la isla) cuando deberías estar en Las Palmas quemando contenedores y cajeros”. Se me ocurrió contestarle, que chusma y gentuza no eran las familias a las que ayudábamos desde la FAGC, sino los poderes políticos y financieros que ellos protegen… Eso provocó la primera bofetada. Después llegaron los codazos y rodillazos, tirones de pelos, golpes en la espalda y por último el estrangulamiento.
Cuando me sueltan, después de expectorar sangre, reclamo el Habeas Corpus, asistencia médica, que se contacte con un abogado de mi confianza y les recomiendo que, si me van a seguir pegando, lo hagan en la cara para poder denunciarlo al día siguiente a los medios de comunicación. Después de eso sucede una montaña rusa judicial. El guardia civil que me tortura, alega que yo le propiné una patada en el muslo en el cuartelillo y me acusa de atentado a la autoridad (un delito posterior a la detención). El juez lo rechaza y lo reduce a falta de desobediencia. Tiempo después se acepta el recurso del guardia civil, que insiste en el atentado, pero a ellos se les imputa torturas y detención ilegal. El 24 se me juzga tanto a mí como a ellos, pero no hay que ser demasiado listo para conocer el resultado…
N- Por tanto, entendemos que tu juicio en gran parte se debe a intentar acallar voces críticas con la situación que vive el archipiélago ¿Se podría calificar de crisis humanitaria la situación social en Canarias? ¿nos la puedes describir?
La situación económica y social de Canarias es la propia del denominado “Tercer Mundo”: países ricos en recursos, pero con una población empobrecida y con una brecha descomunal entre ricos y pobres. Cuando las agencias turísticas llaman a Canarias “el Caribe europeo”, no se dan cuenta de la tremenda ironía: sí, hay palmeras, playas y sol, pero precisamente como todos los territorios receptores de turismo con una economía terciarizada, la población local no conoce otra cosa que la precariedad y el desempleo (25%, aunque es una cifra muy engañosa porque mucha gente ya ha desistido de apuntarse al INEM y sobreviven de la economía en B), todos los recursos se destinan a satisfacer a la población flotante de turistas europeos, mientras nuestros niños son los más pobres del Estado (35%), casi la mitad de la población canaria está en riesgo de exclusión (40%, y es un dato anterior a la pandemia), tenemos uno de los salarios más bajos del Estado y la cuarta mayor subida del precio del alquiler (56%), hay 138.000 casas abandonadas a la vez que se producen 300 desahucios por trimestre…
Sí, en Canarias vivimos una crisis humanitaria que arrastra consigo la redicha “crisis de valores”. El “Estado de bienestar” es un mito, y aún así sostiene algunos de sus resortes porque sigue suponiendo el último dique de paz social para contener a una población que en muchos casos sobrevive con menos de 14 euros al día (hablamos, por ejemplo, de unos subsidios que rara vez superan los 430 euros mensuales).
N- Y ante esta crisis, ¿qué están haciendo las administraciones públicas ante esta situación?
Como he dicho, intentar que el cordón umbilical con la gente no se rompa del todo, intentar mantener los niveles de dependencia gubernamental a la misma altura que los niveles de subsistencia, con todo lo que ello supone de estandarización, cronificación, normalización y masificación de la pobreza. Sin embargo, cada vez les cuesta más. Y en muchos casos han terminado por inhibirse. Llevan años derivando los problemas de vivienda a colectivos como la FAGC o el Sindicato de Inquilinas de Gran Canaria. Sacan pecho por haber dado vivienda en 4 años al mismo número de personas a las que nosotras se lo hemos podido facilitar en 6 meses. Cada vez que el SIGC se ha tenido que reunir con alguien de la administración éstos han tenido que admitir que somos la entidad que más vivienda facilita en todo el archipiélago, por encima de cualquier institución pública.
La inoperancia, ineptitud e insensibilidad de las administraciones no conoce partido ni color político. Con el cuatripartito de izquierdas en el gobierno autonómico, y distintas coaliciones “progresistas” en distintos municipios, la situación de la vivienda no ha dejado de precarizarse y no se ha desarrollado ninguna política distinta a la de los partidos de la derecha. Y esto por hablar sólo de vivienda. Si tuviéramos que hablar de políticas migratorias y de acogida, de la gestión de las viviendas tuteladas para mujeres que han sufrido violencia de género, de la subordinación ante el lobby hotelero, de la complicidad en los procesos de gentrificación, de la gestión de la pandemia, una sola entrevista no nos bastaría.
Al final el Sistema está demostrando su inutilidad. Y ahí está el nicho que debe aprovechar el movimiento libertario para demostrar que sin Capitalismo y sin Estado, sin su Sistema, con nuestra autogestión, la vida es posible y, sobre todo, más justa, más digna, menos miserable y más libre.
N- ¿Y cuál es el papel que juegan la FAGC y el SIGC?
La FAGC y el SIGC están priorizando una cosa: ayudar y cuidar a la gente de nuestra clase. Impulsamos 10 comunidades autogestionadas, similares a “La Esperanza”, por toda la isla; tenemos grandes terrenos expropiados para garantizar la autosuficiencia económica de algunas de estas comunidades y de compañeras con ingresos 0; tenemos proyectos seguros de vivienda para garantizar que el Estado no eche sus garras sobre compañeras migrantes en situación de persecución policial (dos proyectos, “Las Masías” y “El Refugio II” se destinan en exclusiva a este fin); hemos organizado también una humilde red sanitaria para dar atención a éstas compañeras; hemos desarrollado una pequeña red de intercambio de ropas, enseres y electrodomésticos (sobre todo termos para calentar agua) para garantizar unas mínimas condiciones de vida; tenemos también una una “Oficina de asesoría laboral y legal para precarias”, que es frecuentada en su mayoría por mujeres que ejercen la prostitución y que han sufrido violencia machista y tránsfoba de forma sistemática; el Sindicato, por su parte, se encarga de enfrentar decenas de casos de desahucios diarios, asesorando legalmente, forzando la negociación o presionando a administraciones y entidades desahuciadoras.
Nuestra estrategia, al incidir en que las herramientas libertarias pueden dar soluciones reales a los problemas reales de las personas reales, es, aparte de mantener viva a nuestra gente, tratar de radicalizarlas en la práctica, demostrarles que el Sistema les ha dado de lado, que el Estado no ofrece soluciones, que el Capitalismo es un modelo económico fracasado, y que debemos empezar construir desde abajo la alternativa a las instituciones que queremos destruir. Como decía Malatesta, sólo se puede destruir aquello que se puede sustituir.
N-¿Han tenido algún apoyo de los movimientos sociales o de los partidos de izquierda?
En absoluto. Algunos colectivos de la isla sí han sido más receptivos a la hora de difundir o solidarizarse cuando el Sistema nos ha reprimido, y les estamos muy agradecidas por ello, pero currar en nuestros proyectos, aunque les quedara a mano, pues no.
Yo entiendo que, desgraciadamente, la militancia social se desarrolla muchas veces con una mentalidad capitalista, de competencia. Es súper contradictorio, pero son muchos años de condicionantes educativos y sociales como para barrerlos de un plumazo. Los colectivos que creen que se les disputa el territorio (la isla) o el campo de acción (la vivienda, por ejemplo) interpretan la actividad ajena como una amenaza o un desafío. El capitalismo no se queda en la puerta de los locales de los colectivos esperando que acabe la asamblea. Su cultura está en nosotras, y lo infecta todo.
Después hay otro factor: los colectivos tampoco son ajenos a los efectos de la derechización social. Nuestros proyectos de expropiación de vivienda han llegado a ser condenados por “fomentar la lacra de la okupación y el parasitismo”, nuestros proyectos antirracistas por “ejercer de efecto llamada y ayudar a disolver la identidad canaria”, y nuestra oficina de asesoría para precarias por “permitir la filtración trans-queer en el feminismo y facilitar la condiciones de vida de las putas, impidiendo así que dejen la prostitución”. Todo esto desde la “izquierda”. Es muy difícil enfrentarse al Sistema cuando el Sistema está en ti, muy difícil combatir el fascismo cuando el fascismo eres tú.
Por otro lado, nuestra actitud antipartidista, de fiscalización y confrontación institucional, hace que los colectivos que viven de las instituciones tampoco nos miren con buenos ojos.
Sobre los partidos es absurdo añadir nada. Son el poder. Lo que no pueden cooptar, lo rompen.
N- Vuestro ámbito es Gran Canaria, pero ¿la situación en el resto de las islas es similar o presenta particularidades?
Sería atrevido hablar desde la distancia y generalizar. Quizás las islas occidentales más pequeñas, como El Hierro y la Gomera, no tengan un problema de vivienda como el resto, y sí uno de emigración juvenil. La Graciosa, con sus 734 habitantes, tampoco es extrapolable. Pero las islas más grandes y pobladas, como Tenerife, Fuerteventura y Lanzarote, y también se podría incluir La Palma, mantienen una dinámica común con Gran Canaria: sector primario desmantelado, turistificación masiva, salarios bajos, subida desproporcional del precio de la vivienda, gentrificación feroz, okupación como alternativa desesperada a los desahucios y la carestía del techo, etc.
Canarias en su conjunto es el parque de recreo de los europeos de clase media alta. Vienen, consumen recursos y depositan sus ingresos (hay que tener en cuenta que hablamos, por lo general, de un turismo muy “barato”) en manos de hoteleros y rentistas, sin que se reparta una migaja entre la clase trabajadora. Nos han educado para servir, para tener contentos a los turistas, para defender el turismo como un patrimonio de nuestra idiosincrasia, para sentirnos orgullosos de ser españoles de segunda y europeos de tercera, y mientras vivir de espaldas al continente africano, al que apenas tenemos a 95 kms. Los efectos de esta colonización ideológica sí pueden considerarse comunes en la mayoría de las islas.
N- La pobreza crónica que vive una parte de la población canaria se ha visto aumentada por la crisis de la pandemia. Pero ahora además tenemos otra crisis provocada por la llegada de numerosos cayucos con gente que huye de las crisis de otros países. Esto ha generado brotes de racismo. ¿Cómo se puede combatir esta lucha del penúltimo contra el último?
Es parte de lo que comentaba antes. Se ha tejido un relato ficticio, en el que se habla de “invasión” por recibir a 25.000 personas provenientes de África y no por recibir a 15.000.000 provenientes de Europa. Es una cuestión de racismo y xenofobia, y también de aporofobia, sabiamente fomentada por las instituciones y partidos, en sus pugnas políticas, y por los medios de comunicación convertidos en folletines y panfletos.
Aquí nadie está planteando que la migración es un fenómeno natural, que sin ella seguiríamos en la charca primigenia. Nadie está planteando que las migrantes lo que quieren es ir a Europa, que Canarias es sólo un puerto de paso, y que eso harían si la política migratoria española, pactada con los países africanos, no impidiera a los ciudadanos del continente viajar por vías convencionales. Nadie plantea que, aunque quisieran residir aquí, y bienvenidas sean siempre, Canarias tiene suficiente capacidad de recepción para 25 mil personas si ha habido años que nos hemos tragado sin pestañear hasta 18.000.000 de turistas (cifra de 2019, la media suele estar en torno a los 15 millones). Nadie está planteando que la Ley de Extranjería es una ley genocida, que es ella la que estipula que los pasaportes y billetes de las migrantes no valen nada, es la que les empuja a jugarse la vida en el Atlántico, y es la que esta convirtiendo nuestro océano en la mayor fosa común del mundo. Cada vez que oigan la historia de madres que echan los cadáveres de sus hijos por la borda de un cayuco o que se conmocionen por la imagen de un bebé náufrago siendo reanimado en la orilla de nuestra costa, piensen en la Ley de Extranjería y también en el “gobierno más progresista de la historia”.
La única forma de acabar con el racismo es confrontar a los racistas. En todos los momentos de crisis económica y social, los reaccionarios, demagogos y fascistas han sabido sacar rédito señalando a un chivo expiatorio que, no es casual, siempre es el más vulnerable. La clase trabajadora nativa, desempleada y empobrecida, y puede sentirse tentada a entrar en una dinámica repulsiva pero completamente arraigada en nuestro educación y sistema de valores jerárquico: ante un problema es más fácil buscar a los responsables abajo que arriba. Buscarlos abajo apenas requiere esfuerzo ni compresión de la situación. No hay consecuencias si aplicas la violencia, ni represalias, ni respuesta. Total impunidad. Buscarlos arriba requiere el valor de organizarse contra un enemigo poderoso y cada golpe que asestes tendrá una reacción de proporciones incalculables.
Hay que ir a los barrios, hacer pedagogía con la práctica, generar herramientas de autodefensa que pongan en jaque a los fascistas y tratar de que las personas que comparten hambre y clase confluyan.
N- ¿Créeis posible transformar este «capitalismo de desastre» en una nueva sociedad solidaria? ¿qué habéis notado entre la gente de abajo?
Sabemos que es posible, pero tenemos otra certeza mayor: es imprescindible, necesario, cuestión de pura supervivencia. Si no articulamos un movimiento capaz de combatir y sustituir el modelo capitalista por uno justo, autónomo, libre, horizontal, igualitario, desjerarquizado, nuestras condiciones de vida empeorarán como nunca, desde la Revolución Industrial, y engendraremos hijos esclavos.
La crisis de la pandemia ha demostrado lo frágiles que son en realidad nuestras sociedades jerarquizadas, cimentadas sobre el consumo y la insensibilidad social. Ha demostrado que el Sistema tiene los pies de barro y que al mínimo problema cunde el “sálvese quién pueda” y la estructura gubernamental tiene que recurrir a la violencia y el autoritarismo para evitar que el tejido que la sustenta se deshilache. Ha demostrado, a su vez, que el apoyo mutuo es la única herramienta que permite salvar los muebles en caso de naufragio, que las comunidades fuertes se bastan para cuidar de los suyos, para cuidar a sus mayores y enfermos, para crear redes solidarias que hagan que a nadie le falte un planto en la mesa e, incluso, que en período de aislamiento nadie tenga por qué sentirse solo. Necesitamos articular movimientos de base que empujen a las Sociedades contra los Estados, a las Comunidades contra la Propiedad, a las personas libres contra los autómatas fascistas.
La gente de abajo necesita soluciones inmediatas y urgentes. No quiere que unos besugos pagados de sí mismos les digan que el problema de la atomización de la izquierda es la “diversidad”, ni quieren tampoco que les hagamos test de pureza ideológica para comprobar si son dignas de estar ante la presencia de “anarquistas coherentes”. Necesitan herramientas para conseguir techo, abrigo, comida, para defenderse del matonismo policial, para proteger a sus hijos de los servicios sociales, para evitar que los echen de sus barrios, para evitar que las discriminen o apaleen por ser lesbianas, putas o trans, para evitar que los encierren en campos de concentración o para evitar que les prendan fuego por la noche mientras se refugian en un cajero. No sé lo que son las “ideologías de identidad”, pero sí sé lo que es el clasismo y el elitismo porque lo llevo sufriendo, de forma directa, toda mi jodida vida. Lo que fragmenta al movimiento obrero no son sus distintos adjetivos; es transmitir la idea de que las que buscan pan y calor tienen intereses contrapuestos a las que buscan lo mismo y además que no las discriminen por su género, etnia, orientación sexual, etc.
Lo que rompe la lucha popular es que sus riendas hayan caído en manos de la burguesía, que es casi siempre la que más tiempo tiene para teorizar y dar lecciones, y que esta aristocracia de izquierdas decida unilateralmente cuál es nuestra agenda, en función de sus caprichos o fobias personales. Una agenda que lleva demasiados años dedicándose a disparar a la gente más jodida y marginada y no a los grandes poderes, públicos y privados. Es hora de “ser pueblo”, de asumir que las de abajo tenemos mucho que decir, de organizarnos a ras de suelo y correr desbocadas contra el enemigo, sea cual sea el color de su bandera, rompiendo bridas, riendas y correas. Sólo una organización popular de base, incontrolable para partidos e instituciones, puede ejercer la oposición y el contrapoder necesarios para que un día, quien sabe cuando, podamos ser más de lo que somos.
-¡Te deseamos mucha suerte para el juicio y ánimos!