Cristina Barrial: «A tu teoría le faltan desayunos»

Excelente artículo de opinión de Cristina Barrial en el digital «La Marea«. Desde nuestra modesta organización, sólo podemos darle las gracias.

 

Pizarra en la que aparece el menú del Programa de Desayunos de la FAGCTras los cuatro kilómetros de la playa de las Canteras se atisba el barrio de La Isleta. Sobre el papel es ese pequeño cuernecillo afilado que le sale a Gran Canaria por la derecha, pero en sus carnes es una de las zonas de la isla más castigadas por los procesos de gentrificación y con mayor proporción de población migrante. El pasado domingo, esta zona portuaria amaneció con mesas repletas de fruta fresca, zumo de naranja, tortitas y pan untado en tomate como parte del Programa de Desayunos Gratuitos de la Federación Anarquista de Gran Canaria. Un auténtico banquete. Y es que ante titulares demoledores -el 35% de las menores en esta comunidad autónoma están malnutridas-, la gente que vive en la isla, la que se encarga de hacerla vivible, plantea soluciones.

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Las corrientes anarquistas clásicas

Desde la FAGC vamos a hacer un poco de trabajo estrictamente teórico. No es lo que más nos gusta, pero lo vemos necesario a causa de la enorme confusión que hay sobre las corrientes anarquistas históricas, y también a causa de los intentos de manipulación y absorción espurios por parte de capitalistas, fascistas y gentuza similar.

Antes de entrar en materia vamos a clarificar algunos conceptos básicos: Sigue leyendo Las corrientes anarquistas clásicas

Prólogo de «Visca la terra i visca l’Anarquia (2)»

Fuente: Prende la paraula

Prólogo

No tengo el gusto de conocer personalmente a Jordi Martí Font, pero, a pesar de ello, creo poder afirmar que tiene algo de temerario. Temerario es, por lo menos, que invite a un servidor, un apátrida, a escribir, desde Canarias, un prólogo para un libro que va sobre la relación del anarquismo con la cuestión nacional catalana.

El trabajo de compilación de documentos realizada por el autor, la cronología que traza sobre esta reedición del conflicto catalán conocida como el procés, son de por sí de gran interés –aunque no se comparta su tesis de fondo– por el simple hecho de que permite sistematizar los acontecimientos, las posturas y reacciones ante un fenómeno muy mal entendido fuera de Catalunya e incluso, según parece, también dentro.

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Un juicio

En unas semanas seré enjuiciado y también, indudablemente, condenado. Se me acusa de un delito de «atentado a la autoridad» (poético, para un anarquista) y se me pide un mínimo de 1 año y 6 meses de prisión y 770 pavos de multa. Todo esto por supuestamente haber dado en 2015 una patada a un guardia civil en el cuartelillo donde se me retenía y torturaba con la finalidad de intimidarme y desestabilizar el proyecto autogestionario de vivienda de la Comunidad «La Esperanza», ubicada en el municipio grancanario de Guía.

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Una historia de violencia

Año 2021. Plena distopía pandémica. Vivimos en una película/pesadilla de Cronenberg y aún nadie ha dicho «¡corten!». Seguimos bajo el imperio del Covid mientras los negacionistas reaccionarios afirman que el virus es un invento para «socavar Occidente». Como si Occidente necesitara ayuda para socavarse… La interactuación social y el ocio público y gratuito han quedado proscritos y sólo se toleran dos actividades callejeras: la producción y el consumo. Los últimos estudios han descubierto que el virus se pone chulo cuando cae la noche y por eso se ha decretado el toque de queda. Por el contrario parece que tiende a palmarla cuando entra en contacto con los centros de trabajo y las escuelas. ¿No será que no hay actividad laboral si las obreras no tienen dónde aparcar a sus hijos? No seamos mal pensados, eso significaría anteponer la producción a la salud, el margen de beneficios empresarial a la vida de los trabajadores, la regular marcha del capitalismo a la integridad de los escolares, y eso sería violencia. Y ya conocen el discurso del Sistema sobre la violencia…

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Desde mi trinchera: sobre la derechización de la izquierda y la guerra social

Publicado originalmente en La Soli

En nuestros barrios se está librando una guerra. Silenciosa y lenta, pero guerra al fin. Hay una guerra cotidiana, contra el hambre, el desempleo, los desahucios y, a veces, de vecinos contra vecinos, pero también hay una guerra social de mayor envergadura. Es una guerra ideológica, aunque nadie de mi alrededor le daría ese nombre.

Escribo esto desde mi viejo móvil, sentado en el banco de una plaza. Estoy haciendo tiempo hasta que lleguen las vecinas y afiliadas del recién reconstituido Sindicato de Inquilinas de Gran Canaria. [1]  Nos queda por delante una mañana de gestiones administrativas en el ayuntamiento. Tenemos encima un proceso de desahucio masivo. ¿Por qué las vecinas contactan con unas anarquistas para detenerlo? Porque nos conocen, lo primero; porque les hemos demostrado que sabemos de lo que hablamos; porque somos eficaces. Sin el contacto, el conocimiento y la eficiencia bien podrían haber buscado otra mano. No es la ideología en abstracto lo que les une a nosotras. Ese proceso, de preguntas y respuestas, de curiosidad por lo que significa “anarquismo”, de comentarios por lo que han visto en Youtube, se dará algo más adelante, quizás hoy mismo, pero siempre después de entablar una relación de cercanía y demostrar la solvencia de las propias herramientas. Es lo que hace que en esa guerra no abiertamente declarada que les comentaba antes, estas vecinas estén en nuestro bando y lo hagan suyo. Pero el enemigo, toca admitirlo, bien podría habérsenos adelantado. De hecho, casi siempre, parte con ventaja.

En los barrios compiten diariamente fórmulas organizativas y de confrontación con la realidad antagónicas y excluyentes. De hecho se despedazan y mutilan a diario. A veces hasta mueren ante nuestros ojos.

Ningún sistema de ideas es más fuerte en los barrios que el que emana del capitalismo. Es muy difícil competir con él, ni siquiera plantarle cara. El consumismo es ley sagrada, por encima de cualquier precepto religioso y afectivo. La burguesía progresista no entiende que se dé este fenómeno entre los pobres. Parece que creen que los anuncios y vídeoclips, las vallas publicitarias, las películas y demás artefactos comerciales están codificados y no son accesibles para los que no tenemos recursos. No queridos, lo que sale en las televisiones de ustedes también sale en las nuestras y nos ordenan lo mismo. Nos dictan que para ser seres humanos completos estemos dispuestos a prescindir de lo básico, pero no de electrodomésticos, de marcas, de vehículos, ni de todo lo que ustedes tienen pero sin renunciar nada. Ya explicaba Galeano que en hogares donde falta leche sí hay Coca-cola. [2]

También en el barrio hay fascismo, y no debemos infravalorar este hecho. Un fascismo informal, sin  desfiles militares ni marchas con antorchas, pero fascismo en esencia. Esa necesidad de “un hombre fuerte”, de un líder que ponga orden, que esté dispuesto a meter “mano dura”, es muy común. El culto a la fuerza bruta, a la “hombría”, prepara el terreno para el machismo menos retórico, aun en comunidades impulsadas y construidas mayoritariamente por mujeres. El racismo, la búsqueda de un enemigo exterior, de un culpable identificable por su color y acento, no por su bolsillo, es otro recurso recurrente, también en barrios multiculturales. El fascismo sociológico y cultural antecede al político.

Pero ¿podemos quejarnos de que eso pase en los barrios cuando la izquierda bien formada y educada, la izquierda universitaria, la izquierda politizada, de asamblea o partido, de terraza y Gin tonic, está cada vez más derechizada?

Bramamos contra el auge de los partidos de extremaderecha sin ser capaces de mirar más allá de nuestras narices. La sociedad se derechiza cuando hasta la izquierda política, los movimientos sociales, o incluso el anarquismo, están cada vez más derechizados.

Ciegos de determinismo positivista, creemos que todo necesariamente siempre va a mejor, que nuestra izquierda de hoy tendría que estar necesariamente más evolucionada que la de hace décadas. La realidad es que nuestra izquierda contemporánea apesta a espacio cerrado, involuciona año tras año y no deja de desplazarse hasta posiciones cada vez más conservadoras y reaccionarias. Más allá del aspecto simbólico, en muchas ocasiones es imposible diferenciar el discurso y la políticas de la izquierda de las de la derecha.

Tenemos una izquierda casposa comprando el discurso antimigración de la extremaderecha, a una cohorte de señores rojos, intelectualmente seniles, hablando de “buenismo” y de que “aquí no caben todos”, mientras alaban las políticas fascistas de Salvini, Le Pen o Trump. Tenemos una izquierda demagoga, alérgica a la diversidad, envidiosa de las fórmulas populistas empleadas por la derecha para despertar los más bajos instintos. Una izquierda de puro, copa de coñac y peña taurina que nos explica desde las estanterías del Corte Inglés que el problema de la clase obrera son sus distintos adjetivos sociales y no que el capitalismo la haya precarizado y atomizado laboralmente.

Tenemos a una izquierda patriótica desatada, borracha de ultranacionalismo español. El conflicto catalán ha dejado al descubierto el chovinismo y el fanatismo patriótico de una izquierda ciega de banderas, más preocupada por mantener la integridad del Estado que por tumbar reformas laborales, leyes de extranjería o rebajar la edad de jubilación. Una izquierda que intenta exportar de forma acrítica la narrativa de “patria o muerte” de los países colonizados, sin asumir que eso no vale cuando tu país ha sido el colonizador, el imperio. Después de 40 años de dictadura, aún esperan rescatar banderas pintadas en charcos de sangre y que el nombre de España no produzca arcadas o escalofríos.

Tenemos también incrustado en el movimiento feminista corrientes ideológicas acostumbradas a disparar horizontalmente y nunca verticalmente, subescuelas que odian más a las putas que a la prostitución, que discriminan a las mujeres trans y las llaman “señores con tetas”, sin sentir el más mínimo espasmo de vergüenza al reproducir el mismo argumentario machista que legitima la esclavitud fundada en el género. Han levantada su iglesia sobre un altar innatista, y prefieren por compañeras de barricada a ministras, banqueras, policías, militares y reinas, antes que a putas, presas, migrantes, pobres y paradas. Su mayor enemigo no es el patriarcado, sino las putas organizadas y las mujeres trans gritando feminismo.

Tenemos, en fin, una izquierda profundamente gilipollas, conservadora y tan derechizada que ya no es posible distinguirla de las opciones reaccionarias.

¿Cómo podemos quejarnos del avance social de la derecha cuando se ha renunciado a presentarle batalla callejera en beneficio de una vía electoral racionalizada, cuando no directamente defendida, incluso por libertarios? Cuando hasta dentro del anarquismo –esa tendencia socialista que siempre se consideró opuesta a la conquista del poder político y se caracterizó por su abstencionismo [3] – empiezan a surgir voces que minimizan los efectos de la participación institucional, eso significa que todo el arco ideológico, todo el espectro político y social, ha girado en bloque hacia la derecha.

Ante la derechización integral que estamos viviendo, el anarquismo debería marcarse un rumbo claro e inequívoco: si todos desfilan hacia arriba, a nosotras nos toca marchar hacia abajo. Por vocación y necesidad, ese fue nuestro papel en todas las escenas históricas de la tragedia social. Nosotras, con independencia de nuestra propia ascendencia, siempre nos situamos entre las oprimidas y marginadas, sin segregar ni discriminar, sin mutilar diferencias ni tratar de meter la individualidad en un molde uniforme. Ese fue el campo de trabajo de las anarquistas de todas las épocas y también, a pesar de las excepciones, ese fue el ambiente en el que más se las aceptó, porque siempre hubo motivos sociales, económicos, e incluso culturales, para ello.

Y es que en esa guerra ideológica subterránea, innombrada, no sólo hay capitalismo y fascismo, también queda un reducto para el comunismo libertario. En los barrios, aunque cada vez menos, aún sobreviven códigos solidarios. El apoyo mutuo no ha sido completamente erradicado. De hecho lo común sobrevive aún en algunas comunidades de vecinos. Familias que comen indistintamente en unas casas y en otras, que recogen a los hijos de sus vecinos a la salida del colegio tal y como hacen con los suyos, que se mueven juntos en coche cuando estos escasean. Niños que duermen en casas de sus vecinos, que meriendan cada día en una cocina diferente, que son cuidados y queridos por personas con las que no comparten ninguna relación consanguinea. Ese vínculo, cada vez más débil y desvirtuado, aún no ha muerto en algunas de nuestras comunidades. En los barrios, rodeados de confidentes y chivatos, sobrevive el odio a la policía, el desprecio al colaboracionista. Y también se mantiene el rechazo a la legalidad que nos impide sobrevivir, la hostilidad al sistema judicial y sus cárceles. Además, y a pesar de la labor estatólotra de las instituciones, con su dependencia y paternalismo, con el cordón umbilical de acero que supone para los más pobres las ayudas y los subsidios, subsiste el deprecio al político y la desconfianza hacia los grandes poderes estatales. El anarquismo, sin ese nombre, sobrevive en los barrios. Son las anarquistas las que no sobreviven en ellos.

Ciertamente estas fórmulas pierden cada día más terreno, y en algunas barrios están en total decadencia. Si antes se escupía al suelo cuando se veía pasar un coche de policía, ahora a nadie le extraña que uno de nuestros vecinos, en ocasiones el mismo que pasa hachís o tiene a los padres viviendo de okupas, esté “estudiando” para policía. La mentalidad del “sálvese quien pueda” ha sustituido en muchos sitios esos códigos internos de solidaridad que antes comentaba. El aplastar al débil, aprovecharse y sacar tajada es casi el ABC de algunas de nuestras calles.

Sin embargo, con todo y eso, el campo de trabajó óptimo –aunque duro y arriesgado– del anarquismo está ahí: en frenar ese deterioro acelerado de los valores solidarios y en reforzar el rechazo contra el Sistema, radicalizar el conflicto entre Sociedad y Estado, entre Comunidad y Capitalismo.

Sin embargo, la práctica cotidiana del movimiento libertario no suele ir por esos derroteros. En realidad hay dos tipos de militancia: para convencidos y para convencer. Se suele preferir la primera, es más cómoda y permite largas conversaciones sobre pequeños detalles revolucionarios; pero es con la segunda con la que se crece y se hace revolución. Pensar sin actuar siempre fue más fácil que actuar pensando. Ciertamente las ideas son muy importantes: son el motor que inician y continúan los proyectos políticos. Pero creer que su solvencia en el plano intelectual basta para que lleguen a la gente es algo terriblemente ingenuo. Numerosos filósofos y pensadores han acabado asumiendo la anarquía como “el fin ideal de la humanidad”. Hay pocas personas que, mientras sean tolerantes, desprejuiciadas y con una mente abierta, no acaben reconociendo después de una conversación que sería “el sistema más deseable”, por mucho que lo definan como utópico. Hasta los marxistas clásicos reconocían que el objetivo final del socialismo era una sociedad comunista sin clases y sin Estado, es decir: la anarquía. La fuerza intelectual del anarquismo es evidente para el interlocutor “formado”. Pero esto, por sí sólo, es sólo un poco menos que nada. La mejor idea, mientras no se materialice ni intervenga en la vida real de la gente, vale tanto, a efectos prácticos, como la peor.

La teoría anarquista puede sofisticarse o simplificarse cuanto se quiera (mejor esto último), pero por atractiva que intentemos presentarla, por persuasivo que nos parezca su soporte, nunca transcenderá del terreno de las hipótesis si no se acompaña de una práctica anarquista. Es éste el verdadero escollo que debemos salvar y contra el que recurrentemente ha tropezado el anarquismo.

La alternativa libertaria siempre había sido inminentemente masticable, tangible, concreta. Si estaba errada o era cierta podría demostrarse a los pocos minutos de enunciarla. Bastaba una huelga, un conflicto laboral o social, para ver en qué quedaba eso del apoyo mutuo y la acción directa. En un período de revoluciones, como fue el que transcurrió entre 1871-1936, nuestras propuesta fue sometida a varias pruebas de fuego. La fuerza y la debilidad del programa anarquista residía ahí: en que su validez o ineficacia podía contratarse en el propio terreno de la revolución práctica, en el mismo campo de la vida. ¿Y no es eso lo que, por suerte o por desgracia, ocurre con el resto de planteamientos políticos y sociales? Lamentablemente, no. La mayoría se escudan en elementos abstractos, inaprensibles, etéreos, que, a lo sumo, culminarán en el más allá (sea esto una interminable etapa intermedia o la ascensión al cielo), y que por tanto no pueden contrastarse aunque sometan a la gente, diariamente, a una vida miserable.

Asumir que el problema que padecemos es el sistema político y económico en su conjunto, conlleva una solución compleja y comprometida, atacar a estructuras de poder que están dispuestas a defenderse con un arsenal mucho más amplio que el nuestro; asumir que son los migrantes o cualquier otro chivo expiatorio, colectivos humanos identificables, criminalizables, en los márgenes del poder, sólo requiere dos cosas: irreflexión y odio. Es un planteamiento que ya desarrolló Hans Magnus Enzensberger en El corto verano de la anarquía (1972): defender la religión, la santidad de  un carpintero o la grandeza inmortal de la patria no requiere una demostración práctica; defender un modelo de autogestión que garantice el techo, una alimentación suficiente, la igualdad económica y la libertad política si requiere una demostración sobre el terreno [4].

El anarquismo huye cada vez más de este terreno de los hechos concretos, y cuanto más se escuda en la sofística, en la doctrina convertida en dogma y no en praxis, más se escora a la derecha, porque pierde el contacto con el medio natural que lo radicaliza: la calle, la mugre, el pueblo, o como carajo quieran llamarlo.

La izquierda hace ya mucho que se alejó de la gente real, a la que ve como en un cuadro naturalista del siglo XIX, con una caricaturización (toda idealización lo es) de un obrero que sólo puede ser hombre, blanco, heterosexual y de mediana edad. Cree ser “pragmática” al aludir a este arquetipo, y eso sólo demuestra que hace mucho tiempo que no pisa un barrio o un tajo, donde el sustantivo obrera, desempleada o desahuciada puede recibir el adjetivo de migrante, trans o lesbiana. Y el anarquismo, por complejo o comodidad, le acompaña, cada vez más, en ese viaje hacia ninguna parte.

Sí, la sociedad está derechizada, y la culpa es en gran parte de la propia izquierda. ¿Por qué ha perdido el rumbo marcado por pensadores centenarios, ha ignorado los viejos decálogos y ha abrazado las ideologías posmodernistas y fluidas? No, porque ha abandonado su barricada al lado de la gente de a pie para abrazar posturas cada vez más clasistas, conservadoras, discriminatorias y reaccionarias. Esa es nuestra realidad, la que debemos enfrentar a la cara. Al borde de que se cumpla el centenario de la irrupción histórica del fascismo, ¿podemos hablar de un resurgimiento totalitario, de una preponderancia de las ideas que nos abren las puertas de los hornos crematorios? Sí, y repito, es en gran parte responsabilidad de una izquierda inminentemente retrograda.

Cuando la izquierda se vuelve fascista, el fascismo se vuelve hegemónico.

 

Ruymán Rodríguez

 

REFERENCIAS

[1]Inicié este texto a mediados de diciembre del 2018. Hasta hoy, agosto de 2019, después de 8 meses de intensa militancia habitacional, no he tenido tiempo de retomarlo y terminarlo.

[2]“Las masas consumidoras reciben órdenes en un idioma universal: la publicidad ha logrado lo que el esperanto quiso y no pudo. Cualquiera entiende, en cualquier lugar, los mensajes que el televisor trasmite. En el último cuarto de siglo, los gastos de publicidad se han duplicado en el mundo. Gracias a ellos, los niños pobres toman cada vez más Coca-Cola y cada vez menos leche, y el tiempo de ocio se va haciendo tiempo de consumo obligatorio” (Eduardo Galeano, Patas arriba: Escuela del mundo al revés, 1998).

[3]Para el historiador José Álvarez Junco,aunque pueda parecer una simplificación, el “anarquismo se distinguía de cualquier otro movimiento político contemporáneo por su antipoliticismo”, según él esa era la “carácteristica verdaderamente definitoria del anarquismo” (intervención en La víspera de nuestro tiempo. Diálogos con la historia, en el programada dedicado al anarquismo del 5 de enero de 1982). Para más información leer la recurrente tesis del mismo autor La ideología política del anarquismo español, 1868-1910 (1976).

[4]“[…] Las  promesas  del  fascismo  estaban  más  allá de  toda práctica  posible,  desde  el  principio.  Se  excluía un  conflicto  con  la realidad social. ¿Quién podría definir racionalmente lo que exige el honor de la nación española o a qué aspiran los deseos de la Santa Virgen? El cielo no suele desautorizar a sus beneficiarios ideológicos.  Cuanto  más  trascendentales  son  los  valores  que  invoca  una ideología,  tanto  más  grande  suele  ser  la  falta  de  escrúpulos  de  sus defensores.  […] Fue  precisamente  la  total  irracionalidad  de  sus  consignas  lo  que favoreció la fascinación ideológica del fascismo. En España, como antes  lo  había  hecho  en  Italia  y  en  Alemania,  el  fascismo  activó fuerzas inconscientes en cuya existencia la izquierda no había reparado: temores y resentimientos que existían también en el seno de la  clase  obrera.  Lo  que  los  anarquistas  prometían  y  no  pudieron realizar  era  un  mundo  completamente terrenal,  un  mundo  enteramente futuro en el cual desaparecían el Estado y la Iglesia, la familia y la propiedad. […] En cambio, el fascismo ofrecía el pasado como refugio, un pasado  que  naturalmente  nunca  había  existido.  El  odio  contra el  mundo  moderno,  que  tan  mal  había  tratado  a  España  desde  el Siglo de las Luces, pudo encastillarse en una Edad Media ficticia, y la  identidad amenazada  se  aferró  a  las  rejas  institucionales  del Estado autoritario”. (H.M. Enzensberger, op.cit.).

 

 

Kuwasi Balagoon: un antecesor moderno del anarquismo de barrio

Kuwasi Balagoon en una de sus últimas imágenes en la cárcel, durante una entrevista televisiva (foto editada para la ocasión por la FAGC).

En los Estados Unidos de América de los años 60 y 70, la lucha antirracista, inicialmente impulsada por el movimiento de los derechos civiles de mediados de los 50, fue derivando en un movimiento de liberación negra bastante combativo y articulado de forma callejera. La organización más emblemática, más alejada de la sofistica religiosa y con los pies en el barrio, fueron los Panteras Negras. Aunque convertida en un referente de la cultura pop, realmente poco se han estudiado sus vicisitudes internas, tendencias, éxitos y fracasos fuera de los EE.UU. La figura del militante armado es hoy un icono, pero fueron un referente en otros campos menos épicos, como su programa de desayunos para alimentar a los niños pobres de barrios como Harlem. En Gran Canaria, varias décadas después, la FAGC se dio cuenta de la importancia de conjugar conflicto con fabricar tejido barrial cuando la propia policía, previa detención, llegó a recomendarnos que mejor nos dedicáramos a quemar contenedores y dejáramos de joder realojando a familias sin recursos.

Foto emblemática de la primera gran acción pública de «Black Mask» (Máscara Negra) antes de convertirse en los «Motherfuckers»: una manifestación en Wall Street.

Rodeados por un movimiento contestatario juvenil masivo con demasiada tendencia a caer en el simple folclore, el abuso de drogas y la espiritualidad psicodélica, los Panteras supieron mirar a los barrios negros empobrecidos y empezar a construir desde la base. Es una deriva que también se produciría en grupos como los libertarios Motherfuckers1 (los “Hijos de puta”), que de grupo dadaísta dedicado a las performance de “terrorismo artístico” pasó a organizar a muchos jóvenes marginados de Nueva York y a impulsar proyectos de okupación de viviendas y reparto de víveres. Sin embargo, pocos causaron tanto impacto en el imaginario colectivo como los Panteras.

Sin embargo, es importante analizar los aspectos críticos del colectivo para sacar una lección lo más completa posible de su trayectoria. Fue la represión la que en gran parte acabó con la época dorada del partido, pero sería muy pueril reducirlo a eso. El dirigismo y la férrea jerarquía, propias de una organización de mayoría marxista-maoísta; el culto a la personalidad, que salpicaba a toda la organización con las distintas mierdas de sus líderes2; el machismo (en una organización con gran número de mujeres); el ultranacionalismo ciego; la corrupción y la absorción por parte de la sociedad del espectáculo, acabaron carcomiendo a los Panteras por dentro, por no hablar de la cárcel, los asesinatos ordenados por el gobierno, las infiltraciones, el control social obtenido con la introducción estratégica de la heroína en los barrios afroamericanos y la participación del FBI, e incluso la CIA, en su eliminación física3.

Esta lectura crítica no sólo podemos hacerla hoy desde la distancia; en su época también fue hecha por una minoría de Panteras que empezaban a desconfiar de los cuadros dirigentes, las vanguardias y los programas revolucionarios parciales. Una minoría que ya no podía conformarse con el marxismo-leninismo, el maoísmo o el simple nacionalismo, y que derivó hacía el anarquismo. Una de las voces más lúcidas de esta corriente fue Kuwasi Balagoon.

Nacido en Lakeland (Baltimore), en el Estado norteamericano de Maryland, como Donald Weens en 1946, el joven Balagoon pertenecía a una familia de funcionarios (clase media, le dicen) y se mantuvo durante toda su adolescencia ajeno a los problemas políticos (no acudió a la Marcha sobre Washington de 1963 porque tenía entrenamiento de fútbol americano). Ese mismo año, sin embargo, se produjeron varios movimientos comunitarios en su barrio que acabaron siendo policialmente reprimidos y empezó a interesarse por las reivindicaciones vecinales, en un momento en el que el debate entre resistencia pasiva y resistencia armada, posturas personificadas respectivamente por Martin Luther King (1929-1968) y Malcom X (1925-1965), estaba en su apogeo.

Instantánea del histórico pero breve encuentro entre Martin Luther King y Malcom X en Washington D.C. en 1964.

Sin embargo, fue cumpliendo el servicio militar donde Balagoon sintió el racismo de los oficiales blancos de forma más cruda, sometido a los tratos más humillantes y realizando las labores de las que se excluía a los blancos. Gracias al ejército, no obstante, pudo viajar al Estado español y al británico, y esto, sobre todo por su relación con las comunidades negras londinenses, terminó de darle la perspectiva política que buscaba.

De regreso a EE.UU. se muda a Harlem y empieza a implicarse activamente en la vida del barrio. Participa en un movimiento para organizar a los inquilinos y tiene los primeros contactos con los líderes comunitarios, principalmente nacionalistas negros. Organiza huelgas de alquileres, piquetes antidesahucios y otras formas de resistencia activa contra los abusos de los caseros. El hecho de que en alguna ocasión los vecinos acudieran a las negociaciones armados con machetes ejercía un curioso efecto persuasor en los propietarios.

Un militante de los Panteras al lado de una pintada que reza: «Panteras Negras, el partido para la autodefensa».

El Partido de los Panteras Negras se funda en el 1966 y su crecimiento en las dos costas (Oeste en Oakland, California, y Este en Harlem, Nueva York) coincide con la época en la que Balagoon es residente y organizador comunitario en Harlem. Mientras el movimiento del Oeste es muy dependiente de los personalismos, en Nueva York se usa una mirada más global tendente a construir conciencia colectiva y una conexión con otros movimientos internacionales. Es entonces cuando Donald Weens cambia su nombre anglosajón por el yoruba Kuwasi (“Nacido en domingo”) Balagoon (“Guerrero”).

 

Ya en los Panteras, se implica en los proyectos sociales del partido, en las reclamaciones educativas y sanitarias, en el programa de desayunos infantiles y en la alianza táctica que se establece con los jóvenes puertorriqueños del Partido Young Lords4 (“Jóvenes Señores” o “Caballeros”) para resistir la subida de los alquileres y enfrentarse al matonismo policial.

En 1969 cae detenido en una operación represiva masiva que trata de desarticular a los Panteras encarcelando a los 21 miembros más destacados de la organización. Las fianzas en su conjunto ascendían a más de 2 millones de dolares. Fue en la cárcel cuando se produjo el primer coqueteo de Balagoon con el anarquismo. Después de un motín y varias campañas de protesta organizadas desde dentro de la prisión, Kuwasi empezó a darse cuenta de que sólo la autoorganización horizontal permitía a los presos articular sus distintas demandas, sin someterse a las directrices de ningún partido. Sin embargo, aún faltarían unos años para que empezara a estructurar un pensamiento anarquista consciente.

Logo del BLA en el que puede leerse la consigna: «libertad, unidad y lucha».

La represión causó estragos en los Panteras y muchos de los líderes impusieron una estrategia de conciliación social para evitar volver a acabar entre rejas. En Nueva York surgió un sector disidente opuesto a este nuevo rumbo y dispuesto a pasar a la clandestinidad: era el Ejército Negro de Liberación (Black Liberation Army), y Balagoon estaba entre ellos. El BLA (según sus siglas en inglés) era una organización armada dispuesta a repeler las agresiones gubernamentales, sobre todo de su policía federal; a combatir el narcotrafico en las comunidades negras; a preparar fugas de prisioneros o a realizar golpes de mano. Varios miembros del BLA, como Ashanti Alston (1954) o el propio Balagoon, evolucionarían posteriormente hacia el anarquismo.

Después de distintas expropiaciones y algunos consiguientes tiroteos, es detenido a principios de los 80 y condenado a 75 años de cárcel. Es en esta última etapa carcelaria donde se declara netamente anarquista (como Bakunin, fue en sus últimos años de vida cuando, después de una larga militancia revolucionaria, asumió el ideario anarquista5). Durante su reclusión leyó a autores como Emma Goldman (1869-1940) y pudo reflexionar detenidamente sobre los errores cometidos por el Partido de los Panteras Negras: su vanguardismo, su jerarquía interna e incluso su negativa a conceder importancia al desarrollo individual. Este último aspecto era importante para Balagoon pues el partido era especialmente insensible en temas como la libertad sexual. Quizás a alguien que desconozca el estado actual de la izquierda le resulte paradójico, pero las posturas puritanas intransigentes, cuando no directamente homofóbas, eran muy comunes en el movimiento negro de liberación. Las voces que cuestionaban esta contradicción, como la de Audré Lorde (1934-1992), tardaron en ser escuchadas y aún hoy, en la mayoría de movimientos sociales, los discursos “anti-diversidad” se articulan con suma facilidad. Durante mucho tiempo, la bisexualidad de Balagoon se trató de ocultar deliberadamente en los pocos homenajes y reconocimientos que se le dedicaron en Norteamérica.

Murió en prisión en 1986 (aún no había cumplido los 40) por una neumonía que se le complicó en los años en los que el SIDA (cuyo primer caso diagnosticado es de 1981) aún se consideraba una “enfermedad de homosexuales”.

Como anarquistas, el legado que nos dejó Balagoon alude a nuestra realidad cotidiana. Puede que algunos puntos de su teoría no parezcan extrapolables a todos los contextos (como el tema de la lucha armada en la flácida Europa del siglo XXI) y que otros, como el tema del nacionalismo, hoy pequen de demasiada simpleza. Después de los fracasados procesos de descolonización de las distintas naciones africanas podemos concluir que la independencia vale muy poco como proceso político si no se acompaña de una independencia económica. Creer que hoy los territorios africanos, o los del resto del “Tercer Mundo” al que reiteradamente alude Balagoon, están descolonizados porque tienen parlamentos y gobiernos propios, es ignorar su economía intervenida por las antiguas metrópolis y por las multinacionales convertidas en los nuevos imperios. La emancipación sigue siendo un proceso eminentemente social y económico del que las formas políticas deben ser efecto y no causa. Si una persona pobre se cree libre porque puede votar a un representante con el que comparte color y lengua, pero no hambre, es que hemos reducido la libertad a un aspecto formal. Sólo los pueblos económicamente libres pueden dotarse de instituciones libres, nunca al revés. Sin embargo, el llamado de Balagoon a implicarse en todas aquellas luchas de los oprimidos contra los opresores, a radicalizarlas aunque inicialmente parezcan no tener relación directa con las ideas anarquistas, plantea la necesidad imperiosa del anarquismo de intervenir en los movimientos de masas o de quedar reducido a un grupúsculo intelectual puramente académico.

Las ideas de Balagoon son especialmente fuertes cuando interpelan a los anarquistas para que se impliquen en los barrios donde viven y trabajan. Su exposición de un anarquismo cotidiano, volcado en las necesidades básicas, apoyando a las comunidades más pobres y creando alternativas sociales al capitalismo, sin rehuir el conflicto ni caer en utopías herméticas, es tan actual e inmediato que huele al alquitrán que asfalta nuestras calles.

Con la intención de ayudar a difundir la visión de un compañero que, creemos, nunca ha sido traducido al castellano, compartimos el siguiente artículo titulado La anarquía no puede luchar sola (escrito, necesariamente, durante su última estancia en prisión). El texto no está íntegro, pues había muchas partes aludiendo a la política internacional de la época y a otros episodios internos de los Panteras que creímos innecesario traducir. Los espacios que correspondían a los fragmentos omitidos, así como nuestros pocos añadidos, están señalizados entre corchetes. Todos los corchetes, de hecho, son nuestros. Las partes que más nos interesan, las que aluden a ese anarquismo de barrio del que hoy muchas y muchos por fin volvemos a hablar, han intentado ser reflejadas con toda la fidelidad que nos ha sido posible.

Ruymán Rodríguez

Cartel del emblemático dibujante de los Panteras, Emory Douglas. En él puede leerse: «Escucha a los cerdos [apelativo usado para referirse a la policía, pero también a los explotadores blancos] golpeando mi puerta. Preguntando si tengo algo del dinero del alquiler. Ellos son quienes deberían pagar mi alquiler».

La anarquía no puede luchar sola

De todas las ideologías, el anarquismo es la que aborda la libertad y las relaciones igualitarias de manera más realista y definitiva. Es consecuente con que cada individuo tenga la oportunidad de llevar una vida completa. Con la anarquía, la sociedad no sólo es accesible para todos, sino que progresa en un proceso creativo sin interferencias de clase, casta o partido. Esta es la clave que separa a los revolucionarios anarquistas de los revolucionarios maoístas, socialistas o nacionalistas que no abrazan desde el principio la revolución integral. No pueden imaginar una sociedad verdaderamente libre e igualitaria y, en cierta medida, deben apoyar el proceso social que hace posible que la explotación y la opresión prevalezcan, aunque sea en una etapa inicial.

Cuando me convertí en revolucionario y acepté la doctrina del nacionalismo [negro] como respuesta al genocidio practicado por el gobierno de los Estados Unidos, yo sabía, como lo sé ahora, que la única manera de acabar con las perversas prácticas de EE.UU. era aplastar al gobierno y a la clase dominante que éste protege, a través de una guerra de guerrillas prolongada.

Armado con ese conocimiento, me introduje en el Partido de los Panteras Negras, pues la escalada estatal de violencia contra el pueblo negro, que había comenzado con la invasión de África para capturar esclavos, me había dejado claro que para sobrevivir y contribuir sería necesario pasar a la clandestinidad y, literalmente, luchar.

Detenido por atraco a mano armada, tuve la oportunidad de ver la debilidad del movimiento y situar en perspectiva la ofensiva del Estado. Primero, el Estado concentró a todos los organizadores señalados por los policías que se habían infiltrado en el partido desde sus inicios en Nueva York. Acusó a los compañeros de conspiración y exigió fianzas tan altas que logró apartar al partido de sus propósitos de liberar a la comunidad negra, haciendo que se centrara en la recaudación de fondos. En ese momento, el liderazgo se importó en vez de desarrollarse localmente, y la situación se deterioró rápida y bruscamente. [En el siguiente fragmento Balagoon explica cómo los nuevos líderes del partido –a veces sacados por éste de la cárcel previo pago de altas fianzas que no se desembolsaban por otros compañeros– dejaron de plantearle problemas al sistema y se aburguesaron, bajo sospechas de corrupción o incluso de colaboración con el gobierno].

[…] ¿Cómo podían unos pocos imbéciles desviar tanto nuestras metas y energías durante tanto tiempo? ¿Como podían neutralizar el coraje y el intelecto de los militantes? La respuesta es que estos aceptaron el mando de los líderes a despecho de lo que su sentido común les recomendaba.

[En los siguientes párrafos Balagoon analiza los distintos fracasos gubernamentales, inspirados en este principio de autoridad, e incluye también a los “gobiernos revolucionarios” de inspiración marxista y desarrolla su visión sobre la dictadura del proletariado y la necesidad de que el pueblo rija su propio destino].

Sólo una revolución anarquista tiene en su agenda estos objetivos. Esto podría galvanizar a la clase trabajadora, a los intelectuales desclasados, a las naciones colonizadas del Tercer Mundo y a algunos miembros de la pequeña y la gran burguesía. Pero este no es el caso.

Que China, Corea del Norte, Vietnam y Mozambique puedan construir en torno a una ideología marxista el camino para expulsar a sus invasores y reconstruir unas economías feudales en medio de las estructuras de los imperialismos occidentales y los esfuerzos de éstos para reinventarse y recolonizarlos, es algo que puede discutirse a la luz de la situación internacional. También puede cuestionarse si en vez de respaldar la voluntad de su gente han preferido elegir bandos en las guerra Este-Oeste que también se libra en las colonias no blancas. Pero una cosa muy distinta es que el anarquismo deje de impulsar o de tomar la iniciativa en la lucha contra el fascismo y el imperialismo aquí, en Norteamérica, con la historia de los Wobblies6, la Federación Occidental de Mineros7 y otros grupos que han dejado su huella en la historia. Es una negación de nuestra tarea histórica que traiciona el legado de los anarquistas que murieron resistiendo la tiranía del pasado, padeciendo condiciones horribles. Supone sustraerle una alternativa a la próxima generación y perder nuestras propias vidas por la simple debilidad de nuestros corazones.

Permitimos que personas de otras ideologías definan lo que es la anarquía en lugar de presentar nuestro propio punto de vista a las masas y proponer modelos para desmentir las tergiversaciones. Permitimos que las empresas no solo despidan a los obreros y los mantengan sumisos mientras recortan sus salarios, sino que les envenenen su aire y su agua. Permitimos que la policía, el Klan8 y los nazis aterroricen a aquellos sectores de la población que les dé la gana sin que les devolvamos los golpes. Resumiendo, al no participar en la organización de las masas y rendirnos en la guerra contra los opresores, nos convertimos en anarquistas sólo de nombre.

El hecho de que los marxistas y los nacionalistas tampoco estén haciendo nada en este aspecto no lo convierte en un hecho menos vergonzoso. Nuestra inactividad crea un vacío que este Estado policial, con su prensa reaccionaria y sus objetivos definidos, está llenando. Las distintas esferas de la vida de la gente, que supuestamente deberían ser alcanzadas por la organización de masas y por la inspiración revolucionaria que nos alienta a alumbrar un nuevo día, están siendo manipuladas, en cambio, por condiciones en las que la apatía no es menos ponzoñosa que la propaganda reaccionaria. Para quienes creen en un partido centralizado con un programa vanguardista para las masas, esto puede encajar con su análisis subjetivo. Pero para los que creemos verdaderamente en las masas y pensamos que deberían tener sus vidas en sus manos y comprender que la libertad es un hábito, esto sólo puede significar que tenemos mucho camino por recorrer.

[Balagoon relata en las siguientes líneas algunos sucesos políticos locales de la época]. Las colonias del Tercer Mundo, y de todos los Estados Unidos, encaran el genocidio y es hora de que los anarquistas se unan al combate de los oprimidos contra los opresores. Debemos apoyar, con palabras y con hechos, la autodeterminación y la autodefensa de los pueblos del Tercer Mundo.

No importa si los negros, puertorriqueños, nativos americanos o chicanos-mexicanos creen que el nacionalismo es un vehículo para su autodeterminación o si consideran al anarquismo como el único camino para lograrla. Como revolucionarios debemos apoyar la voluntad de las masas. No es sólo racismo, sino directamente complicidad con el enemigo, alejarse de la arena social y permitir que Norteamérica continúe practicando el genocidio contra las colonias cautivas del Tercer Mundo, sólo porque, aunque se resisten, simplemente todavía no están de acuerdo con nosotros. Si realmente sabemos que la anarquía es la mejor forma de vida para todas las personas, debemos promoverla, defenderla y creer que la gente, tan inteligente como nosotros, la aceptará. Pero esperar para intervenir a que la gente acepte nuestras ideas, mientras están siendo masacrados, como una nación sin aliados, insistir en que estén listos para asumir riesgos cuando ellos mismos ya están en peligro, es una locura.

Donde vivimos y trabajamos, no sólo debemos intensificar los grupos de discusión y estudio, debemos también organizarnos a nivel del suelo. Los caseros deben ser enfrentados mediante huelgas de alquileres y en lugar de desarrollar estrategias para pagar las rentas, debemos diseñar estrategias para tomar los edificios. No sólo debemos reconocer al movimiento okupa por lo que es, sino que debemos apoyarlo y abrazarlo. Levantemos comunas en edificios abandonados, vendamos chatarra para financiarnos. Convirtamos los terrenos baldíos en jardines. Cuando nuestros hijos se queden sin ropa deberíamos tener lugares donde reponerla, puntos de intercambio entre anarquistas fácilmente identificables, que siempre deberían ser nuestra primera opción. Y, por supuesto, debemos reaprender a conservar los alimentos; debemos aprender a construir y a recuperar nuestras vidas, ayudarnos mutuamente, movernos y mantenernos preparados.

Mantengamos la bandera estadounidense y canadiense ondeando a media asta… Pero me niego a creer que la bandera de la Acción Directa haya sido capturada.

Kuwasi Balagoon

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1 Fundados en 1969 en Nueva York, su nombre original era Up Against the Wall Motherfuckers! (algo así como “¡Contra la pared hijos de puta!”). Uno de sus principales representantes fue Ben Morea (1941).

2 El endiosamiento, la adicción a las drogas y la corrupción de su líder de primera hora Huey Newton (1942-1989), o la apología del que fuera ideólogo de los Panteras de la violencia sexual contra las mujeres blancas como “acto de guerra” y posterior cristiano y republicano arrepentido Elridge Cleaver (1935-1998), acabaron ayudando a sepultar a una organización de mayoría marxista y por tanto incapaz de prescindir de líderes formales y de rechazar sus basuras cuando ameritaba.

3 Infame es el conocido programa de contrainsurgencia llamado COINTELPRO (acrónimo de Counter Intellingence Program, o Programa de Contra Inteligencia) desarrollado por el FBI, oficialmente entre 1956 y 1971, y dedicado a eliminar, por todos los medios posibles, desde el terrorismo directo, la incriminación con fabricación de pruebas o la financiación de grupos de extremaderecha, a los disidentes políticos de tendencia revolucionaria.

4 Organización fundada como banda callejera en 1960. Posteriormente (1968), emulando el ejemplo de los Panteras Negras, se reformulará como partido y hará una labor similar a dicha organización pero tratando de aglutinar a la comunidad puertorriqueña.

5 Mijail Bakunin (1814-1876) abrazaría el anarquismo consciente, y no sólo intuitivo, a partir de 1864.

6 Militantes del sindicato de origen norteamericano I.W.W. (siglas de Industrial Worker of the World, o Trabajadores Industriales del Mundo) fundado en 1905, partidario del sindicalismo revolucionario y en muchas ocasiones vinculado con el anarcosindicalismo. La palabra wobblies proviene aparentemente de la característica forma en que un militante chino de la época pronunciaba el nombre del sindicato.

7 Sindicato radical fundado en 1893 (conocido por sus siglas en inglés WFM, es decir Wenstern Federetion of Miners), fundador a su vez de la I.W.W. y cuyo representante más destacado, como también lo sería posteriormente de la I.W.W., fue “Big” Bill Haywood (1869-1928).

8 Se refiere al Ku Klux Klan, organización racista y supremacista blanca creada en el Sur de los Estados Unidos después de la Guerra de Secesión (1861-1865) como resultado del resentimiento de los sudistas por la derrota militar y la abolición formal de la esclavitud.

Más allá del fuego

Más allá del fuego

En un mes la isla de Gran Canaria ha sufrido 3 incendios. El último el de mayor magnitud: entre 10.000 y 13.000 hectáreas carbonizadas. Nuestra isla arde y pierde lo único que nos permite respirar sepultadas en este ataúd de hormigón en el que han convertido Gran Canaria: nuestro campo.

Podemos hablar de monstruos, de pirómanos, pero esa, la responsabilidad individual, es la respuesta fácil. Ya lo decía Quetelet: “la sociedad prepara los crímenes y los individuos sólo los ejecutan”.

Aquí el problema ha sido un modelo económico y social que vive de espaldas a la vida rural, que sólo mira el campo como un lugar donde pasar los fines de semana o, como mucho, donde veranear. Desde esa óptica es imposible hablar de prevención y de previsión. Los incendios se impiden en otoño, diciembre y primavera; el verano sólo pueden extinguirse.

En Canarias tenemos entre un 20-25% de desempleo. Con 240.000 parados, ¿por qué no crear bolsas de empleo para desbrozar campos, cuidar y proteger nuestra cumbre? Nuestros vecinos, si tienen suerte, pueden acceder a bolsas de empleo temporales para limpiar las calles. ¿Por qué no invertir en formación y crear cuadrillas para prevenir incendios? Los responsables políticos dicen que harían falta miles de personas y que no abarcarían toda la isla. En su lógica los incendios son inevitables, y mientras sólo unos cientos de profesionales se pueden encargar de su extinción unos miles no pueden encargarse de su prevención. Su intención es clara: que los parados no desvíen su atención del trabajo precario y mal pagado que ofrece el turismo. Es la consecuencia de una economía completamente terciarizada.

Tenemos un Cabildo de “izquierdas” dedicado durante años a asesinar al ganado guanil (nuestras cabras silvestres) con la supuesta intención de proteger flora endémica, cuando bastaba con deslocalizar su actividad y llevarlas a zonas donde pudieran pastar y limpiar terrenos que son puro combustible en caso de incendio. ¿Saben los responsables políticos que en otros territorios como Portugal se está usando el pastoreo estratégico para prevenir los incendios y que ha dado grandes resultados? Mejor matar antes que comprender.

Los grandes “gestores”, tan preocupados por los endemismos, son los mismos que han permitido durante décadas, cuando no propiciado, la invasión de especies vegetales pirófilas (plantas de gran capacidad combustible), como la araucaria, que precisamente es muy común en las medianías (zona gravemente afectada por los últimos incendios), simple y llanamente porque ornamentalmente es lo que los turistas quieren ver.

Ante una tragedia de tal magnitud, ¿por qué se ha querido ningunear a los voluntarios, por qué se han puesto impedimentos a la participación popular organizada? La versión oficial ha sido que es un riesgo para la población civil, que les falta formación, etc. ¿Es un peligro participar en labores que eviten la propagación del incendio limpiando terrenos y barrancos en zonas aún no afectadas? Si no hay formación, ¿por qué no usar la experiencia profesional para ayudar a coordinar estas cuadrillas en vez de acusarlas de alarmistas y ordenarles que se vayan a casa? Cuando los voluntarios no se han dejado amilanar y han participado en labores de prevención para ayudar a que el fuego no se extienda por otros municipios, las instituciones, sistemáticamente, han tratado de obstaculizar o solapar su intervención y la han descartado, públicamente, por innecesaria. No vaya a ser que la gente se sienta interpelada y decidan cuestionar la labor de los “gestores” y quizás se vean tentados a prescindir de ellos.

Pero las instituciones no hacen más que responder al modelo económico impuesto. Ahogados por la turistificación, sólo importa la naturaleza cuando se puede explotar comercialmente. Unas islas con 2.100.000 habitantes (850.000 en Gran Canaria) reciben anualmente entre 13 y 15 millones de turistas. La isla entera está concebida para ellos, para que la consuman; no para que la población local la viva. ¿Cómo la misma isla que puede acoger a millones de turistas es incapaz de mantener en condiciones dignas a 10.000 evacuados? Cuando un derrumbe o un incendio doméstico afecta a más de 5 familias, las instituciones reconocen estar desbordadas. ¿Por qué? Porque sus políticas jamás han contemplado un horizonte que vaya más allá del próximo hotel o el siguiente centro comercial. Las tragedias humanas son cosa de pobres.

Nos encontramos, en conclusión, con tres incendios consecutivos, cada uno más virulento que el anterior. Nos encontramos con unas instituciones incompetentes que han corrido a inundar los medios con sus caras preocupadas para no perder su ventaja en la disputa por el relato. Tenemos un modelo económico y social que nos empuja a explotar nuestras costas y a ignorar nuestros campos, donde la prevención y la protección de nuestras cumbres se considera baladí porque no es algo comercialmente cuantificable ni consumible. Hoy nuestra isla arde y cambia su orografía y su fauna y flora para siempre, pero mañana todo quedará olvidado. Los centros comerciales están intactos, los hoteles no cierran, el hormigón es ignífugo, los turistas están a salvo, los animales y las plantas devastados por el fuego no consumen, la población residencial seguirá votando y trabajando, el capitalismo sigue en pie aunque tenga que reinar sobre cenizas. Este es el verdadero rostro de “Las Islas Afortunadas”.

FAGC

El problema no es la diversidad

La izquierda tiene muchos problemas. Tiene primero un problema de autorrepresentación que le impide saber cuáles son sus fronteras. Conocemos su origen, en aquella ala izquierda de la Asamblea Nacional Constituyente en los inicios de la Revolución Francesa. Sabemos que “izquierda” designa a las supuestas corrientes políticas progresistas, pero este es un término intencionadamente vago. ¿Acaso son lo mismo el parlamentario sin corbata que apura su gin tonic en el bar del Congreso que una activista que pone su cuerpo para parar desahucios a diario? ¿Son lo mismo la bolchevique leninista, la estalinista que diseña gulags imaginarios en su cabeza, la consejista y la anarquista? Chomsky, cuando todavía tenía rumbo, decía que “si se entiende que la izquierda incluye al bolchevismo, entonces yo me disociaría rotundamente de ella. Lenin fue uno de los mayores enemigos del socialismo”1.

Este problema de autodefinición alimenta la paranoia de la izquierda, la empuja a un psicoanálisis constante (cada tendencia interna sobre las otras; nada de autocrítica) y muchas veces la lleva a detectar problemas donde no los hay, y a ignorar otros, graves y de peso, que es incapaz de ver.

El nuevo problema para algunos (casi nuevo, pongamos que desde los 70 del siglo pasado) es que supuestamente el discurso de la diversidad y las identidades subalternas ha suplantado al discurso histórico de la clase. O dicho de otra manera, el discurso de la diversidad se ha desclasado y ha desclasado las reivindicaciones, que ya no son principalmente obreras, de la izquierda moderna.

Acusar a las reivindicaciones e ideologías articuladas en torno a la diversidad de ser una parte importante del proceso de desclasamiento imperante es una forma grosera de simplificar un problema bastante más complejo. El capitalismo lo ha tocado todo, y ese todo no sólo incluye al activismo contemporáneo; incluye también a la propia clase obrera. No son las ideologías de la diversidad y su supuesta “intoxicación neoliberal” las que han desclasado (o ayudado a desclasar) a la clase obrera; la clase obrera ya estaba desclasada previamente, absorbida por este maremágnum capitalista del que ninguna nos escapamos y que ha llegado hasta las chabolas más pequeñas y los barrios más marginados. Podemos carecer de agua y luz, de techo y de comida fresca, pero no de capitalismo. La clase trabajadora no ha quedado al margen de un fenómeno vírico global.

El capitalismo ha monopolizado el ocio y ha sustituido la mayoría de actividades recreativas sociales por el consumo. Y cuando no las ha sustituido las ha vinculado a él. La nueva estructura laboral, con sus subcontratas, ETTs, precariedad estandarizada y los inventos que van surgiendo (como la genialidad de llamar “economía colaborativa” a la autoexplotación), hace que la mayoría no reconozca la cara de quien tiene al lado en el tajo (si es que tiene a alguien) ni se sienta capaz de establecer un verdadero nexo con personas que le son ajenas, con las que se les obliga a competir, y que no volverá a ver si todo va bien2. Eso son factores que coadyuvan objetivamente al desclasamiento. Poner al mismo nivel, a un nivel merecedor de profundas reflexiones y sesudos estudios, a las ideologías de la diversidad, es como señalar un grano de arena y acusarlo de montarnos una playa.

Por otra parte, el acusar de “desviar fuerzas” a las incipientes reivindicaciones sociales no es una novedad y ya existía mucho antes de que se pusiera de moda acusar gratuitamente a cualquier cosa de “posmoderna” y “neoliberal”. Es tan tristemente antiguo como lo es sentirse amenazado por algo nuevo que irrumpe, que empieza a cobrar fuerza y a ganar terreno. Es el clásico filisteísmo (neofobia podrían llamarlo hoy), un vicio que los movimientos políticos nunca han conseguido abandonar del todo.

Un buen ejemplo es el del nacimiento de Mujeres Libres (abril de 1936) y el debate y las reacciones que esto suscitó. Las organizaciones de mujeres de la época o eran decididamente burguesas y paternalistas o cuando abordaban la cuestión de clase lo hacían como apéndice de algún partido del que dependían totalmente. Mujeres Libres surgió con la intención de crear una organización autónoma de mujeres obreras que abordara de forma específica un problema que el resto de colectivos ignoraban o subordinaban: la verdadera emancipación política, económica, social e individual de la mujer. En la prensa anarquista y confederal Lucía Sánchez Saornil, fundadora de Mujeres Libres, fue avivando el debate mientras personajes como Federica Montseny o Marianet R. Vázquez alegaban que sus reivindicaciones ya tenían cabida dentro de la CNT y no hacía falta crear ninguna organización específica feminista (Marianet llegó a proponerle que participara en la creación de una “sección femenina” dentro del periódico Solidaridad Obrera3). Finalmente se rechazaría oficialmente considerar a Mujeres Libres como un componente más del Movimiento Libertario peninsular4.

Lo que no se entendía entonces, y sigue sin entenderse ahora, es que los movimientos específicos se crean por que hay una necesidades específicas que son silenciadas por la pretendida mayoría política, porque sus reivindicaciones y exigencias concretas no forman parte de la hoja de ruta de las supuestas organizaciones generalistas. Los sindicatos de precarios no surgen por capricho; surgen cuando los sindicatos clásicos no se interesan por la precariedad ni abren sus puertas a quienes no tienen nómina. Los espacios no mixtos surgen ante una necesidad real de seguridad frente a estructuras grupales que amparan a violadores y silencian agresiones. Si no te gustan los espacios no mixtos tal vez debas dejar de darle palmaditas en la espalda a los agresores de turno y así quizás no serían necesarios. Hablamos de guetos y acusamos de segregación a diestro y siniestro, a las feministas, a la comunidad LGTB, etc., y quizás no nos paramos a pensar que si la gente busca lugares donde relacionarse con personas comprensivas para compartir similares vivencias, pesares y trayectos es por la necesidad natural que todas tenemos de sentirnos respaldadas entre iguales y evitar la hostilidad exterior. Acabemos con esa hostilidad y a lo mejor la gente se siente lo suficientemente cómoda lejos de su círculo como para no necesitar un espacio seguro. Pero el problema no está en quien busca seguridad; está en quien la amenaza. Como siempre, responsabilizamos a las demás de aislarse porque eso es mucho más fácil que hacer autocrítica y realizar un trabajo profundo y duro sobre nosotros mismos y nuestra cacareada tolerancia. Esa es nuestra tragedia cotidiana: acusamos al efecto sin apreciar que nosotros somos la causa.

Incluso cuando se coincide en esto y se admite que las reivindicaciones de género, sexuales, culturales, étnicas, animalistas, tienen su importancia, se tiene que aducir rápidamente que, por importantes que sean, son muchos los motivos por los que deben supeditarse a la reivindicación de clase. Un argumento clásico consiste en acusar a este tipo de luchas de “parciales”. ¿Qué lucha no lo es? ¿Acaso creemos que detrás de toda huelga se encuentra el germen de la revolución social? ¿No es parcial reclamar una subida de salario? ¿Acaso las obreras que se ponen en huelga para evitar un ERE están pensando, todas y cada una de ellas, en que su huelga es una herramienta para debilitar al capitalismo e instaurar un nuevo paradigma político y económico internacional? Todas nuestras luchas, por ambiciosas que seamos, son parciales y localistas. Lo es oponerse a que derriben un CSOA en Barcelona, lo es rechazar la construcción de un bulevar en Burgos, lo es movilizarse contra el levantamiento de un muro en Murcia y lo era sentarse en los asientos reservados para blancos en la Alabama de 1955. Todo es parcial y todo es necesario, por pequeño que parezca, porque crea las relaciones políticas y comunitarias necesarias, porque ejercita los músculos revolucionarios más útiles, porque, con un poco de suerte, pondrá la semilla para que surjan cosas algo más grandes. E incluso cuando no es así y la lucha acaba donde empezó, ¿cuál es la alternativa? ¿Cruzarse de brazos? No es mi opción. Quienes discrepen pueden seguir tranquilamente en casa leyendo algún polvoriento tomo sobre la Escuela de Frankfurt o sobre las gloriosas vanguardias revolucionarias del siglo pasado.

Se dice también que el problema es que las reivindicaciones no estrictamente obreras están desclasadas y llenas de tics burgueses. Bien, esto es tristemente cierto, pero es que incluso las reivindicaciones estrictamente obreras son a veces igual de vacuas y retóricas, intoxicadas del mismo burguesismo. Sí, los movimientos de izquierda están llenos de gilipollas superficiales. La FAGC lleva años sufriendo sus ataques, ignorándolos cuando puede, tomándoselo con humor casi siempre y, a veces, con cierta inevitable rabia. A la FAGC se la ha acusado de especista por comentar en las redes que las vecinas de una de sus comunidades socializadas llamaron “granjita” al refugio de animales que tenían dentro de sus muros. De terrorista ecológica por comprar motores para proporcionar luz a familias sin recursos. Y a su vez se la ha acusado de magufa y pseudocientífica por decir que en sus huertos usa té de ortigas como fertilizante y repelente porque le sale gratis y se asegura de no usar contaminantes. En definitiva, sabemos bien de lo que hablamos.

Pero casi nadie escapa a la banalización del discurso. ¿O acaso creemos que por introducir la palabra “proletario” en una frase esta se vuelve automáticamente revolucionaria? La izquierda que presume de obrerista, que se tiene por seria y ortodoxa, no está más cerca de la realidad (puede que incluso mucho más lejos) que aquellas opciones a las que critica. Recuerdo la charla de un compañero anarcosindicalista que nos hablaba de la necesidad de captar a los trabajadores de las grandes fábricas, a los funcionarios, a la “aristocracia obrera”… En un momento le objetamos que ese no era el perfil laboral ni social de los barrios donde vivíamos y militabamos, y que su discurso evidenciaba un gran desconocimiento de la realidad canaria. Sí, aquí hay funcionarios y aún quedan algunas fábricas, pero nos parecía que para empezar a crecer nuestro nicho objetivo, mayoritario y más próximo, era la gente en situación de precariado que nos rodeaba. Las trabajadoras temporales, las camareras de hotel, las cuidadoras a domicilio, las paradas, las que dependían del subsidio, las que buscaban chatarra, es decir, la médula real de nuestros barrios más golpeados. Y que había que abrir espectro y tocar otras situaciones de emergencia como los desahucios (el paso posterior al despido y al desempleo). Nada nos dijo de aquello y aún seguía buscando a una supuesta “aristocracia obrera” que de existir en la isla ni la conocíamos ni nos necesitaba.

Y esto entronca con otra acusación recurrente a las ideologías de la alteridad: supuestamente, “nos fragmentan y nos desunen” (siempre me resultó curioso que se acusara de crear confrontaciones internas a una serie de ideas a las que a su vez se acusa de posmodernistas, cuando una de los grandes críticas contra el posmodernismo es que precisamente es antidualista y rehuye el conflicto). Parece ser que todo lo que adjetivice el concepto “obrero/a” (migrante, negra, lesbiana, trans, etc.) y señale otras opresiones más allá de la de clase es un agente atomizador. ¿Es que acaso el término “obrero” se expande tanto siempre como para acogernos a todas? Ciertamente todo el que se ve obligado a alquilar su fuerza de trabajo (su cuerpo y su inteligencia) para subsistir es clase obrera. Pero años de clasismo, en su sentido clásico, ha creado estratos dentro de la propia clase obrera y ha permitido que se excluya a su capa más vulnerable de la denominación. Acuñar el término “lumpenproletariado” no tenía otra intención. En ese contexto, en nuestros barrios más castigados, con paro cronificado, una mayoría que sobrevive a través de la economía en B, el ilegalismo como forma de vida y una existencia al margen de salarios y jubilaciones, el discurso netamente obrerista propio del siglo XIX y principios del XX puede sonar perfectamente a marcianada. El paraguas de la clase es grande, y debe ser un eje en todas nuestras reclamaciones, pero sin olvidarnos que debe ampliarse y adaptarse incluso a los distintos “yos” (por mal que le suene a algunos) que, desde prostitutas a presas “comunes”, no siempre han sido aceptados.

Sí, el transversalismo de clase es un grave problema que empaña el discurso de muchos colectivos y les lleva a tomar como triunfos que haya ministras y banqueras mujeres, presidentes y empresarios afrodescendientes y policías y jueces gays. Sí, el aburguesamiento está obligando a veces a los corderos a yacer con el lobo. Pero la crítica a dichas estupideces no nos puede llevar a ignorar que más allá de la clase existen otras formas de opresión. Minimizarlo, aunque no se niegue, es caer en el absurdo. ¿Deben todas las opresiones supeditarse a la opresión de clase? No sé de que serviría establecer categorías entre distintas formas de coacción y sufrimiento. Eso sí que divide y fragmenta, fabricando unos absurdos estatus de superioridad e inferioridad que sólo pueden generar frustración y complejo. Es volver al manido tema de las “superestructuras” que la propia realidad ya venció hace mucho tiempo. Si las anarquistas hemos puesto el foco sobre la necesidad de eliminar la jerarquía en todas sus formas y las distintas relaciones de poder no ha sido por antojo. La historia nos ha demostrado que las sociedades sin capitalismo (todas antes del s. XVII) e incluso con pretendida igualdad económica absoluta (como las misiones jesuitas en Paraguay del mismo siglo o los experimentos comunistas del s. XX) pueden ser tiranías y que las sociedades sin Estado (desde los ejemplos de la antigüedad al moderno caso de Somalia) también pueden serlo. Sin Estado y propiedad privada la autoridad y el despotismo puede tomar la forma de la teocracia, el nacionalismo, el machismo, el racismo o la simple fuerza bruta del hacha de sílex. Las distintas formas de opresión conviven y se retroalimentan, van sofisticando su discurso y justificando su existencia. Nuestra misión es deslegitimarlas y romperlas, no celebrar un concurso de talentos a ver cuál queda primera.

Creer lo contrario es pecar de soberbia. Que yo sepa todas las que no tenemos cerca de 100 años no conocemos en primera persona como se gesta una revolución. Ninguna sabemos cuál es el botón que hay que pulsar para que se produzcan. Rescatar los viejos argumentos de Ted Kaczynski5 no parece muy inteligente pues nadie conoce con certeza la tecla ni el detonante del fenómeno revolucionario. De hecho, lo que hoy se toma por superfluo y accesorio puede ser mañana la idea-fuerza de un movimiento inesperado. El ecologismo inicialmente era mirado por la izquierda oficial con el mismo desdén con el que hoy ve otras muchas cosas. Cuando los naturistas anarcoindividualistas, como Henry Zisly, Georges Butaud, Sophia Zaïkowska o Mariano Costa Iscar (protoecologistas que oscilaban entre el primitivismo del primero6 y el preveganismo de los segundos7 a la actitud mucho más crítica con “las exageraciones” [dixit] de Costa Iscar8), hablaban de los peligros de la mecanización de la vida y el industrialismo ciego se les contraponía la “sublime idea” de someter por la fuerza a la naturaleza. Cuando pioneros más modernos como Murray Bookchin levantaban la bandera verde9 la mayoría miraba hacia otro lado. Hoy, después de algunos accidentes nucleares, varios desastres medioambientales, con la temperatura global batiendo récords y ante la perspectiva de nuestra propia extinción, el ecologismo está en la agenda de la mayoría de organizaciones progresistas (aunque sea para cumplir expediente) y son planteamientos como la ecología social de Bookchin los que están germinando en el combativo suelo de Rojava. Ridiculizar las ideas que ignoramos es una buena forma de ir acumulando papeletas para recibir un bofetón histórico.

Este bofetón lo están recibiendo hoy todos los que siguen depositando sus esperanzas revolucionarias en un sujeto revolucionario ideal sacado de los carteles de propaganda soviéticos, todos los que siguen teniendo sueños húmedos con grandes masas fabriles musculadas y uniformadas e ignoran que en este último lustro, con escasa movilización social, las únicas muestras de descontento callejero se las debemos a las feministas y sus demostraciones de fuerza, a las desahuciadas, a las jubiladas o a las manteras. Puede que eso joda predicciones y análisis de escritorio, pero no es honesto menospreciar el fenómeno y considerarlo una anécdota.

La reducción al absurdo, a pesar de nuestra dura realidad social, es desgraciadamente tendencia. En un contexto donde el mal llamado Estado del bienestar ha involucionado tanto como en el sur del Estado español lanzar un discurso decimonónico de grandes cinturones industriales u otro al estilo del sindicalismo nórdico no es más realista que hablar de orgonitas, reiki y otras majaderías. La izquierda pretendidamente seria y oficial suele sonar bastante absurda cuando confronta con la realidad. Su campo de trabajo preferido es la política ficción o lo que yo llamo “la política de lo imposible”. Cuando surgió el 15M recuerdo la desagradable censura que sufrieron las feministas cuando se les obligó a quitar una pancarta muy acertada que afirmaba: “La revolución será feminista o no será”. De nada sirvieron sus protestas ni las nuestras. Los “organizadores” aducían que esas consignas desunían y apartaban a la gente (a los machistas, obviamente), y tengo constancia de que esto no sólo pasó en Las Palmas de Gran Canaria. Sin embargo, este era el mismo grupo de personas “inteligentes”, periodistas y estudiantes universitarios, posteriormente fichados por partidos e instituciones, de línea dura contra todas las desviaciones, que decretó, sin otro procedimiento que la mayoría de votos en una asamblea callejera, que España no fabricaría ni vendería más armas al exterior. Aún veo las manos girando con fuerza en el aire y los abrazos y gritos de alegría. Y también recuerdo a un compañero sindicalista boliviano, muy lúcido y simpatizante del anarquismo, que se me acercó para comentarme: “acaban de aprobar algo que es infinitamente más utópico que instaurar mañana mismo la anarquía” (desde entonces le tomaría prestada esa observación varias veces).

Ese es un gran problema de la izquierda, y aún así sigue sin ser todo el problema. El problema no es sólo que tenga un discurso fantasioso, ingenuo, frívolo y aburguesado. El gran problema es que sólo tiene discurso.

Sí, tenemos una izquierda censora, paranoica, con cierta inclinación inquisitorial. Le encanta tildar de desviaciones y perdidas de tiempo a todo lo que no encaja en sus manuales clásicos y eso es un problema objetivo en un tiempo huérfano de alternativas. Es un problema porque las fórmulas preexistentes, o no sabemos aplicarlas, o han fracasado, e impedir que se actualicen o que se construyan otros modos de lucha sólo puede hacer más hondo el hoyo social en el que nos encontramos. Tenemos además una izquierda paradójicamente rancia y conservadora. Cada vez más patriotera, sobre todo en su vertiente españolista, e incapaz de librarse del todo de una íntima tendencia machista y etnocentrista impermeable a su discurso externo. Eso contribuye a mantenerla fracturada y también a alejar a la gente con inquietudes sociales incipientes que empieza a militar. Pero lo que la aleja del pueblo no es, desgraciadamente, ni su dogmatismo ni su caspa. Lo que la aleja de la calle es que la izquierda se ha convertido exclusivamente en un artefacto retórico, un mero vivero para intelectuales profesionales. Y ese es un problema que ni siquiera se plantea abordar.

Prueba de lo que digo es el propio debate generado en torno a la diversidad. Cuando la izquierda analiza las dificultades que tiene el activismo actual lo hace en unos parámetros integralmente teóricos. Cree que el problema siempre es teórico porque sólo es capaz de cuestionar y generar teoría. Ha asumido que si verbaliza algo, por supuesto cada vez con palabras más complejas y conceptos más enrevesados, el asunto queda solucionado sólo con nombrarlo. Piensa, por ejemplo, que el declive del activismo político y social se debe a que las activistas ponen el acento en unas formas de opresión y no en otras, y priorizan la raza o el género por encima de la clase. En definitiva, se busca (o inventa) un problema teórico, que se analiza de forma teórica y espera resolverse de forma teórica.

El problema no está en las ideas, si no en su poca o nula capacidad de materializarse y traducirse como una solución real que mejore la vida real de la gente real. La idea de “tomar los medios de producción” no llega más y mejor a nuestras vecinas que la de luchar contra el heteropatriarcado, el antiespecismo, o cualquier otra cosa. No llega porque la izquierda sólo habla con la izquierda (de hecho la izquierda sólo habla). Nosotras, como trabajadoras no cualificadas, como vecinas de barrios excluidos, como personas que pisan la realidad a diario, no somos las interlocutoras directas de la izquierda. La izquierda es esnob en casi todas sus vertientes. Sus discurso puede diseñarse para las masas (aunque por su jerga especializada nadie lo diría), pero sólo circula por gabinetes, claustros universitarios, seminarios y terrazas de moda. La concesión a la “plebe” es fabricar pesadas y densas teorías al calor de las redes sociales como si lo que allí pasara fuera necesariamente un reflejo de la realidad militante. La verdad es que la izquierda no está más lejos del espectáculo de lo que lo están los neoliberales.

Por eso su obsesión con el mundo de las ideas, porque estas son mucho más fácilmente encuadernables, vendibles y consumibles que nuestros actos rutinarios, poco llamativos, nada comerciales, demasiado duros y a veces desagradables. Sin embargo, las ideas no deberían ser víctimas de lo que la gente haga con ellas, porque repito que las ideas no son el problema. El problema es su forma de aplicarlas o, mejor dicho, su forma de no aplicarlas. Que un ecologista ponga el foco en conservar el planeta no es el problema; el problema es que crea que lo está haciendo denunciando por Internet que personas sin ingresos usen un motorcito de feria para tener luz y agua caliente mientras dicho ecologista no organiza nada contra la megacorporaciones que tienen el planeta en sus manos. El problema de un activista contra Monsanto no es que nos advierta del peligro de los transgénicos, sino que use todo su conocimiento adquirido para afearle a una familia sin recursos que no mire la etiqueta de la comida que recibe en el banco de alimentos. Tenemos un problema de falta de práctica concreta, de enajenación de la realidad, de hiperintelectualismo mal digerido, de hipercriticismo mal enfocado, de inmobilismo y elitismo en definitiva, pero no de diversidad.

Hemos conocido a activistas antidesahucios, queridas en sus comunidades, capaces de crear barrio y proyectos populares, completamente volcadas en la teoría queer y otros planteamientos que se desprecian desde la izquierda escolástica. Y hemos conocido también a históricos representantes de la izquierda comunista y nacionalista canaria, de los de cantar la Internacional con el puño en alto y la camisa abierta, que nos decían que no participaban en los piquetes antidesahucio porque eso suponía respaldar a gente “sin conciencia de clase” entregada a los bancos y sus hipotecas… Al final hemos aprendido a no juzgar a las personas más que por lo que hacen y no por lo que dicen pensar.

Pero admitir que todas las ideas redentoras, tanto las hipotéticamente buenas como las malas, son igual de inútiles si no estamos dispuestas a llevarlas a la práctica, puede joder el negocio de los que viven gracias a que el pensamiento revolucionario se ha monopolizado y profesionalizado. El discurso de la emancipación de las más pobres lleva desde hace siglos en manos de personas cuyos privilegios provienen directamente de la división del trabajo. Pueden cuestionar al mismo sistema que les ha encumbrado, pero es muy difícil rechazar que toda la teoría que han generado se la deben una tragedia capitalista cotidiana: a ellos, los intelectuales, se les paga por pensar, mientras que a nosotras, las obreras manuales, se nos paga por no hacerlo.

¿Son mis palabras un alegato contra la intelectualidad? En modo alguno. Las pobres no tenemos más que nuestra inteligencia para enfrentarnos al Sistema. La teoría es importante, siempre que se use para para dotar de contenido a nuestros actos, para explicarlos y para comprenderlos. El problema del intelectualismo profesional es que usa la teoría con fines simplemente masturbatorios. No teoriza sobre su práctica, sobre lo que ha hecho, sino sobre lo que espera no hacer. La única teoría inspirada por elementos empíricos es la que realiza para cuestionar lo que han hecho otras. Como me señalaban dos compañeros libertarios valencianos después de que me tocara dar una charla en la que polemicé sobre este tema: “es muy difícil que el militante que se expone y se compromete en un proyecto lo haga sin tener una idea detrás; lo contrario, que el teórico no cuente con una práctica detrás de sus ideas, no solo no es difícil sino que es lo más probable” (otra frase brillante que también tomaría prestada desde entonces). En definitiva el problema no es que se teorice, sino que solo se haga eso. El problema es que por cada militante obrera de barrio contamos con 100 teóricas, dedicadas exclusivamente a teorizar. El problema es que el perfil de esa izquierda que habla de que la clase lo es todo no es el de una obrera manual, una excluida, una perseguida, sino el de un profesor universitario de mediana edad.

Como conclusión, no es el problema del activismo (o como se le quiera definir, pues es un término que se puede usar de forma peyorativa y que a veces incomoda) que los distintos sectores, desde la izquierda ortodoxa a sus nuevas manifestaciones, pongan el foco en una u otra forma de lucha, en una u otra forma de opresión. Sí, hay que buscar por fuerza soluciones integrales, pero se puede tener ese objetivo sin que la diversidad, la multiplicidad y la búsqueda poliédrica sean una desventaja, sino, por el contrario, algo beneficioso, un motivo de aprendizaje y riqueza, una forma de acelerar el proceso necesario de ensayo/error revolucionario10. La cuestión es saber cómo adaptar las distintas ideas a las necesidades cotidianas y urgentes de las personas a pie de calle. Porque en definitiva somos lo que hacemos, lo que sentimos, y no lo que decimos que somos ni lo que aseguramos pensar. Son nuestros actos los que nos definen y éstos, si queremos que sean verdaderamente revolucionarios, deben ir más allá de teclear, impartir lecciones magistrales y firmar manifiestos. Nuestros principios deben salir de los manuales y las redes, de la publicaciones especializadas y los anaqueles, y deben situarse a la altura del asfalto, plantar los pies sobre el terreno, ponerse a disposición de las vecinas de nuestros barrios, sin miedo a que éstas, con su sentido pragmático y su urgencia vital, los adapten, los estrujen y aplasten hasta quebrantar todo lo que haya en ellos de artificial e impostado y sólo dejen lo útil, lo afilado, aquello que los convierte en un arma.

Ruymán Rodríguez

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1Entrevista en Red & Black Revolution (“Chomsky on Anarchism, Marxism & Hope for the Future”), 1996.

2Al hablar de alienación laboral suelo poner el ejemplo de Stirner y su cárcel. El mismo protocolo que siempre se ha aplicado en la prisión convencional se ha llevado hoy, de forma más sofisticada, a la prisión laboral. Podemos trabajar juntos, pero lo que el sistema empresarial no puede permitir es que establezcamos una relación empática real, pues de ahí, de la unión, nacen las huelgas: “De que hagamos un trabajo comunitario, de manejar una máquina o realizar cualquier cosa, de eso se cuida la prisión; pero que yo olvide que soy un preso y entable contigo una relación, que también te has olvidado, eso pone en peligro la cárcel, y no sólo no puede aceptarse, sino que se debe prohibir. […] La cárcel forma una sociedad, una corporación, una comunidad (por ejemplo, trabajo comunitario), pero ninguna relación, ninguna reciprocidad, ninguna unión. Por el contrario, toda unión en la cárcel contiene el peligroso germen de un complot que, en circunstancias favorables, podría tener éxito y dar fruto” (M. Stirner, El Único y su propiedad, 1844).

3Para más información sobre este debate y la organización Mujeres Libres en particular ver la recopilación de Mary Nash: Mujeres Libres. España 1936-1939 (1974).

4Ibíd. En el libro se nos muestra la paradoja de que la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (fundada en junio de 1932) también apoyara el veto, cuando ella misma fue acusada en su momento de desviar fuerzas y centrarse innecesariamente en un problema específico (la juventud) del que supuestamente ya se encargaban la CNT y la FAI.

5Tanto en su famoso manifiesto (La sociedad industrial y su futuro, 1995) como en su manido cuento El buque de los necios (1999), Kaczynski, usando muchas veces una terminología bastante desafortunada, ridiculiza todas las reivindicaciones parciales de la “izquierda liberal”, sin prestar atención a que su preocupación antitecnológica también podría ser acusada de parcial por otros buscadores de la revolución pura y absoluta. Como muestra de lo poco originales que son algunos de los argumentos que se usan hoy contra las ideologías de la diversidad este fragmento del manifiesto muestra muy bien la deuda no reconocida que tienen con Kaczynski los críticos modernos: “Los izquierdistas odian todo lo que tenga una imagen de ser bueno, fuerte y exitoso. Odian América, odian la civilización occidental, odian a los varones blancos, odian la racionalidad”. Nada nuevo bajo el sol.

6Ver H. Zisly, “Hacia la conquista del estado natural” (en La Revista Blanca), 1902.

7Ver Butaud y Zaïkowska, Tu seras végétalien!, 1923 (desconozco si hay traducción al castellano).

8Ver M.C. Iscar, Crítica y concepto libertario del naturismo, 1923.

9Ver, por poner un solo ejemplo, M. Bookchin, La ecología de la libertad, 1982.

10Como bien explicó Voltairine de Cleyre con este bello razonamiento convertido hoy en lema: “¿Preguntas por un método? ¿Le preguntas a la primavera su método?, ¿qué es más necesario el sol o la lluvia? Son contradictorios, sí; pero de esta destrucción nacen las flores. Cada cual que busque el método que exprese mejor su fuero interno, sin condenar al otro porque se exprese de otra manera” (“Anarchism”, en Free Society, 1901).

No hay jerarquía en las opresiones

Nací Negra y mujer. Estoy tratando de convertirme en la persona más fuerte que puedo llegar a ser para vivir la vida que me ha sido dada y para ayudar a hacer un cambio hacia un futuro habitable para esta tierra y para mis hijos. Como Negra, lesbiana, feminista, socialista, poeta, madre de dos hijxs, incluido un niño y miembro de una pareja interracial, normalmente me encuentro como parte de algún grupo en el que la mayoría me define como desviada, difícil, inferior o sencillamente “equivocada”.

De mi membresía en todos estos grupos he aprendido que la opresión y la intolerancia de la diferencia vienen en todas formas, tamaños, colores y sexualidades; y que entre aquellxs de nosotrxs que compartimos los objetivos de la liberación y un futuro viable para nuestrxs hijxs, no puede haber jerarquías de opresión. He aprendido que el sexismo (una creencia en la superioridad inherente de un sexo sobre todos los otros y, por lo tanto, en su derecho a la dominación) y el heterosexismo (una creencia en la superioridad inherente de un patrón de amor sobre todos los otros y, por lo tanto, en su derecho a la dominación) Surgen de la misma fuente que el racismo: una creencia en la superioridad inherente de una raza sobre todos los demás y, por lo tanto, en su derecho a la dominación.

“¡Oh!”, Dice una voz de la comunidad Negra, “¡pero ser Negrx es normal!” ¡Bueno, yo y muchxs Negrxs de mi edad podemos recordar apesumbradamente los días en que no solía serlo!

Simplemente no creo que un aspecto de mí misma pueda beneficiarse de la opresión de otra parte de mi identidad. Sé que mi pueblo no puede beneficiarse de la opresión de ningún otro grupo que busque el derecho a la existencia pacífica. Más bien, nos disminuimos a nosotrxs mismxs negando a lxs otrxs cuando hemos derramado sangre para procurar a nuestrxs hijxs. Y esxs niñxs necesitan aprender que no tienen que llegar a ser como otrxs con el fin de trabajar juntxs por un futuro que todxs ellxs compartirán.

Los ataques cada vez mayores contra lesbianas y homosexuales son sólo una introducción a los ataques cada vez más graves contra todxs lxs Negrxs, ya que dondequiera que se manifieste la opresión en este país, lxs Negrxs son víctimas potenciales. Y es una norma de cinismo de la derecha animar a lxs miembrxs de los grupos oprimidos a actuar unos contra otros, y mientras nos dividimos por nuestras identidades particulares no podemos unirnos en una acción política efectiva.

Dentro de la comunidad lesbiana soy Negra, y dentro de la comunidad Negra soy lesbiana. Cualquier ataque contra lxs Negrxs es un asunto de lesbianas y gays, porque yo y miles de otras mujeres Negras formamos parte de la comunidad lesbiana. Cualquier ataque contra lesbianas y gays es un asunto Negro, porque miles de lesbianas y gays son Negrxs. No hay jerarquía de opresión.

No es accidental que la Ley de Protección de la Familia, que es virulentamente anti-mujer y anti-Negrx, también sea anti-gay. Como persona Negra, sé quiénes son mis enemigos, y cuando el Ku Klux Klan va a los tribunales de Detroit para tratar de forzar a la Junta de Educación a quitar libros que el Klan cree que “insinúan la homosexualidad”, entonces sé que no me puedo dar el lujo de luchar contra una sola forma de opresión. No puedo creer que la libertad de la intolerancia sea el derecho de un solo grupo. Y no puedo permitirme elegir entre los frentes en los que debo luchar contra estas fuerzas de discriminación, dondequiera que surjan para destruirme. Y cuando surjan para destruirme, no pasará mucho tiempo antes de que aparezcan para destruirte.

 

Audre Lorde, 1983.