UN DÍA HERMOSO


Viñeta de Ramón Acín

 Artículo de Anne Mahé (en “Humanidad Libre”, Septiembre de 1927)

Oyóse en el aula un murmullo que anunciaba el corto intervalo entre dos clases, tan festejado por los niños, cuando no trae consigo algo muy fastidioso.
Banal y correcta, la maestra se dirigió tranquilamente hacia el pizarrón. Era la hora que en el programa correspondía a un ejercicio de composición. Escribió luego pausadamente, con elegante letra cursiva, el texto de la redacción, texto previsto y fatal, que suele repetirse periódicamente al comienzo de cada año: “Contad cómo habéis contado el día de año nuevo. Describid los regalos que habéis recibido y las impresiones sentidas”.
Después, siempre grave, con la satisfacción del deber cumplido, la maestra tomó lugar en su asiento, y confiando en la preparación de sus alumnos, se entregó a la lectura de una novela cualquiera.
Por lo demás, no había tampoco en ese mundo infantil ninguna veleidad de revuelta, ningún deseo de conversar, pues todos tenían la idea fija en contar maravillas, enumerar regalos recibidos, las piezas blancas, las tortas ricas y las copitas de licor que se permiten en ese día porque, a pesar de todo, es dulce y porque un poquito no puede hacerles mal. Ya me parece ver cómo en los cuadernos los autores exageran el relato de festejos espléndidos, veladas magníficas, muñecas altas con cabellos largos y enrulados, caballitos y cochecitos cargados de toda clase de dulces y frutas.
La maestra, en efecto, había hecho mal de elegir ese tema tan fácil. Por la noche habría tenido que leer los deberes excesivamente largos y no tendría tiempo de concluir la novela.
Sin embargo, Marta, después de haber escrito lentamente el texto del ejercicio, puso automáticamente el cabo de su lapicera en la boca y, vaga la mirada, soñó. Era una chiquilina de poca imaginación, pues tenía la ingenuidad de no ver la vida a través del cristal dorado de la ilusión. Con otras palabras, carecía de malicia, y francamente, no sabía qué escribir como desarrollo del tema propuesto.
¡Año nuevo! Un día como los otros días, al fin y al cabo. Peor aún, porque su padre había vuelto más ebrio que de costumbre, y, estando cerrada la escuela, Marta tenía que presenciar todo el día los abusos de su padre. ¿Visitas, felicitaciones, golosinas, juguetes? Nada. Y Marta miró un poco envidiosa las plumas que se deslizaban, ágiles y seguras, sobre el papel, con su ruido característico de ratoncitos que roen en el silencio de la noche.

De golpe la maestra alzó los ojos y habló con su voz a la que el hábito había dado ya un sonido áspero y autoritario:
“Marta, ¿usted no trabaja?”
Todas las cabecitas, turbadas y animadas por el fuego de la inspiración, se volvieron hacia la culpable cuya cara ardía de vergüenza.
“Trate de ponerse a trabajar enseguida”, concluyó dignamente la maestra, y sus ojos, atraídos invenciblemente por la novela, volvieron a ensimismarse en la lectura.
Una vez más el silencio envolvió el aula. Pero no del todo, sin embargo.  La cabecita pícara de la vecina de Marta no se bajó sobre su cuaderno, y una voz finita y suave salió de su boca:
¿No has escrito nada, Marta?
No, dijo simplemente la niña. ¿Qué quieres que escriba? Año nuevo es para mí un día como todos los demás.
¡Ah!, dijo Berta, pensativa. Luego arriesgó: “¿No has recibido ni siquiera una naranja? Mira, yo tuve un montón de juguetes, pero, sabes, mamita los pone todos en el ropero porque son demasiado lindos para jugar con ellos. Entonces, comprendes… Sólo hemos almorzado en lo de mi tía. Y ahí he comido tantos  pasteles que por la noche caí enferma.  A  pesar de todo, no es nada lindo año nuevo.  No me gusta nada ir a abrazar a todas las viejas del barrio y a mis tías y tíos, primos y primas”.
¡Ah!, dijo Marta, y ese ¡ah! era todo ternura. Quiso expresar cortesía, más solo manifestó que Marta no tenía una opinión bien determinada sobre eso, no habiendo tenido jamás que visitar a tíos y no teniendo vestidos lo suficientemente lindos como para excitar la admiración de las señoras del barrio.
Sin embargo replicó con los ojos brillantes:
“Cómo se puede comer tantos pasteles para caer luego enferma. Mira, en ese día ni queso tuve con mi pan”.
Berta abrió la boca para contestar, cerrándola enseguida porque no encontraba qué decir, y finalmente volvió con su cabecita pícara a proseguir en el cuaderno el relato de ese día tan encantador.
Marta hizo lo mismo. El reproche de la maestra le había causado mucho efecto, y, como buena alumna, sintió la necesidad de escribir algo.
Dije anteriormente que Marta era ingenua, de modo que sus pocas palabras fueron breves y disgustaron algo a la maestra, cuando ésta,  por la noche, se dispuso a leer las redacciones infantiles.
Sin fraseología alguna, decía la niña:
He pasado muy mal el día de año nuevo.  No tuve para comer más que un pedazo de pan, y mamita ni eso tuvo. No hemos tenido otra visita que la del panadero, quien quiso que se le diera dinero. Yo no desearía recibir tantos caramelos que nos los pudiera comer ni tantos juguetes que no pudiese jugar con ellos, pero quisiera, en cambio que tuviéramos la posibilidad de ser felices, no sólo en el día de año nuevo, sino todo el año.”
La maestra se evitó la molestia de leer en clase ese deber.  Pensaba  como mucha gente piensa, que el día de año nuevo debía ser un día hermoso, y que afearlo con un relato demasiado realista, no era correcto. Se conformó con decirle secamente a Marta:
“Su deber no es interesante. No tiene usted imaginación para describir un argumento tan hermoso”.
Y todas las cabecitas, rubias y morenas, se dirigieron nuevamente hacia Marta, la que no tenía más imaginación que adornos y cintas en su vestido.
Anne Mahé

Planes de futuro, planes de presente



Planes de futuro, planes de presente
A todas luces la situación es insostenible. Los poderes públicos y las exigencias capitalistas están sondeando hasta dónde puede resistir el resorte humano sin romperse y estallar en rebeldía. Cuando la mercadocracia te hace pagar dos veces por un servicio, para más inri vital, hasta el más manso mira de soslayo una piedra. Pagaremos – nuevamente–  las ambulancias, los medicamentos y la sanidad (todos menos los inmigrantes, que aún habiéndola pagado con su consumo quedan excluidos de la especie humana y del caprichoso derecho a la vida); la educación y el acceso a la universidad; la justicia estatal, para los ingenuos que aún creen en ella. Los gobernantes están desatendiendo el consejo de uno de sus referentes, el Infanticida emperador romano Tiberio, cuando decía que “a las ovejas se las puede esquilar pero no desollarlas”. Ahora mismo estamos siendo desollados.
En semejante situación el Estado se espera una reacción subversiva en cualquier momento, y pone los medios necesarios para ahogarla en sangre antes incluso de haberse producido. La policía tortura, mutila y asesina (las comisarías empiezan a ser como esos cajones de los magos en los que la gente entra pero no sale), y lo hace con tal impunidad y descaro que cada vez hay menos palmas al aire  y más puños crispados.  

El choque de trenes es inminente, y sólo quienes se hayan preparado saldrán bien parados. Ellos lo están, ¿y nosotros?

La cuestión no es de número: diversos grupos de acción a lo largo de la historia apenas llegaban a la docena; la cuestión es de tejido social crítico y solidario. Lo que marcaba la diferencia entre el éxito y el fracaso, entre la maldición y la comprensión, entre el aislamiento y el apoyo no era siquiera la naturaleza de las acciones, sino el nivel de arraigo popular. Esa era la diferencia entre la acorralada Banda Bonnot  y Los Solidarios (cuyas acciones, en algunos casos, fueron incluso más controvertidas que las de los “bandidos trágicos”): unos a la guillotina; otros al imaginario colectivo.
No seremos nosotros de esa suerte de hipócritas que le dicen a los que ya no pueden aguantar más, a los que se sienten espoleados por la impaciencia, la desesperación, la rabia o el odio que deben esperar a que todos “estén en marcha” para ponerse en marcha ellos; eso es como si un tutor condenara a la mudez a sus alumnos porque han aprendido a hablar antes de que él les enseñara.
Sin ser de esos, si creemos que la mejor forma de contener los envites del sistema, de resistir en esta larga guerra social, de hacerlo sin regalarle víctimas, mártires y prisioneros, es crear las condiciones precisas para que la empatía se dirija hacia los oprimidos y no hacia los opresores.
Es necesario, emocional y materialmente (por convicción pero también por necesidad), implicarse en todas las luchas sociales más acuciantes. Debe de intentar pararse, por todos los medios a los que esté dispuesto el afectado, que no se ejecute ni un desahucio. Si momentáneamente se pierde la batalla, deben de ocuparse inmuebles para asegurarle a los represaliados un techo sobre sus cabezas. Pero con esto no basta. Una vez asegurada la vivienda debe garantizarse el alimento. Deben ocuparse también tierras de cultivo con las que poder desarrollar una labor integral: saciar la práctica totalidad de las necesidades básicas. Debe de lograrse la puesta en circulación de artículos de primera necesidad (ropas, etc.) sin más premisa que la comunista libertaria: “Da según puedas, toma según necesites”. Porque una persona que tiene mínimamente cubierta la exigencia de techumbre, abrigo y comida, no es sólo la que puede empezar a luchar, sino la que puede empezar a comprender a los que además de luchar contra el hambre, la intemperie y el desamparo, lo hacen también contra la propia estructura del sistema.
El encapuchado, el anti sistema, deja de ser víctima de la sociedad del espectáculo cuando quien debería de condenarlo no puede hacerlo porque lo conoce, porque comprende sus motivos, porque ha experimentado que detrás de su labor disolvente y destructiva existe una finalidad constructora. Es importante que nazca la llama; es vital que se entienda al que la provoca.
Fdo.: El Hombre Guillotina

Exposición sobre los Derechos Humanos y el Derecho a la Protesta


Transcripción de la exposición realizada el 13 de diciembre por un compañero de la FAGC a los alumnos de la ULPGC en el marco de la mesa redonda que sobre “Derechos Humanos, Juventud y Derecho a la Protesta” celebraba El Ágora de los DD.HH. en la Facultad de Humanidades. 
Actualización: Y para quienes prefieran oírla o no puedan leerla:

 

 

Exposición sobre los Derechos Humanos y el Derecho a la Protesta

 

Hoy nos encontramos aquí para hablar de los Derechos Humanos y del Derecho a la Protesta. Porque lo de “juventud” lo tomo por un elogio.
No debemos dejarnos enajenar por palabras pomposas. La Declaración Universal de los Derechos Humanos no es más que una reacción de conciencia culpable de una civilización que pocos años antes había llevado a la especie ante el umbral de su propia extinción. Recordemos que este documento fue escrito en 1948.
El espíritu en el que está inspirada, intenta semejarse al de Thomas Paine cuando escribió sus Derechos del Hombre (1791). Documento en el que el acervo anarquista tiene mucho que decir. Hoy sabemos que Paine se inspiró en muchas de las ideas debatidas con William Godwin (el llamado padre filosófico del anarquismo) y que esta obra sólo se vería completada por la Vindicación de los Derechos de la Mujer(1792) de Mary Wollstonecraft (curiosamente compañera de Godwin).
Sin embargo, ni uno ni otro documento pudieron erradicar de su seno la contradicción y la paradoja. En la Declaración Universal de los Derechos Humanos se reconoce por ejemplo, en su artículo 17.1 que “toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente”, y esto no es sólo una contradicción en sí misma (la propiedad privada socaba el principio mismo de la propiedad colectiva sin intermediarios), sino que está en fragrante contradicción con el derecho a la igualdad, la libertad o la propia vida. ¿Qué igualdad hay entre propietarios y desposeídos? ¿Existe palabra más liberticida que la que indica “propiedad privada: prohibido el paso”? ¿Quién puede vivir sin hacer propios los medios para garantizar la propia vida?

Del mismo modo, todas estas declaraciones, como muchas otras a lo largo de la historia, reconocen el derecho inalienable del pueblo a desprenderse de la opresión y la tiranía; pero lo hacen haciendo al propio Estado garante de este derecho y responsable de evitar que se produzcan los motivos para que se den tales circunstancias. Es como poner al zorro a vigilar el gallinero.
El Derecho a la Protesta es por tanto interesante, porque supuestamente habilita a cuestionar la viabilidad o incluso la existencia de estos derechos, pero a su vez lo hace en un marco en el que suele aceptarse que será un derecho gestionado y regulado por el propio Estado (por su moral, por sus leyes, por el sistema económico imperante, etc.).
Los Anarquistas introducimos aquí un elemento verdaderamente interesante. Tal y como razonaba Stirner (El Único y su Propiedad, 1845), un derecho concedido, un derecho otorgado por un tercero, no es un derecho. Yo añado: o es una limosna o es un privilegio. El derecho, para serlo, ha de ser “auto otorgado”, “auto adquirido”, ha de ser tomado. Que el Estado, o las instituciones gubernamentales, reconozcan el Derecho a la Protesta, significa lo mismo que cuando los señores de la guerra reconocen el derecho a la paz: una falacia, de mal gusto.
El Estado responde a los problemas sociales, que el propio sistema económico genera, con medidas represivas, militares o policiales. El Estado Policial nunca ha estado tan presente –desde hace 40 años– como en nuestros días. La represión, a lo que se dice, se escribe o se hace, pocas veces ha sido tan férrea.
No obstante, volvemos a la paradoja. Es a ese mismo Estado al que pedimos que sea garante de nuestros derechos, al que solicitamos que nos proteja, al que recurrimos para que legalice nuestras manifestaciones, acepte nuestras recogidas de firmas o legitime nuestros estatutos. El sistema esclavista ha convertido al esclavo en apologista de su propia esclavitud.
Y hay que reconocer que el Sistema ha sabido cómo hacerlo: donde no llegua la porra y la bayoneta llega la corrupción. Imagínense el libro más subversivo del mundo y a un secretario preguntándole al presidente de turno qué hacer con tan inflamable libelo: “¿secuestramos la tirada?, ¿lo censuramos?, ¿lo prohibimos?”, le diría. Y el presidente le contestaría: “nada de eso: edita el libro a través de algún organismo público, que el Ministerio de Cultura lo difunda, concédele al escritor el Premio Cervantes, hazlo académico de la RAE y ponle una calle. Es así como ese libro dejará de ser peligroso”. Lo que el sistema no puede destruir por la fuerza lo destruye por absorción. Es así como se domestica el Derecho a la Protesta.
Aquí mismo tenemos un claro ejemplo de paradoja. Esta exposición se ha desarrollado evidentemente por otro causa, pero qué sería mejor para una institución pública, y regularmente castrante, como es la Universidad, que invitar a un anarquista a discursar en ella. Es paradójico que en una institución regida por un rector que manda a la policía a que cargue contra sus propios estudiantes se pueda hablar de “derechos humanos” y de “derecho a la protesta”. Es como si el cura te da permiso para blasfemar en la iglesia… Parece menos pecado.
Sin embargo, al sistema no siempre le hace falta hilar tan fino; suele tener entre los propios supuestos refractarios al sistema a los mejores garantes del mismo. Nunca el policía interno, que nos insertan en las escuelas, había estado tan a flor de piel. Nos movilizan a unos contra otros y convierten a los propios ciudadanos en fiscales de sus congéneres. Y esto se ve perfectamente entre los propios movimientos sociales. Puedes ser el pope del sindicato más rojo, el más folclórico representante de la izquierda ortodoxa, que como prime en ti tu conciencia masoquista de ciudadano, cargarás más contra el encapuchado civil que contra el encapuchado policial, que para más inri, va armado.
El derecho a la protesta debe construirse, por tanto, desde otro prisma. No somos ciudadanos, cuando esta es una condición que difícilmente pueda aplicarse a miles de inmigrantes a los que ni se les reconoce, y a millones de parias y excluidos que, con más o menos orgullo, escupimos sobre tal título, que no diferenciamos del de súbdito. Somos individuos, y como tal dirigimos nuestro auto concedido Derecho a la Protesta contra todo lo que nos oprime y explota o trata de desviar nuestra atención de dicha opresión y de dicha explotación. El Derecho a la Protesta debe ser salvaje –en su sentido etimológico– libre, silvestre, iconoclasta, herético por definición, dispuesto a sacar los colores de tirios y troyanos, a hacer eso que los franceses llamaban “epatar a los burgueses”. Es un derecho que se materializa cuando se comprende la frase de Edmund Burke (un individuo que precisamente se popularizó como adversario de Paine y su Declaración, pero que antes de ser un autoritario profesional tuvo su juvenil etapa libertaria) según la cual: “lo único que necesita el mal para triunfar en el mundo es que los buenos no hagan nada”. Por tanto, un Derecho a la Protesta regulado por consideraciones de orden público, de utilidad política, de estrategia grupal, es un derecho mutilado y muerto.
Protestar contra la violencia policial es protestar contra una concomitancia. No hay policía sin violencia, como no hay cárcel ni crimen sin patología social. La protesta por tanto, para ser tal, sólo puede serlo si es integral, si condena al sistema en su totalidad, y no se conforma con señalar exclusivamente algunos de sus lunares.

 

 

El derecho a la protesta pasa por lo más difícil, raro y extravagante que hay en el mundo, pasa por exigirse, aunque no se sea, persona libre. Pasa –y con esta frase de Han Ryner concluyo– por saber “en una época religiosa, mostrarse impío; en un ambiente ortodoxo, manifestarse herético; en un periodo de civismo, reírse de la ciudad o maldecir los crímenes de la patria”. En definitiva, pasa por saber ser uno mismo cuando a todos conviene que seas otro.

 
 
Ruymán R.

 

 

 

 

La Abstención gana

Las elecciones catalanas las ha ganado la ABSTENCIÓN. La mayoría ha hablado. Ergo, que se disuelva el Govern y que el Parlament sea usado como centro social para dar cobijo a familias sin techo. ¿No habla su democracia del “poder de las mayorías”? Pues si la mayoría no cree en la política, que los políticos tengan a bien disolverse sin obligarnos a usar la fuerza… Esto puede sonar a quimera, pero ¿y no lo es que en un sistema que se dice “democrático” acabe gobernando un partido por el que la mayoría no ha votado, y que no es más que el primero de entre los perdedores? La quimera es que una minoría rija los destinos de quienes no han dado su consentimiento para ser gobernados.

A continuación les ofrecemos un preclaro texto de Elisée Reclús sobre el acto de abdicación que supone votar:

Carta de Elisée Reclús a Jean Grave 
(Clarens, Vaud, 26 de septiembre de 1885)
Compañeros,
Ustedes le piden a un hombre de buena voluntad, que no es votante ni candidato, que les exponga cuáles son sus ideas sobre el ejercicio del derecho al sufragio.
El espacio otorgan es muy corto, pero teniendo, sobre el tema del voto electoral, las convicciones muy claras, lo que tengo para decirles se puede formular en unas cuantas palabras.
Votar, es abdicar; nombrar uno o varios amos por un periodo corto o largo, es renunciar a su propia soberanía. Que se vuelva monarca absoluto, príncipe constitucional o simplemente un mandatario dotado de una pequeña parte de grandeza, no cambia que el candidato que ustedes llevan al trono o a la silla será siempre su superior. Ustedes nombran a hombres que están más allá de las leyes, puesto que ellos se encargan de redactarlas y que su misión es hacer que ustedes las obedezcan.
Votar, es ser engañado; es creer que hombres como ustedes adquirirán súbitamente, al tintineo de una sonata, la virtud de saberlo todo y de comprenderlo todo. Sus mandatarios, al tener que legislar sobre todas las cosas, desde las cerillas a los barcos de guerra, desde el podado de los árboles al exterminio de tribus rojas o negras, les hacen creer que su inteligencia crece a razón de la inmensidad de su tarea. La historia nos enseña que ocurre lo contrario. El poder siempre ha desmembrado, el parloteo siempre ha idiotizado. En las asambleas soberanas, la mediocridad prevalece fatalmente.
Votar es evocar la traición. Sin duda, los votantes creen en la honestidad de aquellos por los que votan –y puede ser que tengan razón el primer día, cuando los candidatos están aún con el fervor del primer amor. Pero cada día tiene su mañana. Desde el momento en que el medio cambia, el hombre cambia con él. Hoy, el candidato se inclina ante ustedes, y quizás muy abajo; mañana, él se levantará y quizás muy alto. Él mendigaba votos, él les dará órdenes. El obrero, vuelto supervisor, ¿puede permanecer siendo el mismo que era antes de haber obtenido el favor del patrón? ¿No se enseña el fogoso demócrata a encorvar la espina cuando el banquero se digna en invitarlo a su oficina, cuando los criados de los reyes le hacen el honor de atenderlo en las antecámaras? La atmósfera de esos cuerpos legislativos es nociva para respirar, ustedes envían a sus mandatarios a un medio de corrupción; no se sorprendan si ellos salen corrompidos de allí.
No abdiquen entonces, no vuelvan a poner entonces sus destinos en hombres necesariamente incapaces y en futuros traidores. ¡No voten! En vez de confiar sus intereses a otros, defiéndalos ustedes mismos; en vez de contratar abogados para proponer un modo de acción futuro, ¡actúen! Las ocasiones no les faltan a los hombres de buena voluntad. Lanzar sobre los otros la responsabilidad de su conducta, es carecer de valentía.
Los saludo con todo el corazón, compañeros.

No Paz, sino Guerra a la Guerra

Hay una equivocación de raíz en las proclamaciones y reclamaciones de Paz y “Paz entre los hombres de buena voluntad”, que una vez y otra domina y asimila las buenas intenciones y los deseos más fervientes de los que esos clamores de Paz surgían.
Pues, ¿a quién se elevan esas reclamaciones? ¿A qué Dios se pide la Paz? Basta dejarse latir un poco para sentir que se le pide al Señor de los Ejércitos, al Dios para quien la guerra es una necesidad constitutiva.
O, si no, echemos una mirada alrededor: aquí, en el estado del Bienestar, perfección de la Historia entera, gozamos de paz desde hace medio siglo; esta Paz se alimenta, primero, por una serie de guerritas en el cinturón de los alrededores (Vietnam y Corea para empezar); después, peleas de árabes y judíos en Oriente Próximo; después, remociones en Centroamérica o riñas de tribus en África; luego, a falta de mejor pasto, la guerra televisiva del Irak; al fin, tras el derrumbe de la división entre las dos Democracias con que nos habían tenido entretenidos 40 años, la resurrección, en los arrabales más cercanos, de las brasas de guerra arcaica de los Balcanes), y, segundo, en el seno del propio Estado del Bienestar, por el mantenimiento, también constante, de luchas de bandas terroristas, mafiosas, neofascistas, o sencillamente de siervos de la violencia, matones y policías, esto es buenos y malos, de cuyos modelos las películas televisivas no han dejado de nutrir a las sucesivas generaciones.

Y en medio de esto, las almas inocentes reclaman a lo Alto paz, paz, por ejemplo, para el año 2000, harmonía de los estados y de las personas. Pues bien, quien no vea que la Paz es esta guerra, que la harmonía es esta discordia organizada desde arriba, no hará más que contribuir a la misma con su clamor de Paz, pues que en este clamor mismo está conformándose con la falsa Paz que los Medios del Poder le venden.
El verbo encarnado ha dicho “no creáis que he venido a meter paz en la tierra: no he venido a meter paz, sino espada”. La sola paz de veras que nos cabe es la guerra contra la guerra, es decir contra el Dinero y el Estado, que necesita la guerra (y la Fe en la Paz) para sostener su Poder, que es el poder de administrar la muerte, en paz y en guerra.
Agustín García Calvo (Abril de 1996). 


A los que luchan

A los que luchan
Carta abierta
Compañeras y compañeros, sé perfectamente que la situación actual no es la más idónea para vosotros. Sé que jóvenes o veteranos, recién llegados al mundo del conflicto social o con años de guerra a vuestras espaldas, sois personas, hombres y mujeres, que lo están dando todo y que estáis recibiendo muy poco. Sé que lleváis años esperando esto, un poco de movimiento, un poco de rabia; o que habéis nacido al mundo en un tiempo que vuestros mayores no recordaban.
Ahí afuera hay una guerra abierta, y silenciosa. La gente muere o se mata. Milicias del hambre “saquean” los contenedores amparados en la noche. La clase media ha perdido su seguridad y naufraga de lo que creía ser a lo que siempre fue. Las cosas están muy mal ahí a fuera. Vivís tiempos prebélicos, postrimerías de revueltas (con suerte) o de la mayor oleada de Reacción que haya recorrido Europa desde la Santa Alianza.

Es vuestro momento, sois hijos de la tormenta. Pero el Sistema, presintiendo la amenaza, se ha reforzado hasta los dientes, con un armazón de leyes, armas y agentes que os amenazan constantemente. Sin embargo, y por si esto fuera poco, no es lo único que os preocupa.
Cuando salís a la calle y le plantáis cara de forma activa a las fuerzas represivas; cuando tiráis por el suelo los símbolos del consumo y destruís la mercancía; cuando elegís una forma de lucha activa y sin contemplaciones; lo hacéis con la certeza de que aquellos que se suponen cercanos a vosotros tienen presta en la boca la maldición de vuestro propio nombre.
Oís el murmullo a vuestra espalda, el susurro aguzado como un puñal en vuestro oído, el insulto fácil apuntando contra vosotros, las acusaciones indignas de ser realizadas por un compañero. Sé que a algunos esto os afecta, os desmoraliza, os cansa o simplemente os asquea. Es duro, pero debéis resistir esas sensaciones porque es lo que buscan.
El que disiente con un tipo de lucha la combate con el ejemplo o con la discusión interna y, a ser posible, amigable. Los ataques ad hominen, lanzados desde altavoces públicos, intentando dar nombres y apellidos, no tienen más que dos funciones: la desmovilización o la delación. Quieren que os quedéis en casa o quieren señalaros.
Cuando a uno no lo quieren ni los “suyos”, es que ese alguien es “peligroso”. Cuando los supuestos afines escupen el suelo por donde uno pisa es que ese uno es vulnerable, y si cae nadie irá en su ayuda. Cuando tus “hermanos” reniegan de ti le están dando carta blanca al Sistema para que te purgue. Y si no pueden o quieren colocaros una diana, quieren que os deis voluntariamente de baja.
   
Hay gente que dice estar en desacuerdo con este mundo, pero que se llevaría un gran disgusto si desapareciera. Su “negocio” está en él. Viven de la contradicción; venden material subversivo gracias a que su némesis sigue viva e intacta; mantienen sus circuitos de confianza, de aliados y amigos, gracias a que el gigante enemigo es omnipresente pero se mantiene, para ellos, a una prudencial distancia; subsisten gracias a toda una red de elementos alternativos (de casas liberadas para una minoría, de cultura de consumo para iniciados, de ideologías de resistencia para entregados) que se alimenta del mismo Sistema al que dice repudiar. Sin trabajadores oprimidos no tendrían comités ni sindicatos; sin ciudadanos orgullosos de serlo no tendrían partidos de cabecera ni movimientos inmóviles. Si el mundo cambiara lo perderían todo. Por eso temen la Revolución más de lo que temen a cualquier otro elemento. Hablan de ella tan positivamente como cuando se habla de un muerto, mientras permanece muerto.
Las críticas que os arrojan son acordes a este sentir: “aventureros, pueriles, vanguardistas, incontrolados, nihilistas, terroristas, peligrosos espantadores de masas”. Según ellos estáis condenados a vivir en un círculo vicioso. No podéis iniciar vuestra revolución hasta que las condiciones estén maduras, y así se aseguran de que la revolución no se produzca nunca porque las condiciones no maduraran hasta que alguien haga algo, y quieren omitir que ese alguien os incluye también a vosotros. Son los intermediarios del pueblo en la tierra y repiten ad nauseam que el pueblo no está preparado para la revolución, y cuando algunos de ese mismo pueblo empiezan a desperezarse y a dar los primeros pasos (tal y como hacéis vosotros, porque ¿no sois acaso también una parte alícuota del pueblo?) se dirigen al propio pueblo para decirles que deben contener a sus elementos más “incontrolados” porque el pueblo que quiere hacer la revolución debe esperar a estar preparado para hacerla. ¿Y no es suficiente muestra de estar preparado para hacer la revolución empezar a desearla? Para ellos el pueblo nunca estará preparado, porque llenándose la bloca de soflamas demagogas y populistas siguen viendo a los que sufren no con la frustración del que se piensa sólo, sino con la altanería del que se cree superior y puede permitirse la condescendencia y el paternalismo de indicarles: “luego, más tarde, para ser libres aún tenéis tiempo”.
Gandhi decía: “Sé el cambio que quieras ver en el mundo”, pero para ellos hacer algo por ti mismo, por no tener la paciencia o la suficiente capacidad de resignación de esperar a que lo hagan otros para sumarte, supone vanguardismo o un radicalismo destructivo. Y piensan esto mientras adornan sus locales con retratos de Durruti y llevan camisetas con el lema de algún expropiador de bancos.
Pero los inmovilistas de un lado no son muy distintos a los del otro. Surgirán quienes os acusen de cómplices, de traidores, de vendidos por sumaros a todas aquellas luchas que os veáis con la fuerza o la capacidad de voltear, cambiar y radicalizar. Les une con los anteriores el deseo de estar quietos, de que nada cambie, porque su resentimiento y rencor contra un mundo excesivamente impuro para su ideal, contra una gente que no son ellos mismos, es demasiado fuerte como para hacerles moverse por algo más que por teorías y consignas que, como para los otros, serán buenas mientras sigan muertas e impracticadas.
Para todos ellos el Anarquismo sólo es bueno si es contemplativo; el Anarquismo en acción les da miedo.
Pero no penséis que todos son perversos y criptointeresados. Muchos de ellos son víctimas de sus circunstancias. A lo largo de sus vidas, en situaciones como las desencadenadas por los últimos movimientos sociales, han tenido que ceder tanto, que tragar tanto, creyendo que lo mejor era adaptarse, que ahora no pueden soportar la visión de algo íntegro. 
Sin embargo, nada de lo dicho puede desanimaros, y hacer que os rindáis, que caigáis en la misantropía y vegetéis en la cueva de la renuncia y el desencanto. Nadie combate aquello a lo que no le concede importancia. Os atacan porque socaváis el monopolio anquilosante e inmovilista que tienen sobre unas ideas. Porque os parecéis demasiado a lo que deberían ser si tuvieran el compromiso o el valor (no físico, sino espiritual) de serlo. Os temen porque saben que deberían hacer lo que vosotros hacéis y no se atreven. En vez de reconocerlo y abrazar otras vías, igual de válidas, igual de necesarias, cargan contra vosotros porque apartáis el ideal de lo que quieren que sea, y lo lleváis al incierto terreno de la práctica desrregularizada, sin sanción ni coacción; a un terreno que se parece demasiado al terreno que exploró cuando llegó más lejos: el terreno de la Revolución Social, sin cuartel, sin autorización y sin esperar más conformidad que la de los más desesperados.
No olvidéis que el discurso de esta gente se dirige a una clase media a la que creen que aún pueden recuperar y reconstituir; vuestras acciones a los que no tienen nada (nada tampoco que perder), a los que están siendo esquilmados de hambre, a los que están siendo desahuciados, a los que se están suicidando. Vuestra actividad es un toque de rebato para aquellos que son los que más motivos tienen para salir a la calle, los que más motivos tienen para hacerlo con más rabia y más fuerza.
Que eso intranquilice a algunos es normal. Llevan tanto tiempo en el Sistema que el Sistema está en ellos.
Vosotros habéis roto ese cerco, ese límite entre lo tradicionalmente correcto y lo incorrecto, entre lo popular y lo impopular, y estáis abordando el campo de lo que es justo. No podéis hacerlo sin encontrar resistencia a vuestro paso. Sin embargo, no cejéis en la lucha, y sobre todo, a pesar de todo lo dicho, no os obcequéis en señalar a los aludidos como vuestros enemigos o vuestro principal problema. Puede que no podáis esperar de ellos ninguna ayuda ni ninguna palabra reconfortante, pero el enemigo es otro muy distinto, es el Capital, es el Estado, es el Principio de Autoridad institucionalizado, es el Poder constituido. Los que os critican no son más que una parte defectuosa de un mundo que se muere, y por el que sufren al creer que contribuís a matarlo. Matémoslo definitivamente, y después que sus viudas y plañideras tengan un verdadero motivo para odiarnos.    
“Soy anarquista y, por lo tanto, desprecio las religiones todas, la propiedad individual, el capital y el Estado; desprecio ‘el qué dirán’ de las gentes, la crítica de los imbéciles y la calumnia de los villanos”.
Teresa Claramunt.
Fdo.: Un Incontrolado

Que la tierra te sea leve

Agustín García Calvo nos ha dejado. En el siguiente texto, el histórico militante Octavio Alberola nos dibuja la faceta menos conocida en esta era de intoxicación mediática de Agustín: nos dibuja al hombre, al iconoclasta, al compañero, al Anarquista.

(Fuente: Alasbarricadas.org)

Agustín García Calvo, el compañero

Como era de esperar, la muerte de Agustín García Calvo ha sido anunciada en los medios de información («medios de formación de masas» los llamaba él) con los calificativos habituales al uso para designar el oficio con el que se cataloga a las personas en esta sociedad: «filósofo», «escritor», «poeta», «pensador» («polémico»), «ensayista», «latinista» («uno de los principales del siglo XX»), «lingüista», «filólogo», «gramático», «dramaturgo», «traductor», «catedrático», «profesor»… Sin olvidar de resaltar sus títulos académicos, «doctor en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca, profesor de Latín en esta universidad y de Filología Latina en la de Sevilla y profesor emérito de Filología Clásica de la Universidad Complutense«, así como sus «Premios Nacionales de Ensayo en 1990, de Literatura Dramática en 1999 y de Traducción al conjunto de su obra en 2006«. Además, claro está, de añadir algunos títulos de su «prolífica obra sobre Gramática y teoría del lenguaje, Lógica, Traducciones y versiones de autores clásicos griegos y romanos, Ensayo y política, Poesía y Teatro, etc. editados la mayoría de ellos en la editorial Lusina, que a trancas y barrancas mantenía en pie su hijo Victor.
El colmo, inclusive la alcaldesa (del PP) de Zamora ha manifestado su «pesar» declarando que «el mundo del pensamiento y la cultura pierden a una de las figuras intelectuales más prolíferas y significativas de nuestro tiempo y la ciudad de Zamora a uno de sus hijos más creativos y reconocidos de los últimos tiempos«. Agregando que «por encima de su, a veces, controvertida personalidad o de diferencias ideológicas, Agustín García Calvo es un ejemplo de sabiduría, de capacidad intelectual y de capacidad de trabajo…» Y, por supuesto, también han recordado que fue «uno de los catedráticos perseguidos por el régimen franquista» y que, por su implicación, «en las revueltas estudiantiles de febrero de 1965, fue apartado de su cátedra y tuvo que exilarse en Francia«.
A sólo eso quieren reducir los «medios de formación de masas» al que siempre fue un rebelde, un infatigable luchador contra la mentira, al que no dejó de advertir que el Capital y el Estado eran dos rostros del Dios de la Realidad y el Poder, al que nunca se adaptó a las normas que dictan los que mandan en este mundo, al opuesto a todo lo oficial (inclusive en el Himno de la Comunidad de Madrid que le encargó el primer presidente de la Autonomía, Joaquín Leguina, por el precio simbólico de una peseta y que sólo se cantó oficialmente una vez), al defensor de la igualdad en este mundo tan ambiguo, al más crítico polemista de la cultura, a la que identificaba con «el opio del pueblo«, al que lanzó las críticas más originales, más contundentes al sistema del mundo desarrollado y al «Estado de bienestar», al que nunca dejó de hacer política, es decir: de despotricar… lo que estuvo haciendo todos los miércoles por la tarde en el Ateneo de Madrid, en una auténtica ágora socrática durante estos últimos doce años.
El compañero
De ahí la necesidad de recordar lo que, además de aquello, fue Agustín: un anarquista que no paró de decir No al Poder, al Estado, al Capital, al Individuo, a la Pareja, a la Familia, al Futuro, al Progreso y muy especialmente al régimen que hoy padecemos en la Democracia desarrollada. Pues  es indiscutible que se sirvió de sus excelentes dotes de orador para provocar, con un inigualable estilo coloquial, la reflexión y desenmascarar las mentiras de nuestro tiempo, para desaprender y romper con las ideas vigentes… Comenzando por su peculiar ortografía, que es un ataque frontal a la Academia de la Lengua, por ser la causante de la falsificación de la lengua y arrebatarle a la gente el derecho de escribir como se habla. Recordar pues el Agustín que en sus obras trató de dar voz a un sentir anónimo, popular, que rechaza los manejos del Poder. Efectivamente, para Agustín, el lenguaje es la clave del pensamiento, por ser a través de la lengua que opera el dominio de lo establecido. De ahí que fuese esencial para él la denuncia de la Realidad, esa idea que se presenta como reflejo fiel de «lo que hay«, que sólo es una construcción abstracta en la que las cosas y la gente (un caso más de cosa) organizada en «individuos» (sumables en una Masa numérica) se reducen a ideas, para someterlas a esquemas, planes y manejos para desvivir la vida, tanto en las sociedades más avanzadas como en las más atrasadas de dominio (en las dictaduras comunistas o en los países musulmanes), que sirven para legitimar, por comparación, la Democracia burguesa.
Recordar lo que no se menciona en las biografías que de él se publican ahora o en las que circulaban ya por ahí; pues ni siquiera en Wikipedia se habla de ello, del Agustín compañero. Se dice, de pasada, que fue perseguido por el franquismo y expulsado de la Universidad por «las revueltas estudiantiles de febrero de 1965«; pero no se precisa que fue por apoyar a los estudiantes ácratas, precursores del Mayo antiautoritario del 68, con los que luego, en París, fundó una tertulia (la Horda) en el café La Boule d’or del Barrio latino. Coautor con ellos del opúsculo-panfleto «De los modos de integración del pronunciamiento estudiantil«, que editamos clandestinamente en Bélgica en 1970, y que en 1987 reeditó la editorial Lucina.
Sí, recordar el Agustín solidario con los compañeros necesitados; pero también con los que luchaban activamente contra la dictadura franquista. Lo que le valió ser considerado por las autoridades francesas y europeas como un «subversivo«, como un «terrorista«. Ser objeto de interrogatorios y registros de su domicilio, y, en ocasión de la visita del presidente ruso Leonid Brejnev à París en 1973, ser considerado “anarquista peligroso” y ser asignado en residencia en la isla de Córcega durante una semana. Y haberse librado de poco, en 1976, de serlo nuevamente, cuando el rey Juan Carlos visitó París y las autoridades francesas nos asignaron en residencia, en la isla de Belle Ile en Mer, a un grupo de refugiados españoles anarquistas y a un grupo de vascos independentistas en la isla de Re.
Aunque quizás no valga la pena recordarlo, porque, como diría Agustín, lo que cuenta no es el pasado sino lo que hacemos hoy para ¡nunca pues ir con los tiempos!» Para tener presente que «la evidencia, palpable y actual, es que sigue siempre latiendo, por debajo del Dominio, un corazón que sabe decir NO, sin importarle un rábano ni el Orden del día ni las modas«.

La bolsa y la vida

Los antiguos asaltantes de caminos al menos daban la opción de entregar “la bolsa o la vida”; el sistema capitalista es inequívocamente más inclemente y exige ambas.

Discúlpenme si hoy la prosa no es la adecuada, pero no me gusta hacer literatura con sangre.

A regañadientes, los medios informan de que en estos últimos días al menos tres personas han intentado suicidarse –consiguiéndolo dos de ellas– cuando iban a ser desahuciadas. Los medios mienten. No se suicidaron; fueron asesinadas. Asesinadas a manos del terrorismo financiero y estatal (en sus tres ramas: judicial, legislativa y gubernamental). Fríamente asesinadas.
¿Exagero? Imagínense que un individuo no parara de mandarles mensajes y cartas indicándoles que va a secuestrar a sus hijos, que su compañera o compañero va a quedar desnudo y a la intemperie tirado en el asfalto, que sus padres enfermos van a morir de frío o de hambre, que puede dirigirse a su casa cuando quiera, darles una paliza de muerte –si osan resistirse– y echarlos a la calle. Imagínense que un día esa persona se presenta con una banda de matones, armados hasta los dientes con porras y pistolas, a la puerta de su casa. Si ante ese acoso constante e ininterrumpido, usted decidiera poner fin a su sufrimiento quitándose la vida, nadie vería extraño emplear la palabra asesinato, pues también es un asesino el que presiona o induce a otro a quitarse la vida (así se ha contrastado, por ejemplo, en los últimos lamentables episodios de acoso vía internet o en numerosos casos protagonizados por clanes homicidas). Pues bien, este y no otro, es el modus operandi de los desahuciadores, e incluyo aquí a entidades financieras, a la estirpe política, a funcionarios judiciales, a propietarios sin escrúpulos y a las fuerzas policiales.

Ningún psicópata aislado sería capaz de idear tamaña tortura, de erigir tal monumento al terror. Mientras, todo un sistema se complace en martirizar metodológicamente a miles de individuos hasta hacerles desear su propia muerte.
No obstante, este fragrante escándalo, siempre denunciado, siempre ignorado, empieza ahora a despertar interés. Para que empezáramos a sentir mordidas en la conciencia ha hecho falta que antes la sangre nos salpicara en la cara. Pero no pasa nada, nos la limpiamos con la manga y volvemos a los paños calientes. Por ejemplo, Dación en Pago que deje a familias enteras agonizando en las calles pero que les permita morir con la tranquilidad de saberse buenos pagadores. Moratorias como en el Corredor de la Muerte, para que los insolventes de hoy puedan ser sin queja los cadáveres de mañana, para que los niños de 2 años sólo se vean obligados a dormir bajo cartones con una edad mucho más razonable como es la de 5. ¿Es que nadie ha pensado en liquidar todas las deudas, todos los alquileres de los grandes rentistas cuyo pago se hace imposible y vergonzante desembolsar? ¿Es que nadie va a defender que todo el mundo tenga derecho a tener un techo sobre su cabeza, cuando aun la más desfavorecida de las bestias tiene posibilidad de una madriguera?
Para eso sería necesario reproducir algo que ya hemos comentado por este mismo medio, reproducir en toda su crudeza las Huelgas de Inquilinos de la primera mitad del s. XX (especialmente la de Tenerife en 1933). Sería necesario no sólo que se parara todo desahucio, sino que, de no poderse, se realojara a todo vecino en su propia casa. Sería necesario que, si esto no es posible, se ocuparan viviendas, y que las viviendas ocupadas fueran preferentemente las de quienes ejecutan los desahucios y las hipotecas. Sería necesario que, si no se puede ocupar las casas de estas sanguijuelas, dichos inmuebles fueran destrozados e inutilizados. Sería necesario acosar a quienes echan a las gentes de sus casas, tal y como ellos acosan a los que tienen por débiles. Sería necesario tomar las vías del sabotaje contra todo cómplice y colaborador necesario, y esto pasa por los propios trabajadores del ayuntamiento que hacen la labor de trasladar muebles y recuerdos. Sería necesario que las movilizaciones contra los desahucios no fueran, en demasiadas ocasiones, hábil y convenientemente capitalizadas por elementos rabiosamente reformistas enemigos de cualquier atentado contra la legalidad o la propiedad privada.
Pero claro, para eso también haría falta que una parte considerable de los lectores no se escandalizaran con lo que acabo de escribir y me acusaran, como si de un insulto se tratara, de “peligroso radical”, y esto lo veo más bien difícil. No obstante, concedámosles algo: sí, soy un radical convencido porque creo que el genocidio que estamos padeciendo a causa del poder financiero, sólo se soluciona atajando el problema de raíz: sacudiéndonos todo prejuicio burgués y destruyendo cualquier ascendente que la bancocracia trate de ejercer sobre nosotros.
Si esto escandaliza a alguien, que el escandalizado se dé con un canto en los dientes. En un mundo normal, en el que la gente que ya no tiene nada que perder no fuera tan bondadosa, se reproducirían a millones los casos de ese ciudadano holandés que, hace algunos años, desahuciado y sin trabajo, trató de empotrar su coche –al estilo kamikaze– contra la familia real holandesa: artículo de opinión sobre el suceso (“Cuando la desesperación se hace muerte”). Aquí y ahora, los desesperados son muchos más civilizados y en vez de llevarse a algunos de los responsables de sus desgracias como compañía en su último viaje, desbordan tanta generosidad que se van solos y sin molestar. Parece que lo de morir matando es algo que sólo hace el sistema capitalista.
Fdo.: El Hombre Guillotina

Banderas Rotas

Aunque Marx pugnaba por que la clase proletaria “ascendiera” a la categoría de “clase nacional”, su análisis inicial no podía abstraerse de la realidad: “Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen”. Efectivamente, los pobres no tenemos patria, porque por ahora no tenemos más que hambre y, habiendo hambre, su sola mención (la de la patria) es una desvergüenza.
Contrariamente a los planteamientos fascistas históricos, la patria es un lujo que en tiempos de crisis sólo pueden comprarse los burgueses. Cuando existe una población oprimida a la que ya ni siquiera puede encasillársela en una clase social determinada, cuando dicha población ya no sabe ni socialmente lo que es, cuando el desempleo no deja que se les etiquete como obreros, cuando lo que empiezan a tener vacío no es el bolsillo sino el estómago, no se les puede hablar de “identidad nacional”, de “orgullo patriótico”, de “sentimiento de pertenencia cultural”, sin insultarles. ¿A qué patria pertenecen? ¿A la constituida o a la que está por constituir? ¿A la que los mata de hambre, los reprime, los explota ahora o a la que ya está haciendo prácticas para hacerlo en futuro? ¿A la que te hace trabajar a destajo o mendigar en silencio, a la que te desahucia, a la que te criba la asistencia médica bajo la sombra de una bandera o la que lo hace bajo la sombra de otra? ¿De qué me tengo que sentir orgulloso? ¿De tener una “patria libre” con una población esclava? ¿De una tierra conquistada más por la miseria que por los propios ejércitos? ¿De qué puedes sentirte orgulloso cuando la situación actual (como sentenciaba una viñeta de El Roto) te hace sentir vergüenza de pertenecer a cualquier sitio? ¿De qué puedes presumir cuando los ojos de desconsuelo de tus hijos te hacen maldecir el mismo suelo en que naciste? ¿Qué identidad existe, más que la personal, para  quien se sabe engañado y pisoteado en aras de la grandeza de una “comunidad humana” en la que se siente extraño o prisionero?

No hemos comprendido todavía que no hay nada de lo que sentirse orgulloso, ni de banderas, ni de montes, ni de mares, cuando se tienen agujeros en los zapatos y en el vientre, y cuando la “madre patria” no te proporciona más que miedo, porrazos, cargas, desazón, angustia, desnutrición, intemperie y sometimiento. Ya lo decía Manuel González Prada:
“La patria no es sólo el aire que respiramos, el río de que bebemos, el terreno que sembramos, la casa donde vivimos y el cementerio en que duermen nuestros antepasados; es también el soplón que nos delata, el esbirro que nos apercolla, el juez que nos condena, el carcelero que nos guarda y la suprema autoridad a quien debemos obediencia y sumisión”.
Cuando la gente está planteándose cosas tan básicas, tan elementales, tan primarias, como prolongar la propia existencia, como subsistir, hablarles de “patria” es como darles pan cuando tienen sed, como darles sal cuando se han perdido en el desierto.
Siguiendo al hijo del carpintero es posible que algunos objeten: “pero no sólo de pan vive el hombre”. Ciertamente necesita más cosas, pero sólo cuando tiene asegurada la propia vida, y esto, por ahora, sólo lo proporciona el pan. Podemos hablar de mil cosas, todas ellas sublimes y que elevan el espíritu de los seres humanos y los hacen trascender de su condición primaria; dígase lo que se quiera, pero sin pan eso significa transcender cadáveres. Un famélico, antes del tránsito de convertirse en muerto, lo que necesita es pan, y tomará, con justa razón, a todo aquel que intente ofrecerle lo contrario como un enemigo. Ya explicaba Kropotkin cuál era el deber de toda revolución para poder considerarla como tal:     
“¡Pan, la revolución necesita pan! ¡Ocúpense otros en lanzar circulares con frases rimbombantes! ¡Pónganse otros en los hombros tantos galones como puedan llevar encima! ¡Peroren otros acerca de las libertades políticas! Nuestra tarea consistirá en hacer que en los primeros días de la revolución, y mientras dure ésta, no haya un solo hombre en el territorio insurrecto a quien le falte el pan, ni una sola mujer obligada a formar cola delante de la tahona para recoger la bola de salvado que le quieran arrojar de limosna, ni un solo niño a quien le falte lo necesario para su débil constitución. Somos utopistas, es cosa sabida. En efecto, tan utopistas, que llevamos nuestra utopía hasta creer que la revolución debe y puede garantizar a todos el alojamiento, el vestido y el pan. Es preciso asegurar el pan al pueblo sublevado, es menester que la cuestión del pan preceda a todas las demás. Si se resuelve en interés del pueblo, la revolución irá por buen camino”.
Los gobernantes, poco importan que sean desde la metrópolis o desde las colonias, han invertido la fórmula y han comprendido la máxima del buen político que tan fielmente se enorgullecía en aplicar Simón Bolívar: “Formémonos una patria a toda costa y todo lo demás será tolerable”. Lo será el hambre y las injusticias, lo será la corrupción y la represión, lo será el Estado policial y la férula de la Mercadocracia. Todo puede esconderse con unas pocas fronteras, todo puede ocultarse bajo la promesa de constituir formalmente una patria o de aumentar la grandeza de la existente.
Decía curiosamente Secundino Delgado que en el panorama político los únicos que creían en sus propios ideales eran los anarquistas, porque “los demás obran como comediantes”. El patriotismo sería una gran comedia, si en tiempos de hambre no fuera una gran tragedia. Por suerte el hambre sigue teniendo una fuerza oculta que pocos le reconocen: la fuerza de romper banderas.
Fdo.: Juan Sin Tierra

Bienvenidos a 1984

El lema del sistema fascista de la novela 1984 era: “la guerra es la paz; la libertad es la esclavitud; la ignorancia es la fuerza”. 
¿Les suena de algo?

1984 ya está aquí. Orwell imaginó nuestro mundo y se quedó corto. El futuro ya es presente, y da miedo. Las Distopías se han hecho carne. El mundo artificial, con sus desigualdades e injusticias, siempre fue deleznable, pero ahora ha conseguido darse a sí mismo una vuelta de tuerca. Niños a los que se arrojará a competir como fieras por ser el autómata más eficiente. Criaturas de 12 años etiquetadas como mano de obra de baja calificación al no haber superado su primera revalida. Poder central para “españolizar” a los jóvenes culturalmente díscolos. Más dinero para los colegios privados que practican la segregación sexual. Tasas que criben a los hijos de los obreros y den todo el poder de discriminación a universidades estructuradas como empresas. Que nadie piense, salvo las élites. Hay que fabricar mano de obra silente. Heil Wert.

Se despliega también toda la brutalidad física del Sistema. Millares de mujeres son obligadas a parir, a colocar los pies en los estribos del quirófano, a golpe de linchamiento y cárcel. El Código Penal nunca había estado tan vergonzantemente desnudo, tan exultante en su indiscreción. Mil medidas para proteger el quid de todo: la sacrosanta Propiedad Privada. Persecución inclemente del hurto (mientras: amnistía y puente de plata para los grandes tahúres de la economía sumergida). Desahucio exprés para quienes no le entreguen la bolsa y la vida a los propietarios. Cacería de las familias “sin techo y sin ley” que se decidan a dar una patada en la puerta de una casa abandonada. Niños que no tienen derechos de adulto pero que serán castigados como tales. Mil medidas para aplastar a quienes se revelen contra esto. La policía exige silencio y ceguera: quiere torturar, triturar, pisotear, violar y abusar a media luz, en la intimidad. Reivindicar sin complacencias, convocar manifestaciones no contemplativas, resistir la violencia de forma activa, son suficientes para acabar sepultado en el sótano del Estado. Vigilancia constante para detectar a los “crimentales”. Heil Gallardón.
El fascismo institucional nos muestra su peor cara, y todavía los movimientos sociales miran bucólicamente cómo desandar lo andado, cómo volver al 2000, cómo contemporizar, cómo convivir con lo que creen un “bache coyuntural”. Y todavía hay quien nos dice que exageramos.
El futuro se parece demasiado al pasado.