Quien ignora al fascismo lo siembra; quien lo teme, lo cosecha


El Fascismo es el último refugio del Capitalismo cuando el pueblo empieza a descifrar la decadencia de este último. Es la panoplia defensiva tras las que resguardarse y atacar cuando se ejecutan recortes y se lanzan medidas contra la clase más pobre y más numerosa. ¿Por qué? Porque cuando no se puede engañar, cuando no se puede explicar ni excusar algo, se hace bajo el sello del “Ordeno y Mando”.
El fascismo es la mítica que intenta inocularse en el llamado “imaginario colectivo” para que el pueblo empiece a rogar, a las mismas esferas que lo oprimen, la irrupción de un “hombre fuerte”, la aplicación de “mano dura”, la búsqueda de un “dogma redentor”. Históricamente, y lo hemos advertido ya muchas veces, a cada momento subversivo y de corte revolucionario le ha sucedido una contra-revolución reaccionaria (de ahí viene el término “Reacción”, de la contraofensiva de Fernando VII a las sectores más radicales en tiempos de las Cortes de Cádiz). Sucedió después de la Comuna de París en 1871; después de la ocupación de fábricas en Italia (1920) con la aparición del Fascismo; con las secuelas de los consejos de Baviera (1918) y la gestación del Nazismo; con la Revolución social de 1939 y la instauración del Franquismo en España. Nos sucede ahora, cuando después del auge de los movimientos sociales y libertarios en Grecia se produce, curiosamente, un despegue de la extrema derecha. Y es lo que se pretende que suceda, después del 15-M en el Estado español. Es lo que ahora que empieza a consolidarse un Movimiento anti capitalista, revolucionario y anarquista, pretende hacerse también en Canarias. Y esto es así porque el fascismo también es otra cosa.

El fascismo es la herramienta desestabilizadora de violencia callejera que usa el Estado cuando quiere iniciar la guerra sucia contra las organizaciones contestarias. Los fascistas son la jauría de perros rabiosos a los que el Estado les suelta la correa cuando quiere, mediante la táctica del terror y la provocación, hostigar a los que empiezan a cuestionarse la “sacra unidad de España” o a los que transcienden de esto y se cuestionan la propia existencia y conveniencia del sistema jerárquico. El fascismo es la bala; el Estado la pistola.
Cuando el fascismo arriba a un lugar, trata de instalarse de forma invasiva, a golpe de coacciones, reproduciendo la táctica de la “conquista”. Es necesario por tanto, que le aplastemos la cabeza a esta hidra antes de que salga del nido. Hay que arrancarla de raíz, asfixiarla en la cuna, antes de que crezca y se reproduzca. Si pisamos las larvas no tendremos que preocuparnos de los gusanos
Sin embargo, alertamos del peligro de cifrar toda nuestra actividad en conjurar esta amenaza. Pues también es una de la tácticas del Poder darles rienda suelta a esta gentuza para que se conviertan en la principal obsesión de los movimientos revolucionarios (hasta tal punto de que si no existe “el contrario”, acaban por fabricarlo). Somos Antifascistas, pero también somos algo más que Antifascistas: somos Anarquistas porque nuestra negación es más agresiva y más profunda. Negamos el fundamento mismo del principio de autoridad, negamos las bases de respeto a la legalidad, de obediencia a la fuerza, de seguridad en la mayoría, de subordinación a las normas que hacen que el “perfecto ciudadano” pueda albergar en su interior al “perfecto fascista”.

A veces para dar la cara, hay que tapársela


Hemos visto ejércitos policiales trepanar cráneos a golpes de porra; levantar cueros cabelludos con sus pelotazos de goma; dar patadas y puñetazos a diestro y siniestro (incluso a quienes, absurdamente, los defendían); humillar, vejar, acorralar y amenazar; hemos visto todo esto y nuestra mirada se ha desviado, no obstante, hacia los que no ejercían más violencia que la de prepararse para la autodefensa.
Todo esto me recuerda a esa gente que, viviendo inmersa en el mayor robo financiero de la historia, en el gran desfalco producido por la bancocracia, asistiendo a casos como el de Bankia y sus adláteres, todavía lanza diatribas contra personas como “El Solitario”. La “inmoralidad” de la “moral propietaria” ha hecho mella en nosotros y preferimos atacar a quien roba un banco que a quien usa un banco para robar. De igual modo, ante un escuadrón armado hasta los dientes, con pistolas de fuego real al cinto, con vehículos que pueden cascar huesos como nueces, preferimos atacar, “por violentos e insensatos”, a quienes van armados con endebles palitos y se cubren con tapas de cubos de basura.  

Estamos tan mediatizados, somos animales tan acostumbrados al hábitat de los mass media, tan domesticados por la televisión, que hacemos propio el discurso de la propaganda gubernamental. Estamos tan inmersos en esta sociedad policial, estamos tan policializados, que la mayor parte del tiempo tenemos al “policía interior” fuera, y no nos falta tiempo para darle la razón a la aseveración de Stirner: “[El] celo moral que domina a la gente es para la policía una protección mucho más segura que la que le podría proporcionar el gobierno”. Sí, estamos “encelados”. También estamos tan absorbidos por el mensaje ciudadanista, hemos sido tan bombardeados por la moral burguesa, por el “decálogo del buen ciudadano”, por las teorías de conciliación del “activismo civil”, que todo lo que se sale del guión es peligroso, pernicioso, inconveniente y debe ser destruido. “Hay que ser violentos con los violentos”, esa es la piedra de toque de los demócratas de extremo-centro (transversales, se dicen ahora).
Lo más doloroso del caso es que muchas de estas críticas han venido de los propios “compañeros libertarios”. Uno creería que la experiencia en conflictos como los de Chile o Grecia nos podía haber servido para algo, pero no. Si en Chile transciende del discurso anarquista empezar a comprender a los encapuchados (El Ciudadano – La capucha no esconde: Muestra), aquí todos son “villanos”, “provocadores”, “que no respetan los acuerdos del soviet supremo”. Se pretende enviar a las multitudes a que sean golpeadas y detenidas en masa, con la ingenuidad de que no hay sitio para todos y todas (¿se les ha olvidado a los anarquistas su pasado, y como durante la República se habilitaron barcos para seguir encerrando anarquistas o como se recurrió a la “deportación”?). En vez de, si están en desacuerdo, reducir el asunto a discusiones internas, se han lanzado a la caza del zorro tal y como han hecho los medios oficiales.
Quieren prohibir “llevar capuchas y taparse la cara”, exigir que “se respeten los acuerdos del grupo convocante”, denunciar públicamente a los que “lleven mástiles sospechosos y escudos”. Absténganse entonces de hacer convocatorias populares y limítense a hacerlas privadas especificando que hay “derecho de admisión”. Cuándo entenderemos que si se convoca al “pueblo” (a la “ciudadanía”, en su jerga), esta convocatoria deja de pertenecerle a quienes la idearon desde el mismo momento en que se hace pública. Ni las manifestaciones ni los conatos revolucionarios pueden depender de los deseos y preferencias del grupo convocante en grado de preponderancia. No existe un comité que decida cómo ir a una manifestación, qué se puede llevar puesto y qué no, y si existe tiene dos nombres: o “comité central del partido bolchevique” o “comisión de fiestas y verbenas de su respectivo pueblo”.
Visto lo visto, la violencia desplegada por los cuerpos represivos, lo anormal no era llevar escudos y taparse la cara, lo anormal es que el resto no hicieran lo mismo y que le añadieran al equipamiento cascos, muchos cascos. Podemos hablar de estrategia si se prefiere, pero me niego a seguir usando esa palabra para no hablar de términos tan molestos como “delación” y tan naturales como “miedo”. Muchos hablan de “estrategia” para no hablar con honestidad y sin ningún tipo de complejo de lo que uno está dispuesto o no hacer en la lucha social, y, como han descubierto sus propios límites, quieren estigmatizar a los otros para desvirtuar la situación. Quieren convencerse de una cosa: “no es que yo me haya quedado atrás, es que ellos y ellas han ido muy lejos”. Y con ese pretexto cargan tintas contra las víctimas y dejan indemnes a los verdugos.
 ¿Que en el grupo de marras encapuchado había infiltrados policiales? Eso es evidente. ¿Que esa parafernalia facilita su trabajo? Más bien les ayuda a saber dónde deben ubicarse, pero eso lo hacen ya las banderas y por eso no prescindimos de ellas. Además, los infiltrados, en infinidad de manifestaciones a “cara descubierta”, siempre se han empotrado entre nosotros. Vistiéndose casualmente se camuflan igual, y si quieren liarla no tienen más que tirar de braga y gafas de sol, como hemos visto en multitud de ocasiones (en el propio 15-M), sin que la vestimenta de ningún sector de la manifestación fuera especialmente llamativa.
Personalmente, nunca me he tapado el rostro, pero los modernos Torquemadas están invitándome a hacerlo.
Creo que podemos disentir de lo que se nos antoje, pero sin la virulencia y el espíritu criminalizador de nuestros enemigos. Es triste contrastar cómo gente que se dice anarquista ha unido su voz a la de Fernández Díaz, Gallardón, Cifuentes, Cosidó, Fornet o Schlichting.  Ya nos advertía Elisée Reclús, pacifista hasta la médula, con respecto a los “propagandistas por el hecho” (cuyos actos desaprobaba): Personalmente, cualesquiera que sean mis juicios sobre tal o cual acto o tal o cual individuo, jamás mezclaré mi voz a los gritos de odio de hombres que ponen en movimiento ejércitos, policías, magistraturas, clero y leyes para el mantenimiento de sus privilegios”.
Hoy muchos “revolucionarios conscientes” mezclan sus voces con lo más vil de la prensa mercenaria y lo más abyecto del alcantarillado gubernamental.
Fdo.: Un encapuchado

Historia de dos ciudades

El 25-S en Madrid y en Las Palmas de G.C.

Para acceder a una crónica pormenorizada acudir al excelente trabajo de lxs compañerxs de ALB:  Leer aquí





La mayoría de nosotros solemos auto convencernos (es lo más cómodo) de que las condiciones revolucionarias “se dan”; la realidad es que más que darse “se crean”. Y, cuando son realmente revolucionarias, no las crea ni una vanguardia, ni el gobierno, ni la necesidad (no exclusivamente); las crea el factor humano: la voluntad de los oprimidos. Empero, tal y como se crean se “descrean”. Cuando un grupo de gente está dispuesta a ir más allá, a dar pasos más firmes y más lejos, cuando empiezan a perderle el miedo a la policía y el respeto a las instituciones, siempre surgen los “bomberos” internos, dispuestos a elaborar manifiestos, a descafeinar convocatorias, a elaborar asambleas amañadas por el dirigismo o el gregarismo, a “pedir paz” en momentos en los que el sistema nos escupe guerra, a interponerse entre la policía y los manifestantes para defender a los primeros, a convertir en algo festivo lo que debería ser necesariamente una declaración de insurrección permanente colectiva.
 
Hemos visto en Madrid cómo los inquisidores policiales cargaban brutalmente contra la multitud. Como podemos ver en el video que enlazamos, no faltan los gilipollas (no me disculpo por el vocablo, lo considero harto generoso) del “estas son nuestras armas”, ni los que (como puede verse en el primer video a partir del minuto 1,26) se ponen delante de la policía… ¡para defender a la policía de un inexistente peligro! En sendos casos quienes esto hacen son agredidos por la espalda por aquellos mismos a los que defienden. Empero, hay que contrastar con gratificación que un número significativo de personas, cada vez más, se defendió de la devastadora actuación policial, les plantó cara, se enfrentó con estos cuando trataban de secuestrar a algunos de sus compañeros, y, sin más armas que delgados mástiles de banderas y algún objeto arrojadizo casual, se enfrentaron a ellos.
 

Mientras esto pasaba en Madrid, en Las Palmas se celebraba un Carnaval faltando aún cinco meses para Febrero. Si en Madrid no faltaban gilipollas aquí sobraban.
Los miembros de la FAGC llegamos, a título individual, cuando ya se había producido un acto vergonzante que sí pudieron presenciar algunos compañeros más tempraneros: mientras se producían las cargas en Madrid desde la “organización” del evento (convocado por una asamblea del 15-M) se llamaba a “conservar la calma”, a recordar que “somos pacíficos”, a “no hacer nada”, a permanecer insensibles ante el dolor ajeno. Los abrillantadores de cadenas profesionales, los mamporreros, los afectados vocacionales por el Síndrome de Estocolmo, los estómagos agradecidos, los que toman parte por los agresores en contra de las víctimas, siempre merodean por este tipo de eventos. Sin embargo, es un error atribuir su pusilanimidad al pacifismo (he visto pacifistas batirse el cobre para proteger los cuerpos caídos de sus compañeros). La violencia no les repugna. Si la policía carga, no se encaran con la policía como demostración de su aversión a la violencia. Si los manifestantes responden, entonces lo hacen contra los propios manifestantes. La violencia institucional es para ellos normativa, reglada, asumible. Lo que les enfurece y preocupa, hasta el punto de convertirse ellos mismos en verdaderos violentos, es la llamada “violencia de abajo”, la “violencia como reacción”, la “violencia” que no es más que autodefensa.
Vaya por delante que sé de buena tinta que muchos de los convocantes/organizadores son gente honesta y comprometida, gente excepcional, pero eso, desgraciadamente, no atempera en nada mi crítica con respecto al resto. Alcaldes autoproclamados dando discursos sobre lo pautado y lo que estaba por pautar. Escenas sacadas, gratuitamente, de Bienvenido Mr. Marshall. Vuelta a los mismos vicios: chalecos refractantes, a modo de galones, para marcar distancias entre asistentes y “organizadores”. Intervenciones teledirigidas en pos de los acuerdos previos. Insistencia enfermiza en focalizar el asunto en torno al 15-M, cuando la gente acudía allí por la convocatoria de lo que suponían un evento nuevo: el 25-S. Políticos profesionales tendiendo redes o cañas, o aspirantes buscando a los pies de qué poltrona poder acurrucarse. Total desentendimiento de la gente que allí asistía, de los individuos, hombre y mujeres, que tenían otras expectativas. En todo momento se trató de encarrillar el sentido de las intervenciones. Pero los pastores no pudieron contener mucho tiempo las pulsiones de unas cabras que cada vez ven más cerca el monte.
Mientras se debatía (más bien ratificaba, con términos desnaturalizados) la necesidad de una Asamblea Constituyente, algunas personas, en términos bastante autoritarios, o contemporizadores, hicieron alusión al tema de la “violencia”, causando cierto revuelo.  En ese momento uno de nuestros compañeros de la FAGC intervino y (después de establecer la diferencia entre una Asamblea Constituyente y la asamblea entendida como método de decisión popular ajeno al poder) podemos resumir el meollo de su breve alocución en estos términos: “Decís que sois pacifistas, pero hay una gran diferencia entre ser pacifista y ser manso. Y lo que yo veo aquí es un acto de mansedumbre colectiva. Mientras en Madrid hay 15 detenidos [en ese momento], aquí nos entretenemos en celebrar un carnaval y en discutir sobre el sexo de los ángeles, cuando deberíamos decirle a esta gentuza [señalando a la Delegación de Gobierno]  que son unos asesinos. Llevamos demasiados siglos de discursos. Nos sobran los discursos, porque lo que faltan son los actos, las acciones reales. Ningún sistema puede cambiarse con palabras”.  A esta intervención le sucedió el grito popular de “¡Disolución de los cuerpos represivos!”. La gente, no obstante, estaba descontenta desde mucho antes.
Personas de avanzada edad gritaban: “¡Sólo queréis meteros en el sistema, y no es posible cambiarlo desde dentro!”. Y cada vez más desengañadas empezaban a barajar la idea de irse. Sin embargo, esta intervención, y las que sucedieron, conectaron con ellos. Un compañero del 15-M, caracterizado, el año pasado, por su mesura, actitud comedida y conciliadora, y por su fervor religioso, acabó, después de glosar valientemente su difícil situación personal, por citar a Alberto Vásquez Montalbán: “Hasta que no se cuelguen a 50 políticos y 50 banqueros esto no se arregla”. Este cambio radical, presionado por las circunstancias, nos impactó o conmovió a casi todos.
La dinámica siguió así un rato más. Gente ajena al sucio juego del politiqueo extraparlamentario, no intoxicados por filias y fobias, ideológicamente vírgenes, de edades “respetables”, se nos acercaban y decían: “No somos anarquistas, pero tienen toda la razón en lo que han dicho. Esto no se cambia con palabras, hace falta actuar…”.
La conclusión es que el mensaje del sector más moderado del 15-M, netamente político, impermeable a cuestiones integralmente económicas y sociales, que conseguía cuajar con un importante número de la población el año pasado, ahora está obsoleto. Un mensaje dedicado exclusivamente a una clase media (como decía un profesor argentino refiriéndose a algunos protagonistas de los cacerolazos: damnificados pero no oprimidos) que sentía perder calidad de vida y poder adquisitivo, no puede tener ninguna relevancia ni actualidad ante un público que nos hablaba de que ya no tenían ni casas que dar para la patética “dación en pago”; de que les acuciaban importantes problemas médicos sin cobertura posible; de que eran perseguidos por su condición de “ilegales”; de que no tenían un plato de comida que poner en la mesa. Hablarle a esta gente de nuevas elecciones, reformas de la Constitución y cambiar la Ley Electoral es insultarles directamente a la cara.
La situación está más que madura para la lógica del discurso anarquista: libre acceso al consumo (comida y techo para todos), socialización de la tierra y demás medios de producción, autogestión directa de los asuntos económicos por parte de los trabajadores/consumidores y de los asuntos políticos por parte de los habitantes de cada comunidad humana.
Sin embargo, para que este mensaje llegue hay que estar inmerso en las luchas populares y estar dispuesto a mancharse con sus lágrimas, derrotas y combates. Esta “Historia de dos ciudades” ha demostrado, en definitiva, que tanto en los actos más combativos como en los de menor intensidad es necesaria la presencia del discurso anarquista. A nadie se le persuade desde el sofá, y difícilmente pueda hacerse “propaganda por el hecho” a golpe de teclado. No ya inhibirse (lo cual, aunque triste, es respetable), sino insistir en sabotear actos que sólo a la potencialidad del pueblo corresponde saber si se podrán sobrepasar, es una actitud suicida. Si lo pensamos bien la Revolución del 36 nunca se hubiera dado si los anarquistas lo hubiéramos interpretado como una simple “militarada”. El quietismo aísla; el boicot, a cualquier forma de movimiento, espanta.
Los actos sucedidos han demostrado que no es misión de los anarquistas ser el palo en la rueda de tal o cual convocatoria de indescifrables resultados; si hay que romper una rueda que sea provocando un descarrilamiento adecuado. Ya lo decía Simone Weil: “No me gusta la guerra. Pero en la guerra siempre me pareció que la situación más horrible era la de los que permanecían en la retaguardia”.  
Fdo.: Un observador harto de observar

Ni al margen, ni en el ajo

Ni al margen, ni en el ajo

Nos sobran los motivos para rebelarnos.
Según todos los autodenominados “expertos” y “especialistas”, los sociólogos de renombre, los economistas más galardonados, los periodistas burgueses con más experiencia, sería de lo más lógico que se produjera una Revolución, o al menos una revuelta generalizada, en el Estado español tal y como se ha dado en el resto del norte de África o en Grecia. Lo ilógico, según sus análisis, es que aún no se haya producido nada más allá del 15-M.
Esto ocurre en gran parte porque los supuestos opositores al sistema, los contrarios al régimen, no saben más que dar palos de ciego. Si el problema que tenemos entre las manos es esencialmente económico y social, distraemos la atención y lo llevamos al terreno nacional. Mientras la gente se ponga a plantearse pseudo independencias parciales (la supuesta independencia de una comunidad humana con respecto a otra) y no independencias integrales (no sólo la de una comunidad con respecto a otra, sino también la de una comunidad con respecto al Estado, y la de los individuos que componen dicha comunidad con respecto a la misma y a su modelo, si así lo quieren, identitario colectivo) el problema de fondo, la dinámica de ricos y pobres, de desposeídos y poderosos, seguirá intacta, aún bajo el cambio de bandera. La palabra Autonomía significa “regirse uno mismo por sus propias normas”, y si reconocemos esto como válido para un pueblo, no lo es menos para cada uno de los individuos que lo componen.
Siendo, como hemos dicho, económico y social el problema, la gente en desacuerdo con el sistema sigue viéndolo en su mayoría en términos estrictamente políticos. Ninguno de ellos habla de cambiar el sistema económico, a lo más de modificar algunas cosas bajo un régimen de propiedad privada y mercadocracia; todos se emperran en creer que cambiando la Constitución, sustituyendo un gobierno por otro y modificando la ley electoral podrán transformar algo, cuando todas esas cosas ya han sucedido sin obtener más que una nueva reformulación de la mecánica del engaño.
Se insiste a su vez en la falsa disyuntiva Monarquía y República. Como si mantener a un Presidente de la República fuera menos gravoso que sostener a un Monarca. Es absurda la idea según la cual la situación del siervo es menos humillante si el puesto del amo es rotativo que si es indefinido. No creo que sea menos homicida el asesino que se turna con otro para darnos las puñaladas que el que es “fijo”.
La política, con minúsculas, es un juego muy sucio, y todos los que se meten en ella acaban manchados. La gente que dice haber descubierto parte de la mentira, sigue fiel a estas pautas del autoengaño. Si saben que los sindicatos oficiales traicionan cualquier lucha nada más iniciarse, comentan en la trastienda: “sí, pero sin CCOO y UGT no se va a ninguna parte”. Si blasonan de nacionalistas y anti españolistas, acaban pactando, reuniéndose y cogiéndose de la mano con los que consideran “colonialistas”. Si son obreristas y están orgullosos de representar la “ortodoxia de izquierda”, acaban colaborando con aquellas organizaciones, partidos y sindicatos a los que consideran “burgueses”. La cosa es salir en la foto aunque sea con el diablo. Parece que todo son consignas que ni ellos mismos se creen, y que sólo sirven para que las engulla el pueblo, mientras que los “enterados”, los que están en el meollo, no se toman en serio ni su propia propaganda.
Pero no quedamos exentos los anarquistas de esta crítica. Nosotros y nosotras, conocedores del percal, deberíamos diseñar una estrategia propia, sumándonos a todas las luchas populares, pero esforzándonos en ir construyendo dinámicas de actuación propias. Es absurdo que gastemos un solo segundo en boicotear acciones como la del 25 de septiembre, cuando, si los hechos rebasan a los primeros actuantes y organizadores, la fuerza de los acontecimientos nos obligarán a sumarnos. Aun detectando el mal circundante, como hemos hecho en esta misma crítica, es necesario gastar sólo la munición imprescindible en revelar las contradicciones de esta gente, porque nuestros objetivos prioritarios tienen que ser otros distintos. Debemos detectar los problemas de los oprimidos, de los que somos parte, y diseñar una hoja de ruta de acciones contra sus causantes. Debemos empezar a articular una respuesta que vaya dirigida, exclusivamente, contra los de arriba y que aspire a socavarlos. Debemos también ser conscientes de que el Anarquismo no es está dirigido sólo para anarquistas, y que la Anarquía no podría ser jamás, pues sería una contradicción en sí misma, un enclave reservado para Anarquistas. Como dice Andrés Mombrú: “La verdadera libertad no es imponerle a la gente un sistema aparentemente libre, sino que la gente viva realmente del modo en que quiere hacerlo. De repente, podrá no gustarme, pero la imposición de cualquier visión hegemónica es autoritaria, incluso cuando lleva el nombre de anarquismo”.
Los anarquistas, aun si no queremos coordinarnos y sólo contamos con individualidades, siempre valiosas, hemos de abandonar el anarquismo contemplativo y meramente teórico. La necesidad de “gurús teóricos”, de los que divagan, pero no trabajan, crea monstruos. Necesitamos articular un anarquismo combativo, vivencial y empírico. Ya lo decía Bakunin: “Tengo la convicción de que ya terminó el tiempo de los grandes discursos teóricos, impresos o dictados. Durante los años pasados, se desarrollaron más ideas de las que bastarían para salvar el mundo. Los tiempos ya no son para las ideas, sino para los hechos y los actos”.  Esa debe ser la premisa de los anarquistas, la premisa de los que, como decía Chicho, no estamos “ni al margen ni en el ajo”.
 
Fdo.: Teresa Azotacalles      

La Policía seguirá cargando mientras no haya respuesta

Lo acontecido con los estudiantes –y algunos de sus familiares– el 14 de septiembre en Las Palmas de G.C. delante del Rectorado, es ya parte del triste corolario que llevábamos sufriendo en la isla desde hace demasiado tiempo. La policía carga, rompe narices, revienta cuellos o cajas torácicas, contusiona espaldas, brazos y piernas, y “aquí paz y después gloria”. Se sacan fotos –con suerte y si hay sangre–, la prensa –si le cuadra– se hace eco (sin cargar mucho las tintas, por supuesto), las distintas organizaciones sociales sacan comunicados de apoyo y… hasta la próxima.
Parece que a nadie le duelen lo suficientemente las imágenes –salvo a los que salen en ellas– como para prepararse y organizar una respuesta concertada. Esto ya lo hemos vivido el 1º de Mayo y el 18 de junio. Que un presidente autonómico empuje a una estudiante; que la policía se ensañe con gente, en su mayoría, menor de los 25 años; que la policía escolte a un grupusculillo fascista que abandona el acto con el brazo en alto; que la brutal actuación policial fuera solicitada por el propio Rector (que ha reconocido públicamente que tenía previsto que hubieran altercados); que este día 15 de septiembre muchas “fuerzas de izquierda” (ambos términos discutibles) se inhiban de lo sucedido y marchen junto a los represores de estos estudiantes (amén de otros sectores no menos coercitivos, como Guardia Civil y asociaciones de Militares); sería motivo más que suficiente para que todas las organizaciones sociales se coaligaran y empezaran a diseñar una acción concertada contra los altos cargos de la ULPGC, contra el puerco (nuestras excusas a los porcinos) de Paulino Rivero y contra los cuerpos represivos del Gobierno (autonómico y estatal).

Basta ya de comunicados que no nos servirán ni como sudario la próxima vez que a los terroristas policiales se les vaya la mano. Es hora de organizarse y de prepararse, de hacer una acción concertada contra esta oleada represiva. Es hora de responder.
El derecho a denunciar las injusticias que se sufren en carne propia es un derecho que se toma, no que se otorga. El derecho a la autodefensa es un derecho del que ninguno estamos exentos, un derecho del que nadie queda excluido, ni a la hora de ejercelo, ni a la hora de recibirlo. Defenderse de una agresión policial no entra en una categoría distinta que defenderse de cualquier otro tipo de agresión. El uniforme no otorga carta blanca ni patente de corso, no hace que el victimario transcienda de su condición de verdugo, no lo indulta de la rabia popular.
El 17 de septiembre nos concentraremos contra los sindicatos amarillos (CCOO y UGT) para evidenciar lo que en verdad son ante su negativa de convocar una Huelga General, pero lo haremos también bajo otro lema: “Vergüenza me daría manifestarme con la policía”.
Es hora de demostrarles a los represores y sus cómplices el alcance de nuestro sentido de la dignidad, es hora de demostrarles que, como decía Bakunin, “un día el yunque, cansado de ser yunque, pasará a ser martillo”.
 
¡Toda nuestra Solidaridad con los Represaliados!
¡Todo nuestro Odio contra los Represores!
 
 
Un miembro de la FAGC
 
 

Preparémonos para La Batalla de Otoño

            Los momentos históricos se miden por las acciones de las personas a las que les ha tocado vivirlos. Esto es por lo menos lo que pasa cuando se consigue transcender de la historia-propaganda y se llega a la historia real, la historia marginal (en los márgenes). Y hay concretos momentos históricos en los que la historia de los márgenes adquiere tanto peso que aun la historia oficial no puede ocultarla, momentos de confluencia. Pues bien, éste es uno de esos momentos.
            Asistimos a la descomposición de un sistema que ya nació siendo decadente. El Sistema, la civilización del peculio, ha muerto; pero aún no está enterrado. Murió en 1929 en Nueva York, en el 2000 en Argentina, y seguimos construyendo nuestras vidas alrededor de dicho cadáver. La muerte no es suficiente; los microorganismos siguen colonizando un cuerpo años y años después de su muerte (aquí existe la salvedad de que es el cadáver el que nos coloniza a nosotros). Es necesario incinerarlo y aventar sus cenizas.

            Puede que alguien pregunte: “¿por qué íbamos a tener que hacer eso?”. Muy sencillo: porque el sistema capitalista nos está matando. Posiblemente el capitalismo se haya cobrado actualmente más víctimas silenciosas que ningún otro sistema (ninguno ha durado tanto, ninguno ha conseguido con tanta solvencia hacer al muerto de hambre responsable de su defunción y al esclavo apologista de su esclavitud). Y la mejor forma de reducir este sistema a cenizas es socavando sus bases desde la raíz.
            El sistema ha decretado que los parados de larga duración han de ser pastos del hambre o de la caridad. Pues bien, ya se ha iniciado una vía de recuperación social que en estos momentos debería ser una prioridad para toda suerte de activismo porque pasará a ser, si no lo es ya, la prioridad de todo desempleado y de todo excluido: los burgueses le llaman pillaje, nosotros, expropiar donde sobra para repartir donde falta. Hablamos de la redistribución directa de la riqueza, de la toma del pan y la sal, de la expropiación de tierras incultivadas y supermercados.
            Las organizaciones libertarias, y especialmente los sindicatos, deben replantearse lo que pasa cuando una organización legalista, también un sindicato, les empieza a adelantar, en aras de la necesidad de sus afiliados, por la izquierda. El SAT se ve obligado a usar, ante las circunstancias, una táctica anarquista: el no respeto a la legalidad o ilegalismo. Nos es lógico que los padres del invento no les imiten. Congratula ver a muchos sindicatos posicionándose a favor del SAT de forma activa y marchando con ellos. Otros aún creen que la vía de la resolución de conflictos laborales (en una coyuntura en la que el trabajo empieza a ser considerada una “mercancía de lujo”; paradójicamente, inaccesible para el que la vende, no para el que la compra), la competencia directa con CCOO y UGT, y el discurso netamente obrerista –en detrimento del social– son el único camino, y, “como organización de masas”, aspiran a que los actos ilegales los realicen otros porque no está bien que los sindicatos se metan en esas cosas. Pues bien, un sindicato que cree en la constitución de leyes, que cuenta en sus filas con legalistas consumados, diputados y ex diputados, les ha demostrado que no. Las circunstancias obligan, y obligarán a todos, a abrazar la ilegalidad. Alcanzar ese sindicalismo integral del que hablaba Luis Andrés Edo empieza a ser cuestión de supervivencia.   
            El sistema también ha decretado (a través de uno de sus gobiernos títere, poco importa que sea PP o PSOE) que los ancianos sin recursos deben dejar de acceder a medicamentos tan esenciales como los que palian ciertos efectos del alzhéimer. Aquellos a los que supuestamente les importa la incierta vida de un embrión, no les importa cribar ancianos a golpe de guadaña. En la actual coyuntura: Hobbes es ministro de interior y Malthus de economía. Pues bien, yo propongo: si se expropia suelo y supermercados, ¿por qué no expropiar farmacias? Toma lo que necesites allá donde lo encuentres.
            También se decreta que a los diez días de impago del alquiler, se ejecuta el “desahucio exprés”. En definitiva: “todo el poder para el propietariado”. Viendo que toda la estructura del sistema está establecida para proteger la propiedad privada, para garantizar su supremacía como “derecho”, por encima del derecho a la vida; viendo que todas las medidas gubernamentales son una pura provocación, un ataque constante e ininterrumpido contra la paciencia de los que menos tienen: ¿qué nos impide organizarnos a este respecto (y no me refiero sólo a organizarnos con la loable intención de parar desahucios)? Los anarquistas hemos defendidos históricamente toda clase de huelgas: evidentemente las laborales, también las políticas (la abstención electoral es eso en definitiva), ¿por qué no recuperamos las huelgas de alquileres que ya se pusieron en práctica a principio del s. XX?   Refiriéndonos a un caso cercano (para Canarias) en Tenerife en 1933 se puso en marcha una combativa huelga de inquilinos. Cuando se desahuciaba a un vecino, no sólo se intentaba previamente parar dicho desahucio. Sabiendo que en un enclave de miseria perpetua era cuestión de tiempo que tú mismo no pudieras pagar el próximo alquiler (cosa que también pasa ahora), los vecinos se organizaban y declaraban la Huelga de Alquileres de toda una finca o de todo un barrio. Se negaban a pagar y cuando iban a ejecutarse los desahucios o embargos se constituían grupos de respuesta que rompían los sellos gubernamentales, abrían las puertas y volvían a colocar los enseres de las familias desalojadas. Si había camiones dispuestos a llevarse dicho mobiliario, los conductores de los mismos eran tratados como esquiroles, y se cortaban las carreteras o se saboteaban directamente los automóviles. Es una alternativa que debería empezar a barajarse, junto con implementar la ocupación masiva y concertada de viviendas y edificios abandonados.
            Por otra parte, ahora la vida de los inmigrantes pasa a ser, más que nunca, un dígito que se puede borrar si con ello se consigue que figuradamente cuadren las cuentas. Los inmigrantes que ya han pagado su derecho a la sanidad (tener que pagar por un derecho, triste realidad) con su trabajo (de forma directa a través de sus retenciones del IRPF) o con su consumo (de forma indirecta a través de impuestos como el IVA), pierden ahora dicho derecho a la asistencia médica regular porque en época de crisis son, y la historia no me dejará mentir, un chivo expiatorio perfecto. Además de fomentar el racismo y la xenofobia; de obviar con esta caza de brujas que también los mayores de 18 y menores de 26 años (por muy orgullosos que estén de ser “españoles”) que no hayan trabajado nunca (digamos, tal y como están las cosas, que el 90% de la juventud) también pierden el derecho a la sanidad (la cobertura de sus padres); de conseguir que algún ingenuo se crea que le recortan los medicamentos a los ancianos, no por la mala gestión, el despilfarro gubernamental y mantener el poder adquisitivo de los más ricos (incluyendo farmacéuticas), sino porque los extranjeros insisten en seguir viviendo; se consigue, con todo esto, continuar criminalizando a los más oprimidos y con ello lograr que estén dispuestos a que se les oprima todavía más por mucho menos que antes.
            En este enclave de ofensiva directa contra los inmigrantes es necesario que se organicen, y no como una asociación legalista que intenta por todos los medios ser un interlocutor válido con el poder. Los hambrientos sólo triunfan si se constituyen en milicia, no en lobby. Puede que esta organización se dé de forma espontánea, como en los arrabales de París y Londres, pero lo ideal es poner unos primeros mimbres que eviten la parcialización de las luchas y su posterior aislamiento (algo como lo que se intenta en Lavapiés).
            Y esto no es sólo válido para los inmigrantes; es imprescindible para todos. Muchas veces hemos contemplado en retrospectiva determinados momentos históricos terribles (por ejemplo el auge del Nazismo en Alemania) y nos hemos preguntado “por qué nadie hizo nada”. No es cierto que no se hiciera nada, siempre hubo actos de rebeldía individual y acciones esporádicas; sin embargo, fueron, a todas luces, insuficientes. Ahora nos encontramos en la misma tesitura histórica. Nos encontramos ante el auge de un nuevo Fascismo (sobre todo en el sur de Europa o en el Norte de África), ante una ofensiva sin precedentes contra los más pobres. Se les mata de hambre, se les expulsa de sus casas, se les persigue, se les acorrala y reprime, y aunque se hacen muchas y buenas cosas en contra de este Sistema, por ahora son insuficientes. No podemos permitir que dentro de unos años, cuando alguien mire nuestro tiempo en retrospectiva, diga: “¿por qué nadie hizo nada?”.
            Para hacerlo hace falta estar preparados y coordinados. Stirner, el individualista por excelencia, nos advertía de que no hay nada que el Sistema tema más que el establecimiento de relaciones sinceras entre individuos oprimidos, así nos lo explicaba poniendo como ejemplo una prisión:
            “La prisión consiente en que hagamos un trabajo en común, nos mira complacida manejar juntos una máquina o tomar parte en cualquier tarea. Pero si Yo olvido que soy un prisionero y anudo relaciones contigo, igualmente olvidado de tu suerte, ved que eso pone la prisión en peligro: no solamente no puede crear ella semejantes relaciones, sino que no puede siquiera tolerarlas. […]   La menor tentativa de ese género es punible, como lo es toda rebelión contra una de las sacrosantidades a que el hombre debe entregarse atado de pies y manos. […] Toda asociación entre individuos nacida a la sombra de la prisión, lleva en sí el germen peligroso de un complot, y esta semilla de rebelión puede, si las circunstancias son favorables, germinar y dar sus frutos” (El Único y su Propiedad, 1844).
 
            Actualmente también vivimos en una enorme prisión, y es necesario afianzar lazos, establecer relaciones de cooperación si queremos romper sus muros. En un primer estadio se hace imprescindible coordinarnos entre quienes tenemos el mayor número de cosas en común. Es necesario conocernos, cohesionarnos y que los anarquistas empecemos a desempeñar acciones coordinadas. Después, quien quiera “pegar tiros en la barricada”, quien venga para eso y no para adoctrinarnos, inmovilizarnos o amaestrarnos, bienvenido sea, siempre y cuando estén dispuestos a elegir entre la piedra y el carné a la primera. Nuestro campo de acción revolucionario no es otro que el pueblo, y en este elemento informe e indescifrable habrá de todo, y con ese “todo” (con sus prejuicios, taras y defectos) es con lo que se hará la Revolución; esperar a que seamos individuos perfectos para levantar la primera barricada supone concederle al enemigo toda la ventaja. Nuestra misión no es otra que tratar de radicalizar el mensaje e intentar abrir un horizonte más amplio y profundo a las aspiraciones populares. Tratar de que los anarquistas sean mayoría es un absurdo; no moverse cuando esto se comprende, es rendirse. Encontrémonos primero, evaluemos nuestras fuerzas y nuestra capacidad de incidir socialmente. Aspirar a conseguir un enclave en el que todos pensemos lo mismo, hablando en clave libertaria, sería tan horrible como aspirar a la uniformidad. La validez del planteamiento Ácrata es que es un planteamiento que pueden adoptar aún los que no se consideran ni nunca se han considerado anarquistas. El SAT, las plataformas de oposición a los desahucios, la permanencia de asambleas horizontales y carentes de líderes, o incluso la existencia de mineros “incontrolados” lo están demostrando.
            Ahora que nos matan a miles, que golpean a los sectores de la sociedad más indefensos o explotados (ancianos, inmigrantes, niños [según las propias organizaciones oficiales, los niños son una gran parte de los que viven por debajo del umbral de la pobreza. Pero vivan los embriones…]), que se considera a la mujeres meras fabricantes de repuestos humanos (simples “gallinas ponedoras” que deben enajenarse de sus cuerpos y de lo que acontece en sus entrañas), que nos arrebatan la salud, que con su subida de tasas criban aún más la enseñanza superior (¿por qué no? ya en sus granjas humanas, llamadas escuelas, se aprende todo lo necesario, ¿para qué aspirar a más?), ahora que nos dejan sin techo, mientras ellos son cada vez más ricos, es hora de empezar a perder el respeto a la ley con la misma celeridad con la que hemos perdido todo medio de subsistir, es hora de empezar a organizar la contraofensiva, es hora de empezar a prepararnos para La Batalla de Otoño.  
 
 
Fdo.: El Hombre Guillotina

Una traición que dura una vida, no es una traición

Por el Acratosaurio Rex (rey exiliado de los lagartos pensantes)

(fuente: alasbarricadas.org)

Hace unos días se me quejaba un minero. Había salido del encierro de un pozo, un poco amargado. No había cubierto sus expectativas, el Gobierno no había negociado, la patronal estaba donde estaba, y los sindicatos, que en este caso son CCOO y UGT, les habían traicionado…

Y bueno… Pues… ¿Y qué? La estrategia del Gobierno es la esperable: aguantar, alargar los conflictos, circunscribirlos, aislarlos y dejar que mueran solitos de inanición. Hoy los mineros, mañana RENFE y ayer el 15-M… Todo devorado. La estrategia de las dos centrales es la de la concertación: sentarse ante una mesa con los rufianes del gobierno y de la patronal, repartirse las prebendas que les toquen a cada cual, dar lo que le corresponda a los currelas en indemnizaciones y prejubilaciones, hacerse la foto en la prensa, y aquí no ha pasado nada. Eso es tan así, como que los buitres comen carroña.

Quejarse de que los sindicatos traicionan, es como quejarse de que te ponen la cornamenta desde el día de tu boda, todas las semanas varias veces, cuarenta años después, y con fotografías en el face. Puedes quedarte con tu pareja, por supuesto, puedes quejarte, pero no te está traicionando.

Así que si vas con UGT y CCOO, lo que tienes que hacer, por tanto, es estar preparado para ese momento traidor disponiendo tu propio plan de actuaciones y luchas. No te quejes, que es en vano. UGT y CCOO no pueden traicionarte, porque estás avisado.

Hay quien plantea la creación, desarrollo y extensión de un nuevo sindicato alternativo no traicionero. Y yo digo que es muy mala idea. Sindicatos hay doscientos. Uno más no va a cambiar nada, al contrario, llegado el momento, ¡zas!, la traición al canto. Cualquier sindicato, alternativo o traicionero, que entre en la dinámica de funcionamiento actual, acaba actuando como los otros dos. ¿Y eso por qué?

Imagina que vas a una verbena, presumiendo que vas a bailar el pasodoble mejor que nadie. De acuerdo. Pero tienes que cumplir las reglas. Tienes que evolucionar con tus giros y piruetas en una dirección, sin empujar a los demás, realizando la coreografía y llevando el ritmo. Y al hacer eso, estarás no solo cumpliendo con las reglas, sino dándoles más valor, ya que tú mismo las aceptas y participas de ellas. En resumen, todos acabáis haciendo lo mismo. Unos como espectadores pasivos, y otros danzando.

Ahora bien, puedes llegar al baile e incumplir las reglas: vas a contra mano, empujas, lanzas alaridos… Inmediatamente la gente se incomoda, llaman a seguridad y te arrojan al pilón a patadas. Quien no cumple con las reglas, no baila en la fiesta.

Por eso, lo normal, en quien no traiciona, es estar fuera de la pista. ¿Y bailar desde afuera? Ya, el problema es que todos los que tienen que hacer el cambio, están en la verbena. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.

Por qué he robado

                                            Por qué he robado

                                                                        Por

                                         Alexandre Marius Jacob

           (Declaración de Jacob ante el Tribunal de Amiens, 1905)

                

(Ahora que se cuestiona la táctica ilegalista, especialmente debido a la expropiación de alimentos del SAT, nosotros, firmes defensores de esta línea de actuación, ofrecemos este interesante documento del expropiador ilegalista Alexandre Marius Jacob [1879-1954], anarquista de acción que con el grupo “Los Trabajadores de la Noche” se dedicó a restituirle a la sociedad lo que los ricos le habían arrebatado [llegó a expropiar 400.000 francos, repartidos escrupulosamente entre los necesitados]. Después de 20 años preso  en la Isla del Diablo, de luchar en la Guerra Civil española en el 36, y de constituirse en un icono de la cultura de masas gracias el personaje –inspirado en él– de Arsene Lupin, Jacob se quitó la vida pues había decidido morir como había vivido: por su propia mano).

Señores:

Ahora sabéis quien soy: un rebelde que vive del producto de sus robos. Aun más: he incendiado hoteles y he defendido mi libertad contra la agresión de los agentes del poder. He puesto al descubierto toda mi existencia de lucha; la someto, como un problema, a vuestras inteligencias. No reconociendo a nadie el derecho a juzgarme, no imploro ni perdón ni indulgencia. Nada solicito a quienes odio y desprecio. ¡Sois los más fuertes! Disponed de mí de la manera que lo entendáis, mandarme al presidio o al patíbulo, ¡poco me importa! Pero antes de separarnos, dejarme deciros unas últimas palabras.

Ya que me reprocháis sobre todo ser un ladrón, es útil definir lo que es el robo.

Para mí, el robo es la necesidad que siente cualquier hombre de coger aquello que necesita. Esta necesidad se manifiesta en cualquier cosa: desde los astros que nacen y mueren igual que los seres, hasta el insecto que se mueve por el espacio, tan pequeño, tan ínfimo que nuestros ojos pueden apenas distinguirlo. La vida no es sino robos y masacres. Las plantas, los animales se devoran entre ellos para subsistir. Uno no nace sino para servir de pasto al otro; a pesar del grado de civilización, de perfeccionabilidad, el hombre no se sustrae a esta ley si no es bajo pena de muerte. Mata las plantas y los animales para alimentarse de ellos. Rey de los animales, es insaciable.

Aparte de los objetos alimenticios que le aseguran la vida, el hombre se alimenta de aire, de agua y de luz. Ahora bien ¿se ha visto alguna vez a dos hombres disputarse, degollarse por estos alimentos? No que yo sepa. Sin embargo son los alimentos más preciosos sin los cuales un hombre no puede vivir. Podemos estar varios días sin absorber substancias por las que nos hacemos esclavos. ¿Podemos hacer igual con el aire? Ni siquiera un cuarto de hora. El agua forma las tres cuartas partes de nuestro organismo y nos es indispensable para mantener la elasticidad de nuestros tejidos. Sin el calor, sin el sol, la vida sería imposible.

Luego, cualquiera coge, roba estos alimentos. ¿Se hace de ello un crimen, un delito? ¡Cierto que no! ¿Por qué se reserva el resto? Porque comporta un gasto de energía, una suma de trabajo. Pero el trabajo es lo propio de una sociedad, es decir la asociación de todos los individuos para alcanzar, con poco esfuerzo, el máximo de felicidad. ¿Es ésta la imagen de lo que hay? ¿Se basan vuestras instituciones en una organización de este tipo? La verdad demuestra lo contrario. Cuanto más trabaja un hombre, menos gana; cuanto menos produce, más beneficio obtiene. El mérito no se tiene pues en consideración. Sólo los audaces se hacen con el poder y corren a legalizar sus rapiñas. De arriba a abajo de la escala social no hay más que bellaquería de una parte e idiotez de la otra. ¿ Cómo queríais que, lleno de estas verdades, respetara tal estado de cosas?

Un comerciante de alcohol o un dueño de burdel se enriquecen, mientras que un hombre de genio va a morir de miseria en un camastro de hospital. El panadero que amasa el pan lo tiene en falta; el zapatero que confecciona miles de zapatos enseña sus dedos del pie; el tejedor que fabrica montones de ropa no tiene con que cubrirse; el albañil que construye castillos y palacios carece de aire en su infecto cuartucho. Aquellos que producen todas las cosas, nada tienen, y los que nada producen lo tienen todo.

Tal estado de cosas no puede sino producir el antagonismo entre las clases trabajadoras y la clase poseedora, es decir holgazana. Surge la lucha y el odio golpea.

Llamáis a un hombre «ladrón y bandido», le aplicáis el rigor de la ley sin preguntaros si él puede ser otra cosa. ¿Se ha visto alguna vez a un rentista hacerse ratero? Confieso no conocer a ninguno. Pero yo que no soy ni rentista ni propietario, que no soy más que un hombre que sólo tiene sus brazos y su celebro para asegurar su conservación, he tenido que comportarme de otro modo. La sociedad no me concedía más que tres clases de existencia: el trabajo, la mendicidad o el robo. El trabajo, lejos de repugnarme, me agrada, el hombre no puede estar sin trabajar, sus músculos, su cerebro poseen una cantidad de energía para gastar. Lo que me ha resignado es tener que sudar sangre y agua por la limosna de un salario, crear riquezas de las cuales seré frustrado. En una palabra, me ha repugnado darme a la prostitución del trabajo. La mendicidad es el envilecimiento, la negación de cualquier dignidad. Cualquier hombre tiene derecho al banquete de la vida.

El derecho de vivir no se mendiga, se toma.

El robo es la restitución, la recuperación de la posesión. En vez de encerrarme en una fábrica, como en un presidio, en vez de mendigar aquello a lo que tenía derecho, preferí sublevarme y combatir cara a cara a mis enemigos haciendo la guerra a los ricos, atacando sus bienes. Ciertamente, veo que hubierais preferido que me sometiera a vuestras leyes; que, obrero dócil, hubiese creado riquezas a cambio de un salario irrisorio y, una vez el cuerpo ya usado y el cerebro embrutecido, hubiese ido a reventar en un rincón de la calle. Entonces no me llamaríais «bandido cínico», sino «obrero honesto», Con halago me hubierais incluso impuesto la medalla del trabajo. Los curas prometen el paraíso a sus embaucados; vosotros sois menos abstractos, les ofrecéis papel mojado.

Os agradezco tanta bondad, tanta gratitud, señores. Prefiero ser un cínico consciente de mis derechos que un autómata, que una cariátide.

Desde que tuve conciencia me dediqué al robo sin ningún escrúpulo. No entro en vuestra pretendida moral que predica el respeto a la propiedad como una virtud mientras que en realidad no hay peores ladrones que los propietarios.

Podéis estar satisfechos de que este prejuicio haya calado en el pueblo ya que es vuestro mejor gendarme. Conociendo la impotencia de la ley y de la fuerza, habéis hecho de él el más sólido de vuestros protectores. Pero parad atención; todo tiene un tiempo. Todo lo que se construye por la astucia y la fuerza, la astucia y la fuerza pueden destruirlo.

El pueblo evoluciona cada día. Mirad que todos los muertos de hambre, todos los miserables, en una palabra, todas vuestras víctimas, instruidos por estas verdades, conscientes de sus derechos, armados con palancas, no vayan a asaltar vuestros domicilios para retomar las riquezas que ellos han creado y que vosotros les habéis robado. ¿Creéis que serían más desgraciados? Creo que todo lo contrario. Si se lo piensan bien preferirán correr cualquier riesgo antes que engordaros gimiendo en la miseria. ¡La cárcel, el presidio, el patíbulo! diréis. Pero qué son estas perspectivas comparadas con una vida embrutecida, llena de sufrimientos. El minero que gana su pan en las entrañas de la tierra, sin ver jamás lucir el sol, puede morir de un momento a otro víctima de una explosión de grisú; el pizarrero que deambula por los tejados puede caer y hacerse mil pedazos; el marinero conoce el día de su partida pero ignora si volverá a puerto. Un buen número de obreros cogen enfermedades fatales durante el ejercicio de su oficio, se agotan, se matan para crear para vosotros; y hasta los gendarmes, los policías, que por un hueso que les dais a roer, encuentran la muerte en la lucha que emprenden contra vuestros enemigos.

Obstinados en vuestro estrecho egoísmo permanecéis escépticos ante esta visión, ¿no es así? El pueblo tiene miedo, parecéis decir. Lo gobernamos con el miedo de la represión; si grita lo metemos en prisión; si se mueve, lo deportamos al presidio; si sigue, lo guillotinamos. Mal cálculo, señores, creerme. Las penas que infligiréis no son un buen remedio contra los actos de sublevación. La represión, lejos de ser un remedio, un paliativo, no es sino una agravación del mal.

Las medidas correctivas no pueden más que sembrar el odio y la venganza. Es un ciclo fatal. Desde que hacéis rodar cabezas, desde que llenáis cárceles y presidios, ¿habéis impedido que se manifestara el odio? ¡Responded! Los hechos demuestran vuestra impotencia. Por mi parte sabía que mi conducta no podía tener otra salida que el presidio o el patíbulo. Y podéis ver que esto no me ha impedido actuar. Si opté por el robo no fue por una cuestión de ganancias sino por una cuestión de principios, de derecho. Preferí conservar mi libertad, mi independencia, mi dignidad de hombre, que hacerme artesano de la fortuna de un amo. En términos más crudos y sin eufemismo alguno he preferido robar antes que ser robado.

También yo repruebo el hecho por el cual un hombre se apropia violentamente y con astucia del fruto del trabajo ajeno. Pero es precisamente por esto que he hecho la guerra a los ricos, ladrones de los bienes de los pobres. También yo quisiera vivir en una sociedad en la que el robo fuera desterrado. No apruebo y no he usado el robo sino como medio de rebelión para combatir el más inicuo de todos los robos: la propiedad individual

Para destruir un efecto hace falta destruir su causa. Si hay robo es porque hay abundancia de una parte y escasez de otra: es porque todo no pertenece más que a unos pocos. La lucha no acabará hasta que todos los hombres pongan en común sus alegrías y sus penas, sus trabajos y sus riquezas; hasta que todas las cosas pertenezcan a todos.

Anarquista revolucionario he hecho una revolución.

Venga la Anarquía.

Los Sindicatos Unidos se venden al Partido

A todos aquellos que nos dicen que estamos obcecados con las dos grandes emanaciones del sindicalismo vertical (a saber, CCOO y UGT), les recomendamos que atesoren un poco más de información, que descubran las maniobras desmotivadoras que esta gentuza prepara para el otoño, que se enteren de que quieren ser una de las piezas claves más importante de ese problema social al que nosotros queremos poner solución, que abran un periódico por primera vez en su vida o mejor –viendo la basura propagandística que contienen– que por primera vez en su vida lo cierren.

Los sindicatos mayoritarios (es decir, los mayoritariamente mejor pagados), saben que en septiembre la situación va a estar “calentita”.
CCOO y UGT, como buenos instrumentos de control social, no tienen bastante con lo que les hicieron a los mineros en Madrid y durante la “Marcha Negra” (la desviación de Valladolid, las llamadas a la desmovilización, la consigna de “no confrontación”), ni con los constantes avisos que le hacen a este sector para que “retiren las barricadas” y permitan que todo vuelva a la “normalidad” (“la normalidad”, esa coyuntura excrementicia y putrefacta de subvenciones, liberados, recortes y reformas pactadas, migajas reivindicativas y corruptelas varias que componen el status quo); tampoco tienen bastante con reunirse con Merkel para calmarla: “tranquila jefa, que de que no se desmanden los currelas nos encargamos nosotros”. Ahora, sabiendo que en septiembre se avecinan vientos revueltos, sabiendo que se siente en el aire que algo puede “estallar”, se preparan para desviar la atención de los explotados, apartarlos de la vía de la protesta y embarcarlos en la mayor gilipollez jamás inventada desde que se inventó el paraguas de algodón: un referéndum para ver si a los “ciudadanos” sellados y roturados por el Estado español les gusta o no que les jodan. Para ese viaje no hacen falta tales alforjas.
El propio 19 de julio demostró que la gente está en contra de la Reforma laboral y la posterior brutal tanda de recortes. ¿Para qué un referéndum? Muy sencillo, para que, como decía Lampedusa en su obra el Gatopardo: todo parezca que cambia y así todo pueda seguir igual.
CCOO y UGT han inventado un nuevo método para que las víctimas gestionen una agresión: si te apuñalan, no te sacudas al agresor de encima; vete con el cuchillo bien clavado a celebrar una reunión de tu comunidad de vecinos (de la que se me olvidaba, tu agresor es el presidente y tesorero) y plantéales que haces con el cuchillo. Si todos votan que te lo saques, has obtenido un sí para hacer algo que podías hacer tú mismo sin consentimiento de nadie; si votan que no, estás tan jodido como antes pero ahora encima tu puñalada está legitimada.
Sin embargo la culpa no es sólo de los grandes sindicatos amarillos. Todos los que se llenan la boca criticándolos, todos los sindicatos que se dicen distintos a ellos, todas las organizaciones que incluso los abuchean en público, todos los que se ganan fama de comprometidos señalándolos, todos los que les hacen guiños a la juventud haciéndoles alguno que otro desplante a los sindicatos oficiales, después siguen participando con ellos en “plataformas y frentes sindicales”, en “asambleas populares”, en “manifiestos y comunicados conjuntos”, y si pudieran hasta en las romerías de la Virgen del Pino. Todo en loor, por supuesto, de la “unidad sindical”, la “unidad popular”, “la unidad de izquierdas”… Y yo me pregunto ¿por qué no en loor de la “unidad política” se unen al PP?, ¿o por qué no en loor de la unidad de las funcionarios se unen a la policía? (calla, que eso ya lo han hecho).
Como ya hemos dicho alguna que otra vez, se suele confundir unidad con mando único. No somos conscientes de que difícilmente se puede unir un contra-poder con retazos del propio poder establecido, tal y como no se puede hacer un frente antirracista con una organización neo-nazi, ni una plataforma atea con una asociación de curas. Si estos sindicatos y organizaciones estuvieran realmente en contra de los manejos apagafuegos y quintacolumnistas de dichos estamentos gubernamentales (eso son y así los llamo) elaborarían un cordón higiénico a su alrededor, les harían el vacio, los aislarían, dándoles una señal a los afiliados de dichos estamentos de que la lucha (aún la más parcial, y si es que a una lucha parcial puede llamársela lucha) no está en el seno de ambas instituciones.
En sus manos está hacerlo y tienen medios y herramientas para ello. En las nuestras, si no, meterlos a todos en el mismo saco, cargarlo de piedras y echarlo al agua. La lucha que se avecina es demasiado seria, crucial e importante como para perder el tiempo esquivando las zancadillas, las desviaciones y las operaciones de falsa bandera de estos “bomberos” profesionales en sofocar fuegos sociales. 
“Los hombres son tan simples, que el que quiere engañar siempre encuentra alguno que se deja” (Nicolás Maquiavelo).
Fdo.: Sr. Molesto Moscardón de la Cojonera

¿Qué alternativa le ofrecemos los Anarquistas a la Sociedad?

           Intentar hacer planes acabados sobre el porvenir de la Sociedad es un absurdo, cuando no contraproducente. Sólo a los afectados, a los componentes de esa Sociedad futura, compete decidir cómo quieren vivir. Lo único que los Anarquistas podemos hacer es compartir con el pueblo a qué tipo de Sociedad, en líneas generales, aspiramos. Y por supuesto, luchar por ella.

           


            En lo económico:

            Proponemos la socialización (hacer común) de los medios de producción (fábricas, tierras, etc.) y de los bienes de consumo (techo, abrigo y comida).

            Proponemos, por tanto, que la propiedad privada desaparezca, y que cada uno tenga lo que necesita, y no lo que necesitan los demás.  Y es que queremos que la gente trabaje según sus posibilidades y reciba según sus necesidades, garantizando para los que no pueden trabajar el derecho a su subsistencia.

            Queremos el “libre acceso al consumo”: asegurar para todos un techo y un plato en la mesa tres veces al día.

            Queremos que sean los propios trabajadores los que decidan, de forma directa, cómo gestionar su lugar y medio de trabajo.

           

            En lo “político”:

            Como demuestran los acontecimientos actuales, el Gobierno es no sólo innecesario sino pernicioso. Proponemos, en consecuencia, que si los trabajadores son obviamente los más adecuados para decidir sobre su trabajo, también los habitantes de un lugar (lo que vulgarmente llamamos “ciudadanos”) son los más adecuados para decidir sobre la gestión del mismo.

            Proponemos que esto se haga de forma directa, a través de Asambleas locales, regionales e interregionales (que como se ha demostrado en la práctica, pueden sustituir a cualquier forma de administración gubernamental).

            Proponemos que estas Asambleas sean el órgano de decisión popular de las distintas agrupaciones de “ciudadanos”, interconectadas a través de Federaciones autónomas y soberanas. Federaciones organizadas y coordinadas desde lo sencillo a lo complejo (desde el barrio a lo global), y que se producirán y reproducirán a nivel laboral (Federaciones de Trabajo) y a nivel social (Federaciones de ámbito territorial o de afinidad).

            Queremos que el núcleo de dicho organigrama sea el Individuo.

            En lo social:

            Queremos para todos y todas derecho a la sanidad y a la educación. Queremos que esta educaciónsea libre, no autoritaria, no doctrinaria y en la que se disuelvan las diferencias de rango entre educador y educado. Queremos, en consecuencia, que a la inter-educación la preceda la autoeducación.

                Queremos que el supuesto “progreso económico” no sea una excusa para destruir la Naturaleza ni a los seres vivos que la habitan. Proponemos otra forma de entender la relación con nuestro entorno: una forma en la que el hilo conductor sea la cooperación y la armonía y no la conquista.

            Queremos igualdad y libertad para todas y todos, sin que ninguna cuestión, sea de género, de color, o de preferencia sexual, suponga forma alguna de discriminación o estigmatización. Queremos terminar con toda forma o clase de jerarquía.

            Queremos libertad completa de pensamiento, y acabar por tanto con los dogmas impuestos y con el carácter autoritario de las religiones.    

FAGC