El Liderazgo en los colectivos anarquistas

El Liderazgo en los colectivos anarquistas

Estimo a aquellos que están con la conspiración y no conspiran ellos mismos; pero no siento más que desprecio por aquellos que no quieren hacer nada pero se complacen en blasfemar y maldecir a aquellos que actúan” (Carlo Pisacane).
Carecer de una base bien pegada al terreno, a la realidad, nos ha hecho complicar la cuestión del liderazgo de una forma completamente innecesaria. Si al asunto le añadimos además una buena dosis de bajas pasiones, ya no hay quien extirpe el quiste.
Tenemos por un lado gente que quiere sofisticar tanto el tema que acaba cayendo en los galimatías marxistas, intoxicándolo todo con unos argumentos que la propia realidad, desde la crisis de la Primera Internacional a 1917, se ha encargado de desmontar, dejándonos bien claro a dónde nos lleva el concepto de “autoridad roja”. Por otro tenemos la voz de los desencantados y desesperados, gente que ante el cacao imperante une su voz a la de Ortega y Gasset a la búsqueda de “un hombre fuerte”, como si alguien pudiera hacer por nosotros lo que somos incapaces de hacer por nosotros mismos.
Estas incongruencias han sido cíclicamente rebatidas por un acerbo bien razonado y articulado que data desde antes de Godwin; este acerbo, sin embargo, no encuentra tristemente continuidad cuando confronta con gran parte de la militancia libertaria y los colectivos que lo componen.

La enajenación de la realidad, sumado a las filias y fobias propias de nuestra humanidad, nos ha hecho detectar autoridad donde no suele haberla, dejando intacto no obstante el verdadero edificio de la jerarquía.
Es cierto que en nuestros colectivos hay actitudes autoritarias y de liderazgo, personas que, al llevar la voz cantante, pueden absorber y engullir a una organización. No entraré ahora a valorar la responsabilidad de los engullidos, pues sólo quería constatar un hecho y no hablar de la “servidumbre voluntaria” que es algo que transciende de los límites de este artículo. Esto, sin embargo, es lo que ocurre en la mayoría de colectivos humanos, una tendencia propia de una formación verticalista cimentada en lo que Nietzsche defendía como “voluntad de poder”. La mayoría de errores que se producen en grupos y comunidades libertarias no son más que la mayoría de errores que surgen en el resto de grupos y comunidades no libertarias; así de simple. Evidentemente lo que llama la atención es que en ambientes que se dicen anarquistas, con gente que se dice anarquista, surjan roles de dominación y obediencia, y esto es algo que deberíamos corregir con un trabajo constante que parta de uno mismo sobre sí mismo; sin embargo, siendo falibles y vulnerables, como somos, no podemos esperar que denominarse anarquista suponga ser metahumano. Mientras nuestros propios mimbres no se rebelen contra lo que impera y sigamos nutriéndonos de identidades pre construidas, nuestros errores no diferirán de los de nuestro entorno.
Reconocido lo dicho, entro en el quid de este texto: ¿sabemos identificar bien los anarquistas el liderazgo en nuestros colectivos?
Dada la situación de nuestro movimiento, en los grupos anarquistas solemos ser pocos. Cuando un grupo se decide a dejar de teorizar y a llevar lo que predica a la práctica, esto significa que hay poca gente para realizar mucho trabajo. Tenemos otro problema además, y es que no hemos dado con lo que llamo el “militante integral”. Tendemos, como nos marca la educación y el mercado laboral, a la especialización. Nos enseñan que hay unos que trabajan con la mente y otros con las manos, que unos saben hablar y otros escuchar. Como ya dije, de estos males no quedan excluidos los colectivos libertarios sólo porque se den ese nombre. Nuestra tendencia debería ser la de generar una actividad integral, formándonos de esa misma manera: potenciar una militancia en la que, entendiendo las circunstancias y preferencias personales, no haya unos que se dedican a labores auxiliares, otros a hablar en público, otros al trabajo de trastienda, otros a escribir, etc.; sino en la que cada uno se sintiera capacitado de realizar cualquier labor, manual o intelectual. Sin embargo, la realidad es otra. En un grupo activista comprometido hay muchas funciones a desempeñar y, lastrados por un modo de actuar adquirido, solemos repartir las tareas en función de la especialidad de cada uno: el que tenga más dotes artísticas se encargará de la cartelería; el que tenga más formación, de redactar los documentos; el que tenga más habilidades sociales, de hablar con la gente, etc. ¿Y si surge el “militante integral”? Estamos tan poco acostumbrados a que el mismo que escribe los artículos sea el que trabaja en la huerta, el que sabotea una máquina en una huelga o el que abre una casa, que visto desde fuera solo podemos adecuar la fórmula capitalista a la militancia social y pensar: trabajo intelectual: líder; trabajo manual: subalterno. Sin pararnos a pensar que el que desarrolla ambas labores sea la misma persona, y sin plantearnos la influencia del medio en esa ecuación que separa el cerebro del brazo.
Si el grupo trabaja bien y hace cosas grandes que tengan repercusión mediática, se plantea entonces el problema crucial de hablar en público. Puede que esto ya se haya planteado en otras actividades, como charlas, talleres o mítines, pero la cosa se endurece cuando lo que se plantea es exponerse. Si el grupo desestima esta vía el problema parece subsanado, pero cuando la naturaleza de la lucha requiere necesariamente la concurrencia mediática (como por ejemplo en el caso de los desahucios) el debate en torno a quién hablará se torna muy revelador. Más allá de cuestiones banales, sobre vergüenza y complejos, está el tema de la exposición pública, de dar la cara, de perder un refuerzo a nuestra seguridad como es el anonimato. Visto desde fuera, diseccionamos al “portavoz” como el líder, el cabecilla, el cerebro, el ideológo, y no somos conscientes de si ese puesto le tocó sacando la pajita más corta o si se vió obligado ante el miedo y la negativa del resto; menos conscientes somos todavía de que lo mismo que pensamos nosotros lo estará pensando la brigada de información respectiva, que podrá añadir un nombre a su lista para cuando llegue el momento de “descabezar”.
A veces llamamos líder al que simplemente se sacrifica por una causa concreta, y da la cara cuando a todos los demás les conviene taparla. Por otro lado, hay que cuidarse mucho de no confundir al líder del grupo con el esclavo del grupo, porque a veces la línea se difumina bastante. Hay gente más comprometida que el resto, que no sólo está dispuesta a jugársela sino también a realizar todos los trabajos desagradables que nadie quiere. Hay personas que siempre se ofrecen, que avanzan cuando otros se detienen, que alientan la actividad y se arriesgan a enredarse en problemas que la mayoría de la gente rehuiría. Hay que ser honestos: cuando en la FAGC se nos planteó la posibilidad de la Comunidad “La Esperanza” la magnitud del trabajo apabulló a muchos. El nivel de implicación de todos los miembros no fue la misma. Algunos se sintieron superados, otros prestaron valiosas labores de soporte y los menos se la jugaron a tiempo completo por el proyecto. El que comparece ante los medios, juzgado desde el exterior por gente que no conoce los pormenores del asunto, puede parecer un aspirante a jefe, pero por dentro nadie sabe la loza que le está presionando el pecho.
Estas personas comprometidas, que como mucho son organizadores, dinamizadores, cuando no pobres mulas que cargan con el trabajo colectivo, son confundidas como líderes por el desconocimiento general de lo que suponen las atribuciones del mando, por los prejuicios sociales que ya mencioné, pero también por la mala baba imperante.
Esa persona que desarrolla un discurso, que lo manifiesta públicamente en base a hecho reales, que no puede ser acusado de vender humo, supone una amenaza para nuestro estatus de “sosiego revolucionario”. Su actividad amenaza nuestro quietismo y los objetivos que alcanza nuestra mediocridad. Una persona que demuestra que se pueden hacer cosas más allá de hablar del pasado o de celebrar actos endogámicos, de retro alimentación y auto complacencia, está indicándonos simultáneamente que no hacemos nada más práctico porque no queremos, y no porque no se pueda. Tildamos de líder, ya que no conocemos otro insulto peor, no al comisario, al jefe de partido o de secta, si no a aquel que hace destacar su voz y nos recuerdo que el anarquismo no es un acto de contemplación monacal. Si alguien nos escupe en la cara que el asamblearismo, el apoyo mutuo y la acción directa, no son mantras que repetir machaconamente, ni productos de consumo interno, ni lemas desgastados que añadir a cada cartel y a cada comunicado, sino que son respectivamente un órgano para que la gente de a pie gestione sus recursos y sus propios barrios; un instrumento para tejer redes de soporte y servicios mutuos; una forma de actuar que pasa por expropiar sin intermediarios bienes y recursos y no por hablar; esa persona es un enemigo, y al enemigo se le insulta y caricaturiza. Si alguien con sus hechos, y con el discurso que sirve de soporte teórico a los mismos, entra en tu zona de confort, desmantela tu verborrea cristiana de predicador, da un manotazo al santuario repleto de velas a Bakunin y Durruti, y te fuerza a la acción, no es raro que lo identifiques con un líder, porque siempre es más fácil reducir al absurdo que encajar un golpe.
Es por eso que todo el que en nuestros medios y ambientes hace algo, mueve algo o hace que algo destaque, pasa a ser instantáneamente, para una capillita muy bien acomodada en la estabilidad de la disidencia verbal, un aspirante a caudillo, un tipo con ínfulas de grandeza, un líder. Se logra así que la quietud genere quietud.
Esto no es nuevo, hoy las figuras de un Bakunin, Malatesta, Seguí o Durruti nos llegan casi regulares, sin aristas alarmantes, sin mácula de duda. En su época fueros acusados de papas, de dictadores del movimiento, de personajes sospechosos con deseos de fagocitar al anarquismo. Hoy los valoramos y respetamos porque ya no existen, porque están muertos; si existieran y nos obligaran a cuestionarnos nuestra inactividad, ya los estaríamos despellejando. Hubo personajes como Tomás González Morago, de cuya gran labor como organizador nos da constancia Anselmo Lorenzo en ElProletariado Militante (1901, 1923), que corrieron peor suerte y murieron solos en prisión orillados por sus propios compañeros. Hoy, como buen difunto, se le recuerda como uno de los fundadores de la AIT española, pero no como el ilegalista que murió marginado por los suyos. Parece ser entonces que lo único que hace falta para ahorrarse dichos ataques es llegar a la venerable vejez o morirse: pero lo primero para algunos aún está lejos, y lo segundo lo considero un precio excesivo para tan poco premio.
Ante el papanatismo imperante no podemos recular. Sólo nos queda seguir trabajando, cada vez más fuerte y con más ganas; saber discriminar las críticas razonadas de los ataques nacidos de las heridas al amor propio; y esperar que el Movimiento Libertario aprenda a distinguir entre los líderes que intentan controlar nuestras vidas y los revolucionarios que sólo tratan de organizar la resistencia.
Ruymán Rodríguez

La vida sigue

(Texto del Grupo Pensamiento Crítico como balance del 2015)
  
El año 2015 ha quedado atrás sin pena ni gloria. Las elecciones han pasado —da igual el resultado— y los nuevos padres de la patria tomarán decisiones que afectarán a nuestras vidas, generalmente para mal. Ojalá nos equivocáramos en esta predicción pero la historia habla por sí misma, solo resta dejar pasar el tiempo para obtener la confirmación. En realidad, no hay nada nuevo de lo que extrañarse. El balance más positivo que podemos hacer es el que viene derivado de nuestro aprendizaje, de nuestra práctica cotidiana. Los trescientos sesenta y cinco días pasados no han sido fáciles, ni lo serán los siguientes porque todavía no ha llegado el momento de relajarnos y bajar la guardia, al contrario; el tiempo presente nos exige más esfuerzo, y, sobre todo, inteligencia colectiva. Muchos proyectos auspiciados bajo el impulso libertario han salido adelante y de ello deberíamos sentirnos satisfechos. En los éxitos y en los errores hemos crecido un poco más, incluso hasta es posible que nos hayamos vuelto personas más sabias.
La experiencia de la Federación Anarquista de Gran Canaria (FAGC) en la Comunidad «La Esperanza» es un buen ejemplo de lo que hablamos. El gran trabajo que han realizado ha tenido sus frutos aunque esos frutos hayan supuesto un gran esfuerzo para sus inspiradores y más de una decepción; a fin de cuentas, vivimos donde vivimos, y el camino de construcción de una nueva sociedad está plagado de obstáculos, unos visibles y otros no. La Comunidad «La Esperanza» ha sido una de las ocupaciones mayores de Europa. La opción que en su momento tomó la FAGC con respecto al problema de la vivienda fue no limitarse a ir a la contra de las indignas políticas sociales del Estado o simplemente ejercer resistencia —como se suele hacer en la mayoría de las ocasiones, o al menos eso es lo que parece—, llegaron más lejos, y elaboraron un proyecto complejo pero bastante bien situado en su entorno social. Desde el principio han pretendido que sean las personas implicadas en la ocupación las que gestionen sus necesidades básicas. En ese contexto ha existido una labor pedagógica —no siempre lograda— de concienciación sobre los significados del Apoyo Mutuo y el poder de la asamblea como órgano de administración comunitaria. Un compañero participante definió la experiencia como pasar de la teoría a la propaganda por la acción, como objetivo a corto plazo; a largo plazo, hacer que las personas participantes interiorizaran un modelo de acción social y de vida, sin atajos, sin dirigismos, sin delegación de poder salvo en los aspectos técnicos. Evidentemente, el proyecto será lo que decidan sus participantes, luego el resultado final es incierto mas a pesar de ello muy valioso. La FAGC lo ha explicado bien en su comunicado de fecha 30 de noviembre de 2015. Han aprendido que el trabajo bien hecho no significa necesariamente una devolución justa y equilibrada por parte de los que se han beneficiado de él —sin generalizar—. Si nuestras mentes estuvieran abiertas al cambio y preparadas para la revolución no estaríamos, probablemente, escribiendo estas líneas, no serían necesarias. Por tanto, si bien la estrategia ha sido buena, quizá un cambio de táctica no les ha venido mal para paliar las frustraciones propias de las luchas, casi siempre difíciles, cuando no perdidas de antemano. Además, su experiencia, al ser comunicada, pasa a formar parte de nuestro saber colectivo. (Para ampliar la información sugerimos consultar la web de la FAGC. http://www.anarquistasgc.net/)
 

La experiencia de la FAGC en la Comunidad «La Esperanza» nos recuerda mucho la Comunidad «La Cecilia» organizada en Brasil entre 1890 y 1894 bajo los principios libertarios y que llegó a estar compuesta por 300 personas. Deseamos que la vida de «La Esperanza» sea más larga.

El artículo Ideal y Realidad de Malatesta es una reflexión precisa y contundente sobre el contraste entre nuestros ideales y el medio ambiente en que nos desenvolvemos. Es indudable que aunque no nos guste es muy difícil vivir absolutamente al margen, a lo sumo nos desenvolvemos en las periferias del Sistema, y aunque pidamos lo imposible —es necesario hacerlo así—, la práctica nos enseña que las tácticas pueden ser diferentes en función del contexto y el momento histórico, y el resultado nada seguro.
Hay que afrontar la realidad con lo que somos y tenemos, no solo por los distintos niveles de conciencia política que existen sino también por el propio desarrollo interior y conductual de los que nos consideramos adeptos a La Idea. Aunque siempre pregonemos que la conciencia transformadora, la lucha política, está intrínsecamente unida a la vida personal, mucho nos tememos que nuestras conductas con esas otras personas que denominamos afines en ocasiones dejan que desear. Evidentemente, queremos cambiar el estado de las relaciones de dominación, pero de manera prioritaria tendríamos que tener presente dónde nos hemos educado, y por tanto, el bagaje autoritario que arrastramos, lo que nos obliga a transformarnos primero a nosotras mismas. Nuestras conductas aisladas, incluso entre compañeras y compañeros distan de guardar la suficiente coherencia con la tan ensalzada moral libertaria. Quizá una consigna que nos debería impulsar hacia adelante sería: ¡Cambiemos el mundo cambiando nosotros primero!
Así, mientras avanzamos dos pasos, retrocedemos uno, y pensamos en el objetivo siguiente, sentimos en nuestros cogotes el aliento de los perros de presa del Estado, amenazadores, advirtiéndonos con sus operaciones fantasmas que están ahí. Su preocupación y vigilancia nos indica que no debemos estar haciéndolo demasiado mal cuando inspiramos sus planes represivos y no nos quitan el ojo de encima.
No podemos dejar de apuntar algunas notas al ruido producido por la bofetada que sufrió el Presidente Rajoy durante el mes de diciembre. El escándalo ha sido mayúsculo. Hasta las buenas gentes han reprobado el acto por insólito, obviando que él ha sido y todavía es el máximo responsable en nuestro país de las políticas neoliberales que han infligido un gran sufrimiento a millones de personas. Los tertulianos, los políticos profesionales y los aprendices de brujo, que todavía están en el banquillo, se han apresurado a condenar el acto y a explicar a quienes les han querido oír que hay que respetar las reglas del juego. La sumisión es la ley del Estado. Cedemos nuestra libertad a cambio de una falsa seguridad. Y si deseamos cambiar algo para eso tenemos los votos cuatrienales. Uno de estos contertulios, que pueblan habitualmente los alienantes programas televisivos, dijo con mucha cordura: Por suerte, la tensión que ha habido estos años, al final se ha reconducido hacia los procesos electorales. Es decir, hemos sido aplastados por el denominado posibilismo y el aventurerismo cínico, que no ignorante, de los nuevos políticos con cara de niños que juegan en las rodillas de sus padres sistémicos, conscientes de que aunque lloren y protesten, sus progenitores siempre van a decir la última palabra. Eso sí, les dejará incordiar un poco, siempre y cuando no molesten demasiado y cumplan las reglas. La población, la ciudadanía, las gentes de este nuestro país, cree los discursos de los unos y los otros porque también cree en Dios, y, por supuesto, en absoluto confían en sus propias fuerzas y capacidad revolucionaria derivada de la suma de voluntades. Desde luego, es mucho más fácil votar que enfrentarse al todopoderoso Estado. 
Desde estas páginas solo podemos desear a todas las personas que a diario construyen una nueva realidad desde sí mismas, un feliz y próspero viaje hacia ese horizonte de autorrealización y lucha que supone abrazar La Idea.

Comunidad La Esperanza: el experimento libertario en Gran Canaria

Un artículo de Bea del Corte e Iris Rodríguez para LaColumna.cat

Con una gestión horizontal y autogestionada, se forma la mayor comunidad okupa de España, una experiencia libertaria llevada a cabo por gente no anarquista. Son las setenta familias que viven en ‘’La Esperanza, lo último que se pierde’’ en Gran Canaria.
A principios del 2013, inmersos en un gran entorno de precariedad social en Canarias: paro –un 35% según la última EPA-, desahucios –más de 4.000 ejecuciones hipotecarias en el último año según el Consejo del Poder Judicial-, crisis económica y de precariedad laboral, un grupo de familias entraron a okupar un bloque de pisos vacíos en el municipio de Santa María de Guía, al norte de la isla de Gran Canaria, una de las 7 islas del archipiélago canario.
En una coyuntura social en la que la okupación de pisos vacíos está cada vez más legitimada debido a la crítica situación de la vivienda, lo que diferencia esta comunidad okupada es la organización que les apoyó en la acción. Fue la Federación Anarquista de Gran Canaria (FAGC), que dio pie a una organización vecinal y comunitaria compleja pero enriquecedora. Hoy 200 personas viven allí. Son la comunidad Esperanza, “lo último que se pierde”.
La federación anarquista planteaba esta lucha social con un objetivo primordial: solucionar la falta de vivienda, además de conseguir el favor social de una mayoría que legitimase su acción, propone una reivindicación en clave de conflicto. “Si te limitas a proporcionar servicios básicos, el capitalismo vuelve a ser el mejor sistema para la gente y eso no genera ningún aprendizaje”, explica Ruymán Rodríguez, portavoz de la federación.

Se creó así la gestión libertaria de un espacio común. Sin embargo, el proceso tanto previo como durante la okupación fue complejo. La legitimación social de esta acción implicó un gran trabajo base, muchas reuniones con vecinos de los barrios con mayor riesgo de exclusión social y que más están sufriendo las consecuencias de la crisis, con okupaciones puntuales de pisos vacíos hasta que apareció la posibilidad de entrar a vivir en un edificio que la constructora Piornedo había dejado sin acabar en Guía, Gran Canaria.
La idea inicial era acompañar a los nuevos inquilinos en el inicio del proyecto, darles las herramientas para coordinarse y posteriormente desvincularse de la okupación como colectivo. Setenta familias se acabaron uniendo al proyecto; en las que el asamblearismo fue la principal forma de organización en la comunidad. Aunque como cuenta Ruymán, miembro de la FAGC y habitante del edificio durante año y medio, las dinámicas asamblearias son complejas de aplicar si no se tiene cierta experiencia. Se consiguió generar el entendimiento y funcionamiento necesario de las comisiones, pero cuando la federación anarquista quiso desvincularse de la okupación -para convivir sin una ayuda que pudiese politizarlos- , se crearon “golpes de estado autoritarios dentro de la propia comunidad”. La FAGC tuvo que volver a vincularse para ofrecerles herramientas de organización, generar espacios de aprendizaje y formación y crear comisiones de gestión de la comunidad y de resolución de conflictos.
En La Esperanza viven con luz de obra, bidones de agua y aproximadamente un 30% de los vecinos se alimentan a partir de una huerta común. Hay una importante variedad étnica y con ella los consecuentes prejuicios y sub-prejuicios dentro de los propios inquilinos. Actitudes sociales que describen a la perfección la estructura social en la que vivimos, cargada de estereotipos y categorías.
Entre las más de setenta familias hay una gran diversidad de perfiles, familias, inmigrantes, niños, parados de larga duración, trabajadores precarios, etc. Muchos de ellos son profesionales de la construcción que se quedaron inactivos después de la crisis del boom inmobiliario, por lo que se encargan de resolver cualquier problema técnico o de infraestructura en el edificio, apunta el portavoz de la comunidad.
Respecto a los roles de género, es evidente que se mantienen en tanto que es muy complicado sacar a las personas de sus actitudes intrínsecamente machistas, explica Ruyman. Sin embargo, el rol de fuerza masculina se pudo ver diluído ante el papel de las mujeres en la resolución de todos los conflictos que se daban en la comunidad. El empoderamiento de la fuerza femenina no solo se da a través de formaciones y talleres.
A nivel legal, el bloque de la comunidad pertenece a la SAREB -Sociedad de Gestión de Activos Procedentes de la Reestructuración Bancaria-, conocido como el banco malo. Algunos de los problemas que se pueden presentar es un desahucio cautelar por algún problema estructural (como un incendio o inundación). Por lo que ahora se encuentran en el segundo intento de desligarse de la federación anarquista, ya que los vecinos cuentan con mayor experiencia en gestión asamblearia y deben enfrentarse a una nueva situación. En primer lugar, piden al Ayuntamiento que les ayude a regularizar los suministros para el abastecimiento público de luz y agua, pagando lo que corresponda; también demandan que asuma la titularidad de las viviendas con un alquiler social asequible a sus ingresos, siempre siguiendo con los patrones de su gestión libertaria.
Ante las críticas posibles a que con el soporte de la FAGC a la comunidad se produjese una influencia ideológica, el portavoz no duda: “una vez les ofrecemos las herramientas, decidimos que el papel de la Federación debe cambiar: abandonar el rol paternalista y dejar que la comunidad evolucione por sí sola; aunque como libertarios no nos sintamos identificados con sus futuros actos o decisiones”.
En definitiva, no buscan con sus acciones solucionar una cuestión habitacional sino plantear soluciones a problemas sociales abriendo una grieta profunda en el sistema: dejar de retroalimentarlo. El archipiélago canario, con más de 2.100 millones de habitantes (800.000 en Gran Canaria), es de las comunidades con mayores riegos de exclusión social. Aproximadamente un 30% de personas viven bajo el umbral de la pobreza y un 16% de familias tienen todos sus miembros en paro (INE). Pero además, tiene una de las mayores incoherencias del sistema: existen cerca de 130.000 viviendas vacías (según la PAH Canarias) y unas 21.000 familias solicitantes de vivienda (según el gobierno autonómico).
El portavoz de la Federación Anarquista de Gran Canaria es consciente de la particularidad de esta experiencia libertaria. Es un producto consecuente de la crisis, llevado a cabo por gente no anarquista, fruto de la necesidad de plantear alternativas a la desigualdad social.

Primer conato de Huelga de Alquileres

Antecedentes 
Hace tiempo, durante un desahucio, entablamos contacto  con los vecinos de un bloque de 16 viviendas que sobrevivian en condiciones lamentables en el barrio gran canario de La Isleta. La mayoría eran migrantes, sin ingresos regulares y en una situación legal delicada. Esto les convertía en víctimas perfectas para especuladores inmobiliarios. Vivían de alquiler, pero la mayoría sin contrato o con contratos que vamos a definir simplemente como irregulares. Las condiciones de insalubridad eran insoportables y el alquiler de 350€ no se correspondía con los 25 m² de cada vivienda. A las plagas de insectos y roedores se sumaba el mal estado general de las viviendas. Examinando el inmueble descubrimos ademas que el arrendador tenía pinchada la luz. Convocamos una asamblea y le propusimos a los vecinos que presionaran al propietario con denunciar sus chanchullos, hacer pública la situación del inmueble y que aprovecharan también la circunstancia de que la mayoría no podían pagar ya la renta (muchos debían varias mensualidades), o en breve se verían en esa situación, para inciar una huelga de alquileres hasta que se arreglaran sus condiciones habitacionales. Honestamente, muchos vecinos, por su situación, tuvieron miedo y la propuesta quedó en suspenso hasta esperar futuros acontecimientos. El contacto se había perdido, hasta hace poco…

El conflicto
Hace poco un vecino volvió a ponerse en contacto con nosotros. Nos informó de que el propietario quería traspasar el edificio entero a una inmobiliaria que había ido haciéndose con varías casas según los inquilinos se habían ido marchando superados por la situación. El hostigamiento era total, la higiene del inmueble (sospechan ellos que deliberadamente deteriorada) era ya un riesgo para la salubridad y los precios del alquiler cambiaban a voluntad del casero, siendo los arrendatarios cada vez más incapaces de hacer frente al pago. El propietario les comunicó que se fueran voluntariamente  el 1 de enero o que los denunciaría por su situación irregular, y a los que no entraran en esa categoría, al carecer de contrato, simplemente los acusaría de ser okupas y los echarían con un desahucio por precario. Fue precisamente esta situación desesperada la que provocó que un vecino recordara nuestro antiguo ofrecimiento y se decidiera a llamarnos…
El desenlace
Convocamos varias reuniones y en la última se decidió por fin pasar a la acción. Aquellos que pudieran usar la vía legal denunciarían por su cuenta, pero la situación irregular de la mayoría les retraía de esta opción. El resto usaría una estrategia inequivocamente más directa: convocar a los medios de comunicación (preservando la identidad de los vecinos perseguidos simplemente por su lugar de nacimiento), boicoteo, escraches y principalmente una huelga de alquileres (negarse a pagar hasta que se aceptaran sus demandas). Esto se decidió pero no hizo falta llevarlo acabo… Informado el propietario de nuestras intenciones optó por ceder antes de verse envuelto en un conflicto mayor.
Finalmente ha aceptado establecer un acuerdo contractual formal, sufragar el saneamiento del edificio, rebajar los alquileres y renunciar a exigir los atrasos.
Conclusiones
Lo conseguido demuestra el pontencial que encierra la vía de la confrontación directa y nos ha permitido ejercitar la preparación de una herramienta revolucionaria que creemos no se da en el Estado español desde los años 30: la huelga de alquileres. Esta es una herramienta que no debe subestimarse. La posibilidad de un impago generalizado puede ser, como en este caso, suficiente por sí sola para lograr que se satisfagan nuestras demandas. En caso de que se produzca, entraña un conflicto de grandes proporciones pues supone el desalojo de cada una de las familias afectadas y esto supone, si hay un grado de implicación aceptable, la movilización de un barrio y de varios entornos familiares. Esto obliga a crear lazos de solidaridad y resistencia. Supone finalmente un conflicto directo con las instituciones políticas y económicas: de la policía y la judicatura a los bancos y las inmobiliarias.
Además hemos vuelto a corroborar la fuerza que tiene la presión y como es imposible alcanzar aunque sólo sean unos objetivos mínimos si no se planta batalla. No es la lucha social terreno para las palabras bonitas y las buenas intenciones. La necesidad de enseñar los colmillos marca el terreno.
Consideramos no obstante que es un éxito parcial. Nuestro objetivo no es conseguir una rebaja general de los alquileres ni hacer más tolerable una vida miserable bajo el abusivo sistema capitalista. Pretenderlo supondría conformarse con lo mínimo, estancarse en el status quo, intentar curar al Sistema cuando no hay más opción que enterrarlo. Pero además de todo eso supondría también, y esto es algo que no debemos ignorar, que nos estaríamos olvidando de los más pobres, de los que ni siquiera podrían pagar un alquiler rebajado. Nuestro objetivo pasa, por tanto, por la liquidación de los alquileres, la supresión unilateral de las deudas hipotecarias y la gestión de la vivienda por vía directamente popular. Mientras tanto seguiremos presionando, porque experiencias como esta nos demuestran que no podemos desdeñar el aforismo que acuñó Sun Tzu en El Arte de la Guerra: «la mejor victoria es aquella en la que se derrota al enemigo sin necesidad si quiera de combatir».

Anarquía a pie de calle III

Anarquía a pie de calle III
El tercer movimiento
¡A ellos, a ellos mientras el fuego arda! […]. ¡A ellos, mientras haya luz del día!” (Carta de Thomas Müntzer a sus seguidores, 1525).
En los dos artículos anteriores hablé de los dos tipos de anarquismos que identificaba y también del potencial y los límites de la lucha social; ahora voy a hablar de la necesidad de que el anarquismo combativo, comprometido en esa lucha social, transcienda de su punto de partida y llegue hasta un objetivo revolucionario superior gracias a una estrategia sólida y bien diseñada.
Analizando la situación del activismo, los movimientos sociales, incluido el anarquista, llevan años a la defensiva. Sólo salimos a la calle y nos movilizamos para no perder terreno; nunca para ganarlo. No sabemos atacar. Lo único que queremos es no perder conquistas pasadas, pero no realizar conquistas nuevas. Luchas como la sindical, la de la vivienda, la de la educación o la sanidad, se articulan hoy en esa clave. Son respetables movimientos de autodefensa, no estructuras de ataque. Sinceramente creo que ya es hora de pasar a la ofensiva. 
Hay que superar esta eterna condición de fajadores y hay que aprender a contra atacar, a devolver los golpes, a hacer daño. Este último lustro de luchas, y especialmente la experiencia en vivienda, me ha enseñado que cuando uno concentra su militancia en la gestión de un “pequeño asunto”, en la preservación de lo que tiene, se arriesga a perder la ambición de ir más lejos y puede acabar haciendo de una simple etapa, de un mero medio, un todo y un fin. 
Sé que hablo de no limitarse en un mal momento. Vivimos una situación de repliegue de las luchas, como anarquistas y como activistas sociales. Unos pocos, resignados pero prácticos, intentan salvar los muebles del naufragio, y tratan de articular algo de cara al futuro. Una mayoría sigue impermeable a la oportunidad perdida y absortos en su liturgia de banderas e himnos no quieren darse cuenta de que hasta los colectivos más reformistas y pro sistema los han adelantado por la izquierda, gracias principalmente a su actividad. Otra parte no menos considerable abandona el barco, y seducidos por los cantos de sirena del establishment coquetea con el electoralismo, los partidos de nuevo cuño y la aporía: votar es la novedad transformadora; abstenerse, rebelarse y crear al margen, es la ortodoxia. 
Nosotros levantamos la voz desde el barro, en el corazón mismo de la pobreza. No pienso hablaros con la cara limpia, ni sacudirme el polvo en vuestra presencia ni ofreceros una mano lavada; aquí abajo, a pie de obra, no huele bien, no hay debates estériles ni sirve la retórica. Trabajando en la miseria, buscamos la manera de organizarla. ¡Empecemos!
No nos interesan las guerras de siglas, las trifulcas de banderines, las peleas familiares internas, de sectas, de tendencias, de clanes. Es como ver a dos insectos famélicos peleándose por un despojo. Todo lo que trate de arrastrarnos a eso nos sobra. No queremos tampoco oír a intelectuales balbuceando o peleándose entre ellos, hablándonos de un pasado que no se puede repetir o invitándonos a avanzar mientras ellos mismos no mueven el culo del escritorio. Hay un anarquismo nuevo, activo, práctico, que quiere hacerse adulto pero no envejecer, y no está dispuesto a enredarse en las batallas ideológicas de sus mayores. Nuestra propuesta es hacer un llamamiento a todas y todos los anarquistas combativos para trabajar juntos. Ese verbo es la clave: trabajar. Coordinar esfuerzos en base a propuestas prácticas de trabajo, dejando a un lado cuestiones sesudas sobre el futuro de una sociedad que aún no tenemos fuerza para prefigurar. Tardamos horas en discutir qué tipo de combustibles usará la sociedad post-revolucionaria, cómo se gestionarán los medios de producción, qué recursos usará y cuáles no, etc., y aún no hemos hecho la revolución que nos permita tener ese problema encima de la mesa. Sin capacidad alguna, por incompetencia, de decidir sobre nuestro presente, tratamos de decidir sobre algo que, sin incidencia real, pertenece al futuro y se escapa de nuestras manos. Trabajemos para que algún día podamos dilucidar esos problemas en una asamblea de vecinos o de trabajadores, pero hasta entonces no perdamos el tiempo.
Una vez aglutinados, dispuestos a trabajar juntos pero no a pensar lo mismo, a sumar esfuerzos pero no necesariamente sensibilidades, podemos seleccionar el objetivo. La FAGC eligió la vivienda y ya los interesados conocen los resultados. Sí, somos responsables de la okupación más grande del Estado, pero ya dije en mi anterior artículo que eso no lo es todo, que hace falta un tercer movimiento. Lo hecho ha aliviado la situación de mucha gente, ha permitido prolongar la vida de algunos en los casos más urgentes, y eso de por sí ya es más que importante. También hemos medido nuestra propia capacidad, sondeado los margenes de la militancia, la naturaleza de la miseria y la opresión. Pero no basta con quedarse ahí. Sería como organizar un ejército y negarse a declarar batalla. Todo lo vivido, bueno y malo, debe servir para sacar conclusiones, reflexionar, y llevar la lucha a un nuevo estadio.
¿Y esa alargada y fantasmagórica sombra del asistencialismo? Hemos aprendido la lección y dado con la forma de conculcarla. La lucha social, ofreciendo soluciones reales a problemas reales, nos permite entablar contacto con el pueblo, pero para que la relación avance es imprescindible que el afectado deje de ser receptor/observador y pase a ser actor. Y eso se consigue estableciendo como condición sine qua non que el realojado tome parte protagónica de su propio realojo. ¿Quieres recibir ayuda? Aquí nos tienes, pero demuestra primero que eres capaz de ayudarte a ti mismo y también a otros. ¿Te niegas? Muy bien, no daremos más solidaridad de la que se nos ofrece, he ahí todo. Quien necesite de verdad una vivienda se verá obligado a cuestionar lo aprendido, lo enseñado por el Sistema, su misma forma de comportarse con los demás, antes de tomar una decisión. Puede que no se produzca ningún cambio, pero lo habremos enfrentado, directamente, cara a cara, contra una dura contradicción. Y lo dicho en realojos es aplicable al resto. En nuestras últimas ocupaciones estamos aplicando ese principio y ha arrojado resultados muy positivos. Participamos ciertamente en menos realojos, pero las experiencias son mejores y los intervinientes más necesitados, más comprometidos y más activos. También hemos aprendido que detrás de la crítica de “asistencialismo” se encuentran muchas veces voces poco autorizadas que, contrarías a abandonar sus torres de marfil y mezclarse con la sucia y cruda realidad, muestran su alergia a la actividad buscando pretextos en vez de ofreciendo alternativas. Los riesgos del asistencialismo no se despejan desde la inmaculada distancia de un club de convencidos. 
Una vez organizados, fijado un protocolo que evite convertirse en una ONG o en una inmobiliaria, falta esa vuelta de tuerca que mencionaba en “Anarquía a pie de calle II”, ese tercer movimiento: la vía del conflicto.
El tercer movimiento es el que marca la diferencia entre una okupación convencional (un acto que cierra su ciclo sobre sí mismo, revolucionariamente inocuo) y una expropiación programada de viviendas abandonadas por los bancos, con el fin de establecer una gestión comunitaria de un bien colectivo (un acto que supone un desafío político, social y económico directo).
No basta con ocupar casas; lo cual no suele repercutir más que en un número limitado de personas. No basta siquiera con ponerlas a disposición pública y usarlas para realojo; al final podemos acabar reforzando el Sistema subsanando uno de sus déficits e inhibir a la gente de la protesta ayudándolas a volver a subirse al tren capitalista. Hay que ocupar y realojar, pero como parte de una estrategia política de socialización masiva que aspire a que sean los propios vecinos quienes gestionen de forma asamblearia los bienes de consumo, tal y como esperamos que hagan los obreros con los medios de producción.
La estrategia es simple: uníos a esos otros anarquistas combativos, convocad una asamblea popular sobre el tema más urgente que acucie a vuestro barrio (pongo como ejemplo la vivienda porque es nuestro terreno más trabajado), ofreced herramientas útiles a los vecinos y entablad contacto con ellos. ¿Cuántas casas vacías en manos de los bancos hay en el barrio? Pues ocupadlas todas y estableced por la vía de los hechos consumados que sean los propios vecinos quienes gestionen directamente el bien público de la vivienda. Hay que dar el paso, cruzar la frontera, y conseguir que la okupación se convierta en expropiación colectiva. 
¿Cuántos de vuestros vecinos pagan alquileres a la misma inmobiliaria, banco, gestora privada de vivienda o directamente a un fondo buitre? ¿Cuántos ya no pueden pagar o están a punto de encontrarse en esa situación? Nuevamente, convocad una asamblea de vecinos y dadle a ese fatalismo una dimensión consciente. En breve van a perder su casa por impago, pues dotad al impago de un carácter reivindicativo: proponed declarar una huelga de alquileres. Que nadie pague, bien hasta que haya una rebaja generalizada del alquiler (si los ánimos no invitan a la osadía); bien porque reclamáis, vosotros y los vecinos, que la gestión de los inmuebles pasen sin intermediarios a vuestras manos.
¿Militáis en un sindicato libertario? Proponed entonces implementar la lucha laboral con la lucha social (la cual no pasa por tener buenas intenciones, redactar comunicados y secundar campañas de apoyo, sino por iniciar una vía de intervención y confrontación propia, directamente revolucionaria). Competir con los sindicatos amarillos con sus armas es o perder el tiempo o un suicidio. La naturaleza del sindicalismo libertario siempre fue poliédrica, y extendía sus ramas más allá del plano netamente laboral. Por pura supervivencia, el anarcosindicalismo debe estar dispuesto a dotarse de integralidad y a ofrecer herramientas que no se limiten a las fábricas, o incluso a las cooperativas de consumo, sino que entren directamente en la problemática de los barrios más deprimidos. Recuperad los sindicatos de inquilinos que el anarcosindicalismo impulsaba en los años 30 y llevad las demandas vecinales a otro plano. 
¿Y las plataformas que ya trabajan en el tema de la vivienda? Primero, hay que distinguir entre las que realizan una labor comprometida y desinteresada, con raíz revolucionaria, y entre las que son ineficaces, están absorbidas por partidos políticos y se mueven por intereses espurios. Segundo, nadie tiene el monopolio de la lucha social. Si crees que una lucha tiene carencias, que está siendo usada como trampolín para estrategias electorales, y piensas que eres capaz de ofrecer y estructurar cosas mejores, más resolutivas, más radicales, no hay ningún motivo por el que cederle el terreno a nadie, ninguno que nos haga considerar que deben haber exclusividades e intrusismos en el frente de la vivienda. Tercero, hemos de ser conscientes, como anarquistas, de la necesidad de articular nuestras propias respuestas, nuestros propios programas, nuestras propias estrategias. Sí, las luchas deben ser necesariamente populares y colectivas, abiertas a todas y a todos; las alianzas tácticas son igualmente deseables, mientras se limiten al trabajo y no exijan claudicaciones; pero nosotras y nosotros hemos de ser capaces de estructurar una hoja de ruta diferenciada con nuestros propios objetivos, hemos de transmitirle al pueblo que ofrecemos soluciones solventes a los problemas sociales, y saber proyectar, en definitiva, que tenemos nuestra propia revolución en marcha. 
La situación, gracias a las llamadas “candidaturas ciudadanas”, puede ser más propicia de lo que parece. Desarrollad esta estrategia en todos lados, pero aprovechad para incidir allá donde los “abanderados de la vivienda y las políticas sociales” haya tocado poder. Ocupad a discreción, con el apoyo de los vecinos, y empezad a establecer las bases, el soporte teórico, para mostrar las contradicciones de estos “partidos ciudadanos”, bien porque su insensibilidad e incompetencia es la que os obliga a ocupar, bien porque desaten o consientan una reacción represiva. 
Esta propuesta general, la de intervenir en una lucha que tiene como fondo un bien (o un medio de producción o un servicio), para radicalizarla, llevarla hasta sus últimas consecuencias, y conseguir que el órgano popular (la asamblea de barrio, de vecinos, de inquilinos) que inicia y entabla dicha batalla sea simultáneamente el que consigue gestionar dicho bien, es una forma simplificada de iniciar una revolución. Los consejos o soviets no eran otra cosa en sus orígenes. En esto consiste el tercer movimiento.
Nos encontramos en un momento de inflexión. Absorvidos por la fiebre electoralista, desmovilizados por el partidismo de nueva generación, nos olvidamos que a los de abajo la mierda nos sigue llegando al cuello. Los enfermos y las hambrientas, los indigentes y las inmigrantes no pueden soportar más vuestro recuento de votos ni vuestras insufribles teorías. Podemos rehuir nuestra responsabilidad todo lo que queramos, pero no hay dónde escondernos. Yo mismo traté de abordar el asunto creando una comunidad idílica de realojados, creyendo que la respuesta revolucionaria vendría más tarde. Preocupado por garantizar la estabilidad de los vecinos, y sobre todo de sus hijos, tardé dos años en comprender que la vía del conflicto debe ir de la mano de la labor creadora. Puede que haga la vida más incierta, pero si la construcción de lo nuevo no se simultanea con la destrucción de lo viejo (como nos recomendaron los clásicos desde Proudhon a Bakunin), crearás una bonita ciudad amurallada, pero dejarás intacto lo que hay más allá de sus muros; y al final el exterior penetrará en la fortaleza y hará lo mismo que hace la humedad con la piedra. 
En este punto el anarquismo, los movimientos sociales al completo, se encuentran en una encrucijada. Hay un nudo gordiano que parece irresoluble, y tanto los teóricos puros como los institucionalizados pretenden cortarlo con un cortaplumas; desde la FAGC afirmamos que es hora de meterle cizalla. Meteos en los barrios, no tengáis miedo a la hostilidad, la desconfianza, las rencillas y las bajas pasiones que os aseguro vais a encontrar. Aprovechad antes de que la virtualidad de la recuperación penetre hasta en los que tienen el estómago vacío. Buscad al que no tiene casa, ni salario, ni sanidad, ni ayudas, ni esperanza. Convocad a un barrio entero y enfrentadlo a la idea de que está en sus propias manos cambiar su situación. Id creciendo poco a poco, con asambleas eficaces y libres de discursos pomposos. Ofreced realidad, desnuda y áspera realidad. Y empezad a tomar, tomar, y tomar, hasta que no quede nada que no gestionéis por vosotros mismos. Puede asustar, pero es el vértigo ante una revolución que comienza. Sólo falta que te sumes. ¿Qué no lo consigues? Al menos, maldita sea, lo habrás intentado. 
Lo he repetido alguna vez, pero no quiero dejar de decirlo: si ellos explotan la miseria, a nosotros nos toca organizarla.
Ruymán Rodríguez

Visocan, una mafia inmobiliaria

En Canarias, como en el resto del Estado, la administración ha vendido gran parte del parque de vivienda pública a empresas privadas. En este caso Visocan. 
Este grupo especulador es el principal agente desahuciador en las islas. Las condiciones de su alquiler son draconianas. Su supuesto «alquiler social» es de 350€. Los dos primeros años la administración está obligada a pagar 300€ de ese total. Después el montante es del inquilino. ¿Y si el inquilino no recibe la ayuda al alquiler? Entonces Visocan no perdona los atrasos. Si el inquilino no reconoce la deuda o no puede pagar el mes corriente más el atraso (el único que se le consiente) se le aplica de forma expeditiva el desahucio exprés. Y obviamente los 350 € no incluyen agua, luz o comunidad. 

¿Qué otros motivos de desahucio se dan en el contrato de alquiler? Por ejemplo realizar cualquier actividad «molesta o ilícita». Así de laxo. Simples excusas para obtener más casas vacías y especular. Un ruido, una colilla de porro, son suficientes para que una familia, que ignora sus derechos, abandone atemorizada el inmueble a pesar de que no haya orden de lanzamiento judicial de por medio.

Otra actividad matonil que desarrolla Visocan (con la contribución de los servicios sociales municipales) es la de amedrentar a la gente que, desesperada, coquetea con la okupación. Cualquier tentativa de okupar una casa vacía de Visocan (que como ahora veremos son muchas) es respondida rápidamente con la amenaza de hacer desaparecer el nombre del responsable de cualquier lista de demandantes de vivienda pública, de por vida. 

Mientras miles de personas aguardan los sorteos y las asignaciones, Visocan, como acabamos de decir, mantiene vacías muchas de las casas que tiene en su poder (ellos reconocen unas 400, pero las propias instituciones hablan de más de 8000, aunque obviamente ambas cifras son conservadoras), sin más intención que la de jugar con un recurso público para obtener dividendos privados. No olvidemos que Visocan especula con swaps (productos de alto riesgo financiero basados en el intercambio de beneficios con otras empresas) y que con esta práctica ya ha perdido más de 3 millones de euros a nuestra costa. Pero no tienen motivos pra preocuparse: está entidad, con una deuda de 240 millones, fue rescatada por el Gobierno de Canarias que, para evitar que entrara en quiebra, le dio 15 millones de euros de dinero público (nuestro dinero). 

Visocan es en definitiva una mafia inmobiliaria y controla gran parte del suelo público de la isla. Se enriquece con el dinero de nuestros impuestos, y todo gracias a la complicidad de los ayuntamientos locales y del gobierno autonómico, que se llevan obviamente su parte del pastel con estas concesiones.

¿Cuánto vale tu voto?

¿Cuánto valetu voto?
 Sobran los motivos para Abstenerse
[Información que ya hicimos pública en 2011]
Si el rechazo a convertirnos en cómplices, a secundar un sistema corrompido y a legitimar a políticos parasitarios no fueran suficientes motivos para abstenernos de votar, aquí va una razón más que transcendente: ¡Tu voto les da dinero a los partidos!

 Así es (y puede comprobarse mirando las partidas estatales [fondos públicos] que se destinan a los partidos), cada voto al Congreso “vale” –por media– 79 céntimos de euro, y cada voto al Senado 32(ése es el dinero que, aparte de sueldos, dietas, subvenciones varias, se le da, por cada voto conseguido, a los partidos). Por cada diputado o senador que consiga un partido, el Estado le paga –a dicho partido– 21.167 euros. Si tenemos en cuenta que la Cámara Baja se compone con 305 diputados, y la Alta con 208 senadores, en total hay que desembolsarles casi 11 millones de euros.
 
Aparte de eso, se les subvenciona el envío de propaganda electoral (lo que nos costó, en las últimas generales, 21,98 millones de euros). Por si fuera poco, los partidos perciben cada trimestre una media de 22 millones de euros (más 1,05 millones para gastos de seguridad).  
Ahora lo sabes: tu voto vale dinero; si no quieres que ese dinero caiga en los bolsillos más rellenos: ¡No les votes!