Aunque en la noticia se hable de unos 600 desahucios en 2019, la realidad es que son cerca de 3.000. Reportaje en las noticias de TVC.
Profesionales de la mentira y profesionales de la resistencia
Un intento de comunicado
El pasado domingo día 8 de diciembre (2019) el periódico Canarias 7 difundía una “noticia” que tenía a un servidor como protagonista. Iba sobre la detención que sufrí en 2015 a manos de la Guardia Civil de Santa María de Guía (Gran Canaria).
El sesgo de la noticia era muy grave, y sin embargo seguía sin ser lo más importante.
Era grave que se reprodujera gran parte de la versión de la fiscalía dándola como hechos probados; lo era que nadie se pusiera en contacto conmigo, con la abogada que lleva mi caso, ni con las vecinas de “La Esperanza”, para contrastar la falsa información filtrada; lo era también que se me tratara, poniendo mi foto y mi nombre en grandes titulares, como si yo fuera un personaje público; lo era además que se omitiera interesadamente que los guardias civiles que me detuvieron también estaban imputados por torturas y detención ilegal; lo era, por supuesto, que se ignoraran los 3 partes médicos y un peritaje donde se objetivan mis lesiones y se habla de “agresión” y “policontusiones”; y todo eso, siendo muy grave, no era lo más importante.
Lo más importante era que un periodista de dicho periódico llegara a inventarse un cargo contra mí (o mejor dicho, a reproducir el cargo inventado por otros) y hablara de “extorsión”. La invención no era una errata, un error fortuito e inofensivo; era un tiro en la cara para intentar desacreditar al peculiar movimiento de vivienda que tenemos en Gran Canaria.
Reitero que no soy un personaje con un oficio público, que nunca he ejercido cargo alguno de esas características, que he rechazado cualquier intento de coaptación partidista, que ni siquiera he cobrado nunca por aparecer en los medios para defender el derecho a una vivienda digna o hacer propaganda de las ideas anarquistas. Soy un trabajador manual que simplemente lucha con sus vecinas a pie de calle. ¿Encaja eso con el tratamiento dado en la noticia como si yo fuera un político profesional susceptible de ser fiscalizado? Evidentemente, no. Por otra parte, ¿se atrevería un periodista responsable, y el periódico desde el que escribe, a reproducir una difamación gratuita si no creyera que dicha calumnia está confirmada por “fuentes oficiales”? Evidentemente, tampoco. Tener que rectificar y tragarse las propias palabras, como hicieron periodista y periódico el pasado día 12, no es plato de buen gusto para un medio generalista. Sin embargo, que nadie crea que esta rectificación ha sido fruto del trabajo periodístico y la autocrítica profesional. Yo mismo he tenido que facilitar los documentos que acreditan que lo publicado es mentira. Una peligrosa perversión ésa que obliga al calumniado a demostrar que una información es falsa y no al periodista a corroborar la veracidad de lo que publica.
Quizás podría parecer que después de dicha rectificación este intento mío de comunicado es innecesario, pero no quiero ahorrarme las reflexiones que este episodio me ha suscitado. Lo primero es ratificar una vieja lección que nunca debemos olvidar: el poder (en cualquiera de sus formas, incluso en las más patéticas) estudia al adversario antes de golpear y lo hace allí dónde sabe que va a provocar más daños. La falacia es su imperio y conoce bien su recorrido, incluso cuando oficialmente se la saca de circulación. La paradoja como descalificativo, el acusar al enemigo de representar precisamente aquello contra lo que combate, es otra de sus grandes armas. Es lo que hacen los fascistas cuando llaman “nazis” a las antifascistas. Refutar lo obvio es una gran pérdida de energías.
El poder sabe perfectamente que obligar a sus refractarios a combatir la desinformación es, aunque ésta acabe desmontada, cierta forma de victoria. En primer lugar, desmentir una mentira es una buena forma de difundirla. En segundo lugar, enredarse en eso es una manera eficaz de empantanar el trabajo colectivo y desviarlo de otros objetivos. Entonces, ¿el poder siempre gana? No necesariamente. El poder puede ser omnipotente pero no omnisciente: puede poderlo todo, pero no saberlo todo.
Los que han pertrechado esta jugada (que nadie piense en grandes cúpulas, sino en pobre gente muy segura de sí misma apurando una copa en alguna terraza) no saben qué significa ser anarquista. Yo, en mi humildad, soy anarquista, con todo lo que esto conlleva social y políticamente. Si a mí me importaran los rumores, el “qué dirán”, mi prestigio o reputación, hubiera escogido otra definición ideológica mucho más cómoda. No se puede ser anarquista sin reconocer que se está en guerra declarada contra el Sistema, contra el Estado y sus instituciones, contra la propiedad y el capitalismo, y no se puede hacer todo esto, en nuestra sociedad, sin asumir cierta porción de infamia. Intentar herir la imagen de un anarquista es como cortar un merengue: inútil. Eso es lo que el poder desconoce.
El poder tampoco imagina el resto de cosas que asume un anarquista al declararse como tal. Yo, como anarquista, me opongo frontalmente a este Sistema. No confío en su propaganda (aunque a veces nos toque inocular en ella nuestras reivindicaciones anti-desahucios), no espero nada de su estructura judicial, ni de sus sentencias, ni de sus puestas en escena. La policía es el Estado, la fiscalía es el Estado y los jueces son el Estado. Yo soy anarquista, enemigo acérrimo del Estado, ¿qué tratamiento creen que espero de su parte? Estamos predispuestas para lo peor. Aunque suene sorprendente, ya presumíamos que una difamación así pudiera surgir y estamos preparadas para resistir las que vengan. Tarde o temprano nuestra ayuda a familias migrantes en situación irregular puede convertirse sin pudor en una acusación de “tráfico de personas” y nuestra asesoría jurídica a compañeras que ejercen la prostitución en otra igual de absurda de “proxenetismo”. El periodista, como el artista, debería tener algo de libertario y entender que su labor es ejercer contra-poder, fiscalizar a los que mandan y no someterse a ellos. Pero hoy gran parte del periodismo también es parte del Estado. Por todo esto, nada espero del Sistema más que una confrontación constante.
Otra cosa que el poder ignora es que un movimiento social pueda carecer de líderes. Su mentalidad capitalista les impide entender que se pueda impulsar una lucha vecinal sin intereses de por medio, sin cobrar a los afectados, sin ánimo de lucro; su mentalidad jerárquica les impide entender que pueda organizarse algo de forma horizontal, sin jefes y sin subordinados. Creen que aplastando a un portavoz aplastan a un líder, y no ven que detrás de todo esto hay una realidad mucho más amplia protagonizada por decenas de vecinas. Les preocupa un movimiento que no se deja domesticar a través de subvenciones, que no es controlado por ningún partido y que tiene su médula en los barrios. Les asusta que haya algunas anarquistas de por medio porque saben cuál es la dura realidad canaria y son conocedores de que su Sistema no puede seguir parcheándola a golpe de subsidios. Con unos 3.000 desahucios al año, un desempleo galopante, una pobreza que ya supera a más de la mitad de la población canaria y una de las infancias más pobres de la Europa política, no les preocupa hallar soluciones; les asusta que haya quien señale a los culpables.
Y por último hay otro asunto que el poder también parece desconocer: no estamos solas. Por todo el Estado, e incluso fuera de sus fronteras, son muchas las compañeras que están a nuestro lado cuando vienen mal dadas. Hermanas que amplifican nuestra voz, que pintan las calles, que dibujan su rabia y nos apoyan, hombro con hombro, espalda con espalda. Caer en silencio ya no es una posibilidad. Los profesionales de la mentira deben comprender que tienen en frente a profesionales de la resistencia. El camino es duro y lo será aún más de aquí en adelante. Judicialmente tocará resistir para ganar tiempo y que la lucha antirrepresiva no absorba demasiados de nuestros esfuerzos. Hay que asumir la casi certeza de una condena de cárcel con cuya suspensión provisional trataran de desactivarme durante los próximos años. Mediáticamente debemos seguir tejiendo un discurso antihegemónico y asumir que si a veces para dar la cara hay que tapársela, hoy me seguirá tocando mostrarla para evitar los peligros del anonimato, el mismo que alimenta cunetas y desapariciones. Nuestra lucha es pública y no puede ser de otra forma cuando se intenta articular un movimiento vecinal y barrial de masas. Pero sabemos que en todos y cada uno de esos baches, conflictos, victorias y derrotas, tendremos a muchas compañeras de nuestro lado, desconocidas íntimas, personas muy cercanas desde la distancia, miembros de la FAGC que quizás ni siquiera necesitan sentirse anarquistas y que tal vez jamás pisaron nuestra isla. A todas ellas sólo puedo y podemos darles las gracias, terminar este inusual comunicado dedicándoles mis últimos pensamientos y esta frase de Edward Abbey:
“Disfruten de su propia vida. Mantengan la cabeza alta y unida al cuerpo, y su cuerpo activo y vivo. Y yo les prometo que todo saldrá bien. Les prometo una dulce victoria sobre nuestros enemigos, sobre los hombres atados a un escritorio, sobre las mujeres con el corazón dentro de una caja fuerte y la mirada hipnotizada por los números de una calculadora. Les prometo que sobreviviremos a esos cabrones”.
Ruymán Rodríguez
Solidaridad y apoyo a nuestro compañero Ruymán
Desde el Sindicato de Inquilinas de Gran Canaria mostramos nuestra máxima solidaridad y apoyo incondicional al compañero Ruymán Rodríguez ante la campaña de difamación y calumnias orquestada por el Estado a través del periódico “Canarias 7”.
Aún nos impacta la vergonzosa falta de ética de este medio de comunicación, que reproduce exclusivamente la versión del Estado como si se tratase de un medio oficial, sin consultar a la otra parte afectada para contrastar los hechos.
Entendemos que se trata de otro montaje policial con el fin de criminalizar la lucha por una vivienda digna en una región con cerca de 1.000 desahucios por trimestre y más de un 40% de la población en riesgo de pobreza. Se trata, sin duda, de un ataque directo a un afiliado, como si se tratara de un personaje público, para castigarle por su militancia y desactivarle políticamente. No lo permitiremos.
La versión que publica este medio servil es completamente falsa. Ruymán Rodríguez fue detenido de forma ilegal en abril de 2015 por una denuncia por allanamiento que ya había sido retirada y archivada días antes. La propia Guardia Civil había recogido y documentado la retirada de la denuncia. Sin embargo, aún así fue detenido y llevado al cuartelillo de Guía, donde fue insultado, vejado y golpeado hasta el punto de que tuvo que ser trasladado a un centro de salud y, posteriormente, al Hospital Dr. Negrín como demuestra el parte de lesiones y un auto en el que se abre una causa por tortura contra los guardias civiles que aún sigue abierta. Esta detención arbitraria no se debió a un error, sino un ataque directo para amedrentarle y forzarle a abandonar la Comunidad “La Esperanza”, donde viven más de 200 personas en régimen de precarista. No está de más recordar que en ese acuartelamiento ha habido agentes condenados este mismo año por falsear documentos.
Al contrario de lo que recoge el tabloide “Canarias 7”, el hecho que motivó la detención injustificada no fue una denuncia por extorsión, delito que no aparece mencionado en ningún momento en la acusación del Ministerio Fiscal, sino por allanamiento. Esta denuncia fue presentada por una señora que ocupó una vivienda en “La Esperanza” sin permiso de la Comunidad, saltándose los protocolos y entrevistas internas de la propia Comunidad para entregar una vivienda. Esta señora denunció a toda la comisión de Realojo (unas 6 personas) de la propia comunidad porque ésta le exigió que abandonara la vivienda para destinarla a una familia que la necesitase. Cabe resaltar que el compañero Ruymán no estaba presente en el momento del conflicto entre la comisión y la señora. A pesar de ello, fue la única persona detenida y agredida por las fuerzas de seguridad del Estado. Días después, la asamblea de la Comunidad “La Esperanza” logró aclarar el asunto con la señora, que accedió a abandonar la vivienda que había ocupado sin permiso y retiró la denuncia. No se explican entonces la detención arbitraria, las vejaciones, los insultos y las agresiones que acabaron con nuestro compañero en el hospital. Mucho menos se entiende la acusación por parte de la Guardia Civil de “atentado a la autoridad” por una supuesta patada a un agente que le provocó una “fricción” en la pierna. Una fricción por la que le piden, encima, un año de prisión y 700€ de multa.
Además de recoger la versión oficial, el diario satírico “Canarias 7” da pábulo a las repugnantes calumnias vertidas por el Estado sobre nuestro compañero. Le acusan falsamente de extorsión. Sólo hay que consultar la acusación del Ministerio Fiscal para descubrir que no hay ni una sola mención a tal delito.
Entendemos que estas asquerosas mentiras sólo buscan desacreditar la figura de un compañero que ha perdido salud, tiempo y dinero por asegurar una vivienda digna a personas con necesidad. No sólo buscan desacreditarle a él, sino a todas las que luchan porque no haya familias que duerman en la calle. La FAGC y el Sindicato de Inquilinas siempre han luchado contra la especulación y venta de casas socializadas. Tanto es así que el Sindicato, incluso, sólo se financia mediante una cuota simbólica de 1 euro al mes que ni siquiera todas las afiliadas están obligadas a pagar porque para muchas supone un cartón de leche menos en la despensa. A estas alturas nos sorprende poco que el Estado recurra a estas miserables artimañas, pero confiábamos en que quedara un poso de decencia en este medio de comunicación. Nos equivocamos.
Por todo ello, el Sindicato de Inquilinas de Gran Canaria quiere declarar que:
1. Apoyamos y defendemos incondicionalmente la inocencia de nuestro compañero Ruymán ante las mentiras y calumnias del Estado y sus medios serviles.
2. Jamás permitiremos la criminalización de la lucha por los derechos fundamentales y combatiremos con todas nuestras fuerzas y por todos los medios posibles a quienes traten de desacreditar y desmovilizar a personas y organizaciones por medio de la violencia física y mediática.
3. Llamamos a toda la población canaria y a las organizaciones sociales a protestar contra esta campaña orquestada desde las cloacas del estado y reproducida por los medios esbirros y lamebotas. Cuando atacan a quienes defienden derechos tan básicos como tener un techo, nos atacan a todas.
Como siempre, se trata de una lucha entre opresores y oprimidas, entre quienes desahucian y quienes se juegan el pellejo para que nadie duerma en la calle. Ellos tienen el poder y los altavoces, pero nosotras somos más y las calles, cuando mueren las sirenas y las luces azules, siempre vuelven a ser nuestras.
Folleto: «La verdadera Barcelona en llamas»
Las compas de Editorial Calumnia, con diseño de portada de @sublinismo y la colaboración de El Lokal, han sacado este precioso folleto con el texto de Ruy «La verdadera Barcelona en llamas». Parte de los recaudado se destinará a nuestras luchas sociales y de vivienda en Gran Canaria. Si quieres adquirirlo en formato físico puedes hacerlo en la web de Calumnia. También las compas de El Lokal han sacado varias prendas con el diseño que igualmente se destinará en parte a dar soporte a nuestro movimiento.
Folleto sobre los disturbios de mediados de octubre en el que el autor intenta esclarecer algunas mentiras difundidas por los grandes medios de comunicación, así como señalar la necesidad de un posicionamiento y un paso a la acción del anarquismo dentro de estos.
La verdadera Barcelona en llamas
Se han escrito, pensado y dicho tantas mentiras sobre los disturbios de Barcelona, que si llegaran a materializarse podrían verse desde el espacio con mucha más facilidad que la Gran Muralla China.
No me cuesta suponer que muchos de los que reproducen esas mentiras o bien no han pisado Catalunya desde que el lunes 14 de octubre se hacía pública la sentencia del procés y empezaban las movilizaciones o, si la han pisado, no se han enterado de nada. Pero estoy convencido de que los autoproclamados “profesionales de la información”, que sí la han pisado, que sí se han enterado de todo y que aún así intoxican deliberadamente, lo hacen respondiendo a los mandatos directos del poder y a una bien definida estrategia propagandística. Lo lamentable es descubrir que gran parte de la izquierda politizada, con sus columnas de opinión, comunicados, colectivos, sedes y asambleas, parecen estar analizando la realidad a través de dicha propaganda mediática.
La verdad sobre esta última reedición de La Rosa de Foc tiene muy poco que ver con lo que nos han contado o mostrado. Por un lado, uno esperaría al llegar a Barcelona encontrarse con una ciudad colapsada, con la “gente de orden” metida en su casa y la vida urbana completamente paralizada. La realidad, por el contrario, es que la gran mayoría de habitantes sigue con sus rutinas y hábitos callejeros normales. Esto no quiere decir, necesariamente, que no les interese lo que está pasando en su ciudad, ni que sean ajenos al conflicto. Al contrario, es el tema de conversación constante y es imposible saber si el vecino que apura un vermú en una terraza no está haciendo tiempo para sumarse a una movilización esa misma tarde. De hecho, es raro ver a alguien alarmarse por oír un pelotazo de goma a lo lejos o por ver a manifestantes corriendo por las calles. No sabría decir si es una cuestión de desconexión entre ambas realidades o de costumbre, de haberse habituado a lo inhabitual.
Pero la gran mentira sobre las llamas de Barcelona va mucho más lejos, o al menos más a las vísceras. ¿Comandos internacionales bien organizados y bien financiados detrás de los disturbios? ¿Un movimiento exclusivamente nacionalista motivado por aspiraciones supremacistas? La realidad de las barricadas y de la calle no tiene nada que ver con eso.
En primer lugar, la media de edad de quienes están protagonizando las protestas es llamativamente baja. Son jóvenes que a menudo no superan los 18 años. En las calles de Barcelona no es raro encontrar a chicas y chicos de 15 o 16 años llevando la iniciativa en las manifestaciones y en los enfrentamientos con la policía. La gran mayoría ha nacido en el siglo XXI, y nada tienen que ver con “revolucionarios profesionales”, “antisistemas de origen europeo” y demás mitos que los medios han hecho circular estos días. De hecho, ojalá hubiera más grupos organizados metidos en el conflicto. Porque hoy por hoy casi todo el peso de la lucha, también a nivel represivo, está recayendo sobre unos jóvenes que pueden parecer “expertos” de cara al exterior, pero que realmente no tienen más armas que la voluntad, el entusiasmo, el ensayo/error, el adiestramiento del día a día, la improvisación, la información boca-oreja y mucha rabia acumulada. Los tutoriales de Internet, el aprendizaje sobre el terreno y puede que un breve consejo de algún veterano aislado, están haciendo más por mantenerlos seguros y a salvo que ninguno de esos fantasmagóricos grupos bien financiados (aún nadie me ha contestado a cuánto se paga el contenedor en llamas) con los que todavía nadie se ha encontrado. La espontaneidad está marcando gran parte de la lucha y también muchas de las acciones concretas, con todo lo positivo, pero también peligroso, que tiene esto.
Por otra parte, ¿qué es lo que mueve a esta juventud a tomar las calles? Sería excesivamente simplista y caricaturizador reducirlo todo al nacionalismo catalán. Sí, ciertamente ese factor está muy presente y se deja notar, desde las banderas a las consignas. Sin embargo, sólo un análisis de brocha gorda podría defender que el patriotismo es lo que mantiene al 100% de los manifestantes en pie de guerra. La realidad es mucho más compleja y tiene que ver bastante con las fisuras en la narrativa del Estado.
Durante décadas a varias generaciones (los que nacimos entre 1978 y la primera década del 2000) se nos ha dicho, y a veces convencido, de que en democracia podía defenderse cualquier idea, incluso la independencia, siempre y cuando fuera de forma pacífica. Este era el caballito de batalla contra la izquierda abertzale en los años más duros de ETA. El mantra ha seguido repitiéndose hasta nuestros días. Las censuras y detenciones arbitrarias por delitos de opinión podían ir fisurando el relato, pero en casi todas partes y ambientes ha seguido incuestionable. El 1 de octubre de 2017 se abrió una importante grieta con la brutal represión policial que sufrió Catalunya el día del famoso referéndum. Pero fue el pasado lunes 14 de octubre cuando la música dejó de sonar, el telón cayó y la máscara se rompió. Miembros de la alta burguesía, cargos públicos, de partidos y asociaciones, gente con miles de votantes y seguidores a sus espaldas, personas que siempre han ejercido de bomberos ante procesos callejeros que no pueden controlar, pacifistas ad nauseam, eran condenados por el Tribunal Supremo a penas de cárcel de entre 13 y 9 años por defender la independencia. Esta sentencia provocaba dos conclusiones muy claras: primera, el soniquete de que “todo vale en democracia mientras no se use la violencia” había caído al suelo hecho añicos y se llegaba a la deducción de que si te podían caer varios años de cárcel por no hacer nada, mejor que te cayeran por “hacer algo”; segunda, si el Estado español podía hacer eso con los “próceres” del catalanismo, ¿que no podría hacer con el resto? Hay veces que la sensación de amenaza, de un terror que se abalanza sobre nosotros, nos lleva a recluirnos; otras, a enseñar los dientes. Es en esto último en lo que está la juventud catalana.
Muchos de estos jóvenes acompañaron a sus padres a votar el famoso 1-O, y los vieron sangrar, con las manos en alto, mientras la policía los apaleaba impunemente. El relato pacifista de sus mayores se había disuelto y ya no había forma de recomponerlo. Los pasos dados por el Estado español y su aparato policial-judicial han tenido mucho que ver, por tanto, con esta inversión de la corriente. Dinámica de la que tampoco escapan la Generalitat y los partidos independentistas, de derecha a izquierda. El fenómeno de la “independencia en diferido”, los paripés y proclamaciones simbólicas que evidenciaban más miedo a un pueblo catalán sin riendas que al propio Estado español, han hecho que el manifestante actual, incluso el independentista, sienta cada vez mayor aversión por unas instituciones y unos partidos cuyo prestigio se deteriora a pasos agigantados.
Sin embargo, ni siquiera esto abarca todas las motivaciones. En las manifestaciones hay también muchos jóvenes sin futuro, sin empleo, migrantes, cabreados por una Barcelona cada vez más inhabitable, concebida para ser consumida y no vivida. Jóvenes que antes de la sentencia ya estaban hartos de que los mossos les registraran y detuvieran por su color de piel. Jóvenes con empleos precarios que se lamentaban por tener que abandonar una manifestación o un corte de carretera porque tenían que entrar a trabajar en una feina de merda. Cuantos más de estos jóvenes se sumen al conflicto más se incidirá y profundizará en los aspectos sociales del mismo.
La actuación de la policía, tanto la nacional como los mossos, está deliberadamente forzando la radicalización de la situación. Más allá de lo visto en redes sociales (pelotazos de goma directamente al cuerpo, atropello de manifestantes, palizas a ancianos, pisar a detenidos en el suelo, porrazos en la nuca, detenciones arbitrarias, cargas indiscriminadas, persecuciones mientras lanzan carcajadas de psicópata por el megáfono de un coche patrulla, 4 personas tuertas por los citados pelotazos de FOAM), he podido comprobar personalmente la provocación sistemática empleada como táctica policial: he visto a mossos haciéndome directamente una peineta mientras pasaba a su lado; les he escuchado mandar a la gente “a tomar por culo con su jodida república”, en perfecto castellano, intentado marcar las sílabas, tanto como fuera posible, para intentar que un idioma se convierta, de por sí, en un insulto; les he visto abrir una barrera policial, con 100 metros de tierra de nadie a sus espaldas, en pleno prime time televisivo, para permitir que un “agente provocador” lanzara a la masa concentrada gritos de “¡arriba España!”, en un burdo intento de propiciar una agresión colectiva que justificara la carga de los antidisturbios. Todo esto, desde luego, no es casual y debe responder a una estrategia bien pensada. No obstante, es imposible mantener permanentemente la táctica de la tensión. Es verdad que a veces la cuerda cede, pero también es cierto que a veces se rompe con una sacudida violenta. Las consecuencias, entonces, no pueden preverse.
El conflicto, en síntesis, tiene algunos aspectos que desde el punto de vista subversivo (lo siento, pero no tengo otro) marca un antes y un después: la ruptura emocional de la gran mayoría de los manifestantes con el Estado español es prácticamente absoluta; aunque el divorcio con las instituciones y partidos catalanes, y con sus plataformas sociales, aún no es completo, entre los jóvenes crece el descontento y se dan los primeros síntomas de separación; el mito de la nostra policia, reforzado especialmente tras los atentados de las Ramblas del 17 de agosto (2017) y del 1-O, se resquebraja la primera semana de protestas después de todo lo relatado; la línea roja marcada por el pacifismo empieza a desdibujarse y la censura de acciones hipócritamente consideradas “violentas” se considera fuera de contexto en círculos cada vez más amplios (es complicado considerar violento la quema de un contenedor1 cuando cada día de movilización arroja uno o dos manifestantes mutilados).
A pesar de que estos disturbios suponen un punto y aparte (aún es pronto para valorar su magnitud en nuestra historia contemporánea, pero ya podemos confirmar que ha roto ciertas barreras que por ejemplo nunca tocó el Movimiento 15-M), sería absurdo caer en idealizaciones. Por un lado supondría una exageración afirmar que detrás de todos los manifestantes hay una pulsión política o reivindicativa. Hay también un factor lúdico, de ocio, que, sin ser mayoritario, no es irreal. En ocasiones ese factor no está reñido con la solidaridad y el compromiso en la lucha callejera y, aunque parezca paradójico, estos elementos pueden llegar a compenetrarse de forma bastante natural. Sin embargo, la imagen de jóvenes con vasos de alcohol en la mano, haciéndose un selfie con sus parejas y amigos delante de una barricada en llamas, reduciendo los disturbios a un momento más de una noche de fiesta, no es sólo propaganda. Pero este es un fenómeno que guarda más relación con nuestro modelo social que con este conflicto concreto, de hecho, en una ciudad tan turistificada como Barcelona, he llegado a ver a familias de turistas asiáticos haciéndose fotos delante de contenedores volcados.
Otro elemento desconcertante es la aparente falta de un objetivo o plan concreto. Debe de haberlo, pero casi nadie parece conocerlo. Una pregunta común, en los cortes de carreteras, las manifestaciones y los propios disturbios era: “¿y ahora qué?”. Muchos eventos acaban convirtiéndose en un deambular sin rumbo fijo, ante la ausencia de una finalidad definida. De hecho a veces pensaba, seguro que ingenuamente, que el primer sujeto o colectivo que expusiera un programa estratégico con puntos asumibles se llevaría el gato al agua. Esta dinámica me hacía darle vueltas a dos cuestiones: primera, la necesidad, ya mencionada, de una hoja de ruta ajena a las instituciones y a las organizaciones que éstas manejan; segunda, preguntarme dónde estaban “los míos”, las organizaciones y colectivos anarquistas.
Seguramente deben de haber muchas individualidades desparramadas en cada movilización, pero eché en falta la presencia coordinada de los grupos libertarios. Los compañeros anarquistas con los que traté me explicaron que esto era muy difícil dada la configuración atomizada del movimiento anarquista de la ciudad. Aún así me extrañó que, ante acontecimientos de tanto calado social y político, no surgiera un rudimentario acuerdo de mínimos. Ojalá las mentiras de la prensa, sobre el fuerte peso de los anarquistas en las protestas, se aproximaran a la verdad.
Si algo nos enseñó el 15-M es que los movimientos políticos siempre rinden cuentas ante la historia. El 15-M no fue un movimiento revolucionario y estuvo muy lejos, como el actual movimiento catalán, de ser perfecto y estar exento de contradicciones (para eso habrá que esperar al Paraíso revolucionario). Sin embargo, allá donde los anarquistas participaron las ideas libertarias bien definidas confluyeron con las intuitivas, el movimiento anarquista creció o se fortaleció (ejemplo es la FAGC en Gran Canaria) y pudo dejar su impronta en los acontecimientos. Donde el anarquismo se inhibió, si no tenía de por sí demasiada vida autónoma previa, acabó siendo representado como un conjunto de inútiles cascarrabias únicamente interesados en perorar y en poner palos en la rueda del movimiento. Proyectarse, no como un movimiento de lucha social, sino como un grupúsculo puramente dialéctico, no puede hacerse sin pagar un precio histórico y social muy elevado.
Aquellos anarquistas, y miembros de la llamada izquierda en general, que hoy cargan contra la juventud catalana están cometiendo el mismo error que ya cometieron con el 15-M. Toda la vida hablando de tomar las calles y las plazas, de despertar y levantarse, de barricadas y disturbios, y cuando esto pasa les pilla con los pantalones bajados porque no ha habido una mínima preparación, ni siquiera una mínima convicción, de que se pudiera pasar de los discursos y las teorías abstractas a la realidad práctica. Cogidos por sorpresa, y sin mucho interés en moverse demasiado (ni a nivel de replanteamientos ideológicos ni de actividad inmediata), adoptan la cómoda postura de cuestionarlo todo pero sin hacer nada. Con esa actitud se están posicionando, tanto antes como ahora, como el ala derecha de los movimientos sociales, cuando no como el ala izquierda de los movimientos reaccionarios. No están comprendiendo a su juventud, reduciendo su propia ideología “revolucionaria” a un artefacto senil, pretérito, impracticable, que no arrastra ni una pizca de la utilidad que pudo tener en el pasado.
Lo mismo le ocurrió a algunos de la “vieja guardia” libertaria con los jóvenes que protagonizaron el Mayo del 68. Eran incapaces de analizar una explosión social de ese tipo –que no habían organizado directamente ellos, sino la nueva generación militante– sin quitarse las lentes de sus planteamientos clásicos. Podían entender que las banderas negras volvían a las calles y reconocían que el interés por lo libertario estaba resurgiendo, pero eran incapaces de comprender enteramente el proceso, de sentir afinidad por unos jóvenes tan diferentes de sus antecesores y por un lenguaje completamente nuevo. Por eso trataban a los protagonistas de las luchas con cierto desdén y adultismo, considerando que su radicalismo se curaría con la edad2. Esto, aunque a la larga pudiera ser cierto, no es nunca una buena forma de acercarse a un proceso. Lo lamentable y paradójico es que muchos de los que participaron en el Mayo del 68 juzgan hoy a la juventud catalana con la misma severidad con la que se les enjuició a ellos entonces. Al final los jóvenes les dirán lo mismo que ellos dijeron en su día a otros censores: “[…] preferimos trabajar en acuerdo con centenares de revolucionarios que, sin llevar la etiqueta de anarquistas, lo son para nosotros mucho mas que ciertos burócratas”3.
En definitiva, hemos de huir de estas actitudes como de la peste. El anarquismo debe aprovechar estas situaciones para mostrarse práctico y resolutivo, como una opción de desbloqueo real en las reflexiones y en las calles. Ojalá todas las energías que se invierten en discusiones bizantinas sobre entelequias se invirtieran en desarrollar una hoja de ruta, un programa, entendible y asumible, que viniera a proponer cosas tan concretas como que los disturbios no cesarán hasta que no haya una amnistía que abarque no sólo a los presos del procés sino a todos los detenidos estos días (inasumible para el Estado español, pero al menos marca un objetivo) y se empezaran a generar las estructuras necesarias para mantener la tensión un tiempo indefinido. Si somos incapaces de generar algo tan “macro”, quizás sería interesante concentrarnos en diseñar una estrategia de objetivos concretos en las movilizaciones. Tomar un espacio, ocupar una institución, colapsar un recurso, como pasó con el aeropuerto de El Prat el primer día de movilizaciones, es un objetivo claro, con principio y fin. La dinámica de “barricada-carga policial-correr” y vuelta a empezar puede ser muy útil a nivel de aprendizaje y de generar músculo revolucionario, pero es muy difícil mantenerla durante prolongados períodos de tiempo. Los jóvenes que están en esto por ese aspecto lúdico que comentaba antes, abandonarán las calles cuando la cosa deje de ser “divertida”. Los jóvenes con compromiso político y los que se mueven por motivos sociales, sí seguirán ahí cuando la “novedad” se acabe, pero un movimiento no puede sobrevivir asumiendo un coste tan elevado a niveles represivos. Con una media de 30 detenciones al día (200 detenidos en 6 días) se corre el peligro de agotarse. Es por eso importante replantearse la táctica y la estrategia, en qué incidir y qué cambiar.
Y si no estamos para reflexionar sobre nada de esto, es importante que al menos estemos en las calles, que se note nuestra presencia, no renunciar a la propaganda por el hecho. Desde fuera puede parecer que carece de importancia, pero estar ahí, y no renunciar al discurso propio, es vital. Y lo he podido comprobar personalmente. De lo más pequeño a lo más grande, en cualquier momento puedes ahondar en un conflicto, radicalizar una situación, mostrar eficacia o experiencia. Tu comportamiento habla más de tu propuesta política y social que ningún discurso. Cuando un grupo de manifestantes se sientan y empiezan a entonar de nuevo el “som gent de pau”, es importante que una presencia discordante les recuerde que sentados invitan a que carguen y que dejan expuesta una zona del cuerpo tan sensible como la cabeza. Cuando los cánticos capacitistas y machistas se abren paso, es necesario romper esa dinámica e introducir consignas anticapitalistas o libertarias que sirvan de contrapeso. Cuando un grupo de jóvenes corren descamisados y a cara descubierta huyendo de las sirenas, es difícil que se olviden del militante anarquista que les hizo un tutorial in situ sobre cómo taparse completamente el rostro y la cabeza con las camisetas que colgaban de sus cinturas. Cuando los ánimos están inflamados después de cantar Els segadors, no está de más recordar a quienes te rodean que la letra de ese himno la compuso un antiguo anarquista llamado Emili Guayavents (1899) y que de ahí viene lo de: “com fem caure espigues d’or/quan convé seguem cadenes”4 y disfrutar de cómo los pibes y pibas que te han escuchado empiezan a comentar el dato. Cuando un fascista se embosca para reventar una manifestación, puede suponer un cambio de perspectiva entre los presentes que sea un anarquista el primero en detectar la jugada y en expulsar al “agente provocador”. Todo esto, aunque apenas suponga una minúscula gota más en la corriente, es importante para alimentar el cauce y empujarlo fuera de las aguas mansas.
Lo repito: no estamos ante una revolución, ni estamos tampoco ante una lucha perfecta. Ninguna lo es, ninguna lo será. Los agoreros que en cada revuelta o movilización social denuncian que “no durará”, que “fracasará” o que “no es una revolución integral”, siempre tienen y van a tener razón. La tienen ahora con respecto a los disturbios de Catalunya, la tuvieron hace poco en relación al 15-M, la tuvieron hace mucho cuando hablaban del Mayo del 68, pero también la habrían tenido si hubieran estado vivos el 19 de Julio de 1936 y hubieran podido recorrer las calles de Barcelona. Todas las revoluciones y conatos de revoluciones que se han producido, a lo largo de la historia de la humanidad, o han fracasado o han sido traicionadas, y muchas de ellas han sido lo suficientemente parciales como para que el término revolución les quede, tal vez, demasiado grande. Los agoreros no aciertan porque sean unos “genios clarividentes”, lo hacen porque su horizonte analítico tiene, en realidad, la misma complejidad que la de recordarnos que todos vamos a morir5. La cuestión es si, conociendo esa obviedad, el alto porcentaje de fracaso, desmovilización y represión que nos espera, merece la pena moverse, tensionar la situación, ganar peso, experiencia y número de cara al futuro, llevar los acontecimientos hasta sus límites, luchar sin idealizaciones ni esperanzas vagas o, por el contrario, quedarse cruzados de brazos, criticando desde la distancia, y esperando a que nos llegue la muerte. Como decía Simone Weil: “no me gusta la guerra, pero en la guerra siempre me pareció que lo más horrible era la situación de los que permanecían en la retaguardia”6.
Al regresar de Barcelona una compañera del Sindicato de Inquilinas me preguntó: “al final, los que están en las calles, ¿quiénes son? ¿Son independentistas o son antisistema?”. Y le tuve que contestar lo que vi: son pueblo, simplemente pueblo, un pueblo que está empezando a perder el miedo. Esa es la verdad sobre las llamas de Barcelona.
Ruymán Rodríguez
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1 La táctica de la criminalización ha tratado, como siempre, de arrastrar a la gente por las tripas, y los medios no han parado de difundir las cifras del Ayuntamiento de Barcelona que estima en un millón y medio de euros el gasto por los contenedores quemados. La reacción de mucha gente ha sido la de no explicarse como un Ayuntamiento puede comprar a un precio tan elevado unos simples contenedores. ¿Se los compra acaso a Swarovski?
2 Para conocer más sobre el conflicto ideológico y generacional que supuso el Mayo del 68 dentro del movimiento libertario, es recomendable leer el capítulo (“1968. La revuelta antiautoritaria en Europa” pp. 219-246) que Octavio Alberola y Ariane Gransac le dedican a dicho acontecimiento en su libro El anarquismo español y la acción revolucionaria (1961-1974) (2004, Ed. Virus). En dicho libro también se explica que el desencuentro se escenificó ostensiblemente en el Congreso Anarquista de Carrara (Italia) de 1968. Para más información sobre dicho congreso y sus cuitas internas recomiendo el artículo de Luis Nuevo “Congreso Anarquista Internacional de Carrara de 1968. El anarquismo delante del espejo” para la Redacción de Noticias de Alasbarricadas.org.
3 Escrito de los editores de Noir et Rouge leído en el citado Congreso de Carrara, ibíd.
4 “Como hacemos caer espigas de oro/cuando conviene segamos cadenas”.
5 En realidad, nadie conoce la fórmula exacta para que una revuelta vaya a más y pueda amenazar con transformar verdaderamente las cosas. De hecho, es casi imposible de prever. Como explica Éric Hazan en el capítulo “Politización” (pp. 21-42) de su ensayo La dinámica de la revuelta (reeditado este mismo octubre del 2019 por Virus Editorial), ni siquiera el nivel de politización del pueblo es un factor clave para ello. Hubo momentos históricos en los que las revoluciones fueron más provocadas por el hambre y la desesperación que por la politización de las masas (Francia 1789, Rusia 1917), otros en los que politización confluyó con factores económicos y sociales (España 1936) y otros donde a pesar del alto nivel de politización no ocurrió nada a efectos revolucionarios (Italia en la década de los 70). La revolución es y será siempre un campo abierto a la experimentación, donde la historia sirve de pista pero no de brújula.
6 En H.M. Enzensberger, El corto verano de la anarquía, 1998, p. 170, Ed. Anagrama.
Charla en El Raval de Ruymán Rodríguez sobre Anarquismo de barrio
32 aniversario de El Lokal (El Raval, Barcelona) el 19/10/2019 en el Àgora Juan Andrés. Charla de Ruymán Rodríguez de la Federación Anarquista de Gran Canaria y del Sindicato de Inquilinas sobre Anarquismo de barrio.
Charla sobre vivienda en FAU Düsseldorf
Siempre con la desobediencia
Desde que en 1849 Henry David Thoreau definiera el principio de la “Desobediencia Civil”, esta herramienta popular ha servido para señalar desigualdades sociales, la tiranía de los Estados, la guerra, el imperialismo y todos los fenómenos jerárquicos que atentan contra la vida y la dignidad.
La sentencia del Tribunal Supremo del 14 de octubre sobre el “Procés” no puede verse como un asunto interno catalán, ni como una guerra de nacionalismos y banderas. Quien quiera verlo así estaría pecando de miopía y de una insensibilidad política total.
La sentencia del “Procés” es un ataque directo contra todos los movimientos sociales y una amenaza contra el derecho a la protesta. La sentencia considera que la desobediencia civil masiva debe ser enjuiciada y condenada bajo los tipos jurídicos más duros, con penas de prisión que nos disuadan a todos de la idea de tomar las calles.
Las consecuencias de este dictamen no pueden ser más evidentes: la desobediencia civil, la misma que se enfrentó al Imperio británico, que combatió la segregación racial en EE.UU o que logró la abolición del servicio militar obligatorio en el Estado español, queda completamente criminalizada y tipificada como uno de los delitos más graves, solo por debajo de los delitos de sangre.
En vista de ello nosotros nos declaramos solidarias pero también desobedientes. Somos desobedientes cada vez que paramos un desahucio contra una resolución judicial, lo somos cuando ayudamos a realojar a familias sin hogar y cuando protestamos en la calle ante cualquier injusticia.
Desde Canarias toda nuestra solidaridad con los represaliados, con los presos políticos y también con los sociales, con los catalanes que sufren hoy las cargas policiales (como las sufrieron el 15M cuando se les desalojó de Plaça Catalunya) y con todos los desobedientes que en cualquier parte del mundo le gritan ¡NO! a un Sistema que está reprimiendo por encima de sus posibilidades y que está agotando la paciencia popular.
S.I.G.C.
F.A.G.C.
«El Lokal» cumple 32 años
Este sábado (19 de octubre) nuestro compa Ruy estará en Barcelona para hablar de «Anarquismo de barrio» en este espacio emblemático del mundo libertario ubicado en El Raval. Toda la info en el cartel. No se lo pierdan.