Clase de arquitectura en «La Esperanza»

El pasado 21 de febrero, unos 60 alumnos de 3º de arquitectura de la Universidad se acercaron a la Comunidad «La Esperanza» para conocer el proyecto de okupación más grande del Estado de primera mano. Este acontecimiento, inédito hasta hace poco, empieza a hacerse común con la visita de cada vez más estudiantes de distintas especialidades. La Universidad suele ser un mundo totalmente ajeno para los vecinos de una Comunidad como «La Esperanza», pero entre profesor, alumnos, vecinos y militantes se ha vuelto a conseguir una importante sinergia.

Los alumnos han comprobado que hay otro modelo urbano habitacional, uno que no encaja en las dos únicas opciones que contempla este sistema: la especulativa capitalista y la tutelada por el Estado. Más allá del interés privado y del paternalismo gubernamental, está el modelo social y autónomo de la autogestión.

El compañero Ruymán de la FAGC explicó en el asambleatorio el recorrido de 4 años del proyecto. Desde los primeros realojos de 20 familias, pasando por el intento de desahucio administrativo del año pasado hasta la creación entre los muros de la propia Comunidad del primer Sindicato de inquilinos del siglo XXI. Dejó claro en todo momento que el proyecto es hoy por hoy totalmente autónomo de la FAGC, y que son los vecinos los que gestionan los 4 edificios sin intervención del exterior.

Al explicar el compañero que el ayuntamiento incumple las mismas leyes y decretos que impone como obligatorios para el resto, que impide desde el pasado verano empadronarse a ningún nuevo vecino, y también el ninguneo de la administración racaneando los subsidios y el acoso al que los trabajadores sociales someten a algunos realojados, los alumnos no podían dejar de sorprenderse por la actitud de la corporación municipal. Vecinas como Ylenia y Wendy contaron su situación personal, y la lucha diaria que han llevado a cabo desde hace 4 años, cuando las vecinas más veteranas recogieron firmas para que a sus hijos los trasladara el transporte escolar como a cualquier niño, hasta la lucha cotidiana de otras vecinas más recientes para poder acceder a trabajos temporales del ayuntamiento o ayudas de alimentos.

El compañero de la FAGC explicó la motivación profunda que hay detrás de la siguiente manera: «es una táctica de hostigamiento para que los vecinos se vayan de la Comunidad por su propio pie. Al ayuntamiento le molesta ‘La Esperanza’ porque demuestra la ineptitud de las instituciones y que si los vecinos quieren mejorar sus condiciones de vida no pueden esperar nada del sistema ni de los partidos, y deben hacerlo por sí mismos. ¿Y qué pasa cuando uno se da cuenta de que las instituciones son innecesarias? Que las desobedece, y eso lo convierte en peligroso».

Los alumnos recorrieron todo el recinto de la Comunidad, lanzando en cada momento interesantes preguntas. Pudieron visitar las viviendas de Desi y Wendy y comprobar que eran completamente habitables. Pudieron constatar la capacidad de trabajo de los vecinos, que se afanaban en levantar el portón que el último temporal de viento que azotó la isla había tirado abajo.

Mientras estaban en el patio, dos trabajadoras sociales escoltadas por la policía local (ofreciendo con ello una pobre imagen), cruzaron la puerta que levantaban los vecinos y atravesaron el patio sin ni siquiera dar los buenos días. Si intentaban que los alumnos se sintieran incómodos, lo que consiguieron es que ratificaran todas las palabras de las vecinas sobre el comportamiento de la administración.

Al acabar, vario alumnos ofrecieron compartir ropas, enseres y muebles y pidieron contactos para hacerlos llegar a la comunidad. Fue un evento muy emotivo y muy rico donde una vez más pudimos comprobar que las personas reales tejen redes de empatía por encima de los poderes abstractos.

Márgenes estrechos para la disidencia

En el mundo en el que vivimos la conciencia de determinadas situaciones a veces implica un ahogo constante y profundo. Cada vez hay menos margen para la oposición, para el conflicto, aquel que es real, sobre lo esencial y que pone en juego al sistema (es decir, aquel conflicto que deriva de cuestionar el paradigma vigente, por ejemplo, la propiedad privada) . Abundan, en cambio, muchas «discusiones» banales entre políticos profesionales acerca de temas realmente intrascendentes y sobre los que ellos tienen muy poca potestad de decisión en términos efectivos. La calle se hace eco de estas discusiones, y a esto se le llama «hablar de política». Discusiones en lugar de conflictos, puro espectáculo frente a la interpelante realidad.

Hablando de realidades y ficciones, el Ayuntamiento de Barcelona se está poniendo las pilas últimamente en materia de vivienda. A raíz de la aprobación de la nueva ley de vivienda de diciembre de 2016, se pretenden impulsar una serie de medidas para garantizar el acceso o el mantenimiento de la vivienda en los próximos 10 años a los habitantes de la ciudad: ayudas para pagar los alquileres, subvenciones para rehabilitaciones, pisos de protección oficial, promoción de la co-vivienda … Así, aunque determinadas de estas medidas puedan representar una ayuda en momentos puntuales, cabe preguntarse: ¿cuál es la verdadera cara de estas políticas? Y sobre todo, ¿cómo nos «ayudan» a medio plazo o, por el contrario, sirven para enmascarar las causas profundas y las soluciones radicales que tenemos que afrontar en la época que nos ha tocado vivir? Nos gustaría hacer una reflexión más amplia al respecto.

La estrategia por parte de las instituciones desde el 15-M es muy clara y evidente. Una vez los que estaban fuera están dentro, ¿qué más podemos pedir? Cuando la balanza se inclinó desde el «no nos representan» al «que nos representen mejor», se supone que sólo podemos esperar que este mejor quiera decir que jugarán a nuestro favor. Pero el frente de la vivienda ha sido uno de los más activos y persistentes desde el 15M, porque en sus diversas peculiaridades sigue siendo una fuente de conflicto urgente para muchas personas. Así, las movilizaciones y acciones por esta cuestión han continuado con fuerza y con diferentes estrategias, desde las que contemplan la acción directa expropiadora hasta las más legalistas, de las que ahora el Ayuntamiento hace bandera.

La vieja socialdemocracia de la nueva política

La nueva política que tanta tinta y saliva hace correr a aquellos que se llenan la boca con ella, consiste básicamente en intentar hacer reflotar las cenizas de la vieja socialdemocracia. Esta, históricamente, y también ahora, trata de no tocar los cimientos de la estructura de barbarie y desigualdad en la que vivimos establecidos sino simplemente destinar una parte exigua de los recursos que puede conseguir a raíz de estar “en el poder” a gestionar la miseria. Por muy encomiable que esto pueda ser, la lucha necesaria en nuestros tiempos no es esta. Llevamos demasiados años poniendo parches y edulcorando la catástrofe y está claro que esta no la evitaremos si no cuestionamos de base el funcionamiento que la provoca (el sistema Estado-Mercado y los valores asociados a él de pasividad, competencia, egocentrismo, máximo beneficio. .) y empezamos ya a construir una nueva forma de vida. Si bien es cierto que en la situación de desamparo y desestructuración social a la que hemos llegado, a algunas personas las políticas socialdemócratas las pueden ayudar temporalmente, debemos ser conscientes de que éstas sólo contribuyen a medio plazo a alargar la agonía y apuntalar el sistema . Como dice la conocida frase: «Pan para hoy, hambre para mañana».

Pacificación y represión

Lo que es verdaderamente importante para mantener las dinámicas del sistema en el caso de la vivienda, en términos generales, es promover la pacificación del conflicto. Los intentos de mediación de la administración en este sentido se presentan como una solución, la actuación del policía bueno contra el policía malo (los bancos, los fondos «buitres», las inmobiliarias …) en este juego de máscaras que enturbia las conciencias populares.

Pero su objetivo real es pacificar, como decíamos, evitar una situación demasiado dramática que pueda propiciar la autogestión popular de este ámbito de la vida tan fundamental como es el hogar. Por un lado, la estrategia pasa por calmar los ánimos a través de «solucionar» temporalmente las necesidades materiales de las personas hasta que sólo queden luchando los «irreductibles» -aquellos que se movilizan por conciencia política y social más allá de sus necesidades concretas individuales- oponiéndose a aceptar según qué tipo de medidas que resultan contraproducentes para la autonomía y la libertad. Estos últimos serán reprimidos, como ha ocurrido con el movimiento de vivienda en la ciudad de Turín) (1). Por otra parte, los casos de okupaciones masivas en que se pone más en tela de juicio la propiedad privada en desuso, ponen sobre la mesa de manera muy clara que la principal voluntad de las instituciones es auto-legitimarse y legitimar el sistema establecido, y que no prime la autogestión popular a menos que sea a través y con autorización de sus leyes, aunque parezca una contradicción en términos. Los desalojos masivos de centros sociales que albergaban a refugiados en Grecia son ejemplo de ello. La protección de la propiedad privada es la norma legal que da cobertura a acciones bárbaras como estas, pero la norma invisible y aleccionadora es evitar a toda costa los ejemplos vivos de auto-organización y autogestión popular de las necesidades básicas. Porque si perdemos el miedo en esto, que nos mantendrá ligadas a la obediencia de sus códigos y normas inhumanas? El caso de la Comunidad «La Esperanza» de Gran Canaria es un ejemplo paradigmático de ello, no exento, claro, de represión (2).

Burocratizar o autogestionar?

Frente a una problemática real que nos afecta a muchas personas, podemos decidir tomar las riendas de la lucha o dejarla en manos de las administraciones «públicas» e incluso no hacer nada y esperar que la «mano invisible» del mercado siga su curso. Estamos tan triturados como personas y como colectividad que parece que pocas posibilidades nos quedan más que el sufrimiento individual y la pasividad más absoluta, o bien pedir y reivindicar que alguien haga algo para nosotros. Al fin y al cabo, el Estado democrático y de derecho debería servir para algo, no? Al menos eso defienden los promotores de las instituciones establecidas y los que cree en ellas.

Si nos dejaran «solos», después de todo lo que nos han despojado a lo largo de los últimos dos siglos, tendríamos posibilidades reales de autogestionarnos? Algunos ejemplos actuales sugieren que si (3), a pesar de numerosas dificultades, producto sobre todo de limitaciones humanas y relacionales. En Canarias la lucha mediante la acción directa expropiadora ha recogido muchos más éxitos en número que el trabajo de las administraciones y plataformas de tipo más legalista de todo el Estado juntas (4). Pero para ello se necesitan personas con dedicación, con iniciativa, con voluntad y fortaleza. Con capacidad de convivir y cuidarse. Sólo asumiendo fortalecernos y responsabilizarnos de las situaciones de vida en que nos encontramos, tanto a nivel personal como colectivo, podremos avanzar hacia algo sustancialmente mejor que el orden establecido.

Desnaturalización y cooptación

Lo que no hagamos nosotros, alguien tendrá que hacerlo por nosotros. Y lo que hacemos nosotros, también! Así, si creamos oficinas de expropiación popular (OEP), las instituciones promoverán leyes de expropiación forzosa e inventarán sus oficinas de vivienda pública. Duplicando estructuras, cooptando a los marginados y a la disidencia -pero no a los más marginados ni los más disidentes, sino a aquellos recuperables, los que sólo necesitan un pequeño impulso para seguir manteniéndose a flote-, profesionalizando el activismo, pretenden acabar con toda iniciativa de auto-organización popular real.

Otro ejemplo reciente de este tipo de políticas, más allá del ámbito de la vivienda, son las subvenciones a la creación de “ateneos cooperativos» a golpe de talonario por toda Cataluña (5). Promocionando desde arriba lo que sólo puede surgir de la voluntad y la fuerza de los de abajo, este tipo de cosas buscan desnaturalizar los movimientos y las prácticas, vaciándolas totalmente de contenido al presentar proyectos similares en apariencia pero totalmente opuestos en funcionamiento y objetivos (en este caso los «ateneos cooperativos» se entienden como una herramienta para crear puestos de trabajo, y aquí se queda el asunto. El cooperativismo mercantil se acaba convirtiendo también en una herramienta hermosa para lavar la cara al sistema y hacer pasar gato por liebre, más allá de la retórica de continuidad histórica gloriosa con los ateneos obreros que se pueda utilizar) (6).

Por lo tanto, vemos con estos ejemplos que la nueva táctica del sistema para renovarse resulta ser mucho más la cooptación que la represión abierta y explícita. La cooptación, el bienestar dado, la autogestión subvencionada, hace mucho más difícil la rebelión, a no ser que se mantenga un nivel de conciencia muy elevado y unos fines estratégicos y pragmáticos muy claros que pudieran darle la vuelta (y este no es el caso hoy en día, desgraciadamente).

Legitimarse y deslegitimar

Con este tipo de políticas se hace patente que cada vez hay más asfixia de la disidencia y de todos aquellos que apostamos por una vida libre. Si os lo damos todo, nos dicen, de que os quejais? Con la entrada en las instituciones oligárquicas y las escasas medidas que se pueden impulsar desde allí nos pretenden hacer creer que ya está todo listo, consiguiendo así deslegitimar las luchas populares que buscan ir más allá, es decir, construir una vida diferente en un marco diferente, y no venderse el futuro a cambio de pasatiempos envenenados. Con sus políticas no crean un nuevo imaginario social sino que de hecho hacen más y más presente y más real y más legitima la necesidad del Estado para proteger a las personas de los males del «sector privado», así como para gestionar la miseria social . Es importante tener en cuenta que aunque los resultados de las políticas institucionales sean muy escasos, con poca inversión y sin tocar nada esencial del marco actual consiguen legitimarse, básicamente a base de propaganda y de su capacidad de visualizar y organizar el trabajo de quienes vivirán de ser gestores de las miserias de los demás. No obstante, en términos reales, cuantitativos, no pasarían ni siquiera la prueba de la suficiencia, pero es altamente improbable que alguien se dedique a investigarlo y comprobarlo.

Mantener las apariencias

Otro resultado buscado de estas medidas paliativas es edulcorar la realidad, mantener a la gente en las ciudades con una situación menos decadente a costa de subvenciones que escondan lo obvio: cada vez es más difícil vivir en el sistema actual y del sistema actual. Es como cuando en los años 70 del siglo XX la economía parecía que no podía crecer más y las élites decidieron suprimir el patrón oro y acelerar la deuda para generar la ficción de la abundancia, ficción que en determinados momentos nos ha explotado en la cara.

Lo que interesa a las dinámicas del sistema actual es que a pesar de la catástrofe en la que estamos inmersos, se mantenga en lo posible una apariencia de normalidad. Como dice Ruymán Rodriguez, quieren que pasemos de ser potenciales revolucionarios a indigentes tranquilos. Quieren una sociedad de indigentes tranquilos, por eso ya no se habla tanto de exclusión social sino de exclusión habitacional / residencial por ejemplo, para fragmentar la opresión. Ahora puedes ser un excluido total en algunos ámbitos pero tener casa. Como también puedes tener un trabajo totalmente precario pero en las estadísticas contribuyes a bajar los índices de desempleo. Al banco le interesa más darte un alquiler social de 50 euros y que dejes de quejarte y luchar, que no realmente el dinero que deja de percibir. Le interesa más hacerte callar y no perder legitimidad, que no el dinero. Los factores inmateriales más que los materiales.

La apariencia, pues, acaba siendo más importante que la realidad. Esto lo saben los inversores, debes «dar confianza». También lo saben los psicólogos: haz «como si» y acabarás siendo lo que quieres.

Cómo romper el cerco?

¿A qué nos podemos oponer? El aro es cada vez más estrecho. Intentan hacernos creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles cuando de hecho no paramos de perder más y más autonomía, y más capacidades.

¿Qué podemos hacer?

Primero de todo, aprender a cuestionar la normalidad, quitar el polvo de debajo de la alfombra de la realidad establecida. Recuperar una forma inocente de estar en el mundo, que no ingenua, para no dar por supuesto el sistema actual y su barbarie. Combinar la aceptación firme del mundo en el que vivimos con el cuestionamiento imprescindible que nos recuerda lo que debería ser, lo que podría ser.

Por otra parte, contribuir a aumentar el nivel de conciencia de más personas que puedan comprometerse y arriesgarse a proponer y vivir en una nueva realidad, sin perder los vínculos con quien actúa más por pura necesidad porque no le queda otra, o porque así lo decide (estar en segunda línea). También tejer puentes con personas del entorno donde nos encontramos que se ven afectadas en su propia piel por las dinámicas que denunciamos y que para ellas la lucha es una cuestión irrenunciable y de sentido común más que de ideología (7).

Igualmente resulta fundamental para las dinámicas presentes de asimilación no dejarse cooptar, siempre mirar en cada momento cuáles pueden ser los puntos de conflicto, los huecos donde puede crecer y florecer la disidencia. Estar atentos a las necesidades a las que el sistema no da o no puede dar respuesta, mutando rápido porque esto va cambiando. Estar alerta a la realidad y saber detectar los campos minados antes de que sean desactivados por la legalidad vigente. Sin embargo, la táctica del conflicto constante seguramente no será suficiente para evitar las dinámicas asistenciales y la posibilidad de convertirse en simple gestora de los males del sistema. Será necesario mantener viva la llama del espíritu de disidencia y darle vías concretas de salida, diversidad de tácticas que pueden ir cambiando en función del lugar y el momento, pero que son parte de un mismo camino del que debemos intentar no perder el norte, forjando una estrategia conjunta más allá de los ámbitos concretos de acción tales como el frente de la vivienda.

Para cualquiera de estas cosas es asimismo imprescindible un cambio de valores y de prioridades, al menos entre algunos sectores de la población que pueden ser los más dinámicos. Mientras la búsqueda de estabilidad, de seguridad, de normalidad, etc. sea más importante que la libertad, de conciencia sobre todo, y material también, en forma de autogestión, no hay nada que hacer. Deberíamos vivir como si no pudiéramos perder nada, o como si lo que pudiéramos perder no tuviera tanto valor -perder el miedo a la muerte sería también importante para la revolución-. Corremos el riesgo de que la comodidad nos entierre vivos (8).

Laia Vidal


NOTAS

1 El movimiento de lucha por la vivienda en Turín ha sido desactivado de esta manera, con una táctica de suspensión administrativa de los desahucios. 13 personas que se resistían a aceptar esta «solución» han sido detenidas en los últimos tiempos. Aquí se puede escuchar una charla donde se explica esta lucha.

2 Aquí se pueden encontrar varios artículos sobre los intentos de desahucio en la Comunidad y aquí sobre la represión directa a personas como el activista Ruymán Rodríguez.

3 El barrio de Errekaleor, en Vitoria-Gasteiz, donde conviven más de 180 personas, es una muestra de las posibilidades de la acción directa y la autogestión.

4 Desde 2012 más de 300 okupaciones y 1.000 familias realojadas.

5 La convocatoria se puede encontrar aquí.

6 Ateneos como La Base o La Baula, que han adoptado el adjetivo de «cooperativos» pretenden ir mucho más allá de esta herramienta institucional y mercantilista y, aunque alojen proyectos productivos, la lógica es comunitaria y pro-comunal, y la visión va mucho más allá de crear puestos de trabajo.

7 En la ZAD de Francia se da una situación de tríada en este sentido, entre activistas, campesinos que ya habitaban los terrenos okupados y personas excluidas del sistema.

8 Sin embargo es importante ver hasta qué punto podemos cortar los amarres que nos sostienen de manera que no potenciemos más el caos que impera y que estamos tratando de evitar. Es importante que las deserciones y las luchas se afronten con amor y apoyo comunitario. Una reflexión en este sentido se puede encontrar aquí. También es importante aprovechar nuestros «privilegios» en las «zonas peatonales del capitalismo» para contribuir a la revolución y no meramente para renegar de ellos y pasar a engrosar las filas de desarraigo y desamparo de una mayoría cada vez mayor.

Fuente: http://integralivital.net/2017/02/11/marges-estrets-per-a-la-dissidencia-catcast/

Sobre las casas de acogida para mujeres maltratadas

Reproducimos el texto de una compañera, breve pero emotivo, sobre su vivencia en una casa de acogida para mujeres maltratadas:

¿Cómo pensar que lo que debería ser el principio de una nueva vida se convertiría en el siguiente capítulo de un dolor? ¿Que lo que se suponía que era la salvación para huir de un maltratador se convertiría en una pesadilla?

Pintan tan bonita la vida en las casas de acogida cuando la verdadera realidad es un constante sufrimiento por vivir dentro dignamente. Controlan cada pan que te quieres comer, cada compresa que necesitas, cada zumo que tienes que darle a tus niños, cada pañal. Controlan todas tus salidas y entradas.

Es una lucha con la directora de la casa o las monitoras si te quejas ante tales situaciones, si te rebelas y denuncias la situación que vives delante de la institución que lleva las casas. El personal del centro te pone en el punto de mira, y ante el miedo y el silencio de mis compañeras me tocó sacar la cara y defender los derechos de todas las mujeres y menores que vivíamos allí.

Muchas veces llegué a pensar que estaba mejor viviendo con el maltratador que vivir esa situación que te dejaba desolada. Después de haber conseguido huir me encontré dentro del pozo.

Azu

Como complemento, una de las varias noticias y denuncias que se pueden encontrar en los medios de desinformación masivos:

http://diario16.com/la-cara-carcelaria-de-las-casas-de-acogida-a-maltratadas/

ABSOLUCIÓN EN EL PRIMER JUICIO CONTRA LAS VECINAS DE LA GUEVARA

X Derecho A Techo

Nos han comunicado la SENTENCIA ABSOLUTORIA del juicio que tuvo lugar el pasado 30 de enero contra Leti y Jaume, de la Corrala La Guevara!!

SÍ SE PUEDEEE!

La fiscalía y el abogado de Banco Popular actuaron implacablemente, y su petición de condena es una de las más duras que hemos sufrido en nuestro entorno en materia de usurpación. 1800 euros para Leticia y 900 euros para Jaume, que de no ser pagados habrían supuesto privación de libertad de 90 y 45 días respectivamente. Además, especificaron en su petición, la ejecución del desahucio tras la sentencia, sin esperar a recurso.

No obstante, nuestra abogada expuso un alegato brillante que, contando con testimonios de de peso y la movilización en las puertas del juzgado, ha permitido esta sentencia absolutoria.

Todavía cabe recurso por parte de BANCO POPULAR y posteriormente, seguirá intentando desahuciarnos mediante la vía civil. Además, en el mes de marzo continúan los juicios por lo penal contra Yanira, Jose y Pepe, otras vecinas de la Guevara.

Y nos olvidemos que tres compañeras fueron identificadas en la concentración en las puertas del juzgado. Estemos atentas.

Pero sin duda, entre todas, hemos logrado una herramienta eficaz de presión a BANCO POPULAR, para arrancar de sus manos especulativas un uso realmente social del inmueble de la Corrala La Guevara, poniéndola a disposición de sus legítimas habitantes. Y una herramienta para otras compañeras en la misma situación, como la Corrala La Suerte, las Luchadoras y muchas más.

El mismo día del juicio nos comunicaron la negativa de BANCO POPULAR ante la tibia solicitud de mediación de la oficina por el derecho a la vivienda del Ayuntamiento de Málaga, ante la pasividad y aceptación de las instituciones, cómplices de la impunidad de la BANCA. Esperemos ahora poder hacerles cambiar de opinión.

Más allá del resultado, queremos poner en valor cada muestra de trabajo en red y de sostenimiento y cuidados de las personas. Cada acto de desobediencia, cada intento de hacer frente a este sistema de acumulación depredadora.

Desde Stop Desahucios Málaga queremos agradecer a todas las personas y colectivos que están apoyando la campaña por el derecho a la vivienda y la amnistía social #LaGuevaraNOseToca.

Queremos agradecer a CGT Andalucía que nos haya brindado la posibilidad de contar con una defensa jurídica eficaz para combatir la indefensión a la que estamos expuestas las prekarias y excluídas, y las que intentamos articularnos con otras para visibilizar y luchar contra la acumulación y su consecuencia, la pobreza. Así como la asesoría solidaria del compañero Roberto Limón, del gabinete de abogadas Lex Veritas, de Paqui de la Pah, de Martín Eliseo, de las compañeras de Legal Sol, la Federación de Anarkistas de Gran Canaria y Stop Represión de Granada. Así como el testimonio determinante de Jose Cosín y la implacable defensa de Amanda Romero.

Queremos agradecer el calor, acompañamientos y apoyos humanos continuos de compañeras tan cercanas como Zambra, Baladre, Stop Represión Málaga, CNT, Frente Cívico…Las compañeras 15M Alacant, que han acogido esta lucha como propia, y las de Canarias, que se han sumado masivamente.

Agradecemos la difusión en vuestras redes y a través de ellas, y deseamos poner en valor los medios de comunicación alternativos que nos dan voz a las silenciadas, como Barricadas de Papel, Voces Alternativas, páginas como la de Zambra y Baladre, etc…

Así como la participación de las Pahs y Stop Desahucios de otros territorios, y de todas aquéllas que firmais el comunicado de apoyo a la Corrala La Guevara.

La campaña continúa y se intensifica el #BOIKOTBANCOPOPULAR. Os pediremos apoyo y participación para diferentes acciones:

– Concentración en el pleno de febrero del Ayuntamiente de Málaga, el jueves 23.

– La asamblea que tendrá lugar el miércoles 1 de marzo alrededor 19h en el barrio de la Corrala La Guevara.

– Una rueda de prensa en las puertas de Banco Popular, por la mañana, todavía no fechada.

– Acciones en Banco Popular y ante las instituciones.

– Difusión en redes sociales, y la firma de la petición: https://secure.avaaz.org/es/petition/Director_Territorial_Andalucia_Banco_Popular_y_Director_General_Aliseda_Paremos_el_desahucio_de_la_Corrala_La_Guevara_Am_1/?cELgwlb&utm_source=sharetools&utm_medium=copy&utm_campaign=petition-402418-

#LaGuevaraNOseToca

VIVIENDA DIGNA PARA TODAS!

AMNISTÍA SOCIAL YA!

Adjuntamos el listado de colectivos adheridos a la campaña y la sentencia.

Artículos relacionados:

http://www.diariosur.es/malaga-capital/201701/31/corrala-guevara-hace-ciudad-20170130182318.html

http://www.laopiniondemalaga.es/malaga/2017/01/31/concentracion-apoyo-familias-habitan-corrala/906444.html

Así como el programa especial en Voces Alternativas:

http://www.ivoox.com/la-guevara-no-se-toca-funcion-audios-mp3_rf_16675379_1.html

Y algunos enlaces de vídeos relacionados:


+info: stopdesahuciosmalaka@gmail.com; @stopdesahuc_mlg

Fundación de un Sindicato de Inquilin@s en Gran Canaria

El pasado sábado, día 21 de enero de 2017, se celebró en la Comunidad “La Esperanza” (Gran Canaria, municipio de Santa María de Guía), la asamblea fundacional del primer Sindicato de Inquilinos del archipiélago canario y del Estado español desde los años 30.

La convocatoria que nos invitaba a valorar la opción de crearlo decía esto:

Sobre la necesidad de crear un Sindicato de Inquilinos en Canarias

En Canarias hay, según datos oficiales, 135.000 inmuebles vacíos mientras 35.000 demandantes de vivienda no tienen casa. Se siguen produciendo una media de 20 desahucios al día. 9 de cada 10 desahucios forzosos son por impago de alquiler. Las instituciones políticas afirman carecer de casas suficientes, mientras han vendido el parque público de vivienda a gestoras privadas como Visocan, dedicadas a la especulación búrsatil.

El frente de la vivienda es de los pocos que ha resistido la desmovilización post-15M. Aunque también lo ha sufrido. Si la labor de las asambleas, colectivos y plataformas existentes es meritoria, aún hay déficits que debemos señalar:

1. La falta de una batería de medidas dedicadas a paliar la situación de indefensión de la clase inquilinal y precarista. El alquiler sigue sin ser parte prioritaria de la agenda, aún cuando el 90% de los desahucios se dan por esta circunstancia.

2. La carencia de herramientas directas que, más allá de negociación, piquetes y escraches, supongan un verdadero desafío ante los desahucios masivos como los orquestados por los fondos buitres. Hablamos de la necesidad de reivindicar y extender la Huelga de Alquileres.

3. La ausencia de una estrategia a largo plazo que suponga un cambio de paradigma y no nos reduzca a simples reguladores de las desigualdades del Sistema. Una estrategia que ponga sobre la mesa la necesidad de probar otras alternativas de gestión de la vivienda, que aspire a que esta se dé de forma directa por parte de los vecinos sin injerencias de intereses privados, que plantee la necesidad de que las decisiones sobre las viviendas las tomen quienes las habitan.

Detectadas estas lagunas, creemos que es importante articular un Sindicato de Inquilinos, aunque sea inicialmente a nivel experimental, en la isla de Gran Canaria. Un órgano abierto a inquilinos y precaristas, dedicado a asesorar (legal y extralegalmente) al arrendatario y a detectar clausulas improcedentes o draconianas en los contratos de alquiler, a tratar de impedir los desahucios forzosos abusivos, a plantear objetivos que verdaderamente cambien las condiciones de vida de los vecinos (como lograr que se fije un precio máximo del alquiler en los barrios obreros), a implementar herramientas de lucha colectivas (como la citada Huelga de Alquileres) que nos hagan entender el problema de la vivienda como un problema común y no como un conflicto particular, a denunciar y combatir todas las desigualdades e irregularidades que se dan en la esfera de la vivienda pública (algo que hoy se solapa), a crear redes de autogestión de vivienda que prueben otros modelos de organización habitacional.

Esta es la propuesta. Lo que nos falta dirimir como colectivo y a lo que trataremos de dar respuesta es a las siguientes cuestiones: ¿debe crearse esta estructura sindical autónoma desde 0 o deben usarse otras estructuras sindicales previas acordes al espíritu del proyecto? ¿Debe ser una estructura legalizada (en formato «asociación» [los sindicatos no laborales no los reconoce la legislación]) o alegal? ¿La táctica del conflicto constante es suficiente para evitar el asistencialismo y convertirse en una simple gestora? ¿Debe establecerse un sistema de cuotas mínimo? ¿Se necesitan unos estatutos, un pacto asociativo o basta con un simple compromiso de trabajo?

En la próxima asamblea fundacional contestaremos a estas preguntas.

 

La primera cuestión a tratar fue la de si existía un compromiso real de participar en un proyecto así. En poco menos de 5 minutos una veintena de personas, casi todas vecinas, ya estaban afiliándose al sindicato. Se debatió brevemente la cuestión del nombre, por si lo de “inquilinos” retraía a los hipotecados y pudiera dejar de lado a otro sector tan importante en el tema vivienda como las personas sin hogar. Se insistió mucho en poner el foco en la situación de quienes carecen de techo o viven en situación irregular. Finalmente se votó por mayoría denominarse Sindicato de Inquilinos como homenaje a los que nos precedieron, pero dejando claro que era un órgano amplio en el que cabían todos los damnificados habitacionales.

Se debatió después el tema de ser autónomos o aprovechar otras estructuras existentes. Ante la incomparecencia de los miembros de algunos sindicatos a los que se había invitado a título personal, se optó por unanimidad por la autonomía, aunque intentando buscar la confluencia con quien a la larga pudiera interesarse. Se discutió después el tema de la legalidad o alegalidad de la estructura del sindicato. Los partidarios de legalizarlo defendían que debíamos constituirnos como asociación (ya que los sindicatos extralaborales, comunes en muchos países, no los reconoce la legislación española) para tener más empaque y ser una persona jurídica de pleno derecho. Los partidarios de no legalizarse planteaban que la legalidad suponía señalar a los que registraran la asociación y aparecieran como vocales y tesoreros, y que era contraproducente en coyunturas como ocupaciones de inmuebles y demás. Al final no hubo acuerdo y se encomendó a los partidarios de la legalización hacer un informe que acreditara la mejor forma de articularse, consultando a abogados afines, para que lo presentaran en la próxima asamblea. Mientras, permaneceríamos temporalmente siendo alegales.

Se aprobó también fijar una cuota mínima simbólica de 50 céntimos mensuales por afiliado, pudiendo dar más quien quisiera y pudiera. A continuación se planteó la posibilidad de establecer una sede física, quedando aprobado finalmente, por propia iniciativa de las vecinas, que la Comunidad “La Esperanza” sería la primera sede del Sindicato de Inquilinos. Sin descartar abrir otras sedes en distintos puntos de la isla. Por último, se repartieron funciones y trabajo a realizar en base a la disposición y capacidades de cada uno: crear la red de asesoramiento legal, los medios de difusión informáticos, elaborar un esqueleto de principios básicos, la portavocía, la comunicación interna, etc.

En 3 semanas tenemos la próxima asamblea. Asistimos al inicio de un sindicato abierto a todas y todos, y que tiene mucho trabajo por delante si quiere demostrar que aún hay cosas que hacer en el frente de la vivienda.

Un afiliado al reciente Sindicato de Inquilinos de Gran Canaria.

[Publicado originalmente en http://alasbarricadas.org/noticias/node/37845]

Tierra bajo las uñas

Tierra bajo las uñas

Pequeña reflexión sobre la expropiación agrícola

Al avanzar vi una señal,

ponía ‘propiedad privada’,

pero al otro lado ¡no había nada!

Ese lado es para ti y para mí”

(Woody Guthrie, canción “Esta tierra es tu tierra”, 1944).

Históricamente, la expropiación agrícola ha sido una constante dentro de las reivindicaciones de los más pobres. Son pocas las revoluciones que, hasta la primera mitad del siglo XX, no disputaron la tierra como parte de sus aspiraciones o programas. En el ensayo La revolución a través de los siglos (1908) de Augustín Hamon se glosan algunos de estos conatos revolucionarios (hasta la Revolución francesa) en pos de un concepto comunista de gestión de la tierra. Un ejemplo destacado es la Guerra de los Campesinos alemana (1524) donde los anabaptistas de Thomas Müntzer cuestionan lo que nunca se atrevió a tocar Lutero: el principio de propiedad privada. Su lema, aplicado principalmente a las tierras de cultivo, era «omnia sunt communia» (vulgarmente: «todo es de todos»). Un ejemplo aún más significativo es el sucedido después de la Revolución inglesa (1649), donde los diggers (excavadores), impulsados por Gerrard Winstanley, se dedicaron a ocupar las tierras incultivadas de algunos latifundistas absentistas y llegaron a proclamar la Comuna de la Colina de St. George. Huelga decir que todos estos intentos acabaron en la represión y la dispersión.

Represión a los diggers.

En el siglo XX las revoluciones más importantes siempre tuvieron esta impronta agraria. La Revolución mexicana de 1910 y su magoniano grito de «Tierra y Libertad», recogido por los zapatitas, iba inequívocamente en esa dirección. En la Revolución rusa de 1917, desde los primeros intentos de unir el conservador mir (estructura comunal aldeana) con los soviets de campesinos, hasta el programa de Kronstad o la labor expropiadora de los makhnovistas en 1921, la cuestión agrícola fue siempre prioritaria, hasta que los bolcheviques ahogaron en sangre cualquier iniciativa popular. En el Estado español, mucho antes de la Revolución española de 1936 y de su gran hito colectivizador (aunque fueron muchas las regiones cuyos campos experimentaron distintos grados de colectivización, el caso de las tierras de Aragón es paradigmático), la inutilidad de la reforma agraria republicana ya motivó lo que Felipe Aláiz llamaba «la expropiación invisible»1, que consistía en expropiar, por la vía de los hechos consumados, las tierras abandonadas por los caciques absentistas.

Imagen típica de un colectividad ibérica hasta que fueron liquidadas por el gobierno en 1937.

Sin embargo, el ejemplo de estas tres regiones en el siglo XX se debe principalmente a que su economía todavía era inminentemente agrícola. Según el proceso de la industrialización se fue imponiendo en todos los países del hemisferio norte, y se convirtió en objetivo de los del hemisferio sur, el tema de la tierra, vital y apremiante, se fue relegando. Se produce una transición, traumática, casi sin etapas intermedias, de la vida rural a la vida urbana. La migración interior marca el abandono de la tierra, se genera un nuevo paradigma cultural y económico, una nueva forma de consumir. El período entre la Edad Media y la Revolución Industrial no es desde luego esa arcadia idílica que tratan de vendernos algunos nostálgicos de los monasterios, pero está claro que el consumo, con independencia de su escasez, era más directo. Sólo el avance del siglo XX pudo ir acabando con una forma de consumir basada en el propio huerto, en tener ante la pobreza el amparo de dos pequeños palmos de tierra que garantizaran cierta soberanía alimentaria, cierta capacidad de autoabastecimiento. No hablo del pequeño propietario, sino del pequeño agricultor que sembraba lo que agarraba detrás de su humilde choza y que obtenía así cierta capacidad, por mermada que fuera, de resistencia económica.

Esta forma de consumir producía también otra forma de relacionarse con el medio. Era difícil no estar familiarizados con las semillas, las estaciones y la naturaleza (aun cuando esta familiaridad no se entendiera de forma armónica sino en clave de lucha y conquista). Hoy es muy difícil que un urbanita sepa identificar el brote de una planta, la hora del día más adecuada para regar o tan siquiera cómo se siembra. Yo mismo, después de muchas expropiaciones de tierras a las espaldas, de mil experimentos con la permacultura, me sigo considerando un completo ignorante, un advenedizo que tiene que aprender de adulto lo que su infancia callejera le vetó.

La amenaza a esta forma de vida pagana (etimológicamente), hoy prácticamente extinta, ya la exponía Pierre-Joseph Proudhon en 1840:

 

Un hombre a quien se le impidiese andar por los caminos, detenerse en los campos, ponerse al abrigo de las inclemencias, encender lumbre, recoger los frutos y hierbas silvestres y hervirlos en un trozo de tierra cocida, ese hombre no podría vivir. La tierra, como el agua, el aire y la luz, es una materia de primera necesidad, de la que cada uno debe usar libremente sin perjudicar al disfrute ajeno […]”2.

Dicho lo dicho, la importancia de la expropiación agrícola es, ante la actual y prolongada crisis de subsistencia, de primer orden. A un nivel personal y medio ambiental es necesario recuperar esa relación con la tierra, entender que hay una forma de consumir autosuficiente, sin dañar el medio y sin derramamientos de sangre. Si la agricultura usa las últimas novedades en permacultura, se puede consumir causando la mínima huella posible y se puede crear otro modelo de alimentación en el que la muerte forzosa pierde su argumentario.

A nivel social y económico su importancia no es menor. Sobre todo si hablamos de su dimensión revolucionaria. La tierra, para empezar, es un olvidado medio de producción. Cuando hablamos de «tomar los medios de producción» nos imaginamos a un grupo de obreros urbanos ocupando una fábrica; rara vez pensamos en un grupo de agricultores tomando la tierra. No obstante, es un medio de producción en toda regla que, parcelado y acaparado por la propiedad privada, puede expropiarse de forma directa y hacerse producir de la misma manera. Su ocupación supone garantizarse un abastecimiento de alimento de forma continua, soberanía alimentaria más allá de la propaganda, autogestión sin retórica. Si se ocupa atentando contra la propiedad privada, el acto desafía la ley y la ilógica de la dominación capitalista, y supone una declaración de principios y, si se hace bien, de guerra. Si es parte de un proyecto más ambicioso, en el que se pretende ocupar gran parte de las tierras abandonadas y en desuso de los grandes latifundistas o de titularidad pública de una zona o región concreta, estamos hablando de una expropiación y una socialización masiva, y de una estrategia profunda, rigurosa y grave: la gestión colectiva de la tierra por parte de quienes la trabajan.

Sin embargo, esa es la parte ideal, lo que debería buscarse, la meta cuando todo sale según lo previsto. Pero la realidad de los proyectos de ocupación agrícola suele ser distinta, y tiende a enfrentarse a unos límites, personales, ideológicos y estratégicos, que se deben abordar desde la óptica de la experiencia y no desde la exégesis de los manuales tipo «haga su propia revolución en casa».

La introducción de la permacultura, la idea de trabajar la tierra de forma no agresiva, sin químicos ni contaminantes, demuestra el inicio de cierta revolución individual. El descubrir métodos como el propuesto por Masanobu Fukuoka, donde esta cultura no invasiva, de «no hacer» y «dejar crecer», se mezcla con el respeto a la vida tan en consonancia con el antiespecismo, sigue la misma línea de autodesarrollo. Empero, es duro decir que con esto no basta. Los huertos urbanos basados en estas premisas abundan, y sin embargo, a rasgos generales, el sistema permanece inalterable. La revolución individual debería tender a ser expansiva, a socializarse, pero suele producirse de forma concéntrica, como un acto cerrado sobre sí mismo. El perfeccionamiento personal es útil, pero es inofensivo si solo busca una forma de autoafirmarse, o incluso de proporcionarse éticamente el propio alimento sin aspirar a ser un modelo funcional que se haga extensible a los demás. Un huerto urbano para una élite de ociosos privilegiados es inútil si miles de hambrientos tienen que pelear por la carroña que hay en los contenedores.

 

Masanobu Fukuoka (1913-2008) autor de La revolución de una brizna de paja (1978).

El gran problema de los proyectos de ocupación agrícola actuales es ese: tienden a solucionar los propios problemas, alimentarios e ideológicos, ignorando si el resto del mundo se mata a dentelladas. Esto no nace de un individualismo consciente, sino de una anestesia general: la idea de que mientras a ti te vaya bien la suerte de los demás no te incumbe. Solemos entender este concepto cuando se aplica a lo económico, pero raramente lo usamos para interpretar los efectos que la desigualdad económica causa a niveles ideológicos. Censuramos la moral ajena, sin pensar que la moral puede pasar a ser secundaria cuando se tiene el estómago vacío y sin cuestionarnos si a lo mejor esa moral de la que estamos tan orgullosos la tenemos porque hemos comprado el tiempo necesario para adquirirla.

Concretando, el carácter del proyecto debe determinarse, con total honestidad, antes incluso de iniciar la ocupación de tierras. Si está dirigido a satisfacer el propio ego, a calmar el aburrimiento de personas de clase media y a ofrecer un superávit a unas despensas que no necesitan ser llenadas, debe dejarse claro, aunque hiera la propia piel. Si su aspiración tiene un carácter masivo y revolucionario, si trata de responder a las necesidades más apremiantes, también debe definirse antes de dar la primera palada de tierra y, sobre todo y lo más difícil, debe mantenerse cuando el proyecto se formalice y progrese.

Mirar que el proyecto coincida en su desarrollo con la meta final debe ser una constante. El primer proyecto de ocupación rural de la FAGC se originó con este planteamiento, y así se aprobó en asamblea de forma unánime, pero todo cambió cuando se llevó a la práctica y empezaron a brotar las hortalizas. Los mismos compañeros que aceptaron que el proyecto iba dirigido a los hambrientos y que debía expandirse, decidieron que era mejor reservarlo para ellos, aunque tuvieran sus necesidades cubiertas, en cuanto el terreno empezó a dar sus primeros frutos.

En el pasado me mostré más duro e intransigente con ellos de lo que me mostraría ahora, pero sigo creyendo que un proyecto cerrado y autoconsumista está abocado a dejar el mundo tal y como se lo encontró antes de iniciarse.

Los ayuntamientos (o incluso entidades bancarias) entregan cada vez con más liberalidad pequeñas porciones de tierra en solares públicos para que la gente cultive. ¿No nos hace esto sospechar nada? Esos huertos urbanos, más abundantes cada día, son promocionados por las instituciones porque saben que no suponen ningún problema para ellas. Si fueran una amenaza estarían prohibidas, tal y como lo están las ocupaciones masivas de tierras abandonadas por parte de jornaleros. Esos huertos administrativamente tutelados forman parte de la lógica capitalista de ahorrar y sacar provecho y de la estatal de depender de la administración; no de la revolucionaria que parte de la autosuficiencia, el apoyo mutuo y la vulneración de las leyes. Si se incentivan no es por casualidad: cuanto más dependas del Estado menos peligroso eres, menos buscarás otra forma de proporcionarte alimento y menos necesidad tendrás de recurrir a la expropiación.

 

Un característico huerto urbano municipal en Las Palmas de Gran Canaria.

Pero hay más. Cultivar requiere conocimientos previos y dedicación, sobre todo inicialmente. La primera etapa es durísima, y después requiere de un mantenimiento constante, regando y solventando imprevistos. Un colectivo revolucionario dedicado a la ocupación agrícola en exclusiva puede quedar absorbido aun cuando pudiera aspirar a llegar más allá. También lo percibimos en la FAGC. El hostigamiento y las multas cesaban cuanto más tiempo pasábamos en el terreno. Para el Estado debe ser muy tentador que los «peligrosos anarquistas» gasten todo su tiempo en remover la tierra y se conviertan en inofensivos agricultores sepultados en el esfuerzo de sacar adelante la próxima cosecha.

Para que esto no pase, los proyectos de ocupación agrícola deben intentar ser una amenaza en sí mismos. Lo primero es intentar implicar a la gente de a pie, fuera del limitado círculo del colectivo. Un pequeño huerto de autoconsumo para ideologizados no es un peligro; la ocupación masiva de un gran terreno por parte de parados y famélicos sí lo es.

La labor del colectivo anarquista (igual que en el tema habitacional) puede ser iniciar el proyecto, pero no llevar todo el peso del mismo, ni coparlo, ni dedicar el 100% de su actividad a la siembra. Eso haría del proyecto la única meta, absorbería todo el potencial de los participantes y los incapacitaría para ampliar objetivos. El colectivo debe iniciar proyectos, de forma viral, pero una vez están asentados, es la gente ajena al colectivo la que debe implicarse en continuar y perpetuar la ocupación.

 

Julio y Javi en el huerto de la Comunidad “La Esperanza”.

Es cierto que la ampliación de un proyecto así, introduciendo a gente unida por la necesidad y no por afinidad ideológica, conlleva nuevos retos. Los mismos compas de la FAGC con los que discutía por su oposición a compartir el excedente, sí tenían razón cuando dudaban de que la participación de gente no anarquista implicara intrínsecamente un valor revolucionario. Yo pequé entonces de ingenuo e idealista. Nosotros, la gente real, la de la calle, no debemos ser demonizados, pero tampoco idealizados. La personas sin banderas ni ideologías definidas, pueden ser también las que traten de desvirtuar el proyecto y reducirlo a una actividad mercantil o a un pequeño huerto municipal. Ese riesgo hay que asumirlo. Pero la labor del colectivo no es sólo iniciar el proyecto, sino intentar radicalizarlo y llevarlo más lejos.

Cuando se pasa de la teoría a la acción el objetivo suele ser aumentar la productividad y eficiencia, lo cual es importante, pero al final, centrados solo en eso, nos vemos incapaces de reducir la ocupación a su condición de medio revolucionario y la convertirnos en el propio objetivo (la cosecha, el terreno, el símbolo físico). No es raro que en ese ambiente, tanto entre militantes politizados como entre personas sin politizar, surjan los primeros tics capitalistas, sobre todo si el terreno empieza a ser fructífero. Es fácil que los progresos y la consolidación cambien los objetivos de la gente y sus intereses. Si unos al principio querían cambiar el mundo, hoy solo quieren conservar su huerto; si otros querían garantizarse tres comidas al día, ahora solo quieren ganar dinero. He participado en huertos expropiados donde el espíritu inicial de colaboración y solidaridad iba mutando, según el huerto crecía, por el de competencia e interés monetario. Proyectos donde nos donaban las semillas los agricultores cercanos, donde el agua estaba expropiada y donde el costo de lo cultivado, más allá del sudor, era económicamente 0, que daban origen a ideas cada vez más ambiciosas que acababan cristalizando en crear competitivas cooperativas de producción y distribución desde las que poder vender hortalizas ecológicas a precios hinchados sólo accesibles para una élite. Muchos nos descolgamos en cuanto vimos la deriva y otros siguieron con su aventura empresarial. Estos proyectos, vendiendo capitalistamente a 100 lo que socialmente se había ocupado a coste 0, pudieron durar, tanto como el mercado les permitió, pero jamás incidieron en su entorno ni produjeron cambio político o social alguno, más allá del impacto anímico e ideológico que causó en sus asociados.

Detectados los peligros a sortear, debemos concluir que parte del esfuerzo por ser productivos debe redirigirse, porcentualmente, a que lo cosechado sea un ejemplo de capacidad, pero también una demostración de fuerza, un peligro para el Sistema. Un ejemplo de que se puede vivir sin ser excretados por el capitalismo, de que la vida no se mide en números y papel, de que la eficiencia no se cuantifica en dinero sino en calorías consumidas. Un ejemplo de lo que hace la fuerza de trabajo conjunta, la cooperación, la colaboración y la audacia de la necesidad. Pero también una demostración de que la gestión de la tierra de forma directa por parte de los trabajadores es posible, y que sólo será eficaz cuando entendamos que la propiedad privada es un espantajo que debe ser pisoteado y meado. Para ello, debemos tratar de buscar el conflicto con la administración o con los caciques o aguatenientes locales (dependiendo de quién tenga la titularidad del terreno o de los suministros utilizados). Debemos aspirar a que una ocupación sea sucedida por otra, a que, una vez aseguradas, se hagan públicas y se vea el ejemplo de un pueblo hambriento y capaz puesto en marcha. Debemos intentar que el Estado se sienta amenazado, que los propietarios sientan que pierden lo que injustamente han acaparado, y tener preparada la red de solidaridad y contraataque que dé respuesta a la reacción represiva.

Solemos ocupar tierra intentando no llamar la atención, de forma inofensiva. Tratando si es posible de regularizar la situación legal cuanto antes. La forma discreta está bien en una etapa experimental o si el objetivo principal es obtener la primera cosecha. Pero el Sistema nos dejará hacer, satisfecho, mientras no nos salgamos de nuestra fanegada de tierra. La cosa no es rehuir el conflicto sino buscarlo, ocupar donde duela, donde se haga daño y pueda articularse un discurso y una narrativa que llegue a la gente. En zonas de secano, donde el agua es un bien escaso, nada mejor que ocupar a golpe de sacho un campo de golf. En zonas donde los solares públicos se reservan para especular con párquines o bulevares innecesarios, o donde terratenientes y latifundistas se han hecho con grandes porciones de terrenos que luego dejan morir, el objetivo nos lo marca la lógica y el sentido de justicia popular. Es ahí dónde hay que morder, dónde se puede pulsar el apoyo de la gente y su capacidad de solidarizarse, o al menos la de compartir con nosotros el desprecio a los mismos adversarios. La clave es sencilla: ocupar la tierra como una forma de ataque a la propiedad, y no como una forma de defenderse de ella.

Esta capacidad ofensiva y de aspiración masiva es lo que separa a un proyecto que sólo busca un ocio digno (que no es poco) del que busca una vida digna a través de medios revolucionarios. Y es que debemos concluir, haciendo un necesario ejercicio de honestidad colectiva, que los proyectos revolucionarios si están lejos de la capacidad práctica de hacer cotidiano lo extraordinario, de hacer de la dignidad el eje que articula su praxis y de dar respuesta a las necesidades reales de la gente, son sólo palabrería.

 

Ruymán Rodríguez

1Citado por José Peirats en Los anarquistas en la crisis política española, 1962.

2Proudhon, ¿Qué es la propiedad?, 1840.

Una clase universitaria en una comunidad ocupada

El pasado 21 de diciembre (2016) una clase del grado de Educación Social de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria se impartió en «La Esperanza». Fue un acontecimiento memorable. Los alumnos que van a ser trabajadores sociales pudieron mirar sin prejuicios a las personas reales que componen este proyecto. Pudieron comprobar en primera persona (algunos eran de Guía) cuál era la verdadera situación del inmueble y despejar muchas ideas preconcebidas sobre «los okupas» («sorprende -decían- cómo cada persona que pasa nos da los buenos días, lo que no pasa ni en comunidades no okupadas»). La intervención del compañero Ruymán abrió una interesante reflexión: «Su labor va a ser gestionar la pobreza, tutelarla, generar dependencia. ¿Por que no ensayar experiencias como esta y promover la autogestión y reforzar la autonomía? Porque eso supondría una amenaza para el Sistema». Los alumnos reflexionaron sobre los límites de su futuro oficio, sobre lo mal distribuídos que están los recursos y sobre las dificultades burocráticas. Aunque concluyeron que solos iban a poder cambiar muy poco, sí coincidieron en que uniendose y confluyendo podrían presionar y denunciar esa dinámica. Los vecinos por su parte (como Azu o Guillermo) contaron sus experiencias personales y cómo en muchas ocasiones han recibido desprecio de las instituciones y de los propios funcionarios. Al final, después de dar una vuelta por los 4 bloques y la huerta, se produjo mucha empatía entre todos, una sinergia muy bonita entre profesor, alumnos, vecinos y miembros de la FAGC. Una experiencia inédita y rica para todos.