El problema no es la diversidad

La izquierda tiene muchos problemas. Tiene primero un problema de autorrepresentación que le impide saber cuáles son sus fronteras. Conocemos su origen, en aquella ala izquierda de la Asamblea Nacional Constituyente en los inicios de la Revolución Francesa. Sabemos que “izquierda” designa a las supuestas corrientes políticas progresistas, pero este es un término intencionadamente vago. ¿Acaso son lo mismo el parlamentario sin corbata que apura su gin tonic en el bar del Congreso que una activista que pone su cuerpo para parar desahucios a diario? ¿Son lo mismo la bolchevique leninista, la estalinista que diseña gulags imaginarios en su cabeza, la consejista y la anarquista? Chomsky, cuando todavía tenía rumbo, decía que “si se entiende que la izquierda incluye al bolchevismo, entonces yo me disociaría rotundamente de ella. Lenin fue uno de los mayores enemigos del socialismo”1.

Este problema de autodefinición alimenta la paranoia de la izquierda, la empuja a un psicoanálisis constante (cada tendencia interna sobre las otras; nada de autocrítica) y muchas veces la lleva a detectar problemas donde no los hay, y a ignorar otros, graves y de peso, que es incapaz de ver.

El nuevo problema para algunos (casi nuevo, pongamos que desde los 70 del siglo pasado) es que supuestamente el discurso de la diversidad y las identidades subalternas ha suplantado al discurso histórico de la clase. O dicho de otra manera, el discurso de la diversidad se ha desclasado y ha desclasado las reivindicaciones, que ya no son principalmente obreras, de la izquierda moderna.

Acusar a las reivindicaciones e ideologías articuladas en torno a la diversidad de ser una parte importante del proceso de desclasamiento imperante es una forma grosera de simplificar un problema bastante más complejo. El capitalismo lo ha tocado todo, y ese todo no sólo incluye al activismo contemporáneo; incluye también a la propia clase obrera. No son las ideologías de la diversidad y su supuesta “intoxicación neoliberal” las que han desclasado (o ayudado a desclasar) a la clase obrera; la clase obrera ya estaba desclasada previamente, absorbida por este maremágnum capitalista del que ninguna nos escapamos y que ha llegado hasta las chabolas más pequeñas y los barrios más marginados. Podemos carecer de agua y luz, de techo y de comida fresca, pero no de capitalismo. La clase trabajadora no ha quedado al margen de un fenómeno vírico global.

El capitalismo ha monopolizado el ocio y ha sustituido la mayoría de actividades recreativas sociales por el consumo. Y cuando no las ha sustituido las ha vinculado a él. La nueva estructura laboral, con sus subcontratas, ETTs, precariedad estandarizada y los inventos que van surgiendo (como la genialidad de llamar “economía colaborativa” a la autoexplotación), hace que la mayoría no reconozca la cara de quien tiene al lado en el tajo (si es que tiene a alguien) ni se sienta capaz de establecer un verdadero nexo con personas que le son ajenas, con las que se les obliga a competir, y que no volverá a ver si todo va bien2. Eso son factores que coadyuvan objetivamente al desclasamiento. Poner al mismo nivel, a un nivel merecedor de profundas reflexiones y sesudos estudios, a las ideologías de la diversidad, es como señalar un grano de arena y acusarlo de montarnos una playa.

Por otra parte, el acusar de “desviar fuerzas” a las incipientes reivindicaciones sociales no es una novedad y ya existía mucho antes de que se pusiera de moda acusar gratuitamente a cualquier cosa de “posmoderna” y “neoliberal”. Es tan tristemente antiguo como lo es sentirse amenazado por algo nuevo que irrumpe, que empieza a cobrar fuerza y a ganar terreno. Es el clásico filisteísmo (neofobia podrían llamarlo hoy), un vicio que los movimientos políticos nunca han conseguido abandonar del todo.

Un buen ejemplo es el del nacimiento de Mujeres Libres (abril de 1936) y el debate y las reacciones que esto suscitó. Las organizaciones de mujeres de la época o eran decididamente burguesas y paternalistas o cuando abordaban la cuestión de clase lo hacían como apéndice de algún partido del que dependían totalmente. Mujeres Libres surgió con la intención de crear una organización autónoma de mujeres obreras que abordara de forma específica un problema que el resto de colectivos ignoraban o subordinaban: la verdadera emancipación política, económica, social e individual de la mujer. En la prensa anarquista y confederal Lucía Sánchez Saornil, fundadora de Mujeres Libres, fue avivando el debate mientras personajes como Federica Montseny o Marianet R. Vázquez alegaban que sus reivindicaciones ya tenían cabida dentro de la CNT y no hacía falta crear ninguna organización específica feminista (Marianet llegó a proponerle que participara en la creación de una “sección femenina” dentro del periódico Solidaridad Obrera3). Finalmente se rechazaría oficialmente considerar a Mujeres Libres como un componente más del Movimiento Libertario peninsular4.

Lo que no se entendía entonces, y sigue sin entenderse ahora, es que los movimientos específicos se crean por que hay una necesidades específicas que son silenciadas por la pretendida mayoría política, porque sus reivindicaciones y exigencias concretas no forman parte de la hoja de ruta de las supuestas organizaciones generalistas. Los sindicatos de precarios no surgen por capricho; surgen cuando los sindicatos clásicos no se interesan por la precariedad ni abren sus puertas a quienes no tienen nómina. Los espacios no mixtos surgen ante una necesidad real de seguridad frente a estructuras grupales que amparan a violadores y silencian agresiones. Si no te gustan los espacios no mixtos tal vez debas dejar de darle palmaditas en la espalda a los agresores de turno y así quizás no serían necesarios. Hablamos de guetos y acusamos de segregación a diestro y siniestro, a las feministas, a la comunidad LGTB, etc., y quizás no nos paramos a pensar que si la gente busca lugares donde relacionarse con personas comprensivas para compartir similares vivencias, pesares y trayectos es por la necesidad natural que todas tenemos de sentirnos respaldadas entre iguales y evitar la hostilidad exterior. Acabemos con esa hostilidad y a lo mejor la gente se siente lo suficientemente cómoda lejos de su círculo como para no necesitar un espacio seguro. Pero el problema no está en quien busca seguridad; está en quien la amenaza. Como siempre, responsabilizamos a las demás de aislarse porque eso es mucho más fácil que hacer autocrítica y realizar un trabajo profundo y duro sobre nosotros mismos y nuestra cacareada tolerancia. Esa es nuestra tragedia cotidiana: acusamos al efecto sin apreciar que nosotros somos la causa.

Incluso cuando se coincide en esto y se admite que las reivindicaciones de género, sexuales, culturales, étnicas, animalistas, tienen su importancia, se tiene que aducir rápidamente que, por importantes que sean, son muchos los motivos por los que deben supeditarse a la reivindicación de clase. Un argumento clásico consiste en acusar a este tipo de luchas de “parciales”. ¿Qué lucha no lo es? ¿Acaso creemos que detrás de toda huelga se encuentra el germen de la revolución social? ¿No es parcial reclamar una subida de salario? ¿Acaso las obreras que se ponen en huelga para evitar un ERE están pensando, todas y cada una de ellas, en que su huelga es una herramienta para debilitar al capitalismo e instaurar un nuevo paradigma político y económico internacional? Todas nuestras luchas, por ambiciosas que seamos, son parciales y localistas. Lo es oponerse a que derriben un CSOA en Barcelona, lo es rechazar la construcción de un bulevar en Burgos, lo es movilizarse contra el levantamiento de un muro en Murcia y lo era sentarse en los asientos reservados para blancos en la Alabama de 1955. Todo es parcial y todo es necesario, por pequeño que parezca, porque crea las relaciones políticas y comunitarias necesarias, porque ejercita los músculos revolucionarios más útiles, porque, con un poco de suerte, pondrá la semilla para que surjan cosas algo más grandes. E incluso cuando no es así y la lucha acaba donde empezó, ¿cuál es la alternativa? ¿Cruzarse de brazos? No es mi opción. Quienes discrepen pueden seguir tranquilamente en casa leyendo algún polvoriento tomo sobre la Escuela de Frankfurt o sobre las gloriosas vanguardias revolucionarias del siglo pasado.

Se dice también que el problema es que las reivindicaciones no estrictamente obreras están desclasadas y llenas de tics burgueses. Bien, esto es tristemente cierto, pero es que incluso las reivindicaciones estrictamente obreras son a veces igual de vacuas y retóricas, intoxicadas del mismo burguesismo. Sí, los movimientos de izquierda están llenos de gilipollas superficiales. La FAGC lleva años sufriendo sus ataques, ignorándolos cuando puede, tomándoselo con humor casi siempre y, a veces, con cierta inevitable rabia. A la FAGC se la ha acusado de especista por comentar en las redes que las vecinas de una de sus comunidades socializadas llamaron “granjita” al refugio de animales que tenían dentro de sus muros. De terrorista ecológica por comprar motores para proporcionar luz a familias sin recursos. Y a su vez se la ha acusado de magufa y pseudocientífica por decir que en sus huertos usa té de ortigas como fertilizante y repelente porque le sale gratis y se asegura de no usar contaminantes. En definitiva, sabemos bien de lo que hablamos.

Pero casi nadie escapa a la banalización del discurso. ¿O acaso creemos que por introducir la palabra “proletario” en una frase esta se vuelve automáticamente revolucionaria? La izquierda que presume de obrerista, que se tiene por seria y ortodoxa, no está más cerca de la realidad (puede que incluso mucho más lejos) que aquellas opciones a las que critica. Recuerdo la charla de un compañero anarcosindicalista que nos hablaba de la necesidad de captar a los trabajadores de las grandes fábricas, a los funcionarios, a la “aristocracia obrera”… En un momento le objetamos que ese no era el perfil laboral ni social de los barrios donde vivíamos y militabamos, y que su discurso evidenciaba un gran desconocimiento de la realidad canaria. Sí, aquí hay funcionarios y aún quedan algunas fábricas, pero nos parecía que para empezar a crecer nuestro nicho objetivo, mayoritario y más próximo, era la gente en situación de precariado que nos rodeaba. Las trabajadoras temporales, las camareras de hotel, las cuidadoras a domicilio, las paradas, las que dependían del subsidio, las que buscaban chatarra, es decir, la médula real de nuestros barrios más golpeados. Y que había que abrir espectro y tocar otras situaciones de emergencia como los desahucios (el paso posterior al despido y al desempleo). Nada nos dijo de aquello y aún seguía buscando a una supuesta “aristocracia obrera” que de existir en la isla ni la conocíamos ni nos necesitaba.

Y esto entronca con otra acusación recurrente a las ideologías de la alteridad: supuestamente, “nos fragmentan y nos desunen” (siempre me resultó curioso que se acusara de crear confrontaciones internas a una serie de ideas a las que a su vez se acusa de posmodernistas, cuando una de los grandes críticas contra el posmodernismo es que precisamente es antidualista y rehuye el conflicto). Parece ser que todo lo que adjetivice el concepto “obrero/a” (migrante, negra, lesbiana, trans, etc.) y señale otras opresiones más allá de la de clase es un agente atomizador. ¿Es que acaso el término “obrero” se expande tanto siempre como para acogernos a todas? Ciertamente todo el que se ve obligado a alquilar su fuerza de trabajo (su cuerpo y su inteligencia) para subsistir es clase obrera. Pero años de clasismo, en su sentido clásico, ha creado estratos dentro de la propia clase obrera y ha permitido que se excluya a su capa más vulnerable de la denominación. Acuñar el término “lumpenproletariado” no tenía otra intención. En ese contexto, en nuestros barrios más castigados, con paro cronificado, una mayoría que sobrevive a través de la economía en B, el ilegalismo como forma de vida y una existencia al margen de salarios y jubilaciones, el discurso netamente obrerista propio del siglo XIX y principios del XX puede sonar perfectamente a marcianada. El paraguas de la clase es grande, y debe ser un eje en todas nuestras reclamaciones, pero sin olvidarnos que debe ampliarse y adaptarse incluso a los distintos “yos” (por mal que le suene a algunos) que, desde prostitutas a presas “comunes”, no siempre han sido aceptados.

Sí, el transversalismo de clase es un grave problema que empaña el discurso de muchos colectivos y les lleva a tomar como triunfos que haya ministras y banqueras mujeres, presidentes y empresarios afrodescendientes y policías y jueces gays. Sí, el aburguesamiento está obligando a veces a los corderos a yacer con el lobo. Pero la crítica a dichas estupideces no nos puede llevar a ignorar que más allá de la clase existen otras formas de opresión. Minimizarlo, aunque no se niegue, es caer en el absurdo. ¿Deben todas las opresiones supeditarse a la opresión de clase? No sé de que serviría establecer categorías entre distintas formas de coacción y sufrimiento. Eso sí que divide y fragmenta, fabricando unos absurdos estatus de superioridad e inferioridad que sólo pueden generar frustración y complejo. Es volver al manido tema de las “superestructuras” que la propia realidad ya venció hace mucho tiempo. Si las anarquistas hemos puesto el foco sobre la necesidad de eliminar la jerarquía en todas sus formas y las distintas relaciones de poder no ha sido por antojo. La historia nos ha demostrado que las sociedades sin capitalismo (todas antes del s. XVII) e incluso con pretendida igualdad económica absoluta (como las misiones jesuitas en Paraguay del mismo siglo o los experimentos comunistas del s. XX) pueden ser tiranías y que las sociedades sin Estado (desde los ejemplos de la antigüedad al moderno caso de Somalia) también pueden serlo. Sin Estado y propiedad privada la autoridad y el despotismo puede tomar la forma de la teocracia, el nacionalismo, el machismo, el racismo o la simple fuerza bruta del hacha de sílex. Las distintas formas de opresión conviven y se retroalimentan, van sofisticando su discurso y justificando su existencia. Nuestra misión es deslegitimarlas y romperlas, no celebrar un concurso de talentos a ver cuál queda primera.

Creer lo contrario es pecar de soberbia. Que yo sepa todas las que no tenemos cerca de 100 años no conocemos en primera persona como se gesta una revolución. Ninguna sabemos cuál es el botón que hay que pulsar para que se produzcan. Rescatar los viejos argumentos de Ted Kaczynski5 no parece muy inteligente pues nadie conoce con certeza la tecla ni el detonante del fenómeno revolucionario. De hecho, lo que hoy se toma por superfluo y accesorio puede ser mañana la idea-fuerza de un movimiento inesperado. El ecologismo inicialmente era mirado por la izquierda oficial con el mismo desdén con el que hoy ve otras muchas cosas. Cuando los naturistas anarcoindividualistas, como Henry Zisly, Georges Butaud, Sophia Zaïkowska o Mariano Costa Iscar (protoecologistas que oscilaban entre el primitivismo del primero6 y el preveganismo de los segundos7 a la actitud mucho más crítica con “las exageraciones” [dixit] de Costa Iscar8), hablaban de los peligros de la mecanización de la vida y el industrialismo ciego se les contraponía la “sublime idea” de someter por la fuerza a la naturaleza. Cuando pioneros más modernos como Murray Bookchin levantaban la bandera verde9 la mayoría miraba hacia otro lado. Hoy, después de algunos accidentes nucleares, varios desastres medioambientales, con la temperatura global batiendo récords y ante la perspectiva de nuestra propia extinción, el ecologismo está en la agenda de la mayoría de organizaciones progresistas (aunque sea para cumplir expediente) y son planteamientos como la ecología social de Bookchin los que están germinando en el combativo suelo de Rojava. Ridiculizar las ideas que ignoramos es una buena forma de ir acumulando papeletas para recibir un bofetón histórico.

Este bofetón lo están recibiendo hoy todos los que siguen depositando sus esperanzas revolucionarias en un sujeto revolucionario ideal sacado de los carteles de propaganda soviéticos, todos los que siguen teniendo sueños húmedos con grandes masas fabriles musculadas y uniformadas e ignoran que en este último lustro, con escasa movilización social, las únicas muestras de descontento callejero se las debemos a las feministas y sus demostraciones de fuerza, a las desahuciadas, a las jubiladas o a las manteras. Puede que eso joda predicciones y análisis de escritorio, pero no es honesto menospreciar el fenómeno y considerarlo una anécdota.

La reducción al absurdo, a pesar de nuestra dura realidad social, es desgraciadamente tendencia. En un contexto donde el mal llamado Estado del bienestar ha involucionado tanto como en el sur del Estado español lanzar un discurso decimonónico de grandes cinturones industriales u otro al estilo del sindicalismo nórdico no es más realista que hablar de orgonitas, reiki y otras majaderías. La izquierda pretendidamente seria y oficial suele sonar bastante absurda cuando confronta con la realidad. Su campo de trabajo preferido es la política ficción o lo que yo llamo “la política de lo imposible”. Cuando surgió el 15M recuerdo la desagradable censura que sufrieron las feministas cuando se les obligó a quitar una pancarta muy acertada que afirmaba: “La revolución será feminista o no será”. De nada sirvieron sus protestas ni las nuestras. Los “organizadores” aducían que esas consignas desunían y apartaban a la gente (a los machistas, obviamente), y tengo constancia de que esto no sólo pasó en Las Palmas de Gran Canaria. Sin embargo, este era el mismo grupo de personas “inteligentes”, periodistas y estudiantes universitarios, posteriormente fichados por partidos e instituciones, de línea dura contra todas las desviaciones, que decretó, sin otro procedimiento que la mayoría de votos en una asamblea callejera, que España no fabricaría ni vendería más armas al exterior. Aún veo las manos girando con fuerza en el aire y los abrazos y gritos de alegría. Y también recuerdo a un compañero sindicalista boliviano, muy lúcido y simpatizante del anarquismo, que se me acercó para comentarme: “acaban de aprobar algo que es infinitamente más utópico que instaurar mañana mismo la anarquía” (desde entonces le tomaría prestada esa observación varias veces).

Ese es un gran problema de la izquierda, y aún así sigue sin ser todo el problema. El problema no es sólo que tenga un discurso fantasioso, ingenuo, frívolo y aburguesado. El gran problema es que sólo tiene discurso.

Sí, tenemos una izquierda censora, paranoica, con cierta inclinación inquisitorial. Le encanta tildar de desviaciones y perdidas de tiempo a todo lo que no encaja en sus manuales clásicos y eso es un problema objetivo en un tiempo huérfano de alternativas. Es un problema porque las fórmulas preexistentes, o no sabemos aplicarlas, o han fracasado, e impedir que se actualicen o que se construyan otros modos de lucha sólo puede hacer más hondo el hoyo social en el que nos encontramos. Tenemos además una izquierda paradójicamente rancia y conservadora. Cada vez más patriotera, sobre todo en su vertiente españolista, e incapaz de librarse del todo de una íntima tendencia machista y etnocentrista impermeable a su discurso externo. Eso contribuye a mantenerla fracturada y también a alejar a la gente con inquietudes sociales incipientes que empieza a militar. Pero lo que la aleja del pueblo no es, desgraciadamente, ni su dogmatismo ni su caspa. Lo que la aleja de la calle es que la izquierda se ha convertido exclusivamente en un artefacto retórico, un mero vivero para intelectuales profesionales. Y ese es un problema que ni siquiera se plantea abordar.

Prueba de lo que digo es el propio debate generado en torno a la diversidad. Cuando la izquierda analiza las dificultades que tiene el activismo actual lo hace en unos parámetros integralmente teóricos. Cree que el problema siempre es teórico porque sólo es capaz de cuestionar y generar teoría. Ha asumido que si verbaliza algo, por supuesto cada vez con palabras más complejas y conceptos más enrevesados, el asunto queda solucionado sólo con nombrarlo. Piensa, por ejemplo, que el declive del activismo político y social se debe a que las activistas ponen el acento en unas formas de opresión y no en otras, y priorizan la raza o el género por encima de la clase. En definitiva, se busca (o inventa) un problema teórico, que se analiza de forma teórica y espera resolverse de forma teórica.

El problema no está en las ideas, si no en su poca o nula capacidad de materializarse y traducirse como una solución real que mejore la vida real de la gente real. La idea de “tomar los medios de producción” no llega más y mejor a nuestras vecinas que la de luchar contra el heteropatriarcado, el antiespecismo, o cualquier otra cosa. No llega porque la izquierda sólo habla con la izquierda (de hecho la izquierda sólo habla). Nosotras, como trabajadoras no cualificadas, como vecinas de barrios excluidos, como personas que pisan la realidad a diario, no somos las interlocutoras directas de la izquierda. La izquierda es esnob en casi todas sus vertientes. Sus discurso puede diseñarse para las masas (aunque por su jerga especializada nadie lo diría), pero sólo circula por gabinetes, claustros universitarios, seminarios y terrazas de moda. La concesión a la “plebe” es fabricar pesadas y densas teorías al calor de las redes sociales como si lo que allí pasara fuera necesariamente un reflejo de la realidad militante. La verdad es que la izquierda no está más lejos del espectáculo de lo que lo están los neoliberales.

Por eso su obsesión con el mundo de las ideas, porque estas son mucho más fácilmente encuadernables, vendibles y consumibles que nuestros actos rutinarios, poco llamativos, nada comerciales, demasiado duros y a veces desagradables. Sin embargo, las ideas no deberían ser víctimas de lo que la gente haga con ellas, porque repito que las ideas no son el problema. El problema es su forma de aplicarlas o, mejor dicho, su forma de no aplicarlas. Que un ecologista ponga el foco en conservar el planeta no es el problema; el problema es que crea que lo está haciendo denunciando por Internet que personas sin ingresos usen un motorcito de feria para tener luz y agua caliente mientras dicho ecologista no organiza nada contra la megacorporaciones que tienen el planeta en sus manos. El problema de un activista contra Monsanto no es que nos advierta del peligro de los transgénicos, sino que use todo su conocimiento adquirido para afearle a una familia sin recursos que no mire la etiqueta de la comida que recibe en el banco de alimentos. Tenemos un problema de falta de práctica concreta, de enajenación de la realidad, de hiperintelectualismo mal digerido, de hipercriticismo mal enfocado, de inmobilismo y elitismo en definitiva, pero no de diversidad.

Hemos conocido a activistas antidesahucios, queridas en sus comunidades, capaces de crear barrio y proyectos populares, completamente volcadas en la teoría queer y otros planteamientos que se desprecian desde la izquierda escolástica. Y hemos conocido también a históricos representantes de la izquierda comunista y nacionalista canaria, de los de cantar la Internacional con el puño en alto y la camisa abierta, que nos decían que no participaban en los piquetes antidesahucio porque eso suponía respaldar a gente “sin conciencia de clase” entregada a los bancos y sus hipotecas… Al final hemos aprendido a no juzgar a las personas más que por lo que hacen y no por lo que dicen pensar.

Pero admitir que todas las ideas redentoras, tanto las hipotéticamente buenas como las malas, son igual de inútiles si no estamos dispuestas a llevarlas a la práctica, puede joder el negocio de los que viven gracias a que el pensamiento revolucionario se ha monopolizado y profesionalizado. El discurso de la emancipación de las más pobres lleva desde hace siglos en manos de personas cuyos privilegios provienen directamente de la división del trabajo. Pueden cuestionar al mismo sistema que les ha encumbrado, pero es muy difícil rechazar que toda la teoría que han generado se la deben una tragedia capitalista cotidiana: a ellos, los intelectuales, se les paga por pensar, mientras que a nosotras, las obreras manuales, se nos paga por no hacerlo.

¿Son mis palabras un alegato contra la intelectualidad? En modo alguno. Las pobres no tenemos más que nuestra inteligencia para enfrentarnos al Sistema. La teoría es importante, siempre que se use para para dotar de contenido a nuestros actos, para explicarlos y para comprenderlos. El problema del intelectualismo profesional es que usa la teoría con fines simplemente masturbatorios. No teoriza sobre su práctica, sobre lo que ha hecho, sino sobre lo que espera no hacer. La única teoría inspirada por elementos empíricos es la que realiza para cuestionar lo que han hecho otras. Como me señalaban dos compañeros libertarios valencianos después de que me tocara dar una charla en la que polemicé sobre este tema: “es muy difícil que el militante que se expone y se compromete en un proyecto lo haga sin tener una idea detrás; lo contrario, que el teórico no cuente con una práctica detrás de sus ideas, no solo no es difícil sino que es lo más probable” (otra frase brillante que también tomaría prestada desde entonces). En definitiva el problema no es que se teorice, sino que solo se haga eso. El problema es que por cada militante obrera de barrio contamos con 100 teóricas, dedicadas exclusivamente a teorizar. El problema es que el perfil de esa izquierda que habla de que la clase lo es todo no es el de una obrera manual, una excluida, una perseguida, sino el de un profesor universitario de mediana edad.

Como conclusión, no es el problema del activismo (o como se le quiera definir, pues es un término que se puede usar de forma peyorativa y que a veces incomoda) que los distintos sectores, desde la izquierda ortodoxa a sus nuevas manifestaciones, pongan el foco en una u otra forma de lucha, en una u otra forma de opresión. Sí, hay que buscar por fuerza soluciones integrales, pero se puede tener ese objetivo sin que la diversidad, la multiplicidad y la búsqueda poliédrica sean una desventaja, sino, por el contrario, algo beneficioso, un motivo de aprendizaje y riqueza, una forma de acelerar el proceso necesario de ensayo/error revolucionario10. La cuestión es saber cómo adaptar las distintas ideas a las necesidades cotidianas y urgentes de las personas a pie de calle. Porque en definitiva somos lo que hacemos, lo que sentimos, y no lo que decimos que somos ni lo que aseguramos pensar. Son nuestros actos los que nos definen y éstos, si queremos que sean verdaderamente revolucionarios, deben ir más allá de teclear, impartir lecciones magistrales y firmar manifiestos. Nuestros principios deben salir de los manuales y las redes, de la publicaciones especializadas y los anaqueles, y deben situarse a la altura del asfalto, plantar los pies sobre el terreno, ponerse a disposición de las vecinas de nuestros barrios, sin miedo a que éstas, con su sentido pragmático y su urgencia vital, los adapten, los estrujen y aplasten hasta quebrantar todo lo que haya en ellos de artificial e impostado y sólo dejen lo útil, lo afilado, aquello que los convierte en un arma.

Ruymán Rodríguez

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1Entrevista en Red & Black Revolution (“Chomsky on Anarchism, Marxism & Hope for the Future”), 1996.

2Al hablar de alienación laboral suelo poner el ejemplo de Stirner y su cárcel. El mismo protocolo que siempre se ha aplicado en la prisión convencional se ha llevado hoy, de forma más sofisticada, a la prisión laboral. Podemos trabajar juntos, pero lo que el sistema empresarial no puede permitir es que establezcamos una relación empática real, pues de ahí, de la unión, nacen las huelgas: “De que hagamos un trabajo comunitario, de manejar una máquina o realizar cualquier cosa, de eso se cuida la prisión; pero que yo olvide que soy un preso y entable contigo una relación, que también te has olvidado, eso pone en peligro la cárcel, y no sólo no puede aceptarse, sino que se debe prohibir. […] La cárcel forma una sociedad, una corporación, una comunidad (por ejemplo, trabajo comunitario), pero ninguna relación, ninguna reciprocidad, ninguna unión. Por el contrario, toda unión en la cárcel contiene el peligroso germen de un complot que, en circunstancias favorables, podría tener éxito y dar fruto” (M. Stirner, El Único y su propiedad, 1844).

3Para más información sobre este debate y la organización Mujeres Libres en particular ver la recopilación de Mary Nash: Mujeres Libres. España 1936-1939 (1974).

4Ibíd. En el libro se nos muestra la paradoja de que la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (fundada en junio de 1932) también apoyara el veto, cuando ella misma fue acusada en su momento de desviar fuerzas y centrarse innecesariamente en un problema específico (la juventud) del que supuestamente ya se encargaban la CNT y la FAI.

5Tanto en su famoso manifiesto (La sociedad industrial y su futuro, 1995) como en su manido cuento El buque de los necios (1999), Kaczynski, usando muchas veces una terminología bastante desafortunada, ridiculiza todas las reivindicaciones parciales de la “izquierda liberal”, sin prestar atención a que su preocupación antitecnológica también podría ser acusada de parcial por otros buscadores de la revolución pura y absoluta. Como muestra de lo poco originales que son algunos de los argumentos que se usan hoy contra las ideologías de la diversidad este fragmento del manifiesto muestra muy bien la deuda no reconocida que tienen con Kaczynski los críticos modernos: “Los izquierdistas odian todo lo que tenga una imagen de ser bueno, fuerte y exitoso. Odian América, odian la civilización occidental, odian a los varones blancos, odian la racionalidad”. Nada nuevo bajo el sol.

6Ver H. Zisly, “Hacia la conquista del estado natural” (en La Revista Blanca), 1902.

7Ver Butaud y Zaïkowska, Tu seras végétalien!, 1923 (desconozco si hay traducción al castellano).

8Ver M.C. Iscar, Crítica y concepto libertario del naturismo, 1923.

9Ver, por poner un solo ejemplo, M. Bookchin, La ecología de la libertad, 1982.

10Como bien explicó Voltairine de Cleyre con este bello razonamiento convertido hoy en lema: “¿Preguntas por un método? ¿Le preguntas a la primavera su método?, ¿qué es más necesario el sol o la lluvia? Son contradictorios, sí; pero de esta destrucción nacen las flores. Cada cual que busque el método que exprese mejor su fuero interno, sin condenar al otro porque se exprese de otra manera” (“Anarchism”, en Free Society, 1901).

No hay jerarquía en las opresiones

Nací Negra y mujer. Estoy tratando de convertirme en la persona más fuerte que puedo llegar a ser para vivir la vida que me ha sido dada y para ayudar a hacer un cambio hacia un futuro habitable para esta tierra y para mis hijos. Como Negra, lesbiana, feminista, socialista, poeta, madre de dos hijxs, incluido un niño y miembro de una pareja interracial, normalmente me encuentro como parte de algún grupo en el que la mayoría me define como desviada, difícil, inferior o sencillamente “equivocada”.

De mi membresía en todos estos grupos he aprendido que la opresión y la intolerancia de la diferencia vienen en todas formas, tamaños, colores y sexualidades; y que entre aquellxs de nosotrxs que compartimos los objetivos de la liberación y un futuro viable para nuestrxs hijxs, no puede haber jerarquías de opresión. He aprendido que el sexismo (una creencia en la superioridad inherente de un sexo sobre todos los otros y, por lo tanto, en su derecho a la dominación) y el heterosexismo (una creencia en la superioridad inherente de un patrón de amor sobre todos los otros y, por lo tanto, en su derecho a la dominación) Surgen de la misma fuente que el racismo: una creencia en la superioridad inherente de una raza sobre todos los demás y, por lo tanto, en su derecho a la dominación.

“¡Oh!”, Dice una voz de la comunidad Negra, “¡pero ser Negrx es normal!” ¡Bueno, yo y muchxs Negrxs de mi edad podemos recordar apesumbradamente los días en que no solía serlo!

Simplemente no creo que un aspecto de mí misma pueda beneficiarse de la opresión de otra parte de mi identidad. Sé que mi pueblo no puede beneficiarse de la opresión de ningún otro grupo que busque el derecho a la existencia pacífica. Más bien, nos disminuimos a nosotrxs mismxs negando a lxs otrxs cuando hemos derramado sangre para procurar a nuestrxs hijxs. Y esxs niñxs necesitan aprender que no tienen que llegar a ser como otrxs con el fin de trabajar juntxs por un futuro que todxs ellxs compartirán.

Los ataques cada vez mayores contra lesbianas y homosexuales son sólo una introducción a los ataques cada vez más graves contra todxs lxs Negrxs, ya que dondequiera que se manifieste la opresión en este país, lxs Negrxs son víctimas potenciales. Y es una norma de cinismo de la derecha animar a lxs miembrxs de los grupos oprimidos a actuar unos contra otros, y mientras nos dividimos por nuestras identidades particulares no podemos unirnos en una acción política efectiva.

Dentro de la comunidad lesbiana soy Negra, y dentro de la comunidad Negra soy lesbiana. Cualquier ataque contra lxs Negrxs es un asunto de lesbianas y gays, porque yo y miles de otras mujeres Negras formamos parte de la comunidad lesbiana. Cualquier ataque contra lesbianas y gays es un asunto Negro, porque miles de lesbianas y gays son Negrxs. No hay jerarquía de opresión.

No es accidental que la Ley de Protección de la Familia, que es virulentamente anti-mujer y anti-Negrx, también sea anti-gay. Como persona Negra, sé quiénes son mis enemigos, y cuando el Ku Klux Klan va a los tribunales de Detroit para tratar de forzar a la Junta de Educación a quitar libros que el Klan cree que “insinúan la homosexualidad”, entonces sé que no me puedo dar el lujo de luchar contra una sola forma de opresión. No puedo creer que la libertad de la intolerancia sea el derecho de un solo grupo. Y no puedo permitirme elegir entre los frentes en los que debo luchar contra estas fuerzas de discriminación, dondequiera que surjan para destruirme. Y cuando surjan para destruirme, no pasará mucho tiempo antes de que aparezcan para destruirte.

 

Audre Lorde, 1983.

Anarquismo e independentismo. Una mirada personal de los 90’s hasta hoy.

A petición nuestra, la compañera @cuadrosyrayas ha sido tan amable de ampliar una reflexión que nos compartió después leer “Catalunya y las anarquistas”. Es un documento interesante porque está escrito desde dentro, desde la propia Catalunya, sin sectarismos ni dogmas, y con una visión que seguro representa a un importante sector de la juventud catalana. La cuestión no es coincidir o no con la tesis, sino contemplar sus vivencias y reflexiones y comprender por qué el conflicto catalán, para muchos de sus actores anónimos, esos que no firman columnas ni dan discursos, ha llegado al punto en el que está.

Escribo este (mini) texto después de leer el texto “Catalunya y las anarquistas” y reflexionar sobre él.

Me crie en Barcelona a finales de los noventa, casi siempre en ambientes anarquistas, CSOs, ateneos populares y casas okupas. En uno de los ateneos compartían espacio los anarquistas y los independentistas. Es importante recordar que entonces el independentismo era igual de minoritario. Un día apareció una enorme estelada en la persiana del local, recuerdo a mi madre cabreadísima y, al preguntarle, decirme que no todos los del ateneo eran independentistas, aquel día empecé a conocer la rivalidad entre un movimiento y otro. A pesar de todo, el once de setiembre íbamos a la mani, por aquel entonces eran cuatro gatos. Ahí viví mi primera carga policial con ocho o nueve años. Nadie la esperaba, fue terrible, recuerdo a mi madre corriendo desesperada con mi hermana de un año en brazos y su amigo corriendo conmigo. Si no me equivoco era época de CiU, justo antes del tripartit.

A los doce años colgué la estelada en mi habitación y mi vecino me dijo que tendría que ir a la asamblea a dar explicaciones, que en esa casa no podía haber esteladas (por si a alguien le interesa, la estelada se quedó allí un par de años). El pique entre independentistas y anarquistas era evidente, pero si desalojaban una casa donde había indepes, las anarcas iban a okuparla de nuevo y viceversa. Todo esto cambió cuando el independentismo empezó a crecer. De repente, los que mandaban a la BRIMO a las manis antifascistas eran los mismos que encabezaban el once de septiembre. Las relaciones fueron a peor y los movimientos se fueron distanciando ya que, mientras unos iban dejando de lado aquello de “Independència i socialisme!”, los otros empezaban a equiparar todo el independentismo con Convergència.

Entonces llegó el uno de octubre, fue un día histórico, todos protegimos los colegios. Recuerdo a mi vecino diciendo “yo no voy a votar, pero lo que falta ahora es que las vecinas quieran hacerlo y nos les dejen”. A partir de aquel día el movimiento independentista no supo mantener a esta gente, que, si ya tenía reticencias de antes por no querer un nuevo estado burocrático y centralizado (poco se habla de lo centralizada que está Cataluña), se apartó de nuevo al ver que la cosa iba de colgar lacitos y de defender a la clase política. Desde entonces la cosa solo ha ido a peor. Los políticos, como no podía ser de otra forma, se han asegurado de mantener su poltrona y han dejado de lado a los dos millones de personas que les hicieron confianza, y el anarquismo, en vez de aprovechar el descontento con la clase política, ha entonado el “ya os lo dije”.

Ahora estamos en un punto en que el movimiento independentista ha quedado en standby y va perdiendo adeptos por el camino, no hay iniciativa para realizar acciones útiles, y al mismo tiempo no hay un objetivo para llevarlas a cabo, además, tiene un grave problema de credulidad, la gente no quiere sentirse engañada y te dice “deixeu-los fer, feu confiança”. La distancia entre ambos movimientos es tan grande que resulta difícil imaginar un futuro en el que luchen por un mismo objetivo, pero, por el contrario, van codo con codo para evitar que talen la pineda de Castelldefels, para parar un desahucio o para manifestarse contra el turismo. Aun así, y ya para acabar, es evidente que los neonazis vuelven a andar a sus anchas por Barcelona, y es evidente que van a por los que llevan lacito, por lo tanto, las anarquistas tienen la responsabilidad de ayudar en todo lo que sea posible cuando se trata de autodefensa, ellas llevan muchos más años encarándose a los fascistas y se las necesita. Una vez las “tietes” y las anarquistas se conozcan y luchen juntas, como ya empiezan a hacer por ciertas causas, será mucho más fácil enfocar el movimiento hacia algo realmente transformador, ya que nunca debemos perder de vista que la mayoría de gente que defiende la independencia lo hace en pos de un cambio hacia una vida mejor y más justa.

Cuadros y Rayas

Catalunya y las anarquistas

Aparecido originalmente en Solidaridad Obrera

Hablar de Catalunya, desde el anarquismo (y casi desde cualquier sitio) resulta difícil. Lo cómodo parece ser mantenerse al margen, implicarse en las propias dinámicas, desdeñar lo que allí pasa como si no fuera nada de importancia o despacharlo tirando de lugares comunes y fórmulas doctrinarias. Parece que uno se juega el prestigio al inmiscuirse en temas tan enconados en los que se dibujan dos frentes claros, aún dentro del anarquismo. Sin embargo, yo no tengo prestigio alguno que arriesgar y hablar sin nada que perder aligera bastante la labor.

Lo siento por quien no coincida conmigo, pero no puedo callarme ante lo que veo (si no he dicho nada antes es por cuestiones ajenas a mi voluntad). Advierto que por las mismas cuestiones no me ha sido fácil mantenerme completamente informado sobre la situación en Catalunya, y puede que se me escape algún detalle que seguro las lectoras sabrán perdonar. Ninguna de mis observaciones alude por tanto a ninguna compañera o texto concreto, sólo a sensaciones y corrientes de opinión que he detectado.

Advierto también otra cosa, quien esto escribe se considera a sí mismo un apátrida, una persona opuesta por convicción y sensibilidad a cualquier nacionalismo y estatismo, desafecto a cualquier bandera y enemigo de toda frontera. Criado literalmente en un ambiente nacionalista, nunca he conseguido que me motiven ni los identitarismos ni las patrias. He visto durante demasiado tiempo, y lo siento por los aludidos, como las anarquistas en Gran Canaria nos comíamos solas (o casi) piquetes antidesahucio y realojos, sin que los nacionalistas intervinieran cuando desahuciaban a algún paisano suyo ni les ofrecieran a los afectados más que folclore y apoyo simbólico. El nacionalismo en Canarias ha ofrecido durante décadas galeradas y galeradas hablando de abstracciones, pero ni una sola respuesta organizada (excluyendo la caridad), a nivel callejero, a la miseria de un pueblo que no come banderas ni puede reivindicar una patria cuando ni siquiera tiene tierra. No es la primera vez que escribo esto.

Sobre la cuestión catalana, si simplificamos mucho un asunto que es verdaderamente complejo, parece que el anarquismo se ha dividido en dos posturas principales: una que llamaremos ortodoxa (aunque el término es deliberadamente engañoso), y que se opone a cualquier participación de las anarquistas en el conflicto catalán, y otra heterodoxa (ídem), que cree que las anarquistas deben implicarse. Yo no pienso atacar, ni siquiera analizar, ambas reducciones; pero sí voy a cuestionar sus exageraciones y lo que tomo por fallos estratégicos. Puede que leyendo el anterior párrafo quizás alguien se imagine ya dónde sitúo mi voz, pero no les recomiendo que se apresuren. En el anarquismo siempre hay hueco para no estar “ni al margen ni en el ajo”1, para estar con la gente y contra los Estados.

Lo siento mucho, pero del discurso ortodoxo se desprenden en demasiadas ocasiones dos vertientes, subyacentes pero importantes, que no consigo tragar. En primer lugar detecto que muchas veces tras las críticas a la intervención de las anarquistas en lo que se ha venido a llamar el procés se esconde una mirada indulgente hacia el Estado español (la misma que se acusa de tener con la Generalitat al bando contrario), unos tics rancios de centralismo españolista con los que, como ápatrida, ni quiero ni puedo coincidir. Hay sorpresa y asombro, entre algunos de nuestros intelectuales, por que las catalanas quieren abandonar el naufragado cayuco español, cuando lo que debería sorprenderles es que el resto quiera continuar en él. Se alude a un impreciso internacionalismo que en realidad sirve de mampara para no admitir un pecado inconfesable: la propia comodidad dentro de una España cuya opresión se percibe como tolerable. Se tiene más miedo y se carga más tinta contra un Estado hipotético que contra uno real que nos aplasta a diario. El Estado catalán, como conjetura, asusta y preocupa más que el Estado español, como certeza. Cuando nuestra voz se une a los que cuelgan banderas de España de los balcones y a los que dan vivas a la Guardia Civil toca revisar seriamente qué está saliendo de nuestra boca.

El rejo españolista es la primera arista con la que no coincido, y la segunda es el eterno recurso de la “pureza”. La idea de que el anarquismo es algo demasiado grande y perfecto como para bajarlo de su pedestal de cristal de Swarovski y mezclarlo con causas espúreas, no es la mía. Así se entiende que en la mayoría de luchas sociales, como es el caso del frente de la vivienda en la última década, el anarquismo haya jugado un papel anecdótico o de comparsa, salvo aisladas excepciones. Porque para intervenir en esta lucha toca juntarse y trabajar con vecinos que pueden ser votantes del PP, que están cargados de mil prejuicios y que ignoran las ideas anarquistas. Así se entiende también que en el 15M nos mearan la mayoría de oportunistas políticos (nuevamente, salvo raras salvedades) y que en los últimos años nos adelante por la izquierda hasta una asociación de petanca. Creemos que solo podemos participar en luchas perfectas, con gente perfecta, con un porcentaje de un 100% de coherencia y de un 0% de contradicciones. Esas condiciones, todas lo sabemos, nunca se darán. Es por eso por lo que ya no participamos en casi nada.

Es triste, pero hemos guardado el pasado en ámbar. Creemos que el 19 de julio de 1936 la gente tomó las armas por la revolución social gracias a la ciencia infusa. Omitimos un trabajo previo pesado y agotador que describe Anselmo Lorenzo en el Proletariado militante2, y que conllevaba tragar mucha mierda e ir a discutir a círculos burgueses en los que a veces se acababa a las malas. Los anarquistas pudieron impulsar los acontecimientos revolucionarios del 36 en Barcelona porque antes contactaron con la gente en sus aspiraciones más básicas y no le hicieron ascos a disputarle terreno a los burgueses ante los auditorios más hostiles. Si hoy se produjera una movilización por reducir la jornada laboral a las 6 horas o por bajar la edad de jubilación a los 60 años, muchos anarquistas se inhibirían de participar y acusarían a la movilización de reformista mientras en sus locales lucirían con orgullo el retrato de los Mártires de Chicago. Parece que algunas prefieren hacer una manifestación a favor del Apoyo Mutuo, en abstracto, mientras sus vecinos son apaleados ante su mirada indiferente.

Lo siento, pero no me hice militante anarquista para ejercer de vigilante monacal de la pureza de un dogma.

Creo que las anarquistas debemos situarnos en unos parámetros bien distintos. El linchamiento que sufrieron las catalanas el 1 de octubre de 2017 debería de habernos hecho despertar y haber cambiado muchas de nuestras certezas. Estamos asistiendo al apaleamiento masivo de un pueblo (de una de sus mitades, si se prefiere) que reivindica, esencialmente, el derecho a autogobernarse, y ninguna anarquista puede ignorar esto sin acabar aceptando un centralismo estatal que supuestamente hemos combatido desde la I Internacional. Y aun cuando las exigencias de las catalanas fueran más peregrinas, aquí nos encontramos ante un pueblo desarmado y unas fuerzas policiales que lo aplastan. Nuestro lugar de la barricada no puede ofrecer lugar a dudas. Podemos disentir todo lo que queramos de ciertos planteamientos independentistas (de hecho lo haré en la parte final de este texto), pero igual que oponernos a la persecución de una minoría religiosa no nos convierte en creyentes, oponernos a la persecución de las independentistas catalanas no nos convierte en nacionalistas. La discrepancia de conceptos en abstracto no nos puede hacer ignorar una violencia gubernamental que es concreta, material y tangible. Pongo la represión en el centro del debate porque es la demostración más clara del origen de nuestros pruritos y reservas, y lo que pone contra las cuerdas a nuestra autentica sensibilidad anarquista. Las anarquistas estaban en los años 30 y 40 del siglo pasado con las judías como hoy están con las palestinas, porque nuestro lugar, sin necesidad de asumir banderas, Estados, creencias religiosas y culturales, siempre ha estado con las perseguidas y contra los perseguidores, con las oprimidas y contra los opresores, y nunca nos han cabido dudas al respecto. Las anarquistas somos mapuches cuando cargan contra las mapuches, somos kurdas cuando bombardean a las kurdas, somos artistas cuando encarcelan a las artistas, y así sucesivamente, porque nuestra carne se compone de todas aquellas que sufren la represión en cualquier lugar del mundo. ¿Por qué somos anarquistas entonces? Porque quien siempre reprime es el Poder. Hoy, por lo mismo, nos toca ser catalanas.

Seguramente varias compañeras verán exagerada la comparativa, pero lo esencial es que el sistema judicial español y su policía están apaleando, persiguiendo y encarcelando a personas que, peor o mejor, reclaman su derecho como comunidad humana a decidir por sí mismas. No reconocer que existe una agresión represiva nos vuelve a colocar ante una repugnante indulgencia con el Estado español, su judicatura y fuerzas policiales, que no le concederíamos a otros aparatos represivos internacionales. Para mí la sensibilidad anarquista debe estar con las catalanas que sufren las cargas y la persecución; lo demás es retórica. Creer que debemos asumir el ideario de una víctima para reconocerla como tal es unir nuestra voz a la de los verdugos. Ya lo decía Reclus: “Personalmente, cualesquiera que sean mis juicios sobre tal o cual acto o tal o cual individuo, jamás mezclaré mis voz a los gritos de odio de hombres que ponen en movimiento ejércitos, policías, magistraturas, clero y leyes para el mantenimiento de sus privilegios”3.

En el plano de la sensibilidad y la solidaridad, factores que se ignoran en política, creo que ésta debe ser nuestra conclusión. Pero, ¿y en el plano estratégico? La cuestión podría extenderse hacia cualquier situación de efervescencia social, más allá de Catalunya. ¿Deben las anarquistas implicarse en estos casos? Siempre he pensado que sí. Salvo contadas excepciones, toda situación de conflicto social es un campo de trabajo propicio para el anarquismo. Tener reparos porque su origen o aspiraciones iniciales no son libertarias es condenarse a la inacción. Cuando surgió el 15M muchas anarquistas despreciaron el fenómeno por reformista y pacato y se negaron a participar. El análisis podía ser acertado, pero no la reacción de mantenerse al margen. Las cosas son lo que dejamos que sean, y ese “dejamos” nos incluye a nosotras. Las cosas se institucionalizan, politizan (en el mal sentido) y desinflan a niveles revolucionarios porque precisamente nosotras, las revolucionarias, nos quedamos de brazos cruzados y lo permitimos. Somos responsables. La I Internacional surge en 1864, entre otros factores, por las ganas que tenía Napoleón III de dar un aspecto social y aperturista a su dictadura, por eso manda a un grupo de proudhonianos a Londres para que confraternicen con los cartistas ingleses. ¿Debían participar los anarquistas en eso o despreciar el invento por sus orígenes? La historia nos demuestra que no le hicieron ascos al asunto y que gracias a él acabaron teniendo preponderancia en el movimiento obrero de las regiones europeas latinas.

Cuando las anarquistas grancanarias intervinimos en el 15M no lo hicimos de forma complaciente y aquiescente. Seguramente muchas reformistas y miembros de partidos políticos nos recuerdan más como generadoras de conflictos y eternas disidentes que como otra cosa. Pero esa participación no sólo desbarató muchos de sus manejos y radicalizó algunas situaciones y reivindicaciones, también nos permitió dar a conocer las ideas y herramientas anarquistas y afianzarnos como colectivo. Cuando la FAGC empezó a andar por el frente de la vivienda convocó asambleas de inquilinas y desahuciadas en las plazas y así contactamos con muchas vecinas, pero no fue esa nuestra única forma de crecer. La PAH local de aquella época, refractaria a la okupación, no interesada por los casos de alquiler y, a nuestro entender, bastante institucionalizada, no parecía un buen lugar para que la anarquía dejara su semilla. Pero fue en algunas de sus asambleas, a las que nos autoinvitábamos y en las que exponíamos a modo de contraste nuestra forma diferenciada de abordar la lucha por la vivienda, cuando muchos casos que no hallaban solución en la PAH empezaban a contactar con nosotras. Hacía falta que fuera allí, en una confrontación de ideas directas, donde las personas cuyos casos de alquiler se desestimaban, escucharan que el problema de la vivienda requería soluciones integrales, sin situar a las hipotecadas por encima de las inquilinas y precaristas. Hacía falta que la gente que ya tenía una orden de lanzamiento firmada en la mano, escuchara allí que la okupación, convertida en tabú por parte de los activistas de clase media, siempre sería una alternativa más viable que dormir en la calle. ¿Qué potencial revolucionario tiene una movilización vecinal contra la colocación de parquímetros, la construcción de un bulevar o el levantamiento de un muro? Si nos dejáramos llevar por las apariencias, por lo inmediatista y localista de la reivindicación, por la voz de algunos participantes cargada de prejuicios y de ideas derechistas, seguramente nos parecería que ninguna. Pero como nos recomendaba Malatesta4, es nuestro cometido participar en esas reclamaciones parciales y llevarlas a lugares más lejanos y más hondos. De ahí vienen las explosiones sociales, aunque sea a pequeña escala y a modo de entrenamiento para el futuro. ¿Pueden ser los actuales CDR (Comités de Defensa del Referéndum primero, y de la República después) algo similar? Lo desconozco porque la distancia no me permite hablar más que de oídas. Lo que sí sé es que en cualquier organización barrial y vecinal de base las anarquistas debemos intentar participar (hasta donde veamos que nos sea posible) para profundizar en el carácter social de las reivindicaciones y tratar de radicalizar tanto las formas como los fondos. Algunas compas me aducen con razón que no se ven participando en un órgano que apoye referendos y repúblicas, pero nada cuesta que esa erre se transforme y se levanten Comités de Defensa de la Revolución, tan sólo con participar, implicarse e intentar desbordar las expectativas. De todas formas, el continente no debería pesar más que el contenido.

Leído lo leído, las compas que siguen estas líneas pueden haber concluido que propongo que el anarquismo se sume al proceso soberanista catalán y que apoye a éste, y a las fuerzas que lo impulsan, de forma incondicional. Nada más lejos de mi intención. De hecho considero que para ofrecer apoyo ciego e implicación acrítica es mejor no salir de casa. Vaya por delante que no pretendo desde mi ultraperiferia decirle a las compas catalanas, a los que lo viven en primera persona y tienen que lidiar con el asunto a diario, cómo deben o no hacerse las cosas. Sólo pretendo ofrecer una visión desde la perspectiva que da la distancia y también desde la cercanía a los procesos de independencia que nos ofrece nuestro cercano continente africano.

En todo acto de conflicto social es interesante y necesario que intervengan las anarquistas, pero deben hacerlo a su modo y con sus propias condiciones. La participación anarquista es necesaria en clave de tensión, e incluso de oposición callejera. Porque implicarse no es ni puede ser sinónimo de colaboracionismo. Este aspecto no se está contemplando, al menos en toda su dimensión. La acusación de equidistancia y neutralidad ante cualquier desacuerdo, el “esto no toca” ante cualquier discrepancia, el “le estás haciendo el caldo gordo a la derecha y al 155” ante cualquier crítica, generará un ambiente óptimo para que quienes controlan el próces desde las instituciones se sientan cómodos, pero jamás permitirá que se pueda ahondar en la radicalización social del conflicto. El papel de las anarquistas no puede ser ni de palmeras ante los políticos menos malos ni exclusivamente de carne de cañón en los desafíos físicos (piquetes, cortes de carretera, etc.), eso no es más que reproducir milimétricamente un pasado en el que no nos fue demasiado bien.

Cuando estalla la Guerra Civil en 1936, y la consiguiente revolución popular, los comités confederales y anarquistas pierden todo el verano, cuando el impulso de la revolución era más fuerte, debatiendo sobre el papel del movimiento libertario en los acontecimientos. La tesis que se impuso desde primera hora fue la de la colaboración con las instituciones republicanas, tesis que reforzaba a quienes desde dentro de las organizaciones libertarias ya habían pedido el 14 de abril de 1931, ante un marco muy distinto, que se dejara respirar a la nueva República Española y se rebajara la conflictividad social para no poner en peligro su asentamiento. Este espíritu, reeditado en 1936, iría cristalizando mes a mes hasta hacer inviable toda crítica al gobierno y a sus disposiciones. Allí también se aducía el “esto no toca” y se hablaba de deslealtad y de lo contraproducente para la causa común que era emitir cualquier crítica. Así se va aceptando la militarización, la participación gubernamental, se va quitando a los anarquistas más recalcitrantes, como Liberto Callejas, de la prensa confederal, y se les va sustituyendo por otros más dóciles como Jacinto Toryho, hasta que el anarquismo, motor ideológico de la revolución, se ata así mismo las manos y asume el rol de comparsa republicana. José Peirats diría que lo mejor para la CNT hubiera sido convertirse en oposición, manteniendo su trinchera en la calle y en lo social5. Si esta tesis, la de asumir el rol de oposición callejera, puede mantenerse –de forma bien fundada viendo los acontecimientos posteriores– cuando el anarquismo era una fuerza preponderante, ¿cómo no mantenerla hoy cuando es ultraminoritario?

La idea de intervenir sólo en los posibles altercados callejeros, pero sin elaborar un discurso propio detrás, con una estrategia de conflictividad propia, tampoco es propicia para que la cuestión social se abra camino. En todas las revueltas y conatos revolucionarios las anarquistas se han partido la cara en la calle las primeras, sin que esto haya evitado que desaparecido el alboroto también haya desaparecido su influencia. Victor Serge le relató a Ángel Pestaña cómo durante la Revolución Rusa las anarquistas ganaron mucho afecto popular al ser las primeras en batirse el cobre durante las jornadas de octubre, pero cómo todo se fue diluyendo cuando después de actuar como fuerza de choque se volvieron a sus locales a debatir sobre el sexo de los ángeles6. Las anarquistas hemos sido, a nivel histórico, perfecta carne de cañón en conflictos que generan otros, pero no siempre hemos sabido generar los propios o al menos introducir nuestras exigencias en dichos conflictos y mantener la tensión callejera necesaria para alcanzar nuestros verdaderos objetivos que son, por fuerza, populares y extraparlamentarios.

La implicación por tanto debe ser práctica, resolutiva, pero respondiendo a una estrategia propia y no prestada, y sobre todo debe ser crítica y autónoma, incómoda, debe ser generadora de tensión social y no pacificadora. Y esto debe aplicarse a todo.

Aceptar banderas e identitarismos sólo aleja el conflicto del terreno social y lo entrega en manos de quienes controlan la narrativa de las emociones abstractas. Mientras el conflicto gire entorno a lo abstracto y no a lo concreto, el pan, la vivienda, la asistencia sanitaria, el trabajo, la autonomía económica, serán elementos que podrán sacrificarse sin pesar alguno en el altar de las patrias y los himnos. Los que buscan la hegemonía de lo etéreo son los mismos que buscan que no se mencione el capitalismo ni las posibles alternativas a éste. El juego del nacionalismo es poner a los elementos abstractos, como la nación, la identidad colectiva, los símbolos, en el centro del discurso, para evitar que tomen voz las personas concretas. Lo más peligroso, para los vendedores de quimeras, es que la gente llegue a darse cuenta de que autogobernarse no significa cambiar una bandera por otra, sino tomar decisiones sobre su propia economía, su propio modelo social y su propia vida.

Por otra parte, asumir que las anarquistas sólo pueden implicarse en un conflicto asimilando las ideas de quienes hasta ahora lo han dirigido es haber perdido de antemano. Aceptar como un mal menor supuestos pequeños Estados de rostro amable y simpáticas repúblicas coloristas es pecar de exceso de ingenuidad y de un optimismo infantil. Los Estados que nacen, después de procesos revolucionarios o de independencia, son, a ojos de sus partidarios, como niños mimados a los que se les consiente y perdona todo. Cualquier error que cometen es culpa de las agresiones externas, cualquier exceso represivo es responsabilidad de la nueva situación, etc. Esta idea se extiende y se acaba convirtiendo en un mantra para los grupos de presión que intentan silenciar cualquier disidencia aduciendo a la vulnerabilidad del nuevo Estado y acusando de desestabilizar a cualquier discrepante. Los Estados jóvenes son pequeños tiranos consentidos, y creer que son más fáciles de moldear o desafiar, por parte de su población interna, es un ejercicio de inocencia política imperdonable7. Las anarquistas, en tanto en cuanto defiendan un proyecto de autogestión y autonomía real, no tienen porqué sumarse a una aspiración, por muy generalizada que se pretenda, de carácter estatista. ¿Que toda tesis que no contemple la creación de un nuevo Estado está descartada entre la población? Pues nuestra misión es introducir la idea opuesta, pero no a través de manifiestos, discursos y jeremiadas, sino a través de crear los órganos prácticos, prescindiendo de cualquier retórica, que la hagan posible. Crear comités, comisiones y asambleas, o la estructura que se prefiera, para empezar a gestionar recursos fácilmente asumibles por la comunidad (como vivienda y suministros) que demuestren que en un nuevo marco de ruptura se puede prescindir del Estado. Con Estado y república, como nos demuestran la mayoría de países del mundo que han renunciado a las monarquías y siguen siendo regímenes liberticidas y capitalistas, no hay ruptura posible. Hay un cambio institucional pero no una transformación real de las relaciones económicas y sociales, y eso es lo realmente importante.

Ese es el peligro de aceptar el transversalismo como consecuencia inevitable del conflicto catalán. Los movimientos nacionales suelen ser, por tendencia, transversales e interclasistas; los movimientos sociales no pueden ni deben serlo. Aceptar la necesidad de la transversalidad es aceptar que la batuta del procés la lleve la burguesía catalana, con las consecuencias que esto conlleva. A la burguesía catalana le pueden importar mucho los símbolos y los sentimientos, pero su mayor afecto es para con el dinero y su símbolo favorito es el de los billetes de 500 euros. La propiedad privada lo es todo para ella, y no sacrificará nada que pueda ponerla en riesgo. Ante todo lo que pueda afectar al statu quo económico (por eso desaceleró tanto el procés –quizás más que la propia represión estatal– la fuga de capitales y los boicots empresariales españolistas) sabe bien dónde debe situar su solidaridad de clase –mucho mejor que nosotras–. Por eso el PdeCat se ha olvidado de la humillación del 155, de la provocación de ser un país tomado por la Guardia Civil, de sus presos y exiliados, y ha firmado con el PP, Ciudadanos y el PNV un acuerdo para destrozar la okupación famélica con desalojos expeditivos8. Eso es transversalismo, y lo es también Felip Puig mandando a sus mossos a apalear manifestantes durante el 15M, lo son los mossos torturando a detenidos en comisaría y disparando pelotazos de goma en la cara, lo es Xavier Trías semiderribando Can Vies, lo son los desahucios, la gentrificación y la persecución de manteros, y lo son mil cosas más que las compas catalanas conocerán mucho mejor que yo. La retórica de los males menores es la madre de los grandes batacazos.

Y es aquí donde entramos en una cuestión capital. A la burguesía catalana sólo le interesa la independencia política, la de sus instituciones y sus estructuras de poder. Al pueblo trabajador catalán lo que le debe interesar es la independencia económica y social, porque sin esta última la independencia política se convierte en algo inútil y meramente estético. Si algo nos ha demostrado el sangrante ejemplo de África es que el supuesto proceso descolonizador que se produjo en el continente en la segunda mitad del siglo XX fue un proceso puramente formal que dejó intacta la estructura colonial en su mismo tronco. Los países africanos pueden presumir hoy de independencia política (a veces bastante parcial), pero su independencia económica está completamente en entredicho: los beneficios de sus recursos siguen sin permanecer en el suelo que los produce y siguen enviándose a la antigua metrópolis y su economía sigue siendo dependiente de las antiguas potencias coloniales. Los imperios de antaño sólo cedieron la independencia política cuando se aseguraron de que sus empresas tenían bien atado el monopolio económico. Catalunya puede conseguir mañana mismo la independencia sin que la situación de su clase obrera cambie en lo más mínimo, pues su economía puede seguir siendo perfectamente dependiente del Estado español y la Unión Europea (de ahí el temor de la derecha nacionalista catalana a romper con Europa). Cualquier intento de independencia que sólo contemple los aspectos políticos y no económicos sólo conseguirá una cosa: instituciones libres con ciudadanos esclavos.

Ese es el problema de que se haya aceptado que el proceso que se está dando en Catalunya tenga que ser dirigido por políticos profesionales, por partidos e instituciones. El protagonismo es suyo, y ellos deciden los tiempos y las hojas de ruta sin que les importe una mierda las exigencias de la calle. Si algo nos demostró la Revolución Francesa es el grave riesgo que corre el pueblo trabajador cuando se ponen al servicio de la burguesía y un supuesto “bien mayor”. Las obreras hacen la revolución pero después dejan que sean otras quienes decidan su curso. Así son utilizadas y explotadas para consolidar los intereses de una nueva clase dominante y finalmente son desechadas cuando ya no responden a ningún propósito útil. La misión de las anarquistas, y de todas aquellas fuerzas sociales extraparlamentarias, es una misión titánica pero importante: deben intentar que la capacidad de decisión se desplace de las instituciones a la calle; sacar el protagonismo del parlamento y los partidos y ponerlo en las organizaciones de base de barrio y su capacidad de generar narrativa y tensión; agudizar el antagonismo entre pueblo y gobierno, entre trabajadoras y clase política, hasta forzar el divorcio. La calle no está para apoyar a las instituciones y a los políticos, sino para presionarles y sobrepasarlos. Cuando antes citaba a Anselmo Lorenzo y cómo los primeros internacionalistas debatían en ambientes hostiles, no me refería –y espero que no se me haya entendido así– a mezclase con políticos ni a participar en sus aparatos de poder; hablaba de disputarles el auditorio; de cuestionar su legitimidad para encabezar cualquier proyecto colectivo; de juntarse con la gente de abajo, con independencia de sus ideas a priori, para empezar a desafiar la hegemonía gubernamental y poder construir desde la raíz.

La tarea es ardua y quizás, sobre todo a estas alturas, parezca imposible. Pero creo que las anarquistas que toman la decisión de implicarse en un proceso de ebullición social deben de hacerlo con sus condiciones; no por dogmatismo sino porque la propia práctica y la experiencia nos demuestran que es lo más pragmático. Para sumarnos a la combustión social no es necesario aceptar sufragios, Estados, banderas y chorradas; es necesario buscar el espacio para fracturar y meter nuestros discurso, y sobre todo nuestra praxis, por las grietas. Cuando Errico Malatesta lucha contra el colonialismo inglés en Egipto en 1882, o cuando Louise Michel apoya las reivindicaciones canacas y argelinas contra el Estado francés desde Nueva Caledonia en 1873, no hacen más que buscar una palanca social en conflictos que inicialmente sólo son nacionales. Bakunin mismo mantendría un fuerte idilio desde finales de los años 40 del siglo XIX con los movimientos soberanistas eslavos y las convulsiones nacionales que por entonces sacudían Europa y sólo lo rompería en 1863 después de sus últimos desencantos con el movimiento nacionalista polaco e italiano. Hasta cuando las anarquistas se han negado a participar en intentonas que consideraban fracasadas o que estaban impulsadas por los mismos que las perseguían, como el intento de proclamación de independencia de Companys en la Catalunya de 1934, no lo hacían para quedarse de brazos cruzados, sino para recoger los fusiles de los vencidos y prepararse para organizar sus propios levantamientos.

No soy optimista ni confiado. Tengo, de hecho, muchas reservas. Sólo sé que ante un caso de represión y cacería de disidentes como el que el Estado español está ejecutando en Catalunya nuestro deber, como libertarias, es estar con las catalanas y contra los resortes represivos del gobierno. Sólo sé que las anarquistas hemos de aprovechar casi cualquier situación de descontento popular para meter baza y para introducir presión en la olla social y evitar así que la gente siga sometida a la lealtad institucional y a la disciplina de partido. Sólo sé que para que el conflicto se externalice y el desafío con el gobierno pueda extenderse a otros puntos del Estado español es imperativo que transcienda de su dimensión nacional y aborde definitivamente la cuestión social. Sólo sé que el pueblo catalán, durante todo este proceso, ya ha dado por sí mismo varías muestras de rebeldía y de desobediencia a disposiciones, mandatos, ordenes y leyes. Sólo falta, por parte de nosotras, de todas las que componemos las fuerzas extraparlamentarias callejeras, que empujemos para coadyuvar a que también se vean capaces de desobedecer a sus propios líderes y empiecen a tomar decisiones sobre lo social, sobre la producción, sobre la distribución, sobre el pan y el techo, sobre su destino, sin delegar en nadie más que en ellas mismas. Repito que parece complicado e incluso imposible, pero ese es nuestro terreno: conseguir que lo extraordinario pase a ser cotidiano y que lo imposible sea factible. De hecho todos los proyectos que en este conflicto parecían posibles, por lejos que hayan podido llegar –sobre todo en lo simbólico–, hasta ahora han fracasado. Buscar lo imposible es hoy, en Catalunya, lo más realista.

Ruymán Rodríguez

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1Así decía Carmen Martín Gaite en un poema (Ni aguantar ni escapar) que versionó Chicho en A contratiempo (1978): “Ni de ida ni de vuelta/ni al margen ni en el ajo/ni pasión ni desdén:/vacilación resuelta/con el suelo debajo/por entre el mal y el bien/[…] ni súbdito ni rey/ni a cualquier viento hoja/ni el paso altivo y fuerte:/por donde pisa el buey/pero en la cuerda floja/mientras llega la muerte”.

2“Uno de los días de reunión del núcleo organizador aparecieron unos carteles anunciando una reunión pública que celebraría el domingo siguiente en la Bolsa la Asociación para la Reforma de Aranceles. Esto me inspiró la idea de proponer al núcleo que designase uno de los individuos para hacer una pública manifestación de sus aspiraciones, fundándome en que ninguna ocasión mejor que aquella para la publicidad que deseábamos; tratándose allí la cuestión social, aunque limitada por el criterio burgués a discutir sobre proteccionismo y libre cambio, nuestra intervención podría abrir una vía nueva que separase a los trabajadores de la sugestión política a que se hallaban a la sazón sometidos y les inclinase a ingresar, como es de razón, en el proletariado militante” (A. Lorenzo, El proletariado militante, tomo I, 1901).

3Citado por Antonio Téllez en La Guerrilla Urbana I. Facerías, 1974.

4“Cuando suceda alguna rebelión espontánea, como varias veces ha acontecido, corramos a mezclarnos y busquemos de hacer consistente el movimiento exponiéndonos a los peligros y luchando juntos con el pueblo. Luego, en la práctica, surgen las ideas, se presentan las ocasiones. […] Organicemos movimientos para obligar a los municipios a que hagan aquellas cosas grandes o chicas que el pueblo desee urgentemente, como, por ejemplo, quitar los impuestos que gravan todos los artículos de primera necesidad. Quedémonos siempre en medio de la masa popular y acostumbrémosla a tomarse aquellas libertades que con las buenas formas legales nunca le serían concedidas. En resumen: cada cual haga lo que pueda según el lugar y el ambiente en que se encuentra, tomando como punto de partida los deseos prácticos del pueblo, y excitándole siempre nuevos deseos” (E. Malatesta, En tiempo de elecciones, 1890).

5“Fuera del gobierno estábamos en la oposición, en nuestra trinchera, y teníamos un factor importantísimo en nuestras manos: la producción, la economía. Podíamos ser una fuerza de presión muy difícil de manejar mientras que, yendo al terreno del adversario, nos separábamos de nuestro terreno firme y nos transformábamos –cual ocurrió– en fáciles marionetas en sus manos” (Entrevista con J. Peirats el 19 de junio de 1976, recogida en el cuadernito Colección de Historia Oral. El movimiento libertario en España I, sin fecha).

6“[…] Los grupos anarquistas fueron los primeros en batirse y dar la cara al enemigo […], de ellos partió la mayoría de iniciativas, batiéndose siempre en los lugares de más peligro. […] Arrastraron al pueblo a las trincheras y en ellas estuvieron hasta el último instante, mientras Lenin, Trotsky y Zinóviev y compañía, tomaban prudentemente el camino de Moscú. Pero después de esto, después de la heroica defensa de las trincheras y de batirse valerosamente, ya no se les vio por parte alguna. Se encerraban en sus casas o en sus clubs, y vengan y vayan discursos, sin interrumpir enérgicamente en el prosaísmo de una realidad que era, en aquellos momentos, muy superior a toda concepción abstracta de las ideas” (V. Serge citado por A. Pestaña en Setenta días en Rusia. Lo que yo vi, 1924).

7En Dios y el Estado (1882) ya nos advertía M. Bakunin: “Pero los Estados medianos y sobre todo los pequeños, se dirá, no piensan más que en defenderse y sería ridículo por su parte soñar en la conquista. Todo lo ridículo que se quiera, pero sin embargo es su sueño, como el sueño del más pequeño campesino propietario es redondear sus tierras en detrimento del vecino; redondearse, crecer, conquistar a todo precio y siempre, es una tendencia fatalmente inherente a todo Estado, cualquiera que sea su extensión, su debilidad o su fuerza, porque es una necesidad de su naturaleza”. Las palabras de Bakunin se ajustan a una realidad empíricamente demostrada. Nos basta con hacer un seguimiento a la historia de los imperios para descubrir que casi todos fueron pequeños Estados alguna vez y que muchos incluso nacieron de idealistas luchas por la independencia, pero ninguno pudo escapar a este axioma: aun los Estados más pequeños son homicidas en su sueños.

8“La comisión de Justicia del Congreso ha aprobado una proposición de ley para desahuciar a okupas […] en 20 días […]. La iniciativa del PdeCat ha sido apoyada por el PP, PNV y Ciudadanos […]” (E. Vega, El Congreso aprueba el desahucio exprés contra los okupas, 24 de abril del 2018, en Cadena SER).

El problema de la vivienda

Capítulo extraído del libro Setenta días en Rusia. Lo que yo vi (1924), escrito por Ángel Pestaña como delegado de la CNT enviado a la URSS para elaborar un informe que ayudara a la Confederación a ratificar o anular su adherencia provisional a la III Internacional.

Deseosos de saber cómo los bolcheviques habían resuelto los distintos problemas que la vida económica y social plantea al hombre, nos dedicamos a la ardua tarea de inquirir todo cuanto estuviese en relación con esos problemas, empezando por el de la vivienda. Acuciados por lo que en Europa y en nuestro propio país sucedía, quisimos saber cómo lo había resuelto la revolución.

Los informes oficiales que pudimos recoger, no eran lo suficientemente explícitos. Aunque hablaban de una distribución matemática y rigurosa de las viviendas, el pueblo, las personas a quienes habíamos insinuado nuestros propósitos, incluso a comunistas, dejaban entrever cierta animosidad contra las disposiciones oficiales.

Coincidían todos —informaciones oficiales y particulares— en que se había hecho una distribución equitativa y racional, a primera vista. Llevada la cuestión al análisis, se veía que mientras los informes oficiales arrojaban un resultado inmejorable, negábanlo los particulares, sosteniendo que la intervención oficial no había podido ser más desdichada. ¿Quién tenía razón? He aquí lo que más interesaba averiguar.

La distribución oficial, partía del principio matemático de no conceder más de una habitación por persona, excepto a los médicos y a otros varios técnicos necesitados de una habitación más, para despacho o gabinete de consulta. La rigidez de las disposiciones oficiales, no rezaba para quienes gozaran del favor oficial. La influencia podía más que todas las disposiciones gubernativas. Los informes particulares hablaban muy expresamente de las numerosas excepciones a favor de personajes influyentes o de altos empleados bolcheviques. Así, pues, el problema de la vivienda, ya preocupaba por aquel entonces a los habitantes de Moscú. Unido a los demás problemas, venía a hacer más angustiosa la situación del pueblo que había hecho la revolución.

Dos causas contribuían a esta agravación: el temor a las disposiciones oficiales, que muchas veces tenían el carácter de despojo o de venganza partidista, y la escasez, cada día mayor, de viviendas. Sobre todo la última era más alarmante.

Las casas habitables disminuían de día en día, derrumbándose muchas de ellas por no repararse los desperfectos que el tiempo y las condiciones climatológicas del país iban causando. Además, la concentración de los servicios gubernamentales en Moscú, hacía más pavoroso el problema.

Los alquileres eran reducidos, pero escasa ventaja se obtenía con ello, ya que lo esencial estribaba en poder encontrar una vivienda, lo que no era factible. Para la distribución de las habitaciones, lo mismo que para la distribución de los demás artículos, el Consejo de Comisarios del pueblo había creado una especie de Comisariado de la vivienda, en el que centralizaba todo cuanto al problema se refiere.

En cada calle o en cada grupo de calles, y, a veces para media calle o para un grupo de casas, había una comisión de vecinos.

Esta comisión estaba presidida siempre por un comunista probado, por un hombre de confianza del partido, al que se consideraba como empleado del Estado, percibiendo un sueldo como si trabajara en un taller.

Su misión era la de llevar una estadística de las viviendas que estuvieran a cargo de la comisión que presidía. Cuidaba de los traslados de habitación que realizaran los vecinos; establecía porteros o conserjes en cada casa, y, por último, indagaba quiénes, cómo y cuándo visitaban a cada vecino de los que habitaban en su demarcación. Era algo así como el Argos policial de cada casa, de cada domicilio particular. Podía, incluso, arrestar al visitante que le parecía sospechoso. También era de su incumbencia cobrar los alquileres y ordenar las reparaciones.

La antipatía con que cada vecino miraba al camarada presidente de la comisión de la casa en que vivía, rayaba en la odiosidad.

Esto había hecho el Gobierno. Veamos lo que hizo el pueblo.

A Kibalchiche y a un ex presidente de una Comisión de vecinos de Petrogrado, debemos los preciosos datos que damos a continuación.

La revolución de noviembre, que aceleró los acontecimientos iniciados en la de marzo, permitió, con el predominio absoluto de las clases populares, realizar la total y completa expropiación de las clases nobiliarias y capitalistas.

A la expulsión de los grandes terratenientes de sus predios, siguió la de los industriales de sus fábricas, y a la de éstos, la de los propietarios de inmuebles. Los trabajadores de los barrios obreros, los proletarios, que habían vivido hasta entonces en infectas zahurdas, cargaron con sus enseres y se alojaron en las mejores casas que hallaron disponibles.

Las injusticias y los atropellos, inevitables en tales casos, hicieron su aparición.

De algunas casas ricas, aunque no en muchos casos, se expulsó a sus moradores y se les puso en el arroyo, dejándolos sin albergue. Por regla general, se les obligó a que ocuparan un número limitado de habitaciones, instalándose las familias obreras en las restantes. Pero la distribución resultaba en muchos casos arbitraria.

Además, era necesario prever las consecuencias que origina un trastorno tan grande, y había que pensar en las reparaciones, en la luz, en el agua, etc., etc.

Pronto, con esa intuición profunda que tiene el pueblo y que sólo necesita el estímulo para manifestarse, se organizaron comisiones de vecinos que proveían a las necesidades de cada calle y de cada edificio.

Fijaron el precio del alquiler de cada habitación; levantaron estadísticas de los alojamientos disponibles; dispusieron y realizaron —cosa que después no se continuó— las reparaciones precisas; establecieron repartos más equitativos que los efectuados en el primer impulso y, por fin, ordenaron todo de la mejor manera posible, según los acuerdos y el parecer de la mayoría de los vecinos.

Las asambleas de estas comisiones eran frecuentes, y en ellas, se resolvían las cuestiones de la manera más sencilla y más armónica.

La satisfacción era general— decía Kibalchiche y el ex presidente de la Comisión con quienes hablamos. Era muy raro, a pesar del hondo desconcierto que produjo el hecho revolucionario, el desacuerdo o los litigios entre vecinos.

Desinteresadamente, con un altruismo que no será nunca bastante alabado, resolvíanse las cuestiones, y todo marchaba perfectamente.

Mas la necesidad, que es casi siempre la madre de todas las innovaciones, hizo comprender que se estaba sólo a mitad de camino. Cada Comité de casas, o de calle, se dio cuenta de que el problema era más complejo, y de que se asfixiaba en su propia obra. La expansión se hacía imprescindible, si pena de perecer. Y surgió el acuerdo.

Los Comités de casas contiguas, o de calles adyacentes, se federaron entre sí disolviéronse unos, organizáronse otros; esto dio una mayor expansión a todos y aminoró las dificultades aparecidas al principio.

Pronto se llegó a la Federación de los Comités de toda la capital, y sin disposiciones oficiales, sin reales órdenes, ni ordenanzas municipales de ninguna clase, los vecinos de Petrogrado, por su propia iniciativa, tuvieron casi resuelto el problema de la vivienda.

Se fijaron los precios de los alquileres, que eran reducidísimos; se hicieron las reparaciones necesarias; se aconsejaron y realizaron permutas de habitaciones entre los obreros que tenían el domicilio muy alejado del lugar del trabajo y se distribuyeron las habitaciones con la más rigurosa equidad.

En todo este período, que duró cerca de año y medio, no se verificó ni un solo desahucio, ni se quedó sin albergue ninguna familia.

Pensando en el futuro, de cada alquiler se descontaba un tanto por ciento prudencial para proseguir las construcciones de nueva planta, y destinaban subvenciones para la conservación de edificios.

La higiene en las casas mejoró notablemente, y la limpieza era ejemplar. En cada casa, por turno riguroso, salvo caso de fuerza mayor, cada vecino venía obligado, semanalmente, a asegurar la limpieza de la escalera y atender las reclamaciones que se transmitían al Comité, para que éste resolviera o diera cuenta a la asamblea.

Todo el mundo podía entrar y salir libremente, recibir a quien le pareciera y recoger y dar alojamiento en sus habitaciones a las personas que fueran de su amistad o agrado.

Libertad; plena libertad de cada uno mientras no perjudicara a un tercero.

Por esto no convenía al Gobierno. La dictadura del proletariado, la centralización de todo, chocaban naturalmente con el espíritu de libertad de aquella institución creada por el pueblo.

Sin embargo, no convenía destruirla. La práctica demostraba su utilidad. Mejor que destruirla, convenía apoderarse de ella. Y lo consiguieron, aunque no sin esfuerzos y protestas. Se empezó por llevar a la presidencia de cada Comité o Comisión a un comunista. A los Comités o Comisiones adonde no se pudo lograr la presidencia para un adicto, se les intimó con la disolución a pretexto de manejos contrarrevolucionarios. Se limitó el número de Comités, y como golpe final, se asignó sueldo a los presidentes, se les equiparó a funcionarios del Estado y se les otorgó el derecho de penetrar en el domicilio de cualquier vecino y detener, como ya hemos dicho, a quien les pareciera sospechoso.

Los comunistas se avinieron muy bien a este papel policial; la disciplina del partido lo imponía. Los demás no lo aceptaron, y las dimisiones surgieron en masa, quedándoles el campo completamente libre.

A partir de este momento— me afirmaban mis informadores— el Comité o Comisiones de Casas perdió su eficiencia y se convirtió en un rodaje más del pesado burocratismo comunista.

Los vecinos dejaron de interesarse por el problema de la vivienda; asomose el favoritismo y los bolcheviques, dueños de la situación, destruyeron lo más hermoso de la actividad colectiva: la iniciativa individual.

Nadie quería ser presidente del Comité por no enemistarse con sus vecinos, ni tener la responsabilidad del cargo. Les repugnaba también convertirse en parásitos. Repudiaron la misión que les confería autoridad de confidentes, de policías y de allanadores de moradas. Desde entonces, los Comités o Comisiones que tantos y tan señalados servicios habían prestado, que tantas injusticias y arbitrariedades evitaron, que tan equitativa y humanamente habían encauzado un problema tan gravísimo, como era el de la vivienda, dejaron de existir, para dar paso a una caricatura de Comisión que sólo la acompañó el desprecio más olímpico de los ciudadanos. Había muerto una de las más simpáticas instituciones que el ardor y la fiebre revolucionaria engendrara.

El mastodonte estatal acababa de aplastar, con su pata informe, el brote más prometedor de la espontaneidad del pueblo

Cómo hacer tu propio spray de pimienta para autodefensa

En vista de que las agresiones machistas a mujeres no hacen más que aumentar, con la connivencia judicial y policial, las mujeres de la FAGC queremos explicarle a las compañeras que nos leen cómo fabricarse, de forma fácil y barata, un útil spray de pimienta casero. Consideramos que la autodefensa, la necesidad de protegernos a nosotras y a nuestras compañeras, es fundamental para combatir la violencia machista en unos espacios que hemos de empezar a arrebatarles: los barrios y la calle.

Métodos como el que vamos a explicar son muy prácticos para protegerse de una agresión puntual, pero si queremos ir socavando la violencia patriarcal e ir expulsándola de nuestro entorno, desde la FAGC recomendamos la creación de grupos feministas de autodefensa dispuestos a articular un feminismo de barrio que empiece a capacitarnos para defendernos ante las agresiones y para crear una red solidaria de apoyo que evite que ninguna de nosotras vuelva a caminar sola en esta sociedad donde la violencia de género, en sus distintas manifestaciones, está cada vez más generalizada. Entremos ya en materia.

Materiales que necesitamos:

  1. Pimienta cayena

  2. Aceite de girasol

  3. Alcohol de 96º

  4. Guantes de látex

  5. 2 recipientes (uno para hacer la mezcla y otro para volcar el contenido)

  6. Un platito para tapar la mezcla

  7. Cucharilla de postre

  8. Filtro de café o colador pequeño

  9. Embudo (fonil)

  10. Un pulverizador de bolsillo

  11. Lavavajillas (opcional)

  12. Salsa picante (opcional)

Pasos que hay que dar:

1º Disponte a preparar la mezcla teniendo cuidado con los niños o animales que puedas tener cerca. Cuando todo este preparado y el espacio sea seguro, ponte los guantes de látex para evitar que los productos abrasivos te impregnen las manos.

2º Echa en un recipiente aproximadamente 5 cucharadas de postre de pimienta cayena (en la FAGC nos sobra porque la usamos en nuestros huertos para repeler insectos y otros animalitos. Es barata y fácil de conseguir. Suele encontrarse en la sección de especias de cualquier comercio). Lo más cómodo es usarla en polvo, pero si sólo encuentras las guindillas enteras deberás machacarlas tu misma en un almirez con un mortero. Echa entonces un cuarto de bote y machaca hasta conseguir triturarlas lo mejor que puedas.

3º Añade al recipiente el alcohol de 96º (el suficiente para que cubra por completo la cayena y crear una pasta) y no pares de remover para que se disuelva bien.

4º Añade tanta cantidad de aceite como de cayena y sigue removiendo hasta conseguir una solución homogénea. El aceite hará que la solución se espese y se adhiera con facilidad a la superficie que vayamos a pulverizar (la cara, los ojos y las mucosas del agresor).

5º Opcionalmente puedes añadir una cucharada de lavavajillas (es irritante y aumentará la viscosidad del producto). Y también de salsa picante. Las salsas picantes de marca son caras, así que te recomendamos usar una de marca blanca. Igual de efectiva y mucho más barata. Hay compas que recomiendan echar un chorro de limón porque también es abrasivo, pero en nuestra experiencia disuelve la grasa del aceite (como también hace el lavavajillas, pero sin aportarle la viscosidad de este) y hace que pierda adherencia. También hemos visto que se recomienda echar ajo, pero hemos comprobado que acaba pudriéndose y dando mal olor y no es cuestión de llevar encima algo que apeste. Pero experimenta por ti misma hasta dar con la mejor receta y ya nos cuentas. Esta es la que usamos nosotras.

6º Tapa la mezcla (un plato vale) y déjala macerar entre 12 y 24 horas.

7º Usa un filtro o colador fino y pasa la mezcla a otro recipiente (recuerda escurrir bien para no perder ninguna sustancia) y de este a un pulverizador (uno de colonia vacío vale) con un pequeño embudo. Intenta que no se te cuele ninguna impureza, grumo o trocito de cayena, porque eso puede obstruir el pulverizador y dejarte colgada cuando más lo necesites.

8º Prueba tu spray de pimienta par de veces antes de dar el trabajo por terminado. Comparte la receta con tus compañeras y que cada una lleve el suyo. Repartirlos a las compis y vecinas y destribuirlos en charlas y eventos, además de su utilidad práctica, puede ser una buena forma de concienciar a las compas sobre la necesidad de defendernos por nosotras mismas y, si se pide una contribución económica voluntaria, también una manera de autofinanciarnos y permitir que el grupo crezca.

“El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente” (Simone de Beauvoir).

Actualidad

(Cuento aparecido en Con A mayúscula, libro editado por @AnarquismoenPDF)Hoy, si todo ocurre según lo previsto, saldrá a la calle E. J. S. Llevaba en prisión desde hace más de 25 años. Es un agresor sexual múltiple y reconocido. Su inminente puesta en libertad ha generado mucha controversia y una gran alarma social.

La televisión ha entrevistado hoy a razón de este asunto a F. Z. R., uno de los laureados agentes del Cuerpo Nacional de Policía que lo detuvo. Lo que los medios no han querido mencionar es que el agente F. se ha hecho tristemente popular en la ciudad por su «actitud inapropiada» con las detenidas. Nadie parece saber, salvo las víctimas y sus compañeros agentes, que en el territorio hermético de las comisarías el policía F. se dedica a abusar de las mujeres que tiene bajo su custodia y que ya son varias las que han sido maniatadas y agredidas. Le gusta especialmente insultarlas mientras las manosea.

Quizás algunas de ellas podrían plantearse recurrir al ilustre juez P. G. G., el mismo que precisamente condenó a E., el violador en serie del que hablábamos al principio de esta nota. Lo que quizás no llegarían a saber es que cada una de sus denuncias serían probablemente archivadas. Y es que el juez P., socio reconocido de asociaciones progresistas de la judicatura y autoproclamado defensor de los derechos de las mujeres, no es sólo gran amigo de F., además se considera bastante tolerante con lo que él denomina «debilidades morales». Cada viernes y sábado por la noche deposita en el bolsillo de su hijo mayor, que acaba de cumplir 18 años, un billete de 100€. Nunca se cansa de decirle, con una sonrisa cómplice: «para que emborraches a alguna». No es la primera vez que una chica se levanta aturdida y amoratada, entre lágrimas y vómitos, de la caseta de invitados, y que el servicio la invita a recoger sus cosas y marcharse.

Precisamente el magistrado P. ha quedado para almorzar este fin de semana con el reconocido político conservador J. A. M., partidario de que el violador E. cumpla íntegra su pena. Varias asociaciones sociales y vecinales han reconocido la valiente labor de este político, que ha jurado hacer todo lo que esté en su mano para impedir la cada vez más próxima puesta en libertad del que ha denominado como «un depredador sexual» y «una amenaza real para todas las mujeres». Mientras J. prepara una rueda de prensa donde piensa darle más bombo a este asunto, ojea despreocupado un informe militar que tiene sobre su mesa. El informe en realidad le atañe directamente, pues no hace mucho era Ministro de Defensa. Aunque no está preocupado en absoluto, le ha mandado una copia a su amigo el juez P. para que opine sobre sus implicaciones legales. Según el informe, la situación en un determinado país de Oriente Medio ya se ha normalizado gracias a la participación de «las fuerzas armadas patrias». Sin embargo, la población civil no para de quejarse por la cantidad de niños y niñas no reconocidos que han nacido desde la ocupación del país por las tropas occidentales y por la cantidad de madres desesperadas que no consiguen adaptarse a la nueva situación. Al parecer la orden de imponer un «estado de terror sistemático», incluyendo «acciones punitivas de todo tipo», ha dado como resultado que el ejército enviado en «misión humanitaria» se haya dedicado compulsivamente a violar a las mujeres y niñas originarias del lugar, ocasionando sangrientas escenas y terribles secuelas. Aumentan los nacimientos no deseados y también los suicidios femeninos. El señor J. sabe bien que él permitió que se cursara la orden que ha provocado todas esas violaciones, que someter a la población local a través del «terror sexual» era parte de la estrategia militar de sus generales, pero no piensa en eso. Piensa únicamente en cómo usar la polémica del «depredador» E. para que todo el asunto de Oriente Medio ni siquiera llegue a transcender.

[Sin firma, inédito]

Alquiler, cuando lo básico se convierte en lujo

Decenas de organizaciones ciudadanas nacen por todo el Estado para hacer frente a la subida de los alquileres, un negocio especulativo impulsado por fondos de inversión y el auge de los arrendamientos turísticos.

Por Ter García.

Aparecido el 4/17/18 en El Salto

Conxita Torner vive en L’Eixample, en Barcelona, barrio en el que nació. Con un contrato de 15 años, pagaba por su piso, donde vive junto a su marido y tres hijos, 1.050 euros. Hace poco le tocó renovar el contrato, y la empresa propietaria de su vivienda —Uisa Sapi— le subió el alquiler a 2.000 euros mensuales. Negociaron y consiguieron que el alquiler se quedara en 1.500 euros al mes para los próximos dos años, y a partir de entonces, 1.600 euros al mes. Un 50% más de lo que pagaban hasta ahora.

Natividad Campodarbe también vivía en Barcelona, concretamente en Poble Nou. Después de 25 años en la misma vivienda, por la que pagaba 600 euros mensuales, recibió una carta en la que se le exigía que abandonara en un plazo de dos meses. Intentó negociar, pero el propietario de su vivienda, que lo es también de todo el edificio y de tres cuartas partes de toda la manzana, le dijo que no. Intentó organizarse con los vecinos, pero ninguno más había recibido cartas para que abandonaran sus viviendas. Buscando pisos por un precio parecido al que pagaba terminó en Tarragona. “Si nos hubiéramos organizado, se podría haber solucionado este problema, pero nadie quiso porque pensaban que no les iba a afectar”, lamenta.

Barcelona es, desde 2015, el municipio más caro de España. No fue en 2017 cuando los precios explotaron en la capital catalana. “En los últimos cuatro años el incremento de los alquileres ha tomado unas dimensiones espectaculares”, explica Joan Balanach, de la Federació d’Associaciones de Veïnes y Veïns de Barcelona (FAVB). Según calcula, entre 2013 y 2017 los alquileres han subido hasta un 40%.

“La parte de la renta destinada al alquiler ya se sitúa casi en el 50% de media”, añade. Un aumento especulativo que, además, según resalta, ha ido unido a la precarización laboral y que lleva irremediablemente a la expulsión de los vecinos de los barrios de una ciudad en la que, según valora esta institución, casi la tercera parte de los hogares vive en régimen de alquiler.

A raíz de esta situación, en mayo de 2017 nació el Sindicat de Llogaters y Llogateres —que ya cuenta con 1.200 afiliados— además de decenas de colectivos de barrios que se han marcado como objetivo revertir el problema de los alquileres. A día de hoy están centrados en la campaña Ens quedem. “Es una campaña contra los desahucios invisibles, que son las expulsiones que se producen cuando no se renuevan contratos o se hace una subida desproporcional del alquiler”, explica Irene Sabaté, miembro del sindicato. “Es la respuesta a las inversiones especulativas que compran edificios enteros para su revalorización, es la propiedad vertical”, añade.

Los fondos de inversión se han lanzado, en Barcelona como en el resto del Estado, al negocio del alquiler. Según explica Sabaté, solo en la presentación de la campaña nombraron a diez de estos grandes propietarios. “Tirando del hilo con la gente que vino a la asamblea contabilizamos unas 3.000 viviendas en Barcelona que pertenecen a este tipo de propietarios, y es solo la punta del iceberg: la propiedad vertical es mucho más frecuente de lo que podamos sospechar”, detalla.

El sindicato, observando también el trabajo sobre este tema realizado por La Directa, ha situado en un mapa las decenas de fondos de inversión y grandes propietarios que se están quedando con Barcelona: Vauras Investment, Norvet, MK Premium… algunos están especializados en vaciar edificios para venderlos multiplicando su precio.

Los primeros en organizarse

Aunque Barcelona sea el municipio más caro, no es el que más vio aumentar la renta de alquileres el pasado año. Este puesto lo tiene Santa Cruz de Tenerife, con un 22,7% de encarecimiento según el portal Idealista —referente de administraciones como el Ayuntamiento de Madrid ante la falta de datos oficiales y cuyos fundadores, según destapó El Confidencial, también meten cuchara en el negocio inmobiliario a través de una sociedad de inversión—.

No es casual que haya sido en Canarias donde surgió el primer sindicato de inquilinos, en su caso impulsado por la Federación Anarquista de Gran Canaria en enero de 2017. “Se deprimen las zonas, se compran por cuatro duros, se revalorizan y los vecinos se van a la calle. No se diferencia mucho del esquema general”, explica Sergio González, miembro del sindicato canario, sobre la situación en las islas.

González señala que la subida de alquileres comenzó en los barrios clásicamente turísticos, pero pronto llegó a los demás: “Ya por menos de 600 euros no consigues un mal apartamento en el extrarradio”. Aunque el problema de la vivienda siempre ha estado presente en Canarias, ha sido en los tres últimos años cuando se ha recrudecido.

Su respuesta: la acción directa con forma de ocupación. No tienen números concretos, pero cifran en medio millar las personas realojadas desde que se creó el sindicato hace poco más de un año. “Ha sido gota a gota, aunque hay algunos casos grandes como la comunidad La Esperanza, en el municipio de Santa María de Guía, donde 76 familias —más de 200 personas— pasaron a vivir en cuatro bloques de viviendas embargados por Bankia.

“Ahora hay un edificio en el que vamos a meter a ocho familias”, continúa González. El sindicato les da apoyo, pero son ellos los que tienen que hacer suyo el espacio, modelo también aplicado por la Obra Social de la PAH. El último caso que ha llegado a este sindicato es el de una pareja y sus dos hijos a los que dieron una semana para abandonar su vivienda. Primero consiguieron que les dieran un mes de plazo y ahora están trabajando en encontrarles un sitio. “Este año en Canarias hay 18.000 o 20.000 demandantes de vivienda, y viviendas vacías hay más de 100.000. Casi todas son de bancos, que son nuestra comida favorita, no particulares”, continúa.

En Baleares también está a punto de nacer un sindicato de inquilinos. Será en Mallorca y está impulsado por el colectivo Stop Desnonaments. El alquiler ha subido un 20% en 2017, y entre un 40% y un 50% en los últimos tres años —según diversos portales de vivienda—, tiempo que coincide con el nuevo ciclo de alquiler impuesto con la última reforma de la Ley de Arrendamientos Urbanos. “Barrios como La Soledad están superdeprimidos y se los están quedando banqueros, narcotraficantes y especuladores”, acusa José Manuel Segura, de Stop Desnonaments.

¿DE DÓNDE VIENE ESTO?

El alquiler vacacional, la entrada de los fondos de inversión por la puerta grande en el negocio del alquiler, la reforma de la Ley de Arrendamientos Urbanos y la falta de parque público de vivienda en alquiler son las causas más repetidas de un problema que afecta a todo el Estado.

En algunas comunidades autónomas, como Madrid o Baleares, se han lanzado a modificar las leyes sobre apartamentos turísticos. Sin embargo, los cambios no han sido dirigidos a frenar su expansión. “Lo que se ha hecho aquí con la nueva ley es legalizarlo, ahora hay 60.000 plazas legalizadas por la Conselleria”, señala Segura en referencia a Mallorca, matizando que lo que sí se ha hecho es diferenciar las zonas saturadas y las que aún no lo están.

En otras zonas de esta ciudad, como la de la Guerrería, Segura señala que las políticas dirigidas a revitalizar el barrio han tenido como consecuencia que una misma empresa se quedara con hasta 21.000 viviendas. “Reforman los pisos y actualizan las rentas, ahora piden 1.500 euros por pisos de 56 metros cuadrados”, añade. “Palma entera está saturada y mientras se permita el alquiler vacacional, que las socimis tengan exenciones fiscales y facilidades para comprar bloques enteros, y la ley permita el alquiler vacacional, esto va ir a peor”, concluye.

Tampoco se ha potenciado hasta ahora la vivienda pública, variable considerada por todos los entrevistados como determinante para frenar la subida de los alquileres. En Madrid, Vicente Pérez, responsable del área de vivienda de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Madrid (FRAVM) señala que entre el IVIMA —instituto de la vivienda de la comunidad— y la EMVS —su equivalente municipal— reúnen una lista de espera de 20.000 familias para acceder a vivienda pública. “No hay oferta pública suficiente ni de lejos, en la comunidad hay más de 200.000 viviendas vacías y ni los ayuntamientos ni la Comunidad de Madrid hacen nada para que este parque salga al mercado”, señala Pérez.

En Catalunya, la situación no es mucho mejor. “Estamos en un 1,5% de parque de vivienda pública y la Ley catalana de Vivienda establece que para 2037 deberíamos estar en el 15%. El ritmo es insuficiente, pero reconocemos que el Ayuntamiento de Barcelona está impulsando este tema”, afirma Sabaté.

“Como en todas las ciudades tenemos un problema endémico de que el tema de las viviendas de protección oficial no ha existido prácticamente en las agendas políticas”, añade Balanach, quien apunta que en Barcelona el problema es tan grave que el Ayuntamiento ha tenido que realojar a 6.000 familias en residencias porque no tienen viviendas suficientes para los casos de emergencia habitacional. “Es una situación dramática, y generalizada en todas las ciudades”, concluye.

 

La fuerza del apoyo mutuo

Como saben todas las personas que siguen el trabajo cotidiano de la FAGC, el pasado 22 de marzo la empresa Endesa dejaba sin luz, y con ello sin agua, a la Comunidad “La Esperanza” (la comunidad autogestionada más numerosa del Estado con más de 70 familias, 200 personas, entre ellas unos 100 menores). La FAGC se encontraba en su momento más delicado, derivando toda la actividad de realojos al Sindicato de Inquilinos de Gran Canaria, acosadas por las enfermedades y la emergencia de cuidarnos. Como dice nuestro querido compa el Acratosaurio Rex, “huyendo [en nuestro caso a un proyecto agrícola en la periferia] para no tener que rendirnos”. Sin embargo, nos limpiamos el polvo de la ropa, nos pusimos en pie y activamos nuestro protocolo de emergencia.

Las vecinas, apoyadas por el SIGC, se organizaron en varias asambleas y decidieron los pasos a dar. Pero su situación también era complicada: les habían cortado los suministros justo en Semana Santa, cuando los días festivos mantienen vacíos muchos de los feudos institucionales ante los que protestar y cuando el interés mediático se concentra en ver pasear a muñecos llorosos y ensangrentados por las calles delante de enormes colas humanas que se rompen la camisa, la piel o los cuernos siguiendo a los guiñoles. Pero no pensaban dejar que las circunstancias les pudieran. Más valía partirse que doblarse.

El Sindicato dedicó mucho de su esfuerzo al apoyo presencial y a la asesoría técnica y la FAGC se dedicó a lo que mejor sabemos hacer aquí las anarquistas: meter mucho ruido y organizar la guerra de tinta y la red de solidaridad. También intentamos tranquilizar a las vecinas a nivel legal por los rumores de desalojo. Todas nos volcamos. Queremos destacar especialmente la labor de un compañero que a pesar de los complicados momentos de salud por los que está pasando se reincorporó para coger el móvil y el teclado, movilizar a sus contactos para que la rueda de prensa fuera un éxito, asesorar a las vecinas, preparar argumentarios y escribir comunicados que han captado perfectamente la sensibilidad y las demandas de “La Esperanza”. Todo el amor para él.

El anterior sábado se convocó una nueva asamblea para preparar la rueda de prensa del pasado lunes día 2 de abril y para afrontar una vez más el tema más duro y complicado: la falta de agua. Los servicios sociales del ayuntamiento, la misma institución que permitió la obra que facilitó el corte de luz, y que hoy se niega a responder a los medios, empieza su presión y sus amenazas veladas sobre el futuro de los menores si la comunidad continúa sin agua. La asamblea decide que, como primera medida de emergencia, debe comprar un motor para hacer funcionar el hidro que llevará el agua a sus casas. Consultan precios y modelos y uno de los más asequibles cuesta unos 1300 euros. Los vecinos sólo cuentan con los fondos que ha ofrecido la FAGC (todo lo que teníamos) y con la contribución de dos hermanos canarios que ofrecieron una ayuda que aún no habíamos pedido. Deciden entonces hacer una derrama de 15 euros por familia, pero saben que tardarán en reunirlos y que no todos podrán aportarlos. ¿Cuánto tiempo aguantarán sin agua antes de que las amenazas de los trabajadores sociales se cumplan?

La FAGC se angustia y nota el dolor de las madres de “La Esperanza” en su propio pecho. Entonces hace un acto casi improvisado y casual, sin demasiadas expectativas, y publica en su cuenta de Twitter una humilde petición de ayuda. En pocos minutos las peticiones empiezan a llegar. La community manager (la palabra nos parece que apesta, pero no conocemos otra) empieza a compartir con los vecinos cada nuevo ofrecimiento de ayuda. Al poco tiempo no da a basto para contestar, los “mil gracias” y los emoticonos de besos y corazones vuelan de sus dedos. No ha pasado una hora y ya hay casi hay 50 donantes. Escribe y llora, y chapotea en un teclado cada vez más humedecido por las lágrimas (y algún moco). De Estados Unidos, Alemania, Portugal, Italia, Catalunya, Euskal Herria, País Valencià, Madrid, Galicia, Asturies, Cantabria, León, La Mancha, Andalucía, Baleares, Canarias, y mil sitios más que desconocemos. Sólo en 24 horas se ha conseguido el objetivo y ponemos fin a la campaña solidaria, pero la gente quiere seguir donando. No sólo quieren ayudar con el motor, sino con las cubas de agua, con el combustible, con una solución definitiva para la luz, con lo que necesite la comunidad. Nos sentimos superadas. No todo es dolor para la FAGC.

El miércoles ya habíamos conseguido 2400 euros. La comisión de “La Esperanza” encargada de ir a comprar el motor recoge el dinero que le entrega la FAGC y se traslada hacia el comercio con el precio más asequible. Finalmente el motor de 6 hp que necesitaban está más barato de lo que habían creído y con 1000 euros pueden comprarlo y tener un importante remanente para pagar combustible y cubas de agua atrasadas. El motor entra en la Comunidad y ésta se convierte en un clamor. Se gritan dos cosas: “¡Ya hay agua!” y “¡Gracias!”.

Esta noche las niñas y niños de “La Esperanza” tienen agua. La angustias y pesadillas de adultos y menores se mitigan. Hoy se ha conseguido una pequeña gran victoria. Y ustedes, que sé que nos leen, han tenido mucho que ver.

El fantasma de los servicios sociales no ha desaparecido, aún queda solucionar el tema de la luz de forma definitiva, aunque sea a medio-largo plazo. Varios colectivos ecologistas de la isla implicados con las energías renovables han contactado con el SIGC para proponer una solución a través de placas solares que posiblemente pueda aplicarse también al resto de nuestras comunidades autogestionadas. El ejemplo de Errekaleor es fuerte, aunque tengamos que adaptarlo a nuestros humildes recursos. Aun queda mucha guerra, pero qué bien sienta cuando puedes sentarte tras la trinchera y saborear la victoria de una batalla junto a tus colegas.

Esto no hubiera sido posible sin ustedes, sin todas esas personas, tras siglas o un nick en una cuenta en una red social, tras la que hay un nombre, una carita, una circunstancia y un corazón. Desde aquí toda nuestra gratitud y amor por haber demostrado que el Apoyo Mutuo es mucho más que un lema. Es tan fuerte que se ha convertido en el verdadero motor que ha impedido que se apague el proyecto de socialización de viviendas más grande del Estado. Ustedes son la FAGC, ustedes son la Esperanza.

Gracias a Alasbarricadas.org, a El Lokal del Raval, al Colectivo Feminista “La Furia”, a Inèrcia Docs, a Calumnia Edicions, a CGT (Airbus Getafe), a CNT Premià, a CNT Jerez, a CNT Sabadell, a los bloques de Cal La Trava y Jahnela, al colectivo M.A.O.N, a Anarquismo en PDF, a Veganismo en Pie, al grupo de afinidad “El Jardí”.

Y gracias a David y Luis, a Israel, a Mireia, a Porrumentzio, a Lanjo, a Cristina, a Ana, a Miguel, a Luis, a Zurra, a Samuel, a Fany, a Elena, a Raul, a los Toños, a Guerrero y Gema, a Hora de Revolta, a Benjamín, a Patxi, a Sara y Ricard, a Andrea, a Guille, a Alex, a Marc, a Marta, a Aurelito, a Mateo Morral, a Rakel, a los Ilusionistas, a David, a Sager, a Dani, a Oti, a Xavier, a Pepa, a Negro, a Gonzalo, a Manuel, a Virginia, a Alfredo, a Juan, a Olga y Jesús, a José Luis, a F. Marco, a ander, a Marisa, a Santa, a Iago, a Neizan, a Mel, a Pablo y Nona, a Wiwutrnb y Sonata, a José, a Faísca, a Pedro, a Sven y Birte, a Pedrito, a Anita, a Daniel, a AnarquistaForever, a Javier, a Yaiza, a la familia Las Cuestas, a Magrit Matrice, a Edurne, a Lorenzo, a Eric y Cel, a Fernando, a Mike, a Carmen, a Antonio, a Amaia, a Esther, a Tito, a Rodri y a muchos otros nombres que no mencionaremos, hasta que nos digan, pero que también han estado y están ahí.

No les olvidaremos, mientras haya memoria.

FAGC

El tweet que desató la avalancha solidaria.

 

El motor que necesitaba la comunidad. Al final la comisión pudo encontrarlo a 1000 euros. 300 menos del objetivo propuesto.
Factura del motor.
Factura del bindón para rellenarlo.
Factura de la clavija para conectarlo.
El motor ya está de camino a casa. La alegría de Tay, una de las portavoces de la comunidad, y otro de los motores humanos con los que ha contado «La Esperanza» estos días.
El motor llega. Las vecinas que no están cargando garrafas de agua o buscándose la vida con distintos trabajos precarios, corren la voz por el patio de la comunidad: «¡ya está aquí el motor!».

 

Algunas vecinas se hacen una foto de familia con el motor. Si alguna vez les preguntan a ustedes qué es el «anarquismo de barrio» les basta con enseñar esta imagen.
Se procede a instalar el motor y a llenarlo de combustible.
Carlos, vecino de la comunidad, «manitas» y afiliado al SIGC, se encarga de que todo esté preparado. También los peques esperan oír arrancar el motor.
El hidro empieza a funcionar por primera vez en más de una semana. Tiene presión y ya puede distribuir el agua a las casas.
La explosión de alegría se desata. Los ojos brillan como brilla «La Esperanza».
Las cuentas bien claritas de Tay. Gracias a ustedes y su solidaridad hay dinero suficiente para combustible, para pagar las cubas de 90 euros los 20.000 litros y para que en no mucho tiempo podamos celebrar también que «La Esperanza» es energéticamente autosuficiente.