Programa 38 de Voces Libertarias

 En este último programa nos centramos en analizar en retrospectiva los sucesos, la represión y las reacciones suscitadas por el 25-S. Cuando todo el mundo condena a los que se enfrentaron a la policía (cuya violencia a base de insultos, amenazas, cacheos, golpes y retenciones se había desatado desde la mañana), desde este programa se rompe una lanza a favor de los represaliados (ahora enjuiciados por sus propios “compañeros”) y se acusa y señala a los verdugos: los cuerpos y fuerzas represivas del Estado.
También, cómo no, Músicaal hilo de los acontecimientos; Anti-noticias dedicadas a nuestros “amigos de azul”; y Cultura Libertaria con un interesante poema de Gelman y un fragmento de la Película La Patagonia Rebelde donde se ve perfectamente las sensaciones que experimentan quienes empiezan a ser criminalizados y “malmiradospor sus propios compañeros (algo que a los miembros de la FAGC también nos resulta un poco familiar).
Hemos intitulado a este programa:
A veces para dar la cara, hay que tapársela
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A veces para dar la cara, hay que tapársela


Hemos visto ejércitos policiales trepanar cráneos a golpes de porra; levantar cueros cabelludos con sus pelotazos de goma; dar patadas y puñetazos a diestro y siniestro (incluso a quienes, absurdamente, los defendían); humillar, vejar, acorralar y amenazar; hemos visto todo esto y nuestra mirada se ha desviado, no obstante, hacia los que no ejercían más violencia que la de prepararse para la autodefensa.
Todo esto me recuerda a esa gente que, viviendo inmersa en el mayor robo financiero de la historia, en el gran desfalco producido por la bancocracia, asistiendo a casos como el de Bankia y sus adláteres, todavía lanza diatribas contra personas como “El Solitario”. La “inmoralidad” de la “moral propietaria” ha hecho mella en nosotros y preferimos atacar a quien roba un banco que a quien usa un banco para robar. De igual modo, ante un escuadrón armado hasta los dientes, con pistolas de fuego real al cinto, con vehículos que pueden cascar huesos como nueces, preferimos atacar, “por violentos e insensatos”, a quienes van armados con endebles palitos y se cubren con tapas de cubos de basura.  

Estamos tan mediatizados, somos animales tan acostumbrados al hábitat de los mass media, tan domesticados por la televisión, que hacemos propio el discurso de la propaganda gubernamental. Estamos tan inmersos en esta sociedad policial, estamos tan policializados, que la mayor parte del tiempo tenemos al “policía interior” fuera, y no nos falta tiempo para darle la razón a la aseveración de Stirner: “[El] celo moral que domina a la gente es para la policía una protección mucho más segura que la que le podría proporcionar el gobierno”. Sí, estamos “encelados”. También estamos tan absorbidos por el mensaje ciudadanista, hemos sido tan bombardeados por la moral burguesa, por el “decálogo del buen ciudadano”, por las teorías de conciliación del “activismo civil”, que todo lo que se sale del guión es peligroso, pernicioso, inconveniente y debe ser destruido. “Hay que ser violentos con los violentos”, esa es la piedra de toque de los demócratas de extremo-centro (transversales, se dicen ahora).
Lo más doloroso del caso es que muchas de estas críticas han venido de los propios “compañeros libertarios”. Uno creería que la experiencia en conflictos como los de Chile o Grecia nos podía haber servido para algo, pero no. Si en Chile transciende del discurso anarquista empezar a comprender a los encapuchados (El Ciudadano – La capucha no esconde: Muestra), aquí todos son “villanos”, “provocadores”, “que no respetan los acuerdos del soviet supremo”. Se pretende enviar a las multitudes a que sean golpeadas y detenidas en masa, con la ingenuidad de que no hay sitio para todos y todas (¿se les ha olvidado a los anarquistas su pasado, y como durante la República se habilitaron barcos para seguir encerrando anarquistas o como se recurrió a la “deportación”?). En vez de, si están en desacuerdo, reducir el asunto a discusiones internas, se han lanzado a la caza del zorro tal y como han hecho los medios oficiales.
Quieren prohibir “llevar capuchas y taparse la cara”, exigir que “se respeten los acuerdos del grupo convocante”, denunciar públicamente a los que “lleven mástiles sospechosos y escudos”. Absténganse entonces de hacer convocatorias populares y limítense a hacerlas privadas especificando que hay “derecho de admisión”. Cuándo entenderemos que si se convoca al “pueblo” (a la “ciudadanía”, en su jerga), esta convocatoria deja de pertenecerle a quienes la idearon desde el mismo momento en que se hace pública. Ni las manifestaciones ni los conatos revolucionarios pueden depender de los deseos y preferencias del grupo convocante en grado de preponderancia. No existe un comité que decida cómo ir a una manifestación, qué se puede llevar puesto y qué no, y si existe tiene dos nombres: o “comité central del partido bolchevique” o “comisión de fiestas y verbenas de su respectivo pueblo”.
Visto lo visto, la violencia desplegada por los cuerpos represivos, lo anormal no era llevar escudos y taparse la cara, lo anormal es que el resto no hicieran lo mismo y que le añadieran al equipamiento cascos, muchos cascos. Podemos hablar de estrategia si se prefiere, pero me niego a seguir usando esa palabra para no hablar de términos tan molestos como “delación” y tan naturales como “miedo”. Muchos hablan de “estrategia” para no hablar con honestidad y sin ningún tipo de complejo de lo que uno está dispuesto o no hacer en la lucha social, y, como han descubierto sus propios límites, quieren estigmatizar a los otros para desvirtuar la situación. Quieren convencerse de una cosa: “no es que yo me haya quedado atrás, es que ellos y ellas han ido muy lejos”. Y con ese pretexto cargan tintas contra las víctimas y dejan indemnes a los verdugos.
 ¿Que en el grupo de marras encapuchado había infiltrados policiales? Eso es evidente. ¿Que esa parafernalia facilita su trabajo? Más bien les ayuda a saber dónde deben ubicarse, pero eso lo hacen ya las banderas y por eso no prescindimos de ellas. Además, los infiltrados, en infinidad de manifestaciones a “cara descubierta”, siempre se han empotrado entre nosotros. Vistiéndose casualmente se camuflan igual, y si quieren liarla no tienen más que tirar de braga y gafas de sol, como hemos visto en multitud de ocasiones (en el propio 15-M), sin que la vestimenta de ningún sector de la manifestación fuera especialmente llamativa.
Personalmente, nunca me he tapado el rostro, pero los modernos Torquemadas están invitándome a hacerlo.
Creo que podemos disentir de lo que se nos antoje, pero sin la virulencia y el espíritu criminalizador de nuestros enemigos. Es triste contrastar cómo gente que se dice anarquista ha unido su voz a la de Fernández Díaz, Gallardón, Cifuentes, Cosidó, Fornet o Schlichting.  Ya nos advertía Elisée Reclús, pacifista hasta la médula, con respecto a los “propagandistas por el hecho” (cuyos actos desaprobaba): Personalmente, cualesquiera que sean mis juicios sobre tal o cual acto o tal o cual individuo, jamás mezclaré mi voz a los gritos de odio de hombres que ponen en movimiento ejércitos, policías, magistraturas, clero y leyes para el mantenimiento de sus privilegios”.
Hoy muchos “revolucionarios conscientes” mezclan sus voces con lo más vil de la prensa mercenaria y lo más abyecto del alcantarillado gubernamental.
Fdo.: Un encapuchado

Historia de dos ciudades

El 25-S en Madrid y en Las Palmas de G.C.

Para acceder a una crónica pormenorizada acudir al excelente trabajo de lxs compañerxs de ALB:  Leer aquí





La mayoría de nosotros solemos auto convencernos (es lo más cómodo) de que las condiciones revolucionarias “se dan”; la realidad es que más que darse “se crean”. Y, cuando son realmente revolucionarias, no las crea ni una vanguardia, ni el gobierno, ni la necesidad (no exclusivamente); las crea el factor humano: la voluntad de los oprimidos. Empero, tal y como se crean se “descrean”. Cuando un grupo de gente está dispuesta a ir más allá, a dar pasos más firmes y más lejos, cuando empiezan a perderle el miedo a la policía y el respeto a las instituciones, siempre surgen los “bomberos” internos, dispuestos a elaborar manifiestos, a descafeinar convocatorias, a elaborar asambleas amañadas por el dirigismo o el gregarismo, a “pedir paz” en momentos en los que el sistema nos escupe guerra, a interponerse entre la policía y los manifestantes para defender a los primeros, a convertir en algo festivo lo que debería ser necesariamente una declaración de insurrección permanente colectiva.
 
Hemos visto en Madrid cómo los inquisidores policiales cargaban brutalmente contra la multitud. Como podemos ver en el video que enlazamos, no faltan los gilipollas (no me disculpo por el vocablo, lo considero harto generoso) del “estas son nuestras armas”, ni los que (como puede verse en el primer video a partir del minuto 1,26) se ponen delante de la policía… ¡para defender a la policía de un inexistente peligro! En sendos casos quienes esto hacen son agredidos por la espalda por aquellos mismos a los que defienden. Empero, hay que contrastar con gratificación que un número significativo de personas, cada vez más, se defendió de la devastadora actuación policial, les plantó cara, se enfrentó con estos cuando trataban de secuestrar a algunos de sus compañeros, y, sin más armas que delgados mástiles de banderas y algún objeto arrojadizo casual, se enfrentaron a ellos.
 

Mientras esto pasaba en Madrid, en Las Palmas se celebraba un Carnaval faltando aún cinco meses para Febrero. Si en Madrid no faltaban gilipollas aquí sobraban.
Los miembros de la FAGC llegamos, a título individual, cuando ya se había producido un acto vergonzante que sí pudieron presenciar algunos compañeros más tempraneros: mientras se producían las cargas en Madrid desde la “organización” del evento (convocado por una asamblea del 15-M) se llamaba a “conservar la calma”, a recordar que “somos pacíficos”, a “no hacer nada”, a permanecer insensibles ante el dolor ajeno. Los abrillantadores de cadenas profesionales, los mamporreros, los afectados vocacionales por el Síndrome de Estocolmo, los estómagos agradecidos, los que toman parte por los agresores en contra de las víctimas, siempre merodean por este tipo de eventos. Sin embargo, es un error atribuir su pusilanimidad al pacifismo (he visto pacifistas batirse el cobre para proteger los cuerpos caídos de sus compañeros). La violencia no les repugna. Si la policía carga, no se encaran con la policía como demostración de su aversión a la violencia. Si los manifestantes responden, entonces lo hacen contra los propios manifestantes. La violencia institucional es para ellos normativa, reglada, asumible. Lo que les enfurece y preocupa, hasta el punto de convertirse ellos mismos en verdaderos violentos, es la llamada “violencia de abajo”, la “violencia como reacción”, la “violencia” que no es más que autodefensa.
Vaya por delante que sé de buena tinta que muchos de los convocantes/organizadores son gente honesta y comprometida, gente excepcional, pero eso, desgraciadamente, no atempera en nada mi crítica con respecto al resto. Alcaldes autoproclamados dando discursos sobre lo pautado y lo que estaba por pautar. Escenas sacadas, gratuitamente, de Bienvenido Mr. Marshall. Vuelta a los mismos vicios: chalecos refractantes, a modo de galones, para marcar distancias entre asistentes y “organizadores”. Intervenciones teledirigidas en pos de los acuerdos previos. Insistencia enfermiza en focalizar el asunto en torno al 15-M, cuando la gente acudía allí por la convocatoria de lo que suponían un evento nuevo: el 25-S. Políticos profesionales tendiendo redes o cañas, o aspirantes buscando a los pies de qué poltrona poder acurrucarse. Total desentendimiento de la gente que allí asistía, de los individuos, hombre y mujeres, que tenían otras expectativas. En todo momento se trató de encarrillar el sentido de las intervenciones. Pero los pastores no pudieron contener mucho tiempo las pulsiones de unas cabras que cada vez ven más cerca el monte.
Mientras se debatía (más bien ratificaba, con términos desnaturalizados) la necesidad de una Asamblea Constituyente, algunas personas, en términos bastante autoritarios, o contemporizadores, hicieron alusión al tema de la “violencia”, causando cierto revuelo.  En ese momento uno de nuestros compañeros de la FAGC intervino y (después de establecer la diferencia entre una Asamblea Constituyente y la asamblea entendida como método de decisión popular ajeno al poder) podemos resumir el meollo de su breve alocución en estos términos: “Decís que sois pacifistas, pero hay una gran diferencia entre ser pacifista y ser manso. Y lo que yo veo aquí es un acto de mansedumbre colectiva. Mientras en Madrid hay 15 detenidos [en ese momento], aquí nos entretenemos en celebrar un carnaval y en discutir sobre el sexo de los ángeles, cuando deberíamos decirle a esta gentuza [señalando a la Delegación de Gobierno]  que son unos asesinos. Llevamos demasiados siglos de discursos. Nos sobran los discursos, porque lo que faltan son los actos, las acciones reales. Ningún sistema puede cambiarse con palabras”.  A esta intervención le sucedió el grito popular de “¡Disolución de los cuerpos represivos!”. La gente, no obstante, estaba descontenta desde mucho antes.
Personas de avanzada edad gritaban: “¡Sólo queréis meteros en el sistema, y no es posible cambiarlo desde dentro!”. Y cada vez más desengañadas empezaban a barajar la idea de irse. Sin embargo, esta intervención, y las que sucedieron, conectaron con ellos. Un compañero del 15-M, caracterizado, el año pasado, por su mesura, actitud comedida y conciliadora, y por su fervor religioso, acabó, después de glosar valientemente su difícil situación personal, por citar a Alberto Vásquez Montalbán: “Hasta que no se cuelguen a 50 políticos y 50 banqueros esto no se arregla”. Este cambio radical, presionado por las circunstancias, nos impactó o conmovió a casi todos.
La dinámica siguió así un rato más. Gente ajena al sucio juego del politiqueo extraparlamentario, no intoxicados por filias y fobias, ideológicamente vírgenes, de edades “respetables”, se nos acercaban y decían: “No somos anarquistas, pero tienen toda la razón en lo que han dicho. Esto no se cambia con palabras, hace falta actuar…”.
La conclusión es que el mensaje del sector más moderado del 15-M, netamente político, impermeable a cuestiones integralmente económicas y sociales, que conseguía cuajar con un importante número de la población el año pasado, ahora está obsoleto. Un mensaje dedicado exclusivamente a una clase media (como decía un profesor argentino refiriéndose a algunos protagonistas de los cacerolazos: damnificados pero no oprimidos) que sentía perder calidad de vida y poder adquisitivo, no puede tener ninguna relevancia ni actualidad ante un público que nos hablaba de que ya no tenían ni casas que dar para la patética “dación en pago”; de que les acuciaban importantes problemas médicos sin cobertura posible; de que eran perseguidos por su condición de “ilegales”; de que no tenían un plato de comida que poner en la mesa. Hablarle a esta gente de nuevas elecciones, reformas de la Constitución y cambiar la Ley Electoral es insultarles directamente a la cara.
La situación está más que madura para la lógica del discurso anarquista: libre acceso al consumo (comida y techo para todos), socialización de la tierra y demás medios de producción, autogestión directa de los asuntos económicos por parte de los trabajadores/consumidores y de los asuntos políticos por parte de los habitantes de cada comunidad humana.
Sin embargo, para que este mensaje llegue hay que estar inmerso en las luchas populares y estar dispuesto a mancharse con sus lágrimas, derrotas y combates. Esta “Historia de dos ciudades” ha demostrado, en definitiva, que tanto en los actos más combativos como en los de menor intensidad es necesaria la presencia del discurso anarquista. A nadie se le persuade desde el sofá, y difícilmente pueda hacerse “propaganda por el hecho” a golpe de teclado. No ya inhibirse (lo cual, aunque triste, es respetable), sino insistir en sabotear actos que sólo a la potencialidad del pueblo corresponde saber si se podrán sobrepasar, es una actitud suicida. Si lo pensamos bien la Revolución del 36 nunca se hubiera dado si los anarquistas lo hubiéramos interpretado como una simple “militarada”. El quietismo aísla; el boicot, a cualquier forma de movimiento, espanta.
Los actos sucedidos han demostrado que no es misión de los anarquistas ser el palo en la rueda de tal o cual convocatoria de indescifrables resultados; si hay que romper una rueda que sea provocando un descarrilamiento adecuado. Ya lo decía Simone Weil: “No me gusta la guerra. Pero en la guerra siempre me pareció que la situación más horrible era la de los que permanecían en la retaguardia”.  
Fdo.: Un observador harto de observar

Programa 37 de Voces Libertarias

Programa dedicado en gran parte a debatir y reflexionar sobre el 25-S.

Además  de abordar las noticias menos comentadas por los medios burgueses, de usar un humor caustico contra todo lo que se menea (policía, empresarios y reyezuelos), de atacar la aberración exhibicionista y despilfarradora que supone la peatonalización de Mesa y López, y de repartir cultura libertaria con píldoras de poesía lizaniana, nos centramos en valorar la convocatoria de ¡Ocupa el congreso!, de analizar las dudas que genera y también las posibilidades potenciales que encierra dicho evento. La conclusión de la FAGC es que si los anarquistas no podemos estar en el “ajo” del reformismo y de otras hierbas aún peores, tampoco podemos estar al “margen” de las luchas populares. En consecuencia, hemos llamado a nuestro programa:

Ni al margen, ni en el ajo

Puedes descargar o escuchar nuestro programa desde aquí: Ivoox

Ni al margen, ni en el ajo

Ni al margen, ni en el ajo

Nos sobran los motivos para rebelarnos.
Según todos los autodenominados “expertos” y “especialistas”, los sociólogos de renombre, los economistas más galardonados, los periodistas burgueses con más experiencia, sería de lo más lógico que se produjera una Revolución, o al menos una revuelta generalizada, en el Estado español tal y como se ha dado en el resto del norte de África o en Grecia. Lo ilógico, según sus análisis, es que aún no se haya producido nada más allá del 15-M.
Esto ocurre en gran parte porque los supuestos opositores al sistema, los contrarios al régimen, no saben más que dar palos de ciego. Si el problema que tenemos entre las manos es esencialmente económico y social, distraemos la atención y lo llevamos al terreno nacional. Mientras la gente se ponga a plantearse pseudo independencias parciales (la supuesta independencia de una comunidad humana con respecto a otra) y no independencias integrales (no sólo la de una comunidad con respecto a otra, sino también la de una comunidad con respecto al Estado, y la de los individuos que componen dicha comunidad con respecto a la misma y a su modelo, si así lo quieren, identitario colectivo) el problema de fondo, la dinámica de ricos y pobres, de desposeídos y poderosos, seguirá intacta, aún bajo el cambio de bandera. La palabra Autonomía significa “regirse uno mismo por sus propias normas”, y si reconocemos esto como válido para un pueblo, no lo es menos para cada uno de los individuos que lo componen.
Siendo, como hemos dicho, económico y social el problema, la gente en desacuerdo con el sistema sigue viéndolo en su mayoría en términos estrictamente políticos. Ninguno de ellos habla de cambiar el sistema económico, a lo más de modificar algunas cosas bajo un régimen de propiedad privada y mercadocracia; todos se emperran en creer que cambiando la Constitución, sustituyendo un gobierno por otro y modificando la ley electoral podrán transformar algo, cuando todas esas cosas ya han sucedido sin obtener más que una nueva reformulación de la mecánica del engaño.
Se insiste a su vez en la falsa disyuntiva Monarquía y República. Como si mantener a un Presidente de la República fuera menos gravoso que sostener a un Monarca. Es absurda la idea según la cual la situación del siervo es menos humillante si el puesto del amo es rotativo que si es indefinido. No creo que sea menos homicida el asesino que se turna con otro para darnos las puñaladas que el que es “fijo”.
La política, con minúsculas, es un juego muy sucio, y todos los que se meten en ella acaban manchados. La gente que dice haber descubierto parte de la mentira, sigue fiel a estas pautas del autoengaño. Si saben que los sindicatos oficiales traicionan cualquier lucha nada más iniciarse, comentan en la trastienda: “sí, pero sin CCOO y UGT no se va a ninguna parte”. Si blasonan de nacionalistas y anti españolistas, acaban pactando, reuniéndose y cogiéndose de la mano con los que consideran “colonialistas”. Si son obreristas y están orgullosos de representar la “ortodoxia de izquierda”, acaban colaborando con aquellas organizaciones, partidos y sindicatos a los que consideran “burgueses”. La cosa es salir en la foto aunque sea con el diablo. Parece que todo son consignas que ni ellos mismos se creen, y que sólo sirven para que las engulla el pueblo, mientras que los “enterados”, los que están en el meollo, no se toman en serio ni su propia propaganda.
Pero no quedamos exentos los anarquistas de esta crítica. Nosotros y nosotras, conocedores del percal, deberíamos diseñar una estrategia propia, sumándonos a todas las luchas populares, pero esforzándonos en ir construyendo dinámicas de actuación propias. Es absurdo que gastemos un solo segundo en boicotear acciones como la del 25 de septiembre, cuando, si los hechos rebasan a los primeros actuantes y organizadores, la fuerza de los acontecimientos nos obligarán a sumarnos. Aun detectando el mal circundante, como hemos hecho en esta misma crítica, es necesario gastar sólo la munición imprescindible en revelar las contradicciones de esta gente, porque nuestros objetivos prioritarios tienen que ser otros distintos. Debemos detectar los problemas de los oprimidos, de los que somos parte, y diseñar una hoja de ruta de acciones contra sus causantes. Debemos empezar a articular una respuesta que vaya dirigida, exclusivamente, contra los de arriba y que aspire a socavarlos. Debemos también ser conscientes de que el Anarquismo no es está dirigido sólo para anarquistas, y que la Anarquía no podría ser jamás, pues sería una contradicción en sí misma, un enclave reservado para Anarquistas. Como dice Andrés Mombrú: “La verdadera libertad no es imponerle a la gente un sistema aparentemente libre, sino que la gente viva realmente del modo en que quiere hacerlo. De repente, podrá no gustarme, pero la imposición de cualquier visión hegemónica es autoritaria, incluso cuando lleva el nombre de anarquismo”.
Los anarquistas, aun si no queremos coordinarnos y sólo contamos con individualidades, siempre valiosas, hemos de abandonar el anarquismo contemplativo y meramente teórico. La necesidad de “gurús teóricos”, de los que divagan, pero no trabajan, crea monstruos. Necesitamos articular un anarquismo combativo, vivencial y empírico. Ya lo decía Bakunin: “Tengo la convicción de que ya terminó el tiempo de los grandes discursos teóricos, impresos o dictados. Durante los años pasados, se desarrollaron más ideas de las que bastarían para salvar el mundo. Los tiempos ya no son para las ideas, sino para los hechos y los actos”.  Esa debe ser la premisa de los anarquistas, la premisa de los que, como decía Chicho, no estamos “ni al margen ni en el ajo”.
 
Fdo.: Teresa Azotacalles      

Programa 36 de Voces Libertarias

Último programa de VOCES LIBERTARIAS. En este programa número 36 hacemos un “tour de force” con la actualidad y le buscamos las vueltas a las noticias más incómodas. En la sección de Anti-noticias entrevistamos en exclusiva a un “pez gordo” y recurrente orador de CCOO/UGT (no se lo pierdan). Analizamos y valoramos en retrospectiva tanto las II Jornadas Anarquistas (con la inestimable ayuda de una de las asistentes que tuvo la amabilidad de enviarnos su particular apreciación) como nuestra concentración contra CCOO y UGT delante de su sede (con reveladores audios del evento). En la sección de “Hazlo Tú Mismo” proponemos la creación de Asambleas de Inquilinos y Grupos de Respuesta Inmediata como forma de enfrentarse a los desahucios, retrotrayéndonos al ejemplo de la Huelga de Inquilinos de Tenerife de 1933. Terminamos con Cultura Libertaria y un clarificador fragmento de la película El Planeta Libre. Todo ello regado con buena música, humor, comentarios ácidos como la realidad, y dinamita radiofónica. Hemos titulado a nuestro programa:
Un libro en una mano y una piqueta en la otra.

 
Escuchar aquí: Ivoox

La Policía seguirá cargando mientras no haya respuesta

Lo acontecido con los estudiantes –y algunos de sus familiares– el 14 de septiembre en Las Palmas de G.C. delante del Rectorado, es ya parte del triste corolario que llevábamos sufriendo en la isla desde hace demasiado tiempo. La policía carga, rompe narices, revienta cuellos o cajas torácicas, contusiona espaldas, brazos y piernas, y “aquí paz y después gloria”. Se sacan fotos –con suerte y si hay sangre–, la prensa –si le cuadra– se hace eco (sin cargar mucho las tintas, por supuesto), las distintas organizaciones sociales sacan comunicados de apoyo y… hasta la próxima.
Parece que a nadie le duelen lo suficientemente las imágenes –salvo a los que salen en ellas– como para prepararse y organizar una respuesta concertada. Esto ya lo hemos vivido el 1º de Mayo y el 18 de junio. Que un presidente autonómico empuje a una estudiante; que la policía se ensañe con gente, en su mayoría, menor de los 25 años; que la policía escolte a un grupusculillo fascista que abandona el acto con el brazo en alto; que la brutal actuación policial fuera solicitada por el propio Rector (que ha reconocido públicamente que tenía previsto que hubieran altercados); que este día 15 de septiembre muchas “fuerzas de izquierda” (ambos términos discutibles) se inhiban de lo sucedido y marchen junto a los represores de estos estudiantes (amén de otros sectores no menos coercitivos, como Guardia Civil y asociaciones de Militares); sería motivo más que suficiente para que todas las organizaciones sociales se coaligaran y empezaran a diseñar una acción concertada contra los altos cargos de la ULPGC, contra el puerco (nuestras excusas a los porcinos) de Paulino Rivero y contra los cuerpos represivos del Gobierno (autonómico y estatal).

Basta ya de comunicados que no nos servirán ni como sudario la próxima vez que a los terroristas policiales se les vaya la mano. Es hora de organizarse y de prepararse, de hacer una acción concertada contra esta oleada represiva. Es hora de responder.
El derecho a denunciar las injusticias que se sufren en carne propia es un derecho que se toma, no que se otorga. El derecho a la autodefensa es un derecho del que ninguno estamos exentos, un derecho del que nadie queda excluido, ni a la hora de ejercelo, ni a la hora de recibirlo. Defenderse de una agresión policial no entra en una categoría distinta que defenderse de cualquier otro tipo de agresión. El uniforme no otorga carta blanca ni patente de corso, no hace que el victimario transcienda de su condición de verdugo, no lo indulta de la rabia popular.
El 17 de septiembre nos concentraremos contra los sindicatos amarillos (CCOO y UGT) para evidenciar lo que en verdad son ante su negativa de convocar una Huelga General, pero lo haremos también bajo otro lema: “Vergüenza me daría manifestarme con la policía”.
Es hora de demostrarles a los represores y sus cómplices el alcance de nuestro sentido de la dignidad, es hora de demostrarles que, como decía Bakunin, “un día el yunque, cansado de ser yunque, pasará a ser martillo”.
 
¡Toda nuestra Solidaridad con los Represaliados!
¡Todo nuestro Odio contra los Represores!
 
 
Un miembro de la FAGC