La identidad anarquista

Por Ruymán Rodríguez. Aparecido originalmente en Alasbarricadas.org

Nunca he entendido lo de considerarse anarquista como una identidad. Para mí las identidades colectivas tienden siempre a constreñirnos en compartimentos estancos, en categorías cerradas, cuantificables, cómodamente identificables y asimilables. Respeto todas ellas, siempre y cuando no se configuren en oposición a otras identidades que tengan por inferiores, pero en mi opinión la identidad que verdaderamente nos pertenece y define es la individual, la que desarrollamos aunque nos hubiéramos criado a oscuras y en una isla desierta. Cierto que la identidad se configura con el entorno, a veces absorbiéndolo y otras repeliéndolo (y muchas veces un poco de cada), pero me interesa conocer cuánto de lo que somos sobrevive al contacto con el medio. Siempre he considerado, seguro que erróneamente en opinión de los filósofos y sociólogos, que lo que somos realmente es lo que queda después de ese contacto con el entorno. Lo que el medio pone en nosotros es nuestra identidad social; lo que el medio no puede cambiar, lo que resiste a su contacto, eso es lo que somos. Seguro que para muchas es romanticismo individualista, pero no es mi intención filosofar. Baste con decir que para mí lo que define a una persona es su identidad individual, por encima de la identidad cultural, étnica, genérica, etc., que le hayan impuesto o que haya tenido que escoger entre un número limitado de opciones. A veces esas identidades, como son las políticas, no son neutras, y marcan bastante cómo es la persona en sí (por ejemplo, una identidad política autoritaria), otras están cargadas de unos privilegios de serie (como es la identidad genérica masculina) y hay que declararse en contra o a favor de los mismos, y eso también nos define como individuos. Pero en general, cuando simplemente nos limitan a ser algo circunstancial, que no hemos escogido, que otros eligieron en nuestra cuna por nosotros (identidades nacionales o religiosas), pues todas pueden ser igual de apercollantes. Lo he dicho alguna vez y siempre suena igual de duro, pero me gusta insistir: todas las culturas son iguales, porque todas pueden ser igual de malas. En definitiva, las identidades grupales no me sirven para definir a las personas, su identidad individual sí, del resto hago como hacía Jesús Lizano y sólo “veo mamíferos”.1

Para mí ser anarquista es una sensibilidad, una forma de entender la vida y las relaciones sociales que conlleva una práctica real y una propuesta de vida alternativa a lo existente. Es una sensibilidad que existía antes de que se le diera ese nombre y que existirá después de que éste se haya olvidado. Las manifestaciones anarquistas preceden a la etiqueta, son anteriores a que los griegos acuñaran la palabra2 y a que un francés se autodenominara así como gesto provocativo3. Se asume el nombre de anarquista porque recoge todo lo que conlleva esa sensibilidad, pero a lo largo de la historia han sido muchos y variados los sustantivos que han intentado definir lo mismo. El que corresponde a la edad contemporánea es ese, no hay más. Es posible que ahora, al no vincularlo con un concepto ideológico o científico, alguien entre por la puerta y me exija el carné de anarquista para rompérmelo en la cara. Pero lo que digo no es nada nuevo ni original y son muchas antes que yo las que han entendido así la anarquía y el anarquismo. Para Malatesta: “El anarquismo es un modo de vida individual y social a realizar para el mayor bien de todos, y no un sistema, ni una ciencia, ni una filosofía”4. Rocker se explayaba más todavía:

“Soy anarquista, no porque crea en un futuro milenio en donde las condiciones sociales, materiales y culturales serán absolutamente perfectas y no necesitarán ningún mejoramiento más. Esto es imposible, ya que el ser humano mismo no es perfecto y por tanto no puede engendrar nada absolutamente perfecto. Pero creo en un proceso constante de perfeccionamiento, que no termina nunca y sólo puede prosperar de la mejor manera bajo las posibilidades de vida social más libres imaginables. La lucha contra toda tutela, contra todo dogma, lo mismo si se trata de una tutela de instituciones o de ideas, es para mí el contenido esencial del socialismo libertario. También la idea más libre está expuesta a este peligro, cuando se convierte en dogma y no es accesible ya a ninguna capacidad de desenvolvimiento interior. […] El anarquismo no es un sistema cerrado de ideas, sino una interpretación del pensamiento que se encuentra en constante circulación, que no se puede oprimir en un marco firme si no se quiere renunciar a él”5.

El anarquismo ha sido para muchas, que lo han sabido explicar mejor que yo, un anti-absoluto, una sensibilidad especial y concreta ante los problemas reales que ha exigido a su vez una forma específica de confrontarlos: el antiautoritarismo práctico. Es lógico que si eso es el anarquismo a eso, más que a identidades prediseñadas y uniformadas, deba corresponder el anarquista.

Es cierto que el anarquismo sí surge como problema identitario en muchas ocasiones. Ya lo he comentado en varios textos. Hay quien necesita asumir una identidad prefabricada que cree que le proporcionará prestigio entre un grupo más o menos amplio de afines. Así se producen fenotipos verdaderamente ridículos: el anti autoritario que defiende con fanatismo la autoridad intelectual de tal o cual santón; el iconoclasta que guarda su reliquia libertaria, en forma de bandera o símbolo, junto al corazón; el herético que encabeza la “congregación de la doctrina para la fe” en pos del dogma libertario. Aberraciones de ese tipo las ahí en todos lados: anticapitalistas especuladores, aliados feministas misóginos, ateos creyentes e intelectuales ignorantes. También hay anarquistas que lo son de forma identitaria, pero para mí, con todos los respetos, esa es una forma muy pobre de ser anarquista. Como considerarse identitariamente ario es una forma muy pobre de ser un humano.

Lejos del terreno de las aporías, considero que la sensibilidad anarquista es de vital importancia a la hora de gestionar nuestra propia vida y los conflictos y desigualdades sociales. Una vida sin jerarquías y dónde nuestra supervivencia se vea garantizada por relaciones de ayuda mutua es hoy más necesaria que nunca. Aunque la mayoría de anarquistas podamos coincidir en esto, algunas compañeras han planteado un debate que se podría sintetizar así: ¿debe esta sensibilidad seguir recibiendo el nombre de “anarquista”? Aunque la cuestión parezca meramente formal y no de fondo, la realidad es que las implicaciones, por sus motivaciones y consecuencias, van más allá de una cuestión nominal.

Empecemos aclarando que este debate no es nuevo. Ya Ricardo Flores Magón proponía hace más de un siglo: “Solamente los anarquistas sabrán que somos anarquistas y les aconsejaremos que no se llamen así para no asustar a los imbéciles”6. Varias voces a principios del siglo XX en el Estado español proponían la utilización del término “socialismo libertario” en lugar de “anarquismo” para evitar las connotaciones negativas de este7Y el las últimas décadas el término mismo de “libertario” se ha convertido en un eufemismo de anarquista, cuando no en una forma de aclarar que se es anarquista pero de forma light, descafeinada, no inflamable. En realidad el origen de la palabra no tiene nada que ver con la búsqueda de un sustantivo amable y edulcorado para definir al antiautoritarismo. La palabra fue acuñada por el anarcocomunista francés Joseph Déjacque que tituló así a su periódico (Le Libertaire, 1858-1861) y que ya la había usado en 1857 en una carta abierta dirigida contra Proudhon en la que le acusaba de ser “liberal y no libertario” por su machismo8. El término fue rescatado por Sébastien Faure ante las leyes antianarquistas (conocidas como “leyes perversas”) aprobadas en Francia a partir de 1893 que prohibían expresamente la propaganda anarquista y la inclusión del vocablo en cualquier texto apologético. Así dio vida en 1895 a su periódico Le Libertaire y volvió a popularizar una palabra que había sido olvidada hacía 30 años. El término se usaba como sinónimo de anarquista cuando éste no podía usarse si se querían evitar las consecuencias legales, pero no era necesariamente una graduación de compromiso o autoafirmación. Es con el paso de los años cuando a las manifestaciones y personajes con cariz social que no se declaraban anarquistas pero que se oponían al autoritarismo se les empieza a definir así. Y es con el paso de los años cuando los que no están cómodos con un nombre que toman por agresivo o poco estético empiezan a usar lo de “libertario”.

Esta actitud se ha tratado de justificar en la mala prensa que tiene la palabra anarquista, sobre todo atribuida a la oleada de atentados de los años 90 del s. XIX. Es cierto que la palabreja se ha teñido de connotaciones negativas, pero esto surgió mucho antes de que los “propagandistas por el hecho” irrumpieran abruptamente en el tablao de la historia. Durante la Revolución Francesa se usaba el término anarchiste de forma peyorativa para acusar a los opositores políticos radicales, a los partidarios de la “igualación de fortunas” y a los sans-culottes más agitadores9. Sería exhaustivo e innecesario reproducir todos los fragmentos de la historia de la filosofía en la que el término anarquía o anarquista, de Platón10 a Bentham11, ha sido anatemizado. Incluso los primeros clásicos anarquistas, de Godwin12 al propio Proudhon13 (que la utilizaba indistintamente), se contagiaban y usaban el término de forma negativa. En conclusión, el nombre no fue maldecido originalmente por lo que hicieran o dejaran de hacer los anarquistas que lo portaban; desde siempre ha existido miedo al término y no tiene más recorrido, en un mundo organizado bajo el ordeno y mando, que su sentido etimológico: ausencia de jefes. No necesito abundar en ello porque los anarquistas llevan siglos explicando la paradoja de vincular anarquía y caos, autoridad y orden. El miedo al horizontalismo, a la autonomía, a la desregularización de la vida cotidiana, a la abolición de la propiedad privada sin subterfugios, es connatural a un mundo cuyo funcionamiento se basa en que unos estén arriba y otros abajo. Lo lógico es que cualquier intento de alterar eso se considere una amenaza. De hecho, en todos lo ejemplos que acabo de mencionar, de Platón a Bentham y de este a las facciones más conservadoras de la Revolución Francesa, la crítica a la anarquía y sus supuestos propagadores no se fundamenta tanto en el miedo a la libertad absoluta como en el miedo al igualitarismo que conlleva la ausencia de autoridad formal. Para los citados la anarquía supondría un inadmisible seísmo igualador que socavaría la jerarquía social, acabaría con la superioridad “natural” de unos individuos sobre otros y nos llevaría al caos. El anarquista, obviamente, no podía caerles más antipático.

La palabra anarquista, por tanto, debe ser lógica e impepinablemente negativa en una sociedad donde los poderosos tienen el monopolio del discurso, donde el tabú de la autoridad apenas se cuestiona de forma pública, donde todo sigue girando gracias a que no se alteran ni los privilegios de unos ni los deberes de otros. Lo que las anarquistas hayan hecho con ese nombre puede ayudar más o menos a dar munición al enemigo, pero en modo alguno condiciona las connotaciones del vocablo. Partiendo de esto, hemos de entender que cuando surgen las primeras personas que conscientemente se dotan de este nombre saben perfectamente lo que están haciendo. No están cogiendo una palabra nívea que se manchará con el uso; están cogiendo un insulto, un epíteto peyorativo, un descalificativo político, y lo están reivindicando. Es un acto de provocación, de prestigiar lo mancillado, de revolverse contra lo establecido. Y la provocación, consciente y estratégica, sigue siendo necesaria. Es lo que han hecho la mayoría de colectivos y personas reprimidas y marginadas cuando han vuelto contra sus acusadores sus propias injurias: negro, puta, maricón, paria, han sido dardos que las oprimidas han recogido del suelo para devolvérselos a sus acusadores. Y no son pocas las veces que han dado en la diana del orgullo herido.

Dejando atrás esta digresión histórica, que espero haya sido de alguna utilidad, vamos a adentrarnos en lo que más me interesa de la mayoría de asuntos: su dimensión práctica. Ser anarquista, como identidad fetichista, sectaria, como actividad masturbatoria, sí es un estorbo. El anarquismo de esos anarquistas es el que siempre he criticado: el que sermonea a las supuestas masas analfabetas, en el que cree que la verdad absoluta le fue revelada por algún libro polvoriento, el que imagina que puede dar lecciones de superioridad moral, el que piensa que no puede aprender nada de la gente de a pie y sin ideología definida, el que no da un palo al agua porque moverse mancha y la realidad empuja a la contradicción. Pero la sensibilidad anarquista, la forma de definirse anarquista por lo que se siente, se vive, se propone y, sobre todo, se hace, ¿debe dejar de recibir ese nombre? El argumento a favor viene a decir que es un nombre muy impopular, que crea una distinción entre la anarquista y el resto de la gente, que es más fácil introducir nuestras prácticas en las luchas sociales si nos dejamos el nombre en el bolsillo y que es de por sí una marca gastada, obsoleta. Yo no coincido, nunca lo he hecho, con ninguno de esos argumentos.

En primer lugar ya he aclarado que la impopularidad de dicho término proviene de su propio significado y de la capacidad que tienen los poderosos de imponer la hegemonía semántica sobre una palabra que supone para ellos un desafío per se, sobre todo si llegara a materializarse como opción mayoritaria. Pero con independencia de esto, hemos de partir de algo que es tan terrible como cierto: no todo lo popular es correcto. Una cosa es enfocar el mensaje de forma que cale en la gente, buscar la mejor manera de expresarse y presentarlo, dejar de creer que todo lo que proponemos es infalible, que es la gente la que tiene que convertirse a nuestro credo, y empezar de una vez a ser conscientes de que es nuestra propuesta la que tiene que dar una respuesta eficaz a las necesidades más inmediatas de la gente. Y otra cosa muy distinta es pensar que nuestro discurso debe seguir la estrategia de la demagogia y adaptarse a lo generalmente aceptado. Nuestro discurso debe ser realista, contrastable en los hechos, pero eso no implica que no sea provocativo, que tenga que ser necesariamente cómodo y que deba ser aceptado sin romper alguna resistencia inicial. Pensar lo contrario es abrir la puerta al maquiavelismo, a la falta de integridad, a decir lo que la gente quiere oír aunque no sea lo que necesita escuchar. Dejarnos llevar por eso plantea un antecedente peligroso: ¿por qué no asumir un discurso racista para poder introducirnos en aquellos barrios obreros donde ha calado la propaganda contra la inmigración? ¿Por qué no aceptar un argumentario machista si queremos meter basa sindical en un curro donde se respira testosterona? ¿Por qué no apoyar el maltrato animal a cambio de compadrear con pibes a los que les gustan las peleas de perros? ¿Por qué no olvidarnos de cuestionar la propiedad privada y el capitalismo para llegar a la peña que inunda los centros comerciales y que tiene como ocio el consumo? Son preguntas retóricas, pero que ejemplifican muy bien el peligro de rebajar la intensidad del discurso en pos del marketing. El fin nunca justifica los medios. Dejarnos arrastrar por lo contrario nos convertirá en unas estupendas publicitas expertas en mercadotecnia, pero seremos nulas como transformadoras sociales. Cuando el humo se disipe no tendremos nada que ofrecer porque ya habremos renunciado a todo para ser populares.

Hay una frase de Luther King que lo define muy bien:

“La cobardía hace la pregunta: ¿es seguro? La conveniencia hace la pregunta: ¿es políticamente correcto? La vanidad hace la pregunta: ¿es popular? Pero la consciencia hace la pregunta: ¿es correcto? Y llega un momento en que uno debe tomar una posición que no es ni segura, ni políticamente correcta, ni popular. Pero uno debe tomarla porque es la correcta”14.

Hay veces en que se impone hacer lo correcto aunque inicialmente no sea popular. El feminismo, por ejemplo, ha sido durante muchos años un movimiento, una lucha y una reivindicación muy impopular. De hecho lo sigue siendo en muchos y significativos ambientes a pesar de los esfuerzos de las mujeres por no ceder espacio ni conquistas. ¿Deben las feministas darse otro nombre más popular, mejor aceptado, para que los hombres no sientan amenazados sus privilegios o para no lastimar su orgullo masculino? No. Lo que hacen es todo lo contrario: cuanto más incómoda el nombre con más fuerza lo reivindican, disputan la hegemonía de los significados a quienes controlan la lengua y no permiten que sean otros los que decidan cómo deben llamarse. Gracias a esa vindicación son muchas las mujeres que se acercan a un nombre que no necesita adaptarse a las sensibilidades susceptibles y que no renuncia a ser lo que es. Todavía se repite sin cesar que es tan malo ser feminista como machista, que son extremos que se tocan, que no hay que ser ni lo uno ni lo otro. Si las feministas renunciaran al nombre estarían perdiendo una batalla que va más allá de lo formal, estarían dando la razón a quienes las denigran y entregándole la exclusividad de la narrativa a sus adversarios. Lo mismo se aplica en el caso de las anarquistas o de cualquier otra reivindicación demonizada.

Por otra parte está el tema de la honestidad. Recuerdo los comienzo del 15M en Las Palmas de Gran Canaria. Inicialmente éramos cuatro anarquistas que irrumpimos en una tranquila acampada con folios que bramaban contra las elecciones o la posibilidad de que los partidos desmovilizaran el movimiento. Los pobres universitarios que entonces llevaban la voz cantante no tenían mucha idea de que era eso del anarquismo, y los que lo sabían no tenían los mejores referentes. El primer día se hizo una asamblea para echarnos. Hoy lo recuerdo con una gran sonrisa. De aquella experiencia surgió que se removiera bastante el ambiente, que la gente con más formación política o con más empatía hacia los perseguidos nos defendieran, que los adversarios se replantearan su supuesto pluralismo y sus convicciones democráticas y que la mayoría se preguntara “¿qué carajo es eso de la anarquía?”. Al final los resultados fueron sorprendentes: mucha gente dejó de juzgarnos por sus ideas preconcebidas y empezaron a juzgarnos por nuestros actos; a los pocos días empezaron a surgir anarquistas de debajo de las piedras, todo el mundo era o había sido anarquista pero nadie se atrevía a decirlo hasta que montamos el revuelo; la gente sin politizar empezó a interesarse por nuestras ideas, a debatir y a formarse; muchas se declararon anarquistas sin serlo previamente (un grupo de 4 anarquistas aisladas se convirtió en un grupo de 20, sin contar simpatizantes, con capacidad para convocar manifestaciones por sí mismo); se hablaba en una plaza pública de anarquismo como quizás no se había hecho en Gran Canaria desde los años 30 del pasado siglo; las banderas negras empezaron a ser un símbolo identificable para la gente (de pensar la mayoría que significaban “luto por la democracia” [esto es totalmente verídico] a aparecer en carteles y proclamas como reclamo para atraerse a las libertarias); las anarquistas daban talleres o se implicaban en las comisiones y en la resolución de conflictos; había asambleas bastante nutridas en las que, sin proponerlo y para mi sorpresa, las libertarias eran mayoría; y así, en pocos meses, nació la FAGC. Había otro factor importante: las anarquistas nunca ocultamos que lo éramos y de forma más errónea o acertada (yo sigo pensando que fue un acierto) decidimos no interferir en las decisiones asamblearias de forma colectiva (no concertar previamente ningún postura común en las votaciones) para preservar la autonomía del movimiento. Otros grupos, por el contrario, sobre todo pescadores políticos, trataban de manipular las asambleas de forma bastante evidente, vetando propuestas y votaciones o generando votos en cascada con estratégicos aplausos compulsivos. Al final la gente podía identificar perfectamente si el Partido Humanista, DRY, o el que fuera, estaba detrás de una propuesta. Lo más curioso es que muchos de los miembros de los distintos colectivos o partidos políticos no se identificaban abiertamente como tal, enredaban siguiendo consignas colectivas pero sin explicitar sus vínculos ni filiaciones. Esto generaba cierta suspicacia y animadversión entre muchos de los asambleados. ¿Es esa la táctica que debe seguir el anarquismo, la del paracaidismo y la infiltración? Siempre he pensado que no. No hay que ser ingenuas, cuando nos declaramos anarquistas la gente de los partidos, los que estaban ahí para sacar tajada personal, los aspirantes a periodistas, los que estaban relacionados con las instituciones o los que aspiraban a convertir al propio 15M en un partido, no pararon de atacarnos y de intentar bloquear o incluso sabotear cualquiera iniciativa lanzada por las anarquistas. La gente puede ser permeable y manipulable, pero no todos y no todo el tiempo. Si el boicot de los partidistas podía funcionar cuando se pedían manifestaciones sin banderas y abuchear o incluso linchar al que las llevara, la misma gente que hacía de turba en una situación era la que nos pedía consejo para saber qué hacer en caso de detención y la que celebraba que hiciéramos muro humano ante los desahucios, que solucionáramos los problemas internos de convivencia en la acampada sin recurrir a la policía o que expusiéramos el cuerpo ante el desalojo de la Plaza de San Telmo. Finalmente esa gente, con independencia del miedo que les metieran los políticos contra nosotras, aprobó por mayoría, sin más brújula que el sentido común, la propuesta de organización para el 15M que se basaba en los principios libertarios expuestos por un libertario15. Descubrir que las anarquistas no sólo podíamos agitar, sino también construir, proponer y razonar abrió los ojos a mucha gente, sin importar el peso de las leyendas negras y las décadas de telediarios, que formaron sus juicios en función del contacto cercano con nosotras y que dejaron de valorarnos por lo que habían oído y empezaron a valorarnos por nuestra actividad.

¿Es mejor ahorrarse todo esto y no tener que derribar prejuicios iniciales? Considero que no. Cuanto más ocultemos que somos anarquistas más se enconaran esos prejuicios. La gente no es tonta y en cuanto empiecen a vincular nuestras propuestas con determinadas corrientes ideológicas empezarán a definirnos y puede que a sentirse engañadas. El contacto ya habrá derribado el prejuicio, pero no necesariamente la suspicacia ante un grupo de gente que necesita velar, como si se avergonzaran de ello, lo que subyace tras propuestas que hablan de apoyo mutuo, de actuar sin intermediarios, de carecer de líderes, de mantenerse independientes de partidos e instituciones. Por otra parte, esa tensión que he descrito en el anterior párrafo es necesaria. Es importante remover el avispero, que la gente se enfrente a sus miedos e ideas preconcebidas, que tengan que cuestionarse lo enseñado y deconstruir lo aprendido. No toda provocación es gratuita y descerebrada, la hay bien razonada y con fines estratégicos. De todas formas nos nos engañemos: lo importante es lo que hagamos, eso es lo que condicionara la opinión que la gente tenga sobre nosotras, sobre nuestras ideas y sobre cómo nos definimos.

Lo esencial es que las prácticas anarquistas abandonen sus espacios afines y que su discurso de la espalda a la hiperretórica. El apoyo mutuo debe verse en el tajo y en los desahucios; el ilegalismo debe dejar de ser una fantasía y debe practicarse en los piquetes y en la socialización de inmuebles; la acción directa debe usarse a la hora de organizarse con las vecinas, las obreras, las desempleadas, las indigentes y las perseguidas. Y para esto no es necesario dejar de definirse como anarquistas; todo lo contrario. Se subestima a la gente cuando damos por sentado su rechazo. Muchas vecinas pasan del término, o no lo conocen o no les importa. Las que a priori están en contra ofrecen una magnífica oportunidad de debatir, de confrontar sus creencias con la realidad de la práctica, de demostrar que tenemos que aprender a olvidar lo que nos han enseñado. Y quizás nos llevemos una sorpresa y nos encontremos con una o dos voces felices de reencontrarse con nosotras, que nos recuerden lo leído sobre 1936 o lo vivido en 1968 y nos presionen para estar a la altura. La experiencia que he descrito con el 15M demuestra que ahorrarnos un nombre no sirve para reducir la distancia con la gente sin ideología concreta, todo lo contrario. Definir la propia sensibilidad sirve para galvanizar resistencias y para imantar a las que están buscando justo lo que estamos ofreciendo. Repito que serán nuestros actos los que nos definan a nosotras y a nuestras ideas anarquistas. Si somos eficaces, resolutivas y prácticas nuestro anarquismo será útil y la gente adoptará la herramienta sin necesidad de proselitismos. Si somos charlatanas, incapaces y abstractas nuestro anarquismo será inútil y la gente lo despreciará sin importarle lo que le diga Tele 5.

En nuestra actividad militante en vivienda definirnos como anarquistas nunca nos ha supuesto un problema. Como he dicho antes, la mayoría de la gente desconoce el término y también sus connotaciones (al menos en Canarias, y más hace algunos años). Las personas quieren soluciones a los problemas que les están ahogando, y cuando esas soluciones se logran a través de las armas anarquistas son esas armas las que se ponen en la cintura o entre los dientes sin importarles otras consideraciones. Cuando tu curro social es eficiente y ofrece resultados positivos la gente asocia tu anarquismo a inmediatez y a realismo. Esa es la base de todo. Cuando sigues trabajando en esa línea presentarte como anarquista puede hasta llegar a ser una ventaja. La gente que acude a tus asambleas o que contacta contigo busca primero información en Internet o le pregunta a sus vecinas. Cuando tu discurso y tus logros hablan por sí mismos, y cuando en cada barrio obrero hay alguien que a su vez conoce a alguien cuya prima, hermana o cuñada recibió ayuda de tu colectivo para parar su desahucio o para conseguir vivienda, el término anarquista empieza a abrirte puertas. Hemos llegado a comunidades que iban a ser víctimas de un lanzamiento masivo donde nos han recibido peor cuando creían que veníamos de algún partido o plataforma que cuando se han enterado de que éramos anarquistas. Vecinas que nos miraban con desconfianza cuando pensaban que éramos de Podemos, nos han abierto las puertas de sus casas cuando han descubierto que éramos esas pibas de la FAGC que levantábamos comunidades okupadas, que parábamos desahucios de edificios enteros y que habíamos sido detenidas y torturadas por ello. Al final el término anarquista puede prestigiarse y ser una bonita carta de presentación, sólo hace falta que tus actos estén a la altura.

Después está la excusa del desgaste del término. ¿Qué palabras han sido más manoseadas que la igualdad o la libertad, cuáles más manipuladas y dirigidas contra sus propios defensores? ¿Renunciamos a ellas? ¿Las damos definitivamente por perdidas y se las entregamos al poder? Socialismo, autogestión, autonomía y un largo etcétera son términos que también pueden ser acusados de anacrónicos y desfasados. ¿Debemos reactualizarlos con prácticas nuevas o debemos dejar que nuestros enemigos se los apropien para reinventarlos de formas retorcidas o para deshacerse de ellos en el sumidero de la historia? Por otra parte, el anarquismo difícilmente está agotado cuando sus prácticas son más necesarias que nunca en los barrios y cuando éstas revisten formas vivas cada vez que una comunidad humana decide rebelarse y escoge el modelo libertario para organizarse de forma oficiosa. Quizás esto sea lo más alarmante: después de una última década de desprestigio político, de descreimiento de los partidos, nos planteamos ahora si dejar en el cajón de la mesilla de noche el término anarquista, cuando quizás ha sido el mejor momento para explotarlo. Permitimos que se rearme la confianza en las instituciones con los partidos reciclados, dejamos que el patriotismo, especialmente el españolista, vuelva a identificar al pueblo con el Estado y todo ello mientras renunciamos a nuestros discurso comenzando por el nombre. Renunciar al término significa cederlo para que sean otros los que digan qué es y qué no, sin ninguna resistencia por nuestra parte. Si tú no reivindicas tu anarquismo ni lo defines, por miedo a ser impopular o incomprendido, serán otros los que lo definan, y te definan, a su conveniencia. Y ese espacio vacío lo ocupara el poder, siempre dispuesto a meter sus tentáculos en espacios vacantes. Y si no lo hace el poder lo harán los oportunistas. En Gran Canaria volvimos a ratificar la necesidad de definirnos como anarquistas, sin subterfugios ni eufemismos, justamente cuando comenzamos a intervenir en el frente de la vivienda. En un principio, por pudor al protagonismo más que por otra cuestión, no reivindicábamos los desahucios que parábamos o las viviendas que expropiábamos. Hablábamos de asambleas y del pueblo en movimiento, lo cual era cierto y muy honesto por nuestra parte, pero de la actividad de las anarquistas, que habían preparado y organizado la acción, no decíamos nada. Fue así, por nuestra dejación e inhibición, cómo plataformas que ni habían acudido a los piquetes reivindicaban en los medios de comunicación la paralización de desahucios de gente que desconocían o que se habían negado a ayudar (por ser casos de alquiler, precaristas o motivos personales). Fue así cómo se nos llegó a proponer realizar okupaciones siguiendo el modelo de las subcontratas, haciendo nosotras el trabajo sucio y corriendo con todos los riesgos, mientras otros colectivos reivindicaban públicamente la acción y se ponían las medallas. Así llegamos a la conclusión de que si nosotras no reivindicábamos públicamente nuestro trabajo como anarquistas serían otras las que lo harían por nosotras. Y no era una cuestión de ego o primogenitura, de nombre y etiquetas; era una cuestión de fondo. Si nosotras callábamos, el mismo trabajo que se había hecho movilizando a las vecinas del barrio, organizado a través de asambleas en las que participaban migrantes, indigentes y okupas, al margen de cualquier órgano de poder, sin subvenciones, sin ningún tipo de ayuda institucional, en oposición a la ley y a la propiedad privada, fundamentado en relaciones de apoyo mutuo y solidaridad desde abajo, iba a ser reclamado por gente que se estaba convirtiendo en la marca blanca de determinados partidos políticos, que trataban a los desahuciados como “usuarios” a los que se les podía cobrar la ayuda prestada, que defendían las leyes y el Estado de derecho, que confraternizaban con la policía y compadreaban con las instituciones y que no pretendían cuestionar los fundamentos del mundo capitalista. El mismo acto, parar un desahucio o ayudar en un realojo, podía ser reivindicado bajo unas premisas y valores muy distintos, denunciando o defendiendo intereses totalmente contrapuestos, bien suponiendo un desafío para el Sistema, bien intentado simplemente arreglar sus excesos. Tras el nombre había mucho más que el nombre.

En conclusión, cada vez que renunciamos a ser lo que somos, a afirmarlo abiertamente, para no escandalizar, para no asustar, para no generar alarma, vamos limitándonos un poquito, replegándonos en el lecho de Procusto de lo conveniencia, rebajando el discurso, moderando las exigencias, edulcorando el contenido, suavizando el programa. Cada vez vamos cediendo más y más terreno, entregando más y más espacio, hasta que ya no nos queda nada. Así ocurre, hasta que un día miras atrás y descubres el mar a tu espalda. Lo que importan son los hechos, esos son los cimientos de la más humilde chabola revolucionaria. Pero los hechos necesitan ser representados y reivindicados, porque de lo contrario, como ya he explicado, serán absorbidos por el enemigo. Y para representarlos no bastan nombres huecos o letras de paja, necesitamos conceptos claros, ideas-fuerza, términos afilados que tajen como hachas. Toca pensarlo bien, o al final, por miedos, complejos y un mal sentido de la estrategia, habremos entregado la narrativa, la semántica, el verbo y la palabra… Y no somos tan fuertes como para permitirnos el lujo de renunciar a nada.

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  • 1. “Yo veo mamíferos.
    Mamíferos con nombres extrañísimos.
    Han olvidado que son mamíferos
    y se creen obispos, fontaneros,
    lecheros, diputados. ¿Diputados?
    Yo veo mamíferos” (Jesús Lizano, Novios, mamíferos y caballitos, 2005).
  • 2. Una de las primeras constancias escritas del término nos la ofrece Esquilo en Los siete contra Tebas (467 a. C.) donde pone en boca de Antígona: “No estoy avergonzada de actuar desafiante en oposición a los gobernadores de la ciudad” (“ekhous apiston tênd anarkhian polei”).
  • 3. Pierre-Joseph Proudhon parece ser el primero en definirse así en su obra ¿Qué es la propiedad? (1840).
  • 4. Citado por Carlos Díaz en el prólogo de La Moral Anarquista de Kropotkin, edición de 1978.
  • 5. R. Rocker, “¿Por qué soy anarquista?” (El Pensamiento de Rudolf Rocker, antología compilada por Diego Abad de Santillán), 1982.
  • 6. Citado por L.L. Blaisdell, The Desert Revolution, 1962. En la misma obra se recogen otras recomendaciones de Magón que insisten en el mismo planteamiento: “Todo se reduce a una mera cuestión de táctica. Si desde el principio nos llamamos anarquistas muy pocos nos escucharán. […] Para no tener a todos contra nosotros, continuaremos la misma táctica que nos ha dado tan buenos resultados; continuaremos llamándonos liberales durante la revolución pero en realidad continuaremos propagando la anarquía y ejecutando actos anárquicos”.
  • 7. “Tarrida, hablando en francés conmigo, empleaba los términos: la anarquía sans phrase y la anarquía pura y simple; en 1908, en la reimpresión de su ensayo del certamen propuso, siguiendo a Ferrer (en 1906 o 1907) renunciar a la palabra anarquía, que el público interpreta demasiado mal, y decir socialismo libertario” (M. Nettlau, La anarquía a través de los tiempos, 1933).
  • 8. “Anarquista a medias, liberal y no LIBERTARIO, exige usted el libre cambio para el algodón y otras naderías y preconiza sistemas de protección del hombre contra la mujer en la circulación de las pasiones humanas; clama contra las altos barones del capital y quiere reedificar la alta baronía del hombre sobre la mujer vasallo; filósofo con anteojos, ve al hombre por el cristal de aumento y a la mujer por el reductor; pensador afectado de miopía, no sabe distinguir más que lo que deja tuerto en el presente o en el pasado, y no puede descubrir nada de lo que está arriba o a lo lejos, la perspectiva del porvenir: ¡es usted un lisiado!” (J. Déjacque, De l’être-humain mâle et femelle, carta de mayo de 1857).
  • 9. Ver P. Kropotkin, La Gran Revolución (1789-1793), 1909.
  • 10. En la República (390-370 a. C.) Platón pone en boca de Sócrates: “[Entre los defectos de un joven se encuentran] la soberbia, la anarquía, el desenfreno y la desvergüenza […]. ¡Ah!, querido en tales condiciones la anarquía se adentrará en las familias y terminará incluso por infundirse en las bestias. Nace en el padre la costumbre de que sus hijos sean sus semejantes, y a temer a los hijos, y los hijos adquieren el hábito de ser semejantes al padre, hasta el punto de que ni respetan ni temen a sus progenitores para dar fe de su condición de hombres libres. Así se igualan también el meteco y el ciudadano, y el ciudadano y el meteco; y otro tanto ocurre con el esclavo”.
  • 11. J. Bentham, Falacias anárquicas, 1796. Es un libelo contra la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano aprobados durante la Revolución Francesa. El título lo dice todo.
  • 12. “No se ha comprendido suficientemente la naturaleza de la anarquía. Constituye ciertamente una gran calamidad, pero es menos horrible que el despotismo” (W. Godwin, Investigación sobre la justicia política, 1793).
  • 13. “En el estado actual de la sociedad, el comercio, entregado a la más completa anarquía, sin dirección, sin datos, sin punto de mira y sin principio, es esencialmente agiotista” (Proudhon, De la capacidad política de la clase obrera, 1865).
  • 14. M.L. King, A proper sense of priorities, discurso pronunciado el 6 de febrero de 1968.
  • 15. El modelo aún sigue en la red: https://laspalmas.tomalaplaza.net/2011/08/08/propuesta-para-la-organizacion-de-las-asambleas-en-gran-canaria/

Los riesgos de la militancia

Por Ruymán Rodríguez. Aparecido originalmente en Solidaridad Obrera

Pequeña advertencia: si se quiere leer el artículo conservando su unidad narrativa recomiendo leer las notas al pie una vez concluida la lectura. Puede que parezca que un texto de estas características no requiere tal cantidad de notas, pero más allá de dar a conocer algunos nombres y circunstancias que muchas podemos ignorar, considero que si hablamos de los “riesgos de la militancia” es necesario trazar una línea temporal y demostrar que la militancia, desgraciadamente, siempre ha conllevado una importante porción de peligro: para la salud física y mental y para la propia vida. Averiguar qué porción de peligro es tolerable es algo que requiere una respuesta honesta por parte de todas. Y debemos dilucidarlo más temprano que tarde.

 

“Ofreced flores a los rebeldes caídos
con la mirada puesta hacia la aurora,
y al valiente que lucha y labora,
y a los proféticos poetas que mueren”
(Pietro Gori, Himno del 1º de Mayo, finales del s.XIX).

Cuando hablamos de los riesgos de la militancia todas entendemos que hablamos de represión, multas, juicios y encarcelamiento, pues este, desde luego, es su aspecto más conocido y evidente. Hasta hace bien poco también hemos incluido en el paquete las consecuencias psicológicas y anímicas: la depresión, el aislamiento, la carencia de cuidados. Pero yo mismo, hasta hace pocos meses, había ignorado por completo las consecuencias de la militancia en la salud física.

Desde muy joven había leído cómo Tomás González Morago1 había muerto en la cárcel después de haber contraído cólera y cómo el cuerpo de Bakunin2, aquejado de escorbuto, se había deformado a causa de sus años de encarcelamiento. Conocía igualmente el terrible estado en el que quedaron la mayoría de detenidos en el proceso de Montjuïc3, los problemas de salud que desarrolló Fermín Salvochea4 también a causa del encierro y la ceguera que terminó padeciendo Ricardo Flores Magón5 por la misma causa. Pero todo estaba relacionado con el encarcelamiento y la tortura. Partiendo de las heridas de guerra que sufrían los ilegalistas en sus escaramuzas con la policía y también de las secuelas que provocaban los atentados del terrorismo empresarial y parapolicial (el cenetista Ángel Pestaña las arrastró hasta su muerte6), uno siempre piensa que nos jugamos la salud sólo en acontecimientos espectaculares. No se nos escapa que si nuestra actividad molesta a organismos demasiado poderosos nos pueden “desaparecer”, como ha pasado desde la época de Camillo Berneri7 o la de Giuseppe Pinelli8 hasta la trágica muerte de Santiago Maldonado9. Sabemos que en determinadas manifestaciones también se puede poner en riesgo nuestra integridad por culpa de la violencia policial o incluso militar, como lo demostraban las manifestaciones de 1º de Mayo a finales de siglo XIX y principios de siglo XX10, como ocurrió en la contracumbre de 2001 en Génova donde los carabineros asesinaron a Carlo Giuliani11 o cómo ha pasado con las heridas y mutilaciones sufridas por algunos manifestantes en las protestas surgidas en los últimos 10 años en el Estado español, sobre todo a raíz del 15M12. Pero todo en general está relacionado con la capacidad que tiene la maquinaria del Estado para aplastarnos. Son agresiones evidentes, en acontecimientos visibles y que desgraciadamente se han asimilado como una consecuencia posible de la protesta pública.

Lo que nunca pensé es que la actividad militante cotidiana, lejos de acontecimientos y eventos llamativos, dedicada a una labor rutinaria, discreta, pudiera poner en riesgo la salud del militante. No estaba preparado para ello y es tristemente una lección que he aprendido, como casi todo lo que he aprendido en esta vida, demasiado tarde.

Abrimos la primera vivienda abandonada cuando éramos adolescentes. Siempre que he participado en una expropiación de inmuebles ha sido respondiendo a lo que se conoce como “okupación famélica”. Cada vez que el inmueble que hemos socializado no se ha destinado posteriormente –por decisión de los habitantes– a servir de vivienda para cubrir necesidades reales, o a actividades sociales en el barrio, me he sentido decepcionado. Respeto a quienes prefieren okupar por otras motivaciones, pero esa, con una coyuntura laboral y social como la canaria, no es mi guerra. La urgencia de estas “okupaciones famélicas”, realizadas primero de forma esporádica e informal y más adelante de forma organizada y sistemática, nos obligaba a veces a meternos en los peores sitios posibles. Aunque luego fueran descartados, inicialmente no podíamos rechazar ningún inmueble que reuniera los requisitos mínimos: propiedad bancaria o estatal, abandono y posibilidad de rehabilitación. Eso nos llevó a algunas de nosotras a meter la nariz en inmuebles muy poco recomendables.

En Canarias una tendencia de la “okupación lúdica” es tomar posesión de aquellos inmuebles que están cerca de la playa o el centro. Nosotros, con una motivación muy distinta, okupabamos en barrios obreros del interior, en el campo, en zonas deprimidas donde suele ser obligatorio tejer complicidades con los vecinos (no siempre fue posible). Las precauciones tomadas a la hora de abrir una puerta se han ido incrementando según la hemos ido cagando, pero inicialmente entrabamos a tumba abierta. Aspirábamos mohos y polvo acumulado de décadas sin pensar en colocarnos siquiera una barata mascarilla de papel. Retirábamos planchas de uralita con una sonrisa estúpida en la cara. Cargábamos toneladas de escombros y chatarra pensando que éramos jóvenes y eternos. Llegábamos a casa, nos duchábamos y no nos alarmaba que durante tres días los clínex salieran negros después de sonarnos. Así durante casi 20 años. Cuando surgió la primera tos con sangre fue cuando entendimos todos los irreparables errores que habíamos cometido.

La mayoría entró y salió de la militancia durante períodos más o menos largos. Eso les salvó de no experimentar consecuencias más graves. Pero los inconscientes que no supimos parar, tomar aire, recuperarnos, hoy nos damos cuenta de algo que entonces se nos escapaba completamente: la militancia cotidiana, lejos de la represión y la violencia, también puede poner en riesgo nuestra vida.

Un día te das cuenta de que te asfixias hasta con los esfuerzos más leves. Te cuesta horrores levantarte de la cama. Cada esfuerzo en el trabajo te produce mareos y accesos de tos. La tensión arterial se descompensa. Una mañana meas sangre y entonces decides ir al médico. Cuando el doctor te pregunta si eres fumador habitual, si has trabajado en la minería, fábricas con agentes tóxicos o similares y tú le contestas que nunca has fumado pero que llevas unos 20 años habilitando casas abandonadas, la cara del galeno te basta como explicación. Después llegan los neumólogos y demás especialistas, mil pruebas y dudas. Y entonces la enfermedad te saca a la fuerza de la vida activa, de la militancia, del trabajo, y ya no vuelves a sentirte joven.

Se lo niegas a los demás, pero estás tan metido en la militancia que en ese momento, en el que tu salud se está rompiendo como un cascarón, lo que más te preocupa es fallarle a esas personas cuyo desahucio estabas intentando parar, a aquella comunidad ocupada a la que ayudabas en sus primeros pasos por la autogestión, a aquella otra familia que había solicitado realojo. Después, porque ser pobre no implica ser bondadoso, hay quien te reprocha no estar al pie del cañón aunque te estés deshaciendo, no estar sacando más escombros aunque se te vayan los pulmones por la boca, no morir en la trinchera. Cuando notas esa falta de sensibilidad y empatía se te pasa la obsesión por la militancia. Lo cual es muy sano.

Pero hasta llegar a esa conclusión pasas por una etapa en la que asumes las demandas de las demás y las conviertes en autoexigencia. Todas conocemos los peligros de ser la cara visible de un colectivo o movimiento: liderazgos, estrellismos, culto a la personalidad, endiosamiento… Pero casi nada sabemos de lo que pasa cuando detrás de los rostros que hilvanan el discurso colectivo se esconde también la obligación no deseada de soportar el mayor peso de la actividad militante. Cuando la persona que creemos “líder” es en realidad una explotada, por otras y por sí misma, el personaje que nos hemos inventado sepulta a la persona. Es un nombre y un bagaje; su cuerpo y su sensibilidad poco nos importan. Él o ella podrán con todo, como siempre. Romperse no es una opción. ¿Y si nos equivocamos? No importa porque hemos deshumanizado al militante y eso allana mucho el camino. Es un objeto, una máquina, un medio y no un fin en sí mismo. Se buscan repuestos en el taller, o se mandan a pedir a Alemania, como con los coches, y el engranaje sigue girando. A eso hemos llegado en determinados ambientes militantes.

Veteranos y recién llegados se contagian de la misma dinámica. Pero hay excepciones. Si bien la gente que recurre a los colectivos sociales como si se trataran de los Servicios Sociales de un ayuntamiento no admiten la enfermedad del militante, al que tienen por un funcionario no remunerado, hay personas que poco o muy poco se han vinculado con los movimientos políticos y que sin embargo están dispuestas a sangrar contigo. Quizás sólo las has asesorado una vez puntual y ese consejo ya les vale para preocuparse por ti y tus costuras. Quizás sólo han colaborado contigo en detener un único desahucio, pero aún ven la vida con lentes limpias y creen que eso del apoyo mutuo es mucho más que marketing anarquista. Otros, insensibilizados por el tiempo, ideologizados y perfectamente formados, se han acostumbrado a mirar tus cicatrices y ya no se sobresaltan si aparecen otras nuevas, por graves que sean.

Pero la falta de gratitud, sensibilidad, compasión o compañerismo es algo a lo que tristemente te acostumbras. De pequeño me impresionaba la normalidad con la que muchos ancianos normalizaban la muerte. Pero cuando crecí lo entendí. El proceso tan doloroso de perder a alguien les afectó mucho en su momento, seguro. Pero con 80 ó 90 años han visto desaparecer a tantos y tan cercanos que muchos de ellos ya no pueden seguir experimentando con tanta intensidad algo natural a lo que se han acostumbrado y que cada vez ven con más proximidad. La decepción militante es parecida, al menor para mí. Duele al principio, pero después te acostumbras de tal manera que ya ni la sientes. No sé si es un síntoma de madurez o si es bueno o malo acostumbrarse a la falta de empatía colectiva. Lo que sé es que no quiero ser yo el que deje de sentir empatía hacia las demás. A eso no quiero acostumbrarme. El día que no sentimos nada ante el dolor del otro debemos entender que la lucha social no es nuestro espacio.

Pero descubrir que estás enferma conlleva más cosas. Te das cuenta que durante mucho tiempo vas a estar parada, atada a un escritorio si quieres hacer algo similar a militar. Y cuando nunca has considerado el trabajo teórico como una verdadera actividad militante esta perspectiva se vuelve dolorosa. Habrá quien se considere así mismo un pensador y eso no le afecte. Pero cuando eres una militante, una persona de acción, limitarte a divagar es una triste restricción que se afronta con dificultad. Cuando no es la policía, ni un juez, ni siquiera el desánimo, el que te saca de la militancia, si no que son tus propias irresponsabilidades, la imperfecta estructura de tu pobre cuerpo, no sabes cómo reaccionar más allá de culparte a ti misma. Y hay muy pocos referentes, públicamente expresados al menos, como para no sentirte una excepción aislada.

Parece que no nos gusta afrontar el dolor, las consecuencias de nuestros actos. Todo lo que suena a eso lo relacionamos con la estúpida retórica de autoayuda o terapias grupales. Nos gusta repetir que “lo personal es político”, pero cuando la política rompe a la persona nos limitamos a mirar para otro lado. Nunca he entendido cómo nos puede importar tanto el mundo en abstracto cuando despreciamos el bienestar de lo individuos concretos que lo componen. Y nadie habla de caer en un yoísmo inmovilizador, de imitar a esos grupos New Age que cantaban el Cumbayá mientras se daban un abrazo colectivo. Hablo de dejar de lado la jodida pose del artificial militante terminator, con naranjero y cuchillo entre los dientes, y hablar en alto de los propios límites, de los propios fracasos, lejos del culto a la derrota y la mítica del perdedor, pero también de asquerosos triunfalismos que nos hacen sentirnos inútiles cuando nos reconocemos rompibles.

He leído pequeños fragmentos de Emma Goldman13, Alexander Berkman14, Anselmo Lorenzo15, y muchos otros, dónde hablan de sus sufrimientos y decepciones. Pero nunca se ha popularizado ni digerido como una reacción sana y de la que se puede aprender. Casi todo lo que sabemos de los clásicos nos llega filtrado por una verdadera mistificación mitómana que prácticamente nos los presenta como dioses laicos y no como humanos vulnerables. Podemos saber que Louise Michel16 y Errico Malatesta17 sobrevivieron a respectivos atentados y fantasear con que lo hicieron como si nada, pero difícilmente conoceremos que William Godwin18 moderó sus opiniones por miedo a la represión gubernamental o que Sante Caserio19 lloraba al pensar en su familia. Sabemos que Durruti20 atracaba bancos y fregaba los platos, que participó en las jornadas del 19 de julio recién operado de una hernia, pero no que Gaspar Sentiñón21 no quiso saber más del anarquismo después de haber pasado por la cárcel. Conocemos al Néstor Makhno22 que impulsó un movimiento revolucionario de masas en Ucrania, pero mucho menos al eterno convaleciente de mil heridas de guerra que malvivía en París y que se fue plegando ante el alcoholismo. Seguro que conocemos al Alexander Berkman del ABC del Comunismo Libertario (1929) y quizás al que disparó al empresario Frick, pero no al que vagabundeaba por las calles de París, sin conseguir vender su guión sobre la makhnovschina, y que acabaría descerrajándose un tiro en la cabeza para no suponer una carga a sus amigos. Conocemos al Ravachol23 altivo y dinamitero, no al que proclamaba que lamentaba cada víctima inocente que pudiera haber provocado. Esta mitología, que representa casi un santoral ácrata, solo genera complejo y frustración entre la gente que sólo ve la heroicidad que le muestran y no los humores, el llanto y las tripas. Hay literatura de derrota para derrotados, hay literatura heroica para groupies de la fuerza, pero no hay literatura honesta para gente imperfecta.

Por ejemplo, siempre me impactó –lejos de las tonterías lombrosianas– la relación entre militancia y enfermedades mentales o tendencias suicidas. No conozco ningún estudio histórico completo sobre ello, pero sí conozco los casos concretos de mi principal campo de estudio: el anarquismo. Por ejemplo, el emblemático caso de Carlo Cafiero24, muerto en un psiquiátrico mientras luchaba por no acaparar el aire o la luz solar que pensaba arrebatarle “egoístamente” al resto del mundo. También podríamos recordar a Luigi Lucheni25, Jeane Morand26, Germaine Berton27 o Torres Escartín28 como otros ejemplos. Sobre suicidios podríamos hablar de actos desesperados y provocados por la miseria o el encierro como el ya mencionado de Alexander Berkman o el de Martí Borràs29 y de otros fríamente razonados como el de Zo d’Axa30 o Marius Jacob31. Imagino que los casos relacionados con enfermedades físicas deberían como mínimo igualar estas cifras, pero no parece posible hacer una semblanza similar. Ambos fenómenos carecen de una reconocida bibliografía específica, pero la curiosidad me ha permitido al menos desarrollar un relato bastante particular en relación a la enfermedad mental; con las secuelas físicas, excluyendo la represión o los tiroteos, no me ha sido posible hacer lo mismo. Parece que la actividad militante, como posible generadora de patologías físicas, es algo que se ignora, o que se asume y normaliza como parte de la propia vida.

Esto me ha llevado a reflexionar. Entendemos la enfermedad mental como una “anomalía” digna de reseñar (aunque desgraciadamente muchas veces se hace con fines morbosos). No nos paramos a pensar en lo alarmante de esta relación entre militancia y trastornos psíquicos, ni qué clase de espacios estamos desarrollando para que una cosa y otra converjan con tanta frecuencia. Cierto que muchas de estas dolencias referenciadas están relacionadas con situaciones represivas de encierro o con elementos ambientales y sociales que parecen ajenos a la militancia, pero muchas otras se han originado previamente, ante la falta de comprensión y apoyo del entorno más cercano. Y no podemos obviar que el hábitat militante forma parte, guste o no, del ambiente inmediato. Es tanto el estrés, el enjuiciamiento colectivo, la falta de seguridad y calor, que es raro pasar por la militancia sin acarrear aunque sea con una pequeña dosis de depresión. La supuesta “anomalía” es en realidad algo bastante común y cotidiano, aunque se silencie o se oculte en el armario. Nos hemos acostumbrado a sufrir y a provocar sufrimiento, y no es raro que esto lo sintomatice nuestra mente.

En el plano físico nos nos paramos a pensar en lo frágil que es este conjunto de músculos, huesos, órganos y tendones que nos componen. Enfermar y morir es connatural. Preocuparnos es inútil, y se debe de asumir siguiendo la máxima epicúrea que podemos parafrasear así: mientras la muerte es, nosotros no somos y mientras nosotros somos, la muerte no es. Pero nada de eso cambia la gravedad, por lo innecesario, de que sea la militancia la que socave nuestra salud y que permanezcamos insensibles a ello. Que militar sea algo seguro es un imposible, pero que a los riesgos de la represión y la violencia sistémica se le sume el desgaste físico de una actividad agotadora, sin amparo, sin red de apoyo y cuidados, sin un mínimo de soporte cuando ya no podemos más, sí es y debe ser responsabilidad nuestra. Podemos jugarnos la vida en enfrentamiento singular con el Estado, pero jugárnosla por la autosobreexplotación, por la falta de sensibilidad colectiva, por la extenuación crónica, por la destrucción de nuestro propio físico, no debería entrar en nuestros planes. En el primer caso, aunque sea un acontecimiento indeseable, el enemigo está claro; en el segundo es tan difuso que nosotros mismos podemos convertirnos en nuestro propio enemigo y también podemos hacer lo propio con quienes nos rodean.

¿Qué hacer entonces? Para empezar espero que nadie entienda este texto como una forma de apoyar esa tendencia que intenta que la militancia se convierta en una actividad económicamente remunerada. Con todos los respetos, creo que esta concepción nace de quienes entienden la militancia como una actividad contemplativa, pasiva, abstracta, reducida a generar teoría, a escribir y a charlar. Pienso, por el contrario, que lo que yo mismo estoy haciendo escribiendo estas letras no es militar para nada. Como mucho estoy reflexionando sobre la militancia, pero no militando. Cuando la militancia se limita a escribir un libro o dar conferencias quizás una puede pensar que debe ser retribuida por ello. Allá cada cual si tiene suerte y encuentra a quien le pague por algo así. Pero cuando la militancia consiste en parar desahucios, hacer piquetes o ayudar a realojar a familias sin recursos, ¿se puede pensar seriamente en que eso es retribuible sin caer en cierto grado de corrupción? ¿Se le puede cobrar a una familia o a un trabajador 10 euros la hora de piquete? ¿Qué tarifa le ponemos a colaborar en un realojo? ¿A cuánto cobramos el pinchazo de luz: como Endesa o como Iberdrola? Militar implica la interactuación real, para transformar las condiciones de vida de seres vivos sensibles reales, en un mundo real y concreto. Cobrar por ello implica la enajenación del propio acto.

Por otra parte, creer que cobrar hace más tolerable el sufrimiento militante es una concepción propia de las sociedades capitalistas donde tanto el trabajo como el dolor pueden ser mercancía. Podemos exigir una indemnización ante la muerte de un ser querido o por haber sufrido una agresión. Lo podemos hacer sabiendo que es un angustioso intento de minimizar el daño, de usar las perversas reglas del juego mercantilista para obtener un escaso beneficio que nunca será equivalente a nuestra pérdida. Es lícito y necesario. Pero sería muy ingenuo considerar que verdaderamente la vida, la integridad física o emocional, pueden ser compensadas, compradas o pagadas si se pierden.

Lo único que se me ocurre que podemos hacer es no renunciar a la honestidad. Con nosotras y con las demás. Debemos aprender a decir en alto, a decirnos a nosotras mismas, que no podemos más. El “no”, el “por aquí no paso”, el “basta”, deben ser reconocidas como palabras legítimas que acaben con una situación antes de que sea irreversible. Debemos aprender a decir públicamente que tenemos miedo, que estamos rozando el punto de quiebre, el límite, la frontera sin retorno. No debemos regodearnos con el dolor y la autocompasión, eso generaría un movimiento de víctimas. Pero sí hemos de afrontar las decepciones y fracasos cotidianos con serena naturalidad, compartiendo lo errores para que sirvan de advertencia a otras. Personalmente, he aprendido más de los autores que nos han contado los problemas que sufrieron en acontecimientos revolucionarios, desde Ucrania en 1918 al Estado español en 1936, que de los que nos han vendido un paraíso sin contradicciones donde las masas marchaban perfectamente organizadas como la maquinaria de un reloj suizo.

Aunque lo empírico también tiene sus límites. Ciertamente, es imprescindible analizar las meteduras de pata y diseñar estrategia en base a ellas, tanto como en relación a los pequeños éxitos. Pero ojalá aprender de los propios errores fuera tan fácil como parece. Después de mi intervención en la primera gran comunidad autogestionada de la isla me dije que jamás iba a volver a repetir una experiencia así: por el volumen de trabajo, por su dureza, porque casi me cuesta la vida. Desde que me prometí eso he ayudado a crear seis comunidades más: algunas han sido un fracaso total, rotundo y brutal, y otras un ejemplo de autonomía en el siglo XXI. La experiencia me ayudó a no repetir muchos errores, pero no me sirvió demasiado ante situaciones nuevas que requerían capacidad de improvisación, ni cuando desconectaba todas mis alarmas en pos de “la causa” y seguía hacia delante intuyendo el batacazo. La voluntad es tozuda, y debemos aprender a que sea nuestro motor pero no nuestra única brújula, porque la voluntad puede ser más fuerte que nuestro cuerpo y seguir intacta mientras la materia se hace añicos. Las voluntaristas hemos de aprender esta lección mientras aún permanezcamos enteras.

Hemos de tomar, por tanto, todas las precauciones posibles cuando abordemos cualquier acción militante. Lo poco que tengamos invertirlo en la infraestructura necesaria para garantizar nuestra seguridad. La ley apesta, pero tened siempre preparada para socorrer a vuestras hermanas la ayuda necesaria para que no se vean desasistidas ante un proceso penal. Aunque no queráis saber nada de abogados (yo nunca quise hasta que la actividad pública hizo imposible la estrategia del anonimato): formaos, aprended todo lo necesario para saber cómo actuar ante una detención y nunca dejéis a una hermana sola cuando está detenida o siendo juzgada. No entréis en una vivienda abandonada sin tener una idea aproximada, lo más fidedigna posible, de lo que os vais a encontrar dentro. Tomad todas las precauciones posibles, en máscaras, en guantes, en todo lo que os proteja y evitad que una imprudencia os pase factura después de veinte años.

Esto no es un ejercicio de derrotismo; es responsabilidad. Hablamos siempre de lo bueno que sería que se reprodujera el ejemplo de la FAGC y su anarquismo de barrio por el resto del Estado, y no puede pensarse eso sin alertar primero a las compañeras de sus riesgos. Trabajar en el barrio, con la gente a la que nadie se acerca, es necesario, imperativo, pero no es gratificante ni seguro. El barrio se cobra su cuota de sangre y tarde o temprano te la hará pagar. Es un trabajo duro donde ves el resultado de toda la ingeniería social desarrollada desde hace años en su más básica y pura expresión. La gente ha sido machacada y condicionada para odiarse y para sacar tajada, y eso no se cambia con techo, luz, agua y comida. La pedagogía es limitada y genera desconfianza cuando no precede de un curro constante, eficaz y muy poco agradecido. La propaganda por el hecho es la base, y consiste en currar mucho para que quizás sólo cale un único mensaje en una única persona. Vale la pena dar el salto, pero primero busca un buen paracaídas.

Puede que esto a gran parte de la militancia le suene a arameo. Recuerdo cuando di una charla en Zaragoza (muy enriquecedora para mí) con el tema de “Cruzar el Rubicón”32 y una compañera, muy inteligentemente, me comentó que lo que yo explicaba era interesante, pero que en el contexto de su zona parecía “ciencia ficción”, porque el problema allí no era de sobreexposición por la militancia sino de quietismo y abulia. Tenía razón. Sin embargo, aunque mi mensaje no sea entendido por la gran mayoría, es necesario elaborarlo aunque sea para la minoría que se plantea por primera vez saltar un muro sin mirar antes qué hay al otro lado. Sé que es necesario porque ojalá alguien me lo hubiera dicho a mí, o mejor dicho, ojalá hubiera escuchado a las pocas personas que trataron de advertirme. Una necesita aprender de sus propios errores y no de los ajenos, pero cuando las advertencias sólo vienen de la inteligencia y el afecto uno tiende a desconfiar de los que hablan sobre lo que no han vivido. Yo no hablo desde la cercanía, porque no te conozco, ni desde una excelencia intelectual que ni busco ni poseo; hablo desde la dura y áspera experiencia. La tuya puede ser distinta y mejor, seguro, pero si empiezas a ver que la cosa se tuerce, que no puedes más, no te recomiendo que te rindas a la primera, pero sí que busques otras alternativas que no impliquen tu inmolación. Y si llega el momento de tirar la toalla, deja atrás los remordimientos, la culpa y los reproches. Para, respira, tómate un tiempo para sanar, para recuperarte, para lamer tus heridas y busca apoyo. Y si no lo encuentras es que quizás la guerra revolucionaria que creías librar era sólo la acción solitaria de un francotirador. Replantéate tus prioridades, tu lugar en la militancia y después, con la cabeza llena de ideas nuevas y los pulmones cargados de aire limpio, vuelve a la carga. Más fuerte, mejor armada, más solidaria, más independiente y más sabía. Vuelve, con una nueva piel más resistente, pero que también, recuérdalo siempre, puede desgarrarse.

 

NOTAS

  1. T.G. Morago (?-1885), obrero grabador, fundador de la Federación Regional Española de la AIT, miembro de la Alianza y uno de los más activos militantes anarquistas de la época. Moriría sólo (la nueva Federación de Trabajadores de la Región Española lo había expulsado por “ilegalista”) y enfermo, encarcelado en Granada, acusado de falsificar moneda con fines sediciosos.
  2. M.A. Bakunin (1814-1876), uno de los principales impulsores de las ideas anarquistas dentro del incipiente Movimiento Obrero y uno de los clásicos libertarios más destacados. Pasó más de 12 años en prisión, primero en Austria (donde fue encadenado a la pared) y después en distintas cárceles rusas (dónde perdería la dentadura a causa del escorbuto), hasta que fue deportado “de por vida” a Siberia de donde logró fugarse.
  3. El Proceso de Montjuïc fue una caza de brujas lanzada contra el movimiento anarquista catalán en 1896 a causa de un sospechoso atentado de origen desconocido producido ese mismo año en la calle Canvis Nous de Barcelona durante una procesión religiosa. Como denunciaría el militante anarquista y antiguo procesado Tarrida del Mármol en La Inquisición Española (1897), los detenidos sufrieron terribles torturas (palizas, ingesta forzada de grandes cantidades de sal, reclusión en espacios reducidos, aparatos de tortura que producían hernias o desprendían los labios de la boca y un espeluznante etcétera).
  4. F. Salvochea (1842-1907), gran referente del anarquismo andaluz. Republicano y cantonalista primero (llegó a ser alcalde de Cádiz), se convertiría después en un activo y apreciado propagandista del socialismo libertario. Sus distintas estancias en prisión (deportado al Peñón de Vélez de la Gomera, trasladado a Burgos y Valladolid) acabarían arruinando su salud (en prisión mantendría huelgas de hambre e incluso llegaría a intentar suicidarse). Murió poco después de caer de un tablón que le hacía las veces de cama.
  5. R.F. Magón (1877-1922), escritor y propagandista anarquista, fue una importante figura de la Revolución Mexicana (1910-1920). Fue el verdadero motor intelectual de muchas de las consignas acogidas por el zapatismo y un insurgente en la Baja California. Fue detenido en EE.UU. donde se le sometió a un terrible régimen carcelario que acabaría costándole la vista y la vida.
  6. A. Pestaña (1886-1937), obrero relojero afiliado a la CNT, se convertiría en uno de sus principales representantes, defendiendo distintas posturas a lo largo de su vida militante (desde el núcleo duro en sus inicios a las posiciones más reformistas y posibilistas de los años 30). En los años de plomo del pistolerismo sufriría un atentado (1922) del que nunca llegó a recuperarse del todo.
  7. C. Berneri (1897-1937), profesor de filosofía y militante anarquista. Para muchos uno de los pensadores libertarios más solventes de la primera mitad del s.XX. Durante la revolución española se trasladaría a Barcelona donde mantendrá una actitud crítica con las decisiones políticas de la CNT, aunque bastante alejado de la intransigencia radical de los anticolaboracionistas. En las jornadas de mayo de 1937 es secuestrado por agentes estalinistas y asesinado junto al también anarquista Francesco Barbieri.
  8. G. Pinelli (1928-1969), obrero ferroviario, activo militante anarquista y antiguo partisano. Después de un atentando con bomba en la Plaza Fontana de Milán (1969), perpetrado por grupos fascistas, Pinelli es detenido y posteriormente arrojado por la ventana de la comisaría a manos de la policía. Su asesinato inspiraría el clásico teatral de Dario Fo Muerte accidental de un anarquista (1970).
  9. S. Maldonado (1989-2017), joven artesano, anarquista y comprometido con la causa del pueblo mapuche. En 2017 la policía argentina irrumpe en la la comunidad de “Pu Lof en Resistencia” de Cushamen disparando contra sus pobladores y dispersándolos. Maldonado, que se encontraba allí, permaneció desaparecido desde entonces, hasta que su cadáver fue encontrado más de dos meses después.
  10. No habría espacio en esta nota para relatar todas las masacres ocurridas durante los distintos Primeros de Mayo a nivel mundial. Destaquemos, por poner un ejemplo emblemático, el llamado “Fusilamiento de Fourmies” (1891), en el norte de Francia. Allí, durante una manifestación obrera, la policía disparó contra la multitud ocasionando 9 muertos, 35 heridos y varios anarquistas detenidos que luego serían torturados en comisaría.
  11. C. Giuliani (1978-2001), joven manifestante antiglobalización que durante las protestas contra el G8 en Italia recibió dos disparos de un carabinero para posteriormente ser atropellado hasta la muerte.
  12. O.S. Altamira y A. Puente, “16 muertos y 28 mutilados por balas de goma: 0 policías condenados” (El Diario, 27/5/16).
  13. E. Goldman (1869-1840), una de las principales propagandistas, agitadoras y pensadoras anarquistas históricas. A lo largo de su vida se comprometió con mil causas, desde las reivindicaciones obreras en EE.UU, la defensa de anarquistas presos, la emancipación de la mujer o la Guerra Civil española. En la serie de cartas que le escribió a Max Nettlau durante los años 30 se queja amargamente en varias de ellas de cómo el movimiento revolucionario utiliza y abandona a los que lo han dado todo por la causa (carta del 14 de enero de 1933) o de cómo ella misma sufre ataques personales por parte de supuestos compañeros (varios artículos aparecidos en L’Adunata dei Refrattari) a raíz de la publicación de sus memorias (Viviendo mi vida) en 1931 (carta del 25 de diciembre de 1932).
  14. A. Berkman (1870-1936), activo divulgador anarquista, infatigable compañero militante de Goldman y “propagandista por el hecho” (nombre que se daban los anarquistas que cometían atentados) frustrado. En 1892 intentaría matar al magnate del metal Henry Clay Frick (después de que éste ordenara a su seguridad privada [los pinkerton] disolver la famosa huelga de Homestead a tiros, causando 9 obreros muertos y 70 heridos). Sería condenado a 22 años de cárcel, aunque finalmente cumpliría 14. En sus Memorias de un anarquista en prisión (1912) relata como la comunidad anarquista alemana de Johann Most, el mismo que había apoyado otros atentados y escrito incluso un manual para cometerlos, censura su acto y le niega su solidaridad. Cuenta también como incluso su mejor amigo (al que llama “el gemelo”) deja poco a poco de comunicarse con él hasta desaparecer completamente de su vida. Narra duros episodios en los que perdería temporalmente la razón y también en los que intentaría suicidarse.
  15. A. Lorenzo (1841-1914), una de los figuras más representativas del anarquismo en el Estado español. Fundador de la FRE, su vida es un retrato del anarquismo ibérico desde su irrupción formal en 1868 hasta la fundación de la CNT en 1910. En Figuras ejemplares que conocí (1966) Manuel Buenacasa relata una conversación con Lorenzo bastante ejemplificante: “Se marchó Miranda y entonces manifesté a Negre mi deseo de conocer también a Salvador Seguí. Negre me interrumpió: —No te lo recomiendo; somos muchos los que sospechamos de él. Esas palabras causaron en mí efectos desastroso. ¿Por qué un compañero por mí admirado me ponía en guardia contra otro compañero a quien yo no conocía aún? […]. Antes de despedirme de Lorenzo le expliqué lo que Negre me había dicho un día respecto de Seguí. El ‘Abuelo’ reflejó una sonrisa triste: —Mira —me dijo—: Estoy algo al corriente de lo que sucede entre algunos compañeros. También yo he sido víctima de ataques injustos. En nuestro mundillo abundan envidiosos. Si llegas a militar con firmeza, como yo en otro tiempo, tampoco faltará quien hable mal de ti”. Por lo demás en ambos tomos de El proletariado militante (1901-1923) hay varios ejemplos de algunas decepciones sufridas o provocadas por Lorenzo.
  16. L. Michel (1830-1905), maestra, comunera y célebre figura anarquista finisecular. En 1888, mientras daba una conferencia, un hombre armado, ebrio y aparentemente trastornado, le disparó dos tiros en la cabeza. Una de las balas quedó alojada en su cráneo, y le acarrearía constantes ataques de migraña.
  17. E. Malatesta (1853-1932), posiblemente uno de los clásicos anarquistas más realista y lúcido en su análisis. Nos cuenta Max Nettlau: “[…] Recuerdo que en ese tiempo Malatesta hallaba siempre una fuerte oposición individualista contra su alto aprecio de la organización […] y que, cuando la reunión se impacientaba, ese estado de ánimo no llevaba a una salida muy agradable. Recuerdo también que en una de esas reuniones alguien disparó un tiro contra el y le hirió en una pierna, donde la bala se aloja aún y le causa a menudo dolores […]” (Errico Malatesta: la vida de un anarquista, 1923).
  18. W. Godwin (1756-1836), el primer pensador que estableció un cuerpo teórico elaborado de ideas anarquistas avant la lettre: Investigación sobre la justicia política (1893). Piort Kropotkin dice en su definición de anarquismo para la Enciclopedia británica (1905) que “no tuvo el valor de mantener sus opiniones” y Nettlau aclara que “él, tenaz en sus ideas, pero no un carácter fuerte y de primer valor, atenuó [sus opiniones] ya en la segunda edición […]. En una palabra, fue intimidado y no recogió más el guante” (La anarquía a través de los tiempos, 1935).
  19. S.G. Caserio (1873-1894), “propagandista por el hecho” que ajustició al presidente de Francia, Sadi Carnot, como venganza por la ejecución del anarquista Auguste Vaillant. El pseudocientífico criminalista Cesare Lombroso reproduce este fragmento de una carta suya: “Mil veces, al echar mi cabeza sobre la almohada para dormir, pienso en los sufrimientos de los míos y me abandono al llanto” (Los anarquistas, 1894). Moriría en la guillotina.
  20. B. Durruti (1896-1936), mecánico ajustador, anarquista, expropiador, comandante de milicias durante los primeros meses de la Guerra Civil española y uno de los grandes símbolos del anarquismo ibérico. La mayoría de estas anécdotas, que han alcanzado gran popularidad en el movimiento libertario peninsular, pueden leerse en El corto verano de la anarquía (1972), de H.M. Enzensberger.
  21. G. Sentiñón (1840-1903), médico, miembro de la FRE y la Alianza y uno de los más íntimos contactos de Bakunin en Catalunya junto con Rafael Farga i Pellicer. En 1871 sería detenido. Según cuenta Max Nettlau en Bakunin, La Internacional y la Alianza en España, 1868-1873 (1923), Sentiñón abandonó la militancia principalmente a causa de dicha detención.
  22. N. Makhno (1889-1934), guerrillero anarquista y figura principal de la guerra revolucionaria ucraniana (1918-1921) que llevaría su nombre: makhnovschina. Sobre su lamentable situación parisina nos cuenta Ugo Fidelli: “No teniendo una profesión se tuvo que dedicar a un trabajo manual, con todo lo que eso significaba para él que, enfermo de los pulmones y atormentado por las heridas, sufría una fatiga casi insoportable. […] No sobrevinieron para él sino años de miseria. Imposibilitado para el trabajo, debatiéndose continuamente en las peores dificultades económicas, no lograba obtener la tranquilidad para seguir con vigor su importante obra […]” (nota biográfica añadida a la Historia del Movimiento Makhnovista [1918-1921], edición de 1973, de Piotr Archinov).
  23. F.C. Ravachol (1859-1892), músico ambulante, pobre de solemnidad y “propagandista por el hecho”. Cuando se enteró de que varios supervivientes al “Fusilamiento de Fourmies”, que habían sido torturados en comisaría, fueron además condenados, colocó sendos artefactos explosivos en las casas de fiscal y del juez del proceso. En su declaración ante la Audiencia del Sena en 1892 dijo: “En cuanto a las víctimas inocentes que haya podido alcanzar, lo siento sinceramente. Lo siento tanto que mi vida se ha llenado de tristeza. Están equivocados quienes nos toman por criminales; nosotros somos los defensores de los oprimidos”. Moriría guillotinado.
  24. C. Cafiero (1846-1892), rico heredero (posteriormente realizaría diversos oficios), sería el encargado por Marx y Engels de contrarrestar la influencia de Bakunin en Italia. Al conocer a este último se convirtió en anarquista y en uno de sus compañeros más allegados. A partir de 1881 empieza a desarrollar manía persecutoria, en lo que se ha interpretado como un primer cuadro de esquizofrenia. Sus estancias en prisión agudizarían su enfermedad. En 1891 en confinado en un centro psiquiátrico donde moriría sólo un año después.
  25. L. Lucheni (1873-1910), célebre por ser el asesino de la famosa Sissí (emperatriz del Imperio austrohúngaro). Aunque muchos anarquistas le negaron la condición de tal (incluso Goldman, que se había destacado en la defensa de otros propagandistas), su atentado se suele enmarcar dentro de la cronología de atentados anarquistas de finales del siglo XIX. Cuando era joven, Lucheni sufrió un traumatismo craneal al caerse del andamio donde trabajaba. Muchas de sus dolencias posteriores pueden provenir de ahí. Enfurecido por la dura represión desatada en 1898 contra el movimiento obrero en Italia por orden del rey Humberto I, se decidió a acabar con un miembro cualquiera de la realeza. Cuando descubrió durante el juicio que había matado a una persona depresiva y melancólica se obsesionó con ella hasta el punto de colgar su cuadro en su celda. “Yo creía haber matado a una persona que vivía en una felicidad insultante”, diría. En 1910 apareció ahorcado de su celda (más detalles en el tomo II [La práctica] del pastiche de I.L. Horowitz Los anarquistas, 1975).
  26. J. Morand (1887-1869), trabajadora doméstica y posteriormente educadora anarcoindividualista y antimilitarista. Una de las principales animadoras del círculo que publicaba L’Anarchie (1905-1914). En 1922 es condenada a 5 años de prisión por hacer campaña contra el servicio militar. En 1932 empieza a desarrollar síntomas de enfermedad mental. Como en casos anteriores es “psiquiatrizada” e internada en distintas instituciones hasta su muerte.
  27. G. Berton (1902-1942), obrera metalúrgica, sindicalista primero y anarcoindividualista después, se convirtió en musa del movimiento surrealista. En 1923 mató al líder de extremaderecha Marius Plateau e intentaría suicidarse sin éxito. Aunque fue absuelta gracias a una intensa campaña popular a su favor, entraría posteriormente varias veces en la cárcel por causas militantes. Según su salud mental fue deteriorándose, empezaría a realizar repetidos intentos de quitarse la vida. Finalmente lo conseguiría en 1942 ingiriendo veronal.
  28. R.T. Escartín (1901-1939), pastelero, militante anarquista de primera hora, fue miembro del famoso grupo “Los Solidarios”. Se le achacaría la muerte, junto a Francisco Ascaso, del cardenal Soldevila. Detenido después del atraco a la sede del Banco de España en Gijón es condenado a muerte. En prisión da las primeras muestras de enfermedad mental y es trasladado a un psiquiátrico. En 1939, cuando los fascistas entran en Barcelona, lo sacan del centro y lo fusilan.
  29. M. Borràs (1845-1894), prolijo editor de periódicos anarquistas, sería uno de los artífices de la introducción en el Estado español (a través del barrio de Gràcia) de las primeras ideas anarcocomunistas y anarcoindividualistas de origen europeo. En 1893 se le imputaría, infundadamente, ser cómplice de Paulí Pallàs en el atentado contra el militar Martínez Campos. Haciéndosele imposible la vida en prisión se suicidaría ingiriendo azufre.
  30. A. Gallaud, conocido como Zo d’Axa (1864-1930), anarcoindividualista, brillante escritor y polemista, editó algunas de las publicaciones libertarias más ingeniosas de la época. Después de haber vivido y viajado mucho en su gabarra, habiendo perdido recientemente a su compañera, llegó a la conclusión de poner fin a su vida cuando él lo decidiera. Eligió hacerlo con una sobredosis de morfina.
  31. A.M. Jacob (1879-1954), famoso expropiador anarquista, su ingenio y sentido del humor a la hora de elaborar su defensa ante los tribunales lo convertirían en un reconocible personaje de la cultura popular francesa. Condenado a trabajos forzados en la Guayana Francesa, permanecería allí 20 años sin que funcionaran ninguno de sus 17 intentos de fuga. En 1936 se trasladaría a la Barcelona revolucionaria, pero el devenir de los acontecimientos que intuye le deprimen. En 1954, muerta su madre y su compañera, satisfecho con la existencia que había llevado, celebra una pequeña fiesta y después de despedir a sus invitados decide poner fin a su vida con una inyección de mórficos.
  32. Inspirada en este artículo: http://lasoli.cnt.cat/26/10/2016/cast-cruzar-rubicon/

 

Defender el barrio. Sobre vivienda y turistificación en Canarias

En la segunda mitad del siglo XX el modelo capitalista ha tenido que reconvertirse en determinadas zonas para sobrevivir y expandirse. El capitalismo industrial ha dejado paso en muchos casos a un capitalismo basado en los servicios, reproduciendo el llamado tránsito del fordismo al posfordismo. En Canarias el sector agrícola, históricamente motor económico del archipiélago, hace mucho que fue suplantado por el turismo. De hecho éste se nos vende como la única alternativa económica, en un discurso hegemónico que hasta la izquierda insular compra(1). No hay vida más allá del turismo y la hostelería. Este proceso se conoce como terciarización de la economía y es lo que ocurre cuando el tercer sector (servicios) se convierte en el modelo económico preponderante y subordina o intoxica al resto de sectores (agrícola e industrial).

Entender el turismo como una categoría económica que por sí misma puede sostener materialmente un territorio es un grave error. Su carácter volátil, todavía mucho más dependiente de modas y tendencias que el resto de servicios y productos, lo convierte, en el mejor de los casos en pan para hoy y hambre para mañana. Es un modelo económico tan frágil que en lugares como Canarias prácticamente hay que desear cada año que en otros destinos turísticos se produzca un desastre natural o un atentado para ganar visitantes y poder seguir subsistiendo. A ese grado de mezquindad nos reduce este modelo.

Los defensores de la terciarización nos dirán que el 31% del P.I.B. canario lo genera el turismo(2), y que el 36% del empleo en Canarias (un 25% de forma directa) está vinculado también con dicha actividad(3). Lo que no nos dirán es que habiendo aumentado esta actividad su rentabilidad en todo el Estado en un 11’45%, sólo se ha producido un 3% del crecimiento del empleo(4). El beneficio que genera el turismo no va a los obreros y si la cantidad de trabajo que demanda sólo produce ese magro porcentaje de crecimiento es porque todo recae sobre unas plantillas que apenas se amplían y que son terriblemente sobreexplotadas. Si el modelo fuera la panacea que nos venden no tendría sentido que las Islas Canarias fuera una de las zonas más turísticas del Estado y a la vez uno de los territorios más pobres. En el archipiélago el turismo no ha impedido que tengamos un 26% de paro(5), el segundo sueldo más bajo del Estado(6), un 35% de población por debajo del umbral de la pobreza y en situación de exclusión social(7) y el récord estatal de pobreza infantil con un 35% de nuestros menores viviendo en la miseria(8).

La calidad del trabajo que genera el turismo es algo que no vamos a descubrir ahora: es trabajo precario, estacional, con sueldos ridículos y jornadas laborales maratonianas. Una camarera de hotel cobra al mes lo mismo que gasta un turista a la semana(9). Sí, el turismo genera dinero, pero este no llega a la población trabajadora.

Pero el turismo no es solo el responsable de un desigual modelo económico; su masividad también tiene consecuencias ecológicas, sociales y urbanísticas. Hablar de los efectos ecológicos es redundante: el turismo se alimenta principalmente de hormigón, ha convertido el sur de la isla en un bloque de cemento flotante, ha destruido el litoral hasta convertirlo en una enorme zona recreativa para adultos y ahora, con la nueva Ley del Suelo del Gobierno de Canarias (aprobada definitivamente este 2017), un 10% del suelo rural se puede dedicar a actividades no agrícolas (es decir, al turismo).

El turismo no tiene unas consecuencias menos graves en el plano urbano. La población de Canarias tiene 2.100.000 habitantes(10). El año pasado recibimos 13.300.000 turistas(11) (en Canarias, en el resto del estado fueron 75,3 millones(12)), un 10% de ellos tienden a alojarse en zona residencial(13). Según el gobierno autonómico canario (datos de 2015) hay unos 28.000 inmuebles dedicado al alquiler vacacional en todo el archipiélago(14), unas 121.000 camas que acogen a 1,2 millones de turistas(15). Esta es la turistificación, el turismo que masifica y destruye los barrios, en cifras. A pie de calle su influencia, aunque no se detecte inmediatamente, es innegable. La equipación urbana y los servicios empiezan a destinarse casi exclusivamente a la población flotante, quedando la población residente cada vez más relegada y con sus necesidades básicas más insatisfechas. Dónde antes se primaban los ambulatorios y las escuelas públicas, ahora se promocionan las clínicas de estética y las academias privadas; donde antes se reclamaban espacios de ocio para mayores y niños ahora se imponen centros comerciales y peluquerías caninas. Se le da prioridad a lo superfluo cuando aún no se dispone de lo necesario.
Esto abre las puertas a otro fenómeno íntimamente ligado con el turismo: la gentrificación. Es un término acuñado por la socióloga anglo-alemana Ruth Glass en 1964(16). Deriva de la palabra inglesa gentry (clase alta), y podríamos traducir el proceso como “elitilización”. Hagamos una pequeña retrospectiva para entenderlo bien.

El modelo fordista era una lacra y concentraba en las ciudades a grandes masas obreras empobrecidas dependientes de su empleo. Pero como siempre ocurre con el capitalismo, si cambia nunca es para mejor. Hoy en esos barrios obreros el paro ha hecho estragos, y el sistema ya no necesita tener cerca de unos inexistentes centros de trabajo a una clase obrera que actualmente es clase desempleada y que en muchos casos sobrevive de la economía en B. La administración, de forma intencionada, procede a permitir el deterioro de dichos barrios, sin hacer ninguna inversión en ellos, dejando que muchos inmuebles sean declarados en ruinas. Esta decadencia controlada y deliberada es el paso previo para posicionar a la opinión pública, especialmente a los propios vecinos del barrio afectado, a favor de un proceso que al final acabará por echarlos de sus casas. Esto forma parte en realidad de un movimiento de pinza pues se produce simultáneamente con otra maniobra: cuando dichos barrios obreros, históricos y a veces céntricos, están próximos a determinados servicios o zonas de ocio (en Canarias principalmente los barrios cercanos a la costa) se convierten en el objetivo de los especuladores inmobiliarios, que no tardarán en hacer acto de presencia para acaparar todos los inmuebles que puedan a precio de saldo.

Tenemos por un lado un barrio en declive, lleno de propiedades baratas, y por otro a un grupo de inversores privados, promotores, tour operadores, empresas telemáticas (como Airbnb), fondos buitres, bancos e inmobiliarias que ven el negocio de unos barrios accesibles (a nivel de transportes y servicios), próximos a las playas y a otras ofertas de ocio, y donde echar a la población residencial para meter turistas y personas de clase alta les saldrá literalmente gratis. Estos depredadores están convencidos de que no pueden perder, no tienen más que escoger un barrio, que reúna todos los requisitos enumerados, y no parar hasta hacerse con él. Y no les será complicado: los grupos de inversión no tienen más que contactar con los antiguos propietarios, hablarles de las ventajas de ahorrarse el mantenimiento del inmueble y la gestión, convencerles de que se los cedan y sin más esfuerzo que apretar la tecla de la avaricia empezar a repartirse un dineral. Los caseros, obviamente, lo ven claro: si antes cobraban 400€ al mes a una familia obrera que ha pasado toda su vida en el barrio, ¿por qué no cobrar lo mismo a la semana, por habitación o colchón, alquilando a turistas? Que esto suponga que una familia con pocos recursos tenga que ser expulsada de su hogar es una circunstancia que al rentista le importa poco.

Esto está propiciado por la reforma de la LAU (Ley de Arrendamiento Urbano) en 2013(17). Antes la actualización de los alquileres debía establecerse en base al IPC (Índice de Precios de Consumo), a partir de dicha reforma es completamente “libre”, para el propietario, que puede fijar el precio del alquiler que le apetezca. La libertad del inquilino, por el contrario, se sacrifica en el altar de la propiedad privada. En este nuevo marco, cumplidos los 3 años obligatorios de prorroga (antes de dicha reforma de la LAU eran 5), los propietarios no renuevan los contratos de arrendamiento a los antiguos inquilinos para poder así destinarlos al alquiler vacacional. Y si tienen la deferencia de ofrecerles actualizar el contrato les pedirán que como mínimo igualen los 1200-1600 € de alquiler que esperan ganar con los turistas. Esto es obviamente imposible y se ha convertido en la causa de que miles de familias tengan que irse a vivir cada vez más lejos de sus ciudades de origen y también es un factor importante en el incremento del número de desahucios.

Hay quien argumenta que la innegable subida del precio del alquiler se produce por factores demográficos y por la paralización de la construcción de nueva vivienda en la isla. Este es el argumento de los que niegan que la vivienda en Canarias esté siendo sometida a una enorme tensión especuladora. Pero los datos no engañan. Aunque el Gobierno de Canarias afirme que en el archipiélago sólo hay 61.000 inmuebles vacíos(18), otros organismos oficiales hablan de 138.000(19), una cifra mucho más realista que contrasta crudamente con los 35.000 demandantes de vivienda pública en las islas(20). Estos inmuebles vacíos, muchas veces retenidos por particulares, bancos y fondos buitres con fines especuladores, demuestran que en Canarias hay viviendas de sobra para todos. Que haya gente en la calle es una verdadera y cruel incongruencia, que nada tiene que ver con una ficticia escasez de inmuebles; en realidad hay un claro superávit, pero que ni la administración ni los actores del sector inmobiliario piensan redistribuir equitativamente cuando hoy por hoy la vivienda en alquiler (principalmente vacacional) es uno de los activos financieros más atractivos(21).

Esto que he descrito es el corolario que nos conduce a la actual burbuja del alquiler. Después del batacazo de las hipotecas cada vez más gente se ha visto obligada a vivir en régimen de alquiler (un 23% ya de la población del Estado(22)). Desde 2013 el alquiler ha subido en el Estado español un 25%(23). Y desde el 2015 una media de un 15%(24). Pero esta carestía no es producto solo de un cambio de modelo inmobiliario; está estrechamente relacionado con el alquiler vacacional como demuestra que las mayores subidas se hayan dado en tres ciudades que principalmente tienen en común el fenómeno del turismo: en Barcelona (19,8%), Las Palmas de Gran Canaria (16,1%) y Palma de Mallorca (14,1%)(25). Siendo principalmente sangrante el caso canario porque aquí tenemos la segunda mayor subida del alquiler mientras los salarios son de los más bajos del Estado.

El resultado de esto, como comenté anteriormente, es un incremento en el número de desahucios por impago de alquiler. Todos los días se producen unos 200 lanzamientos en el Estado español(26), un 5% de ellos en Canarias (735 el tercer trimestre de 2016(27)). Más de la mitad de ellos se ejecutan contra inquilinos(28). Todo esto sin contar la cantidad de desahucios invisibles y silenciosos tan comunes en los casos de alquiler, resultado de múltiples factores: relación directa con el casero, desconocimiento total de los propios derechos, culpabilización del insolvente y beatificación del propietario, miedo a la confrontación con un particular, nulo interés de colectivos y plataformas de vivienda, etc.

Todos estas expulsiones del barrio, forzosas o voluntarias, nos llevan a un verdadero éxodo interior. Innumerables familias abandonan sus casas y se exilian en la periferia, en un cinturón cada vez más grande de ciudades dormitorio ubicadas en el extrarradio. El artificial distrito Puerto-Guanarteme-Isleta en Las Palmas de Gran Canaria es un claro ejemplo de ello. Las familias son obligadas a abandonar las pocas casas de renta antigua que quedaban en las inmediaciones de Las Canteras. De ahí se les acaba expulsando también de Guanarteme o de La Isleta, culminando un proceso que ya no copa la primera línea de playa, sino hasta la segunda o tercera. Es muy fácil encontrar apartamentos en La Isleta, próximos a La Puntilla, que arriendan el m² a 15 ó 20 €, pudiendo llegar una ratonera de 25 m² a 500 €(29). Eso, mientras en las partes más profundas del barrio se amontonan las casas en ruinas y abandonadas.

Los colectivos sociales de corte amable de las islas ni siquiera se han pronunciado sobre la turistificación y el alquiler vacacional fuera de los ambientes ecologistas. Muchos creen que basta con el vergonzante decreto sobre alquiler vacacional que presentó el Gobierno de Canarias en 2015(30). La mayoría ha querido ignorar que este decreto solo quería limitar el alquiler vacacional en suelo turístico, defendiendo los intereses del lobby hotelero, dejándolo intacto en suelo residencial, que es precisamente donde más daño hace. En abril de 2016 el Tribunal Superior de Justicia de Canarias, defendiendo el “sagrado derecho a la competencia”, tumba las limitaciones que quería establecer el decreto precisamente en zona turística(31). La destrucción del espacio urbano no es materia que se trate en parlamentos y juzgados, tampoco en los despachos de plataformas y colectivos. Esta lucha solo la podemos plantear los vecinos en las calles.

Las soluciones no están en la actividad parlamentaria ni en la vía institucional. Esa estúpida idea de que basta con colocar a okupas o a activistas provivienda en un ayuntamiento para que se regule la gentrificación ya ha sido refutada en la práctica por los concejales del Patio Maravillas en Madrid y por Colau y su equipo en Barcelona. Los gobiernos no cambian una ley mientras que las calles no ardan. Voluntariamente no conceden nada; se les quita o se les arrebata. Y esto solo se logra cuando se tiene una mano ganadora con la que presionar, cuando se puede poner sobre la mesa un argumento de fuerza respaldado por la fuerza de la calle. Los gobiernos ceden cuando la situación es insostenible y la gente en los barrios empieza a vivir sin consentimiento lo que después los políticos se ven obligados a normalizar con su legislación. Ha sido así desde la lucha por la jornada de 8 horas, y la dinámica gubernamental no ha cambiado. Nada se obtiene por ciencia infusa, nada se conseguirá por la vía legal/política mientras la gente no lo haya conquistado previamente en la calle. Y aún así el resultado es dudoso. Las leyes sobre la propiedad se aplican diariamente con todo su rigor y brutalidad. Son “leyes de sangre”. Después están las “leyes de papel”, que ya sean sobre memoria histórica, dependencia, empadronar okupas, no tienen por qué acatarse. Ningún organismo público será condenado por incumplirlas, y si se les condenara, no por ello dejarían de quebrantarlas. No es mi intención hacer una defensa de unas supuestas “leyes amables”. Todas son o punitivas o inútiles, nada que rescatar. Es más bien una reflexión sobre la arbitrariedad de la ley y la reafirmación de esa máxima de Anacarsis según la cual “la ley es como una telaraña: atrapa a las moscas y deja escapar a los pájaros”(32). Reitero que la solución al turismo masivo debe partir de la calle.

Ya hay una manifestación de hostilidad social en distintas ciudades del Estado español contra la turistificación de nuestros barrios. La narrativa hegemónica del Sistema y sus medios de comunicación ya han bautizado esta repulsa a la perdida de espacio barrial como “turismofobia”. Este término es como el hembrismo, el racismo anti-caucásico o la opresión anti-heterosexual: no existen. Requiere una estructura de poder, como mínimo social, que ejerza opresión o discriminación contra dicho grupo humano. Y repito que eso no existe. Sin embargo, un término completamente artificial puede ir dotándose de solidez por la repetición constante de la propaganda y también por nuestra incapacidad de establecer un discurso que lo desmonte. Echar sal en la paella de un turista puede ser muy divertido, y seguro que creemos que estamos atacando al modelo turístico, pero la realidad es que solo le hemos jodido el almuerzo a alguien. El turista, al menos el que llega a un destino turístico low cost como Canarias, suele ser un trabajador, generalmente sin demasiada conciencia, que solo busca un lugar barato en el que veranear(33). Joderlo a él, al individuo concreto, puede darnos muchos titulares, más o menos positivos según quién lo publique, pero deja intacto el modelo y facilita la victimización que buscan los especuladores y sus voceros. Si a eso le sumamos ciertos tics de xenofobia en la crítica (“¡fuera putos guiris!”, etc.) ya le hemos envuelto el paquete propagandístico a los medios burgueses sin alterar ni un ápice las ganancias que obtienen los grandes depredadores inmobiliarios que devoran el barrio.

La táctica del sabotaje, importante y respetable, en un lugar como Canarias, donde la población residencial está tan identificada con las bondades del turismo, no se comprendería, no si su objetivo son los propios turistas. El sabotaje debe destinarse contra la estructura, debe dedicarse a hacer daño al modelo, a evitar que siga atesorando inmuebles, que siga encareciendo los alquileres, que siga obteniendo ganancias con el deterioro del barrio, no a cargar contra una familia que dentro de 15 días, de regreso a casa, sólo recordará el asunto como una anécdota. La idea de que molestando al turista particular este dejará de venir es bastante naíf. Para eso haría falta un aparato seudomilitar de acoso constante del que no disponemos y del que sinceramente no sería deseable disponer. Sería la actividad de una vanguardia intentando dirigir la solución de un problema que jamás se arreglará sin la intervención de todos esos vecinos que están siendo desplazados, desahuciados o que corren el riesgo de serlo pronto. Hay que llegar a estos vecinos, juntarse con ellos y colectivamente atacar al modelo; hay que hacer daño en el corazón mismo de la bestia.

Combatir el modelo implica organizar a los afectados en estructuras combativas, desarrollar una serie de demandas u objetivos en torno a los que articular la lucha y estar dispuestos a realizar las acciones necesarias que nos aproximen a dichos objetivos o incluso que los sobrepasen. Paso a desarrollarlo: es necesario crear herramientas que los vecinos puedan hacer suyas, organizaciones como los Sindicatos de Inquilinos que deberían proliferar en toda zona turistificada. Sindicatos que, independientes de cualquier partido e institución, se dediquen a aglutinar a los más damnificados del barrio hasta conceder al enfrentamiento un carácter popular. La lucha contra el turismo masivo debe ser necesariamente una lucha barrial, vecinal, o se limitará a ser una manifestación de malestar de una minoría politizada e identitaria.

Es necesario también articular una serie de exigencias, comprensibles y plausibles, que supongan por sí mismas una batería de medidas y a su vez un programa. Ningún partido o gobierno las asumiría voluntariamente, pues supondría tanto como deslegitimar el modelo capitalista, pero más allá de que algunas medidas sí podamos imponerlas, lo importante es que generarán la tensión necesaria entre la sinrazón del mercado y el gobierno y el sentido común de una reclamación básica: que la vivienda es un bien de primera necesidad, que no puede estar sometida a las leyes de la oferta y la demanda, que no es un activo financiero ni un producto mercantil, que debe destinarse exclusivamente a algo que parecemos haber olvidado: a vivirla.

Un modelo de exigencias podría ser el siguiente(34):

1. Establecer un precio máximo del alquiler en los barrios obreros.
2. Fijar el precio del alquiler en función de los ingresos del arrendatario.
3. Evitar las actividades especulativas de los multirentistas expropiando los inmuebles abandonados.
4. Proscribir el alquiler vacacional en zonas residenciales e impedir cualquier actividad inmobiliaria que promueva la gentrificación en los barrios históricos y populares.
5. Proscribir que las viviendas públicas (sea cual sea su régimen anterior) puedan ser vendidas a ningún particular.
6. Recuperar todo el suelo y las viviendas públicas vendidas a empresas, gestoras o fondos privados.
7. El modelo de arrendamiento, sobre todo en las viviendas destinadas al alquiler social, debe ser el alquiler vitalicio.

En cuanto a las acciones, son también un objetivo en sí mismo. Más allá de las reformas gubernamentales, de las pintadas y los boicots, al modelo turístico se le hace daño si somos capaces de imponerle nuestro propio modelo social. Todos esos pisos y edificios que aún se mantienen abandonados y que sabemos que van a ser destinados al alquiler vacacional, que ya han caído en manos de inmobiliarias o promotores turísticos, deben ser expropiados y socializados, y deben ser ocupados por las mismas familias que han sido desplazadas de sus barrios natales por la gentrificación. Ya decía Kropotkin que “la expropiación de las casas lleva en germen toda la revolución social”(35). Ocupar inmuebles, como forma de arrebatarles la posibilidad de especular con nuestro suelo y con nuestro techo, y como forma de demostrar, con un ejemplo social vivo, que hay otra forma de gestionar la vivienda, otra modelo habitacional que no se basa ni en el capitalismo, ni en el paternalismo público, ni en la propiedad, ni tan siquiera en el alquiler; se basa en la autogestión.

Es imprescindible aspirar a un modelo de vivienda gestionado de forma directa por los propios vecinos. No solo basta con combatir las formas más abusivas del rentismo, como hemos visto con los excesos del alquiler vacacional en esta oleada de turismo masivo; hay que cuestionar el propio principio de la renta, uno de los pilares de este sistema económico basado en la propiedad privada.

Los proudhonianos clásicos consideraban que la explotación capitalista se fundamentaba en distintas categorías económicas que consistían en parasitar el esfuerzo ajeno: la plusvalía en el trabajo(36), el lucro en el comercio, el interés en el crédito y la renta en el alquiler(37). El propio Proudhon fue el primero en exigir la liquidación de los alquileres(38), demanda que heredó la Comuna de París(39) y muchas revoluciones y movimientos posteriores(40) y que languideció cuando las organizaciones obreras asumieron el discurso propietario. Hoy es muy difícil esperar que los nuevos sindicatos de vivienda asuman una medida como esta, pero tal y como los sindicatos laborales combativos deben aspirar a acabar con el trabajo asalariado, los sindicatos de inquilinos deben aspirar a acabar con la renta. Abolir los alquileres puede parecer una propuesta muy extrema, pero ni siquiera el argumentario económico más convencional puede refutar su coherencia. Explicaba Proudhon que el precio que haya podido pagar un propietario por una casa ya se ha amortizado de sobra con varias décadas de alquiler y que el arrendatario adquiere un porcentaje de propiedad con cada mensualidad pagada(41). Según este razonamiento, la mayoría de viviendas construidas antes del 2000 ya han sido pagadas con creces, ninguna retribución merece ya el propietario. ¿Y si esta vivienda se ha devaluado por el deterioro o la coyuntura y ha exigido nuevas inversiones por parte del arrendador? Cuando el mercado fija la revalorización de una propiedad el arrendatario no puede reclamarle nada al casero, ni tampoco el casero está dispuesto a compartir con nadie sus ganancias extras; que se aplique la misma lógica cuando el casero es el perjudicado y que no nos exija al resto que costeemos sus pérdidas. Pero sobra argumentar esto… La mentalidad capitalista debe dejar de marcar los análisis sociales, más cuando hablamos de necesidades básicas.

La cuestión de fondo es que la vivienda debe de romper las cadenas que la atan al mercado, debe pasar a ser un patrimonio social colectivo gestionada directamente por los habitantes del barrio que no esté sujeta a los flujos turísticos ni a los vaivenes especuladores. Quizás parezca excesivo concentrar tanto esfuerzo en el tema de la vivienda, pero es que el barrio no es otra cosa que un espacio común conformado, precisamente, por un conjunto de viviendas, y sujeto por una red de relaciones que quienes las habitan tejen en torno a ellas. Ciertamente, no hay que idealizar el barrio. Es simplemente el lugar en el que para bien o para mal vivimos e interactuamos (muchas familias el 100% de su tiempo). Pero nadie nos puede negar que intentemos que ese espacio y esas relaciones se produzcan de la mejor manera posible. Intentar que sean lo más sanas, igualitarias, solidarias, justas y libres que esté a nuestro alcance. La turistificación destroza esas aspiraciones, destruye el espacio, rompe o vicia esas relaciones y lo hace acaparando nuestras casas. Desde ahí fagocita al resto de la ciudad y desde ahí la totalidad del territorio. Defender la vivienda es defender el barrio, y defender el barrio es tanto como defender el último terreno de estás malditas ciudades que aún podemos considerar nuestro.

Ruymán Rodríguez


NOTAS

1 Mientras en otros lugares del Estado abundan las pintadas contra la actividad turística, en Canarias ha sido muy frecuente ver que las pintadas de la izquierda independentista reclaman justo lo contrario: “¡El turismo es nuestro!”.
2 Según un informe del Gobierno de Canarias llamado Alquiler vacacional en Canarias: Demanda, Canal y Oferta, 2015.
3 H. Mederos, “Canarias, la región donde el turismo aporta más empleo a la economía” (La Provincia, 14/4/2016).
4 A. Fuentes, “La cara oculta y precaria del turismo” (El Periódico, 21/10/2016).
5 Datos de la EPA (Encuesta de Población Activa) de 2017.
6 Redacción, “Canarias sigue pagando el segundo sueldo más bajo de España, solo el 85% del registro nacional” (El Diario, 10/5/2017).
7 Datos del INE (Instituto Nacional de Estadística) de 2016.
8 Ibíd.
9 Fuentes, op.cit.
10 Según datos del ISTAC (Instituto Canario de Estadística) de 2016.
11 Europa Press, “Canarias cierra 2016 con 13,3 millones de turistas extranjeros” (Diario de Avisos, 31/1/2017).
12 Servimedia, “España recibió 75,3 millones de turistas en 2016, un 9,9% más” (El Economista, 12/1/2017).
13 Gobierno de Canarias, op.cit.
14 Ibíd. Aunque hay que poner en cuarentena estas cifras del Gobierno de Canarias y no descartar que puedan superar fácilmente los 30.000. Así como dicho organismo da una cifra de viviendas abandonadas bastante menor de la que reconocen otras instituciones, los números en alquiler vacacional también les bailan bastante. En el programa “El Foco” (Radio Televisión Canaria, 7/7/2017) el viceconsejero de turismo Cristobal Rosa repitió con insistencia, en un debate sobre alquiler vacacional, que las viviendas que su gobierno tenía censadas eran exactamente 29.931.
15 Gobierno de Canarias, op.cit.
16 R. Glass, London: Aspects of change, 1964.
17 Es la misma reforma que liberalizó el alquiler vacacional y lo convirtió en competencia de las Comunidades Autónomas.
18 Gobierno de Canarias, op.cit.
19 Datos del INE de 2012. En 2016 se empieza a hablar de 135.000 casas vacías (S. Lachica, “La ultraperiferia canaria: los sueldos más bajos y 135.000 inmuebles vacíos”, El Diario, 28/5/2016). Según Tinsa (empresa dedicada a la tasación de inmuebles) en Las Palmas el 21,4% de las viviendas están vacías, y en la provincia de Santa Cruz el 17,6% (datos de 2016).
20 Lachica, op.cit.
21 D. Esperanza y R. Ruiz, “El alquiler la opción más rentable en inversión inmobiliaria” (Expansin, 22/5/2017).
22 Redacción, “El alquiler de viviendas, en niveles récord del último medio siglo” (El Mundo, 5/1/2017)
23 Según datos de AFI (Analistas Financieros Internacionales) en 2017.
24 Ibíd.
25 Europa Press, “El precio del alquiler en Las Palmas de Gran Canaria sube respecto a los niveles previos a la crisis” (El Diario, 26/6/2017).
26 Datos del CGPJ (Consejo General del Poder Judicial) de 2016.
27 Ibíd.
28 El mismo organismo judicial revela que en ciudades como Barcelona el porcentaje es aún mayor y 9 de cada 10 desahucios son por impago de alquiler.
29 Las páginas inmobiliarias como Fotocasa.es están llenas de estos ejemplos.
30 Decreto 113/2015.
31 Agencia EFE, “El TSJC anula varios preceptos del decreto canario de alquiler vacacional” (La Provincia, 27/4/2017).
32 La cita atribuida al filósofo escita Anacarsis (siglo VI a. C.) está muy bien desarrollada en este fragmento de la emblemática obra El Gaucho Martín Fierro (José Hernández, 1872):
“La ley es tela de araña, y en mi ignorancia lo explico,
no la tema el hombre rico, no la tema el que mande,
pues la rompe el bicho grande y sólo enrieda [sic] a los chicos.
Es la ley como la lluvia, nunca puede ser pareja,
el que la aguanta se queja, más el asunto es sencillo,
la ley es como el cuchillo, no ofiende [sic] a quien lo maneja.
Le suelen llamar espada y el nombre le sienta bien,
los que la manejan ven en dónde han de dar el tajo,
le cae a quién se halle abajo, y corta sin ver a quién.
Hay muchos que son doctores, y de su ciencia no dudo,
mas yo que soy hombre rudo, y aunque de esto poco entiendo
diariamente estoy viendo que aplican la del embudo”.
33 Ciertamente no se puede generalizar, y es evidente que muchos otros turistas, sean o no de clase alta, sí tienen una mentalidad elitista, colonizadora, que al menos en un destino como Canarias se suele revelar con las típicas manifestaciones despectivas del europeo que viaja a África, del “civilizado” que viaja al “tercer mundo”. No obstante, estos prejuicios no los tienen por ser extranjeros, sino por ser clasistas. No debemos olvidarlo.
34 Esta batería de exigencias las redacté como una propuesta de mínimos para el Sindicato de Inquilinas de Gran Canaria. Como aún está en estudio, y visto lo poco dados que somos al trabajo teórico, puedo aventurarme a compartirla.
35 P. Kropotkin, La conquista del pan, 1892.
36 Aunque el concepto se le atribuye a Marx, ya antes que él P.J. Proudhon explicó el proceso en su primera obra de importancia: ¿Qué es la propiedad? (1840).
37 Esta “trilogía de la usura” aparece recurrentemente en la literatura proudhoniana, desde las primeras obras del propio Proudhon (como la mencionada en la nota anterior) hasta los textos finiseculares de Benjamin R. Tucker como Socialismo de Estado y anarquismo: en qué se parecen y en qué difieren (1896).
38 “Propongo que se opere la liquidación de los alquileres. Todo pago de la renta equivaldrá para el inquilino a una parte proporcional e indivisa de la casa que habite o de cualquiera de los edificios de alquiler que se usen para habitación de los ciudadanos” (Proudhon, Idea general de la revolución en el siglo XIX, 1851).
39 “La idea del alojamiento gratuito se manifestó claramente durante el sitio de París [se refiere a 1870, en plena Guerra Franco-prusiana], cuando se pedía la anulación pura y simple de los inquilinatos reclamados por los propietarios. También se manifestó durante la Comuna de 1871, cuando el París obrero esperaba del Consejo de la Comuna una resolución enérgica aboliendo los alquileres” (Kropotkin, op.cit.).
40 Podríamos citar ejemplos tan paradigmáticos como el Consejo de Baviera de 1919 (“Un comisario del pueblo designado para el régimen de vivienda ordena la requisa de todos los alquileres en el territorio de Baviera. Cada familia sólo tendrá derecho en adelante a un comedor, al lado de la cocina y de habitaciones” [R. Lewin, “Erich Mühsam y la Revolución de Baviera” en Polémica, nº 11/3/1983]) o la experiencia de Kronstadt en el período de 1917-1921 (“A principios de 1918, la población laboriosa de Kronstadt, tras debates en múltiples reuniones, decidió proceder a la socialización de locales y viviendas. […] El primer artículo [del proyecto aprobado por el soviet] declaraba: ‘Queda abolida en adelante la propiedad privada de bienes raíces e inmuebles’. En otros se especificaba: la gestión de todo inmueble incumbirá al Comité de vivienda, elegido por sus ocupantes. Los asuntos importantes relativos a un barrio lo serán en asamblea general de sus habitantes, quienes designarán a los miembros del Comité de barrio. […] Bien pronto quedaron constituidos los comités (de vivienda, de barrio, etc.) y empezaron a funcionar. El plan entró en vigor, haciéndose realidad el principio «Todo habitante tiene derecho a adecuado alojamiento»” [V.M. Eichenbaum “Volin”, La Revolución Desconocida, 1945]).
41 “[..] Cada vez que un arrendatario paga la renta, obtiene sobre el campo confiado a sus cuidados una fracción de propiedad cuyo denominador es igual a la cuantía de esa renta” (Proudhon, ¿Qué es…)

Charla en Manresa

Este 20 de agosto (2017) la FAGC estará en Manresa con las compas de PAHC Bages para de la lucha por la vivienda:

Diez familias canarias recuperan «La Ilusión»

Actualización: Una nueva familia se ha sumado al proyecto, una madre sin recursos con sus dos hijos. Ya son 11 familias, 41 personas, 20 de ellas menores.

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La pasada semana 7 familias, asesoradas y secundadas por el Sindicato de Inquilinas de Gran Canaria, se han decidido a poner fin a su situación de indigencia y falta de alternativas habitacionales y han socializado un edificio de 15 viviendas abandonadas. Desde entonces ya se han sumado 3 familias más. Hablamos de 38 personas, 18 de ellas menores.

Estás familias, compuestas por personas desahuciadas, trabajadores en paro, mujeres embarazadas, parejas jóvenes que dormían en coches, han tomado la determinación de construir por sí mismas las soluciones que la administración les niega.

Algunos de los participantes de la última asamblea del SIGC dónde se tomó la resolución de expropiar la «La Ilusión».

Todas son demandantes de vivienda pública desde hace años, incluso décadas, sin que jamás hayan podido acceder a una vivienda de protección oficial. Vienen de barrios obreros, en condiciones de hacinamiento, con alquileres cada vez más altos y con salarios cada vez más bajos, cuando no inexistentes.

El inmueble expropiado ha sido absorbido por la SAREB (Sociedad de Activos procedentes de la Restructuración Bancaria), el conocido como «banco malo». La SAREB es una entidad semipública dedicada a tragarse los activos tóxicos de los bancos con el fin de sanear las cuentas del sector financiero. Es decir, es un monstruo inmobiliario que se nutre principalmente de inyecciones de dinero público y que asume las deudas que la banca rechaza. Su única intención es garantizar que los bancos mantengan su nivel de ingresos obligando a todos los contribuyentes a costear sus perdidas.

En cifras, la SAREB ha perdido casi 3.200 millones de euros, y almacena casi 30.000 inmuebles, en su mayoría de nueva construción. Antes de que estas viviendas sigan abandonadas, se destinen a la especulación, sean saqueadas, acaben en manos de fondos buitres o destinadas a alquiler vacacional, estas 10 familias se han decidido a tomar lo que es suyo, lo que es de todos. Su derecho a un techo es innegociable.

Están habilitando el inmueble, vivienda a vivienda, poco a poco, porque estaba en unas condiciones lamentables. 10 casas ya están habitadas, 2 son habitables y darán cobijo próximamente a algunas de las familias que la Comisión de Expropiación del SIGC tiene en su lista de Solicitantes de Vivienda, y otras 3 tienen que recuperarse todavía con mucho esfuerzo y trabajo. Pero estas valientes familias están dispuestas a asumir el reto y también todos los que se presenten de aquí en adelante. No van a rendirse ahora porque por fin han recuperado «La Ilusión».

La pobreza y el sujeto

La pobreza y el sujeto

Texto aparecido en el número 101 (primavera 2017) de Al Margen

A la hora de generar ideas y narrativa, la historia de la teoría política responde en su gran mayoría a una terrible aporía: el discurso se le ha arrebatado a quienes debían crearlo.

Los hombres como Condorcet1 hablaban de la igualdad de las mujeres, las puritanas blancas como Stowe2 de esclavitud y los aristócratas y burgueses sobre la pobreza. Cuando surge una Wollstonecraft3, contemporánea a Condorcet, su obra se ve eclipsada por lo que otros, que nunca experimentaron la opresión de género, tenían que decir al respecto. Estudios como el de Anténor Firmin4, impugnando las primeras teorías racistas seudocientíficas, serían completamente ignorados, pues se prefería escuchar lo que cualquier blanco tuviera que opinar sobre la igualdad. Sobre la cuestión de la pobreza, pocos proletarios como Proudhon5 llegaron a convertirse en verdaderos referentes ante la constelación de abogados, profesores y nobles que al parecer conocían perfectamente el asunto.

Con el paso del tiempo, cada vez más mujeres y no occidentales han logrado acceder a la pluma y al altavoz, luchando por conquistar cada centímetro que les alejaba de ellos. Sin embargo, para que su discurso sea tenido en cuenta se les ha exigido que este provenga del ambiente universitario y se dote de una sofisticación filosófica propia del estándar académico. Se puede hablar desde la alteridad si tu nómina hace que ya sólo pertenezcas a las clases subalternas en lo teórico. Los pobres, con independencia de los matices, aún no podemos hablar de nada, y menos todavía de nuestra propia pobreza.

Es sobre este último término que me siento realmente autorizado para hablar. A los pobres no sólo se nos ha quitado la voz, la posibilidad de desarrollar un corpus propio sobre la pobreza; se nos ha quitado también la posibilidad de abordar sus causas desde un punto de vista práctico. Puede que se diga que lo primero, el silencio y el vacío ideológico, no es culpa de nadie. Ciertamente poca teoría puede elaborar el que día a día tiene que preocuparse de mantenerse vivo. Pero esto no es del todo cierto. Las ideas que los pobres hemos lanzado sobre la pobreza pueden ser pocas, pero eso no quita que antes de buscar entre esas pocas y juzgar su validez prefiráis por sistema lo que cualquier sesudo profesor tiene que decir al respecto desde su cátedra. Os gusta la filosofía de saldo, pero vendida en esos centros comerciales del saber que son las universidades. Siempre preferiréis el aforismo optimista y ramplón de un Coelho, o un tomo de 500 páginas de algún muerto ilustre de la Escuela de Frankfurt, que el relato cáustico, airado pero honesto de un indigente. Se le pagan 1.500 € a un tipo con secretario y despacho para que dé una conferencia sobre una pobreza que tan sólo con salir de su boca se convierte en ficción. Pesa mucho la invisibilización del Sistema, cierto, pero la elección de escuchar a ese fulano y no a los vecinos que os rodean es exclusivamente vuestra.

Ciertamente no todas las ideas, porque surjan del sector oprimido, se convierten en lúcidas. Las ideas de una mujer maltratada, por ser mujer y haber sufrido, no tienen por qué ser en absoluto emancipatorias; pero escuchándolas, acercándonos a ellas, atendiendo su razonamiento, puede que comprendamos su situación, su experiencia, la percepción más importante de su tragedia. En vez de eso preferimos oír lo que nos dicen las instituciones, el Sistema o incluso el maltratador. Por eso somos insensibles a gran parte del sufrimiento: porque quienes lo sufren no son el sujeto, el protagonista de su propia historia; son el objeto, un elemento subordinado a nuestras teorías, a las que debe ceñirse como un cuerpo mutilado al lecho de Procusto.

Sin embargo, este problema es inminentemente práctico. Es preocupante que seamos comparsas en lo teórico, pero es inadmisible que lo seamos en las soluciones prácticas. La mejor solución para la pobreza la deciden los partidos desde los gabinetes y parlamentos, los economistas desde sus aulas o los autores de libros desde el Fnac o algún antro similar. A los pobres se les pregunta de forma plebiscitaria, como a la turba sobre Barrabás, esperando vítores y un asentimiento masivo y no una crítica fría y razonada. Es lo que pasa cuando se habla sobre dación en pago, renta básica y cuestiones similares.

Advierto que no encarnaré yo al anarquista “anti todo” tan fácil de caricaturizar. No seré el que enarbole el “cuanto peor, mejor”, ni el que llame a cualquier balón de oxígeno “migajas”. Puedo discrepar perfectamente con Albert Libertad cuando al preguntarle por las 8 horas máximas de trabajo decía que lo necesario era “la jornada de 18 horas, para exasperar por fin a los obreros y que se rebelen”6. Puedo hacerlo porque si bien es cierto que la conquista de las 8 horas no ha conseguido quebrar en absoluto el modelo de explotación del trabajo asalariado, también es cierto que nada nos asegura que cuanto peores sean objetivamente las condiciones económicas y sociales más posibilidades hay de revolución (de lo contrario en Canarias, sin ir más lejos, ya hubiéramos vivido unas cuantas)7. Por otra parte, el que crea que trabajando 18 horas aproximará el clímax de hartazgo que nos traerá la revolución puede empezar; seguro que la CEOE se lo agradecerá.

Yo entiendo, con respecto a la dación o la renta básica, que lo que prima, sin filosofías ni rollos trascendentes, es lo inmediato, sea desprenderse de una deuda o llenar la barriga. No habrá una persona sin recursos a la que se si se le plantea cancelar una hipoteca u obtener un subsidio no aplauda la medida y la interprete como una verdadera solución. El problema de fondo es otro. En estos años militando en vivienda hemos visto la trampa que se esconde detrás de la dación en pago vendida como una panacea. Cuando nos hemos visto obligados a negociar alguna siempre lo hemos lamentado, y los afectados lo han acabado haciendo también a la larga. La cuestión no es sólo el impuesto de plusvalía (que cobran los ayuntamientos al entender que la casa entregada al banco ha sido revendida) y la nueva deuda que conlleva (cuando es inferior a 5000 € sale más caro pleitearlo que pagarlo), si no que se renuncia a la casa voluntariamente, por petición propia, sin pelearla. Un alquiler social, cuando se disponen de ingresos 0, y no se tienen recursos suficientes como para que te lo concedan, es una pobre compensación. Como lo es descargar la “culpable conciencia del moroso”, al carecer de deuda, al mismo tiempo que también los huesos se descargan de cobijo al carecer de techo. Al final, es una medida que sólo es funcional si la casa entregada no era la única vivienda de la que disponía el afectado o si tiene ingresos suficientes como para que le concedan una ayuda municipal al alquiler o el mencionado alquiler social.

Con la renta básica pasa algo similar. La mayoría de gente con la que colaboramos en la FAGC y en el Sindicato de Inquilinos, recurren a uno u otro organismo porque precisamente disponiendo de un subsidio de 426 € (una posible renta básica en el Estado español presumiblemente rondaría los 350 ó 400 €) se ven incapacitados para comer y hacer frente a un alquiler. Mientras la carestía de los bienes más básicos siga subiendo, poco importará que tengamos garantizada una paga si esta es incompatible con el llamado nivel de vida. Podemos cambiarle el nombre, que deje de ser subsidio de desempleo, pensión no contributiva, renta de inserción activa o prestación canaria de inserción, dependiendo de cada caso; al final el subsidio será lo mismo, con otra duración, y con la misma insuficiencia material. Lo que cambiará será el efecto psicológico. Tal y como los llamados “ayuntamientos del cambio” y la proliferación de las daciones nos ha introducido en una alucinación colectiva con “ciudades libres de desahucios”, sin que estos hayan dejado de producirse; la renta básica nos hará creer que la pobreza ha desaparecido, hinchará el discurso de criminalización de la derecha mediática y cultural sobre el “parasitismo” y la “sopa boba”, hará más cómodo el arte de gobernar para unos y otros, y conseguirá que los pobres, con una sonrisa en los labios, se las vean tan jodidas como siempre para poner un plato en la mesa, pagar el alquiler y costear agua y luz. El estándar de pobreza será el mismo, pero ya no podremos articular, ni siquiera en nuestra mente, la protesta.

Durante mi militancia me he dado cuenta de que la pobreza no se combate generalizando este estándar; se hace tomando de donde hay riqueza y rebajando el coste del propio consumo. Y esto sólo se consigue con soluciones prácticas que emergen desde abajo. Cualquier medida que venga de arriba, por muy idílica que parezca sobre el papel, sólo buscará una cosa: seguir garantizando la dependencia de las personas sin recursos al Estado, someterlas al paternalismo institucional, para facilitar la gobernabilidad dentro de un enclave de producción capitalista. Desde arriba no podemos contar con una amnistía hipotecaria ni arrendataria que cancele nuestras deudas de vivienda, ni tampoco con un renta básica que sea compatible con unas condiciones de vida dignas; nos toca hurgar en otras soluciones y practicar la autogestión.

Si los embargados fueran capaces de tejer una red de asistencia mutua, donde cada uno de ellos cediera su vivienda, antes de producirse el desahucio, a una nueva familia, ocupando los primeros a su vez la de otra en proceso de embargo, y obligaran con ello a cursar nuevas órdenes de lanzamiento, quizás podríamos empezar a construir algo. Cierto que tarde o temprano reformarían sus leyes o buscarían formas compulsivas de impedir este procedimiento, pero mientras habríamos ejercitado el nervio revolucionario y nos estaríamos preparando para nuevos asaltos. Si fuéramos capaces de rescatar la táctica del control obrero y llevarla al inquilinato, contactar con técnicos (arquitectos, electricistas, etc.), capaces de elaborarnos un informe detectando los fallos del edificio donde vivimos, analizando la potabilidad del agua, las condiciones del tendido eléctrico, etc., y presentáramos dicho informe al arrendador (sea particular o una entidad) planteándole por un lado nuestras demandas (paralización de desahucios, rebaja al 50% del alquiler) y por el otro la posibilidad de denuncia pública, administrativa o jurídica, quizás los inmuebles podrían aspirar a un transito hacía la autogestión. Si los vecinos se organizaran para controlar todas las viviendas públicas vacías o en manos de los bancos de todo un barrio, y se decidieran a gestionarlas por sí mismos sin delegaciones, podríamos dar ese transito por realizado de facto.

Desde fuera se puede pensar que ninguna de estas medidas es económica como la renta básica, pero cuando se socializa vivienda y suministro eléctrico y acuífero y el coste de esos tres elementos es 0, cualquier ingreso, sea el de un trabajo en precario, el de un subsidio o el de la llamada renta básica, se puede gastar íntegramente en consumo. Por otro lado no hablamos solo de socializar inmuebles y suministros, sino de hacer lo mismo con tierras incultivas y a su vez crear redes de intercambio gratuito de abrigos y enseres.

Puede que todo esto suene muy lejano, pero ya lo estamos practicando a nuestra escala en algunos puntos de Gran Canaria, es algo que se está construyendo directamente de abajo y que está solucionando la vida de los implicados. Podemos mirar a las alturas, ver cómo decretan los ricos la mejor forma de solucionar nuestros problemas de pobreza y esperar en definitiva a que nos caiga el maná del cielo. Yo, como pobre confeso, prefiero coger la herramienta y empezar a excavar, a penetrar en lo hondo, hasta dar con los cimientos de este jodido Sistema y reventarlos.

Ruymán Rodríguez

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1 Ilustrado francés autor de Bosquejo para un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano (1794).

2 Abolicionista norteamericana y autora de La cabaña del tío Tom (1851).

3 Pionera feminista inglesa y autora de Vindicación de los derechos de la mujer (1792).

4 Antropólogo haitiano autor de De la igualdad de las razas humanas (1885).

5 Socialista francés, precursor del anarquismo y autor de ¿Qué es la propiedad? (1840).

6 Citado por Bernard Thomas en La Belle Époque de la Banda Bonnot, 1989.

7 Por ejemplo, cuando según Save The Childrens alcanzamos el primer puesto del Estado en pobreza infantil: http://cadenaser.com/emisora/2015/03/24/radio_club_tenerife/1427215302_416617.html