Lagrimitas de cocodrilo

Por Acratosaurio rex

Alasbarricadas.org

Entre las múltiples distracciones que me ofrece internet a través del youtube, una ha sido disfrutar del visionado de la entrevista que se le hace a Ada Colau cuando se emociona y se le saltan las lágrimas. Le preguntan si no pensó en dejar la política y llora un poquitín. La he visto primero a alta velocidad que queda muy gracioso. Y luego a cámara lenta es aún más divertido, porque parece que Satán habla por su boca.

No tengo nada en contra de la alcaldesa Colau, de verdad. Manda en Barcelona y yo vivo a tomar por saco de ella. Simplemente quiero comentar eso de «dejar la política», a través de su sano ejemplo. Sigue leyendo Lagrimitas de cocodrilo

«El tripartito de izquierdas desahucia igual que los fascistas»

Entrevista: Ruymán Rodríguez

Ruymán Rodríguez es uno de los referentes del Sindicato de Inquilinas, colectivo que colabora con personas que sufren desahucios. El último caso de Nereida y Natalia Espino en la Vega de San José es para él un ejemplo de una mezcla de «incompetencia y perversión» del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, al que acusa de no tomar medidas al alcance de su mano para revertir estos casos.

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Los riesgos de la militancia

Por Ruymán Rodríguez. Aparecido originalmente en Solidaridad Obrera

Pequeña advertencia: si se quiere leer el artículo conservando su unidad narrativa recomiendo leer las notas al pie una vez concluida la lectura. Puede que parezca que un texto de estas características no requiere tal cantidad de notas, pero más allá de dar a conocer algunos nombres y circunstancias que muchas podemos ignorar, considero que si hablamos de los “riesgos de la militancia” es necesario trazar una línea temporal y demostrar que la militancia, desgraciadamente, siempre ha conllevado una importante porción de peligro: para la salud física y mental y para la propia vida. Averiguar qué porción de peligro es tolerable es algo que requiere una respuesta honesta por parte de todas. Y debemos dilucidarlo más temprano que tarde.

 

“Ofreced flores a los rebeldes caídos
con la mirada puesta hacia la aurora,
y al valiente que lucha y labora,
y a los proféticos poetas que mueren”
(Pietro Gori, Himno del 1º de Mayo, finales del s.XIX).

Cuando hablamos de los riesgos de la militancia todas entendemos que hablamos de represión, multas, juicios y encarcelamiento, pues este, desde luego, es su aspecto más conocido y evidente. Hasta hace bien poco también hemos incluido en el paquete las consecuencias psicológicas y anímicas: la depresión, el aislamiento, la carencia de cuidados. Pero yo mismo, hasta hace pocos meses, había ignorado por completo las consecuencias de la militancia en la salud física.

Desde muy joven había leído cómo Tomás González Morago1 había muerto en la cárcel después de haber contraído cólera y cómo el cuerpo de Bakunin2, aquejado de escorbuto, se había deformado a causa de sus años de encarcelamiento. Conocía igualmente el terrible estado en el que quedaron la mayoría de detenidos en el proceso de Montjuïc3, los problemas de salud que desarrolló Fermín Salvochea4 también a causa del encierro y la ceguera que terminó padeciendo Ricardo Flores Magón5 por la misma causa. Pero todo estaba relacionado con el encarcelamiento y la tortura. Partiendo de las heridas de guerra que sufrían los ilegalistas en sus escaramuzas con la policía y también de las secuelas que provocaban los atentados del terrorismo empresarial y parapolicial (el cenetista Ángel Pestaña las arrastró hasta su muerte6), uno siempre piensa que nos jugamos la salud sólo en acontecimientos espectaculares. No se nos escapa que si nuestra actividad molesta a organismos demasiado poderosos nos pueden “desaparecer”, como ha pasado desde la época de Camillo Berneri7 o la de Giuseppe Pinelli8 hasta la trágica muerte de Santiago Maldonado9. Sabemos que en determinadas manifestaciones también se puede poner en riesgo nuestra integridad por culpa de la violencia policial o incluso militar, como lo demostraban las manifestaciones de 1º de Mayo a finales de siglo XIX y principios de siglo XX10, como ocurrió en la contracumbre de 2001 en Génova donde los carabineros asesinaron a Carlo Giuliani11 o cómo ha pasado con las heridas y mutilaciones sufridas por algunos manifestantes en las protestas surgidas en los últimos 10 años en el Estado español, sobre todo a raíz del 15M12. Pero todo en general está relacionado con la capacidad que tiene la maquinaria del Estado para aplastarnos. Son agresiones evidentes, en acontecimientos visibles y que desgraciadamente se han asimilado como una consecuencia posible de la protesta pública.

Lo que nunca pensé es que la actividad militante cotidiana, lejos de acontecimientos y eventos llamativos, dedicada a una labor rutinaria, discreta, pudiera poner en riesgo la salud del militante. No estaba preparado para ello y es tristemente una lección que he aprendido, como casi todo lo que he aprendido en esta vida, demasiado tarde.

Abrimos la primera vivienda abandonada cuando éramos adolescentes. Siempre que he participado en una expropiación de inmuebles ha sido respondiendo a lo que se conoce como “okupación famélica”. Cada vez que el inmueble que hemos socializado no se ha destinado posteriormente –por decisión de los habitantes– a servir de vivienda para cubrir necesidades reales, o a actividades sociales en el barrio, me he sentido decepcionado. Respeto a quienes prefieren okupar por otras motivaciones, pero esa, con una coyuntura laboral y social como la canaria, no es mi guerra. La urgencia de estas “okupaciones famélicas”, realizadas primero de forma esporádica e informal y más adelante de forma organizada y sistemática, nos obligaba a veces a meternos en los peores sitios posibles. Aunque luego fueran descartados, inicialmente no podíamos rechazar ningún inmueble que reuniera los requisitos mínimos: propiedad bancaria o estatal, abandono y posibilidad de rehabilitación. Eso nos llevó a algunas de nosotras a meter la nariz en inmuebles muy poco recomendables.

En Canarias una tendencia de la “okupación lúdica” es tomar posesión de aquellos inmuebles que están cerca de la playa o el centro. Nosotros, con una motivación muy distinta, okupabamos en barrios obreros del interior, en el campo, en zonas deprimidas donde suele ser obligatorio tejer complicidades con los vecinos (no siempre fue posible). Las precauciones tomadas a la hora de abrir una puerta se han ido incrementando según la hemos ido cagando, pero inicialmente entrabamos a tumba abierta. Aspirábamos mohos y polvo acumulado de décadas sin pensar en colocarnos siquiera una barata mascarilla de papel. Retirábamos planchas de uralita con una sonrisa estúpida en la cara. Cargábamos toneladas de escombros y chatarra pensando que éramos jóvenes y eternos. Llegábamos a casa, nos duchábamos y no nos alarmaba que durante tres días los clínex salieran negros después de sonarnos. Así durante casi 20 años. Cuando surgió la primera tos con sangre fue cuando entendimos todos los irreparables errores que habíamos cometido.

La mayoría entró y salió de la militancia durante períodos más o menos largos. Eso les salvó de no experimentar consecuencias más graves. Pero los inconscientes que no supimos parar, tomar aire, recuperarnos, hoy nos damos cuenta de algo que entonces se nos escapaba completamente: la militancia cotidiana, lejos de la represión y la violencia, también puede poner en riesgo nuestra vida.

Un día te das cuenta de que te asfixias hasta con los esfuerzos más leves. Te cuesta horrores levantarte de la cama. Cada esfuerzo en el trabajo te produce mareos y accesos de tos. La tensión arterial se descompensa. Una mañana meas sangre y entonces decides ir al médico. Cuando el doctor te pregunta si eres fumador habitual, si has trabajado en la minería, fábricas con agentes tóxicos o similares y tú le contestas que nunca has fumado pero que llevas unos 20 años habilitando casas abandonadas, la cara del galeno te basta como explicación. Después llegan los neumólogos y demás especialistas, mil pruebas y dudas. Y entonces la enfermedad te saca a la fuerza de la vida activa, de la militancia, del trabajo, y ya no vuelves a sentirte joven.

Se lo niegas a los demás, pero estás tan metido en la militancia que en ese momento, en el que tu salud se está rompiendo como un cascarón, lo que más te preocupa es fallarle a esas personas cuyo desahucio estabas intentando parar, a aquella comunidad ocupada a la que ayudabas en sus primeros pasos por la autogestión, a aquella otra familia que había solicitado realojo. Después, porque ser pobre no implica ser bondadoso, hay quien te reprocha no estar al pie del cañón aunque te estés deshaciendo, no estar sacando más escombros aunque se te vayan los pulmones por la boca, no morir en la trinchera. Cuando notas esa falta de sensibilidad y empatía se te pasa la obsesión por la militancia. Lo cual es muy sano.

Pero hasta llegar a esa conclusión pasas por una etapa en la que asumes las demandas de las demás y las conviertes en autoexigencia. Todas conocemos los peligros de ser la cara visible de un colectivo o movimiento: liderazgos, estrellismos, culto a la personalidad, endiosamiento… Pero casi nada sabemos de lo que pasa cuando detrás de los rostros que hilvanan el discurso colectivo se esconde también la obligación no deseada de soportar el mayor peso de la actividad militante. Cuando la persona que creemos “líder” es en realidad una explotada, por otras y por sí misma, el personaje que nos hemos inventado sepulta a la persona. Es un nombre y un bagaje; su cuerpo y su sensibilidad poco nos importan. Él o ella podrán con todo, como siempre. Romperse no es una opción. ¿Y si nos equivocamos? No importa porque hemos deshumanizado al militante y eso allana mucho el camino. Es un objeto, una máquina, un medio y no un fin en sí mismo. Se buscan repuestos en el taller, o se mandan a pedir a Alemania, como con los coches, y el engranaje sigue girando. A eso hemos llegado en determinados ambientes militantes.

Veteranos y recién llegados se contagian de la misma dinámica. Pero hay excepciones. Si bien la gente que recurre a los colectivos sociales como si se trataran de los Servicios Sociales de un ayuntamiento no admiten la enfermedad del militante, al que tienen por un funcionario no remunerado, hay personas que poco o muy poco se han vinculado con los movimientos políticos y que sin embargo están dispuestas a sangrar contigo. Quizás sólo las has asesorado una vez puntual y ese consejo ya les vale para preocuparse por ti y tus costuras. Quizás sólo han colaborado contigo en detener un único desahucio, pero aún ven la vida con lentes limpias y creen que eso del apoyo mutuo es mucho más que marketing anarquista. Otros, insensibilizados por el tiempo, ideologizados y perfectamente formados, se han acostumbrado a mirar tus cicatrices y ya no se sobresaltan si aparecen otras nuevas, por graves que sean.

Pero la falta de gratitud, sensibilidad, compasión o compañerismo es algo a lo que tristemente te acostumbras. De pequeño me impresionaba la normalidad con la que muchos ancianos normalizaban la muerte. Pero cuando crecí lo entendí. El proceso tan doloroso de perder a alguien les afectó mucho en su momento, seguro. Pero con 80 ó 90 años han visto desaparecer a tantos y tan cercanos que muchos de ellos ya no pueden seguir experimentando con tanta intensidad algo natural a lo que se han acostumbrado y que cada vez ven con más proximidad. La decepción militante es parecida, al menor para mí. Duele al principio, pero después te acostumbras de tal manera que ya ni la sientes. No sé si es un síntoma de madurez o si es bueno o malo acostumbrarse a la falta de empatía colectiva. Lo que sé es que no quiero ser yo el que deje de sentir empatía hacia las demás. A eso no quiero acostumbrarme. El día que no sentimos nada ante el dolor del otro debemos entender que la lucha social no es nuestro espacio.

Pero descubrir que estás enferma conlleva más cosas. Te das cuenta que durante mucho tiempo vas a estar parada, atada a un escritorio si quieres hacer algo similar a militar. Y cuando nunca has considerado el trabajo teórico como una verdadera actividad militante esta perspectiva se vuelve dolorosa. Habrá quien se considere así mismo un pensador y eso no le afecte. Pero cuando eres una militante, una persona de acción, limitarte a divagar es una triste restricción que se afronta con dificultad. Cuando no es la policía, ni un juez, ni siquiera el desánimo, el que te saca de la militancia, si no que son tus propias irresponsabilidades, la imperfecta estructura de tu pobre cuerpo, no sabes cómo reaccionar más allá de culparte a ti misma. Y hay muy pocos referentes, públicamente expresados al menos, como para no sentirte una excepción aislada.

Parece que no nos gusta afrontar el dolor, las consecuencias de nuestros actos. Todo lo que suena a eso lo relacionamos con la estúpida retórica de autoayuda o terapias grupales. Nos gusta repetir que “lo personal es político”, pero cuando la política rompe a la persona nos limitamos a mirar para otro lado. Nunca he entendido cómo nos puede importar tanto el mundo en abstracto cuando despreciamos el bienestar de lo individuos concretos que lo componen. Y nadie habla de caer en un yoísmo inmovilizador, de imitar a esos grupos New Age que cantaban el Cumbayá mientras se daban un abrazo colectivo. Hablo de dejar de lado la jodida pose del artificial militante terminator, con naranjero y cuchillo entre los dientes, y hablar en alto de los propios límites, de los propios fracasos, lejos del culto a la derrota y la mítica del perdedor, pero también de asquerosos triunfalismos que nos hacen sentirnos inútiles cuando nos reconocemos rompibles.

He leído pequeños fragmentos de Emma Goldman13, Alexander Berkman14, Anselmo Lorenzo15, y muchos otros, dónde hablan de sus sufrimientos y decepciones. Pero nunca se ha popularizado ni digerido como una reacción sana y de la que se puede aprender. Casi todo lo que sabemos de los clásicos nos llega filtrado por una verdadera mistificación mitómana que prácticamente nos los presenta como dioses laicos y no como humanos vulnerables. Podemos saber que Louise Michel16 y Errico Malatesta17 sobrevivieron a respectivos atentados y fantasear con que lo hicieron como si nada, pero difícilmente conoceremos que William Godwin18 moderó sus opiniones por miedo a la represión gubernamental o que Sante Caserio19 lloraba al pensar en su familia. Sabemos que Durruti20 atracaba bancos y fregaba los platos, que participó en las jornadas del 19 de julio recién operado de una hernia, pero no que Gaspar Sentiñón21 no quiso saber más del anarquismo después de haber pasado por la cárcel. Conocemos al Néstor Makhno22 que impulsó un movimiento revolucionario de masas en Ucrania, pero mucho menos al eterno convaleciente de mil heridas de guerra que malvivía en París y que se fue plegando ante el alcoholismo. Seguro que conocemos al Alexander Berkman del ABC del Comunismo Libertario (1929) y quizás al que disparó al empresario Frick, pero no al que vagabundeaba por las calles de París, sin conseguir vender su guión sobre la makhnovschina, y que acabaría descerrajándose un tiro en la cabeza para no suponer una carga a sus amigos. Conocemos al Ravachol23 altivo y dinamitero, no al que proclamaba que lamentaba cada víctima inocente que pudiera haber provocado. Esta mitología, que representa casi un santoral ácrata, solo genera complejo y frustración entre la gente que sólo ve la heroicidad que le muestran y no los humores, el llanto y las tripas. Hay literatura de derrota para derrotados, hay literatura heroica para groupies de la fuerza, pero no hay literatura honesta para gente imperfecta.

Por ejemplo, siempre me impactó –lejos de las tonterías lombrosianas– la relación entre militancia y enfermedades mentales o tendencias suicidas. No conozco ningún estudio histórico completo sobre ello, pero sí conozco los casos concretos de mi principal campo de estudio: el anarquismo. Por ejemplo, el emblemático caso de Carlo Cafiero24, muerto en un psiquiátrico mientras luchaba por no acaparar el aire o la luz solar que pensaba arrebatarle “egoístamente” al resto del mundo. También podríamos recordar a Luigi Lucheni25, Jeane Morand26, Germaine Berton27 o Torres Escartín28 como otros ejemplos. Sobre suicidios podríamos hablar de actos desesperados y provocados por la miseria o el encierro como el ya mencionado de Alexander Berkman o el de Martí Borràs29 y de otros fríamente razonados como el de Zo d’Axa30 o Marius Jacob31. Imagino que los casos relacionados con enfermedades físicas deberían como mínimo igualar estas cifras, pero no parece posible hacer una semblanza similar. Ambos fenómenos carecen de una reconocida bibliografía específica, pero la curiosidad me ha permitido al menos desarrollar un relato bastante particular en relación a la enfermedad mental; con las secuelas físicas, excluyendo la represión o los tiroteos, no me ha sido posible hacer lo mismo. Parece que la actividad militante, como posible generadora de patologías físicas, es algo que se ignora, o que se asume y normaliza como parte de la propia vida.

Esto me ha llevado a reflexionar. Entendemos la enfermedad mental como una “anomalía” digna de reseñar (aunque desgraciadamente muchas veces se hace con fines morbosos). No nos paramos a pensar en lo alarmante de esta relación entre militancia y trastornos psíquicos, ni qué clase de espacios estamos desarrollando para que una cosa y otra converjan con tanta frecuencia. Cierto que muchas de estas dolencias referenciadas están relacionadas con situaciones represivas de encierro o con elementos ambientales y sociales que parecen ajenos a la militancia, pero muchas otras se han originado previamente, ante la falta de comprensión y apoyo del entorno más cercano. Y no podemos obviar que el hábitat militante forma parte, guste o no, del ambiente inmediato. Es tanto el estrés, el enjuiciamiento colectivo, la falta de seguridad y calor, que es raro pasar por la militancia sin acarrear aunque sea con una pequeña dosis de depresión. La supuesta “anomalía” es en realidad algo bastante común y cotidiano, aunque se silencie o se oculte en el armario. Nos hemos acostumbrado a sufrir y a provocar sufrimiento, y no es raro que esto lo sintomatice nuestra mente.

En el plano físico nos nos paramos a pensar en lo frágil que es este conjunto de músculos, huesos, órganos y tendones que nos componen. Enfermar y morir es connatural. Preocuparnos es inútil, y se debe de asumir siguiendo la máxima epicúrea que podemos parafrasear así: mientras la muerte es, nosotros no somos y mientras nosotros somos, la muerte no es. Pero nada de eso cambia la gravedad, por lo innecesario, de que sea la militancia la que socave nuestra salud y que permanezcamos insensibles a ello. Que militar sea algo seguro es un imposible, pero que a los riesgos de la represión y la violencia sistémica se le sume el desgaste físico de una actividad agotadora, sin amparo, sin red de apoyo y cuidados, sin un mínimo de soporte cuando ya no podemos más, sí es y debe ser responsabilidad nuestra. Podemos jugarnos la vida en enfrentamiento singular con el Estado, pero jugárnosla por la autosobreexplotación, por la falta de sensibilidad colectiva, por la extenuación crónica, por la destrucción de nuestro propio físico, no debería entrar en nuestros planes. En el primer caso, aunque sea un acontecimiento indeseable, el enemigo está claro; en el segundo es tan difuso que nosotros mismos podemos convertirnos en nuestro propio enemigo y también podemos hacer lo propio con quienes nos rodean.

¿Qué hacer entonces? Para empezar espero que nadie entienda este texto como una forma de apoyar esa tendencia que intenta que la militancia se convierta en una actividad económicamente remunerada. Con todos los respetos, creo que esta concepción nace de quienes entienden la militancia como una actividad contemplativa, pasiva, abstracta, reducida a generar teoría, a escribir y a charlar. Pienso, por el contrario, que lo que yo mismo estoy haciendo escribiendo estas letras no es militar para nada. Como mucho estoy reflexionando sobre la militancia, pero no militando. Cuando la militancia se limita a escribir un libro o dar conferencias quizás una puede pensar que debe ser retribuida por ello. Allá cada cual si tiene suerte y encuentra a quien le pague por algo así. Pero cuando la militancia consiste en parar desahucios, hacer piquetes o ayudar a realojar a familias sin recursos, ¿se puede pensar seriamente en que eso es retribuible sin caer en cierto grado de corrupción? ¿Se le puede cobrar a una familia o a un trabajador 10 euros la hora de piquete? ¿Qué tarifa le ponemos a colaborar en un realojo? ¿A cuánto cobramos el pinchazo de luz: como Endesa o como Iberdrola? Militar implica la interactuación real, para transformar las condiciones de vida de seres vivos sensibles reales, en un mundo real y concreto. Cobrar por ello implica la enajenación del propio acto.

Por otra parte, creer que cobrar hace más tolerable el sufrimiento militante es una concepción propia de las sociedades capitalistas donde tanto el trabajo como el dolor pueden ser mercancía. Podemos exigir una indemnización ante la muerte de un ser querido o por haber sufrido una agresión. Lo podemos hacer sabiendo que es un angustioso intento de minimizar el daño, de usar las perversas reglas del juego mercantilista para obtener un escaso beneficio que nunca será equivalente a nuestra pérdida. Es lícito y necesario. Pero sería muy ingenuo considerar que verdaderamente la vida, la integridad física o emocional, pueden ser compensadas, compradas o pagadas si se pierden.

Lo único que se me ocurre que podemos hacer es no renunciar a la honestidad. Con nosotras y con las demás. Debemos aprender a decir en alto, a decirnos a nosotras mismas, que no podemos más. El “no”, el “por aquí no paso”, el “basta”, deben ser reconocidas como palabras legítimas que acaben con una situación antes de que sea irreversible. Debemos aprender a decir públicamente que tenemos miedo, que estamos rozando el punto de quiebre, el límite, la frontera sin retorno. No debemos regodearnos con el dolor y la autocompasión, eso generaría un movimiento de víctimas. Pero sí hemos de afrontar las decepciones y fracasos cotidianos con serena naturalidad, compartiendo lo errores para que sirvan de advertencia a otras. Personalmente, he aprendido más de los autores que nos han contado los problemas que sufrieron en acontecimientos revolucionarios, desde Ucrania en 1918 al Estado español en 1936, que de los que nos han vendido un paraíso sin contradicciones donde las masas marchaban perfectamente organizadas como la maquinaria de un reloj suizo.

Aunque lo empírico también tiene sus límites. Ciertamente, es imprescindible analizar las meteduras de pata y diseñar estrategia en base a ellas, tanto como en relación a los pequeños éxitos. Pero ojalá aprender de los propios errores fuera tan fácil como parece. Después de mi intervención en la primera gran comunidad autogestionada de la isla me dije que jamás iba a volver a repetir una experiencia así: por el volumen de trabajo, por su dureza, porque casi me cuesta la vida. Desde que me prometí eso he ayudado a crear seis comunidades más: algunas han sido un fracaso total, rotundo y brutal, y otras un ejemplo de autonomía en el siglo XXI. La experiencia me ayudó a no repetir muchos errores, pero no me sirvió demasiado ante situaciones nuevas que requerían capacidad de improvisación, ni cuando desconectaba todas mis alarmas en pos de “la causa” y seguía hacia delante intuyendo el batacazo. La voluntad es tozuda, y debemos aprender a que sea nuestro motor pero no nuestra única brújula, porque la voluntad puede ser más fuerte que nuestro cuerpo y seguir intacta mientras la materia se hace añicos. Las voluntaristas hemos de aprender esta lección mientras aún permanezcamos enteras.

Hemos de tomar, por tanto, todas las precauciones posibles cuando abordemos cualquier acción militante. Lo poco que tengamos invertirlo en la infraestructura necesaria para garantizar nuestra seguridad. La ley apesta, pero tened siempre preparada para socorrer a vuestras hermanas la ayuda necesaria para que no se vean desasistidas ante un proceso penal. Aunque no queráis saber nada de abogados (yo nunca quise hasta que la actividad pública hizo imposible la estrategia del anonimato): formaos, aprended todo lo necesario para saber cómo actuar ante una detención y nunca dejéis a una hermana sola cuando está detenida o siendo juzgada. No entréis en una vivienda abandonada sin tener una idea aproximada, lo más fidedigna posible, de lo que os vais a encontrar dentro. Tomad todas las precauciones posibles, en máscaras, en guantes, en todo lo que os proteja y evitad que una imprudencia os pase factura después de veinte años.

Esto no es un ejercicio de derrotismo; es responsabilidad. Hablamos siempre de lo bueno que sería que se reprodujera el ejemplo de la FAGC y su anarquismo de barrio por el resto del Estado, y no puede pensarse eso sin alertar primero a las compañeras de sus riesgos. Trabajar en el barrio, con la gente a la que nadie se acerca, es necesario, imperativo, pero no es gratificante ni seguro. El barrio se cobra su cuota de sangre y tarde o temprano te la hará pagar. Es un trabajo duro donde ves el resultado de toda la ingeniería social desarrollada desde hace años en su más básica y pura expresión. La gente ha sido machacada y condicionada para odiarse y para sacar tajada, y eso no se cambia con techo, luz, agua y comida. La pedagogía es limitada y genera desconfianza cuando no precede de un curro constante, eficaz y muy poco agradecido. La propaganda por el hecho es la base, y consiste en currar mucho para que quizás sólo cale un único mensaje en una única persona. Vale la pena dar el salto, pero primero busca un buen paracaídas.

Puede que esto a gran parte de la militancia le suene a arameo. Recuerdo cuando di una charla en Zaragoza (muy enriquecedora para mí) con el tema de “Cruzar el Rubicón”32 y una compañera, muy inteligentemente, me comentó que lo que yo explicaba era interesante, pero que en el contexto de su zona parecía “ciencia ficción”, porque el problema allí no era de sobreexposición por la militancia sino de quietismo y abulia. Tenía razón. Sin embargo, aunque mi mensaje no sea entendido por la gran mayoría, es necesario elaborarlo aunque sea para la minoría que se plantea por primera vez saltar un muro sin mirar antes qué hay al otro lado. Sé que es necesario porque ojalá alguien me lo hubiera dicho a mí, o mejor dicho, ojalá hubiera escuchado a las pocas personas que trataron de advertirme. Una necesita aprender de sus propios errores y no de los ajenos, pero cuando las advertencias sólo vienen de la inteligencia y el afecto uno tiende a desconfiar de los que hablan sobre lo que no han vivido. Yo no hablo desde la cercanía, porque no te conozco, ni desde una excelencia intelectual que ni busco ni poseo; hablo desde la dura y áspera experiencia. La tuya puede ser distinta y mejor, seguro, pero si empiezas a ver que la cosa se tuerce, que no puedes más, no te recomiendo que te rindas a la primera, pero sí que busques otras alternativas que no impliquen tu inmolación. Y si llega el momento de tirar la toalla, deja atrás los remordimientos, la culpa y los reproches. Para, respira, tómate un tiempo para sanar, para recuperarte, para lamer tus heridas y busca apoyo. Y si no lo encuentras es que quizás la guerra revolucionaria que creías librar era sólo la acción solitaria de un francotirador. Replantéate tus prioridades, tu lugar en la militancia y después, con la cabeza llena de ideas nuevas y los pulmones cargados de aire limpio, vuelve a la carga. Más fuerte, mejor armada, más solidaria, más independiente y más sabía. Vuelve, con una nueva piel más resistente, pero que también, recuérdalo siempre, puede desgarrarse.

 

NOTAS

  1. T.G. Morago (?-1885), obrero grabador, fundador de la Federación Regional Española de la AIT, miembro de la Alianza y uno de los más activos militantes anarquistas de la época. Moriría sólo (la nueva Federación de Trabajadores de la Región Española lo había expulsado por “ilegalista”) y enfermo, encarcelado en Granada, acusado de falsificar moneda con fines sediciosos.
  2. M.A. Bakunin (1814-1876), uno de los principales impulsores de las ideas anarquistas dentro del incipiente Movimiento Obrero y uno de los clásicos libertarios más destacados. Pasó más de 12 años en prisión, primero en Austria (donde fue encadenado a la pared) y después en distintas cárceles rusas (dónde perdería la dentadura a causa del escorbuto), hasta que fue deportado “de por vida” a Siberia de donde logró fugarse.
  3. El Proceso de Montjuïc fue una caza de brujas lanzada contra el movimiento anarquista catalán en 1896 a causa de un sospechoso atentado de origen desconocido producido ese mismo año en la calle Canvis Nous de Barcelona durante una procesión religiosa. Como denunciaría el militante anarquista y antiguo procesado Tarrida del Mármol en La Inquisición Española (1897), los detenidos sufrieron terribles torturas (palizas, ingesta forzada de grandes cantidades de sal, reclusión en espacios reducidos, aparatos de tortura que producían hernias o desprendían los labios de la boca y un espeluznante etcétera).
  4. F. Salvochea (1842-1907), gran referente del anarquismo andaluz. Republicano y cantonalista primero (llegó a ser alcalde de Cádiz), se convertiría después en un activo y apreciado propagandista del socialismo libertario. Sus distintas estancias en prisión (deportado al Peñón de Vélez de la Gomera, trasladado a Burgos y Valladolid) acabarían arruinando su salud (en prisión mantendría huelgas de hambre e incluso llegaría a intentar suicidarse). Murió poco después de caer de un tablón que le hacía las veces de cama.
  5. R.F. Magón (1877-1922), escritor y propagandista anarquista, fue una importante figura de la Revolución Mexicana (1910-1920). Fue el verdadero motor intelectual de muchas de las consignas acogidas por el zapatismo y un insurgente en la Baja California. Fue detenido en EE.UU. donde se le sometió a un terrible régimen carcelario que acabaría costándole la vista y la vida.
  6. A. Pestaña (1886-1937), obrero relojero afiliado a la CNT, se convertiría en uno de sus principales representantes, defendiendo distintas posturas a lo largo de su vida militante (desde el núcleo duro en sus inicios a las posiciones más reformistas y posibilistas de los años 30). En los años de plomo del pistolerismo sufriría un atentado (1922) del que nunca llegó a recuperarse del todo.
  7. C. Berneri (1897-1937), profesor de filosofía y militante anarquista. Para muchos uno de los pensadores libertarios más solventes de la primera mitad del s.XX. Durante la revolución española se trasladaría a Barcelona donde mantendrá una actitud crítica con las decisiones políticas de la CNT, aunque bastante alejado de la intransigencia radical de los anticolaboracionistas. En las jornadas de mayo de 1937 es secuestrado por agentes estalinistas y asesinado junto al también anarquista Francesco Barbieri.
  8. G. Pinelli (1928-1969), obrero ferroviario, activo militante anarquista y antiguo partisano. Después de un atentando con bomba en la Plaza Fontana de Milán (1969), perpetrado por grupos fascistas, Pinelli es detenido y posteriormente arrojado por la ventana de la comisaría a manos de la policía. Su asesinato inspiraría el clásico teatral de Dario Fo Muerte accidental de un anarquista (1970).
  9. S. Maldonado (1989-2017), joven artesano, anarquista y comprometido con la causa del pueblo mapuche. En 2017 la policía argentina irrumpe en la la comunidad de “Pu Lof en Resistencia” de Cushamen disparando contra sus pobladores y dispersándolos. Maldonado, que se encontraba allí, permaneció desaparecido desde entonces, hasta que su cadáver fue encontrado más de dos meses después.
  10. No habría espacio en esta nota para relatar todas las masacres ocurridas durante los distintos Primeros de Mayo a nivel mundial. Destaquemos, por poner un ejemplo emblemático, el llamado “Fusilamiento de Fourmies” (1891), en el norte de Francia. Allí, durante una manifestación obrera, la policía disparó contra la multitud ocasionando 9 muertos, 35 heridos y varios anarquistas detenidos que luego serían torturados en comisaría.
  11. C. Giuliani (1978-2001), joven manifestante antiglobalización que durante las protestas contra el G8 en Italia recibió dos disparos de un carabinero para posteriormente ser atropellado hasta la muerte.
  12. O.S. Altamira y A. Puente, “16 muertos y 28 mutilados por balas de goma: 0 policías condenados” (El Diario, 27/5/16).
  13. E. Goldman (1869-1840), una de las principales propagandistas, agitadoras y pensadoras anarquistas históricas. A lo largo de su vida se comprometió con mil causas, desde las reivindicaciones obreras en EE.UU, la defensa de anarquistas presos, la emancipación de la mujer o la Guerra Civil española. En la serie de cartas que le escribió a Max Nettlau durante los años 30 se queja amargamente en varias de ellas de cómo el movimiento revolucionario utiliza y abandona a los que lo han dado todo por la causa (carta del 14 de enero de 1933) o de cómo ella misma sufre ataques personales por parte de supuestos compañeros (varios artículos aparecidos en L’Adunata dei Refrattari) a raíz de la publicación de sus memorias (Viviendo mi vida) en 1931 (carta del 25 de diciembre de 1932).
  14. A. Berkman (1870-1936), activo divulgador anarquista, infatigable compañero militante de Goldman y “propagandista por el hecho” (nombre que se daban los anarquistas que cometían atentados) frustrado. En 1892 intentaría matar al magnate del metal Henry Clay Frick (después de que éste ordenara a su seguridad privada [los pinkerton] disolver la famosa huelga de Homestead a tiros, causando 9 obreros muertos y 70 heridos). Sería condenado a 22 años de cárcel, aunque finalmente cumpliría 14. En sus Memorias de un anarquista en prisión (1912) relata como la comunidad anarquista alemana de Johann Most, el mismo que había apoyado otros atentados y escrito incluso un manual para cometerlos, censura su acto y le niega su solidaridad. Cuenta también como incluso su mejor amigo (al que llama “el gemelo”) deja poco a poco de comunicarse con él hasta desaparecer completamente de su vida. Narra duros episodios en los que perdería temporalmente la razón y también en los que intentaría suicidarse.
  15. A. Lorenzo (1841-1914), una de los figuras más representativas del anarquismo en el Estado español. Fundador de la FRE, su vida es un retrato del anarquismo ibérico desde su irrupción formal en 1868 hasta la fundación de la CNT en 1910. En Figuras ejemplares que conocí (1966) Manuel Buenacasa relata una conversación con Lorenzo bastante ejemplificante: “Se marchó Miranda y entonces manifesté a Negre mi deseo de conocer también a Salvador Seguí. Negre me interrumpió: —No te lo recomiendo; somos muchos los que sospechamos de él. Esas palabras causaron en mí efectos desastroso. ¿Por qué un compañero por mí admirado me ponía en guardia contra otro compañero a quien yo no conocía aún? […]. Antes de despedirme de Lorenzo le expliqué lo que Negre me había dicho un día respecto de Seguí. El ‘Abuelo’ reflejó una sonrisa triste: —Mira —me dijo—: Estoy algo al corriente de lo que sucede entre algunos compañeros. También yo he sido víctima de ataques injustos. En nuestro mundillo abundan envidiosos. Si llegas a militar con firmeza, como yo en otro tiempo, tampoco faltará quien hable mal de ti”. Por lo demás en ambos tomos de El proletariado militante (1901-1923) hay varios ejemplos de algunas decepciones sufridas o provocadas por Lorenzo.
  16. L. Michel (1830-1905), maestra, comunera y célebre figura anarquista finisecular. En 1888, mientras daba una conferencia, un hombre armado, ebrio y aparentemente trastornado, le disparó dos tiros en la cabeza. Una de las balas quedó alojada en su cráneo, y le acarrearía constantes ataques de migraña.
  17. E. Malatesta (1853-1932), posiblemente uno de los clásicos anarquistas más realista y lúcido en su análisis. Nos cuenta Max Nettlau: “[…] Recuerdo que en ese tiempo Malatesta hallaba siempre una fuerte oposición individualista contra su alto aprecio de la organización […] y que, cuando la reunión se impacientaba, ese estado de ánimo no llevaba a una salida muy agradable. Recuerdo también que en una de esas reuniones alguien disparó un tiro contra el y le hirió en una pierna, donde la bala se aloja aún y le causa a menudo dolores […]” (Errico Malatesta: la vida de un anarquista, 1923).
  18. W. Godwin (1756-1836), el primer pensador que estableció un cuerpo teórico elaborado de ideas anarquistas avant la lettre: Investigación sobre la justicia política (1893). Piort Kropotkin dice en su definición de anarquismo para la Enciclopedia británica (1905) que “no tuvo el valor de mantener sus opiniones” y Nettlau aclara que “él, tenaz en sus ideas, pero no un carácter fuerte y de primer valor, atenuó [sus opiniones] ya en la segunda edición […]. En una palabra, fue intimidado y no recogió más el guante” (La anarquía a través de los tiempos, 1935).
  19. S.G. Caserio (1873-1894), “propagandista por el hecho” que ajustició al presidente de Francia, Sadi Carnot, como venganza por la ejecución del anarquista Auguste Vaillant. El pseudocientífico criminalista Cesare Lombroso reproduce este fragmento de una carta suya: “Mil veces, al echar mi cabeza sobre la almohada para dormir, pienso en los sufrimientos de los míos y me abandono al llanto” (Los anarquistas, 1894). Moriría en la guillotina.
  20. B. Durruti (1896-1936), mecánico ajustador, anarquista, expropiador, comandante de milicias durante los primeros meses de la Guerra Civil española y uno de los grandes símbolos del anarquismo ibérico. La mayoría de estas anécdotas, que han alcanzado gran popularidad en el movimiento libertario peninsular, pueden leerse en El corto verano de la anarquía (1972), de H.M. Enzensberger.
  21. G. Sentiñón (1840-1903), médico, miembro de la FRE y la Alianza y uno de los más íntimos contactos de Bakunin en Catalunya junto con Rafael Farga i Pellicer. En 1871 sería detenido. Según cuenta Max Nettlau en Bakunin, La Internacional y la Alianza en España, 1868-1873 (1923), Sentiñón abandonó la militancia principalmente a causa de dicha detención.
  22. N. Makhno (1889-1934), guerrillero anarquista y figura principal de la guerra revolucionaria ucraniana (1918-1921) que llevaría su nombre: makhnovschina. Sobre su lamentable situación parisina nos cuenta Ugo Fidelli: “No teniendo una profesión se tuvo que dedicar a un trabajo manual, con todo lo que eso significaba para él que, enfermo de los pulmones y atormentado por las heridas, sufría una fatiga casi insoportable. […] No sobrevinieron para él sino años de miseria. Imposibilitado para el trabajo, debatiéndose continuamente en las peores dificultades económicas, no lograba obtener la tranquilidad para seguir con vigor su importante obra […]” (nota biográfica añadida a la Historia del Movimiento Makhnovista [1918-1921], edición de 1973, de Piotr Archinov).
  23. F.C. Ravachol (1859-1892), músico ambulante, pobre de solemnidad y “propagandista por el hecho”. Cuando se enteró de que varios supervivientes al “Fusilamiento de Fourmies”, que habían sido torturados en comisaría, fueron además condenados, colocó sendos artefactos explosivos en las casas de fiscal y del juez del proceso. En su declaración ante la Audiencia del Sena en 1892 dijo: “En cuanto a las víctimas inocentes que haya podido alcanzar, lo siento sinceramente. Lo siento tanto que mi vida se ha llenado de tristeza. Están equivocados quienes nos toman por criminales; nosotros somos los defensores de los oprimidos”. Moriría guillotinado.
  24. C. Cafiero (1846-1892), rico heredero (posteriormente realizaría diversos oficios), sería el encargado por Marx y Engels de contrarrestar la influencia de Bakunin en Italia. Al conocer a este último se convirtió en anarquista y en uno de sus compañeros más allegados. A partir de 1881 empieza a desarrollar manía persecutoria, en lo que se ha interpretado como un primer cuadro de esquizofrenia. Sus estancias en prisión agudizarían su enfermedad. En 1891 en confinado en un centro psiquiátrico donde moriría sólo un año después.
  25. L. Lucheni (1873-1910), célebre por ser el asesino de la famosa Sissí (emperatriz del Imperio austrohúngaro). Aunque muchos anarquistas le negaron la condición de tal (incluso Goldman, que se había destacado en la defensa de otros propagandistas), su atentado se suele enmarcar dentro de la cronología de atentados anarquistas de finales del siglo XIX. Cuando era joven, Lucheni sufrió un traumatismo craneal al caerse del andamio donde trabajaba. Muchas de sus dolencias posteriores pueden provenir de ahí. Enfurecido por la dura represión desatada en 1898 contra el movimiento obrero en Italia por orden del rey Humberto I, se decidió a acabar con un miembro cualquiera de la realeza. Cuando descubrió durante el juicio que había matado a una persona depresiva y melancólica se obsesionó con ella hasta el punto de colgar su cuadro en su celda. “Yo creía haber matado a una persona que vivía en una felicidad insultante”, diría. En 1910 apareció ahorcado de su celda (más detalles en el tomo II [La práctica] del pastiche de I.L. Horowitz Los anarquistas, 1975).
  26. J. Morand (1887-1869), trabajadora doméstica y posteriormente educadora anarcoindividualista y antimilitarista. Una de las principales animadoras del círculo que publicaba L’Anarchie (1905-1914). En 1922 es condenada a 5 años de prisión por hacer campaña contra el servicio militar. En 1932 empieza a desarrollar síntomas de enfermedad mental. Como en casos anteriores es “psiquiatrizada” e internada en distintas instituciones hasta su muerte.
  27. G. Berton (1902-1942), obrera metalúrgica, sindicalista primero y anarcoindividualista después, se convirtió en musa del movimiento surrealista. En 1923 mató al líder de extremaderecha Marius Plateau e intentaría suicidarse sin éxito. Aunque fue absuelta gracias a una intensa campaña popular a su favor, entraría posteriormente varias veces en la cárcel por causas militantes. Según su salud mental fue deteriorándose, empezaría a realizar repetidos intentos de quitarse la vida. Finalmente lo conseguiría en 1942 ingiriendo veronal.
  28. R.T. Escartín (1901-1939), pastelero, militante anarquista de primera hora, fue miembro del famoso grupo “Los Solidarios”. Se le achacaría la muerte, junto a Francisco Ascaso, del cardenal Soldevila. Detenido después del atraco a la sede del Banco de España en Gijón es condenado a muerte. En prisión da las primeras muestras de enfermedad mental y es trasladado a un psiquiátrico. En 1939, cuando los fascistas entran en Barcelona, lo sacan del centro y lo fusilan.
  29. M. Borràs (1845-1894), prolijo editor de periódicos anarquistas, sería uno de los artífices de la introducción en el Estado español (a través del barrio de Gràcia) de las primeras ideas anarcocomunistas y anarcoindividualistas de origen europeo. En 1893 se le imputaría, infundadamente, ser cómplice de Paulí Pallàs en el atentado contra el militar Martínez Campos. Haciéndosele imposible la vida en prisión se suicidaría ingiriendo azufre.
  30. A. Gallaud, conocido como Zo d’Axa (1864-1930), anarcoindividualista, brillante escritor y polemista, editó algunas de las publicaciones libertarias más ingeniosas de la época. Después de haber vivido y viajado mucho en su gabarra, habiendo perdido recientemente a su compañera, llegó a la conclusión de poner fin a su vida cuando él lo decidiera. Eligió hacerlo con una sobredosis de morfina.
  31. A.M. Jacob (1879-1954), famoso expropiador anarquista, su ingenio y sentido del humor a la hora de elaborar su defensa ante los tribunales lo convertirían en un reconocible personaje de la cultura popular francesa. Condenado a trabajos forzados en la Guayana Francesa, permanecería allí 20 años sin que funcionaran ninguno de sus 17 intentos de fuga. En 1936 se trasladaría a la Barcelona revolucionaria, pero el devenir de los acontecimientos que intuye le deprimen. En 1954, muerta su madre y su compañera, satisfecho con la existencia que había llevado, celebra una pequeña fiesta y después de despedir a sus invitados decide poner fin a su vida con una inyección de mórficos.
  32. Inspirada en este artículo: http://lasoli.cnt.cat/26/10/2016/cast-cruzar-rubicon/

 

Defender el barrio. Sobre vivienda y turistificación en Canarias

En la segunda mitad del siglo XX el modelo capitalista ha tenido que reconvertirse en determinadas zonas para sobrevivir y expandirse. El capitalismo industrial ha dejado paso en muchos casos a un capitalismo basado en los servicios, reproduciendo el llamado tránsito del fordismo al posfordismo. En Canarias el sector agrícola, históricamente motor económico del archipiélago, hace mucho que fue suplantado por el turismo. De hecho éste se nos vende como la única alternativa económica, en un discurso hegemónico que hasta la izquierda insular compra(1). No hay vida más allá del turismo y la hostelería. Este proceso se conoce como terciarización de la economía y es lo que ocurre cuando el tercer sector (servicios) se convierte en el modelo económico preponderante y subordina o intoxica al resto de sectores (agrícola e industrial).

Entender el turismo como una categoría económica que por sí misma puede sostener materialmente un territorio es un grave error. Su carácter volátil, todavía mucho más dependiente de modas y tendencias que el resto de servicios y productos, lo convierte, en el mejor de los casos en pan para hoy y hambre para mañana. Es un modelo económico tan frágil que en lugares como Canarias prácticamente hay que desear cada año que en otros destinos turísticos se produzca un desastre natural o un atentado para ganar visitantes y poder seguir subsistiendo. A ese grado de mezquindad nos reduce este modelo.

Los defensores de la terciarización nos dirán que el 31% del P.I.B. canario lo genera el turismo(2), y que el 36% del empleo en Canarias (un 25% de forma directa) está vinculado también con dicha actividad(3). Lo que no nos dirán es que habiendo aumentado esta actividad su rentabilidad en todo el Estado en un 11’45%, sólo se ha producido un 3% del crecimiento del empleo(4). El beneficio que genera el turismo no va a los obreros y si la cantidad de trabajo que demanda sólo produce ese magro porcentaje de crecimiento es porque todo recae sobre unas plantillas que apenas se amplían y que son terriblemente sobreexplotadas. Si el modelo fuera la panacea que nos venden no tendría sentido que las Islas Canarias fuera una de las zonas más turísticas del Estado y a la vez uno de los territorios más pobres. En el archipiélago el turismo no ha impedido que tengamos un 26% de paro(5), el segundo sueldo más bajo del Estado(6), un 35% de población por debajo del umbral de la pobreza y en situación de exclusión social(7) y el récord estatal de pobreza infantil con un 35% de nuestros menores viviendo en la miseria(8).

La calidad del trabajo que genera el turismo es algo que no vamos a descubrir ahora: es trabajo precario, estacional, con sueldos ridículos y jornadas laborales maratonianas. Una camarera de hotel cobra al mes lo mismo que gasta un turista a la semana(9). Sí, el turismo genera dinero, pero este no llega a la población trabajadora.

Pero el turismo no es solo el responsable de un desigual modelo económico; su masividad también tiene consecuencias ecológicas, sociales y urbanísticas. Hablar de los efectos ecológicos es redundante: el turismo se alimenta principalmente de hormigón, ha convertido el sur de la isla en un bloque de cemento flotante, ha destruido el litoral hasta convertirlo en una enorme zona recreativa para adultos y ahora, con la nueva Ley del Suelo del Gobierno de Canarias (aprobada definitivamente este 2017), un 10% del suelo rural se puede dedicar a actividades no agrícolas (es decir, al turismo).

El turismo no tiene unas consecuencias menos graves en el plano urbano. La población de Canarias tiene 2.100.000 habitantes(10). El año pasado recibimos 13.300.000 turistas(11) (en Canarias, en el resto del estado fueron 75,3 millones(12)), un 10% de ellos tienden a alojarse en zona residencial(13). Según el gobierno autonómico canario (datos de 2015) hay unos 28.000 inmuebles dedicado al alquiler vacacional en todo el archipiélago(14), unas 121.000 camas que acogen a 1,2 millones de turistas(15). Esta es la turistificación, el turismo que masifica y destruye los barrios, en cifras. A pie de calle su influencia, aunque no se detecte inmediatamente, es innegable. La equipación urbana y los servicios empiezan a destinarse casi exclusivamente a la población flotante, quedando la población residente cada vez más relegada y con sus necesidades básicas más insatisfechas. Dónde antes se primaban los ambulatorios y las escuelas públicas, ahora se promocionan las clínicas de estética y las academias privadas; donde antes se reclamaban espacios de ocio para mayores y niños ahora se imponen centros comerciales y peluquerías caninas. Se le da prioridad a lo superfluo cuando aún no se dispone de lo necesario.
Esto abre las puertas a otro fenómeno íntimamente ligado con el turismo: la gentrificación. Es un término acuñado por la socióloga anglo-alemana Ruth Glass en 1964(16). Deriva de la palabra inglesa gentry (clase alta), y podríamos traducir el proceso como “elitilización”. Hagamos una pequeña retrospectiva para entenderlo bien.

El modelo fordista era una lacra y concentraba en las ciudades a grandes masas obreras empobrecidas dependientes de su empleo. Pero como siempre ocurre con el capitalismo, si cambia nunca es para mejor. Hoy en esos barrios obreros el paro ha hecho estragos, y el sistema ya no necesita tener cerca de unos inexistentes centros de trabajo a una clase obrera que actualmente es clase desempleada y que en muchos casos sobrevive de la economía en B. La administración, de forma intencionada, procede a permitir el deterioro de dichos barrios, sin hacer ninguna inversión en ellos, dejando que muchos inmuebles sean declarados en ruinas. Esta decadencia controlada y deliberada es el paso previo para posicionar a la opinión pública, especialmente a los propios vecinos del barrio afectado, a favor de un proceso que al final acabará por echarlos de sus casas. Esto forma parte en realidad de un movimiento de pinza pues se produce simultáneamente con otra maniobra: cuando dichos barrios obreros, históricos y a veces céntricos, están próximos a determinados servicios o zonas de ocio (en Canarias principalmente los barrios cercanos a la costa) se convierten en el objetivo de los especuladores inmobiliarios, que no tardarán en hacer acto de presencia para acaparar todos los inmuebles que puedan a precio de saldo.

Tenemos por un lado un barrio en declive, lleno de propiedades baratas, y por otro a un grupo de inversores privados, promotores, tour operadores, empresas telemáticas (como Airbnb), fondos buitres, bancos e inmobiliarias que ven el negocio de unos barrios accesibles (a nivel de transportes y servicios), próximos a las playas y a otras ofertas de ocio, y donde echar a la población residencial para meter turistas y personas de clase alta les saldrá literalmente gratis. Estos depredadores están convencidos de que no pueden perder, no tienen más que escoger un barrio, que reúna todos los requisitos enumerados, y no parar hasta hacerse con él. Y no les será complicado: los grupos de inversión no tienen más que contactar con los antiguos propietarios, hablarles de las ventajas de ahorrarse el mantenimiento del inmueble y la gestión, convencerles de que se los cedan y sin más esfuerzo que apretar la tecla de la avaricia empezar a repartirse un dineral. Los caseros, obviamente, lo ven claro: si antes cobraban 400€ al mes a una familia obrera que ha pasado toda su vida en el barrio, ¿por qué no cobrar lo mismo a la semana, por habitación o colchón, alquilando a turistas? Que esto suponga que una familia con pocos recursos tenga que ser expulsada de su hogar es una circunstancia que al rentista le importa poco.

Esto está propiciado por la reforma de la LAU (Ley de Arrendamiento Urbano) en 2013(17). Antes la actualización de los alquileres debía establecerse en base al IPC (Índice de Precios de Consumo), a partir de dicha reforma es completamente “libre”, para el propietario, que puede fijar el precio del alquiler que le apetezca. La libertad del inquilino, por el contrario, se sacrifica en el altar de la propiedad privada. En este nuevo marco, cumplidos los 3 años obligatorios de prorroga (antes de dicha reforma de la LAU eran 5), los propietarios no renuevan los contratos de arrendamiento a los antiguos inquilinos para poder así destinarlos al alquiler vacacional. Y si tienen la deferencia de ofrecerles actualizar el contrato les pedirán que como mínimo igualen los 1200-1600 € de alquiler que esperan ganar con los turistas. Esto es obviamente imposible y se ha convertido en la causa de que miles de familias tengan que irse a vivir cada vez más lejos de sus ciudades de origen y también es un factor importante en el incremento del número de desahucios.

Hay quien argumenta que la innegable subida del precio del alquiler se produce por factores demográficos y por la paralización de la construcción de nueva vivienda en la isla. Este es el argumento de los que niegan que la vivienda en Canarias esté siendo sometida a una enorme tensión especuladora. Pero los datos no engañan. Aunque el Gobierno de Canarias afirme que en el archipiélago sólo hay 61.000 inmuebles vacíos(18), otros organismos oficiales hablan de 138.000(19), una cifra mucho más realista que contrasta crudamente con los 35.000 demandantes de vivienda pública en las islas(20). Estos inmuebles vacíos, muchas veces retenidos por particulares, bancos y fondos buitres con fines especuladores, demuestran que en Canarias hay viviendas de sobra para todos. Que haya gente en la calle es una verdadera y cruel incongruencia, que nada tiene que ver con una ficticia escasez de inmuebles; en realidad hay un claro superávit, pero que ni la administración ni los actores del sector inmobiliario piensan redistribuir equitativamente cuando hoy por hoy la vivienda en alquiler (principalmente vacacional) es uno de los activos financieros más atractivos(21).

Esto que he descrito es el corolario que nos conduce a la actual burbuja del alquiler. Después del batacazo de las hipotecas cada vez más gente se ha visto obligada a vivir en régimen de alquiler (un 23% ya de la población del Estado(22)). Desde 2013 el alquiler ha subido en el Estado español un 25%(23). Y desde el 2015 una media de un 15%(24). Pero esta carestía no es producto solo de un cambio de modelo inmobiliario; está estrechamente relacionado con el alquiler vacacional como demuestra que las mayores subidas se hayan dado en tres ciudades que principalmente tienen en común el fenómeno del turismo: en Barcelona (19,8%), Las Palmas de Gran Canaria (16,1%) y Palma de Mallorca (14,1%)(25). Siendo principalmente sangrante el caso canario porque aquí tenemos la segunda mayor subida del alquiler mientras los salarios son de los más bajos del Estado.

El resultado de esto, como comenté anteriormente, es un incremento en el número de desahucios por impago de alquiler. Todos los días se producen unos 200 lanzamientos en el Estado español(26), un 5% de ellos en Canarias (735 el tercer trimestre de 2016(27)). Más de la mitad de ellos se ejecutan contra inquilinos(28). Todo esto sin contar la cantidad de desahucios invisibles y silenciosos tan comunes en los casos de alquiler, resultado de múltiples factores: relación directa con el casero, desconocimiento total de los propios derechos, culpabilización del insolvente y beatificación del propietario, miedo a la confrontación con un particular, nulo interés de colectivos y plataformas de vivienda, etc.

Todos estas expulsiones del barrio, forzosas o voluntarias, nos llevan a un verdadero éxodo interior. Innumerables familias abandonan sus casas y se exilian en la periferia, en un cinturón cada vez más grande de ciudades dormitorio ubicadas en el extrarradio. El artificial distrito Puerto-Guanarteme-Isleta en Las Palmas de Gran Canaria es un claro ejemplo de ello. Las familias son obligadas a abandonar las pocas casas de renta antigua que quedaban en las inmediaciones de Las Canteras. De ahí se les acaba expulsando también de Guanarteme o de La Isleta, culminando un proceso que ya no copa la primera línea de playa, sino hasta la segunda o tercera. Es muy fácil encontrar apartamentos en La Isleta, próximos a La Puntilla, que arriendan el m² a 15 ó 20 €, pudiendo llegar una ratonera de 25 m² a 500 €(29). Eso, mientras en las partes más profundas del barrio se amontonan las casas en ruinas y abandonadas.

Los colectivos sociales de corte amable de las islas ni siquiera se han pronunciado sobre la turistificación y el alquiler vacacional fuera de los ambientes ecologistas. Muchos creen que basta con el vergonzante decreto sobre alquiler vacacional que presentó el Gobierno de Canarias en 2015(30). La mayoría ha querido ignorar que este decreto solo quería limitar el alquiler vacacional en suelo turístico, defendiendo los intereses del lobby hotelero, dejándolo intacto en suelo residencial, que es precisamente donde más daño hace. En abril de 2016 el Tribunal Superior de Justicia de Canarias, defendiendo el “sagrado derecho a la competencia”, tumba las limitaciones que quería establecer el decreto precisamente en zona turística(31). La destrucción del espacio urbano no es materia que se trate en parlamentos y juzgados, tampoco en los despachos de plataformas y colectivos. Esta lucha solo la podemos plantear los vecinos en las calles.

Las soluciones no están en la actividad parlamentaria ni en la vía institucional. Esa estúpida idea de que basta con colocar a okupas o a activistas provivienda en un ayuntamiento para que se regule la gentrificación ya ha sido refutada en la práctica por los concejales del Patio Maravillas en Madrid y por Colau y su equipo en Barcelona. Los gobiernos no cambian una ley mientras que las calles no ardan. Voluntariamente no conceden nada; se les quita o se les arrebata. Y esto solo se logra cuando se tiene una mano ganadora con la que presionar, cuando se puede poner sobre la mesa un argumento de fuerza respaldado por la fuerza de la calle. Los gobiernos ceden cuando la situación es insostenible y la gente en los barrios empieza a vivir sin consentimiento lo que después los políticos se ven obligados a normalizar con su legislación. Ha sido así desde la lucha por la jornada de 8 horas, y la dinámica gubernamental no ha cambiado. Nada se obtiene por ciencia infusa, nada se conseguirá por la vía legal/política mientras la gente no lo haya conquistado previamente en la calle. Y aún así el resultado es dudoso. Las leyes sobre la propiedad se aplican diariamente con todo su rigor y brutalidad. Son “leyes de sangre”. Después están las “leyes de papel”, que ya sean sobre memoria histórica, dependencia, empadronar okupas, no tienen por qué acatarse. Ningún organismo público será condenado por incumplirlas, y si se les condenara, no por ello dejarían de quebrantarlas. No es mi intención hacer una defensa de unas supuestas “leyes amables”. Todas son o punitivas o inútiles, nada que rescatar. Es más bien una reflexión sobre la arbitrariedad de la ley y la reafirmación de esa máxima de Anacarsis según la cual “la ley es como una telaraña: atrapa a las moscas y deja escapar a los pájaros”(32). Reitero que la solución al turismo masivo debe partir de la calle.

Ya hay una manifestación de hostilidad social en distintas ciudades del Estado español contra la turistificación de nuestros barrios. La narrativa hegemónica del Sistema y sus medios de comunicación ya han bautizado esta repulsa a la perdida de espacio barrial como “turismofobia”. Este término es como el hembrismo, el racismo anti-caucásico o la opresión anti-heterosexual: no existen. Requiere una estructura de poder, como mínimo social, que ejerza opresión o discriminación contra dicho grupo humano. Y repito que eso no existe. Sin embargo, un término completamente artificial puede ir dotándose de solidez por la repetición constante de la propaganda y también por nuestra incapacidad de establecer un discurso que lo desmonte. Echar sal en la paella de un turista puede ser muy divertido, y seguro que creemos que estamos atacando al modelo turístico, pero la realidad es que solo le hemos jodido el almuerzo a alguien. El turista, al menos el que llega a un destino turístico low cost como Canarias, suele ser un trabajador, generalmente sin demasiada conciencia, que solo busca un lugar barato en el que veranear(33). Joderlo a él, al individuo concreto, puede darnos muchos titulares, más o menos positivos según quién lo publique, pero deja intacto el modelo y facilita la victimización que buscan los especuladores y sus voceros. Si a eso le sumamos ciertos tics de xenofobia en la crítica (“¡fuera putos guiris!”, etc.) ya le hemos envuelto el paquete propagandístico a los medios burgueses sin alterar ni un ápice las ganancias que obtienen los grandes depredadores inmobiliarios que devoran el barrio.

La táctica del sabotaje, importante y respetable, en un lugar como Canarias, donde la población residencial está tan identificada con las bondades del turismo, no se comprendería, no si su objetivo son los propios turistas. El sabotaje debe destinarse contra la estructura, debe dedicarse a hacer daño al modelo, a evitar que siga atesorando inmuebles, que siga encareciendo los alquileres, que siga obteniendo ganancias con el deterioro del barrio, no a cargar contra una familia que dentro de 15 días, de regreso a casa, sólo recordará el asunto como una anécdota. La idea de que molestando al turista particular este dejará de venir es bastante naíf. Para eso haría falta un aparato seudomilitar de acoso constante del que no disponemos y del que sinceramente no sería deseable disponer. Sería la actividad de una vanguardia intentando dirigir la solución de un problema que jamás se arreglará sin la intervención de todos esos vecinos que están siendo desplazados, desahuciados o que corren el riesgo de serlo pronto. Hay que llegar a estos vecinos, juntarse con ellos y colectivamente atacar al modelo; hay que hacer daño en el corazón mismo de la bestia.

Combatir el modelo implica organizar a los afectados en estructuras combativas, desarrollar una serie de demandas u objetivos en torno a los que articular la lucha y estar dispuestos a realizar las acciones necesarias que nos aproximen a dichos objetivos o incluso que los sobrepasen. Paso a desarrollarlo: es necesario crear herramientas que los vecinos puedan hacer suyas, organizaciones como los Sindicatos de Inquilinos que deberían proliferar en toda zona turistificada. Sindicatos que, independientes de cualquier partido e institución, se dediquen a aglutinar a los más damnificados del barrio hasta conceder al enfrentamiento un carácter popular. La lucha contra el turismo masivo debe ser necesariamente una lucha barrial, vecinal, o se limitará a ser una manifestación de malestar de una minoría politizada e identitaria.

Es necesario también articular una serie de exigencias, comprensibles y plausibles, que supongan por sí mismas una batería de medidas y a su vez un programa. Ningún partido o gobierno las asumiría voluntariamente, pues supondría tanto como deslegitimar el modelo capitalista, pero más allá de que algunas medidas sí podamos imponerlas, lo importante es que generarán la tensión necesaria entre la sinrazón del mercado y el gobierno y el sentido común de una reclamación básica: que la vivienda es un bien de primera necesidad, que no puede estar sometida a las leyes de la oferta y la demanda, que no es un activo financiero ni un producto mercantil, que debe destinarse exclusivamente a algo que parecemos haber olvidado: a vivirla.

Un modelo de exigencias podría ser el siguiente(34):

1. Establecer un precio máximo del alquiler en los barrios obreros.
2. Fijar el precio del alquiler en función de los ingresos del arrendatario.
3. Evitar las actividades especulativas de los multirentistas expropiando los inmuebles abandonados.
4. Proscribir el alquiler vacacional en zonas residenciales e impedir cualquier actividad inmobiliaria que promueva la gentrificación en los barrios históricos y populares.
5. Proscribir que las viviendas públicas (sea cual sea su régimen anterior) puedan ser vendidas a ningún particular.
6. Recuperar todo el suelo y las viviendas públicas vendidas a empresas, gestoras o fondos privados.
7. El modelo de arrendamiento, sobre todo en las viviendas destinadas al alquiler social, debe ser el alquiler vitalicio.

En cuanto a las acciones, son también un objetivo en sí mismo. Más allá de las reformas gubernamentales, de las pintadas y los boicots, al modelo turístico se le hace daño si somos capaces de imponerle nuestro propio modelo social. Todos esos pisos y edificios que aún se mantienen abandonados y que sabemos que van a ser destinados al alquiler vacacional, que ya han caído en manos de inmobiliarias o promotores turísticos, deben ser expropiados y socializados, y deben ser ocupados por las mismas familias que han sido desplazadas de sus barrios natales por la gentrificación. Ya decía Kropotkin que “la expropiación de las casas lleva en germen toda la revolución social”(35). Ocupar inmuebles, como forma de arrebatarles la posibilidad de especular con nuestro suelo y con nuestro techo, y como forma de demostrar, con un ejemplo social vivo, que hay otra forma de gestionar la vivienda, otra modelo habitacional que no se basa ni en el capitalismo, ni en el paternalismo público, ni en la propiedad, ni tan siquiera en el alquiler; se basa en la autogestión.

Es imprescindible aspirar a un modelo de vivienda gestionado de forma directa por los propios vecinos. No solo basta con combatir las formas más abusivas del rentismo, como hemos visto con los excesos del alquiler vacacional en esta oleada de turismo masivo; hay que cuestionar el propio principio de la renta, uno de los pilares de este sistema económico basado en la propiedad privada.

Los proudhonianos clásicos consideraban que la explotación capitalista se fundamentaba en distintas categorías económicas que consistían en parasitar el esfuerzo ajeno: la plusvalía en el trabajo(36), el lucro en el comercio, el interés en el crédito y la renta en el alquiler(37). El propio Proudhon fue el primero en exigir la liquidación de los alquileres(38), demanda que heredó la Comuna de París(39) y muchas revoluciones y movimientos posteriores(40) y que languideció cuando las organizaciones obreras asumieron el discurso propietario. Hoy es muy difícil esperar que los nuevos sindicatos de vivienda asuman una medida como esta, pero tal y como los sindicatos laborales combativos deben aspirar a acabar con el trabajo asalariado, los sindicatos de inquilinos deben aspirar a acabar con la renta. Abolir los alquileres puede parecer una propuesta muy extrema, pero ni siquiera el argumentario económico más convencional puede refutar su coherencia. Explicaba Proudhon que el precio que haya podido pagar un propietario por una casa ya se ha amortizado de sobra con varias décadas de alquiler y que el arrendatario adquiere un porcentaje de propiedad con cada mensualidad pagada(41). Según este razonamiento, la mayoría de viviendas construidas antes del 2000 ya han sido pagadas con creces, ninguna retribución merece ya el propietario. ¿Y si esta vivienda se ha devaluado por el deterioro o la coyuntura y ha exigido nuevas inversiones por parte del arrendador? Cuando el mercado fija la revalorización de una propiedad el arrendatario no puede reclamarle nada al casero, ni tampoco el casero está dispuesto a compartir con nadie sus ganancias extras; que se aplique la misma lógica cuando el casero es el perjudicado y que no nos exija al resto que costeemos sus pérdidas. Pero sobra argumentar esto… La mentalidad capitalista debe dejar de marcar los análisis sociales, más cuando hablamos de necesidades básicas.

La cuestión de fondo es que la vivienda debe de romper las cadenas que la atan al mercado, debe pasar a ser un patrimonio social colectivo gestionada directamente por los habitantes del barrio que no esté sujeta a los flujos turísticos ni a los vaivenes especuladores. Quizás parezca excesivo concentrar tanto esfuerzo en el tema de la vivienda, pero es que el barrio no es otra cosa que un espacio común conformado, precisamente, por un conjunto de viviendas, y sujeto por una red de relaciones que quienes las habitan tejen en torno a ellas. Ciertamente, no hay que idealizar el barrio. Es simplemente el lugar en el que para bien o para mal vivimos e interactuamos (muchas familias el 100% de su tiempo). Pero nadie nos puede negar que intentemos que ese espacio y esas relaciones se produzcan de la mejor manera posible. Intentar que sean lo más sanas, igualitarias, solidarias, justas y libres que esté a nuestro alcance. La turistificación destroza esas aspiraciones, destruye el espacio, rompe o vicia esas relaciones y lo hace acaparando nuestras casas. Desde ahí fagocita al resto de la ciudad y desde ahí la totalidad del territorio. Defender la vivienda es defender el barrio, y defender el barrio es tanto como defender el último terreno de estás malditas ciudades que aún podemos considerar nuestro.

Ruymán Rodríguez


NOTAS

1 Mientras en otros lugares del Estado abundan las pintadas contra la actividad turística, en Canarias ha sido muy frecuente ver que las pintadas de la izquierda independentista reclaman justo lo contrario: “¡El turismo es nuestro!”.
2 Según un informe del Gobierno de Canarias llamado Alquiler vacacional en Canarias: Demanda, Canal y Oferta, 2015.
3 H. Mederos, “Canarias, la región donde el turismo aporta más empleo a la economía” (La Provincia, 14/4/2016).
4 A. Fuentes, “La cara oculta y precaria del turismo” (El Periódico, 21/10/2016).
5 Datos de la EPA (Encuesta de Población Activa) de 2017.
6 Redacción, “Canarias sigue pagando el segundo sueldo más bajo de España, solo el 85% del registro nacional” (El Diario, 10/5/2017).
7 Datos del INE (Instituto Nacional de Estadística) de 2016.
8 Ibíd.
9 Fuentes, op.cit.
10 Según datos del ISTAC (Instituto Canario de Estadística) de 2016.
11 Europa Press, “Canarias cierra 2016 con 13,3 millones de turistas extranjeros” (Diario de Avisos, 31/1/2017).
12 Servimedia, “España recibió 75,3 millones de turistas en 2016, un 9,9% más” (El Economista, 12/1/2017).
13 Gobierno de Canarias, op.cit.
14 Ibíd. Aunque hay que poner en cuarentena estas cifras del Gobierno de Canarias y no descartar que puedan superar fácilmente los 30.000. Así como dicho organismo da una cifra de viviendas abandonadas bastante menor de la que reconocen otras instituciones, los números en alquiler vacacional también les bailan bastante. En el programa “El Foco” (Radio Televisión Canaria, 7/7/2017) el viceconsejero de turismo Cristobal Rosa repitió con insistencia, en un debate sobre alquiler vacacional, que las viviendas que su gobierno tenía censadas eran exactamente 29.931.
15 Gobierno de Canarias, op.cit.
16 R. Glass, London: Aspects of change, 1964.
17 Es la misma reforma que liberalizó el alquiler vacacional y lo convirtió en competencia de las Comunidades Autónomas.
18 Gobierno de Canarias, op.cit.
19 Datos del INE de 2012. En 2016 se empieza a hablar de 135.000 casas vacías (S. Lachica, “La ultraperiferia canaria: los sueldos más bajos y 135.000 inmuebles vacíos”, El Diario, 28/5/2016). Según Tinsa (empresa dedicada a la tasación de inmuebles) en Las Palmas el 21,4% de las viviendas están vacías, y en la provincia de Santa Cruz el 17,6% (datos de 2016).
20 Lachica, op.cit.
21 D. Esperanza y R. Ruiz, “El alquiler la opción más rentable en inversión inmobiliaria” (Expansin, 22/5/2017).
22 Redacción, “El alquiler de viviendas, en niveles récord del último medio siglo” (El Mundo, 5/1/2017)
23 Según datos de AFI (Analistas Financieros Internacionales) en 2017.
24 Ibíd.
25 Europa Press, “El precio del alquiler en Las Palmas de Gran Canaria sube respecto a los niveles previos a la crisis” (El Diario, 26/6/2017).
26 Datos del CGPJ (Consejo General del Poder Judicial) de 2016.
27 Ibíd.
28 El mismo organismo judicial revela que en ciudades como Barcelona el porcentaje es aún mayor y 9 de cada 10 desahucios son por impago de alquiler.
29 Las páginas inmobiliarias como Fotocasa.es están llenas de estos ejemplos.
30 Decreto 113/2015.
31 Agencia EFE, “El TSJC anula varios preceptos del decreto canario de alquiler vacacional” (La Provincia, 27/4/2017).
32 La cita atribuida al filósofo escita Anacarsis (siglo VI a. C.) está muy bien desarrollada en este fragmento de la emblemática obra El Gaucho Martín Fierro (José Hernández, 1872):
“La ley es tela de araña, y en mi ignorancia lo explico,
no la tema el hombre rico, no la tema el que mande,
pues la rompe el bicho grande y sólo enrieda [sic] a los chicos.
Es la ley como la lluvia, nunca puede ser pareja,
el que la aguanta se queja, más el asunto es sencillo,
la ley es como el cuchillo, no ofiende [sic] a quien lo maneja.
Le suelen llamar espada y el nombre le sienta bien,
los que la manejan ven en dónde han de dar el tajo,
le cae a quién se halle abajo, y corta sin ver a quién.
Hay muchos que son doctores, y de su ciencia no dudo,
mas yo que soy hombre rudo, y aunque de esto poco entiendo
diariamente estoy viendo que aplican la del embudo”.
33 Ciertamente no se puede generalizar, y es evidente que muchos otros turistas, sean o no de clase alta, sí tienen una mentalidad elitista, colonizadora, que al menos en un destino como Canarias se suele revelar con las típicas manifestaciones despectivas del europeo que viaja a África, del “civilizado” que viaja al “tercer mundo”. No obstante, estos prejuicios no los tienen por ser extranjeros, sino por ser clasistas. No debemos olvidarlo.
34 Esta batería de exigencias las redacté como una propuesta de mínimos para el Sindicato de Inquilinas de Gran Canaria. Como aún está en estudio, y visto lo poco dados que somos al trabajo teórico, puedo aventurarme a compartirla.
35 P. Kropotkin, La conquista del pan, 1892.
36 Aunque el concepto se le atribuye a Marx, ya antes que él P.J. Proudhon explicó el proceso en su primera obra de importancia: ¿Qué es la propiedad? (1840).
37 Esta “trilogía de la usura” aparece recurrentemente en la literatura proudhoniana, desde las primeras obras del propio Proudhon (como la mencionada en la nota anterior) hasta los textos finiseculares de Benjamin R. Tucker como Socialismo de Estado y anarquismo: en qué se parecen y en qué difieren (1896).
38 “Propongo que se opere la liquidación de los alquileres. Todo pago de la renta equivaldrá para el inquilino a una parte proporcional e indivisa de la casa que habite o de cualquiera de los edificios de alquiler que se usen para habitación de los ciudadanos” (Proudhon, Idea general de la revolución en el siglo XIX, 1851).
39 “La idea del alojamiento gratuito se manifestó claramente durante el sitio de París [se refiere a 1870, en plena Guerra Franco-prusiana], cuando se pedía la anulación pura y simple de los inquilinatos reclamados por los propietarios. También se manifestó durante la Comuna de 1871, cuando el París obrero esperaba del Consejo de la Comuna una resolución enérgica aboliendo los alquileres” (Kropotkin, op.cit.).
40 Podríamos citar ejemplos tan paradigmáticos como el Consejo de Baviera de 1919 (“Un comisario del pueblo designado para el régimen de vivienda ordena la requisa de todos los alquileres en el territorio de Baviera. Cada familia sólo tendrá derecho en adelante a un comedor, al lado de la cocina y de habitaciones” [R. Lewin, “Erich Mühsam y la Revolución de Baviera” en Polémica, nº 11/3/1983]) o la experiencia de Kronstadt en el período de 1917-1921 (“A principios de 1918, la población laboriosa de Kronstadt, tras debates en múltiples reuniones, decidió proceder a la socialización de locales y viviendas. […] El primer artículo [del proyecto aprobado por el soviet] declaraba: ‘Queda abolida en adelante la propiedad privada de bienes raíces e inmuebles’. En otros se especificaba: la gestión de todo inmueble incumbirá al Comité de vivienda, elegido por sus ocupantes. Los asuntos importantes relativos a un barrio lo serán en asamblea general de sus habitantes, quienes designarán a los miembros del Comité de barrio. […] Bien pronto quedaron constituidos los comités (de vivienda, de barrio, etc.) y empezaron a funcionar. El plan entró en vigor, haciéndose realidad el principio «Todo habitante tiene derecho a adecuado alojamiento»” [V.M. Eichenbaum “Volin”, La Revolución Desconocida, 1945]).
41 “[..] Cada vez que un arrendatario paga la renta, obtiene sobre el campo confiado a sus cuidados una fracción de propiedad cuyo denominador es igual a la cuantía de esa renta” (Proudhon, ¿Qué es…)

La pobreza y el sujeto

La pobreza y el sujeto

Texto aparecido en el número 101 (primavera 2017) de Al Margen

A la hora de generar ideas y narrativa, la historia de la teoría política responde en su gran mayoría a una terrible aporía: el discurso se le ha arrebatado a quienes debían crearlo.

Los hombres como Condorcet1 hablaban de la igualdad de las mujeres, las puritanas blancas como Stowe2 de esclavitud y los aristócratas y burgueses sobre la pobreza. Cuando surge una Wollstonecraft3, contemporánea a Condorcet, su obra se ve eclipsada por lo que otros, que nunca experimentaron la opresión de género, tenían que decir al respecto. Estudios como el de Anténor Firmin4, impugnando las primeras teorías racistas seudocientíficas, serían completamente ignorados, pues se prefería escuchar lo que cualquier blanco tuviera que opinar sobre la igualdad. Sobre la cuestión de la pobreza, pocos proletarios como Proudhon5 llegaron a convertirse en verdaderos referentes ante la constelación de abogados, profesores y nobles que al parecer conocían perfectamente el asunto.

Con el paso del tiempo, cada vez más mujeres y no occidentales han logrado acceder a la pluma y al altavoz, luchando por conquistar cada centímetro que les alejaba de ellos. Sin embargo, para que su discurso sea tenido en cuenta se les ha exigido que este provenga del ambiente universitario y se dote de una sofisticación filosófica propia del estándar académico. Se puede hablar desde la alteridad si tu nómina hace que ya sólo pertenezcas a las clases subalternas en lo teórico. Los pobres, con independencia de los matices, aún no podemos hablar de nada, y menos todavía de nuestra propia pobreza.

Es sobre este último término que me siento realmente autorizado para hablar. A los pobres no sólo se nos ha quitado la voz, la posibilidad de desarrollar un corpus propio sobre la pobreza; se nos ha quitado también la posibilidad de abordar sus causas desde un punto de vista práctico. Puede que se diga que lo primero, el silencio y el vacío ideológico, no es culpa de nadie. Ciertamente poca teoría puede elaborar el que día a día tiene que preocuparse de mantenerse vivo. Pero esto no es del todo cierto. Las ideas que los pobres hemos lanzado sobre la pobreza pueden ser pocas, pero eso no quita que antes de buscar entre esas pocas y juzgar su validez prefiráis por sistema lo que cualquier sesudo profesor tiene que decir al respecto desde su cátedra. Os gusta la filosofía de saldo, pero vendida en esos centros comerciales del saber que son las universidades. Siempre preferiréis el aforismo optimista y ramplón de un Coelho, o un tomo de 500 páginas de algún muerto ilustre de la Escuela de Frankfurt, que el relato cáustico, airado pero honesto de un indigente. Se le pagan 1.500 € a un tipo con secretario y despacho para que dé una conferencia sobre una pobreza que tan sólo con salir de su boca se convierte en ficción. Pesa mucho la invisibilización del Sistema, cierto, pero la elección de escuchar a ese fulano y no a los vecinos que os rodean es exclusivamente vuestra.

Ciertamente no todas las ideas, porque surjan del sector oprimido, se convierten en lúcidas. Las ideas de una mujer maltratada, por ser mujer y haber sufrido, no tienen por qué ser en absoluto emancipatorias; pero escuchándolas, acercándonos a ellas, atendiendo su razonamiento, puede que comprendamos su situación, su experiencia, la percepción más importante de su tragedia. En vez de eso preferimos oír lo que nos dicen las instituciones, el Sistema o incluso el maltratador. Por eso somos insensibles a gran parte del sufrimiento: porque quienes lo sufren no son el sujeto, el protagonista de su propia historia; son el objeto, un elemento subordinado a nuestras teorías, a las que debe ceñirse como un cuerpo mutilado al lecho de Procusto.

Sin embargo, este problema es inminentemente práctico. Es preocupante que seamos comparsas en lo teórico, pero es inadmisible que lo seamos en las soluciones prácticas. La mejor solución para la pobreza la deciden los partidos desde los gabinetes y parlamentos, los economistas desde sus aulas o los autores de libros desde el Fnac o algún antro similar. A los pobres se les pregunta de forma plebiscitaria, como a la turba sobre Barrabás, esperando vítores y un asentimiento masivo y no una crítica fría y razonada. Es lo que pasa cuando se habla sobre dación en pago, renta básica y cuestiones similares.

Advierto que no encarnaré yo al anarquista “anti todo” tan fácil de caricaturizar. No seré el que enarbole el “cuanto peor, mejor”, ni el que llame a cualquier balón de oxígeno “migajas”. Puedo discrepar perfectamente con Albert Libertad cuando al preguntarle por las 8 horas máximas de trabajo decía que lo necesario era “la jornada de 18 horas, para exasperar por fin a los obreros y que se rebelen”6. Puedo hacerlo porque si bien es cierto que la conquista de las 8 horas no ha conseguido quebrar en absoluto el modelo de explotación del trabajo asalariado, también es cierto que nada nos asegura que cuanto peores sean objetivamente las condiciones económicas y sociales más posibilidades hay de revolución (de lo contrario en Canarias, sin ir más lejos, ya hubiéramos vivido unas cuantas)7. Por otra parte, el que crea que trabajando 18 horas aproximará el clímax de hartazgo que nos traerá la revolución puede empezar; seguro que la CEOE se lo agradecerá.

Yo entiendo, con respecto a la dación o la renta básica, que lo que prima, sin filosofías ni rollos trascendentes, es lo inmediato, sea desprenderse de una deuda o llenar la barriga. No habrá una persona sin recursos a la que se si se le plantea cancelar una hipoteca u obtener un subsidio no aplauda la medida y la interprete como una verdadera solución. El problema de fondo es otro. En estos años militando en vivienda hemos visto la trampa que se esconde detrás de la dación en pago vendida como una panacea. Cuando nos hemos visto obligados a negociar alguna siempre lo hemos lamentado, y los afectados lo han acabado haciendo también a la larga. La cuestión no es sólo el impuesto de plusvalía (que cobran los ayuntamientos al entender que la casa entregada al banco ha sido revendida) y la nueva deuda que conlleva (cuando es inferior a 5000 € sale más caro pleitearlo que pagarlo), si no que se renuncia a la casa voluntariamente, por petición propia, sin pelearla. Un alquiler social, cuando se disponen de ingresos 0, y no se tienen recursos suficientes como para que te lo concedan, es una pobre compensación. Como lo es descargar la “culpable conciencia del moroso”, al carecer de deuda, al mismo tiempo que también los huesos se descargan de cobijo al carecer de techo. Al final, es una medida que sólo es funcional si la casa entregada no era la única vivienda de la que disponía el afectado o si tiene ingresos suficientes como para que le concedan una ayuda municipal al alquiler o el mencionado alquiler social.

Con la renta básica pasa algo similar. La mayoría de gente con la que colaboramos en la FAGC y en el Sindicato de Inquilinos, recurren a uno u otro organismo porque precisamente disponiendo de un subsidio de 426 € (una posible renta básica en el Estado español presumiblemente rondaría los 350 ó 400 €) se ven incapacitados para comer y hacer frente a un alquiler. Mientras la carestía de los bienes más básicos siga subiendo, poco importará que tengamos garantizada una paga si esta es incompatible con el llamado nivel de vida. Podemos cambiarle el nombre, que deje de ser subsidio de desempleo, pensión no contributiva, renta de inserción activa o prestación canaria de inserción, dependiendo de cada caso; al final el subsidio será lo mismo, con otra duración, y con la misma insuficiencia material. Lo que cambiará será el efecto psicológico. Tal y como los llamados “ayuntamientos del cambio” y la proliferación de las daciones nos ha introducido en una alucinación colectiva con “ciudades libres de desahucios”, sin que estos hayan dejado de producirse; la renta básica nos hará creer que la pobreza ha desaparecido, hinchará el discurso de criminalización de la derecha mediática y cultural sobre el “parasitismo” y la “sopa boba”, hará más cómodo el arte de gobernar para unos y otros, y conseguirá que los pobres, con una sonrisa en los labios, se las vean tan jodidas como siempre para poner un plato en la mesa, pagar el alquiler y costear agua y luz. El estándar de pobreza será el mismo, pero ya no podremos articular, ni siquiera en nuestra mente, la protesta.

Durante mi militancia me he dado cuenta de que la pobreza no se combate generalizando este estándar; se hace tomando de donde hay riqueza y rebajando el coste del propio consumo. Y esto sólo se consigue con soluciones prácticas que emergen desde abajo. Cualquier medida que venga de arriba, por muy idílica que parezca sobre el papel, sólo buscará una cosa: seguir garantizando la dependencia de las personas sin recursos al Estado, someterlas al paternalismo institucional, para facilitar la gobernabilidad dentro de un enclave de producción capitalista. Desde arriba no podemos contar con una amnistía hipotecaria ni arrendataria que cancele nuestras deudas de vivienda, ni tampoco con un renta básica que sea compatible con unas condiciones de vida dignas; nos toca hurgar en otras soluciones y practicar la autogestión.

Si los embargados fueran capaces de tejer una red de asistencia mutua, donde cada uno de ellos cediera su vivienda, antes de producirse el desahucio, a una nueva familia, ocupando los primeros a su vez la de otra en proceso de embargo, y obligaran con ello a cursar nuevas órdenes de lanzamiento, quizás podríamos empezar a construir algo. Cierto que tarde o temprano reformarían sus leyes o buscarían formas compulsivas de impedir este procedimiento, pero mientras habríamos ejercitado el nervio revolucionario y nos estaríamos preparando para nuevos asaltos. Si fuéramos capaces de rescatar la táctica del control obrero y llevarla al inquilinato, contactar con técnicos (arquitectos, electricistas, etc.), capaces de elaborarnos un informe detectando los fallos del edificio donde vivimos, analizando la potabilidad del agua, las condiciones del tendido eléctrico, etc., y presentáramos dicho informe al arrendador (sea particular o una entidad) planteándole por un lado nuestras demandas (paralización de desahucios, rebaja al 50% del alquiler) y por el otro la posibilidad de denuncia pública, administrativa o jurídica, quizás los inmuebles podrían aspirar a un transito hacía la autogestión. Si los vecinos se organizaran para controlar todas las viviendas públicas vacías o en manos de los bancos de todo un barrio, y se decidieran a gestionarlas por sí mismos sin delegaciones, podríamos dar ese transito por realizado de facto.

Desde fuera se puede pensar que ninguna de estas medidas es económica como la renta básica, pero cuando se socializa vivienda y suministro eléctrico y acuífero y el coste de esos tres elementos es 0, cualquier ingreso, sea el de un trabajo en precario, el de un subsidio o el de la llamada renta básica, se puede gastar íntegramente en consumo. Por otro lado no hablamos solo de socializar inmuebles y suministros, sino de hacer lo mismo con tierras incultivas y a su vez crear redes de intercambio gratuito de abrigos y enseres.

Puede que todo esto suene muy lejano, pero ya lo estamos practicando a nuestra escala en algunos puntos de Gran Canaria, es algo que se está construyendo directamente de abajo y que está solucionando la vida de los implicados. Podemos mirar a las alturas, ver cómo decretan los ricos la mejor forma de solucionar nuestros problemas de pobreza y esperar en definitiva a que nos caiga el maná del cielo. Yo, como pobre confeso, prefiero coger la herramienta y empezar a excavar, a penetrar en lo hondo, hasta dar con los cimientos de este jodido Sistema y reventarlos.

Ruymán Rodríguez

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1 Ilustrado francés autor de Bosquejo para un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano (1794).

2 Abolicionista norteamericana y autora de La cabaña del tío Tom (1851).

3 Pionera feminista inglesa y autora de Vindicación de los derechos de la mujer (1792).

4 Antropólogo haitiano autor de De la igualdad de las razas humanas (1885).

5 Socialista francés, precursor del anarquismo y autor de ¿Qué es la propiedad? (1840).

6 Citado por Bernard Thomas en La Belle Époque de la Banda Bonnot, 1989.

7 Por ejemplo, cuando según Save The Childrens alcanzamos el primer puesto del Estado en pobreza infantil: http://cadenaser.com/emisora/2015/03/24/radio_club_tenerife/1427215302_416617.html

Ser Anarquista

Desde que era muy joven y empecé a contactar con otras anarquistas ajenas a mi círculo siempre me sorprendió la forma de abordar lo que podríamos llamar la “identidad anarquista”. Sí, ciertamente se entiende como una identidad, cultural, filosófica, política, social. Siempre me decían, con un aire de solemnidad y mirando al horizonte con los ojos brillantes: “¿yo anarquista? Algún día me gustaría serlo. Estoy en ello”. O también: “¿anarquista? Esa palabra es demasiado grande para mí. Es un proceso, lo intento”. Faltaba música de violín de fondo y un manto de nieve que casi nunca cae en Canarias. Yo, a pesar de ser muy inexperto y tener la cabeza repleta de lecturas, no sabía muy bien si creérmelo.

Con el paso del tiempo no he visto que se rebaje este discurso. Convertirse en anarquista es entendido por algunas como una prueba iniciática: de capullo a ser superior. Es un proceso de años que requiere lecturas, formación, aprender códigos y mil requisitos formales. Es casi como una oposición. Opositar para anarquista, qué gran labor.

Todos habremos oído aquello de que se es anarquista 24 horas al día y cosas similares. Decía Victor Serge en sus memorias: “El anarquismo nos poseía enteros porque nos pedía todo, nos ofrecía todo. No había un rincón de la vida que no iluminase, por lo menos así nos parecía. Podía uno ser católico, protestante, liberal, radical, socialista, sindicalista incluso, sin cambiar nada en su vida, en la vida por consiguiente”.

Yo también he dicho cosas similares, y aún me parecen ciertas. Pero no veo lo de ser anarquista a jornada completa como una condena, un acto de constricción que debe respetarse durmiendo y en el cuarto de baño. En parte es una actitud, una forma de relacionarte con los demás y entender la vida, y también una propuesta empírica que busca cohesión entre ideas y hechos, y esto difícilmente implica parcialidad. No podemos ser diabéticas doce horas al día, aunque reconozco que es muy ventajista compararlo con una dolencia del páncreas. Decía Paul Válery que “toda persona lleva en sí un dictador y un anarquista”. Digamos que llamamos anarquista a la persona cuya segunda faceta se manifiesta más y que con mayor fuerza combate la primera.

Dicho esto, y admitiendo que la anarquista busca la coherencia, ¿con respecto a qué la busca? A veces me parece que se busca la coherencia entre las ideas que se tiene y las que se quieren tener. Las ideas pueden ser fáciles de adquirir, pero sobre todo son fáciles de aparentar. Nuestra búsqueda de la coherencia no es, generalmente, entre ideas y actos, que sería lo lógico, sino puramente formal. De ahí que le demos tanta importancia a los que decimos y también a lo que decimos pensar, y tan poca a lo que hacemos.

De todo esto vienen lo que yo llamo “la búsqueda de los grados de perfección moral”. Nos preocupa esa parte de ser anarquista interna y, paradógicamente, extremadamente exhibicionista. Queremos tener un lenguaje aparentemente anarquista, unos hábitos personales supuestamente anarquistas, pero no hay un mínimo esfuerzo por hacer nada práctico anarquista. El anarquismo se convierte así en una religión o filosofía transcendentalista, donde se van alcanzando distintos rangos de iluminación o sabiduría hasta llegar al Nirvana o algún estado de consciencia superior. Como si fuéramos monjes budistas o místicos cristianos. En la FAGC ya es común bromear sobre los “grados de perfección anarquistas” que hemos alcanzado: el grado 9 es el que alcanza la anarquista cuando es capaz de no emitir sombra, y el grado 10, el máximo conocido, cuando puede hacer la fotosíntesis.

El anarquismo así entendido, como una meta inalcanzable que implica martirización, como un club exclusivo y elitista que exige para entrar un examen de acceso, no me interesa. Sí, debemos ser coherentes, pero la coherencia exige correlación entre lo que decimos y hacemos, y eso quizás implique empezar a decir cosas realistas. Una tortuga que afirmara que no puede volar estaría siendo tan honesta como coherente. Coherencia es reconocer las propias contradicciones, y también los propios límites. Lo coherente es asumir que la vida misma, la que nos rodea, nos impide si queremos conservarla, hacer todo lo que nos gustaría. La coherencia es intentar cambiar eso, pero admitiendo sus dificultades y también los fracasos personales y colectivos. Coherencia no es dejar de respirar para no incumplir ni una coma de un dogma; coherencia es mantenerse vivas para poder aspirar a cambiar lo que no nos gusta. Reconocer que es imposible ser perfectas, que es imposible volar, como reconoce la tortuga, es coherente. La coherencia es conflicto y búsqueda, no perfección y esnobismo.

Por otro lado, podemos aparentar toda la coherencia que queramos en el continente, pero la coherencia implica contenido. Ser anarquista se ha convertido en una cuestión de forma más que de fondo, de respetar códigos culturales superficiales omitiendo lo que se hace en la práctica y cuando se acaba la asamblea. En ese aspecto, he conocido más anarquismo fuera de los círculos anarquistas que dentro. Podemos esforzarnos mucho, por ejemplo, en usar un lenguaje no sexista, como yo en este artículo, y formalmente aparentar oposición al heteropatriarcado. He conocido hombres muy rigurosos con el lenguaje, escrupulosos en su discurso, que afirmaban haber leído cada libro sobre feminismo que llegó a su manos y estar al tanto de “lo último”. Tíos que asisten a talleres o que incluso, sin sonrojo alguno, los imparten. Autotitulados “aliados” que, cuando el foco se apaga, en el trato con sus compañeras, eran verticales, despóticos y tiránicos, y también clasistas y autoritarios cuando interactuaban con las mujeres del barrio a las que miraban por encima del hombro. Sujetos formalmente contrarios a la opresión de género que sentían la más viva aversión por “chonis” y gitanas, y que hacían de cualquier mujer que se les acercara un cliché a cosificar. Y he conocido también mujeres que reprendían a sus compañeras si no se sometían a estos “machos alfa” y los escuchaban atentas hablar de Beauvoir, Preciado, los micromachismos o la oposición al amor romántico.

Por otro lado he conocido hombres que no conocen el nombre de ninguna autora feminista, que afirman no haberse podido acabar nunca un libro entero, que no usan lenguaje no sexista, que no conocen ningún término sofisticado sobre la decostrucción de los roles de género y que no saben lo que significa heteropatriarcado sólo con oírlo. Y sin embargo, esos mismos hombres, sin formación académica ninguna, no tratan a su iguales como inferiores o subalternas; no aíslan a sus compañeras de las conversaciones, ni las apartan de las tomas de decisiones; no creen que deban iluminarlas o guiarlas; las escuchan atentamente en las asambleas y las reconocen como referentes cuando su trabajo y su ejemplo les sirve de inspiración. No podrán elaborar un sesudo discurso sobre la opresión de géneros, pero jamás aprovecharán la coartada de un supuesto “espacio seguro” para agredir a una compañera. Las vecinas, mis compañeras más cercanas, prefieren militar con los segundos.

Lo dicho se puede aplicar a todas las manifestaciones anarquistas. Centramos todo el peso en el discurso, pero lo verdaderamente importante es lo que hacemos. Son nuestros actos los que tienen que hablar por nosotras y definir lo que somos. No existe coherencia posible si no tenemos una actividad real que se pueda confortar con nuestras ideas. Ser anarquista, entendido como un proceso meramente filosófico, teórico, como la adquisición de un estatus intelectual que nos separe de la plebe, es algo que me asquea y no me interesa en absoluto. Considerarse anarquista con la idea de distinguirse del resto y poder echarles una mirada de desprecio desde una pretendida superioridad moral, es simple y desnuda aristocracia. De ahí vienen los sermones y la agobiante insistencia de convertir a los infieles. Es la evangelización ácrata.

Mi anarquismo es otra cosa. Mi anarquismo no sirve para separarme de los demás sino para acercarme a ellos. Sirve para entender las contradicciones ajenas y ver cuánto de ellas hay en mí. Sirve para acostumbrarme a no exigirle nada a los demás por encima de lo que me exijo a mí mismo. Yo no quiero que ser anarquista sea una cosa difícil y tortuosa, sino algo fácil, asequible, al alcance de todo el mundo. Yo refuto a Armand cuando decía que “el anarquismo no es para los ineptos al esfuerzo”. Me niego a eso. Yo no quiero un anarquismo para atletas intelectuales, para campeonas del pensamiento abstracto y übermensch salidos de algún documental de Riefenstahl. Yo quiero un anarquismo que precisamente pueda ser patrimonio de los que hasta ahora han sido marginados de las cumbres de cerebros, los comités de sabios, las aulas y las academias. Quiero que los que somos tildados de tullidos, físicos o mentales, podamos hacer nuestro el anarquismo y escupirlo a la cara de los que lo relegan a universidades, salones, colectivos de convencidas y grupos de estudio. Quiero que ese anarquismo cotidiano, que se teje en muchas de nuestras relaciones, en nuestras asambleas de vecinos, en nuestras ollas comunes, en nuestras huertas, en nuestros piquetes, en nuestras enfrentamientos en el barrio, acabe aceptándose como una forma rápida y eficiente de convertirse en anarquista sin necesidad de darse ese nombre, de asumir ningún folclore, ni de compartir ningún fetichismo hacia banderas, símbolos y siglas.

Quiero que ser anarquista sea algo cercano, accesible y asequible, que las anarquistas sean definidas por su actividad y no solamente por las ideas que dicen defender. Quiero que ese anarquismo intuitivo, sin nombre y sin sello, pueda ser reconocido como una manifestación anarquista de primer orden. Que se entienda que una teoría anarquista ajena a la práctica y a la realidad es como una pieza refinada de cristal, pura y sin macula, brillante, pero tremendamente frágil y quebradiza. Mientras que el anarquismo de barrio, de calle, basado en la experimentación y la práctica, el anarquismo que yo defiendo, es más bien como una roca sin tratar, con tierra y llena de golpes, pero tremendamente sólida y pulida por el uso. Quiero en definitiva que el anarquismo deje de estar enmarcado en los despachos de las profesoras, que lo saquemos de las vitrinas y lo compartamos con la gente, que sea como un papel pequeñito que la gente pueda llevar consigo todo el día en el bolsillo, lleno de pliegues de todas las veces que lo doblan y desdoblan, sucio y desgastado de tanto uso.

¿Y si esto nunca llega a ser aceptado por las anarquistas oficiales? Pues muy bien. Otro anarquismo, sin complejos ni pruritos intelectuales, a golpe de adoquín y de curro en la calle, acabará tomando posiciones y adelantándolos por su izquierda. Los cambios profundos no aguardan el consenso.

Ruymán Rodríguez

La okupación en cuestión

[Artículo de «CosacoLibertario» (@El_Cosaco_ en twitter) en su página]

He venido reflexionando sobre la okupación tiempo atrás, quizás desde hace varios meses, quizás un año. Y creo precisa hacer patente una visión crítica a los espacios okupados, a esos Centros Ocupados, Espacios Liberados o cualquiera de esos eufemísticos nombres que toman unos pequeños espacios donde priman ideologías anticapitalistas. Y es que en el fondo no son más que eso: espacios donde las personas de carácter anticapitalista se reúnen para realizar sus actividades propias dentro de un sistema capitalista.

Es preciso ponernos en situación, y por lo tanto, definir los conceptos y encajar la crítica en el espacio que le corresponde.

Definiremos la ocupación como el acto de ocupar aquello que no pertenece, de forma titular1, al ente ocupante(persona física, persona jurídica, colectivo, federación, estado…). A raíz de ese término, podemos destacar que la ocupación de inmuebles es el acto de ocupar un inmueble que no pertenece, de forma titular, al ocupador. Las ocupaciones de inmuebles tienen como origen diversas causas, entre las que destacamos:

  • Ocupación famélica: similar al hurto famélico, es la reapropiación o expropiación de un bien inmueble para la satisfacción de una de las necesidades más básicas, como es el derecho al techo y al hogar. Hoy en día, la FAGC nos ha brindado una gran ocasión de asistir a una ocupación famélica no de hogares individuales, sino una construcción de una comunidad bajo este precepto.
  • Ocupación política: Ocupación que cumple con la estructuración de nuevas formas políticas.
    • Okupación: ligada al Movimiento Okupa, la ocupación de inmuebles vacíos con fines diversos. No incluimos en el movimiento okupa las ocupaciones de terrenos, pues estamos analizando inmuebles.
  • Ocupación estratégica: La toma de un bien inmueble que cumple funciones estratégicas. Esta ocupación suele ser parcial, pues suele ser una herramienta de intercambio: se libera el inmueble con las condiciones que los ocupantes establecen.

La okupación

Uno de sus primeros exponentes fue la Ciudad libre de Christiania, un espacio militar que decidió tomarse como espacio público. En el estado español surgen los primeros CSO (Centros Sociales Okupados) en los años 70, concretamente a partir del 75. De estos proyectos, muchos estaban enfocados a prácticas pedagógicas, como GITE-IPES (Gau Skola), que pretendía ser una Universidad Popular; otros  enfocados a la búsqueda de un espacio que aglutinara toda esas luchas políticas, sindicales, sociales y culturales que requerían un local desde el que proyectarse, como Auzotegi Kultur Etxea; y muy al hilo de esta, las reapropiaciones de edificios sindicales, como el Salón Buenaventura, inmueble expropiado por el franquismo que la CNT reapropió. Otros, como Kan Badina, eran espacios dedicados a la acogida de inmigrantes, o Minuesa, que era una imprenta.

Como hemos apuntado, estas prácticas se realizan con edificios abandonados, generalmente pertenecientes a corporaciones, bancos o municipios. Avanzando en el tiempo, dando un salto radical hacia lo que nos compete, venimos a nuestro tiempo. Un tiempo en que las siglas nos permiten conocer qué tipo de espacio nos asiste:

  • C – Centro
  • E – Espacio
  • S – Social-Sociocultural
  • O – Okupado
  • r – re
    • rO (reOkupado)
  • A – Autogestionado, aunque en escasas ocasiones Anarquista
  • L – Liberado

Las okupaciones contemporáneas.

Las okupaciones hoy día tienen como principales temáticas el ocio, la difusión cultural y la práctica a pequeña escala de economías colaborativas. Dichas temáticas se desenvuelven de la siguiente forma:

  • Ocio: talleres, conciertos, cenadores…
  • Difusión cultural: charlas, bibliotecas, talleres (también), teatro…
  • Economías colaborativas 2 : Gestión de tiendas y mercados populares (tiendas gratuitas, entre otras), gestión de espacios dedicados a la productividad (huertos), guarderías…

Cabe destacar una última categoría, que no por ello es la menos frecuente: espacio político. Y efectivamente, esta categoría podría incluirse aglomerando a las demás, pero no lo haremos, queriendo destacar de esta clasificación que sirve como punto de encuentro entre individuos afines, aglomera y cede espacios a colectivos de diversas tonalidades políticas. Hoy los tonos que más visten estos espacios o centros son el violáceo y el negro, aunque el rojo también tiñe algunos de estos.

Crítica a los espacios okupados

Entendiendo la óptica que los espacios asisten, y los beneficios que los espacios o centros aportan al movimiento revolucionario, escribo esto sin mayor afán que una revisión para el empleo de los espacios okupados.

La okupación como proceso individualista

Dichos espacios, por lo general, y como ya apunté antes, tienen un profundo carácter individualista: tienden a aislarse de la sociedad y a creer en una panacea que no es tal. Se pierde más tiempo en la gestión de estos espacios, en intentar mantener el espacio puro que en la transformación (social) real. No asume contradicciones, y pretende erradicarlas en su seno, perdiendo de vista la causa de dichas contradicciones. Veamos cómo la pregunta de antes puede ser explayada: ¿Y ahora que tenemos un espacio libre de machismo, libre de capitalismo, libre de cualquier autoridad… qué? ¿Supone alguna transformación real, en la sociedad? ¿O si muere el espacio, morirán las conductas, y con esas personas, las ideas de ese espacio? Una característica de las revoluciones exitosas en su totalidad son aquellas que han sido capaces de perdurar en el tiempo, aunque sea bajo causas que no merecen sino mi más sincero desprecio y mi firme rechazo, aunque sea desde la perspectiva histórica: la revolución liberal de 1789, que implantó el sistema vigente; la revolución de octubre de 1917, que no sólo perduró en el tiempo, sino que es añorado aún su resultado en los países en que vivió. Y precisamente esa es una de las mayores taras a las que nos enfrentamos como movimiento libertario: Cómo perdurar en el tiempo, más allá de viejas glorias y magníficos libros.

Capital, estado y okupación

Cabe cuestionarse que estos centros sean realmente parte de algún proyecto revolucionario. La decisión de no pagar para abordar un espacio y darle un uso en actividades revolucionarias no es el hito al que hago referencia, pero esta no es una decisión profundamente anticapitalista: en los cuadros de contabilidad de cualquier empresa aparecen reflejados extravíos, pérdidas y robos, es decir, es algo inherente a su sistema, pues es considerado en las empresas una tara que asumir, al igual que el código penal castiga el delito contra la propiedad individual o colectiva, pues conocen las limitaciones de su propio sistema y apuntalan esos fallos (la cárcel no muestra sino el fracaso del estado como sistema, pero esa es otra cuestión).

El capitalismo como sistema económico se ha caracterizado por su versatilidad: ha sido capaz de tomar la autogestión y ponerla bajo su nombre. No una autogestión integral, pero sí bajo figuras económicas como las cooperativas, autónomos… es decir, ha sido capaz de apropiarse del concepto autonomía y hacerle parcialmente suyo. Y, por lo tanto, es también capaz de integrar estos espacios como forma propia: allí donde las personas se reúnen y tienen un falso sentimiento de libertad. Falso, sí,  porque la libertad, lejos de ser una abstracción individual, es una necesidad colectiva. Parafraseando a Mijail Bakunin3:

“Yo no soy verdaderamente libre más que cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres. La libertad de los demás, lejos de restringir o de negar mi libertad, es, por el contrario, su condición necesaria y su confirmación. Me vuelvo libre, en el verdadero sentido, sólo gracias a la libertad de los demás: cuanto mayor es el número de personas libres que me rodea y más profunda y más grande y extensa su libertad, más profunda y mayor se torna la mía. […]”

Es decir, cuando las personas ven la panacea en la liberación del espacio, o en su mantenimiento, o simplemente sus aspiraciones revolucionarias tratan de una actividad en un espacio con un capitalismo y un estado cada vez más restrictivo circundantes, entonces dichas personas han perdido aspiraciones revolucionarias. El cambio en un espacio puede ser útil, siempre y cuando sea centrífugo, no centrípeto.

Otro de esos  puntos que ha abordado el capitalismo de forma excelente es la permanente perfección de la productividad, a costa de investigaciones y experimentos sociológicos. Entre otros, podemos hablar de uno de sus pioneros, Elton Mayo, que descubre que dotando de descansos estratégicamente situados a los trabajadores, estos tienen mayor productividad. Así, estos espacios cumplen una labor similar, como apunta Slavoj Žižek 4. En ese espacio con aparente libertad, que se visita durante el tiempo libre de las personas, cumple una labor productiva excelente: libera las tensiones entre los más radicales, les dota de una falsa apariencia de autonomía y les limita la acción a un espacio cerrado, en el cual las molestias que estos puedan causar son un problema inferior que hagan uso de la calle como espacio liberador. Entra el segundo factor 5 (siendo el primero el capitalismo): el Estado.

Ha sido el sueño de cualquier Estado reducir a los grupos revolucionarios a espacios limitados de una forma tan eficaz. Sacar a los elementos radicales de la calle, espacio tradicional de los trabajadores 6, es su mayor conquista. Forma casi parte de una estructura penitenciaria, que además puede servir como punto de partida para la incorporación de drogas 7, si así fuese necesario, y reducir aún más la actividad de quienes enarbolan la causa revolucionaria.

Pese a ello, existe represión en el ámbito. Los espacios okupados generalmente se someten a desahucios constantes o a amenazas de desalojo. Se entiende desde una óptica del conflicto permanente: si el estado logra aparentar que estos espacios tienen tintes ilegalistas o revolucionarios, y que este los persigue con ahínco, consigue que la actividad revolucionaria se vuelque con, para y por los espacios okupados. Esto no significa que en los espacios no se realicen hitos revolucionarios, o que en ellos no se encuentren los revolucionarios, sino que explica cómo el estado embrolla y orquesta la disminución de actividad revolucionaria.

El falso sentimiento de autogestión o economías anticapitalistas

Antes me mostré desconfiado a llamar a las economías vigentes en estos espacios autogestionados, y ahora lo hago con llamarlas anticapitalistas. La autogestión no es un hecho aislado, sino una economía hecha de personas liberadas de cualquier opresión, pues la mayoría de estas afectan a la economía, como la del hombre por el hombre (capitalismo o estatismo) o la cultural (roles de género). La economía es la administración de los recursos y su distribución, y los apelativos que suelen acompañarla (socialista, capitalista…) indican el cómo ha de hacerse. La autogestionada es aquella que es de, por y para los productores. Estos centros no poseen una economía tal, pues sufren inferencias de fuera (no han decidido la moneda para dicha administración), los recursos primitivos (o la materia prima) ha sido adquirida por lo general, o bajo mano de obra de trabajadores asalariados y comprados con moneda que no se ha decidido. Podría seguir escribiendo sobre ello, pero nos alejaría del asunto que nos compete.

La economía que en estos centros se lleva es más parecida a las economías colaborativas antes citadas, pero sin ánimo de lucro (aunque las economías colaborativas no llevan intrínseco el ánimo de lucro): es la colaboración de personas que comparten capacidades o recursos para satisfacer dichas necesidades.

Los centros como bastiones revolucionarios

Los espacios okupados son una buena herramienta que hay que explotar con sus debidos usos. Los usos que hoy se les dan son merecedores de halagos, pero a su vez favorecen lo que anteriormente he citado. Tenemos que dotar a estos espacios de una lucha política más intensa.

La analogía de estos espacios con bastiones es muy necesaria. Estos espacios tienen que estar preparados para ser defendidos, ¡en efecto! Pero también tienen que ser centros neurálgicos de ataque. No se puede sostener una lucha revolucionaria de la defensa de espacios. Tampoco se puede argüir que la toma de estos ya es por sí un ataque, pues como antes dije es una falacia. De la defensa sólo se espera no ser derrotado, con el ataque hay esperanzas en las victorias.

¡Que los centros acojan a los forajidos! ¡Que los centros acojan a los ilegales!

¡Que sean bastiones revolucionarios, y no obras caritativas!

  1. Hace referencia a la titularidad legal
  2. Han surgido también nuevas formas de economía colaborativa fuera de esta gestión obrera, y muchas con fines lucrativos: blablacar, Wallapop… No hago referencia a estas economías, y soy reticente a llamar a estas economías autogestionadas
  3. M. B. (1871) Dios y el Estado, Capítulo Dios y el Estado.
  4. S.Z. (2013) 6th subversive festival. Link aquí.
  5. El segundo en aparecer por el orden en que he decidido estructurar este artículo, no por orden capital.
  6. David Whitehouse (2012) Los orígenes de la policía. Link aquí.
  7. @Nen__17 (2016) La guerra química del Estado, a través de las drogas. Link aquí.

Tierra bajo las uñas

Tierra bajo las uñas

Pequeña reflexión sobre la expropiación agrícola

Al avanzar vi una señal,

ponía ‘propiedad privada’,

pero al otro lado ¡no había nada!

Ese lado es para ti y para mí”

(Woody Guthrie, canción “Esta tierra es tu tierra”, 1944).

Históricamente, la expropiación agrícola ha sido una constante dentro de las reivindicaciones de los más pobres. Son pocas las revoluciones que, hasta la primera mitad del siglo XX, no disputaron la tierra como parte de sus aspiraciones o programas. En el ensayo La revolución a través de los siglos (1908) de Augustín Hamon se glosan algunos de estos conatos revolucionarios (hasta la Revolución francesa) en pos de un concepto comunista de gestión de la tierra. Un ejemplo destacado es la Guerra de los Campesinos alemana (1524) donde los anabaptistas de Thomas Müntzer cuestionan lo que nunca se atrevió a tocar Lutero: el principio de propiedad privada. Su lema, aplicado principalmente a las tierras de cultivo, era «omnia sunt communia» (vulgarmente: «todo es de todos»). Un ejemplo aún más significativo es el sucedido después de la Revolución inglesa (1649), donde los diggers (excavadores), impulsados por Gerrard Winstanley, se dedicaron a ocupar las tierras incultivadas de algunos latifundistas absentistas y llegaron a proclamar la Comuna de la Colina de St. George. Huelga decir que todos estos intentos acabaron en la represión y la dispersión.

Represión a los diggers.

En el siglo XX las revoluciones más importantes siempre tuvieron esta impronta agraria. La Revolución mexicana de 1910 y su magoniano grito de «Tierra y Libertad», recogido por los zapatitas, iba inequívocamente en esa dirección. En la Revolución rusa de 1917, desde los primeros intentos de unir el conservador mir (estructura comunal aldeana) con los soviets de campesinos, hasta el programa de Kronstad o la labor expropiadora de los makhnovistas en 1921, la cuestión agrícola fue siempre prioritaria, hasta que los bolcheviques ahogaron en sangre cualquier iniciativa popular. En el Estado español, mucho antes de la Revolución española de 1936 y de su gran hito colectivizador (aunque fueron muchas las regiones cuyos campos experimentaron distintos grados de colectivización, el caso de las tierras de Aragón es paradigmático), la inutilidad de la reforma agraria republicana ya motivó lo que Felipe Aláiz llamaba «la expropiación invisible»1, que consistía en expropiar, por la vía de los hechos consumados, las tierras abandonadas por los caciques absentistas.

Imagen típica de un colectividad ibérica hasta que fueron liquidadas por el gobierno en 1937.

Sin embargo, el ejemplo de estas tres regiones en el siglo XX se debe principalmente a que su economía todavía era inminentemente agrícola. Según el proceso de la industrialización se fue imponiendo en todos los países del hemisferio norte, y se convirtió en objetivo de los del hemisferio sur, el tema de la tierra, vital y apremiante, se fue relegando. Se produce una transición, traumática, casi sin etapas intermedias, de la vida rural a la vida urbana. La migración interior marca el abandono de la tierra, se genera un nuevo paradigma cultural y económico, una nueva forma de consumir. El período entre la Edad Media y la Revolución Industrial no es desde luego esa arcadia idílica que tratan de vendernos algunos nostálgicos de los monasterios, pero está claro que el consumo, con independencia de su escasez, era más directo. Sólo el avance del siglo XX pudo ir acabando con una forma de consumir basada en el propio huerto, en tener ante la pobreza el amparo de dos pequeños palmos de tierra que garantizaran cierta soberanía alimentaria, cierta capacidad de autoabastecimiento. No hablo del pequeño propietario, sino del pequeño agricultor que sembraba lo que agarraba detrás de su humilde choza y que obtenía así cierta capacidad, por mermada que fuera, de resistencia económica.

Esta forma de consumir producía también otra forma de relacionarse con el medio. Era difícil no estar familiarizados con las semillas, las estaciones y la naturaleza (aun cuando esta familiaridad no se entendiera de forma armónica sino en clave de lucha y conquista). Hoy es muy difícil que un urbanita sepa identificar el brote de una planta, la hora del día más adecuada para regar o tan siquiera cómo se siembra. Yo mismo, después de muchas expropiaciones de tierras a las espaldas, de mil experimentos con la permacultura, me sigo considerando un completo ignorante, un advenedizo que tiene que aprender de adulto lo que su infancia callejera le vetó.

La amenaza a esta forma de vida pagana (etimológicamente), hoy prácticamente extinta, ya la exponía Pierre-Joseph Proudhon en 1840:

 

Un hombre a quien se le impidiese andar por los caminos, detenerse en los campos, ponerse al abrigo de las inclemencias, encender lumbre, recoger los frutos y hierbas silvestres y hervirlos en un trozo de tierra cocida, ese hombre no podría vivir. La tierra, como el agua, el aire y la luz, es una materia de primera necesidad, de la que cada uno debe usar libremente sin perjudicar al disfrute ajeno […]”2.

Dicho lo dicho, la importancia de la expropiación agrícola es, ante la actual y prolongada crisis de subsistencia, de primer orden. A un nivel personal y medio ambiental es necesario recuperar esa relación con la tierra, entender que hay una forma de consumir autosuficiente, sin dañar el medio y sin derramamientos de sangre. Si la agricultura usa las últimas novedades en permacultura, se puede consumir causando la mínima huella posible y se puede crear otro modelo de alimentación en el que la muerte forzosa pierde su argumentario.

A nivel social y económico su importancia no es menor. Sobre todo si hablamos de su dimensión revolucionaria. La tierra, para empezar, es un olvidado medio de producción. Cuando hablamos de «tomar los medios de producción» nos imaginamos a un grupo de obreros urbanos ocupando una fábrica; rara vez pensamos en un grupo de agricultores tomando la tierra. No obstante, es un medio de producción en toda regla que, parcelado y acaparado por la propiedad privada, puede expropiarse de forma directa y hacerse producir de la misma manera. Su ocupación supone garantizarse un abastecimiento de alimento de forma continua, soberanía alimentaria más allá de la propaganda, autogestión sin retórica. Si se ocupa atentando contra la propiedad privada, el acto desafía la ley y la ilógica de la dominación capitalista, y supone una declaración de principios y, si se hace bien, de guerra. Si es parte de un proyecto más ambicioso, en el que se pretende ocupar gran parte de las tierras abandonadas y en desuso de los grandes latifundistas o de titularidad pública de una zona o región concreta, estamos hablando de una expropiación y una socialización masiva, y de una estrategia profunda, rigurosa y grave: la gestión colectiva de la tierra por parte de quienes la trabajan.

Sin embargo, esa es la parte ideal, lo que debería buscarse, la meta cuando todo sale según lo previsto. Pero la realidad de los proyectos de ocupación agrícola suele ser distinta, y tiende a enfrentarse a unos límites, personales, ideológicos y estratégicos, que se deben abordar desde la óptica de la experiencia y no desde la exégesis de los manuales tipo «haga su propia revolución en casa».

La introducción de la permacultura, la idea de trabajar la tierra de forma no agresiva, sin químicos ni contaminantes, demuestra el inicio de cierta revolución individual. El descubrir métodos como el propuesto por Masanobu Fukuoka, donde esta cultura no invasiva, de «no hacer» y «dejar crecer», se mezcla con el respeto a la vida tan en consonancia con el antiespecismo, sigue la misma línea de autodesarrollo. Empero, es duro decir que con esto no basta. Los huertos urbanos basados en estas premisas abundan, y sin embargo, a rasgos generales, el sistema permanece inalterable. La revolución individual debería tender a ser expansiva, a socializarse, pero suele producirse de forma concéntrica, como un acto cerrado sobre sí mismo. El perfeccionamiento personal es útil, pero es inofensivo si solo busca una forma de autoafirmarse, o incluso de proporcionarse éticamente el propio alimento sin aspirar a ser un modelo funcional que se haga extensible a los demás. Un huerto urbano para una élite de ociosos privilegiados es inútil si miles de hambrientos tienen que pelear por la carroña que hay en los contenedores.

 

Masanobu Fukuoka (1913-2008) autor de La revolución de una brizna de paja (1978).

El gran problema de los proyectos de ocupación agrícola actuales es ese: tienden a solucionar los propios problemas, alimentarios e ideológicos, ignorando si el resto del mundo se mata a dentelladas. Esto no nace de un individualismo consciente, sino de una anestesia general: la idea de que mientras a ti te vaya bien la suerte de los demás no te incumbe. Solemos entender este concepto cuando se aplica a lo económico, pero raramente lo usamos para interpretar los efectos que la desigualdad económica causa a niveles ideológicos. Censuramos la moral ajena, sin pensar que la moral puede pasar a ser secundaria cuando se tiene el estómago vacío y sin cuestionarnos si a lo mejor esa moral de la que estamos tan orgullosos la tenemos porque hemos comprado el tiempo necesario para adquirirla.

Concretando, el carácter del proyecto debe determinarse, con total honestidad, antes incluso de iniciar la ocupación de tierras. Si está dirigido a satisfacer el propio ego, a calmar el aburrimiento de personas de clase media y a ofrecer un superávit a unas despensas que no necesitan ser llenadas, debe dejarse claro, aunque hiera la propia piel. Si su aspiración tiene un carácter masivo y revolucionario, si trata de responder a las necesidades más apremiantes, también debe definirse antes de dar la primera palada de tierra y, sobre todo y lo más difícil, debe mantenerse cuando el proyecto se formalice y progrese.

Mirar que el proyecto coincida en su desarrollo con la meta final debe ser una constante. El primer proyecto de ocupación rural de la FAGC se originó con este planteamiento, y así se aprobó en asamblea de forma unánime, pero todo cambió cuando se llevó a la práctica y empezaron a brotar las hortalizas. Los mismos compañeros que aceptaron que el proyecto iba dirigido a los hambrientos y que debía expandirse, decidieron que era mejor reservarlo para ellos, aunque tuvieran sus necesidades cubiertas, en cuanto el terreno empezó a dar sus primeros frutos.

En el pasado me mostré más duro e intransigente con ellos de lo que me mostraría ahora, pero sigo creyendo que un proyecto cerrado y autoconsumista está abocado a dejar el mundo tal y como se lo encontró antes de iniciarse.

Los ayuntamientos (o incluso entidades bancarias) entregan cada vez con más liberalidad pequeñas porciones de tierra en solares públicos para que la gente cultive. ¿No nos hace esto sospechar nada? Esos huertos urbanos, más abundantes cada día, son promocionados por las instituciones porque saben que no suponen ningún problema para ellas. Si fueran una amenaza estarían prohibidas, tal y como lo están las ocupaciones masivas de tierras abandonadas por parte de jornaleros. Esos huertos administrativamente tutelados forman parte de la lógica capitalista de ahorrar y sacar provecho y de la estatal de depender de la administración; no de la revolucionaria que parte de la autosuficiencia, el apoyo mutuo y la vulneración de las leyes. Si se incentivan no es por casualidad: cuanto más dependas del Estado menos peligroso eres, menos buscarás otra forma de proporcionarte alimento y menos necesidad tendrás de recurrir a la expropiación.

 

Un característico huerto urbano municipal en Las Palmas de Gran Canaria.

Pero hay más. Cultivar requiere conocimientos previos y dedicación, sobre todo inicialmente. La primera etapa es durísima, y después requiere de un mantenimiento constante, regando y solventando imprevistos. Un colectivo revolucionario dedicado a la ocupación agrícola en exclusiva puede quedar absorbido aun cuando pudiera aspirar a llegar más allá. También lo percibimos en la FAGC. El hostigamiento y las multas cesaban cuanto más tiempo pasábamos en el terreno. Para el Estado debe ser muy tentador que los «peligrosos anarquistas» gasten todo su tiempo en remover la tierra y se conviertan en inofensivos agricultores sepultados en el esfuerzo de sacar adelante la próxima cosecha.

Para que esto no pase, los proyectos de ocupación agrícola deben intentar ser una amenaza en sí mismos. Lo primero es intentar implicar a la gente de a pie, fuera del limitado círculo del colectivo. Un pequeño huerto de autoconsumo para ideologizados no es un peligro; la ocupación masiva de un gran terreno por parte de parados y famélicos sí lo es.

La labor del colectivo anarquista (igual que en el tema habitacional) puede ser iniciar el proyecto, pero no llevar todo el peso del mismo, ni coparlo, ni dedicar el 100% de su actividad a la siembra. Eso haría del proyecto la única meta, absorbería todo el potencial de los participantes y los incapacitaría para ampliar objetivos. El colectivo debe iniciar proyectos, de forma viral, pero una vez están asentados, es la gente ajena al colectivo la que debe implicarse en continuar y perpetuar la ocupación.

 

Julio y Javi en el huerto de la Comunidad “La Esperanza”.

Es cierto que la ampliación de un proyecto así, introduciendo a gente unida por la necesidad y no por afinidad ideológica, conlleva nuevos retos. Los mismos compas de la FAGC con los que discutía por su oposición a compartir el excedente, sí tenían razón cuando dudaban de que la participación de gente no anarquista implicara intrínsecamente un valor revolucionario. Yo pequé entonces de ingenuo e idealista. Nosotros, la gente real, la de la calle, no debemos ser demonizados, pero tampoco idealizados. La personas sin banderas ni ideologías definidas, pueden ser también las que traten de desvirtuar el proyecto y reducirlo a una actividad mercantil o a un pequeño huerto municipal. Ese riesgo hay que asumirlo. Pero la labor del colectivo no es sólo iniciar el proyecto, sino intentar radicalizarlo y llevarlo más lejos.

Cuando se pasa de la teoría a la acción el objetivo suele ser aumentar la productividad y eficiencia, lo cual es importante, pero al final, centrados solo en eso, nos vemos incapaces de reducir la ocupación a su condición de medio revolucionario y la convertirnos en el propio objetivo (la cosecha, el terreno, el símbolo físico). No es raro que en ese ambiente, tanto entre militantes politizados como entre personas sin politizar, surjan los primeros tics capitalistas, sobre todo si el terreno empieza a ser fructífero. Es fácil que los progresos y la consolidación cambien los objetivos de la gente y sus intereses. Si unos al principio querían cambiar el mundo, hoy solo quieren conservar su huerto; si otros querían garantizarse tres comidas al día, ahora solo quieren ganar dinero. He participado en huertos expropiados donde el espíritu inicial de colaboración y solidaridad iba mutando, según el huerto crecía, por el de competencia e interés monetario. Proyectos donde nos donaban las semillas los agricultores cercanos, donde el agua estaba expropiada y donde el costo de lo cultivado, más allá del sudor, era económicamente 0, que daban origen a ideas cada vez más ambiciosas que acababan cristalizando en crear competitivas cooperativas de producción y distribución desde las que poder vender hortalizas ecológicas a precios hinchados sólo accesibles para una élite. Muchos nos descolgamos en cuanto vimos la deriva y otros siguieron con su aventura empresarial. Estos proyectos, vendiendo capitalistamente a 100 lo que socialmente se había ocupado a coste 0, pudieron durar, tanto como el mercado les permitió, pero jamás incidieron en su entorno ni produjeron cambio político o social alguno, más allá del impacto anímico e ideológico que causó en sus asociados.

Detectados los peligros a sortear, debemos concluir que parte del esfuerzo por ser productivos debe redirigirse, porcentualmente, a que lo cosechado sea un ejemplo de capacidad, pero también una demostración de fuerza, un peligro para el Sistema. Un ejemplo de que se puede vivir sin ser excretados por el capitalismo, de que la vida no se mide en números y papel, de que la eficiencia no se cuantifica en dinero sino en calorías consumidas. Un ejemplo de lo que hace la fuerza de trabajo conjunta, la cooperación, la colaboración y la audacia de la necesidad. Pero también una demostración de que la gestión de la tierra de forma directa por parte de los trabajadores es posible, y que sólo será eficaz cuando entendamos que la propiedad privada es un espantajo que debe ser pisoteado y meado. Para ello, debemos tratar de buscar el conflicto con la administración o con los caciques o aguatenientes locales (dependiendo de quién tenga la titularidad del terreno o de los suministros utilizados). Debemos aspirar a que una ocupación sea sucedida por otra, a que, una vez aseguradas, se hagan públicas y se vea el ejemplo de un pueblo hambriento y capaz puesto en marcha. Debemos intentar que el Estado se sienta amenazado, que los propietarios sientan que pierden lo que injustamente han acaparado, y tener preparada la red de solidaridad y contraataque que dé respuesta a la reacción represiva.

Solemos ocupar tierra intentando no llamar la atención, de forma inofensiva. Tratando si es posible de regularizar la situación legal cuanto antes. La forma discreta está bien en una etapa experimental o si el objetivo principal es obtener la primera cosecha. Pero el Sistema nos dejará hacer, satisfecho, mientras no nos salgamos de nuestra fanegada de tierra. La cosa no es rehuir el conflicto sino buscarlo, ocupar donde duela, donde se haga daño y pueda articularse un discurso y una narrativa que llegue a la gente. En zonas de secano, donde el agua es un bien escaso, nada mejor que ocupar a golpe de sacho un campo de golf. En zonas donde los solares públicos se reservan para especular con párquines o bulevares innecesarios, o donde terratenientes y latifundistas se han hecho con grandes porciones de terrenos que luego dejan morir, el objetivo nos lo marca la lógica y el sentido de justicia popular. Es ahí dónde hay que morder, dónde se puede pulsar el apoyo de la gente y su capacidad de solidarizarse, o al menos la de compartir con nosotros el desprecio a los mismos adversarios. La clave es sencilla: ocupar la tierra como una forma de ataque a la propiedad, y no como una forma de defenderse de ella.

Esta capacidad ofensiva y de aspiración masiva es lo que separa a un proyecto que sólo busca un ocio digno (que no es poco) del que busca una vida digna a través de medios revolucionarios. Y es que debemos concluir, haciendo un necesario ejercicio de honestidad colectiva, que los proyectos revolucionarios si están lejos de la capacidad práctica de hacer cotidiano lo extraordinario, de hacer de la dignidad el eje que articula su praxis y de dar respuesta a las necesidades reales de la gente, son sólo palabrería.

 

Ruymán Rodríguez

1Citado por José Peirats en Los anarquistas en la crisis política española, 1962.

2Proudhon, ¿Qué es la propiedad?, 1840.

¿Son útiles las instituciones para las personas sin techo?

Gestión del sinhogarismo: alternativa libertaria

Son cuatro los años que el Instituto Nacional de Estadística (INE) lleva sin actualizar los datos en relación con las personas sin hogar en España (en 2012 cifraba 22.398). A pesar de ello, asociaciones como RAIS Fundación y organismos como el Comité Europeo de las Regiones estiman que el número total de personas sin hogar se sitúa en torno a los 35.000 en España y los tres millones en Europa. Por su parte, activistas como Lagarder Danciu, constantes en el análisis de la situación de sinhogarismo a lo largo y ancho del Estado español, elevan la cifra nacional a 50.000 personas.

Desde el último estudio del INE, los datos numéricos de personas sin hogar no han hecho sino incrementarse. Además, según relata Alfonso Hernández, periodista especializado en el ámbito social y portavoz de RAIS Fundación, a partir de una campaña llamada “HomelessMeetUpValencia”, se ha encontrado que “cuanto más tiempo pasa una persona en la calle, más probable es que continúe en ella. En el caso de Valencia, un 35% de las personas permanecen, de media, en la calle más de 5 años, y un 15% más de 10 años”.

Según explica Patricia Benedicto, psicóloga clínica y maestra, las personas que se ven abocadas a esta situación de absoluta precariedad tienden a presentar “cuadros clínicos caracterizados por sentimientos de tristeza o vacío, pérdida de peso, fatiga, insomnio, sentimientos de culpa e inutilidad, indecisión y, en algunos casos, pensamientos recurrentes de muerte, inestabilidad, desmayos, opresión torácica, miedo”. Son síntomas que “se vienen manifestando desde que estas personas son conocedoras de su situación”, lo cual provoca que la ansiedad, por ejemplo, vaya en aumento.

Los niños tampoco están exentos de verse en estas tesituras y, por consiguiente, de padecer los cuadros clínicos enumerados, ya que es algo que afecta a familias enteras. En este sentido, según relata Patricia Benedicto, “los programas de prevención de trastornos psicopatológicos en la infancia y la adolescencia son bastante escasos”, y aunque en situaciones tan estresantes es difícil evitar lo anterior, se puede “trabajar desde las escuelas y desde programas de acompañamiento”.

Es fundamental “contar con una extensa red social de apoyo”, tanto a nivel institucional como por parte del conjunto de la sociedad. Benedicto cree que una forma eficaz de revertir la parte “prejuiciosa” de la ciudadanía con respecto a las personas sin hogar puede ser el trabajo en la escuela, ya que entiende esta como “un espacio privilegiado para trabajar valores” como la empatía “y fomentar un estilo asertivo en los alumnos, caracterizado por el respeto a los demás y a uno mismo. Como podemos ver escrito en la pared del centro de Jesús Abandonado «si juzgas mi camino, te presto mis zapatos»”.

De esta manera, a través de lo que se entiende como una parcela de educación en valores en los centros educativos, se puede desarrollar una conciencia colectiva de asunción de las problemáticas sociales que se suceden y de respeto igualitario al resto de personas independientemente de su situación económica. Tal como relata Benedicto, “un estudio de la Universidad Complutense de Madrid afirma que el 46.7% de las personas sin hogar son felices. Quizás deberíamos plantearnos si no somos nosotros, las personas ajenas, las que tenemos miedo y no ellos”.

Centros de atención infrautilizados

Para paliar la incesante problemática de sinhogarismo, las instituciones ofrecen centros de atención a personas sin hogar y albergues con diferentes servicios básicos y –aunque no siempre- de orientación. En 2014, el total de centros ascendía a 619. La ocupación de los mismos nunca llega al 100% a pesar de la inferioridad del número de plazas con respecto al número de personas sin hogar.

centros-de-atencic3b3n-por-cc-aa-2014Cabe preguntarse los motivos por los cuales ningún centro de este tipo consigue completar su aforo. En septiembre de 2015, el diario El Mundo mostraba que “solo 1 de cada 4 sin techo va a centros de atención”. El resto de personas decide “buscarse la vida fuera, en los metros, en los puentes, en los portales, en cualquier rincón”.

Un hombre, apodado “El Papi”, que ha vivido más de 22 años en las calles de Madrid, declaró en una entrevista concedida a eldiario.es que, si estuviera en su mano, “lo primero que haría sería acabar con los albergues, porque son como cárceles a régimen abierto”. También introdujo la idea de abrir espacios autogestionados donde ellos mismos pudieran organizarse “sin que hubiera detrás ninguna empresa con ánimo de lucro”. Muchas de las personas que han preferido ocupar las calles muestran su descontento con el trato recibido en dichos centros y con la inutilidad de los mismos a largo plazo.

La experiencia libertaria de La Esperanza

En este sentido, se podría enfocar la mirada hacia una extraordinaria experiencia autogestionaria que ha tenido lugar en Gran Canaria desde 2013: La Esperanza, considerada la mayor comunidad okupa de España. En ella viven 77 familias (alrededor de 250 personas). Se trata de “una experiencia libertaria llevada a cabo por gente no anarquista”. Esta iniciativa se desarrolló en un contexto “de precariedad social en Canarias”. El paro registrado alcanzaba el 35% y tuvieron lugar “más de 4.000 ejecuciones hipotecarias” durante ese año.

La Federación Anarquista de Gran Canaria (FAGC) planteó, entonces, el proyecto de ocupación de un edificio cuya construcción estaba inconclusa. Se unieron muchas familias, creando una comunidad en la que “el asamblearismo fue la principal forma de organización”, según cuenta Ruymán Rodríguez, portavoz de la FAGC. En La Esperanza viven con luz de obra, bidones de agua y aproximadamente un 30% de los vecinos se alimentan a partir de una huerta común. Entre todos los miembros de la comunidad gestionan el funcionamiento y la vida de la misma y son autosuficientes a partir del trabajo colectivo.

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Desde la Federación Anarquista de Gran Canaria, impulsora de esta comuna, explican la experiencia.

Cansadas de la inutilidad de los centros de atención, algunas voces han planteado que exista la posibilidad de habilitar espacios en los que las personas sin techo puedan autogestionar su situación. ¿Es una buena idea?

La autogestión pasa por ser hoy la única alternativa que ofrece garantías. El problema de los albergues es sólo que son parches temporales, y que sus ridículos requisitos y la propia estructura de la institución son diseñados para imposibilitar que las personas que sufren indigencia puedan encontrar soluciones reales a su situación. Y menos todavía que sean protagonistas de dichas soluciones. Por ahora, ni los subsidios ni las ONG’s han solucionado nada de forma duradera. En nuestra experiencia, sólo cuando las personas sin hogar se han organizado y han tomado inmuebles abandonados, han podido paliar su estado de desamparo.

En La Esperanza hubo algunos problemas de organización cuando la FAGC se retiró de allí para dejar que el proyecto se desarrollara autónomamente. Quizá debido a que en la sociedad, en términos generales, no existe costumbre de asamblearismo y la organización de grupos de trabajo se torna difícil. ¿Cuáles son los pros y los contras de la autogestión?

Lo ocurrido en La Esperanza es parte de un proceso de aprendizaje, de ensayo y error. La FAGC intervino a petición de los vecinos, pero quizás hubieran llegado a las mismas conclusiones sin nuestra influencia. Probaron un modelo de delegación, presidencialista, y no les convenció. Actualmente se autogestionan solos al 100%.

Los pros de la autogestión son evidentes: permite al afectado intervenir en sus problemas de forma directa y hallar la solución que más se ajuste a sus necesidades. No solo reporta, a niveles psicológicos, responsabilidad, dignidad y autoestima; a nivel social y económico es mucho más funcional y resolutivo. ¿Esperar un subsidio que no llega cuando puedes ocupar un pedazo de tierra, plantar y alimentarte? ¿Aguardar por una vivienda de protección oficial que no vas a poder pagar cuando hay más de 135.000 casas vacías en Canarias? La autogestión es más eficiente.

Los contras: tomar decisiones por uno mismo, cuando se nos enseña desde la infancia a delegar, no es sencillo. Si algo se rompe, si surge algún problema, no hay estancias superiores a las que recurrir; es la comunidad, con sus límites, la que tiene que usar su saber y fuerza para resolver los problemas. Puede que vivir así implique un coste: la necesidad permanente de autocapacitarse. Pero vivir dignamente lo merece.

Aunque suene contradictorio, ¿hay algo que puedan hacer las instituciones para hacer que iniciativas de este cariz sean de más fácil desarrollo? ¿Es posible un proyecto mixto autogestión-institución?

Un “proyecto mixto” nunca sería realmente autónomo. La autonomía implica independencia de las instituciones. No es un concepto ideológico, sino de sentido común. Quien paga manda. Si una institución interviniera, el espacio para la autogestión sería mínimo, estaría encorsetado.

Las instituciones, en nuestra experiencia, sólo han entorpecido este tipo de proyectos. Para que pudieran hacer algo tendrían que cuestionarse principios como el de propiedad privada, competencia, capitalismo, y primar otros como el de derecho al techo, a la autonomía y a la propia vida por encima de cuestiones monetarias. Y los poderes públicos no están por la labor.

Podrían quitar las viviendas que “regalaron” a los fondos buitres, acabar con las gestoras privadas de vivienda pública, garantizar suministro eléctrico y acuífero a la población por debajo del umbral de la pobreza, entregar viviendas públicas con las que especulan a indigentes y desahuciados. Es algo que está en su mano, pero no lo hacen ni lo piensan hacer.

Por lo tanto, ¿cómo podrían ayudar? No estorbando.

¿Qué podemos aprender de La Esperanza?

Una lección de capacidad: sobre el potencial organizativo de los que han sido excluidos de la vida social y política; sobre la fuerza de las mujeres como dinamizadoras, sobre la plasticidad de los niños; sobre el talento desaprovechado de todo un sector de la población arrojado a la indigencia después de años construyendo mil estructuras con sus propias manos. Podemos aprender lo difícil que es asomarse a la autogestión sin sentir vértigo, lo duro que es romper con dependencias y subordinaciones, lo complicado de tener tu vida en tus manos sin tomar decisiones contraproducentes que saboteen tu propio proyecto.

Fuente original: https://blogintrospeccion.wordpress.com/2016/12/11/son-utiles-las-instituciones-para-las-personas-sin-techo/