Editorial del próximo programa de radio


Caía la noche cuando fui secuestrada. Era un 3 de octubre cuando escacharon mi rostro contra el asfalto. Tú me viste caer y echaste a correr dejándome atrás. La cerveza corría por tu garganta, mientras que por la mía corría la sangre. Me tragó un edificio gris de entrañas negras, donde la razón es sustituida por la fuerza y por la ley de la desesperación. Me insultaron y hurgaron en mi género para intentar que me avergonzara de él. Puta, terrorista, zorra, ese era mi nombre ahora. La impotencia y la frustración se juntaban con la oscuridad, el aislamiento y el hedor. Burlas sádicas y gritos desesperados. Estaba en un calabozo del Estado español. Dos días, con dos noches, en tierra de nadie. Demasiado real para ser el infierno; demasiado infernal para ser real. ¿Dónde estabas tú mientras? ¿Presumiendo? ¿Riéndote? ¿Durmiendo cómodamente? ¿Olvidando? El suplicio seguía, imparable, hasta que salí, pisé el asfalto, respiré aire no viciado y vi el sol. Salí, y tú no estabas allí.

A mí nadie me reivindica, nadie me reclama, nadie me reconoce; porque para todos “soy de nadie”. Yo no quiero ser ni una heroína ni una mártir, pero tampoco soy una criminal ni una coartada. Soy una luchadora. Soy tu hija. Soy tu hermana. Soy tu compañera de clase. Soy quien iba codo a codo contigo en la manifestación. Soy lo que te molesta ver, porque te recuerdo quién eres tú.