Comunicado de la Federación Estudiantil Libertaria ante el boicot a Felipe González y Juan Luis Cebrián en la UAM

5807593669722El miércoles 19 de octubre se llevó a cabo un boicot al acto organizado por el periódico El País (Grupo PRISA) en el cual estaban como ponentes Felipe González, expresidente del gobierno, y Juan Luis Cebrián, presidente del Grupo PRISA. Ante ello se ha producido un gran revuelo mediático, ya que la acción impidió la realización del acto. Dentro de este revuelo se nos ha señalado y criminalizado como organización instigadora de los hechos, por ello queremos aclarar algunas cuestiones de gran importancia:

1.Que la convocatoria es de carácter colectivo, es decir, no somos nosotras como organización quienes lanzamos la convocatoria, si no que es una asamblea en la que participan multitud de estudiantes quienes deciden el marco y la acción de la protesta.

2. Encontramos el boicot como una herramienta perfectamente legitimada para mostrar un rechazo colectivo a algo o alguien. Existen multitud de razones por las que este boicot en concreto se encontraba justificado, las cuales se detallaban en el comunicado repartido durante la acción.

3. Las caretas con nombres de personas asesinadas por el terrorismo de estado de los GAL, con Felipe González como responsable político, eran una muestra más de los motivos del boicot. Además cumplían con la finalidad de preservar la intimidad y privacidad de las manifestantes ante posibles consecuencias represivas fruto del clima generalizado de represión a los movimientos sociales derivadas de las Leyes Mordaza.

4. Que 300 estudiantes protagonicen una protesta ante dos de las personas más poderosas del país y, por tanto, con grandes responsabilidades de la actual situación de precariedad, pobreza y falta de expectativas de futuro de la juventud, sean motivo de portada en todos los grandes medios de comunicación, tertulias y prensa en general es cuanto menos desproporcionado. Entendemos que en un país con unas desigualdades sociales cada vez mayores, fruto de las políticas de austeridad y el desmantelamiento de los servicios sociales, existen multitud de motivos que deberían ser noticia constante y que no lo son porque pondrían en cuestión los pilares del Régimen que representan Cebrián y González.

5. Que se nos acuse de coartar la libertad de expresión de la persona poseedora del mayor grupo mediático del país es cuanto menos cómico. El señor Cebrián y el señor González tienen capacidad de expresarse con plena libertad todos los días en todos los grandes medios de comunicación. A quienes se nos criminaliza y se nos impide participar del debate público en igualdad de condiciones solo nos queda la protesta política para hacer valer nuestras reivindicaciones. La libertad de expresión es una farsa en la que se escudan quienes tienen plena capacidad de expresarse y ser escuchadas debido a sus posiciones de poder y privilegio.

Somos conscientes de que este boicot ha herido el orgullo de las organizadoras del evento, principalmente del Grupo PRISA que ha lanzado una serie de artículos en las que se comparaba la protesta con el Golpe de Estado del 23F o cuestiones similares. Una argumentación de tan baja calidad solo podía entrar en un medio de comunicación que es central para la subsistencia de un Régimen que se resiste a morir. Juan Luis Cebrián ha puesto toda su maquinaria propagandística contra quienes le han chafado la mañana. Una muestra más de la falta de solidez de las acusaciones de censoras a las que hemos sido sometidas.

Queremos agradecer todas las muestras de solidaridad recibidas. Nosotras somos una organización política que desarrolla un trabajo público ampliamente conocido y reconocido en las diversas luchas tanto en el ámbito educativo como en el resto de campos en las que nos vemos involucradas. Somos conscientes de que vivimos en una etapa histórica regresiva y de crisis múltiple, en la cual los derechos sociales adquiridos mediante la lucha colectiva están siendo desmantelados ante el avance de la mercantilización de todos los espacios de la vida cotidiana. Ante ello presentamos resistencia, señalamos a los responsables y construimos de la mano del resto de luchas políticas y sociales que reivindican la justicia social y la igualdad alternativas que allanen el camino de una transformación social en clave libertaria y anticapitalista.

Si no nos dejan soñar, no les dejaremos dormir. Seguimos.

*Si deseas mostrar tu solidaridad adhiriéndote a este comunicado escríbenos un correo a uam@felestudiantil.org, ¡Gracias!

Fuente: http://madrid.felestudiantil.org/comunicado-de-la-federacion-estudiantil-libertaria-ante-el-boicot-a-felipe-gonzalez-y-juan-luis-cebrian-en-la-uam/

La isla es de quien la habita (audio)

Cuando llegaron a aquella isla, pensaron que estaban arribando a un espacio virgen, libre de ataduras, donde podrían comenzar de nuevo. Sin embargo, al cabo de un tiempo, llegaron gentes procedentes de lugares recónditos, alejados miles de kilómetros de allí, blandiendo un papel en la mano y reclamando la propiedad sobre esas tierras. A partir de entonces, los nuevos colonos se verían enfrentados con aquellos propietarios “de derecho natural” que les negaban la posibilidad de vivir siquiera como seres humanos…

Al igual que en aquella isla, los desahucios y desalojos se suceden en otros lugares. Y de la misma forma, hay gente que los para e impide los atropellos. Como en Alcorcón: donde la semana pasada, se evitaron por el momento el desalojo de dos familias con numerosos hijos a su cargo.

Pero esta lucha por un techo donde poder dormir y cobijarse, vemos que no es nueva. Siempre ha habido resistencias y luchas, tal y como nos comenta Manel Aisa al hablar de la huelga de alquileres de Barcelona en el año 1931.

Pero no fueron los únicos, en la actualidad hay mucha gente trabajando en este tipo de resistencias. Y así, nos encontramos con otros isleños, de la Federación Anarquista de Gran Canaria, que nos hablan de su actividad diaria y de sus iniciativas con respecto al tema de la vivienda.

Para concluir, difundimos un par de noticias que han llegado hasta nuestra isla y unas cuentas convocatorias que se llevarán a cabo próximamente por los archipiélagos cercanos.

Salud,
en la Ínsula Libertalia, a 16 de mayo de 2016.

Para escuchar el audio del programa de radio: https://insulalibertalia.wordpress.com/2016/05/17/cap-12-la-isla-es-de-quien-la-habita/

Comunicado de apoyo con las compañeras acusadas de expropiar bancos en Alemania

Amb aquest comunicat els col.lectius aquí presents volem manifestar la nostra solidaritat amb les companyes acusades d’una sèrie d’atracaments ocorreguts a la ciutat d’Aachen. El que aquí signem no és només una declaració de germanor, sinó també una afirmació de la nostra convicció en què, malgrat la criminalització que pateixen les companyes, reconeixem en els fets que se’ls imputa una pràctica política històricament legítima i practicada pels moviments revolucionaris, així com una mostra clara de que encara queda esperança en un temps on la persecució i la repressió estan a l’ordre del dia.

Entre els anys 2012 i 2014 es van produïr una sèrie d’atracaments a entitats bancàries de la ciutat alemanya d’Aachen. En posterioritat a aquests fets, la brigada policial encarregada de la investigació va engegar una autèntica campanya mediàtica de delació difonent públicament els detalls dels atracaments oferint recompenses a qualsevol que pogués oferir informació sobre persones sospitoses.

L’estiu de 2015 és detinguda a la frontera entre Grècia i Bulgària una companya per una euroordre emesa des d’Aachen sota l’acusació d’haver participat en un dels atracaments el juliol de 2013. Després de varis mesos de presó preventiva a Bulgària, l’extraditen a Alemanya fins ser alliberada per falta de proves. Actualment es troba de nou empresonada a la presó de Köln, després que es decidís la seva extradició des del Tribunal d’Àmsterdam el passat 15 de setembre.

El 13 d’abril d’aquest any a la ciutat de Barcelona, un gran dispositiu policial dels Mossos d’Esquadra efectua 3 registres; un d’ells al Centre Social Okupat Bloques Fantasma, i els altres dos en domicilis particulars, emportant-se detinguda a una companya. La detenció s’efectua a través d’una euroordre emesa per la fiscalia d’Aachen amb l’acusació d’atracament a un banc el novembre de 2014 a la mateixa ciutat. La companya passa a disposició de l’Audiència Nacional sota l’ordre del ja tristament conegut jutge Eloy Velasco per, posteriorment, ser empresonada a Soto del Real fins la seva extradició el passat 29 de juny. Actualment es troba a l’espera de jucici a la presó de Köln.

La darrera detenció es produeix aquest 21 de juny a Barcelona, on un company és acusat d’haver participat a l’atracament de novembre de 2014, empresonat a Soto del Real i extraditat a la presó alemanya d’Aachen, on es troba en a l’espera de judici en una situació semblant a les dues companyes.
Totes aquestes detencions són producte d’una intensa i estreta col.laboració entre policies europees. Una col.laboració que es concreta a través de l’intercanvi d’informació i favors. En allò concret, la base de la investigació es fonamenta amb els rastres d’ADN que la policia alemanya decideix contrastar amb les dades de la resta de policies europees. A partir d’aquest moment s’estrenyen uns llaços policials que segueixen materialitzant-se a través d’euroordres i col.laboració tècnica.

Per altra banda, tant la premsa alemanya com la catalana i espanyola no han deixat escapar l’oportunitat d’assenyalar i desenvolupar sobre les nostres companyes el relat i interessos del poder.

Però nosaltres ens mantenim fermes, tant les nostres conviccions com el nostre propi relat:

Sigui quina sigui l’evolució del procés judicial, volem mostrar públicament el nostre suport cap a les companyes, reivindicant com a nostres els objectius polítics revolucionaris, la seva lluita i la seva activitat militant. L’intent mediàtic de convertir-les en un perill públic no podria resultar més pervers. Sobre tot quan aquesta operació de manipulació mediàtica implica presentar com a víctimes els bancs, en una inversió total de la realitat que dignifica aquells que ens han estat robant, exprimint, estafant, desnonant i retallant impunement durant anys, mentre criminalitza qui es rebel.la contra el seu ordre i s’atreveix a atacar-los.

A nosaltres ens és del tot indiferent si són realment responsables o no d’aquests atracaments. L’expropiació bancària és una pràctica èticament justa i políticament legítima, un mètode de lluita que forma part de la història dels moviments revolucionaris.

La cacera policial i mediàtica desplegada arrel d’aquests atracaments a Alemanya no ens ha de fer perdre la perspectiva ni confondre’ns d’enemic. La detenció de les nostres companyes és un motiu més per combatre aquestes èlits i el sistema que representen; un sistema únicament mogut per l’acumulació de diners en unes poques mans a expenses del patiment, la despossessió i l’explotació de la resta. Ni la persecució policial ni la propaganda massiva del règim poden ocultar allò que ja és evident per tothom, i és que, com va dir el poeta, quin delicte és robar un banc comparat amb fundar-lo?

Llibertat anarquistes preses!!

A terra els murs de les presons!!!

 

[Fuente: https://solidaritatrebel.noblogs.org/post/2016/10/13/comunicat-de-suport-amb-les-companyes-acusades-dexpropiar-bancs-a-alemanya/]

¿Y si el sindicalismo que conocemos ya no basta?

Por Ruymán Rodríguez

He visto que en determinados medios contrainformativos y portales libertarios se ha originado un interesante debate sobre la viabilidad y necesidad del “sindicalismo revolucionario”1, y como precisamente llevo mucho tiempo dándole vueltas a este tema me he decidido, humildemente, a participar. Vaya por delante que mis limitados recursos no me permiten consultar Internet a voluntad, por lo que me disculpo si he omitido alguna de las intervenciones que me preceden.

Además de lo dicho, advierto que no está en el espíritu de este artículo decirle a persona u organización alguna cómo debe organizarse. Es una propuesta basada en mi realidad cotidiana, una realidad (en Canarias) con un 30% de paro y aún más (37%) de exclusión social, con decenas de desahucios diarios, con 140.000 viviendas abandonadas, con una enorme pobreza infantil y con la economía en B como el principal modo de supervivencia de muchas de las familias que ponen cara a estas cifras2. Como doy por sentado que está realidad transciende de las islas, este texto no debe interpretarse como un ataque al sindicalismo revolucionario, sino como un llamamiento, allí donde no crece, se estanca o se ve superado por otras ofertas, a ampliar su campo de acción y abrir el abanico de la intervención sindical, económica y social.

1. Oliver y el pasado.

La revolución de 1936 en el Estado español fue la hostia, lo sabemos todos. Sin embargo, no solamente fue el resultado de un trabajo de hormigas desde 1868: fue el resultado de un contexto y fue, sobre todo, algo que ya pasó. Puede parecer redundante si miramos el calendario y vemos que estamos en 2016, pero merece la pena recordarlo.

Creo honestamente que cierto anarcosindicalismo está afectado de nostalgia y que debe buscar la cura3. La historia me fascina, pero sirve para sacar conclusiones no para revivirla. Esa revolución, con esos actores y circunstancias exactas, no volverá, y hemos de asumirlo, porque como decía Émilienne Morin “no se hace la misma revolución dos veces”4. En el mejor de los casos, si surgen las condiciones propicias y tenemos la capacidad de estar a la altura, nos tocará hacer la nuestra. Debemos por tanto esforzarnos en entender esto: la mentalidad del heredero condiciona; la del generador, aunque dé vértigo, libera.

Sin embargo, hay otras lecciones que sacar de esa época. En las primeras intervenciones (de José Luis Carretero y Pepe Gutiérrez-Álvarez) se habla de ese momento en el que el sindicalismo revolucionario tenía tanta fuerza que podía plantearse si “ir al por el todo” o si colaborar con las instituciones republicanas y fuerzas antifascistas. Para mí la lectura no es cómo volver a tener la fuerza que nos permitió estar ahí, sino cómo evitar interpretar el fenómeno revolucionario en esos términos supuestamente dicotómicos.

Cuando se dice comúnmente en nuestra historiografía que en el famoso Pleno de Locales y Comarcales posterior a las jornadas del 19 de julio se dirimía si “dictadura anarquista” o “contemporizar”, si “hegemonía cenetista/faísta” o “colaboración”, no se está diciendo que se discutía si “revolución” o “guerra”; se está afirmando en realidad, aunque no se quiera reconocer, que se estaba debatiendo si aceptar el poder republicano constituido o crear uno nuevo controlado por las organizaciones que vertieron más sangre en parar los pies a los militares: la CNT y la FAI. Aún en la distancia seguimos siendo bastante miopes al abordar el asunto y no admitimos un hecho consumado: en cuanto más se introducía la cuestión en el terreno del poder más se alejaba del espacio libertario.

Los que proponían colaborar (casi todos salvo Oliver y la Comarcal del Bajo Llobregat) hablaban de la situación internacional, de la poca fuerza del anarcosindicalismo en el resto del Estado y además de no romper la unidad antifascista, de ser “generosos” con los minoritarios. Soterradamente, hablaban también del miedo a una dictadura encarnada por García Oliver. Este último, con todas sus virtudes organizativas y defectos personales, planteaba hacer oficial la superioridad de la CNT/FAI en la calle e “ir a por el todo”. No se sabe si tenía realmente esa aspiración dictatorial o no; si estaba convencido de lo que proponía o si su intención era precisamente atemorizar a sus compañeros y forzarles a votar por la colaboración que a la postre lo haría ministro; si proponía un modelo similar a lo que después sería el Consejo de Defensa de Aragón; o si con su propuesta “radical” pretendía la absolución histórica de la que no dejaría de presumir en El Eco de los Pasos (1978) al ser el único que propuso la “vía revolucionaria”. Desconozco la respuesta. Lo que sé es que el debate se distorsionó y creyendo que se debatía de revolución se estaba haciendo, en puridad, sobre poder.

Esta idea, que siempre me planteé, me alegró verla también ratificada en un artículo escrito por Abel Paz5. En él se nos aclara que el debate se dio efectivamente en términos de poder, y que en su opinión (para mí muy lúcida) el debate de fondo era más complejo y ya se había dado tiempo antes entre quienes defendían el sindicato como germen de la sociedad revolucionaria futura y como estructura gestora de dicho proceso (Isaac Puente y su tesis prevalente en el Congreso de Zaragoza de 1936) o si el sindicato debía disolverse ante el acontecimiento revolucionario y sus militantes dedicarse a organizar las asambleas de barrio, municipio y empresas que gestionarían la sociedad tanto económica como políticamente (Federico Urales). Oficialmente ganó la tesis de Puente. En el Pleno, la de los colaboradores. Pero los militantes, la gente del pueblo, los vecinos y vecinas de Barcelona, tomaron mientras pudieron su propia decisión en las calles y optaron por ocupar las fábricas y socializar los medios de producción sin autorización oficial alguna. En un primer momento organizando asambleas barriales espontáneas que superaban los cálculos de los propios sindicatos, y cuando se encauzó la euforia inicial, usando a estos mismos sindicatos como elementos de vertebración en los que precisamente se ponía en práctica lo aprendido en ellos durante décadas.

Lo que me parece interesante de este proceso histórico, en relación al debate sobre sindicalismo revolucionario, es el análisis sobre la importancia que le damos a las estructuras fijas, con andamiaje y nomenclatura definidas en letras de molde, y lo poco que nos interesa flexibilizar, adaptarnos al momento, escuchar las exigencias populares, reciclar lo que no funciona como debería y crear herramientas nuevas. Según Paz, se prefirió salvaguardar la organización sindical y específica a cualquier precio, defender ante todo la pervivencia de las siglas, y no se quiso seguir la propuesta de Urales: hacer que la revolución no fuera ni política ni sindical, sino social. Esta cuestión me permite por fin entrar en lo importante.

2. La crisis de la conciencia de clase.

En muchos de los textos que han intervenido en este debate se ha mencionado, con mayor o menor prolijidad, las modificaciones que ha sufrido la clase obrera y la conciencia que esta tiene sobre sí misma. Se ha hecho este esfuerzo, pero sin calcular completamente sus consecuencias y lo que esto implica (en relación, principalmente, a nuestras propias herramientas). Quizás molesten esas voces cargadas de realismo que nos muestran lo desalentadora que es la situación obrera no sólo a niveles laborales sino de autorrepresentación. Hacer de “pájaro de mal agüero” y decir cosas como las dichas por Alberola en su última intervención quizás no guste y genere aversión, pero es necesario. Es el momento de beberse el cáliz hasta las heces, asumir lo que nos rodea y ver si después de aceptada la realidad tenemos la capacidad de enfrentarla y cambiarla.

La clase obrera no se encuentra en un proceso de reconversión, sino de desintegración. Seguirán siempre habiendo trabajadores y productores, pero ya no con una concepción de estar oprimidos por las clases propietarias ni de ser los legítimos detentadores de los medios de producción. El capitalismo ha aprendido más sobre dominio en los últimos años de lo que hemos aprendido nosotros sobre revolución.

Antes la clase obrera era domada con la ignorancia y no era raro que la alfabetización o al menos la satisfacción de las primeras inquietudes culturales se produjeran en ateneos y sociedades obreras. Hoy la clase obrera es domada de una forma distinta: con sobreinformación manipulada, con un constante bombardeo comercial y mediático del que no escapa nadie, con la escolarización nacional forzosa a edades cada vez más tempranas. La hegemonía educacional capitalista no se siente amenazada y ha llegado hasta la última chabola.

Psicológicamente se pretende que el obrero se sienta más como un consumidor que como un productor, y hasta el asalariado más precario se siente clase media mientras no paren las nóminas. E incluso cuando paran, no hay más intención que reengancharse a la que se presenta como única alternativa posible: la explotación acrítica de su fuerza de trabajo. Lo que ha conseguido la democracia representativa en política es lo que ha conseguido el capitalismo a nivel económico y social: la identificación del oprimido con el sistema que lo oprime. Culturalmente la conciencia de clase ha sido no sólo fragmentada o desfigurada, sino que está directamente en proceso de descomposición.

Y sería un error pensar que esto sólo ha pasado a nivel social y cultural. El propio mundo del trabajo ha cambiado. Si la fábrica y la producción en cadena acabó con gran parte del orgullo artesano y con la conciencia del trabajador de ser artífice de su propio elaboración, no consiguió sin embargo romper el tejido asociativo. Los gremios cambiaron de formato pero la necesidad de unión siguió existiendo. Actualmente el alto nivel de desempleo (ser trabajador ya no es una identidad, es una etapa que con suerte se repite varias veces al año), la precariedad, la proliferación de las ETT’s, las subcontratas, han logrado que gran parte de la población no sienta ninguna identificación con la persona que suda y trabaja a su lado. En las empresas estables donde esto es distinto, ya los sindicatos amarillos han fagocitado a las plantillas. Se les puede y debe plantar cara, pero es harto complicado romper esta dinámica allá donde los sindicatos estatales han reducido la intervención sindical a la actividad de una gestora o de una organización meramente asistencial. Creemos por lo general que es por eso, por las deficiencias de estas organizaciones, por su corrupción y desprestigio social, por lo que hay un campo perfectamente abonado para el sindicalismo revolucionario; la realidad es que estas organizaciones ofertan lo que demandan quienes han conseguido cierta estabilidad laboral y económica: conservar dicha estabilidad; evitar cualquier alteración. No se mantienen porque la gente sea tonta o por extraños manejos de una conspiración internacional; lo hacen porque dan lo que piden muchos de esos obreros que han olvidado que lo son, que han sido fabricados a conciencia por el Sistema: conservar su pequeña ración de pienso, lo cual es triste pero muy natural y muy humano.

La situación polarizada entre oprimidos y opresores se mantiene inalterable desde las cavernas. Lo que ha ido cambiando es la percepción que los oprimidos tienen de esta situación y los métodos que los opresores tienen de perpetuarla. A nosotros los revolucionarios, partiendo de que estamos del lado de los oprimidos o que somos oprimidos mismos, nos toca cambiar los métodos de subvertir esta situación si los utilizados hasta ahora no funcionan.

Los métodos del sindicalismo revolucionario al uso pueden estar funcionando en muchos sitios, y en ese caso lo mejor es no tocar nada y seguir esa línea. Pero mentiríamos si creyéramos que esta situación es general. En muchas ocasiones este sindicalismo revolucionario lo es sólo en ideología, deseo y aspiración, pero no en práctica y resultados. En estos casos en los que la metodología clásica ha fracasado, es necesario implementar lo que se hace, modificarlo si fuera menester, o resignarse y hundirse aferrados al lastre de la tradición.

Con una situación laboral, económica y social totalmente degradada, con una clase obrera atomizada y desmantelada, con un paro acuciante y una crisis de subsistencia permanente en determinados barrios y ambientes, no toca a todos replantearnos nuestro trabajo. Tanto a las organizaciones específicas como a las centrales anarcosindicalistas que aspiran a desarrollar un sindicalismo revolucionario. Tenemos que plantearnos si el sindicalismo que ofertamos está llegando a los actores sociales que deben ser los protagonistas del cambio. Si no llegamos, plantearnos si debemos cambiar la oferta. Y si aún así no llegamos, plantearnos si estamos transmitiendo nuestro discurso al público adecuado.

En barrios con un paro del 70%, ¿llega un discurso exclusivamente obrerista? Allí donde gran parte de la población sobrevive a través de trabajos ilegales o alegales, percibiendo ingresos en B, ¿llega un sindicalismo que no la incluye en sus cálculos ni estrategias? Por otro lado, la aspiración de controlar los medios de producción, ¿debe ser incompatible con trabajar por controlar los bienes de consumo? ¿Por qué esta aspiración de tomar los medios de producción deja en manos de otro tipo de sindicalismo la ocupación de tierras? ¿Qué pasa con bienes como la vivienda y el alimento? ¿Estamos convencidos de que no es ese el terreno del sindicalismo? Creo que hay que dar obligada respuesta a estas cuestiones.

3. El sindicalismo social.

Antes de abordar este asunto, que puede ser malinterpretado, me gustaría aclarar algunas cosas. En primer lugar he leído que en algunas de las intervenciones del resto de compañeros se habla del sindicalismo social, considerándolo limitado y alejado de ofrecer una solución, como sinónimo de un sindicalismo imbricado con los movimientos sociales. Vaya por delante que no es esa mi concepción del sindicalismo social.

Por otra parte, el término puede levantar una lógica y natural animadversión si entendemos que hace referencia a lo que han sido algunos sindicatos durante años: grupos de lectura, cenáculos cerrados para debatir de ideología, clubes de amigos, peñas de convencidos. Este “sindicalismo”, ajeno totalmente a la realidad circundante, al barrio, a la calle, es precisamente lo contrario a lo que yo defiendo. Un sindicalismo que solo tiene nombre, siglas y banderas pero que vive de espaldas al sufrimiento de los obreros y de los que ha sido excluidos de esta denominación porque ni siquiera tienen acceso a un trabajo regular, no me interesa.

Señalo además que cuando hablo de sindicalismo revolucionario, no le estoy diciendo a ningún sindicato concreto lo que debe hacer. Es una iniciativa que creo debe y puede darse desde el sindicalismo y con ese formato, pero no sé si usando las estructuras existentes (que me parece lo más lógico) o creando otras nuevas. No es tampoco una férula teórica lanzada contra la actividad de los otros, pues en la propia FAGC ha surgido el debate sobre si debemos o no reconvertirnos en un Sindicato de Inquilinos.

Aclaro también que mi propuesta no es incompatible con el sindicalismo revolucionario plasmado en algunas de las intervenciones de este debate. Lo defendido por ejemplo por Lluís Rodríguez Algans creo que no es excluyente de lo expresado en este humilde texto. Entiéndase más como una ampliación de la práctica que como una refutación. No pretendo por tanto, pues sería ridículo y un oxímoron, que el sindicalismo no intervenga en el mundo laboral, que no trate de arrinconar a los sindicatos amarillos, que abandone las empresas, que no sea una herramienta inminentemente laboral; lo que digo es que con eso no basta. Pretendo que se entienda el carácter diferenciado del sindicalismo que se formula como revolucionario; que se comprenda que este ha crecido cuando ha interpretado que su dimensión era mucho más integral que la de un sindicalismo netamente empresarial y que se ha enraizado en los barrios y entre las clases populares cuando ha creado tejido social y redes solidarias; que se asuma que el crecimiento de determinados colectivos se debe a que existe una demanda en este campo que antes suplía el sindicalismo revolucionario, y que si este no ha manifestado ese considerable crecimiento es porque ya no ofrece nada en ese aspecto.

La primera objeción a este planteamiento se suele emitir con una sonrisa socarrona de superioridad mientras se afirma con rotunda seguridad que el terreno del sindicalismo ha sido, es y será siempre, sin salvedades, el terreno del trabajo. Tanta nostalgia del 36 y se desconocen los pormenores de cómo se fueron colocando los cimientos de esa revolución. Ante la estrechez y la cerrazón uso la historia para lo único que sirve: sacar lecciones y de paso plantársela en la cara a los que la sacralizan. En los textos libertarios se repiten mucho los logros de las grandes huelgas revolucionarias, pero parece ignorarse cómo se pudo crear el apoyo social que las sostenía.

En una época en la que la educación se limitaba entre la clase trabajadora a los primeros lustros de vida y en la que dicha educación estaba controlada por la Iglesia, los anarcosindicatos de la CNT ofrecían, con sus escuelas libres, clases nocturnas, bibliotecas y ateneos, otra forma muy distinta de acceder al conocimiento. La gente sin recursos enviaba a sus hijos a los sindicatos a formarse. El ocio y la cultura también se vehiculaban a través del sindicato. Las representaciones teatrales, el senderismo, las comidas comunes, etc., iban dirigidas a ofrecer esparcimiento y crear vínculos entre la militancia joven.

Hoy, aunque se hacen algunas cosas notables en estos campos, sería irreal no reconocer que el Estado se ha adueñado de la educación tal y como el capitalismo lo ha hecho del ocio. Sin embargo, la gente no sólo se acercaba al sindicato para estas cuestiones extralaborales concretas, lo hacía también para un tema tan apremiante como el de la vivienda. Los primeros Sindicatos de Inquilinos en el Estado español fueron promocionados, a veces en solitario y otras junto a la UGT, por la CNT e incluso hasta por la FAI. En los años 30, de Barcelona a Tenerife, hubieron sindicatos de vivienda, huelgas de alquileres, piquetes antidesahucio, realojos, ocupaciones, boicots (hoy los llamaríamos “escraches”) y reclamaciones que iban desde la bajada de los alquileres hasta la completa eliminación de los mismos6. La lucha por la vivienda no es un invento de la PAH ni del Movimiento Okupa, tanto en el Estado español, como en el argentino o el chileno, está íntimamente ligada desde su nacimiento con el anarcosindicalismo y las organizaciones obreras.

De la misma manera, era la CNT la que en plena II República promocionaba lo que Felipe Aláiz llamaba “la expropiación invisible”, que definía José Peirats como “invasión de fincas de mano muerta a pesar del espantajo de la Guardia Civil”7 y también la que impulsaba “revueltas del hambre” como la de la ciudad de Inca (Mallorca) de 1918-1919. La ocupación de tierras incultivas y la toma de suministros básicos de forma directa no es tampoco un invento del SAT, era algo común entre la filiación y militancia del anarcosindicalismo de la primera mitad del siglo.

Visto esto, ¿seguimos pensando que el sindicalismo revolucionario nunca actuó fuera de los margenes estrictamente laborales? Lo dicho nos demuestra que el crecimiento y la implantación de un sindicato como la CNT no sólo se debía a su potencia laboral, sino también a su amplitud de miras en lo social. Porque a su capacidad de presentar conflictos laborales y ganarlos, se sumaba su disposición a articular luchas relacionadas con otras necesidades obreras que no se encontraban necesariamente en la fábrica o el taller. Implicarse en luchas como la de la vivienda no es algo novedoso o que se me esté ocurriendo a mí ahora; es parte de la esencia misma del sindicalismo revolucionario desde sus orígenes. Realmente no importaría mucho que no fuera así, pero es importante destacarlo para informar a los que creen que el sindicalismo revolucionario nunca tocó más palos que los del trabajo convencional.

Por otra parte, el sindicalismo revolucionario hoy debe aceptar implicarse en luchas y reivindicaciones que vinculadas con lo laboral tienen un aspecto mucho más amplio en terrenos como el social y el cultural, como por ejemplo el feminismo. ¿Puede rehuir el sindicalismo revolucionario tomar partido en este campo simplemente porque la lucha contra el patriarcado no se dirime exclusivamente en el terreno laboral? Siguiendo con otro ejemplo, ¿puede hoy cualquier sindicato, amarillo o revolucionario, abstenerse de organizar sus propios sindicatos de estudiantes a pesar de que estos, por ahora, no sean estrictamente trabajadores? Si el sindicalismo no tiene más campo que el empresarial, ¿qué hace llamando a los estudiantes a unirse a sus filas antes de que se hayan convertido en asalariados? La CNT también promovió en el pasado la creación de cooperativas de trabajadores que, vinculadas fuertemente con el mundo del trabajo, no tenían como intención plantear y ganar conflictos, sino crear estructuraras solidarias fuertes y mejorar la vida de los trabajadores. Hoy se entiende esta idea cuando se propone desde dentro de los propios sindicatos la creación de cooperativas de consumo, ¿por qué no se ha podido hacer lo mismo con los Sindicatos de Inquilinos?

Plataformas como la PAH o sindicatos relacionados con partidos políticos como el SAT han adelantado al anarcosindicalismo por la izquierda, y lo han hecho en un terreno que era el suyo y usando sus mismas armas. Entiendo que no se quiera tocar un tema como el de la vivienda allí donde funcionan bien las plataformas locales. Pero donde no es así o no se tocan determinados temas como el del alquiler, ¿dónde está el problema? Si hay un prurito por no rivalizar con lo existente, la propia CNT nunca se hubiera fundado, pues en 1910 podía estar “invadiendo” el terreno de la UGT fundada en 1888. Lo importante en la lucha es la estrategia que se lleva a cabo y las repercusiones que esta tiene en la vida de la gente; no es una cuestión de primogenituras.

Lo que necesitamos, por tanto, es que el sindicalismo revolucionario entienda que su naturaleza es bastante más amplia que la de cualquier sindicato al uso, que la gente se puede acercar a él si ve que es mucho más que un sindicato. Y el terreno es fértil para ello. Muchas personas en el espectro de la vivienda no encuentran una herramienta a su alcance si su caso es de alquiler (hablamos siempre de alquileres de multirentistas, inmobiliarias, etc., y no del cansino mito del pequeño rentista de 99 años, con una quedara mal, que da mucha pena). Cuando se enfrentan a desalojos masivos por parte del Estado, fondos buitres, gestoras privadas de vivienda pública o incluso bancos, su arsenal es muy limitado, pues debemos tener en cuenta que por ahora nadie (salvo aquí en Canarias) ha planteado una huelga de alquileres. El asunto llama la atención si tenemos en cuenta que estas huelgas nos han resultado bastante fáciles de ganar y que tienen un coste cero, a diferencia de las laborales. La gente tiene planteado el conflicto habitacional porque dentro de poco no podrá pagar, porque ya adeuda varias mensualidades o porque directamente va a ser desahuciada por impago. En este caso el hecho del impago es algo consumado o a punto de consumarse, sólo falta darle a ese acto involuntario y fatalista un recubrimiento de acción consciente y de reivindicación política. En una huelga laboral el trabajador se expone a perder dinero por cada día de huelga. Si esto se suple con cajas de resistencia, lo más común es que la huelga se prolongue tanto como dure el dinero de la caja. Pierden dinero obrero y empresario, pero a veces se impone la proporcionalidad y es el primero el que más se resiente. En una huelga de alquileres sólo pierde dinero el casero. Si se consiguen demorar los plazos de una posible orden de lanzamiento, que la cuestión no vaya por la vía del desahucio exprés al tener que dirimirse irregularidades contractuales; si se consigue afinar una buena batería legal que torpedee el proceso, hay muchas posibilidades de victoria. Por no hablar de las medidas de presión directa, muy fáciles de aplicar porque se ataca al enemigo desde dentro. Por otra parte, no es lo mismo un desahucio aislado que vaciar uno o varios bloques, sea vivienda por vivienda (lo estipulado salvo en casos de ocupación) o de forma masiva, pues cada desahucio será un pulso contra la resolución judicial y el rentista. Es un campo donde se puede crear mucho tejido social y que hay que seguir explorando.

La mayoría de anarcosindicatos tienen una secretaría de Acción Social, pero en la práctica se entiende que la función principal de esta es denunciar los abusos cometidos en campos como el del medio ambiente, la migración o los derechos de la mujer. ¿Por qué no puede ser su labor, aparte de esa, crear desde ahí los Sindicatos de Inquilinos? Lo población migrante y las mujeres en riesgo de sufrir feminicidio a lo mejor no se acercan al sindicato por una elaborada campaña con charlas y cartelería contra la violencia machista o la xenofobia, pero sí lo hacen cuando se toca el tema de garantizar su techo y su pan, su refugio y su supervivencia. Si desde ese lugar se pueden plantear cooperativas, ¿porque no secciones sindicales de vivienda o sindicatos propiamente dichos?

Se ha planteado también en un texto como el de Martín Paradelo la paulatina toma de los medios de producción. ¿Por que no contemplar entonces la toma directa, sin plazos, de los bienes de consumo? De hecho bien podría ser lo segundo la antesala de lo primero. Autogestionar medios de producción o empresas delicadas como hospitales y demás, puede parecer en un primer momento, a pesar de ejemplos tan actuales como el de Grecia, una tarea compleja y ardua, pero hacerlo con el techo, tal y como se produce a diario a través de la ocupación, está al alcance de la mano. Desgraciadamente, lo que suele motivar esta expropiación es la pura desesperación, y aún en aquellos casos en los que está motivada por fines reivindicativos no consigue articularse con un discurso político revolucionario que no tienda tanto (o al menos solamente) a la regularización de la ocupación del inmueble como a la ocupación sistemática como forma de socialización masiva. Es ahí donde hay que incidir y dotarlo de una narrativa revolucionaria propia. Por otra parte hay medios de producción cuya ocupación es directa y no requiere de etapas intermedias de duración indefinida. Gran parte del suelo agrícola, al menos en Canarias, está abandonado. Ocuparlo, exigir el derecho a hacerlo productivo, alimentarse de él, crear cooperativas que distribuyan el alimento (incluido el excedente si lo hubiera), enrolar en la actividad a todos los trabajadores agrícolas y desempleados dispuestos que se hayan acercado al sindicato, y prepararse para resistir, supone una política revolucionaria sindical de hechos consumados. Cuando en el anarconsidicalismo se habla de cooperativas8 en realidad puede entenderse por algo así, la idea ya está en el aire, pero falta que las ponencias transciendan, que sean una práctica cotidiana al alcance de los afectados y que se entienda que estos van más allá de los arquetipos decimonónicos.

Y es que hay otro cariz en lo del sindicalismo social. Ya en tiempos de la Transición, Luis Andrés Edo hablaba de la necesidad de crear un “sindicalismo integral” que incluyera a los excluidos9. Visto cómo está el panorama económico-laboral, muchos trabajadores han perdido la condición de tales, pero no sólo a niveles de conciencia por la búsqueda compulsiva del estándar capitalista, sino a unos niveles mucho más prosaicos por encontrarse en una situación de constante precariedad. Hablamos de obreros que lo son, pero a los que nadie les da esta categoría y a los que casi ningún sindicato abre los brazos u ofrece una herramienta. Me refiero a los desempleados de larga duración, a los vendedores ambulantes, a los cuidadores, a los limpiadores por cuenta propia, a los chatarreros, a los amos de casa, a los obreros que viven de hacer chapuzas, a los presos y un largo etcétera. Me refiero a toda esa gente que en algunos barrios son mayoría, que no han cotizado en su vida, como no lo hicieron sus padres ni lo harán sus hijos; que no saben lo que es una nómina pero que sí saben lo que es trabajar, lo que es ser perseguidos, lo que es no obtener una justa retribución por su trabajo y a los que no llega una propaganda de obrerismo fabril. En muchos casos puede ser complicado plantear ciertos conflictos sin perjudicar al afectado y también hay que tener en cuenta el enfrentamiento con la negativa legal a que algunos de ellos se sindiquen, pero como ya han demostrado los pocos pero representativos sindicatos de esta naturaleza (sean autónomos como el Sindicato de Manteros10 en Catalunya o como el IWOC11 en EE.UU., que es una sección sindical de presos de la IWW que ha protagonizado las últimas huelgas carcelarias) puede ser una buena vía para visibilizar su situación precaria, denunciar a la administración pública e iniciar una hoja de ruta que puede buscar, dependiendo del caso y de la actividad profesional, desde la mejora de las condiciones laborales, la regularización o si se prefiere: reivindicar el derecho a vivir al margen de la legalidad sin ser perseguidos. Mucha de esa población activa que engrosa las listas del paro y que ya no recibe subsidio alguno sigue viva y comiendo (cuando puede), y sería ingenuo pensar que no es la economía sumergida la que garantiza su supervivencia. La legalidad siempre será un problema, pero precisamente por eso es necesario el sindicato, para dotar de cobertura a quienes entre la clase trabajadora se encuentran en la situación de mayor vulnerabilidad. Hay barriadas enteras que sobreviven con la economía en B, lugares donde ningún sindicato amarillo está interesado en hacer una campaña de captación. En esos sitios hay que arremangarse y ser conscientes de que la actual coyuntura nos aboca cada vez más a esta situación; o nos adaptamos, junto a nuestras herramientas, y empezamos a trabajar en ese campo, o acabaremos buscando defender los derechos de una clase obrera idealizada que ya no existe. Sí, debemos luchar por preservar los derechos laborales de los que aún los conservan, pero no nos olvidemos de los que ya los perdieron y especialmente de los que nunca llegaron a tenerlos.

Puede que después de lo leído alguien acabe coincidiendo, pero objete la falta de medios y conocimientos para dedicarse a eso y se agarre a ese refrán según el cual “quien mucho abarca poco aprieta”. Me parecería una pobre excusa. Eso es algo que de forma más bien intuitiva e improvisando, sin un chavo y siendo literalmente cuatro mataos, hemos podido hacer en Gran Canaria, sin casi estructura. Es la experiencia la que me ha enseñado que eso está al alcance de cualquiera. La formación en vivienda no es en absoluto más compleja que la laboral, y la necesidad de recursos es bastante menor. La negativa vuelve a demostrar que se ve el terreno de las necesidades básicas, el techo, la ocupación de tierras, la exclusión, como una dimensión distinta a la del trabajo, cuando en realidad la conexión no puede ser más estrecha.

Repito para finalizar que no se pretende con este texto plantear un sindicalismo sin trabajadores, pues la urgencia social no deja mucho tiempo para plantear estupideces. Interpretar este texto así equivale a tratar de reducirlo al absurdo para evitar tener que digerirlo. Lo que se pretende es que se entienda que las necesidades económicas de los trabajadores son múltiples y que cabe la posibilidad de incidir en las más urgentes como son techo, abrigo y comida ampliando el marco de actuación del sindicalismo revolucionario allí donde su actividad rigurosamente laboral no baste, no le permita crecer ni llegar a la gente o allí dónde no exista nada funcional en ese aspecto. Si el sindicalismo se pretende revolucionario debe serlo más que por el nombre, sin aferrarse a la creencia de que la mera actividad sindical al uso le permitirá llegar a controlar los medios de producción. Las victorias parciales dan experiencia y ejercitan el músculo subversivo preparándonos para el futuro, pero no suponen la revolución misma ni tampoco necesariamente su antesala. La propia Comunidad “La Esperanza” no es la revolución, es por ahora una victoria parcial (seguimos evitando que sea, si finalmente se produjera el desalojo, una derrota parcial), donde aprendemos mucho y nos ejercitamos, pero el acontecimiento prerrevolucionario es otra cosa. El sindicalismo si quiere ser revolucionario debe diferenciarse, aspirar a la integralidad de acción y abordar aquellos campos de transformación revolucionaria que estén a su alcance. Crear sindicatos de trabajadores en B y de inquilinos es parte de esta capacitación revolucionaria, pues son estas demandas, de vivienda, de comida, de autodefensa de los excluidos, las que llegan a una importante parte de la población a la que hoy se ignora; las que de resolverse con un trabajo certero pueden sentar las bases de un salto cuantitativo y cualitativo; y las que permiten acceder a un territorio actualmente muy poco explorado, por lo menos desde la práctica revolucionaria y sindicalista. Toca abrirse paso entre la maleza y avanzar fuera de la zona de confort.

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1 Que yo sepa por ahora han intervenido José Luis Carretero, Pepe Gutiérrez-Álvarez, Lluís Rodríguez Algans, Octavio Alberola y Martín Paradelo. Pongo este enlace del foro de Alasbarricadas.org porque creo que en él se recogen a su vez los enlaces de todas las intervenciones que han ido surgiendo: http://www.alasbarricadas.org/forums/viewtopic.php?f=20&t=61290. Aclaro, por cierto, que al menos cuando yo hablo de “sindicalismo revolucionario” no me refiero concretamente a la teoría de Georges Sorel o Pierre Monatte (que veían en el sindicalismo también la estructura que organizaría la sociedad posrevolucionaria). Lo hago de una forma mucho más general para referirme a aquel sindicalismo que no sólo busca objetivos a corto plazo, sino que tiene como finalidad subvertir revolucionariamente el estado de cosas existente.

2 Son datos extraídos de la EPA, el BOC y otros medios oficiales y también de los informes de ONG’s como Cáritas o Save The Childrens.

3 Me ha parecido interesante que Octavio Alberola, siendo el interviniente de más edad, sea también el que parece tener menos morriña cuando hay que evocar las glorias del pasado.

4 En El corto verano de la anarquía (1972) de Hans Magnus Enzensberger.

5 Paz, “Contra la democracia y el «liderismo natural»” (en Historia Libertaria), marzo-abril de 1979.

6 Precisamente es García Oliver el que en un carta a Abel Paz (22 de noviembre de 1972) le dice que el gran mitín organizado por la CNT ante el Palacio de Bellas Artes con motivo del 1º de Mayo de 1931 “no era de afirmación anarquista ni sindicalista, ni de protesta por los mártires de Chicago. Simplemente se trataba de un acto de afirmación, reclamando la anulación de los alquileres de los domicilios. En cuyo asunto trabajaban Arturo Parera, ‘Barberillo’ y Castillo desde antes de proclamarse la República”.

7 Peirats, Los anarquistas en la crisis política española, 1962.

8 Como en este caso: http://www.cnt.es/xcongreso/accion-sindical-vias-para-la-accion-social

9 Edo, “Syndicalisme Révolutiannaire” (en Anarcho Syndicalisme et Luttes Ouvrieres), 1985.

10 Menos conocido como Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes de Barcelona.

11 Aquí su web: https://iwoc.noblogs.org/

La letra pequeña de la dación en pago

Últimamente la FAGC está interviniendo en una cantidad alarmante de casos de dación en pago que salen mal. En teoría la dación en pago retroactiva, que desde gran parte del movimiento por la vivienda lleva reivindicándose desde hace años, supone la entrega al banco de la vivienda hipotecada a cambio de cancelar la deuda contraída con el banco. Así, el banco se queda con la casa y el afectado sin deudas. Pero repetimos que ésta es sólo la teoría. Lo que estamos viviendo en lo que llevamos de año plantea un panorama muy distinto.

Cuando alguien obtiene la dación en pago (cada vez más, sospechosamente, son los bancos los que la ofrecen) a efectos legales está vendiendo su casa al banco. Esta operación se grava con el impuesto municipal de plusvalía que tiene que pagar el vendedor (el hipotecado). Este impuesto depende del precio actual de la casa (la diferencia entre el precio de compra y el de reventa) y puede alcanzar miles de euros, puesto que la única limitación es que no supere el 30% de dicho plusvalía. En los casos concretos que hemos tratado los afectados han contraído deudas de más de 5.000 €. Y se ha cumplido lo dictado por la sabiduría popular según la cual: cuando debes 500.000 € el problema lo tiene el que espera cobrar, pero cuando debes 5.000 € el problema lo tienes tú.

La cuestión no es sólo que los afectados siguen endeudados sino que la dación sólo funciona para los que tienen una segunda vivienda perfectamente habilitada. Cuando se renuncia a la casa y no se dispone de otra vivienda en condiciones los problemas no hacen más que crecer. En los dos últimos casos que hemos gestionado ambas familias se vieron obligadas a volver a vivir con sus padres. Esto puede suponer un problema cuando se tienen hijos menores, pues en caso de que la vivienda sea pequeña y viva más gente en ella además de los padres (hermanos, cuñados, los hijos de estos, etc.) o de que no cumpla los requisitos mínimos (luz eléctrica, agua corriente, lavadora o termo) los servicios sociales pueden aducir el hacinamiento o la inhabitabilidad del inmueble para poner a los hijos de los afectados en riesgo.

En ocasiones la dación se suele negociar con un alquiler social. Es decir, el afectado entrega la casa pero sigue viviendo en ella pagando un alquiler al banco durante un tiempo determinado. A veces se consigue éste con la mediación de la administración pública que suele dar una ayuda al alquiler para que el afectado se haga cargo del mismo. Esto tampoco es ninguna panacea. El tiempo de alquiler suele ser insuficiente y obliga a la familia a abandonar la vivienda una vez concluido. Por otro lado, no siempre se fijan al 30% de los ingresos del afectado y a veces se establecen alquileres a un precio convencional dando por sentado que se sufragará con la mencionada ayuda al alquiler. Planteadas así las cosas, cuando el ayuntamiento pone fin a esa ayuda o cuando la situación económica del inquilino le impide hacerse cargo del alquiler, se ve nuevamente en la calle sin derecho a replica. No suele contemplarse la eventualidad de que los ingresos del inquilino sean inexistentes.

Por todo esto, lanzamos esta serie de consejos para que los afectados los tengan en cuenta antes de aceptar la dación:

1. Antes de negociar nada asesórate con un abogado de confianza. Escucha a los colectivos y plataformas, pero toma tus propias decisiones.

2. No firmes la dación sin asegurarte antes de que contractualmente el banco se compromete a pagar el impuesto de plusvalía o que el ayuntamiento renuncia a cobrarlo.

3. Si no tienes segura una vivienda después de entregar tu casa, no la abandones. Es preferible luchar por detener tu desahucio que asumir directamente los perjuicios que puede ocasionarte una situación de indigencia.

4. Asegúrate de que la casa a la que vas si abandonas la tuya reúne todas las condiciones de habitabilidad. No abandones tu casa sin valorar antes si en la nueva vivienda tus hijos pueden ser puestos en riesgo por los servicios sociales.

5. Si la dación se consigue con alquiler social, asegúrate de que éste sea asequible (al 30% de tus ingresos como máximo) y que dure un tiempo considerable (5 años por ejemplo).

6. Si la administración te concede la ayuda al alquiler, asegúrate de que ésta dura tanto tiempo como el contrato de alquiler. Esto es imprescindible si no tienes asegurada ninguna fuente de ingresos.

7. No aceptes sin más un alquiler social si tienes seguro que a la larga no vas a poder pagarlo, bien porque cambien las condiciones estipuladas en el contrato, se acabe la ayuda al alquiler o cambie tu situación económica. Mira todos los pormenores para negociar el alquiler más ventajoso y no verte expuesto en poco tiempo a un desahucio exprés.

8. Si tus ingresos son 0, intenta negociar una moratoria con un plazo razonable que no acabe hasta que percibas tu primer ingreso regular.

Si tienes cualquier duda en este correo podemos asesorarte: anarquistasgc@gmail.com.

Desde aquí pedimos a los movimientos sociales más responsabilidad y que no vendan la dación en pago como una panacea. Cómo hemos visto, también la dación tiene su letra pequeña.

FAGC

Los límites de la comunidad

La mayoría de movimientos sociales tienden a reproducir en su discurso la idea de “crear comunidad”1. Cuando los sueños revolucionarios chocan con la realidad, también es hacia la creación de comunidades alternativas hacia dónde se dirigen las expectativas. A su vez en los ambientes revolucionarios hablamos insistentemente, pero de forma vaga, de levantar “comunidades de resistencia” (haciendo más hincapié, en las práctica, en el primer término que en el segundo). Lo hacemos sin concebir casi nunca que este mito de nuestro imaginario común también tiene sus límites. Esto no significa que lo considere algo negativo ni un elemento a desterrar, pero sí a cuestionar, a replantearnos sus aparentes certezas.

Durante el siglo XIX muchos de los primeros socialistas desarrollaron, tanto en el plano práctico como teórico, modelos comunitarios idílicos de implantación inmediata; todos fracasaron. Tanto los inspirados en Owen como en Saint Simon, Cabet o incluso el modelo más libertario de Fourier, corrieron la misma suerte. Josiah Warren, considerado el primer anarquista consciente de Norteamérica, participó en una de esas primeras comunas owenistas estadounidenses, y el resultado fue el desencanto total por su parte y abrazar un concepto individualista sobre la interactuación social que él llamaba la “desconexión”. Según su opinión, la gente era más feliz cuanto más independiente era y más libre se sentía en sus hábitos, cuanto más desconectada estaba de estructuras generales. Esto no quiere decir que Warren rechazara los lazos sociales; sólo consideraba que reglar todos los aspectos de la vida de los miembros de una comunidad conducía a la muerte de la misma.2

Muchas décadas antes que él, e incluso antes de que se dieran las primeras experiencias comunitarias utópicas decimonónicas, William Godwin ya había alertado de estos excesos. Godwin, que en su Investigación sobre la justicia política (1793) defiende precisamente un modelo de vida basado en la propiedad colectiva, considera que esta forma de propiedad no puede suponer comunalizar también usos y costumbres. Para él la propiedad común no debe significar obligatoriamente comedores, horarios, trabajos y pensamientos también comunes3. La propiedad colectiva debe inspirar, sin renunciar a los vinculos sociales, a la independencia de espíritu. Algo muy parecido defendería casi un siglo después Oscar Wilde en su ensayo El alma del hombre bajo el socialismo (1890)4.

Los experimentos comunitarios que se dieron a finales de ese siglo XIX y principios del XX también fracasaron. Estos fueron en su mayoría de corte libertario y se extendieron por Italia, España, sobre todo Francia y también los países sudamericanos más afectados por la migración europea (como Argentina o Brasil). Desde los primeros ejemplos de mano de personajes como Fortuné Henry hasta la popularización de los llamados “medios libres” que se extenderían hasta finales de la Belle Époque, los anarquistas pusieron mucho de su esfuerzo en estas experiencias. Muy pocas consiguieron asentarse en el tiempo y la mayoría se fueron destruyendo más por la acción disolvente interna que por la represión del Estado.

Uno de los ejemplos mejor documentados fue el de “La Cecilia” (1890-1894), un experimento sui géneris pero muy paradigmático hecho en su mayoría por migrantes italianos en un paraje aislado de Brasil. Explicar los pormenores de la vida comunitaria de esta comuna daría para varios artículos y no es mi intención. Baste con explicar que a nivel personal se produjeron muchas de las contradicciones de nuestros ambientes actuales, no sólo a nivel de celos y mezquindades, si no a la hora de forzar a la gente a experimentar situaciones amorosas o emocionales para las que no estaban preparadas (como si eso significara obtener algún tipo de pedigrí evolutivo revolucionario). A nivel social y económico, el egoísmo, la vagancia, la insolidaridad, el autoritarismo, también hallaron brecha. ¿Nos extraña? Una comunidad humana se compone de vicios y virtudes humanas. Ponerle el adjetivo anarquista a algo no sirve como si fuera un fetiche animista que sacudir delante de la cara para espantar a los malos espíritus.

Estamos educados como estamos y aunque hayamos querido eliminar muchas de las influencias del medio eso no quiere decir que lleguen a desaparecer del todo. Un ambiente creado con fines libertarios no puede blindarse ante la autoridad que le rodea ni depurar a golpe de decreto el autoritarismo que sus miembros llevan insertos. Y aunque se pudiera, ¿qué saldría de este espacio hermético?

Ya Élisée Reclus en su breve pero genial texto “Las colonias anarquistas” (1900) nos advertía de todas estas circunstancias. Apuntaba:

“[…] ¿Crearán los anarquistas Icarias para su uso particular del mundo burgués? Ni lo creo ni lo deseo. […] Sostenidas por el entusiasmo de algunos, por la belleza misma de la idea dominante, pudieron durar algún tiempo esas empresas, a pesar del veneno que las consumía lentamente; pero a la larga hicieron su obra los elementos disgregantes, y todo se hundió por su propio peso, sin necesidad de violencia exterior. […] El aislamiento no queda impune: el árbol que se trasplanta y que se pone bajo cristal, corre peligro de perder su savia, y el ser humano es mucho más sensible aún que la planta. La cerca puesta alrededor de sí por los límites de la colonia, es letal; se acostumbra a su estrecho medio, y de ciudadano del mundo que era, se empequeñece gradualmente a las mínimas dimensiones de un propietario; las preocupaciones del negocio colectivo que lleva entre manos, estrechan su horizonte; a la larga se convierte en un despreciable gana-dinero”5.

Estas cosas que señala Reclus ¿se diferencian en algo de lo que hemos visto en todas las comunas modernas desde las hippies en los años 60 y 70 del s.XX hasta las contemporáneas? Es imposible que algo se reproduzca siempre, de forma impepinable, porque sí.

Podríamos pensar que el problema es la gente ideologizada, que con personas libres de taras políticas sería distinto; pero no. Los problemas son exactamente los mismos; menos sofisticados a nivel retórico, pero idénticos.

La cuestión es que aún cuando consiguiéramos crear una sociedad perfecta, ¿qué ocurre con el resto de la sociedad? Aún no se ha resuelto el problema planteado por Bakunin cuando exponía que no se puede ser libre rodeados de esclavos6. Una microsociedad aislada, con un funcionamiento libertario perfecto, sería a niveles generales muy poco libertaria. Un grupo de estrechos “gana-dineros” como decía Reclus, obsesionados por sacar a flote el pequeño negocio familiar y que convertirían la comunidad en una empresa con formato de sociedad limitada. Quizás 15 personas vivan un espejismo de libertad, pero 7000 millones seguirán reptando exactamente igual que siempre.

¿Hay que eliminar toda intención de crear comunidades entonces? No va mi discurso por el lado de las aseveraciones. Recuerdo cuando Kropotkin definía la propuesta libertaria en la Enciclopedia Británica (1905) y hablaba de comunas autónomas de distintos tamaños y si se deseaba temporales. Recuerdo también la idea de las “asociaciones de egoístas”7 de Stirner. E incluso los ejemplos de vida de personajes como Thoreau que huían de las ciudades y que colocaban en sus casas solo tres sillas: “una para la soledad, la segunda para los amigos y la tercera para la sociedad”8. Ninguno sabía que depararía el futuro como no lo sabemos ninguno de nosotros. Discutir el mejor modelo basándonos en la teoría es estúpido y estéril. Sólo la práctica lo zanjará. Este texto habla por tanto de lo que la experiencia, histórica y personal, me ha demostrado.

Una comunidad, si quiere subsistir, debe evitar enredarse en lo que yo llamo “la política de lo imposible”. Hay cosas que una comunidad puede votar en asamblea por mayoría, incluso consensuar, pero si lo aprobado escapa de lo posible no se cumplirá. Votar por mayoría absoluta que mañana vamos a levitar no nos levantará un centímetro del suelo. La comunidad no puede abordar asuntos que se escapan a su control. Si acuerda, por ejemplo, un horario de ruidos tendrá que ver la predisposición real de los comunados hacia dicho acuerdo, la capacidad comunitaria de hacerlo cumplir y las consecuencias de un posible incumplimiento. Si el análisis nos indica que no hay posibilidad real de hacer cumplir lo que se ha acordado, más vale ni proponerlo. Y esto entronca con tomar decisiones sobre ética y moral y la esfera privada del domicilio y las costumbres. Por mucho que determinados hábitos molesten y desagraden, hay cosas cuyo cumplimento no puede constatarse. Y aunque se pudiera, ¿es deseable? Para conseguirlo habría que poner en marcha una repugnante y pesada maquinaria represiva semejante a la del Estado, o una labor de pedagogía y autoformación que con suerte, de funcionar, nos llevaría décadas. Hay elementos en los que la comunidad debe reconocerse, aunque sea temporalmente, incompetente.

Con respecto a los individuos que la componen o rodean la comunidad sólo puede abordar aquellos asuntos que afectan al común, que implican a la mayoría o que directamente la amenaza o pone en peligro. Mientras eso no ocurra debe inhibirse.

Sobre esto recuerdo un ejemplo ocurrido en la acampada del 15M de Las Palmas. Se hizo una asamblea promovida por la “Comisión de respeto” para ver la forma de evitar que una persona con actitudes “inconvenientes” (motivadas por abuso de drogas y problemas mentales serios) accediera a la plaza. Todas las voces hablaban de expulsión y “patrullas de control”. Cuando me tocó tomar la palabra planteé dos objeciones: primero, el dilema moral de la exclusión, de barrer bajo la alfombra aquellos problemas que nos incomodan tal y como hace esa sociedad capitalista que tanto nos desagradaba; segundo, aunque se aprobará por mayoría impedirle participar, ¿cómo llevar dicha resolución a la práctica? Una plaza es un espacio público al que no se puede impedir el acceso. ¿Crear una policía del 15M que vigilara constantemente el perímetro? Y de poner en marcha esa aberración, ¿recurrir a la violencia si el individuo cruzaba el cordón? Llamé la atención sobre el hecho de que los mismos pacifistas que censuraban la autodefensa ante las agresiones policiales aprobaran la violencia a la hora de “protegerse” de una persona acuciada por múltiples enfermedades mentales y sociales. Propuse entender la situación del aludido y proponerle, ya que le interesaba el Movimiento, alguna ocupación y forma de implicarse. Como le gustaba pintar, le propuse encargarse de diseñar la cartelería y estuvo dedicado a eso durante varias semanas, hasta poco antes del desalojo. No fue una panacea, pero los problemas de convivencia se redujeron.

Siempre habrá individuos disruptivos, elementos que sabotean desde dentro. La comunidad debe plantearse qué herramientas tiene para enfrentarse a estas situaciones y si puede aplicarlas sin convertirse en el mismo modelo autoritario que condena. Debe estudiar si el individuo es permeable a la persuasión o a la pedagogía, si se requieren medidas sancionadoras (una vía peligrosa que no conoce techo y que no se aplica con palabras9) o si hay que recurrir a la expulsión. Y, sobre todo, si tiene posibilidad de aplicar alguna de esas medidas. Debe plantearse también cuál es la proporción real de los elementos disruptivos. Una comunidad donde la mayoría sabotea ya no es una comunidad y lo mejor es abandonarla.

La comunidad10 debe dejar de verse como un ente con vida propia, suprahumano. Es sólo una estructura inánime que existe gracias a quienes la componen. Su naturaleza, si es negativa o positiva, está determinada por la calidad humana de sus componentes. Hay que contemplarla como un cuerpo que nunca es el núcleo de sí mismo; ese cuerpo se compone de células y para bien o para mal son ellas las que determinan el estado de salud o enfermedad de dicho cuerpo. El cuerpo puede eliminar una célula maligna, extirpar un cáncer, pero no puede hacerlo sin automutilarse.

La vida en comunidad es un fenómeno social que parece incuestionable; cuestionarlo sería tanto como enredarse en cuestionar si el ser humano es sociable o no por naturaleza. No me interesa ese debate desde que era adolescente. Me interesa cuestionar sólo los límites del modelo, las fronteras que no puede cruzar sin arriesgarse a morir (a morir, desgraciadamente, matando).

Después de todo lo dicho no creo conveniente, en relación a los proyecto sociales, contemplar la constitución de comunidades como un fin en sí mismo. La comunidad es un medio, para contrastar las propias teorías, para ponerlas a prueba, para hacerse fuertes, para ejercitar la convivencia, para crear estructura y tejido, para sacar músculo en la práctica cotidiana y común del día a día; todo muy importante, pero sigue siendo un medio y no una meta. Ver la creación de comunidades como nuestro fin último es como invertir todas nuestras fuerzas en arreglar un vehículo, en engrasarlo y prepararlo, en hacer de él un objeto digno de exposición, pero sin ser capaces nunca de arrancarlo, bien porque se ha convertido en un artículo decorativo inutilizado para la automoción, bien porque tenemos miedo a que se deteriore durante el viaje. Me viene a la mente el llamado “Proyecto A” promocionado por Horst Stowasser en Neustadt (Alemania) a finales del s. XX. Es un ejemplo, una demostración de capacidad, una experiencia con muchas lecciones válidas, pero verla como el objetivo sería, en mi opinión, errar el disparo. Es un proyecto que justamente representa lo que acabo de comentar: la necesidad de fortalecer la herramienta, de crear una estructura poderosa, sin darse cuenta de que se puede perder la perspectiva al transformar una parte en el todo. Es el ejemplo de lo que pasa cuando se subvierten los términos, cuando los métodos pasan a ser las finalidades y los recursos sustituyen a los objetivos. Se daba ingenuamente por sentado que el proceso revolucionario se produciría per se con sólo reforzar la red autogestionaria, que el conflicto con la autoridad vendría dado, de forma inevitable, con el propio crecimiento del proyecto. La verdad es que el poder suele tolerar cualquier proyecto paralelo mientras ocupe todo el tiempo de los implicados y no tenga la intención de interferir en el funcionamiento del status quo de forma directa. A veces hasta lo alienta, dejando que nos agotemos, que no demos solos el batacazo o que hagamos de nuestro proyecto el objetivo de nuestra vida en vez de un simple elemento para ayudarnos a cambiarla. Al final, los participantes acaban obsesionados por el buen funcionamiento del proyecto, por mantener su estabilidad, por perfeccionarlo y mantenerlo libre de alteraciones. Ya sólo interesa el proyecto en sí y para perpetuarlo se sacrifica todo, hasta la finalidad inicial que le dio vida. Los anhelos emancipadores del comienzo han desaparecido, eclipsados, y ya solo queda el propio objeto que hemos creado: el huerto, la fábrica, la comunidad, como receptáculo de todas nuestras expectativas. El medio para mejorar la vida se ha convertido en la vida misma. Debía ser un simple escalón más hacia la liberación, pero en vez de eso se convirtió en una escalera sin principio ni fin: una escalera de caracol que gira sobre sí y que acaba justo donde empieza, incapaz ya de llevarnos a ninguna parte fuera de sí misma. Un sucedáneo aceptable de la emancipación.

En consecuencia, si queremos crear comunidades, a un nivel reducido (anarquistas) o grandes comunidades de resistencia, amplias (ahora y de cara al futuro), con proyección en nuestros barrios, tenemos que quitarnos de encima la mitificación comunitaria. En común solo se pueden dirimir los asuntos que afecten al conjunto, pero tratar de regular aspectos de la esfera puramente personal o imponer patrones conductuales o prácticas colectivas que la propia comunidad no demanda, es la mejor forma de crear crispación y desafección en la comunidad. Es un fenómeno que no catalogo de positivo o negativo pero del que me he dado cuenta: cuando hemos okupado una o dos casas dentro de un edificio no okupado y los realojados han sabido adaptarse han habido pocos problemas de convivencia. Cada vecino ha sido autónomo, ha regulado su propia vida y la interactuación se ha limitado a asuntos comunes. Nadie ha interferido en la vida de nadie. Cuando hemos okupado mazanas y edificios enteros y las asambleas no han sabido limitarse a tomar decisiones sobre lo que afecta al conjunto y han tratado de cuestionar lo que cada uno hace en su casa sólo han habido fracasos y conflictos. Podríamos pensar que es una cuestión proporcional: a menor contacto menos desencuentros. Y, sin dejar de ser cierto, tiene también mucho que ver con las atribuciones de la comunidad y su tendencia a extralimitarse en pos de una perfección imposible e inalcanzable.

El anterior ejemplo es extrapolable a casi cualquier situación. En nuestro medios hablamos de comunidad como en las series y películas norteamericanas: un conjunto amorfo y superior a los individuos que lo componen. Ser un “miembro respetable de la comunidad” equivale a respetar normas cuya naturaleza y funcionalidad desconocemos, y esto no suele ser ni deseable ni bueno. Una comunidad no puede entrometerse en la dimensión puramente individual –mientras no afecte al conjunto– por mucho que le agrade o disguste lo que se mueva dentro de dicha esfera. El esfuerzo de los participantes no debe ser tanto “crear comunidad”, “sentimiento colectivo”, “pertenencia al grupo”, como reforzar el criterio propio, la capacidad de criticar y disentir. Ya he dicho en alguna ocasión que si hoy en día somos insolidarios no es por individualismo, sino por gregarismo; por adaptarnos a la insolidaridad imperante, por ser como todo el mundo. Ser solidario, sin competir ni sacar tajada, es minoritario y está mal visto. A niveles de moral superficial puede que no (“no matarás”), pero sí a nivel de moral profunda (“sé político, policía o militar y sé respetado por matar”).

En una comunidad hay que tratar de fortalecer la independencia de criterio, el querer colaborar por convicción y no por inercia, el saber llevar la contraria cuando la comunidad se equivoca. Ninguna de nuestras comunidades, ni siquiera las libertarias, han sabido hacer esto. Han tratado de forzar la uniformidad de hábitos y una armonía ficticia dada por la semejanza y no por la diferencia. Incluso hace falta individualidad para detectar pronto la muerte del proyecto, para saber cuándo se vive en una comunidad y cuándo en otra cosa impulsada por las ganas de unos pocos y lastrada por la desidia y vagancia de una mayoría. También es necesaria para detectar cuándo la comunidad se resigna con su condición de medio (para facilitar la vida de sus participantes, para armarnos de cara al acontecimiento revolucionario) y cuándo no, y se revuelve hasta convertirse en el fin de todo esfuerzo (cuando exige que se trabaje sólo por y para la comunidad y no asume ser el trampolín que nos permita transitar a otros estadios revolucionarios).

Pensar por uno mismo, saber oponerse al número, generar disenso, sentirse dueño de la propia vida, es el precio que toda comunidad humana debe estar dispuesta a pagarle a sus miembros si quiere permanecer sana, construirse con personas reales y no ser una simple abstracción ajena a los seres concretos que deberían darle vida.

La comunidad que no entienda esto corre el peligro de crear a sus propios refractarios y que se cumpla lo que anunciaba Renzo Novatore cuando avisaba de que “cualquier sociedad que construyas debe tener sus límites”11.

Ruyman Rodríguez


Notas:

1. A lo largo de este texto cuando aludo al término comunidad lo hago principalmente para referirme, más allá de su sentido general, a las comunas alternativas creadas en los margenes de la sociedad capitalista (desde las utópicas del s. XIX hasta las hippies de la segunda mitad del s. XX), que aspiran a la demostración práctica de un modelo social teórico. Tienden por tanto a la estabilidad. No confundir con las comunidades creadas en situación, buscada o no, de conflicto, desde la de los diggers ingleses del s. XVI pasado por la Revolución española de 1936 hasta experiencias más actuales como la zapatista. Estas comunidades tienden a ser de otra naturaleza, no aspiran al aislamiento y su aspecto experimental necesita más la irradiación y el contagio, el movimiento, que la conservación estática.

2. “[El gobierno de la combinación] tiende a postrar al individuo y reducirlo a mera pieza de una máquina; involucrando a otros en la responsabilidad de sus actos y responsabilizándolo a él, a su vez, por los actos y sentimientos de sus asociados; que, de esta manera, vive y actúa sin control sobre sus propios asuntos, sin poseer ninguna certeza sobre el resultado de sus acciones y casi sin un cerebro que se atreva a usar por su propia cuenta; y que, en consecuencia, nunca llega a conocer los grandes propósitos para los que la sociedad ha sido expresamente formada” (Warren, Manifiesto, 1841).

3. “[…] Nuestro sistema de propiedad igualitaria no requiere ninguna especie de superintendencia ni de coerción. No hay necesidad del trabajo en común, ni de comidas en común, ni de almacenes comunes. Estos son métodos erróneos, destinados a constreñir la conducta humana, sin atraer los espíritus. Si no podemos ganar el corazón de las gentes en favor de nuestra causa, no esperemos nada de las leyes compulsivas. Si podemos ganarlo, las leyes están demás. Ese método compulsivo armonizaba con la constitución militar de Esparta, pero es absolutamente indigno de personas que sólo se guían por los principios de la razón y de la justicia. Guardaos de reducir a los hombres a la condición de máquinas. Haced que sólo se gobiernen por su voluntad y sus convicciones. ¿Para qué han de instituirse comidas en común? ¿Acaso he de sentir hambre al mismo tiempo que mi vecino? ¿He de abandonar el museo donde trabajo, el retiro donde medito, el observatorio donde estudio, para presentarme en un edificio destinado a refectorio en lugar de comer donde y cuando lo exige mi deseo?” (Godwin, op.cit.).

4. “Con la abolición de la propiedad privada tendremos, entonces, un verdadero, hermoso, sano Individualismo” (Wilde, op.cit.).

5. Reclus, op.cit.

6. Mijaíl Bakunin, El Principio del Estado, 1871.

7. Max Stirner, El Único y su propiedad, 1845.

8. Henry David Thoreau, Walden o La vida en los bosques, 1854.

9. Esta vía abre la puerta al aforismo de Friedrich Nietszche: “quien pelea con monstruos corre el riesgo de convertirse en uno” (Más allá del bien y del mal, 1886).

10. Sus miembros más bien, pues la comunidad ni piensa ni siente ni hace nada por sí misma, es solo un agregado de individuos.

11. Renzo Novatore, “Il mio Individualismo Iconoclasta” [en Iconoclasta!], Enero de 1920.

Tiempos complicados

Son tiempos complicados para nosotras. Este verano hemos sufrido embargo de cuentas y una falta total de recursos. El dominio de nuestra web estaba vinculado a una tarjeta de crédito y no hemos podido renovarla.

A nivel político y social hemos intentado impulsar varias asambleas de vecinos, poner en marcha de forma práctica nuestra Oficina de Expropiación Popular. Hemos conseguido atraer e interesar a la gente, pero esperaban que todo los decidieramos y organizaramos los anarquistas. Basándonos en la experiencia, hemos comprobado que esto a largo plazo solo genera dependencia. Redescubrimos que nuestro discurso es atractivo y también útil, que la gente sigue necesitando lo que proponemos, pero seguimos convencidas de que esto no basta. Todavía intentamos potenciar la autonomía y la autorganización y lograr que nuestros miembros más activos dejen de ser imprescindibles para generar actividad en los asambleados.

A nivel grupal y personal, algún compañero no ha aguantado el volumen de trabajo, las exigencias de nuestra actividad, y ha decidido tirar la toalla.

A nivel comunitario, el Ayuntamiento de Guía ha prohibido que se empadrone ningún vecino más de «La Esperanza» (algo que desarrollaremos más en textos futuros), impidiendo que los vecinos accedan a asistencia médica, a la escolarización, a ayudas, a trabajos públicos temporales, a alimentos, etc. Además, algún funcionario ha dejado caer con cruel satisfacción que este septiembre recibiremos un nuevo zarpazo del ayuntamiento.

Contrariamente a lo que se pudiera pensar, todo esto nos refuerza más en la idea de seguir adelante, especialmente por el nuevo pulso que se le está echando a «La Esperanza». Nos decidimos a abrir esta nueva web (www.anarquistasgc.noblogs.org), empezando a alejarnos del imperio comercial de Google, pues creemos que en los próximos meses necesitaremos como nunca tener un vocero que pueda denunciar un posible nuevo intento de desalojo.

Nuestro compromiso nos obliga a seguir hacia adelante, sin patriotismos de siglas de ningún tipo. Debemos enseñar los dientes y afrontar este nuevo desafío, aunque pueda significar que se convierta en la penúltima galopada de la FAGC.

Quizás puedan destruirnos, pero, por ahora, no derrotarnos.