Parlem amb companyes de la Federació Anarquista de Gran Canaria (FAGC) organització que va néixer el 2011, a partir del 15 M. La gent que en forma part a desenvolupat un treball tenaç, constant i pràctic per l’anarquia. Propaganda pel fet, donant exemple. Un exemple és la Comunidad la Esperanza, l’alternativa habitacional més gran de l’estat, construida sobre la pràctica de l’ocupació i l’autogestió.
La Federación de Anarquistas de Gran Canaria (FAGC) existe desde 2011. ¿Cómo fue su nacimiento?
En un principio surgió todo de forma bastante espontánea. Al albur del 15-M nos encontramos en las plazas gente venidas de distintas experiencias y desde distintos puntos de la isla, con similares inquietudes libertarias. Después de dejarnos oír en las asambleas y en las manifestaciones, consideramos que era el momento de articular una herramienta propia. Así el llamado bloque negro (así nos llamaban los sectores proparlamentarios del 15-M) pasó a ser la FAGC.
¿La FAGC está presente en todo el archipiélago o solo en la isla de Gran Canaria?
Solo en Gran Canaria. Aunque tenemos colaboradores en otras islas.
Conocemos algún aspecto de vuestra práctica, que es lo que más nos interesa, pero no puedo dejar de preguntaros sobre algún aspecto de partida más teórico y organizativo. ¿Sois una federación de grupos, individuos…? ¿Compartís una misma tendencia anarquista?
En un principio éramos grupos de afinidad de distintos municipios de la isla y de distintos orígenes militantes. También aceptábamos individualidades, que en su mayoría se aproximaban por primera vez a la militancia anarquista. Después surgió una peculiaridad reseñable: más allá de la distancia física —en la actualidad nuestra actividad se centra principalmente en la capital y en el norte de la isla—, de la procedencia ideológica y del rango de trabajo, la FAGC ha contado por primera vez con grupos de realojados que no son necesaria ni específicamente anarquistas. Algo que creemos con pocos precedentes dentro de una organización anarquista. Evidentemente no existe uniformidad en el ideario, y cada miembro y colectivo tiene su propia sensibilidad libertaria. Aunque sí coincidimos en la estrategia general.
En verano de 2014 después de un año de «inactividad» pública anunciáis el regreso con un ambicioso proyecto habitacional que pasa por un grupo de acción urgente antidesahucios y con una asamblea de realojados. ¿Cómo se llega a este punto?
En realidad el Grupo de Respuesta Inmediata contra los Desahucios y la Asamblea de Inquilinos y Desahuciados son anteriores a nuestro año de silencio e invisibilidad (aunque el volumen de trabajo siguió igual o incluso fue a más). Llevábamos dos años con una actividad disolvente muy intensa: atacando a los sindicatos amarillos, el arribismo de los movimientos sociales, los abusos empresariales y bancarios, el matonismo policial, etcétera. Sin embargo, no hacíamos más que seguir el consejo clásico de Proudhon y Bakunin: demolíamos y destruíamos para posteriormente edificar y crear. Hecha la labor crítica, dimos pasos cruciales y nos posicionamos como referente en el frente de la vivienda, un tema especialmente sensible en Canarias y con muy poca intervención social, más allá de la asesoría o la demagogia. Sin embargo, no se puede hacer tanto en vano. Cuando interveníamos en labores destructivas fuimos reprimidos, pero ni por asomo tanto como cuando nos dedicamos a construir. Muchos compañeros se agotaron por el exceso de trabajo (ser el azote de la vieja sociedad requiere menos implicación que ofrecer el modelo de una nueva) y a otros los retrajo la represión policial. Ya habíamos iniciado el proyecto de la Comunidad La Esperanza, así que fue un momento perfecto para tomar aire y empezar el trabajo silencioso, discreto y de hormiguitas que ese proyecto requería, con los supervivientes de la FAGC y con los propios realojados.
Esta asamblea de realojados es la Comunidad La Esperanza. Sabemos que en ella viven más de doscientas personas y poco más. ¿Podrías explicarnos a grandes rasgos qué es y cómo funciona?
La Comunidad La Esperanza es el proyecto social, de ocupación masiva y alternativa habitacional más grande de todo el Estado; la expropiación y socialización con conciencia política y reivindicativa de más magnitud que se ha hecho en años. Funciona como un modelo de microsociedad libertaria sin necesidad de que ninguno de sus miembros lo sea. Es asamblearia, horizontal (carece de líderes) y autogestionada (no recibe ninguna ayuda institucional y hasta hace poco tampoco del exterior). Todo se decide en asamblea, y es esta la que designa a las distintas comisiones (como la de Mantenimiento o Realojo) para que realicen u organicen las tareas prácticas. Un modelo estructurado, pero sencillo y funcional.
Habéis tenido problema con el agua y otros suministros. ¿Cómo solucionáis estos problemas técnicos y de mantenimiento?
En la Comunidad, obviamente, no se cobra alquiler, sino una contribución comunitaria voluntaria que tiene como baremo 25 euros mensuales. Los que más tienen aportan más. Con eso, más los donativos desinteresados (casi todos provenientes, por ahora, del ámbito libertario), que desde hace dos meses recibimos en la cuenta de la Comunidad, sufragamos las cubas de agua con las que nos abastecemos. La FAGC también aporta por su parte lo que puede. Todos los demás problemas técnicos los resuelve la Comisión de Mantenimiento que cuenta con obreros y obreras cualificados con gran experiencia en el ramo de la construcción. Cuando son obras de envergadura se cuenta con la colaboración del resto de la Comunidad.
La gestión de una comunidad así no debe ser fácil. ¿Cuáles son los principales conflictos a los que hay que hacer frente?
Quien crea en la armonía espontánea de las masas trabajadoras es que ha leído demasiados folletines. Claro que hay problemas, pero se equivocan si piensan que son problemas derivados del número o de la extracción social de los participantes. Los argumentos clasistas se tornan ridículos. Todo proyecto comunitario conlleva dificultades. Los mismos, aunque no se quiera creer, que se dan en centros sociales okupados y autogestionados, sindicatos, grupos de afinidad o comunas entre gente ideologizada. Puede que las formas sean distintas, pero los fallos de fondo se reproducen. Los problemas de convivencia son connaturales a toda comunidad humana, pues ninguna es ni será por definición perfecta. Con gente acostumbrada a vivir en entornos hostiles y con códigos identitarios muy definidos podría parecer que se agravan, pero la realidad es que no. Lo importante es precisamente intentar incentivar lo contrario a lo que se cree: sí, hay que fortalecer el concepto solidario, de apoyo mutuo y colaboración, pero es imprescindible desarrollar la propia consciencia, el propio discernimiento y el criterio personal. Solo así se acaba con el gregarismo y el adocenamiento. Ya lo decía Samblancat: «el ideal no es hacer del individuo masa, sino dar a la masa personalidad». Lo importante es socializar herramientas, hacerlas circular, y que sean los propios afectados los que decidan cómo darles uso. Vivir en un modelo de tendencia libertaria con tantas personas te demuestra que la anarquía es emocionante, pero también dura y exigente. Y sin embargo es el único modelo de sociedad en el que merece la pena vivir y en el que se aspira a la dignidad. Después del entusiasmo inicial queda la realidad, y esta requiere grandes dosis de trabajo y tenacidad.
¿Es un contexto adecuado para la difusión de ideas y prácticas anarquistas?
Nosotros nos planteamos por principio no adoctrinar a nadie y no hacer el mínimo esfuerzo de proselitismo. Las prácticas anarquistas se difunden por necesidad: no conocemos otra forma de actuar y, aún si conociéramos otra, es la libertaria, en la práctica, la que se demuestra más eficiente, así que esa se adopta. El modus operandi anarquista y las prácticas que de él se derivan se aplican a fuerza de utilitarismo. La gente no opta por lo bonito; opta por lo funcional. Esta propaganda por el hecho puede despertar después de un tiempo preguntas, inquietudes y suscitar intereses. De ahí puede que se pida información, libros e incluso películas y canciones. Pero esto debe producirse, si se produce, de forma natural. Por nuestra parte no nos gustan los sermones ni las salmodias.
¿Qué destacarías de lo que habéis enseñado y de lo que habéis aprendido?
Hemos intentado compartir que la dignidad no se da, sino que se la construye uno; que colaborando se es más fuerte que compitiendo; que no se puede esperar nada del Estado y el sistema cuando todo lo que necesitas está realmente al alcance de tu mano, si tienes una pizca de audacia y pundonor; que la legalidad puede saltarse de forma inteligente y masiva sin miedo a las consecuencias; que esos anarquistas tan maldecidos y criminalizados tendrán mil defectos, pero son los que te han abierto la puerta de una casa para tus hijos. Hemos aprendido que la lucha social no puede verse como un fin en sí misma, que ayudar a la gente no despierta necesariamente reciprocidad ni buenos sentimientos. Y hemos aprendido también que los más pobres entre los pobres son los más generosos, que los niños son fuertes como rocas y muy permeables a la solidaridad, que existe una gran cantidad de talento desaprovechado entre gente a la que nuestra sociedad anatemiza como analfabetos y que la médula de la lucha social reposa en la fortaleza de individuos condenados a un papel culturalmente subalterno como son las mujeres.
Además de las dificultades internas y humanas que entraña cualquier organización y lucha social, hay que añadir la ya tradicional represión que en una isla debe ser especialmente dura, más en contextos rurales, como aquí. ¿Qué le ocurrió al compañero Ruymán Rodríguez el pasado 29 de abril?
Que fue detenido de forma arbitraria por la Guardia Civil, amenazado, insultado y a continuación golpeado y torturado (fue estrangulado, por ejemplo, en varias ocasiones). Se le invitó a irse del municipio en repetidas ocasiones. Se le incautaron algunos bienes tan peregrinos como un bono de guagua y se le imputó un delito posterior a la detención: atentado a la autoridad y lesiones (supuestamente a los agentes que lo «interrogaron»). Actualmente está envuelto en un costoso procedimiento penal en que se le solicitan penas de cárcel. Todo es un intento de causar el máximo daño posible a una de las personas más activas de de la comunidad.
Vuestra apuesta es por el anarquismo social, alejado de debates falsos y luchas inútiles. Cuéntanos algunas virtudes y algunos problemas de vuestra práctica, según tu parecer.
Nuestra apuesta es por la anarquía en sí. Reconocemos obviamente que hay distintas sensibilidades y tendencias, pero el anarquismo que nosotros buscamos no necesita apellidos. Si se quiere, para distinguirlo de las construcciones meramente especulativas o de las que no están dispuestas a transcender de ambientes académicos o de las reclamaciones de la llamada clase media, podemos hablar de anarquismo combativo o callejero, de barrio. Sus virtudes radican en su realismo, su capacidad de conectar con los excluidos, su inmediatez, su alejamiento de la retórica y el discurso autocomplaciente, su función de palanca, de herramienta práctica, su capacidad armamentística para poner al sistema ante un verdadero desafío. Pero mostrar las contradicciones del sistema de forma práctica y no solo discursiva no exige únicamente estar dispuesto a pagar el precio de la represión: requiere además una gran capacidad de trabajo, aprender a soportar la soledad de una labor donde hay pocos referentes y una gran fortaleza anímica para soportar los varapalos que te esperan. Es una carrera de fondo donde si alcanzas cierto grado de victorias debes aceptar que puedes hacerlo completamente aislado: del resto de movimiento libertario que parece ir en dirección contraria y de los movimientos sociales que parecen movilizarse por la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias, pero no por la situación de emergencia humanitaria de los que nunca han tenido hipotecas ni asistencia sanitaria ni trabajo. Su gran dificultad, por último, es aceptar que cambiar material y económicamente la vida de la gente no les hace necesariamente mejores personas.
¿Qué problemas y contradicciones principales comporta vuestras luchas sociales?
La principal contradicción se nos presenta en el terreno legal. Somos ilegalistas por convicción y porque creemos que un paso importante en la transformación social parte de que la gente pierda el respeto a la legalidad. Empero, cuando asesoramos por ejemplo un caso de desahucio hemos de hacerlo con el Código Penal en la mano o la ley de enjuiciamiento criminal. Hemos de agotar la vía legal antes de recurrir a otras acciones en las que nos sentimos más cómodos. Lo mismo pasa en los casos de okupación y realojo. Procedemos al acto ilegal de expropiar una casa para después acabar ayudando a los realojados a conseguir un alquiler social. La represión que suscita nuestra militancia también conlleva la necesidad de defenderse legalmente o de usar cuentas bancarias para recaudar fondos. En el caso de la Comunidad, no solo existe una cuenta solidaria, sino que algunos compañeros redactan exigencias básicas, solicitudes de abastecimiento y demandas a organismos públicos que inevitablemente responden a la necesidad inmediata de la gente, pero no a la conciencia y voluntad de muchos miembros de la FAGC. Es la gran tara del tema de la vivienda. Por esta razón tratamos de suscitar otras formas más directas de afrontar las luchas e intentamos evitar que el trabajo se detenga o encalle en el terreno legal. Sin embargo, entendemos también que no hay nada verdaderamente menos anarquista que forzar a la gente a iniciar procesos contra su voluntad y que lo más coherente, a nivel antirrepresivo, es mantenerse con vida. Decía Diderot que «el mártir espera la muerte y el fanático la busca», pues nosotros creemos que el anarquista útil la esquiva.
A menudo los anarcosindicalistas se encuentran con que una vez solucionado el problema el trabajador no vuelve a aparecer por el sindicato. ¿No tenéis miedo de que la lucha de la Esperanza se quede en algo asistencial y una vez se les solucione el problema no se impliquen en nada más?
Exactamente, por eso, como ya hemos dicho anteriormente, creemos que la intervención en el plano social no puede ser un fin en sí mismo. Es la mejor forma de entablar contacto con la gente de a pie, una estupenda manera de fijar una cabeza de puente hacia el pueblo; pero en ningún caso es el objetivo final de la estrategia. Efectivamente existe una mayoría que recurre a ti porque ha perdido el tren del falsario estado del bienestar. Una vez lo recupera, consigue un techo gratuito y recursos para vivir, la meta de su aparente rebeldía ya se ha obtenido y no hay más motivos para el descontento. Pero no se trata de calmar a los refractarios potenciales al sistema sino de enseñarles por dónde pueden hacerle daño. Por eso hemos de vernos como lanzadores de semillas: lanzamos miles de semillas por pantanos y desiertos y, obviamente, la mayoría no germina, pero basta con que un pequeño tanto por ciento fructifiquen para que no pueda hablarse de fracaso. En algunos de esos casos los ayudados acaban a su vez ayudando a otros, y eso de por sí ya vale algo. Sin embargo, la base de todo debe ser la de no acabar ahí. Estas luchas se plantean para dar techo, pero no solo para eso. Se hacen prácticas de desobediencia, trabajo de campo en expropiación coordinada y en socialización masiva, se hace músculo revolucionario. Tienes el contacto con la gente, el entrenamiento subversivo y el resultado satisfactorio. ¿Qué falta? Un desafío revolucionario de mayor envergadura: una ocupación de fábricas, una expropiación concertada de terrenos, una huelga de alquileres… Tiempo al tiempo.
¿Cómo se gestiona un proyecto de tal envergadura sin una gran organización (en caso de ser así) detrás que le corresponda? Las personas sufrimos todos de vicios capitalistas. ¿No hay peligro de terminar yendo a remolque de los hechos y que el proyecto en sí termine convirtiéndose en algo alejado o incluso contrario a los ideales que lo motivaron?
Realmente a veces sobrevaloramos el peso del número en las organizaciones. ¿Cuántos afiliados tienen UGT y CCOO? Duplícaselos por mil y su inactividad y pesebrismo seguirá siendo el mismo. Unos pocos individuos convencidos y voluntarios pueden tener éxito donde grandes organizaciones zozobrarían. A veces una guerrilla puede más que un ejército. Sobre la segunda parte de la pregunta, ese riesgo existe, desde luego, pero aunque sorprenda, ni nos preocupa ni nos frustra. Hemos aprendido algo que creemos válido para un futuro enclave anarquista de mayores dimensiones: al revolucionario solo le queda luchar, levantar el proyecto acompañado de quienes le apoyan y proponer alternativas; mientras la mayoría lo secunde, luchará por no perder las conquistas realizadas, pero ¿qué pasa si la gente, la mayoría, al cabo de un tiempo ha alcanzado sus objetivos y deriva hacia otros modelos conformistas o retrógrados? Pues que no puedes obligarles a que no vivan tal y como quieren vivir, aunque eso signifique reproducir viejas pautas. Eso sí, que no te arrastren ni a ti ni a la minoría a su servidumbre voluntaria. Tú compartiste herramientas de solidaridad y emancipación; cómo ellos las usen, si las usan, es asunto suyo.
¿Qué relación mantenéis con otras organizaciones de dentro y fuera de la isla?
Tenemos contactos más bien con los individuos más comprometidos y heréticos de algunas organizaciones, que son los que han conseguido movilizar a sus colectivos en casos represivos, como el que mencionábamos antes. Sin embargo, a nivel de trabajo y colaboración grupal, creemos que, por triste que suene, la FAGC está ubicada en una línea de guerra demasiado expuesta como para tener compañeros de barricada en el plano local. A nivel estatal e internacional hemos establecido contactos y algo va fraguando, pero por ahora de manera informal. Por ahora…
Cómo también hacemos algunos en el Alto Llobregat i Cardener, pero desde otra experiencia distinta, criticáis el inmovilismo, las etiquetas, el sectarismo los falsos debates, el autoconsumo y la inacción de muchos llamados anarquistas, de todas las tendencias por supuesto. ¿Creéis que por fin superaremos estas rémoras que arrastramos desde hace décadas?
Es cuestión de supervivencia pura: o se superan o dentro de cincuenta años hablarán del anarquismo como de una rareza decimonónica que lanzó su canto del cisne en el 36. Creemos que debemos dejar de mirar lo que hacen otros anarquistas como principal, si no única, actividad militante. Como censor se hará mucho ruido pero muy poca militancia, muy poca anarquía. La solución pasa por abordar el asunto desde una óptica proactiva. Cuando una propuesta no te gusta no basta con desmenuzarla en el plano teórico; lleva a la práctica una alternativa y demuestra su solvencia. Solo así habrás demostrado el fundamento de tu crítica. La gente solo se suma a aquello que aporta resultados positivos, sean o no anarquistas. ¿Y si no puedes demostrar tus argumentos con hechos? Entonces mejor cállate. Para teorizar debería ser condición imprescindible haberse manchado antes las manos de tierra. Si no secundamos nuestra prédica con nuestra práctica, no tenemos nada que hacer como movimiento.
Sois muy activos también en las redes sociales, generando debate, en este caso más bien para dentro de lo que sería las sensibilidades libertarias. ¿Cómo valoras la experiencia?
Bien. No se pretende tanto echar sal en la herida como compartir una experiencia real, mostrar los límites de supuestas certezas que en realidad hasta ahora no han transcendido de hipótesis y hacer un llamado a que nos lancemos, como anarquistas, al asfalto. La verdad es que nuestras reflexiones están teniendo acogida y despertando cierta expectativa que valoramos positivamente. También hay críticas y las apreciamos. Incluso las que vienen desde el odio y la sinrazón. Nos sirven de mucho, como una baliza a un navegante.
¿Quieres añadir algo?
Nada. Agradeceros esta oportunidad para expresarnos y especialmente la agudeza e inteligencia de vuestras preguntas.
Pep i tu
Berga, agost de 2015