Un intento de comunicado
El pasado domingo día 8 de diciembre (2019) el periódico Canarias 7 difundía una “noticia” que tenía a un servidor como protagonista. Iba sobre la detención que sufrí en 2015 a manos de la Guardia Civil de Santa María de Guía (Gran Canaria).
El sesgo de la noticia era muy grave, y sin embargo seguía sin ser lo más importante.
Era grave que se reprodujera gran parte de la versión de la fiscalía dándola como hechos probados; lo era que nadie se pusiera en contacto conmigo, con la abogada que lleva mi caso, ni con las vecinas de “La Esperanza”, para contrastar la falsa información filtrada; lo era también que se me tratara, poniendo mi foto y mi nombre en grandes titulares, como si yo fuera un personaje público; lo era además que se omitiera interesadamente que los guardias civiles que me detuvieron también estaban imputados por torturas y detención ilegal; lo era, por supuesto, que se ignoraran los 3 partes médicos y un peritaje donde se objetivan mis lesiones y se habla de “agresión” y “policontusiones”; y todo eso, siendo muy grave, no era lo más importante.
Lo más importante era que un periodista de dicho periódico llegara a inventarse un cargo contra mí (o mejor dicho, a reproducir el cargo inventado por otros) y hablara de “extorsión”. La invención no era una errata, un error fortuito e inofensivo; era un tiro en la cara para intentar desacreditar al peculiar movimiento de vivienda que tenemos en Gran Canaria.
Reitero que no soy un personaje con un oficio público, que nunca he ejercido cargo alguno de esas características, que he rechazado cualquier intento de coaptación partidista, que ni siquiera he cobrado nunca por aparecer en los medios para defender el derecho a una vivienda digna o hacer propaganda de las ideas anarquistas. Soy un trabajador manual que simplemente lucha con sus vecinas a pie de calle. ¿Encaja eso con el tratamiento dado en la noticia como si yo fuera un político profesional susceptible de ser fiscalizado? Evidentemente, no. Por otra parte, ¿se atrevería un periodista responsable, y el periódico desde el que escribe, a reproducir una difamación gratuita si no creyera que dicha calumnia está confirmada por “fuentes oficiales”? Evidentemente, tampoco. Tener que rectificar y tragarse las propias palabras, como hicieron periodista y periódico el pasado día 12, no es plato de buen gusto para un medio generalista. Sin embargo, que nadie crea que esta rectificación ha sido fruto del trabajo periodístico y la autocrítica profesional. Yo mismo he tenido que facilitar los documentos que acreditan que lo publicado es mentira. Una peligrosa perversión ésa que obliga al calumniado a demostrar que una información es falsa y no al periodista a corroborar la veracidad de lo que publica.
Quizás podría parecer que después de dicha rectificación este intento mío de comunicado es innecesario, pero no quiero ahorrarme las reflexiones que este episodio me ha suscitado. Lo primero es ratificar una vieja lección que nunca debemos olvidar: el poder (en cualquiera de sus formas, incluso en las más patéticas) estudia al adversario antes de golpear y lo hace allí dónde sabe que va a provocar más daños. La falacia es su imperio y conoce bien su recorrido, incluso cuando oficialmente se la saca de circulación. La paradoja como descalificativo, el acusar al enemigo de representar precisamente aquello contra lo que combate, es otra de sus grandes armas. Es lo que hacen los fascistas cuando llaman “nazis” a las antifascistas. Refutar lo obvio es una gran pérdida de energías.
El poder sabe perfectamente que obligar a sus refractarios a combatir la desinformación es, aunque ésta acabe desmontada, cierta forma de victoria. En primer lugar, desmentir una mentira es una buena forma de difundirla. En segundo lugar, enredarse en eso es una manera eficaz de empantanar el trabajo colectivo y desviarlo de otros objetivos. Entonces, ¿el poder siempre gana? No necesariamente. El poder puede ser omnipotente pero no omnisciente: puede poderlo todo, pero no saberlo todo.
Los que han pertrechado esta jugada (que nadie piense en grandes cúpulas, sino en pobre gente muy segura de sí misma apurando una copa en alguna terraza) no saben qué significa ser anarquista. Yo, en mi humildad, soy anarquista, con todo lo que esto conlleva social y políticamente. Si a mí me importaran los rumores, el “qué dirán”, mi prestigio o reputación, hubiera escogido otra definición ideológica mucho más cómoda. No se puede ser anarquista sin reconocer que se está en guerra declarada contra el Sistema, contra el Estado y sus instituciones, contra la propiedad y el capitalismo, y no se puede hacer todo esto, en nuestra sociedad, sin asumir cierta porción de infamia. Intentar herir la imagen de un anarquista es como cortar un merengue: inútil. Eso es lo que el poder desconoce.
El poder tampoco imagina el resto de cosas que asume un anarquista al declararse como tal. Yo, como anarquista, me opongo frontalmente a este Sistema. No confío en su propaganda (aunque a veces nos toque inocular en ella nuestras reivindicaciones anti-desahucios), no espero nada de su estructura judicial, ni de sus sentencias, ni de sus puestas en escena. La policía es el Estado, la fiscalía es el Estado y los jueces son el Estado. Yo soy anarquista, enemigo acérrimo del Estado, ¿qué tratamiento creen que espero de su parte? Estamos predispuestas para lo peor. Aunque suene sorprendente, ya presumíamos que una difamación así pudiera surgir y estamos preparadas para resistir las que vengan. Tarde o temprano nuestra ayuda a familias migrantes en situación irregular puede convertirse sin pudor en una acusación de “tráfico de personas” y nuestra asesoría jurídica a compañeras que ejercen la prostitución en otra igual de absurda de “proxenetismo”. El periodista, como el artista, debería tener algo de libertario y entender que su labor es ejercer contra-poder, fiscalizar a los que mandan y no someterse a ellos. Pero hoy gran parte del periodismo también es parte del Estado. Por todo esto, nada espero del Sistema más que una confrontación constante.
Otra cosa que el poder ignora es que un movimiento social pueda carecer de líderes. Su mentalidad capitalista les impide entender que se pueda impulsar una lucha vecinal sin intereses de por medio, sin cobrar a los afectados, sin ánimo de lucro; su mentalidad jerárquica les impide entender que pueda organizarse algo de forma horizontal, sin jefes y sin subordinados. Creen que aplastando a un portavoz aplastan a un líder, y no ven que detrás de todo esto hay una realidad mucho más amplia protagonizada por decenas de vecinas. Les preocupa un movimiento que no se deja domesticar a través de subvenciones, que no es controlado por ningún partido y que tiene su médula en los barrios. Les asusta que haya algunas anarquistas de por medio porque saben cuál es la dura realidad canaria y son conocedores de que su Sistema no puede seguir parcheándola a golpe de subsidios. Con unos 3.000 desahucios al año, un desempleo galopante, una pobreza que ya supera a más de la mitad de la población canaria y una de las infancias más pobres de la Europa política, no les preocupa hallar soluciones; les asusta que haya quien señale a los culpables.
Y por último hay otro asunto que el poder también parece desconocer: no estamos solas. Por todo el Estado, e incluso fuera de sus fronteras, son muchas las compañeras que están a nuestro lado cuando vienen mal dadas. Hermanas que amplifican nuestra voz, que pintan las calles, que dibujan su rabia y nos apoyan, hombro con hombro, espalda con espalda. Caer en silencio ya no es una posibilidad. Los profesionales de la mentira deben comprender que tienen en frente a profesionales de la resistencia. El camino es duro y lo será aún más de aquí en adelante. Judicialmente tocará resistir para ganar tiempo y que la lucha antirrepresiva no absorba demasiados de nuestros esfuerzos. Hay que asumir la casi certeza de una condena de cárcel con cuya suspensión provisional trataran de desactivarme durante los próximos años. Mediáticamente debemos seguir tejiendo un discurso antihegemónico y asumir que si a veces para dar la cara hay que tapársela, hoy me seguirá tocando mostrarla para evitar los peligros del anonimato, el mismo que alimenta cunetas y desapariciones. Nuestra lucha es pública y no puede ser de otra forma cuando se intenta articular un movimiento vecinal y barrial de masas. Pero sabemos que en todos y cada uno de esos baches, conflictos, victorias y derrotas, tendremos a muchas compañeras de nuestro lado, desconocidas íntimas, personas muy cercanas desde la distancia, miembros de la FAGC que quizás ni siquiera necesitan sentirse anarquistas y que tal vez jamás pisaron nuestra isla. A todas ellas sólo puedo y podemos darles las gracias, terminar este inusual comunicado dedicándoles mis últimos pensamientos y esta frase de Edward Abbey:
“Disfruten de su propia vida. Mantengan la cabeza alta y unida al cuerpo, y su cuerpo activo y vivo. Y yo les prometo que todo saldrá bien. Les prometo una dulce victoria sobre nuestros enemigos, sobre los hombres atados a un escritorio, sobre las mujeres con el corazón dentro de una caja fuerte y la mirada hipnotizada por los números de una calculadora. Les prometo que sobreviviremos a esos cabrones”.
Ruymán Rodríguez