Este último mes y medio ha sido un duro tiempo de lucha. Desde que los vecinos de la Comunidad “La Esperanza” recibieron la notificación administrativa el pasado 14 de marzo de que debían abandonar sus casas, pasando por el 14 de abril donde afrontábamos el vencimiento del plazo desayunando todos juntos, hasta estos días de reuniones y negociaciones en despachos con grandes mesas.
Ha sido un período duro tanto a nivel colectivo como individual. Sin mucho tiempo para los análisis ni las retrospectivas de sucesos además tan recientes, se puede concluir que hemos desarrollado una buena estrategia. El desalojo de estas 205 personas (hemos vuelto a actualizar el censo) podía haber ocurrido sin pena ni gloria, en un silencio total, cual era el objetivo del alcalde. La FAGC hace el comunicado de desvinculación de la Comunidad a pocos días de que empiece diciembre, y es el 22 de ese mes cuando se firma el decreto (2015). Subestimando a los vecinos, respondiendo a ese clasismo del que ha hecho gala en sus declaraciones, el alcalde debió pensar que sin la FAGC en escena era el momento de asestar el golpe. Esperaba a un grupo de vecinos aturdidos y desorientados, presas del pánico, recogiendo sus enseres a toda prisa sin saber bien a dónde ir. Pero se ha encontrado con un grupo humano que ha sabido recomponerse y explotar su deseo de luchar.
En este lapso hemos hecho asambleas de emergencia para tratar de informar y calmar los ánimos después de la bomba emocional que lanzó el ayuntamiento sobre la Comunidad a modo de decreto. Hemos sabido contrarrestar dicho documento, redactado por los caros equipos jurídicos de los que disponen las administraciones públicas, buscando asesoría, dejándonos la retina entre los pliegos de la reglamentación administrativa, molestando a abogados voluntariosos, pagando lo que podemos a alguno, pero sobre todo montando una oficina improvisada en una vivienda de la propia Comunidad dónde los vecinos hacían labores de secretariado mientras mis compañeros y yo redactábamos a pulso los 47 recursos que por ahora tenemos. Hemos convocado a los medios, aprovechando los contactos que la FAGC ha establecido en otras ocasiones, para tener una cobertura mediática que no es muy habitual en las luchas sociales de la isla, a pesar de que es cierto que el acontecimiento por su envergadura es por sí mismo el mejor reclamo para los medios. Hemos hecho un derroche en cuanto a difusión se refiere y, a pesar de nuestros modestos recursos, hemos aprovechado días y madrugadas para empapelar los barrios populares de la capital, y de otros municipios, para dar a conocer nuestra lucha. Hemos desarrollado una estrategia de movilizaciones con la Semana Solidaria con “La Esperanza”que vista ahora ha resultado muy efectiva, arrojando unos resultados inmejorables. Teniendo en cuenta que eran convocatorias por la mañana y entre semana, hemos conseguido una asistencia que no esperábamos, hemos sabido golpear en puntos claves y hemos hecho una pequeña demostración de fuerza y combatividad tanto en Guía como en Las Palmas. Nuestro trabajo ha dado sus frutos.
Sin embargo, no puedo evitar reflexionar sobre cómo el Sistema condiciona la lucha social y cómo genera contradicciones. Es triste, pero la naturaleza de este tipo de luchas hacen que nuestro gran objetivo como Comunidad, nuestra gran meta, sea conseguir trincar a consejeros, presidentes y demás “responsables” para intentar que estén dispuestos a parar el desalojo o asegurarle una vivienda a los vecinos. Al final una comunidad se pone en pie para tratar de presionar a una única persona de cuya decisión depende. ¿Cómo la vida de 200 va a estar en manos de un único individuo? Sí, ciertamente es parte de cualquier lucha: nada se consigue sin presión; el poder no entrega nada si no se le fuerza a ello; habrá que centrarse en ejercer la presión a los líderes pues ellos controlan figuradamente la estructura. Pero con eso y todo, las luchas en las que un grupo humano tiene que tratar de convencer, persuadir o comprometer a un empresario, a un alcalde, a un banquero o cualquier otro mandamás, son una evidencia directa de la férrea estructura social y de cómo unos pocos hombres han acabado controlando el destino del resto.
Las luchas de resistencia, las defensivas o de contraofensiva, no tienen tiempo de atacar las raíces de los problemas; su finalidad es sobrevivir, garantizar la supervivencia de todos los afectados, y para eso deben atacar directamente a quienes pueden apretar el botón que pare un desalojo o un ERE; no está entre sus objetivos inmediatos alterar la estructura social. Si debilita a ésta es con su ejemplo, pero no tiene tiempo de fijar este cambio de paradigma como finalidad. Entendiendo esto, triste y real, ¿cuál debe ser el papel de los anarquistas? ¿Inhibirnos, no participar, cruzarnos de brazos y sólo participar en luchas que planteen un marco revolucionario de hoy para mañana? ¿Acabar adoptando esa forma de lucha como única finalidad, entendiendo que la estructura es inmutable y sólo se puede obtener de ella pequeñas conquistas? Creo que nuestra misión es siempre intervenir en las luchas, tensionarlas, radicalizarlas, llevarlas más lejos. Creo, por tanto, que no podemos asumir como finalidad adaptarse a los ritmos del Sistema y ver qué podemos sacarle aprendiendo a interpretar su eventual plasticidad. Pero ciertamente, tampoco creo que fuera “muy anarquista”, cuando el techo, la seguridad y la vida misma de 100 menores están en riesgo, preocuparse en “hacer política” en espalda ajena, interesarse exclusivamente por las propias aspiraciones y no entender que lo más importante ahora es el bienestar de unas personas con las que la administración está en realidad jugando una partida electoral de ajedrez. Mi prioridad en estos momentos, no puedo rehuir reconocerlo, es asegurar el futuro de esas 77 familias, garantizarles un techo, principalmente a los menores que son los afectados más inermes y con menos margen de maniobra; que en este enclave mi prioridad fuera “mi revolución” me parecería muy poco revolucionario, me parecería acabar pareciéndome demasiado a esos políticos que anteponen sus intereses personales a la necesidad inmediata de la gente.
El trato con los profesionales de la política es otro tema a tratar. Existe hacía ellos, popular e instintivamente, una aversión ciega. Pero en las distancias cortas, los mismos que le gritarían desde el tumulto, se derriten ante su presencia. El que era abucheado hace unos minutos puede salir entre vítores sólo con un par de palabras compresivas y unos gramos de condescendencia. Son especialistas en eso. Los más airados entran en sus despachos y cuando el político les mira a la cara, usa un lenguaje emotivo y pone sus manos entre las suyas, ha apagado toda su animadversión. Este fenómeno psicológico que es como una suerte de enamoramiento puede no comprenderse desde la distancia, pero siempre pongo un ejemplo, el de la reunión de la CNT-FAI con Companys: después de las jornadas revolucionarias del 19 de julio de 1936 en Barcelona, militantes como Durruti y Oliver se entrevistaron con Companys; estamos hablando de personas de 40 años, con atracos a sus espaldas, intentos de regicidios, mil huelgas, gente bregada; y cuando Companys les dijo que ellos eran los dueños de la ciudad y que se ponía a sus órdenes, se quedaron encandilados. La extraña relación de la CNT con el poder durante la Guerra Civil no se debió sólo a las exigencias de la guerra y demás factores externos; sino a las consecuencias directas de pasar de un enfrentamiento directo con las instituciones a un contacto también directo con las mismas. El poder desmonta y contamina, y lo hace no sólo a través de la corrupción, sino presionando puntos débiles como el ego, la simpatía, o los códigos culturales que premian la obediencia o la celebridad, la obnubilación ante la persona ilustre.
Desde el punto de vista anarquista, aún teniendo una desconfianza acusada y entrenada contra las instituciones, se puede ser más vulnerable de lo que se cree a este proceso. Somos por lo general demonizados, perseguidos y estigmatizados, ¿cómo afrontar cuando nos convertimos en interlocutores válidos para partidos y representantes y hacen guiños a nuestra labor? Es posible que el mismo sujeto o colectivo que hace años era considerado por los periódicos una terrible amenaza social ahora se haya convertido en un “benefactor” al que los políticos y medios quieran pasarle la mano por la espalda. Es difícil mantenerse impermeable a las críticas, pero mucho más a los halagos. Cuando se emerge de la ignominia, la luz, resplandeciente y cálida, debe interpretarse como una trampa para polillas.
Y no sólo eso. Con el tiempo la cosificación como “extremistas”, “irresponsables”, “locos”, “incapaces de generar nada constructivo”, ha desarrollado cierto complejo entre algunos militantes: la necesidad de mostrarse prácticos, sensatos, transigentes, de romper con ese mito aunque haya que escoger el momento menos propicio para ello. Gran parte de la contemporización de la CNT-FAI durante el 36, de su malentendido seny, viene también de la necesidad de no ponerse en el disparadero yendo contracorriente, mostrándose inflexibles, en tiempos de guerra y “unidad”. Ser discordante como minoría, en la derrota, es fácil; con todos los focos apuntando, con cierta repercusión social, con cierta perspectiva de éxito, es lo complicado. El miedo a que todo eche a rodar por “la mala cabeza de los anarquistas”.
Más allá de factores psicológicos, está el aspecto de la pura y dura manipulación política, la aritmética electoral, el arte de gobernar. Tienes que ser consciente de que el político que se acerca a tu causa y dice querer “ayudarte”, no está mirando como beneficiarte, sino cómo perjudicar a su rival político. Así puedes descubrir a partidos conservadores asegurándote que no va a haber desalojo, y a los supuestos “partidos anti desahucio” intentando echarte de tu casa. ¿Manipularlos a ellos? ¿Intentar ganarles en su terreno? ¿Ver quién mueve mejor las fichas por el tablero? La política es un juego sucio y, no ya para ganarlo, sino simplemente para jugarlo, hay que ensuciarse. Ni conviene ni compensa ahogarse en ese cenagal. Se pueden hacer todas las reuniones que se quieran, tratar de arrancar compromisos, pero siempre hay que imponer las propias condiciones, nunca se puede rebajar el nivel de desconfianza, nunca se puede dejar de blandir la movilización en la calle como medida de presión, hay que estar alerta contra cualquier intento de dejar a los afectados al margen, no se deben regalar fotos, se debe ser claro con los medios y las declaraciones y no dejar que limpien su imagen con tu desgracia, y sobre todo: no hay que permitir que te conviertan en un instrumento de sus maniobras partidistas. Que los vecinos obtengan el acuerdo más beneficioso, por supuesto que sí; servir para que unos y otros amplíen su ganado electoral, jamás.
En esas circunstancias, por momentos tan complejas y desagradables, sólo se puede clarificar objetivos, saber por qué se está haciendo lo que se está haciendo, ceñirse a la estrategia trazada previamente siempre que las circunstancias no inviten a la reconsideración, perder el miedo a la responsabilidad y sus consecuencias y, finalmente, caer en una suerte de ataraxia: permanecer inmutable a los estímulos exteriores, sean positivos o negativos, y fijarte en tu meta. El vendaval mediático pasará, el interés partidista también, y si no tienes cuidado te tragarán y defecarán en un pestañeo. Si tienes constancia y tenacidad, sólo tu trabajo, la culminación de tus objetivos, quedará, en forma de transformación real en la vida de la gente. Simple, pero efectivo.
Sin embargo, los conflictos de este tipo de luchas son cuantiosos. Estos días, por ejemplo, han subido muchos colectivos a la Comunidad, algunos a ofrecer ayuda desinteresada y a ponerse a disposición de los vecinos, a informarse sobre su situación y necesidades; otros, los de corte legalista e institucional (los mismos que no se han interesado por ella en años), a decirles curiosamente que en su opinión la vía legal está agotada y que no tienen nada que hacer más allá de enfrentarse violentamente al desalojo. ¿Por qué colectivos perfectamente integrados en el Sistema, cómodos con las instituciones, subvencionados, imbricados con partidos políticos, les dicen a los vecinos que no presenten recursos? A su vez, ¿por qué nosotros, los anarquistas, opuestos a las leyes y al Sistema, no usamos nuestro ascendente para arrebatarle a los afectados la oportunidad de usar los artificios legales que puedan hacerles ganar tiempo? Desde fuera podría parecer contradictorio, pero en realidad tiene que ver con la línea de trabajo de cada uno: cuando se tienen intereses políticos, electoralistas, personales, siempre se es partidario del “cuanto peor, mejor” si quien gobierna es el adversario; cuando haces la función de “oposición política” (de forma directa o diferida) siempre te interesa que se produzca el desalojo, para después poder echar los cuerpos de los desahuciados contra la fachada del ayuntamiento; cuando un desalojo masivo puede permitirte ganar relevancia y con ello la subvención, el voto, el sillón y la concejalía, o simplemente que ganen los tuyos, la respuesta está clara. Por nuestra parte, que no tenemos ninguno de esos intereses, somos incapaces de esconderle a los vecinos una medida dilatoria como es la de la presentación de recursos y cualquier otra estratagema para tratar de aumentar el enredo legal cuando haya que presentar batalla en el contencioso. Por eso nos tapamos la nariz y nos dejamos las pestañas redactando absurdos documentos legales donde el “ruego” y “suplico”, sustituyen al “exijo” y “reivindico”. Si salpicarse en el proceso legal garantiza asegurar 6 meses, 1 año o 2 años de permanencia para estas familias, ganar tiempo para seguir presionando y poder negociar, no podemos decirle a los vecinos que desestimen la guerra de papel; y que los mencionados colectivos la desaconsejen es un indicativo suficiente para no abandonarla. En otros puntos de las islas, otras comunidades de vecinos con similares conflictos de vivienda siguieron este tipo de consejos inmoladores, no supieron manejar los tiempos legales por culpa de la mala asesoría, y actualmente se encuentran al borde del desahucio o del corte de suministros sin haber hecho entre tanto el ruido suficiente para evitarlo. La conclusión es sencilla: estas aparentes contradicciones se dan cuando para unos priman los intereses particulares y para otros las necesidades de los afectados; cuando unos juegan a ser pirómanos a conveniencia y otros se niegan a jugar con la vida de nadie; cuando unos aplican sus mutables ideas en función del rédito y otros las mantienen firmes, pero sin imponérselas a nadie.
Los medios de comunicación son otra arista de los problemas que se presentan. En el gremio de periodistas, como en cualquiera, los individuos se definen por sus actos y la individualidad juega también su papel, a pesar de que la estructura lo absorba casi todo. La mayoría están marcados por las directrices de arriba y sólo unos pocos son capaces de dejar su impronta personal en lo que hacen. Después de muchos contactos empiezan a establecerse relaciones personales con algunos, y se descubren personas comprometidas y desinteresadas, pero también otras que explotan el sufrimiento y la ingenuidad de la gente en pos de sus intereses corporativos. Si dices que no te fías de tal político y la línea editorial de su agencia, periódico o cadena es defender a ese tipo, pues lo que dirán los medios es que tienes confianza ciega en él. Al final hay que saber cuándo contar con ellos, usarlos como a los venenos, contando las gotas, pues son un arma de doble filo. Mejor todavía es generar la propia información y que sea esta dinámica la que obligue a los medios a beber de tus noticias y comunicados y no a la inversa. Cuesta, pero si se recurre a los medios generalistas, el poder articular, gestionar y difundir contra información solvente es imprescindible para poder complementar o contrarrestar lo que estos publiquen.
Hay muchos elementos más, pero no se hace necesario sacar más conclusiones de una batalla que aún está inconclusa.
Si se quiere recapitular, al final la gran conclusión positiva de todo esto es la capacidad de la gente de a pie, de los más excluidos y pisoteados, de plantar batalla con muy pocos recursos, de ponérselo difícil a los poderes públicos, tan sólo con diseñar una buena estrategia y tener la voluntad necesaria para llevarla a cabo. También, en el otro extremo, se puede concluir que si la pasividad crea monstruos, también, como decía Nietzsche, puede crearlos pelear mucho tiempo con ellos. Por eso es necesario tratar de no parecerse a aquellos a quienes se desprecia, mantener claros los objetivos y finalidades, conocer y evaluar previamente todos los posibles giros de la lucha y, especialmente, conocerse bien a uno mismo como individuo, saber hasta dónde se está dispuesto a llegar y hasta dónde no, y poder mantenerte en pie tanto en una chabola como en un palacio sabiendo cuál quieres organizar y cuál destruir.
A todo esto, la lucha no ha hecho más que comenzar…
Ruymán Rodríguez