Las mentiras de un alcalde

El pasado 7 de junio de 2017, en una televisión local grancanaria, le hicieron una entrevista al alcalde del PP de San Bartolomé de Tirajana. Aparte de otros temas, como arremeter contra todas las que se oponen a la destrucción del Veril, el presentador le hizo una pregunta sobre la situación de los Barracones de Juan Grande, sitos en su municipio, a instancias de un miembro del Sindicato de Inquilinas de Gran Canaria.

Este fue el trozo de la entrevista en el que habla sobre ello, editado para resaltar las mentiras que dijo:

Manifiesto contra el desalojo de 19 familias

A propuesta del Sindicato de Inquilinas de GC, y refrendado por las vecinas afectadas, se elaboró un manifiesto de apoyo a las familias de los «Barracones» de Juan Grande (Gran Canaria), amenazadas de ser desalojadas sin darles alternativa habitacional ninguna. Desde la FAGC hacemos un llamamiento a todos los colectivos sociales a firmar dicho manifiesto, como forma de apoyar a estas personas y de que se vean arropadas en su lucha contra este despropósito. Se trata de un conflicto entre un «conde» multimillonario y familias obreras, y no hay excusas para no firmar.

Manifiesto:

El pasado mes abril (2017), algunas de las 19 familias que viven en los Barracones de Juan Grande (municipio de San Bartolomé de Tirajana, en Gran Canaria) recibieron en mano una nota amenazante del conde de la Vega Grande y su hermano, dándoles un plazo de 3 meses para abandonar sus casas. De no cumplirse, usarán contra ellas todo su arsenal jurídico e influencias para que desalojen por la fuerza, y sin que tengan alternativa habitacional ninguna, los que han sido su hogares y los de sus familias desde hace décadas.

Los vecinos de los Barracones son en su mayoría los descendientes de los trabajadores del anterior conde, que vivían en unas infraviviendas que con el paso de los años, su esfuerzo y muy pocos ingresos han ido habilitando.

Los colectivos abajo firmantes manifestamos nuestra total solidaridad y apoyo a los vecinos de los Barracones de Juan Grande.

Exigimos a los herederos del conde que se detengan en sus pretensiones de expulsar a estas familias sabiendo que no tienen más opciones de vivienda.

Exigimos a las distintas administraciones que no se inhiban primando los caprichos de los herederos por encima de los derechos y necesidades de familias obreras y sin recursos. Les exigimos también que antes de que pueda producirse desahucio alguno, usen los recursos públicos que tienen en sus manos para realojar a estas familias en viviendas dignas, teniendo en cuenta siempre sus mermados ingresos.

Sin alternativa habitacional digna y asequible estas familias no abandonarán sus casas. Y nosotras lucharemos a su lado para evitarlo.

[El post original, y el listado de las organizaciones que han firmado este manifiesto, lo pueden ver aquí: https://sindicatodeinquilinasgc.wordpress.com/2017/05/17/manifiesto-contra-el-desalojo-de-19-familias/]

La okupación en cuestión

[Artículo de «CosacoLibertario» (@El_Cosaco_ en twitter) en su página]

He venido reflexionando sobre la okupación tiempo atrás, quizás desde hace varios meses, quizás un año. Y creo precisa hacer patente una visión crítica a los espacios okupados, a esos Centros Ocupados, Espacios Liberados o cualquiera de esos eufemísticos nombres que toman unos pequeños espacios donde priman ideologías anticapitalistas. Y es que en el fondo no son más que eso: espacios donde las personas de carácter anticapitalista se reúnen para realizar sus actividades propias dentro de un sistema capitalista.

Es preciso ponernos en situación, y por lo tanto, definir los conceptos y encajar la crítica en el espacio que le corresponde.

Definiremos la ocupación como el acto de ocupar aquello que no pertenece, de forma titular1, al ente ocupante(persona física, persona jurídica, colectivo, federación, estado…). A raíz de ese término, podemos destacar que la ocupación de inmuebles es el acto de ocupar un inmueble que no pertenece, de forma titular, al ocupador. Las ocupaciones de inmuebles tienen como origen diversas causas, entre las que destacamos:

  • Ocupación famélica: similar al hurto famélico, es la reapropiación o expropiación de un bien inmueble para la satisfacción de una de las necesidades más básicas, como es el derecho al techo y al hogar. Hoy en día, la FAGC nos ha brindado una gran ocasión de asistir a una ocupación famélica no de hogares individuales, sino una construcción de una comunidad bajo este precepto.
  • Ocupación política: Ocupación que cumple con la estructuración de nuevas formas políticas.
    • Okupación: ligada al Movimiento Okupa, la ocupación de inmuebles vacíos con fines diversos. No incluimos en el movimiento okupa las ocupaciones de terrenos, pues estamos analizando inmuebles.
  • Ocupación estratégica: La toma de un bien inmueble que cumple funciones estratégicas. Esta ocupación suele ser parcial, pues suele ser una herramienta de intercambio: se libera el inmueble con las condiciones que los ocupantes establecen.

La okupación

Uno de sus primeros exponentes fue la Ciudad libre de Christiania, un espacio militar que decidió tomarse como espacio público. En el estado español surgen los primeros CSO (Centros Sociales Okupados) en los años 70, concretamente a partir del 75. De estos proyectos, muchos estaban enfocados a prácticas pedagógicas, como GITE-IPES (Gau Skola), que pretendía ser una Universidad Popular; otros  enfocados a la búsqueda de un espacio que aglutinara toda esas luchas políticas, sindicales, sociales y culturales que requerían un local desde el que proyectarse, como Auzotegi Kultur Etxea; y muy al hilo de esta, las reapropiaciones de edificios sindicales, como el Salón Buenaventura, inmueble expropiado por el franquismo que la CNT reapropió. Otros, como Kan Badina, eran espacios dedicados a la acogida de inmigrantes, o Minuesa, que era una imprenta.

Como hemos apuntado, estas prácticas se realizan con edificios abandonados, generalmente pertenecientes a corporaciones, bancos o municipios. Avanzando en el tiempo, dando un salto radical hacia lo que nos compete, venimos a nuestro tiempo. Un tiempo en que las siglas nos permiten conocer qué tipo de espacio nos asiste:

  • C – Centro
  • E – Espacio
  • S – Social-Sociocultural
  • O – Okupado
  • r – re
    • rO (reOkupado)
  • A – Autogestionado, aunque en escasas ocasiones Anarquista
  • L – Liberado

Las okupaciones contemporáneas.

Las okupaciones hoy día tienen como principales temáticas el ocio, la difusión cultural y la práctica a pequeña escala de economías colaborativas. Dichas temáticas se desenvuelven de la siguiente forma:

  • Ocio: talleres, conciertos, cenadores…
  • Difusión cultural: charlas, bibliotecas, talleres (también), teatro…
  • Economías colaborativas 2 : Gestión de tiendas y mercados populares (tiendas gratuitas, entre otras), gestión de espacios dedicados a la productividad (huertos), guarderías…

Cabe destacar una última categoría, que no por ello es la menos frecuente: espacio político. Y efectivamente, esta categoría podría incluirse aglomerando a las demás, pero no lo haremos, queriendo destacar de esta clasificación que sirve como punto de encuentro entre individuos afines, aglomera y cede espacios a colectivos de diversas tonalidades políticas. Hoy los tonos que más visten estos espacios o centros son el violáceo y el negro, aunque el rojo también tiñe algunos de estos.

Crítica a los espacios okupados

Entendiendo la óptica que los espacios asisten, y los beneficios que los espacios o centros aportan al movimiento revolucionario, escribo esto sin mayor afán que una revisión para el empleo de los espacios okupados.

La okupación como proceso individualista

Dichos espacios, por lo general, y como ya apunté antes, tienen un profundo carácter individualista: tienden a aislarse de la sociedad y a creer en una panacea que no es tal. Se pierde más tiempo en la gestión de estos espacios, en intentar mantener el espacio puro que en la transformación (social) real. No asume contradicciones, y pretende erradicarlas en su seno, perdiendo de vista la causa de dichas contradicciones. Veamos cómo la pregunta de antes puede ser explayada: ¿Y ahora que tenemos un espacio libre de machismo, libre de capitalismo, libre de cualquier autoridad… qué? ¿Supone alguna transformación real, en la sociedad? ¿O si muere el espacio, morirán las conductas, y con esas personas, las ideas de ese espacio? Una característica de las revoluciones exitosas en su totalidad son aquellas que han sido capaces de perdurar en el tiempo, aunque sea bajo causas que no merecen sino mi más sincero desprecio y mi firme rechazo, aunque sea desde la perspectiva histórica: la revolución liberal de 1789, que implantó el sistema vigente; la revolución de octubre de 1917, que no sólo perduró en el tiempo, sino que es añorado aún su resultado en los países en que vivió. Y precisamente esa es una de las mayores taras a las que nos enfrentamos como movimiento libertario: Cómo perdurar en el tiempo, más allá de viejas glorias y magníficos libros.

Capital, estado y okupación

Cabe cuestionarse que estos centros sean realmente parte de algún proyecto revolucionario. La decisión de no pagar para abordar un espacio y darle un uso en actividades revolucionarias no es el hito al que hago referencia, pero esta no es una decisión profundamente anticapitalista: en los cuadros de contabilidad de cualquier empresa aparecen reflejados extravíos, pérdidas y robos, es decir, es algo inherente a su sistema, pues es considerado en las empresas una tara que asumir, al igual que el código penal castiga el delito contra la propiedad individual o colectiva, pues conocen las limitaciones de su propio sistema y apuntalan esos fallos (la cárcel no muestra sino el fracaso del estado como sistema, pero esa es otra cuestión).

El capitalismo como sistema económico se ha caracterizado por su versatilidad: ha sido capaz de tomar la autogestión y ponerla bajo su nombre. No una autogestión integral, pero sí bajo figuras económicas como las cooperativas, autónomos… es decir, ha sido capaz de apropiarse del concepto autonomía y hacerle parcialmente suyo. Y, por lo tanto, es también capaz de integrar estos espacios como forma propia: allí donde las personas se reúnen y tienen un falso sentimiento de libertad. Falso, sí,  porque la libertad, lejos de ser una abstracción individual, es una necesidad colectiva. Parafraseando a Mijail Bakunin3:

“Yo no soy verdaderamente libre más que cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres. La libertad de los demás, lejos de restringir o de negar mi libertad, es, por el contrario, su condición necesaria y su confirmación. Me vuelvo libre, en el verdadero sentido, sólo gracias a la libertad de los demás: cuanto mayor es el número de personas libres que me rodea y más profunda y más grande y extensa su libertad, más profunda y mayor se torna la mía. […]”

Es decir, cuando las personas ven la panacea en la liberación del espacio, o en su mantenimiento, o simplemente sus aspiraciones revolucionarias tratan de una actividad en un espacio con un capitalismo y un estado cada vez más restrictivo circundantes, entonces dichas personas han perdido aspiraciones revolucionarias. El cambio en un espacio puede ser útil, siempre y cuando sea centrífugo, no centrípeto.

Otro de esos  puntos que ha abordado el capitalismo de forma excelente es la permanente perfección de la productividad, a costa de investigaciones y experimentos sociológicos. Entre otros, podemos hablar de uno de sus pioneros, Elton Mayo, que descubre que dotando de descansos estratégicamente situados a los trabajadores, estos tienen mayor productividad. Así, estos espacios cumplen una labor similar, como apunta Slavoj Žižek 4. En ese espacio con aparente libertad, que se visita durante el tiempo libre de las personas, cumple una labor productiva excelente: libera las tensiones entre los más radicales, les dota de una falsa apariencia de autonomía y les limita la acción a un espacio cerrado, en el cual las molestias que estos puedan causar son un problema inferior que hagan uso de la calle como espacio liberador. Entra el segundo factor 5 (siendo el primero el capitalismo): el Estado.

Ha sido el sueño de cualquier Estado reducir a los grupos revolucionarios a espacios limitados de una forma tan eficaz. Sacar a los elementos radicales de la calle, espacio tradicional de los trabajadores 6, es su mayor conquista. Forma casi parte de una estructura penitenciaria, que además puede servir como punto de partida para la incorporación de drogas 7, si así fuese necesario, y reducir aún más la actividad de quienes enarbolan la causa revolucionaria.

Pese a ello, existe represión en el ámbito. Los espacios okupados generalmente se someten a desahucios constantes o a amenazas de desalojo. Se entiende desde una óptica del conflicto permanente: si el estado logra aparentar que estos espacios tienen tintes ilegalistas o revolucionarios, y que este los persigue con ahínco, consigue que la actividad revolucionaria se vuelque con, para y por los espacios okupados. Esto no significa que en los espacios no se realicen hitos revolucionarios, o que en ellos no se encuentren los revolucionarios, sino que explica cómo el estado embrolla y orquesta la disminución de actividad revolucionaria.

El falso sentimiento de autogestión o economías anticapitalistas

Antes me mostré desconfiado a llamar a las economías vigentes en estos espacios autogestionados, y ahora lo hago con llamarlas anticapitalistas. La autogestión no es un hecho aislado, sino una economía hecha de personas liberadas de cualquier opresión, pues la mayoría de estas afectan a la economía, como la del hombre por el hombre (capitalismo o estatismo) o la cultural (roles de género). La economía es la administración de los recursos y su distribución, y los apelativos que suelen acompañarla (socialista, capitalista…) indican el cómo ha de hacerse. La autogestionada es aquella que es de, por y para los productores. Estos centros no poseen una economía tal, pues sufren inferencias de fuera (no han decidido la moneda para dicha administración), los recursos primitivos (o la materia prima) ha sido adquirida por lo general, o bajo mano de obra de trabajadores asalariados y comprados con moneda que no se ha decidido. Podría seguir escribiendo sobre ello, pero nos alejaría del asunto que nos compete.

La economía que en estos centros se lleva es más parecida a las economías colaborativas antes citadas, pero sin ánimo de lucro (aunque las economías colaborativas no llevan intrínseco el ánimo de lucro): es la colaboración de personas que comparten capacidades o recursos para satisfacer dichas necesidades.

Los centros como bastiones revolucionarios

Los espacios okupados son una buena herramienta que hay que explotar con sus debidos usos. Los usos que hoy se les dan son merecedores de halagos, pero a su vez favorecen lo que anteriormente he citado. Tenemos que dotar a estos espacios de una lucha política más intensa.

La analogía de estos espacios con bastiones es muy necesaria. Estos espacios tienen que estar preparados para ser defendidos, ¡en efecto! Pero también tienen que ser centros neurálgicos de ataque. No se puede sostener una lucha revolucionaria de la defensa de espacios. Tampoco se puede argüir que la toma de estos ya es por sí un ataque, pues como antes dije es una falacia. De la defensa sólo se espera no ser derrotado, con el ataque hay esperanzas en las victorias.

¡Que los centros acojan a los forajidos! ¡Que los centros acojan a los ilegales!

¡Que sean bastiones revolucionarios, y no obras caritativas!

  1. Hace referencia a la titularidad legal
  2. Han surgido también nuevas formas de economía colaborativa fuera de esta gestión obrera, y muchas con fines lucrativos: blablacar, Wallapop… No hago referencia a estas economías, y soy reticente a llamar a estas economías autogestionadas
  3. M. B. (1871) Dios y el Estado, Capítulo Dios y el Estado.
  4. S.Z. (2013) 6th subversive festival. Link aquí.
  5. El segundo en aparecer por el orden en que he decidido estructurar este artículo, no por orden capital.
  6. David Whitehouse (2012) Los orígenes de la policía. Link aquí.
  7. @Nen__17 (2016) La guerra química del Estado, a través de las drogas. Link aquí.

Charla en Iruña

El próximo sábado 1 de abril, enmarcada en las Jornadas Anarquistas organizadas por Nafarroako Gazte Anarkistak, nuestro compa Ruymán hablará sobre la F.A.G.C.

Agradecemos a las compas de Nafarroa la invitación a participar en sus Jornadas, y esperamos que nuestra aportación sirva para enriquecer el debate sobre el «Anarquismo para el siglo XXI».

La madurez militante

(Aparecido originalmente en el nº 43 de Ekintza Zuzena, de diciembre de 2016)

Hemos de aceptar que actualmente existe un divorcio entre el anarquismo y el resto de la población. Cuando se plantea abiertamente esta circunstancia la mayoría de anarquistas suelen afrontarla con tres actitudes que considero igualmente erróneas: negación, aceptación orgullosa y desesperación por enmendarlo a cualquier precio.

La negación es fácilmente identificable y sin embargo es uno de los aspectos que menos nos cuestionamos. Es incómodo sonreír y no tener los dientes tan limpios como se esperaba. La negación parte de una concepción pueril y dogmática del anarquismo que podríamos resumir así: el anarquismo es una idea superior; sus adeptos, superhombres o supermujeres; la Anarquía (como concepto abstracto) sustituye a Dios. ¿División entre el pueblo y el anarquismo? Gilipolleces. El anarquismo es lo mejor, insuperable, incuestionable, incriticable; el pueblo es anarquista, sólo que no lo sabe ¡hay que despertarlo!; siendo los mejores y moralmente superiores al resto, nos toca iluminar al pueblo; nuestro descrédito actual se debe exclusivamente a la manipulación mediática y al tándem Estado/Capital; no tenemos ninguna responsabilidad; volveremos a ser grandes; la revolución está cerca; vamos a nuestros locales a regodearnos con esta idea.

Este pensamiento lo relaciono con nuestra infancia militante. Es lo que sucede cuando uno se entusiasma con algo de forma ciega, acrítica, cuando nos gusta sentirnos pertenecientes a un grupo por la propia idea de pertenencia (identitarismo social), pero sin necesidad de trabajar por un objetivo concreto. Es la mentalidad infantil del groupie o del hincha de fútbol; su ídolo o su equipo son intocables, matarían por él, pero todo ese fanatismo lo concentran en un objeto superior y por ello ajeno a ellos mismos. Esta idea, ingenua pero tremendamente autodestructiva, no acepta ni admite el autoanálisis ni la autocrítica necesaria para detectar fallos, implementar estrategias y hacer que los objetivos anarquistas puedan dotarse de realidad a corto plazo. Ha sustituido la militancia real por las consignas, la simbología, los mitos y el folclore. Su campo de trabajo es la nostalgia y la escolástica; construir la revolución hoy, día a día, destruiría su idealización de un movimiento y un pasado.

Tenemos después la aceptación orgullosa ante esa separación con la gente de a pie. Puede que esta actitud sea el resultado de una salida traumática de la anterior etapa, de un choque con la realidad; puede también que sea el fruto de un contacto poco satisfactorio con los demás. Este período de descreimiento y hostilidad hacia el resto, de encerrarse altivamente en un mismo, lo asocio con la etapa adolescente de nuestra militancia. Esta actitud, entendible en un principio, poco a poco tiende a degenerar en la más abyecta autocomplacencia.

Como anarquistas es lógico sentir aversión hacia a lo que nos rodea, no sentirse identificados con la sociedad que nos ha tocado, sentirse distanciados de sus usos y costumbres, humillantes y opresivos. Pero la cuestión es si esta distancia la sentimos hacia la opresión o hacia los oprimidos. Hay gente muy orgullosa de su anarquismo, tanto que lo considera un artilugio exquisito y complicado, de uso restringido, no apto para ineptos. Creen situarse con Albert Libertad en su oposición a los pastores y a los rebaños, pero sólo odian a los rebaños, y del rebaño a las ovejas más raquíticas y tullidas. Buscan grados de perfección, encerrados en herméticos círculos de retroalimentación, y todo lo que suene a popular, inculto, sucio, pobre, “lumpen”, les da alergia. Como los anteriores, pero en este caso con desprecio hacia la “gente normal”, no quieren mezclarse con nada que no huela a ideología, porque cualquier contacto con la realidad rompería su perfecto concepto de una idea de invernadero, protegida de la luz y el aire tras un cristal. No pueden enfrentarse a la contradicción, al error, al fracaso. No sienten empatía, y su anarquismo es un monstruo cerebral pero sin corazón ni entrañas. Piensan a sí mismos en clave anarquista, y le ponen al término bonitos apellidos, pero son tristes aristócratas. Pueden sentirse amparados por Stirner, Zo d’Axa o La Boétie y su férula contra la servidumbre voluntaria, pero la verdad es que siguen ciegamente a Nietzsche, Sade o Spencer en el desprecio hacia el esclavo, recitando aquello de “que los pobres y débiles perezcan, primer principio de nuestro amor a los hombres. Y que se les ayude a morir”1. Sienten por la “plebe” lo mismo que el marqués o el empresario, pero lo disimulan tras la bandera negra y la jerga intelectual robada de la última novedad editorial. Ya lo decía Agustín Hamon: “contemplan al pueblo desde las serenas alturas donde moran y que la vil multitud jamás alcanzará. Se creen y se llaman a sí mismos superiores a la raza humana. Son libertarios… para ellos y autoritarios para los demás”2. Son el paso previo a una senectud amargada, incapaz de establecer contacto con la realidad, con sus actores, con la gente de carne y hueso; incapaces de contactar con la vida al fin. En su mente todo es perfecto, ¿por qué exiliarse de ella y salir a la calle? No moverse, quedarse quieto, ese es el secreto de la perfección; si no te mueves no hay margen de error. Quizás no sean felices, pero lo encubren tras una terrible sensación de superioridad que les hace sentirse orgullosos de no querer saber nada de los problemas de los demás; problemas que quizás, sin darse cuenta, puedan ser los suyos mismos.

Finalmente tenemos la desesperación, aunque desapasionada, por corregir esta situación. Quizás se provenga de las dos anteriores etapas, se esté cansado y ahíto de tanto tiempo perdido. Se ha crecido, emocional y biológicamente, y las malas experiencias, tanto con la irreflexión folclórica como con el esnobismo, ha llevado a tirar mucho equipaje ideológico, a aborrecer tanto purismo anarquista y a querer implicarse justo en lo que se cree lo contrario a lo que los anteriores defienden. Se busca seriedad, romper con los clichés, pero se tiene ya poca energía para crear nada nuevo y trazar la propia vía. Es lo que identifico como la vejez del anarquismo.

En esta etapa, por simple oposición, por agotamiento y renuncia, se traspasan todas las líneas rojas que uno mismo se había fijado para no parecerse a ese poder al que tanto se despreciaba, se acaba confundiendo la tolerancia con la renuncia, y se acaba apoyando la vía institucional o partidista. Es el momento en el que para centrarse se acaba en realidad desorientado, sin norte. Ya no se ve mal contemporizar con los partidos, cualquier aversión hacia ellos parece un prurito dogmático. Colaborar con lo institucional, votar, pierde su importancia; cualquier oposición a esto es una reminiscencia de estrechez tribal. Se cree que para aproximarse al pueblo hay que dejar de mostrar oposición a los mismos elementos que lo han despojado y destrozado, contemporizar con quienes lo saquean o manipulan. Al final, los militantes que han caído en la decrepitud, que no han sabido hacerse mayores de forma natural, defienden algo que no conserva ningún rasgo diferenciado con respecto a cualquier otra idea o práctica, nada que lo singularice lo suficiente de lo que predican los partidos o los sindicatos amarillos como para llamarlo anarquismo. Conservan el nombre por inercia, por rutina, porque son muchos años portándolo y el resto del espectro político está copado. La realidad es que se ha perdido cualquier atisbo de rebeldía, de oposición a ley, de carácter revolucionario; ya sólo interesa la parcialidad como meta, la concertación como fin, el mínimo como máximo. Se habla de comunismo libertario, pero tal y como los religiosos hablaban de la tierra prometida: una promesa de futuro que no llegaremos a ver. No queda nada trasformador. Todo se ha perdido, salvo el nombre.

A estas etapas pienso honestamente que hay que contraponerle la simple y llana madurez3. Hay momentos en los que comprendes que no necesitas la mitología para realizarte, ni la identidad grupal; que los tiempos de ritos iniciáticos han pasado; y que parecerse a quienes nos degradan y postergan, hacer las paces con ellos, no es un signo de amplitud de miras sino de rendición incondicional.

Podemos acercarnos al pueblo sin idealizarlo. Si se toma partido por su causa no es por sus cualidades y virtudes, sino porque en esta guerra son los damnificados, los que van perdiendo. Cuando intervenimos en una pelea no nos paramos a pensar si la víctima agredida le da un beso a sus hijos antes de acostarse o si respeta la vida de los animales; intervenimos aunque a lo mejor estamos ayudando a alguien que no es mejor que su agresor. No hace falta idealizar al que se lleva la peor parte para tomar partido. Cuando hablamos de las civilizaciones precolombinas, ¿necesitamos idealizarlas, mostrarlas libres de jerarquía, propiedad e injusticias para condenar y oponernos a la masacre que padecieron? No es necesario. Se puede uno acercar al pueblo aceptando sus fallos y contradicciones. Son muchos años de condicionamiento, de domesticación, no podemos pretender romper millones de cadenas mentales de un solo golpe. ¿Qué somos si no nosotros mismos? Parte de ese pueblo: una parte igual de sucia, de fea, de maloliente, con sus mismas mezquindades, prejuicios y estrecheces. Hemos de mirarnos al espejo, ver qué éramos antes de creer que habíamos aprendido cómo funciona el mundo, y cómo seguimos siendo en la intimidad y sin auditorio. Una parte, sin embargo, que pudo darse cuenta de su situación siguiendo un proceso que a nadie le está vedado, aunque se produzca de distintas formas.

Hemos de acercarnos a la gente a cara descubierta, sin renegar de lo que somos, con nuestros bártulos y herramientas, pero no para guiarla, sino para construir con ella. Basta de pensar que sólo podemos acercarnos a la gente a través de la caridad y el asistencialismo, de pensar que nos odian sólo por desconocimiento cuando a veces es porque nos conocen demasiado bien. Nos gusta hablar de quebrar la ley en lo teórico, incluso de participar en un acto catártico durante una manifestación, pero no somos conscientes de que se puede romper esa misma ley a favor de los intereses del pueblo y no contra los mismos. Cuando se okupa y se comparte, cuando se expropia y se socializa, cuando se para un desahucio a través de un piquete, la ley queda rota y la gente se siente identificada con lo que la han hecho añicos. Cuando salimos de nuestro ambiente, de nuestra zona de confort, surgen las contradicciones, pero también la única oportunidad de enfrentarnos a ellas y rebasarlas. Cuando analizamos la insolvencia y en vez de contemplarla resignados nos planteamos organizarla, plantearla no como una fatalidad sino como un desafío, podemos estar en disposición de crear sindicatos de inquilinos, organizaciones de deudores, de insolventes. Plantearnos como parte de un programa a largo plazo metas como las fijadas por la Comuna de París en 1871: liquidación de alquileres y cancelación de las deudas. E ir construyendo esto a base de efectividad, con acciones concertadas de impago. Convertir lo que va a pasar contra nuestra voluntad en un acto voluntario; lo que es una tragedia personal en un acto de resistencia colectivo con contenido político reivindicativo. Pasar a la acción.

Propuestas como estas, y muchas otras, más imaginativas y mejor planteadas seguramente, están ahí, en la calle, esperándonos. Los barrios, duros, cargados de códigos, de capitalismo desnudo, sin pretextos intelectuales, y en los que diariamente la solidaridad se da de hostias con la crueldad, requieren mucho trabajo de campo. La etapa madura de la militancia pasa por darse cuenta de lo que no se quiere ser, pero también por asumir que a veces hay que trabajar donde nadie más quiere, donde la situación no es cómoda; pasa por asumir lo desagradable como parte de nuestra vida, pues esa es la única forma de poder cambiarlo. Consiste en dejar los manuales a un lado y experimentar por uno mismo. Consiste en no resignarse, ni con la injusticia, ni con la revolución de papel, ni con el pacto como antídoto de la subversión. Consiste en contemplarse al espejo con toda la aplastante sinceridad del reflejo, sin quitar la vista de los defectos, de las flacideces, de las cicatrices, sin ocultar lo que se es, viendo también las virtudes y potenciándolas, sacando partido de nuestra osadía, de que no han podido corrompernos, de que no estamos en el ajo y tampoco podemos seguir al margen. Consiste, simplemente, en tener una mirada muy limpia y unas uñas muy sucias.

Ruymán Rodríguez


1 Friedrich Nietzsche, El Anticristo, 1888.
2 Auguste Hamon, Psicología del Socialista-Anarquista, 1895.
3 Advierto que no se debe confundir mi analogía con la edad cronológica. Hay militantes eternamente infantiles o adolescentes, otros que ya nacieron en la vejez y algunos que con independencia de su edad representan esa madurez de la que hablo.

Solidaridad económica con Ruyman de la FAGC

El portal libertario «A las barricadas» inició el 28 de febrero una campaña para recaudar fondos para nuestro compañero Ruymán. Más abajo ponemos el enlace a dicha campaña, para no duplicar contenidos y porque lo van actualizando.

Desde aquí, lo que queremos manifestar es nuestro inmenso agradecimiento al portal, a las compas que tuvieron la iniciativa de realizar dicha campaña, y a toda la gente que está aportando su pequeño grano de arena para poder enfrentarnos a nuestro secular enemigo en este montaje represivo-judicial.

Enlace a la campaña:

http://www.alasbarricadas.org/noticias/node/38081

Encuentro y charla con la Asamblea de Firgas

Recogido del facebook de la Asamblea de Firgas:

https://www.facebook.com/asambleadefirgas/

Aquí su blog: http://asambleadefirgas.es/index.php

Ayer [por sábado 25 de febrero] celebramos en el centro socio-cultural La Casa Verde un interesante encuentro con miembros de la Federación Anarquista de GC, la comunidad «La Esperanza» y el Sindicato de Inquilinas de GC. Ruymán explicó cómo la necesidad de asegurar techo, abrigo y pan a muchas personas les llevó a desarrollar el proyecto de la Esperanza. También detalló cómo habían resuelto los conflictos de organización e incidió en los numerosos obstáculos que pone el Estado para desmontar un proyecto basado en el apoyo mutuo y la acción directa que cuestiona sus pilares más fundamentales. Agradecemos enormemente la excelente disposición y el interés sincero que han demostrado en venir a Firgas para compartir su experiencia y esperamos devolver la visita lo antes posible.